Capítulo I
EL primer lunes de noviembre, poco después de las 9 de la mañana, Tina y Blanca recorrían las dependencias municipales buscando a Marina afanosamente.
Nadie parecía haberla visto, hasta que uno de los ujieres del ayuntamiento les dio una pista.
—Los lunes Marina va a la Casa Molino para revisarlo todo.
La Casa Molino, tal como indicaba su nombre, se trataba de un antiguo molino de agua que se usó como tal en otra época y que, actualmente, se dedicaba a centro de formación y a proveer servicios de internet. Estaba situado aguas abajo, en la margen derecha del Tormes, a poca distancia del ayuntamiento.
Este edificio, una construcción de dos plantas provista de un pequeño embarcadero, albergaba un aula multifuncional de formación, un telecentro con acceso público a Internet y una zona de conferencias, además de un pequeño museo con la antigua maquinaria de sus lejanos tiempos de molino fluvial. Sus instalaciones se complementaban con salas de reuniones, despachos y otros servicios de utilidad pública.
Marina comprobaba la mañana de cada lunes el correcto funcionamiento de su equipamiento informático, los accesos a Internet y la adecuada y confortable situación de las aulas, salas y despachos. Como el telecentro funcionaba a partir de las cuatro y media de la tarde, de lunes a viernes, la mañana del lunes era el momento más adecuado para el exhaustivo control al que Marina sometía a este edificio de la Concejalía de Cultura.
Se disponía a bajar a la primera planta cuando observó la precipitada llegada de Tina, que se bajó de su scooter casi sin parar el motor.
—Marina, te están buscando en el ayuntamiento. Julia necesita verte con urgencia.
—Me quedan cinco equipos por comprobar. Si me ayudas terminaremos antes.
—Es que es muy urgente.
—No me cabe duda, pero esto es importante. Ve encendiendo los equipos y yo verificaré las conexiones. No será más de cinco minutos si lo hacemos coordinadas.
—Está bien, pero Julia ha dicho….
—Julia sabe que los lunes verifico la Casa Molino. Me lo encargó ella misma debido a mis conocimientos de informática. Si esta tarde hay algún problema y no se pueden impartir los cursos con normalidad, recibirá un correctivo y yo pagaré los platos rotos. Cinco minutos.
Mientras hablaba, Marina y Tina iban encendiendo los equipos secuencialmente. Marina comprobaba el adecuado funcionamiento de cada terminal, su conexión a Internet y su capacidad de respuesta y pasaba al siguiente, donde repetía la misma rutina. Cuando estaba terminando con el cuarto equipo pidió a Tina que fuera apagando los terminales uno a uno.
—Tina, para ir más rápidas olvida el ratón. Pulsa la tecla Windows, luego cursor derecho y Enter. Se apagarán solos.
Cuando Tina llegó al quinto ordenador Marina apagó las luces y dio por finalizada la comprobación.
—Bueno, mari — prisas, ya podemos irnos.
Tina se colocó en la scooter y accionó el arranque eléctrico mientras Marina se acomodaba tras ella. Un instante antes de que se sentara arrancó la pequeña moto y se encaminó al Ayuntamiento, en la Plaza Mayor.
—¿Cuál es la urgencia? — se atrevió a preguntar Marina — ¿Se ha disuelto la Junta de Castilla y León?
—No lo creo — alzó la voz Tina para hacerse oír tras ella—. Creo que se trata de tu portugués.
—Tina, yo no tengo ningún portugués, en todo caso será el historiador que estamos esperando. No veo la necesidad de que nos rompamos la cabeza, así que procura ser prudente.
—Como tú digas. De todas formas ya estamos llegando.
Tina detuvo su moto en el espacio habitual y apagó el motor mientras Marina descendía del asiento trasero. En Alba no era necesario asegurar las motos con sofisticadas cadenas de seguridad y menos aun las que se aparcaban en la zona reservada al consistorio. Marina entró por el acceso asignado a los empleados y se dirigió al despacho de Julia, escoltada por Tina.
Blanca se unió a ellas al entrar dando la sensación de que era conducida a presencia de una instancia superior por sus dos guardianas.
El despacho estaba cerrado. Marina tocó brevemente en la puerta y la abrió justo en el momento en que Julia daba su autorización para entrar.
—Buenos días — dijo nada más cruzar el umbral —.Vengo secuestrada desde la Casa Molino. Al parecer querías verme con urgencia.
—Así es. Nuestro experto del otro lado del Duero llega hoy a las 10… y faltan cinco minutos. Tenemos una orden estricta de no dejarle ver nada más que la documentación y material histórico relacionado con Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, o Santa Teresa, si lo prefieres. Es lo que ha solicitado y es lo que se le ha concedido. Ni un documento más. ¿Alguna objeción?
—Julia, yo soy funcionaria y estoy a tus órdenes. Si sólo tiene permiso para ver la vida y milagros de nuestra santa patrona, eso es lo que verá. Aunque normalmente no somos tan estrictos.
Julia calló y desvió la mirada por un instante. Quizá sopesaba sincerarse con ella, pensó Marina, o quizá realmente esta puntualización insólita estaba justificada incluso por las autoridades portuguesas. El rostro de Julia parecía una nube deformada por el viento que cambia de perfil, iluminación y actitud de modo aleatorio.
—Normalmente no somos tan estrictos, es verdad; pero tengo órdenes de arriba — dijo, elevado los ojos al techo — de que le impidamos el acceso a cualquier información que no sea la solicitada.
—Por mí no te tienes que preocupar.
—Eso ya lo sé; pero también me han pedido que te quedara muy claro.
—Vaya, pues ya puedes confirmar a quien corresponda que entiendo perfectamente las limitaciones que conlleva solicitar y obtener permiso para examinar documentos de tipo “C”. Significa que ni “A”, ni “B”. Sólo “C”
—Marina, confío plenamente en ti, ya los sabes; pero Pilar me han insistido mucho.
—No te preocupes. Si me pillan pasando documentos secretos al espía “luso” — dijo enfatizando el juego de palabras — nunca negaré que me lo habías prohibido.
Julia estaba a punto de comentar algo sobre el sarcasmo de Marina cuando tocaron nuevamente a la puerta.
—Adelante — dijo tras un instante de vacilación.
Tina y Blanca, con una sonrisa que pretendía ser irresistible, entraron a la vez al despacho precediendo a Jorge de Castro y Guimarães.
Julia y Marina dirigieron sus miradas al recién llegado. Su rostro parecía esculpido o cincelado directamente en algún material semejante en textura y color a la piel humana. Sus cabellos negros iniciaban una leve transición plateada a la altura de las sienes. Un hoyuelo a ambos lados de su cordial sonrisa le conferían una aura de simpatía y sus ojos negros azabache no permanecían fijos ni un instante. En una fracción de segundo había examinado el despacho de Julia y analizado todo su contenido, incluidas las cuatro mujeres.
Para Jorge, Julia era la responsable. Vestía pantalones, una blusa blanca con volantes en el cuello y una chaqueta de punto color teja, a juego con su media melena de tonos rojizos. Marina, de la que no conocía su nombre todavía, era sin duda la persona con los conocimientos especiales que había solicitado. Su aspecto era armonioso y la encontró muy atractiva. Tina y Blanca, que se habían auto presentado unos minutos antes, vestían vaqueros y un ajustado suéter de licra en tonos rosa y azul respectivamente. Por su aspecto parecían hermanas y supuso que eran un par de funcionarias que no tenían nada que ver con su estancia en Alba, pero cuya curiosidad les impedía abandonar voluntariamente el despacho.
—Muchas gracias, chicas — dijo Julia leyendo sus pensamientos — Ya podéis regresar a vuestros asuntos.
Las aludidas se retiraron con una leve sombra de contrariedad en sus rostros simétricos mientras Julia se levantaba de su asiento para estrechar la mano del recién llegado. Jorge tomó la mano que le tendía y la acercó fugazmente a sus labios, sin llegar a rozarla.
—Soy Julia Sánchez, directora de la Comisión de Cultura, Turismo y Deportes de Alba de Tormes. Ella es Marina Vázquez, la experta en archivística y biblioteconomía. Es miembro de la AAIE, la Asociación de Archiveros de la Iglesia de España, de la ABIE, Bibliotecarios de la Iglesia de España, y de ACAL, la Asociación de Archiveros de Castilla y León.
—Es un gran placer — dijo Jorge tomando la mano de Marina y repitiendo el mismo ritual realizado con Julia. — Estoy impresionado, no pretendía tanto. Soy Jorge de Castro. Les pido disculpas de antemano por los inconvenientes que mi presencia aquí les pueda ocasionar.
—Encantada. Soy Marina Vázquez Novoa y, como ha dicho Julia, experta en los temas relacionados con su investigación.
Julia les indicó con un gesto que se dirigieran a la mesa de reuniones y tomó asiento en su sitio habitual. Jorge esperó hasta que Marina eligió dónde sentarse y, seguidamente, se colocó frente a ellas de la forma más equidistante posible.
—Hablando de los motivos de su estudio, atendemos con cierta frecuencia peticiones similares a la suya, sobre todo a las puertas del quinto centenario del nacimiento de la santa. Comprenderá que nos vemos obligados a seguir unas estrictas normas de confidencialidad y de protocolo.
—Por supuesto. Si llegara a descubrir algo trascendente, lo primero que haría sería comunicárselo a ustedes. No haré uso de ninguna información que no haya sido previamente autorizada por las autoridades locales. No tengo inconveniente en firmar los compromisos correspondientes para garantizar mi acatamiento a sus normas y protocolos de investigación.
Jorge hablaba un correcto castellano, con un imperceptible acento que muchos considerarían gallego antes que portugués. “Tiene una voz muy armoniosa y la sabe utilizar muy bien. Pero está siendo demasiado sumiso”, pensó Marina. “No me creo ni una palabra de lo que está diciendo; pero es justo lo que Julia quiere oír”.
En efecto, su jefa parecía estar encantada con las palabras del investigador, tanto por lo que decía como por la forma en que lo decía. Su voz era profunda como la de un barítono y sus palabras sonaban sinceras.
—Además, comprendo que ya abuso demasiado de su cortesía al asignarme a una persona tan preparada y trataré de no defraudar su confianza y hospitalidad. Le garantizo que no le causaré problemas.
—Muy bien, señor de Castro. Es justo lo que esperamos. Por otra parte, la solicitud del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de Portugal hace especial mención a todo ello y a que la investigación será exclusivamente sobre los documentos relacionados con la figura de nuestra patrona.
—Esa es la razón de mi visita.
Marina entendió que no era necesario insistir más sobre los límites del trabajo del historiador y cambió de conversación.
—¿Tiene ya una metodología de trabajo definida?
—Aún no, señorita Vázquez. Mi intención era discutirla y consensuarla con la persona que colaborase con el proyecto, en este caso con usted.
—De acuerdo por mi parte. ¿Necesita recursos técnicos?
—Dispongo de un pequeño portátil. Me vendría bien un espacio discreto con un ordenador, impresora y acceso a Wi-Fi, donde poder trabajar, recopilar información y estudiar sin demasiadas interrupciones.
—¿Cómo está la Casa Molino de disponibilidad? — inquirió Julia—. Es tranquilo, está retirado y dispone de Wi-Fi.
—Es una buena idea, Julia — confirmó Marina—. Está suficientemente apartado como para garantizar la tranquilidad de sus estudios.
—¿Podías comprobar si hay algún despacho libre?
—Hay dos despachos libres. Los equipos funcionan correctamente y podría usar una de las salas de reuniones pequeñas cuando fuese necesario.
—De acuerdo entonces. ¿Qué le parece si echa un vistazo al lugar y nos dice su opinión?
—Ningún inconveniente por mi parte. ¿Cuándo lo vemos?
—Ahora mismo. — dijo Julia incorporándose—. No está lejos y se puede ir andando. Para cuando vuelva ya estarán preparados los protocolos que deberá firmar para iniciar formalmente sus investigaciones. De paso le presentaré a la Concejala de Cultura y a nuestra Alcaldesa.
Jorge y Marina se levantaron a la vez y se despidieron de Julia con un leve gesto con la mano. Una vez en el pasillo y bajo la indisimulada mirada de Tina y Blanca, se dirigieron hacia el ascensor. Jorge abrió la puerta y esperó a que Marina hubiese entrado para dejar que se cerrara tras él.
“¿Cortesía real o fingida?”, se preguntó Marina. “No tardaremos en saber lo auténtico que es”
—Jorge, a mí me puedes llamar Marina y de tú. El usted me resulta demasiado formal.
—Muchas gracias, Marina. Obviamente me conformo con que me llames Jorge. La verdad es que lo de señor de Castro hace mucho tiempo que no lo oía.
El ascensor se detuvo en la planta baja. Marina empujó la puerta y salió mientras pensaba: “Quizá debería cederle el paso, para corresponder, pero vamos, que me da igual que sea una celebridad o no”
En el vestíbulo de la casa consistorial se cruzaron con las miradas de curiosidad de los presentes, ante el indiferente gesto de Jorge y la expresión de por-qué-no-te-metes-en-tus-asuntos que se podía leer en los ojos de Marina.
—A la derecha, Jorge. Tenemos que cruzar el arco y bajar hasta el río.
—¿Es un auténtico molino de agua?
—Lo fue hasta no hace mucho. La maquinaria todavía se exhibe como pequeño museo de lo que se podía conseguir aprovechando la energía limpia.
—He visto muchos en ruinas, pero nunca uno funcionando.
—A veces lo ponemos en marcha para demostraciones a incrédulos y ecologistas de salón.
—Parece que no le gusta la ecología… ¿o sólo los ecologistas?
—Me gusta la ecología y los ecólogos, en efecto, pero no los ecologistas de frases hechas y caros zapatos de piel. Se quejan de la energía nuclear y luego reclaman en los hoteles porque el aire acondicionado no está a su gusto.
—Supongo que es falta de coherencia.
—Y afán de protagonismo a partes iguales.
—A mí tampoco me gustan. Hay pocos ecólogos, en efecto, y demasiados ecologistas. La mayoría de los que conozco reciben subvenciones por vender humo. Utilizan coches de combustión de más potencia de la necesaria y no cuestionan los problemas que la actividad humana genera para el resto de seres vivos, incluidos los propios humanos. Ya estamos en el río ¿seguimos su curso?
—Así es. La Casa Molino es ese edificio grande del fondo.
Marina se confesó gratamente sorprendida por la argumentación de Jorge. Estaba segura de que lo decía de buena fe y compartía totalmente su punto de vista. Durante sus estudios en Salamanca conoció a detractores de “la fiesta” que practicaban la caza. El peregrino argumento con el que pretendían justificar su postura era que las perdices, liebres y conejos que mataban eran libres y el toro de lidia se criaba con el único fin de morir en las plazas. Como todos los “istas”, su verdad es la que prevalece y el resto, simplemente, están equivocados.
—Se ha quedado muy callada, Marina.
—De tú, Jorge, por favor. O tendré que llamarte Sr. de Castro. Elige…
—No, no, está bien. Te decía que te habías quedado muy callada.
—Pensaba en lo hipócritas que nos vuelve aferrarnos a una idea, aunque esté en conflicto con todas las demás.
—Cuanto más conflicto, mejor. Y más hipócritas. Hay un francés que dijo que la hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud.
—¿Françoise de la Rochefoucauld?
—En efecto — confirmó un sorprendido Jorge.
—Aunque Margarita Yourcenar decía que se exagera con la hipocresía de los hombres. La mayoría piensan demasiado poco como para que puedan pensar con doblez.
—¿Te gusta Marguerite Yourcenar?
—Me gusta cualquier mujer que con 12 años hable latín y griego y que haya sido capaz de escribir cosas como Memorias de Adriano. Además fue la primera mujer en ser elegida miembro de número de la Academia Francesa.
—Atacaba a los hombres porque era lesbiana.
—No es imprescindible ser lesbiana para constatar que la mayoría de los hombres piensan muy poco.
—¿Qué es lo último que has leído?
—Diez mujeres, de Marcela Serrano.
—¿Te podrían considerar feminista?
—Algunas mentes cortas, quizás. Personalmente pienso que machismo y feminismo son el mismo error, las dos caras de la misma falsa moneda.
Ya se encontraban a la vista de la Casa Molino. El caserón de dos plantas disponía de dos pequeños puentes de acceso a cada una de sus puertas, ya que estaba construido sobre el río Tormes. Marina tenía su propia llave, pero antes de que pudiera utilizarla el encargado del mantenimiento del centro, Manuel, les abrió la puerta.
—Buenas días, Marina y compañía. ¿Algo ha ido mal?
—No, Manuel. Todo está en orden. Te presento a Jorge de Castro y Guimarães, historiador y hagiógrafo portugués, que viene a estudiar a nuestra patrona.
—Encantado Manuel — dijo el aludido estrechando con fuerza la mano del encargado—. Puedes llamarme Jorge,
—Lo mismo digo. Yo soy Manuel, pero todos me dicen Manu.
—Manu es el responsable de que todas las infraestructuras funciones, agua, luz, calefacción, lo que sea.
—Cortinas, persianas, puertas y ventanas. — añadió el aludido con orgullo—. Alguna teja tengo también cambiada.
—Le voy a instalar en uno de los despachos de arriba ¿Cuál te parece más adecuado?
—El tres. Aquí tienes la llave… y otra del centro. Por las tardes habrá algún cursillo de formación, pero no le molestarán.
—Muchas gracias, Manu.
—Cualquier cosa, ya sabes.
Los dos hombres se dieron la mano de nuevo y Manu se alejó indolente, río arriba, en dirección a la Casa Concejo.
Marina no pudo evitar pensar fugazmente que dentro de un instante estaría a solas con uno de los hombres más atractivos que había conocido y del que no sabía absolutamente nada. No sentía temor, pero sí cierta expectación sobre los acontecimientos que estaban por suceder. “Vamos, Marina”, se dijo, “haz tu trabajo y punto”.
—Prueba tu llave — dijo guardando la suya—. Si no funciona bien, es mejor comprobarlo ahora.
—Buena idea — Concedió Jorge, estudiando la cerradura y sus dos llaves.
Eligió la que parecía más adecuada a la puerta exterior y la introdujo con delicadeza. Giró la llave dos veces y la puerta se abrió. Finalmente se hizo a un lado e invitó a Marina a entrar con un gesto.
—Después de ti, Marina.
El interior estaba en penumbra por lo que lo primero que hizo la aludida fue encender las luces generales, a la derecha de la entrada principal.
En la planta baja la maquinaria dormida del viejo molino parecía aguardar una mano que conectase sus engranajes a la fuerza de la corriente de agua para iniciar su marcha, una vez más. Una sala de exposiciones y las Oficinas Punto de Información Juvenil completaban la dotación. Escaleras arriba estaban los despachos y salas multimedia. Jorge se dirigió hacia la planta superior y no tardó en localizar el espacio que le habían asignado. Un gran ventanal orientado al río, los altos techos con sus vigas y traviesas de madera, así como los puntos de luz y las salidas de aire acondicionado le parecieron adecuados.
—Marina, ¿puedes subir un momento?
—Voy
“Bueno, Marina, a ver que querrá este ahora” se dijo mientras subía las escaleras.
Se dirigió al despacho 3 y empujó la puerta. Jorge estaba sentado con el ordenador encendido y al parecer tenía algún tipo de dificultad. Marina rodeó la mesa y se puso a su lado, casi rozándose.
—No conozco la clave de acceso. Está protegido por contraseña — se excusó Jorge.
—Se me olvidó por completo. Estos ordenadores son de uso oficial y es necesario crear un perfil con contraseña para cada usuario.
Marina tomó el ratón que Jorge sujetaba con su mano derecha y sintió el tacto de su piel. Activó la creación de “nuevo usuario” y escribió JORGE_DE_CASTRO. Seguidamente definió los accesos permitidos para el nuevo perfil, limitando la ruta de ficheros a la biblioteca virtual a los documentos relacionados con Santa Teresa de Jesús. Por último, cedió el teclado al inmóvil Jorge.
—Escribe la contraseña que prefieras. Se supone que sólo la puedes conocer tú.
Jorge recuperó el ratón, con un leve contacto en la mano que se retiraba, y lo dirigió hacia la zona de la pantalla reservada a la “Contraseña”.
—Si vamos a trabajar en equipo tú la debes conocer también. Será “Mar1na”.
—Creo que la recordaré — dijo sonriendo — ¿Probamos la impresora?
—Tiene papel y he podido imprimir la página de prueba. Los cartuchos de tinta están en orden, aunque sólo utilizaré el negro.
Marina se incorporó y verificó el armario de consumibles para cerciorarse de que quedaban papel y cartuchos.
—Bueno. Si todo está bien volvamos con Julia. Ya tendrá listo el protocolo de confidencialidad y te presentará a la Concejala de Cultura y a la Alcaldesa.
Jorge apagó el equipo y la impresora, entornó las contraventanas de madera y accionó el interruptor de las luces, dejando el despacho a oscuras antes de seguir a Marina y cerrar la puerta con su llave.
—Por mi está bien. Vamos a comunicar la buena nueva.
Se dirigieron hacia las escaleras y descendieron en silencio. Marina indicó con un gesto la situación de los interruptores generales y volvió a dejar el local en penumbra. Jorge se acercó a ella por detrás.
—Gracias, Marina. El lugar es excelente — dijo en un suave susurro.
Abrió la puerta invitando a salir a su asesora mientras colocaba de nuevo la llave en la cerradura. Una vez que hubieron cruzado el pequeño puente giraron a su derecha para regresar al ayuntamiento a través de la calle del Alcázar.
Caminaban en silencio, completamente absortos en sus propios pensamientos. Marina reconoció que sus prevenciones previas no tenían fundamento y que el comportamiento del investigador no podía ser más correcto. Por su parte Jorge consideraba que quizá habría puesto a Marina en un aprieto al pedir que subiera al despacho sin explicar el motivo. Ambos reconocían sus correspondientes valías y una pequeña luz de admiración mutua empezó a tomar fuerza en su interior.
Cruzaron el arco que daba nombre a la calle y giraron a la izquierda para acceder a la casa consistorial.
Tina y Blanca estaban al acecho, sin duda, porque surgieron de la nada y se colocaron a ambos lados de la pareja.
—Todo vuestro — dijo Marina—. Ahora debo ir al archivo para comprobar que las bases de datos documentales están en orden y en línea. Julia y Pilar le están esperando.
—¿Podemos almorzar? — sugirió Jorge mientras Marina se alejaba—. Tenemos que coordinar la metodología.
—Soy tu colaboradora de 9 a 2 y de 3 a 6. El resto de mi tiempo me pertenece sólo a mí. Estaré en el archivo municipal. Si terminas antes ven a verme. Si acabo yo antes, te iré a buscar.
“¡Vaya corte que le ha dado!”, pensaron Tina y Blanca a la vez. En efecto, la heladora respuesta hubiera sido suficiente para desmoralizar a cualquiera, pero no a Jorge de Castro.
—Está bien — concedió—. Nada de trabajo. Solo almorzar. Prometo no mencionar nada relacionado con la investigación entre las dos y las tres. Pero permíteme que te invite como prueba de mi gratitud. Es una prerrogativa del visitante.
—Bueno, bueno, no vayamos a tener un incidente diplomático. Luego hablamos.
“Este no admite un no por respuesta” pensó Marina complacida.
Tras el mostrador de atención al público, Quique y Jaime tampoco se habían perdido detalle. Jaime siguió con la mirada a Marina y al investigador mientras se dirigía al ascensor flanqueado por sus hadas madrinas.
—Ya te dije que por bueno que estuviese el vecino no tenía nada que hacer con Marina — dijo a Quique con un guiño malicioso—. Me da que no le van mucho los tíos.
—Al menos los mediocres como tú y como yo — repuso Quique molesto—. A ver cuando te olvidas de que Marina es de las pocas que se te resisten y dejas de decir tonterías.
—¿Tonterías? ¿Tú la has visto con algún tío últimamente?
—No; pero tampoco me parece que sea de mi incumbencia ni de la tuya.
—A ti lo que te pasa es que Marina te tiene fascinado.
—No tanto como a ti, por lo que veo.
Una mujer, con un padrón municipal en la mano, reclamó la atención de Jaime poniendo fin a la discusión.