Capítulo X
A la mañana siguiente Marina se despertó sin miedos ni obsesiones. Había pasado su primera noche con Jorge en la misma habitación en la que no se atrevía a entrar desde el trágico accidente de sus padres.
Había sido despertada con un regalo especial, un ordenador portátil de última generación, seis años atrás. El mismo equipo que acababa de ceder a Jorge para que pudiera continuar investigando.
Fue la última vez que los vio con vida. Al sábado siguiente recibió una llamada desde el cuartel de la Guardia Civil de Peñaranda de Bracamonte. Un camión se había quedado sin frenos y había arrollado a un pequeño turismo, cuyos ocupantes fallecieron en el acto. El coche era el de sus padres y todo parecía indicar que se trataba de ellos, en efecto. Le agradecerían que pudiera pasarse a identificar los cadáveres para que el juez autorizase su traslado a la villa de Alba.
Se incorporó lentamente y comprobó que no sentía ningún recelo ni aprensión. Jorge la observaba en silencio recorriendo su figura con sus ojos negros, sonriendo como sólo él sabía hacerlo.
—¿Todo está en orden? — se limitó a preguntar.
—Ahora sí. Los fantasmas se han ido, gracias a ti.
—El paso lo diste tú. Nunca hubiera intentado retenerte. Has sido tú quien que ha expulsado a las sombras.
—Ahora sí que me iré y te dejaré trabajar. Me pido primera para la ducha. El termo es eléctrico, de modo que no dejes correr el agua caliente sin necesidad.
—Sí — confirmó Jorge—. No tienen la misma capacidad de calentamiento que las calderas de gas. Lo tendré en cuenta.
Marina procuró a su vez no hacer un uso innecesario del agua del termo y cerró la ducha mientras se enjabonaba la piel y los cabellos.
Siete minutos después emergía radiante del sencillo cuarto de baño.
—Su turno, caballero — invitó.
Mientras Jorge se acostumbraba al cuarto de baño y trataba de aprovechar al máximo cada gota de agua, Marina preparó sus deliciosas tostadas con aceite. En un bol trituró tomate con sal para poder esparcirlo sobre las crujientes rebanadas.
Cuando terminaron el desayuno besó a Jorge y se dirigió a la cochera. Los aperos de labranza más variados colgaban o estaban apoyados en las paredes. Hoces, bieldos, trillos y horcas aguardaban pacientemente a unas manos que ya nunca sacarían rendimiento de sus distintas capacidades. Al fondo un tractor Ebro con dos remolques y maquinaria adaptable, rejas de arado y diversos accesorios para el barbecho y la siembra.
—No me había dado cuenta anoche de los que guardas aquí — admitió Jorge.
—Anoche ni siquiera encendí la luz. Estaba demasiado asustada. Ahora quédate en la casa. Voy a abrir las puertas y sacar el coche. Cuando las haya cerrado, asegúralas por dentro.
—Muy bien. No te preocupes por mí. Estaré bien.
—Ya lo sé. Vendré mañana por la tarde para cotejar lo que tenemos…
Después de un fugaz beso acompañado de un breve “hasta mañana” Marina se volvió a su casa en El Mirador. Estaba segura de que no disponían de mucho tiempo y esperaba que Jorge supiera sacar partido de la ingente cantidad de material que tenía en su poder.
Recordó la promesa que Gregorio le había hecho de actualizar su antiguo teléfono móvil y buscó entre los programas de mensajería instantánea buscando su número. Gregorio no figuraba como contacto en ninguna de las aplicaciones de comunicación ni en las de llamadas gratuitas de mayor difusión.
Como Jorge estaría investigando se dijo que ella tendría que hacer lo mismo “Todo suma”, se dijo “aunque sólo sea para mi propia formación y conocimiento”.
Pensó que debería centrarse en don Pero Niño y su esposa Beatriz, la última señora de Alva de la estirpe de los Castro. Buscó en el Índice del libro prestado por Gregorio y se encontró de repente con un documento de 1393. Se trataba del testamento del arcipreste de Alva, Juan Martínez. Leyó el documento más por curiosidad que por convencimiento.
“In Dei nomine. Amén
Sepan cuantos esta carta de este testamento vieren, cómo yo, Juan Martínez, estando en mi seso y entendimiento cumplido, tal cual Dios me lo quiso dar, salvo esta dolencia que agora tengo, temiéndome de la muerte de la cual ningún ome ni muger no puede escapar, fago e ordeno este testamento a servicio de Dios padre e de la Virgen Santa María, su madre.”
El documento disponía cómo y dónde debería ser enterrado, las misas que deberían dedicarle y el reparto de sus tierras, bienes y posesiones.
Llamó su atención la referencia del cofre sellado que había recibido para su custodia de don Juan de Borgoña y Castro, duque de Valencia de Campos y esposo de doña Constanza, señora de Alva. Dicho cofre debería ser custodiado por el nuevo arcipreste hasta la mayoría de edad de doña Beatriz, hija de los citados don Juan y doña Constanza, que en poco tiempo heredaría el señorío de la ciudad.
Una llamada por videoconferencia la retiró momentáneamente de sus especulaciones. Se sorprendió al ver en la pantalla al profesor de Historia Medieval, Gregorio Estremera, en lo que parecía ser una de las tiendas de telefonía móvil más importante de Salamanca.
—¡Gregorio, qué alegría! ¿Te has hecho con un nuevo aparato?
—Pues si — repuso titubeando el profesor—. Ya tengo acceso a Internet, cámara frontal y trasera, y por supuesto, todas las aplicaciones que permiten hablar y enviar mensajes gratuitamente.
—¡Qué milagro!
—Te lo había prometido — admitió el profesor.
—También me había prometido llevarme a cenar… y se le olvidó — añadió Abril apareciendo en pantalla—. Menos mal que llegué a tiempo para recordárselo.
Abril seguía vistiendo su espectacular vestido de fiesta y resultaba obvio que no había dormido en su casa. Marina sonrió con malicia antes de contestar.
—Ya veo que la cena fue todo un éxito. Mi enhorabuena.
Gregorio se dio cuenta de la ironía.
—Bueno. Supongo que al igual que tú, yo tampoco era consciente de mis sentimientos.
—Me gustaría comentaros algo, pero no por teléfono.
—Estamos de vacaciones los dos ¿Qué tal si nos invitas a comer?
—Me parece una estupenda idea. ¿Os espero sobre la una?
—Llegaremos mucho antes. Ya salimos.
—Hasta ahora. Buen viaje.
—Conduce Abril, así que seguro que tendremos buen viaje.
“Mi admirado profesor por fin reconoce que se ha enamorado”, se alegró “Ahora, con Abril Maldonado en el equipo, será muy difícil que se nos escape algo”
Comprobó con estupor que no tenía una comida decente para agasajar a sus invitados y se acordó de los recursos de Gregorio en situaciones parecidas. Llamó al Hostal América, situado a la entrada del puente, y encargó comida para tres en la que incluyeron entrantes ibéricos, lentejas de la Armuña, carne de Morucha y natillas.
Veinte minutos más tarde recibió un mensaje de Gregorio para que confirmase su domicilio y el modo más directo de acceder a su vivienda. Accionó su propio teléfono para obtener la localización de su casa y la compartió con sus visitantes.
“Ahora dame vuestra posición”, escribió en el mensaje “y podré orientaros con más seguridad”.
Gregorio estaba encantado con su nuevo juguete, con su nueva situación y con su nueva compañera. Envió lo solicitado por su alumna y fue transmitiendo a la conductora las instrucciones que recibía. Dos minutos más tarde se detenía el flamante coche de Abril Maldonado ante el garaje de Marina.
Su anfitriona estaba esperando en la puerta de casa y los abrazó con una enorme alegría, remarcando lo elegante que estaba Abril y el contraste con la bohemia apariencia de Gregorio. Después los invitó a pasar.
—La casa es de dos plantas. Yo duermo arriba, así que podéis utilizar la de invitados en la planta baja — dijo dando por sentado que se quedaban a dormir—. Por lo demás tengo algo de ropa mía más cómoda para Abril y algo de ropa de mi padre para ti.
—Nos iremos a la tarde — protestó Gregorio algo confuso.
—De eso nada — aclaró Abril—. Yo no me muevo de aquí hasta que se resuelva el misterio del certificado matrimonial de don Pedro y Doña Inés. ¿Dónde está el detective?
—En la granja — confesó la interpelada—. Le he dejado estudiando los apuntes que tomamos y los DVD que nos dejaste.
—¿Podemos hablar con él?
—Tiene apagado el móvil desde ayer. En principio hemos quedado en que cotejaríamos mañana lo que tengamos. Yo también estoy investigando lo que puedo y creo haber dado con algo.
Ante las caras de creciente interés de sus invitados les refirió la terrible aventura vivida por Jorge y cómo, según su relato, consiguió escapar de la muerte en el último segundo. Las peripecias que había pasado hasta esconderse en la universidad, la identidad real del cadáver y la revelación por parte de su protegido de que algunas familias castellanas también sufrieron persecución a causa de la ira del vengativo rey don Pedro. Por último les habló del testamento del arcipreste de Alva y de las escasas referencias a doña Beatriz en los documentos oficiales de la villa que guardaba en su ordenador, ya que había entregado su propio CD a Jorge.
Cuando terminó su relato Gregorio pasó a Marina una copia del documento que había redactado indicando que iniciara la lectura en el episodio del aeropuerto. Cuando leyó los nombres de las personas involucradas palideció.
—Al senador no le va a hacer ninguna gracia la muerte de su sobrino — concluyó la joven.
—No menos que a ti y a nosotros la muerte de Jorge, supongo — admitió el profesor—. En cualquier caso tenemos un bonito lío.
—Ellos también lo tienen. Las cintas del bar son bastante elocuentes — intervino Abril—. Aunque no demuestran nada hay indicios para sospechar, por lo que me ha contado Gregorio.
Dos timbrazos en la puerta de la casa interrumpieron momentáneamente la conversación. Uno de los camareros del cercano Hostal América les hizo entrega de la comida solicitada, despidiéndose con un “que aproveche” una vez que le hubieron pagado.
Antes de preparar la mesa la anfitriona condujo a sus visitas al dormitorio de invitados de la planta baja, les mostró la distribución y el pequeño cuarto de baño anexo y volvió con ropa suya para Abril y un par de zapatillas para cada uno. Mientras sus huéspedes se aseaban para la comida terminó de disponer la mesa. Cuando los tres estuvieron listos distribuyó el surtido de ibéricos y sirvió las lentejas de la Armuña en los platos hondos para continuar con la carne de Morucha, previamente reservada a fuego lento para mantenerla caliente. El espaldarazo de las natillas fue el delicioso colofón a la comida.
—Esto lo he aprendido de ti — dijo Marina señalando los platos vacíos—. Ahora al lavaplatos y listo.
—Muy bien. ¿organizamos un plan? — propuso Abril—. Gregorio trae libros de historiadores portugueses, tú tienes tu propio material y yo tengo acceso a todo el conocimiento de la facultad, que es como decir a la biblioteca de la universidad. Según veáis algo interesante me lo comunicáis y yo busco más referencias o confirmaciones o desmentidos en mis propios datos. Con cada información contrastada iré confeccionado un dosier para tener todo en un solo archivo ¿Os parece bien?
Gregorio se preguntaba cómo había podido estar tanto tiempo tan ciego y recordó las palabras de Abril “Tú sí que te arrepentirás algún día por ser tan testarudo…” Tuvo que admitir que tenía razón.
—Es un plan excelente — dijo finalmente.
—Pues manos a la obra. ¿Dónde está el ordenador?
De acuerdo con el método trazado por Abril, Gregorio se dedicó al estudio de un libro que tenía en su casa de la colección de los once volúmenes dedicados a Bragança que el Abad de Baçal, don Francisco Manuel Alves, había escrito a primeros del siglo XX, concretamente el titulado Memórias Arqueológico-Históricas do Distrito de Bragança.
Marina se centró en Beatriz, nieta de Ines de Castro, señora de Alva y esposa de Pero Niño. Abril, por su parte, localizaba en su impresionante bibliografía digital los datos, nombres y fechas que le facilitaban, alimentando con sus resultados un compendio de hechos y sucesos que, sin duda, tarde o temprano ayudarían a resolver el problema.
Las crónicas del buen Abad de Baçal revelaban una visita del heredero real a Bragança en 1354, así como la presencia del obispo de Guarda, don Lorenzo, en ese mismo año. A mediados del siglo XIV Bragança no era diócesis apostólica y, por lo tanto, carecía de obispo. La presencia simultánea del titular de Guarda y del Infante don Pedro en la norteña ciudad brigantina no quedaba justificada en la documentación consignada, pero resultaba muy significativa.
Marina encontró referencias a los turbulentos y apasionados amores entre doña Beatriz y don Pero Niño, así como algunas cartas y mandatos que ésta había redactado en Alva.
De esta forma descubrió que el afamado capitán de Castilla oyó hablar por primera vez de la extraordinaria belleza de Beatriz, señora de Alba, en 1409 cuando participaba en una justa en Valladolid
Le comentaron que una hermosísima doncella había elogiado fervorosamente muchas de sus acciones en el torneo y trató de localizarla, lleno de intriga.
Una vez que supo que de quién se trataba inició un cortejo a la usanza del momento, enviándola mensajes mediante intermediarios, consagrándola como su única dama en las justas y torneos sucesivos, en los que vencía siempre, y colmándola de lisonjas y halagos.
Un tiempo después consiguió convencer a personas del entorno de su dama para que trataran de influir sobre ella, aunque no obtuvo ningún éxito.
Por fin un día se vio personalmente con Beatriz y, mientras tomaba las riendas del caballo de su adorada, le transmitió sus sentimientos intentando despejar las dudas que ella pudiera albergar sobre la nobleza de sus intenciones.
Lo cierto es que, al igual que le ocurriera a su abuela Inés en presencia de don Pedro, Beatriz sintió su corazón inflamarse de amor por el Almirante de Castilla.
Este la solicitó en matrimonio y la joven se comprometió a darle una respuesta. Finalmente, por medio de su hermano, le transmitió su decisión: Si él, don Pero, estaba dispuesto a afrontar los previsibles obstáculos que pondría el regente, Fernando de Antequera, futuro Fernando I de Aragón, accedería a ser su esposa puesto que "non avía en el reyno otro cavallero a quien esta empresa perteneçiese tomar si non a él", según sus propias palabras.
Un tiempo después la pareja se casó en secreto ante unas pocas personas de confianza. Sin embargo, a la hora de intentar formalizar oficialmente el enlace, Pero Niño se topó con la oposición frontal del regente Don Fernando, quien tenía previsto concertar el casamiento de la doncella con algún poderoso noble o miembro de la realeza del momento para su propio beneficio político.
Marina no pudo evitar conmoverse por el trágico paralelismo que reflejaban las vidas de la abuela y la nieta. Atrapados por un intenso y apasionado amor cuya existencia nadie más parecía dispuesto a consentir.
Varias veces insistió el capitán para que el regente reconociera su unión a lo que el Infante siempre se negó. Temiendo sufrir algún tipo de represalias del tutor de su esposa, Pero Niño pasó medio año en guardia permanente. Hacia enero de 1410 Fernando de Antequera interrogó por separado a los dos pretendientes, pero se encontró con la férrea determinación de no acatar sus pretensiones, primero de él, y luego de ella.
Marina valoraba la actitud de ambos esposos como inspirada por el amor más profundo. Los dos, pero muy especialmente Beatriz, mostraron un carácter y una independencia de criterio totalmente inusual para aquellos tiempos.
Beatriz había tenido que reconocer a su tutor, el regente, que se habían casado secretamente y, bajo esta premisa, aquel llamó a declarar a Niño. Mandó a buscarle a Magaz, Palencia y el afamado capitán replicó airadamente que "el ynfante non hera su señor" y posteriormente partió hacia Palenzuela y más tarde se exilió en Bayona, Gascuña.
Mientras tanto a doña Beatriz, que se negaba obstinadamente a ceder a las imposiciones del Infante, se le prohibió salir del castillo de Urueña, cerca de Valladolid. Vivió confinada durante un año y medio hasta que, finalmente, el regente, seguramente convencido de que políticamente no le convenía perder el servicio de un caballero tan valioso como Pero Niño, le perdonó por fin y permitió su regreso a Castilla y la celebración del matrimonio público con Beatriz, que finalmente tuvo lugar en la villa de Cigales, también próxima a Valladolid.
Marina pidió a la bibliotecaria que buscase información sobre doña Beatriz y Abril localizó un curioso texto, fechado en 1409, el mismo año en que la señora de Alva y Pero Niño se conocieron.
“Al concejo de Alva de Tormes, de mí doña Beatriz, fija de mi señor el infante don Juan de Portugal, señora de Alva de Tormes.
Vide quanto me fezireon entender que Sancho Gonzáles, morador en Alfaraz de dos años a esta parte; e que agora que el dicho Sancho Gonzáles mora en la dicha mi villa como nuevo arcipreste por quanto pediome por merced que le mandase guardar las franquezas que en mi nombre havía; e, porque la dicha franqueza me pertenece, tóvelo por bien.
Infanzones, escuderos y lacayos de la dicha mi villa tienen orden, según mi merçet, de que mando que sean guardadas e se guardan en el Alcázar, segunt que más conplidamente se contiene en una mi carta que yo en esta razón mandé dar, que está por Andrés Fernández, notario público del conçejo de la dicha mi villa, asegurada.
Gobierno las tierras y lugares de la villa de Alva de Tormes por la voluntad de mi señor, don Juan de Portugal y por mis mercedes sepan que mando al conçeio e alcalles e omes bonos regidores de la dicha mi villa de Alva e de su tierra que las amparen e defiendan con esta merçet que le yo fago.
Ordeno que se cumpla esta mi orden e non consientan quebanárgela en alguna manera, so pena de la mi merçet.
Nueve días de junio, año del nacimiento de nuestro señor Ihesuchristo de mill e quatroçientos e nueve años. Doña Beatriz.”
Estudió el texto dos veces antes de repetirlo en voz alta a sus compañeros. Cuando terminó de leer el breve documento, los tres quedaron en silencio. ¿Qué podría ser lo que el arciprestazgo de Alva custodiaba para doña Beatriz por expreso deseo de su padre?
* * *
El presidente de la Comisión Senatorial para Asuntos Medievales, Carlos de Izal y Núñez de Guzmán, usó sus influencias para tratar de localizar a su sobrino Álvaro de Izal. Un subsecretario del Ministerio del Interior movió unos pocos hilos y le hizo llegar un informe policial, según el cual, el teléfono móvil del afectado había dejado de funcionar y de emitir señales dos días atrás a la una de la madrugada. No era posible, por tanto, que recibiese llamadas perdidas y lo normal es que figurase apagado o fuera de cobertura desde ese momento y no desde el día siguiente. Le informaban de la diferencia entre la señal que emite cada móvil, que se identifica por su número de IMEI, algo así como el DNI de cada dispositivo, y las llamadas que puede hacer o recibir la tarjeta SIM. La conclusión es que alguien habría cogido el móvil y se habría guardado la tarjeta SIM para colocarla en otro dispositivo diferente. Ante la reiteración de llamadas cuya procedencia desconocía, habría decidido retirar la tarjeta, por lo que ahora aparecía como apagado o fuera de cobertura. Para acabar de confundir las cosas, el informe concluía que el móvil de Jorge de Castro se encontraba en el mismo punto en el momento en que el dispositivo de Álvaro dejó de funcionar.
No era necesario ser un Sherlock Holmes para deducir que algo raro le había pasado a su sobrino. Y la persona que teóricamente estaba con él cuando se apagó la señal de su teléfono era Jorge de Castro. Dos y dos…
“El banquero se va a poner muy nervioso cuando lea esto”, adivinó.
En efecto, Pacheco se puso fuera de sí cuando un mensajero privado le llevó una copia del informe. Cuando se calmó un poco llamó al senador y le dedicó una serie de calificativos entre los que el término “inútil de mierda” resultaba el más suave. Siempre sin mencionar el nombre de Jorge ni del sobrino, le dio a entender lo interesante que resultaría disponer del seguimiento del móvil del investigador portugués y, de ser posible, su situación actual. Le hizo saber que no podía comprender cómo no se le había ocurrido solicitarlo él mismo y lo achacó a que los políticos sólo piensan en sus poltronas. Para alivio del senador colgó repentina y bruscamente, antes de que pudiera replicar que la actitud de los banqueros le parecía inmoral.
Volvió a tirar de los hilos anteriormente utilizados y tres horas más tarde recibía un nuevo dossier con la triangulación de los diferentes repetidores de Salamanca del teléfono celular de Jorge de Castro. Aparecía en el número 52 de la calle Compañía, en el 43 del Paseo Capuchinos, en la plazuela de Monterrey, de nuevo en el 43 del paseo Capuchinos, en la Gran Vía, en el paseo fluvial, en el inicio del puente Príncipe de Asturias a la misma hora en la que el móvil de su sobrino Álvaro dejó de emitir y en la Universidad de Salamanca. Sobre las 12 de la mañana se apagó la señal del móvil de Jorge, un minuto después de la última llamada que el banquero Pacheco había hecho a su sobrino. Una de las conclusiones era que algún estudiante habría encontrado los dos terminales, el de Jorge y el de su sobrino, y se los habría llevado a la universidad para acoplar tarjetas entre su propio teléfono y el material encontrado. Teniendo en cuenta que entre las pertenencias inventariadas al cadáver repatriado a Londres figuraba un Smartphone, las opciones eran dos: Que fuera realmente el de Jorge o que fuera el de su sobrino. La otra conclusión le hizo sudar copiosamente: Jorge habría dejado su tarjeta SIM en el teléfono de su sobrino y la habría acoplado a su propio terminal. Esto significaba dos cosas: Que estaba vivo y que tenía el teléfono de todos ellos. Y los mensajes que le habían enviado.
Esta vez no esperó a que le dijeran qué tenía que hacer. Pensando por una vez por sí mismo decidió llamar otra vez al subsecretario del Ministerio del Interior que le estaba ayudando.
—Hola, Luis. Soy yo otra vez.
—¿No te ha llegado el segundo informe?
—Sí. Por eso te llamo. Quiero que tus contactos policiales promuevan la búsqueda y captura de una persona.
—Eso lo tiene que decretar un juez. ¿Cuál sería el motivo?
—El asesinato de mi sobrino Álvaro de Izal.
—¿Quéee…? ¿Estás seguro?
—No me cabe duda… y lo peor es que le han incinerado en Londres
Un subsecretario del Ministerio del Interior es una persona racional, que sabe que su puesto depende en gran medida del éxito que el partido político al que pertenece puede obtener en los comicios electorales. Si algunos conservan el puesto, aunque sus siglas hayan fracasado en las urnas, se debe principalmente a su buen hacer. Luis pertenecía al Partido Democrático Socialista y Popular, al igual que el senador Carlos de Izal, pero confiaba en continuar en su puesto precisamente por su currículo profesional, habida cuenta de que todos los sondeos de intención de voto indicaban un enorme descalabro de su formación política.
Sopesó si estaba dispuesto a sacrificar su carrera ante lo que le parecía una nueva “cacicada” del senador y decidió hacer una prudente prospección inicial.
Llamó a un experimentado comisario, afín al partido, para ponderar sus opciones.
—Hola, campeón. ¿Sabes quién soy?
—Por supuesto — repuso su interlocutor sin mencionar ningún nombre — ¿En qué te puedo ayudar?
—Un amigo mío cree que han asesinado a un primo suyo al que se ha confundido con otra persona. El caso es que se repatriado el cadáver al extranjero y le han incinerado, siempre a nombre de otro. ¿Lo captas?
—Hasta ahora, sin problemas.
—El cree que le ha asesinado el mismo hombre con el que erróneamente se identificó el cadáver.
—¿En que se basa?
—En que sus móviles estaban en el mismo sitio sobre la hora del fallecimiento de su primo. Cree que el otro le mató y cambió las identidades o algo parecido.
—¿Qué pruebas tiene?
—Pura teoría.
—¿Y dónde está el supuesto asesino?
—No lo sabemos. Quiere que la policía le busque y le detenga.
—La policía no puede buscar al primer sospechoso que se le ocurre a alguien. Una busca y captura la tiene que decretar un juez, ya sabes.
—Eso mismo le he dicho yo.
—Pero si cree que está en lo cierto que lo denuncie en la comisaría de la zona donde cree que se ha cometido el crimen o ante un juzgado. La denuncia es la declaración que realiza una persona con el objeto de poner en conocimiento del Juez, el Ministerio Fiscal o la policía, unos hechos que considera que pueden ser considerados como transgresión de las leyes penales, como puede ser un asesinato.
—Lo que pasa es que me temo que no se querrá ver involucrado.
—La persona que interpone una denuncia no interviene personalmente como parte acusadora en el desarrollo del procedimiento penal que se pueda iniciar, en su caso, si la autoridad competente considera que los hechos puestos en su conocimiento son constitutivos de delito.
—¿Y si resulta que está equivocado?
—Es importante que le indiques que si los hechos que se informan resultan ser falsos, la persona que los ha denunciado puede incurrir en responsabilidad legal.
—Gracias. Se lo diré. Un abrazo, campeón.
—Otro para ti.
El subsecretario meditó cuidadosamente la información que había obtenido y, tras unas rápidas reflexiones, llamó al senador.
—Hola otra vez. Lo he consultado con expertos. Lo único que se puede hacer es que una persona de tu confianza ponga en conocimiento de la policía o ante un juez los hechos que consideras que son constitutivos de delito. Ojo porque si la denuncia resulta ser falsa se puede incurrir en responsabilidad penal.
—Muchas gracias. Te debo una.
—No, senador, me debes tres — contestó antes de colgar.
* * *
Mientras estudiaba las notas tomadas por Marina y él mismo, junto con el DVD de la Península de los Cinco Reinos, Jorge no dejaba de dar vueltas a la idea de que el sobrino de un senador había estado a punto de acabar con su vida y no encontraba un motivo, un móvil, que diría la policía, para semejante actitud.
Hasta ese momento había creído que los patéticos intentos por desacreditarle que había sufrido a manos de Álvaro de Izal tendrían origen en algunos nostálgicos de la aristocracia portuguesa empeñados en mantener la ilegitimidad de los descendientes de Inés de Castro, ya que no pudieron evitar que su estirpe ocupara los tronos de los principales reinos, incluido el de Portugal.
Pero Álvaro era español y sobrino de un senador, precisamente del presidente de la comisión senatorial para asuntos medievales. Algo que le sonó tan inútil y vacío de contenido como la propia institución de la Cámara Alta.
Según pudo constatar, con la llegada al trono de Pedro I de Portugal, por temor a la venganza del nuevo rey, los tres nobles que participaron en el execrable asesinato de doña Inés se refugiaron en Castilla. Sin embargo, el rey castellano negoció la extradición de los presuntos asesinos con su homónimo portugués.
En 1360, Pedro I de Castilla y su tío, Pedro I de Portugal, llegaron a un acuerdo para el intercambio de ciertos nobles castellanos refugiados en Portugal y de algunos fugitivos nobles portugueses amparados por Castilla.
Pedro Coelho y Álvaro Gonçalves fueron entregados y sufrieron tortura en Santarém, mientras que Diego López Pacheco pudo huir a Aviñón y escapar al cruel destino de sus compañeros de conjura, que culminó con el asesinato de doña Inés.
Al mismo tiempo Pedro I de Castilla recibió y ordeno matar a los nobles castellanos Pedro Núñez de Guzmán, Mendo Rodríguez Tenorio, Fernando Gudiel Toledo y Fernando Sánchez Caldera.
Las crónicas castellanas perdían la pista de Diego López Pacheco en Aviñón, de donde no había constancia de su retorno. Sí citaban que una vez refugiado en Castilla llegó a ser ricohombre y notario mayor del rey castellano Enrique II y recibió en 1375 el señorío de Béjar. En 1389 consiguió de Juan I de Castilla la legitimación de su hijo bastardo Juan Fernández Pacheco junto con el señorío de Belmonte y la fundación de un mayorazgo en su favor.
Las crónicas portuguesas, no obstante, informaban de que durante el reinado del primogénito de don Pedro, Fernando I de Portugal, cuyo derecho dinástico pretendía proteger con el asesinato de su madrastra, Diego López Pacheco había regresado a Portugal para desempeñar algunas funciones diplomáticas.
Tras manifestarse en contra del matrimonio del monarca portugués con D. Leonor Teles, y por temor a las represalias que la futura reina pudiera emprender, regresó de nuevo al exilio, al servicio de Enrique II de Castilla, traicionando a su país al participar activamente en el sitio de Lisboa, cuya capitulación parecía inminente.
No obstante, el Papa envió a Iberia, para negociar la paz entre Portugal y Castilla, al cardenal Guido de Bolonia, quien consiguió poner fin a la contienda.
Traidor a su señor natural, a su patria y a su rey, Diego López Pacheco parecería poseer una especie de secreto salvoconducto que le permitía ganar la voluntad de los monarcas a los que utilizaba a su antojo.
El 19 de marzo 1373 se firmó en Santarém un tratado de paz muy ventajoso para Castilla. El rey de Portugal se comprometió a anular todas las disposiciones que había acordado con Inglaterra a través del duque de Lancaster.
Inexplicablemente perdonado y reintegrado en la posesión de sus bienes por D. Fernando I, a pesar de haber tomado las armas contra el país, Diego López Pacheco también se benefició de algunas cláusulas del citado tratado de Santarém.
Pasó de nuevo a Castilla y, como cualquier agente doble contemporáneo, regresó a Portugal en 1384 para apoyar al Maestro de Avis contra las pretensiones de los hijos de Inés de Castro, don Juan y don Dionisio, que se postularon candidatos al trono luso al morir el hermanastro de ambos, Fernando I, sin descendencia masculina.
—¿Qué bula protege a López Pacheco? — se preguntó Jorge en voz alta — ¿Cómo es posible tanta impunidad en sus reiteradas traiciones?
La última referencia le situaba en 1385, ya que constaba que participó en la batalla de Aljubarrota, donde las pretensiones castellanas al trono de Portugal fueron definitivamente derrotadas.
Jorge sonrió para sus adentros al constatar los vaivenes del asesino de su regia antepasada. Y volvió a reiterarse la pregunta anterior ¿Qué secreto ostentaba Diego López Pacheco para resultar intocable a pesar de sus veleidades políticas? Sin duda algo que tanto los reyes de Portugal como los de Castilla considerarían extremadamente valioso.
Marina tampoco dejaba de dar vueltas en su cabeza lo que Jorge le había revelado el día antes. Desconocía el hecho de que algún noble castellano hubiera sufrido la ira de Pedro el Justiciero. Al menos Gregorio sólo se había referido a tres caballeros portugueses, uno de los cuales, habría podido escapar a Aviñón, en Francia.
¿De qué le sonaba Aviñón? De pronto recordó que esta ciudad del sur de Francia fue la sede del denominado Pontificado de Aviñón y por lo tanto, la residencia del Sumo Pontífice desde 1309 hasta 1377. Y desde 1378 hasta 1417 fue, junto con Roma, una de las dos sedes pontificias durante el Gran Cisma de Occidente. Ahora la incógnita era averiguar qué buscaba don Diego López Pacheco precisamente en Aviñón, entre tantos lugares en los que se podría haber refugiado.