capítulo treinta y cuatro
ESPACIO CORELLIANO, SOBRE TRALUS
Leia miró los paneles de estado mientras proporcionaban actualizaciones de la situación en Rellidir.
Los escudos del cuartel general caídos. El cuartel general destruido. Los ciudadanos de Tralus esparcidos por las calles, disparando a las fuerzas de ocupación de tierra de la AG con pistolas láser de mano y rifles láser de caza.
Las naves capitales corellianas y los cazas equipados con hipermotores salían del hiperespacio en el lado más alejado de Tralus, uniéndose a la bola de la confrontación en los cielos sobre Rellidir, cambiando sus números incluso mientras la AG se vengaba con más y más lanzamientos de escuadrones de cazas.
Mensajes encubiertos de Han llegaban en pequeños estallido de paquetes de datos. Llegaban desde el cuaderno de datos de él a través de un sofisticado comunicador unido a la parte de debajo de un droide ratón escurriéndose por ahí en algún lugar en las cercanías del puente. Esos mensajes informaban que Han estaba vivo, Jaina estaba viva, Wedge estaba vivo y la chica Antilles estaba viva.
La orden de retirada salió del Dodonna. Los escuadrones de la AG obedecieron, separándose del enemigo donde y cuando pudieron y algunos de ellos se quedaron detrás para intercambios de último minuto con los corellianos que se regocijaban malignamente.
Leia volvió a ser llamada al puente, donde se reunió con la almirante Limpan en el pasillo. Juntas vieron al complemento de cazas supervivientes del Dodonna alinearse para aterrizar en los hangares de la nave.
—Podríamos haber aguantado allí —dijo la almirante Limpan—. Al llevar más y más fuerzas a la mezcla. Y sin embargo eso habría sido contraproducente. Haría más difícil alcanzar la paz. No lo hicimos, no lo haremos… pero eso convierte esta conclusión en programada. Los hombres y mujeres que murieron, jóvenes y valientes, lo hicieron para una conclusión predestinada.
Leia asintió en silencioso acuerdo.
—No se siente como una victoria, o incluso como una pérdida. Se siente como bailar al ritmo de algún otro.
—La AG no lo está tocando —dijo Leia.
—Ni tampoco los corellianos. —La almirante se encogió de hombros—. Tal vez es una elección aleatoria. Creo en la aleatoriedad. La veo demasiado a menudo. Pero una nunca puede pensar en ella como en una amiga. Nunca tiene nuestro mejor interés de corazón. —Devolvió su atención a Leia—. El coronel Moyan dice que sus recomendaciones tácticas estuvieron muy bien razonadas y fueron muy útiles. Aunque estaba sorprendido de encontrarlas un poco conservadores, considerando su reputación.
Leia se encogió de hombros.
—Nos hacemos viejas, quizás nos volvemos más protectoras con aquellos a los que lideramos. Si soy más conservadora, ese es el porqué.
—Desde luego. ¿Volverá a Coruscant o a Corellia?
—A Corellia, por ahora. Donde puedo discutir conservadoramente en favor de la paz mientras los que hacen la guerra se pavonean por ahí, alardeando de su victoria.
—Lo prepararé para que un caza escolte su lanzadera.
Leia negó con la cabeza.
—Nadie va a disparar contra una lanzadera desarmada. Esto no es como la Guerra Yuuzhan Vong, luchada con un salvajismo ciego. Los dos lados… son nuestros.
—Por ahora. —Incluso en los rasgos de duros de la almirante, considerados inexpresivos por los estándares humanos, Leia pudo detectar pena y pesimismo—. En mi experiencia, no lleva mucho que «nosotros» se convierta en «ellos». Y entonces eso ocurre y todo salvajismo se hace posible.
—Es verdad.
La almirante devolvió su atención a los ventanales.
—Que la Fuerza le acompañe, princesa.
—Y a usted también, almirante.
En la lanzadera que volaba de vuelta hacia Corellia, Leia estaba sentada envuelta en algo parecido a la pena y durante los primeros pocos minutos de vuelo no podía entender de dónde venía y lo que significaba. Su familia había sobrevivido.
Entonces le llegó la respuesta. Su familia había sobrevivido… pero ella no, en cierto sentido. Se había convertido en algo diferente durante un tiempo. Al proteger a su marido y su hija, había mentido y engañado, ni siquiera como cualquier político debía hacerlo, sino como una manipuladora de otros sin consciencia. Cualquiera que descubriera la verdad sobre sus actividades podría utilizarlas como influencia sobre ella, debilitándola, quizás desilusionando a otros con respecto a ella.
Intentó pensar en lo que no habría hecho para proteger a Han y a Jaina. Si hubiese tenido acceso a un código de autodestrucción que aniquilara a cualquier piloto que se acercara demasiado a ellos, ¿lo habría utilizado? Si hubiese sido capaz de cambiar los códigos de los transpondedores para que los amigos parecieran enemigos, causando que las fuerzas de la AG se dispararan los unos a los otros hasta hacerse desaparecer completamente del cielo, ¿habría hecho eso? ¿Habría sacrificado la paz que estaban buscando tan desesperadamente, enviaría a poblaciones enteras a la guerra unas contra otras para mantener a salvo a sus seres queridos?
No lo sabía, porque la respuesta estaba mezclada dentro de ella y no era exactamente la misma persona que había sido media hora antes. Pero había suficientes sí en eso para preocuparle, causando que imaginara en lo que se convertiría si todas sus respuestas fueran afirmativas.
Eso era lo que significaba el apego, decidió ella, la clase de apego que los Jedi habían trabajado para evitar tradicionalmente.
Era sacrificar vidas que no eran suyas para preservar su propia felicidad.
En el futuro, entregaría gustosa su vida para preservar la de Han, o la de sus hijos, o la de Luke y su familia… pero no entregaría una vida que no tenía el derecho a sacrificar.
No podía mantener a Han con vida para siempre, ni tampoco a sí misma. Algún día él moriría, o lo haría ella. Eso era la vida.
Haría todo lo que pudiera para evitar que ocurriera… cualquier cosa carente de maldad.
Tomar esta decisión fue como hundir una hoja de transpariacero en su corazón, rompiéndola de manera que la punta quedase dentro de ella.
Pero era la elección correcta.
Cuando el piloto finalmente anunció «Entrando en la atmósfera de Corellia» por los altavoces de la lanzadera, Leia estaba en paz. No estaba contenta, casi podía sentir la sangre de su corazón goteando de ella en cualquier sitio al que caminaba, formando charcos bajo ella en cualquier lugar en que se sentaba, pero estaba serena.
SISTEMA ESTELAR MZX32905, CERCA DE BIMMIEL
—¿Le darás los ritos apropiados? —preguntó Jacen.
Lumiya asintió.
—Era una guerrera noble. La trataré como tal.
Estaban en pie juntos en la gran escotilla adyacente al hangar donde esperaba la lanzadera de Jacen. El tubo de abordaje estaba presurizado y unido al lado de la lanzadera. Ben, inconsciente, estaba a bordo, con el cinturón abrochado en un asiento con su sable láser de nuevo colgado de su cinturón.
—Sé que esto fue doloroso —dijo Lumiya—. Pero ya has sido fortalecido por ello.
Jacen, dolorido, la miró.
—Las palabras, Lumiya. Él se fortalecerá a sí mismo a través del dolor. Ellas no disminuyen la tragedia de lo que acaba de ocurrir, para nada.
—No es un cliché, Jacen. Es un componente necesario de la asunción ética de nuestros poderes. —Ella hizo un gesto más allá de la lanzadera y las puertas del hangar, hacia las estrellas que no se veían—. Los Jedi encuentran su equilibrio a través del abandono del apego. Los Sith celebramos el apego… pero encontramos nuestro equilibrio en el sacrificio deliberado y agonizante de algunas de las cosas que más amamos. Sólo por esos medios podemos retener la apreciación por la pérdida, el dolor, la mortalidad… esas cosas que la gente ordinaria experimenta.
Jacen lo consideró. Sus palabras tenían sentidos. Tal filosofía le permitiría a los Sith retener su pasión… pero el dolor mantendría a esas pasiones bajo control. Los Sith como Palpatine no habían seguido este principio, habían seguido las filosofías de ganar sin perder y su avaricia les había condenado a ellos y a todos a su alrededor.
Incluyendo al abuelo de Jacen, Darth Vader.
—Serás el hombre que tu abuelo no pudo ser —dijo Lumiya—. Vete a casa, haz lo que puedas para detener la guerra y encuentra tiempo para estudiar. Eventualmente necesitarás encontrarte un aprendiz. Ben puede ser digno, pero creo que ya está demasiado iniciado en los caminos de los Jedi de suavidad y serenidad, así que mira en otro lugar, al igual que hacia él.
Necesitarás entrenar para abrir tu mente a facetas de la Fuerza que has sido instruido para ignorar o despreciar. Y tu mayor logro de conocimiento llegará al mismo tiempo que tu mayor acto de sacrificio, cuando abandones algo que te es tan querido como tu vida… haciendo tu amor inmortal a través del sacrificio.
—Ya lo veremos —dijo.
—Vuelve y te ayudaré a ver.
Ella se quedó en pie mirando a través de la pared de transpariacero de la escotilla mientras él subía a bordo, sellaba su lanzadera y soltaba el tubo de abordaje. La lanzadera se elevó sobre sus repulsores, se volvió suavemente hacia las puertas abiertas y partió.
Cansada, exhausta, alegre, Lumiya volvió hacia el salón en la parte alta de su hábitat. Se tendió allí en un sillón y miró a través del transpariacero arañado de la cúpula hacia las estrellas.
—He ganado —dijo.
Jacen, vestido de negro, con una empuñadura de sable láser dorada y negra en su cinturón y las pupilas de sus ojos de un naranja dorado, salió de un rincón sombrío y se volvió para enfrentarse a ella. Su boca no se movió, pero sus palabras llegaron hasta la mente de Lumiya: Y así que debo irme.
Convertirme en nada.
—Tú siempre fuiste nada. Eres una proyección: energía del lado oscuro de las cavernas, formada por mi imaginación y la forma de Jacen Solo. Pero volverás. Poco a poco, Jacen Solo se convertirá en ti.
Y al fin tendré un nombre. Un nombre Sith.
—Sí.
El fantasma Sith se movió hacia delante para estar en pie junto a ella. Él descubrirá que el ataque a la Estación Toryaz lo hiciste tú. Que esos buenos hombres fueron arruinados por los fantasmas de tu mente, fantasmas tomando las formas de aquellos que amaban. Que esta guerra que está por venir podría haberse evitado de no ser por tu interferencia.
—Sí, algún día, quizás. Mientras tanto, su furia, la furia de su familia, será dirigida contra Thrackan Sal-Solo, a quien se le puede culpar más que a mí por ese ataque, dado que él hizo lo que hizo por autointerés. Y para cuando Jacen descubra toda la verdad, entenderá lo importante que es él, cómo no podía llegar a ser sin esos eventos que ocurren y me perdonará.
Siento sus emociones. Te odiará por estos eventos.
—Pero también me querrá por ellos.
Sí.
Lumiya sonrió.
—Entonces conozco el equilibrio. El equilibrio de los Sith.
El falso Jacen asintió y entonces despacio, y sin evidente angustia, se desvaneció en la nada.
Con ojos legañosos, frotándose suavemente su estómago, Ben se movió hasta la cabina de la lanzadera y se dejó caer en el asiento del copiloto.
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Horas —dijo Jacen.
—¿Dónde está Nelani?
Jacen hizo una pausa, buscando las palabras correctas. Pero las suaves, a largo plazo, harían más daño que las frías, cortas y verdaderas.
—Ben, está muerta.
Ben se sentó recto. La expresión que volvió hacia Jacen era dolorida, incrédula.
—¿Cómo? ¿El Sith?
—Sí y no. —Jacen consideró su respuesta, consideró la mezcla de verdad y mentiras que algún día tendría que desenmarañar—. Había una persona en las cavernas inferiores que se llamaba a sí mismo un Sith. Pero no lo era. Sólo era un usuario del lado oscuro de la Fuerza que aprendió a utilizar los poderes imbuidos en el lugar. Ellos le hicieron muy fuerte… pero sólo allí, en ese asteroide. Envió ilusiones mortales contra nosotros.
—Lo recuerdo. Luché con mamá. Me dio una patada que me sacó el relleno.
—Justo como haría en la vida real. Nelani luchó contra los fantasmas de su propia incapacidad, fantasmas con los que pensé que le había ayudado a tratar cuando sólo era una aprendiz y era demasiado débil para ellos. Ellos la mataron.
—Oh… Engendro de Sith —se desplomó Ben—. ¿Qué pasa con… con… Bisha? ¿Birsha?
El chico parecía confuso.
—Brisha —ofreció Jacen.
Sabía muy bien porqué Ben parecía confundido, porqué titubeaba con el nombre de Brisha. Jacen había interferido con la memoria de Ben mientras el chico dormía, emborronando los recuerdos de Ben de la mujer que conocía como Brisha casi tan artísticamente como un pintor podía restaurar un retrato clásico.
Indudablemente Ben estaba confuso por su repentina inhabilidad para recordar sus rasgos. Jacen lo atribuiría a las muchas patadas y golpes que Ben había recibido.
—Ella también murió. Sucumbió a sus heridas. —Dejó escapar un falso suspiro—. He preparado una tremenda cantidad de explosivos para volar el asteroide.
Era verdad que cualquiera que siguiera ahora las coordenadas en la memoria de la lanzadera hasta la localización indicada del hábitat de ella sólo encontraría escombros de piedra del tamaño de guijarros. Jacen había falsificado los detalles en la memoria de la lanzadera, trazando una ruta desde Lorrd hasta un sistema estelar inhabitado diferente, otro campo de asteroides. Lumiya estaba a salvo de que la descubrieran, por ahora.
—Bien. —Ben se quedó sentado, sin hablar, durante unos cuantos minutos, tamborileando con sus dedos incansablemente en el brazo de la silla del copiloto—. No es justo. Que murieran.
—No lo es. Pero eso ocurre. Es la vida. Sólo tenemos que encontrar un modo de… volvernos más fuerte a causa de ello.
Ben asintió.
—Creo que tienes razón.
CORUSCANT
—Él existe. —Luke levantó la mirada de su terminal. En su pantalla se deslizaron informes actualizados del enfrentamiento en Tralus, pero Mara pudo sentir que la preocupación de su cara estaba causada por algo más—. Él finalmente existe, de verdad.
—Tu enemigo fantasma.
—Sí. —Luke se levantó—. Eso debe haber sido por lo que fuimos atacados anoche. El falso Jacen, el falso Ben. Ocuparon nuestras emociones tan completamente que no vimos la creación de… lo que sea que es él, quién quiera que sea él. Tal vez ocurrió cerca, o no habría habido razón para distraernos.
Él miró en todas direcciones, como si las suaves paredes de piedra del enclave interior de la habitación se volvieran transparentes y revelaran al enemigo, pero permanecieron testarudamente opacas.
—Le encontraremos —dijo Mara—. Y le venceremos. —Su atención volvió a su propia terminal y una sonrisa cruzó sus rasgos—. Mensaje de Jacen y Ben. Vuelven a casa.