capítulo veinticinco

CIUDAD LORRD, LORRD

Ella era alta y esbelta, con el pelo largo y negro en una cola de caballo flotante. Ben la vio primero desde la cabina de la lanzadera de Jacen mientras el vehículo bajaba sobre los repulsores. La mujer no era ni distintiva ni interesante en ese momento, meramente una figura en las sombras inclinándose, con los brazos cruzados, contra la pared del hangar.

Pero una vez que estuvieron en el suelo, listos para salir y descender por la rampa de entrada, ella salió a grandes zancadas de las sombras y Ben de repente la encontró realmente muy interesante. Sus ropas, una combinación de verde y amarillo tostado no vista muy comúnmente en un Jedi, estaban confeccionadas para ella, favoreciendo su figura y su sonrisa de boca ancha era una celebración que invitaba a todos los que la veían a unirse a ella.

Tristemente, el repentino interés de Ben era de una sola dirección. Ella caminó rápidamente hasta la base de la rampa, con su atención fija en Jacen, con su mano extendida hacia el Jedi adulto.

—¡Jacen! —dijo ella—. Es bueno verte.

Jacen alcanzó el final de la rampa y cogió su mano, pero no la atrajo hasta un abrazo, ni siquiera el abrazo cordial de los viejos amigos, aunque el lenguaje corporal de ella, incluso para el inexperto ojo de Ben, sugería que esto era lo que ella esperaba.

—Nelani —dijo Jacen—. Cuando oí que eras la Jedi asignada al puesto de Lorrd, que serías quien se encontrara con nosotros, me alegré…

—¿De verdad?

—Me alegré de darme cuenta de que habías pasado tus pruebas y se te había facultado completamente como una Caballero Jedi —continuó él—. Enhorabuena.

La sonrisa de ella decayó ligeramente.

—Gracias. —Ella soltó su mano y su atención finalmente se volvió hacia Ben—. Y este debe ser Ben Skywalker.

Ben se quedó en pie en silencio. No es que no quisiera decir nada. Era sólo que todo su vocabulario, incluyendo algunas palabras de juramentos elegidas en rodiano y huttese por las que había sufrido grandes dolores para memorizarlas, simplemente se había desvanecido. Se preguntó dónde estarían.

Nelani le lanzó una mirada preocupada a Jacen.

—¿Habla?

El vocabulario de Ben volvió de repente.

—Estás siendo condescendiente —dijo él.

Ausentemente ella le revolvió el pelo.

—Desde luego que no. Sólo me has sorprendido durante un momento. —Ella devolvió su atención a Jacen—. ¿Así que qué quieres hacer primero? ¿Instalaros en vuestros cuartos en el puesto?

Ella hizo un gesto hacia la salida del hangar y luego les llevó en esa dirección.

—¿Has investigado el asunto por el que me comuniqué contigo? —preguntó Jacen.

Ben se colocó tras ellos, aplastando su pelo furiosamente.

—Sí, y he encontrado un contacto que parece saber algo sobre tus borlas, una tal doctora Heilan Rotham. La escritura táctil y los métodos de grabación son su especialidad…

 

La oficina de la doctora Rotham, que también era sus habitaciones, estaba en el nivel del suelo de un edificio de la universidad construido de ladrillos de duracreto y maderas falsas y luego cómodamente envejecido durante un par de siglos. Las paredes de los corredores y cámaras eran oscuros, o tranquilizantes o en sombras y amenazantes, dependiendo de la actitud de uno hacia tales cosas, y tan sombríos que le parecía a Ben que podrían tragarse todo humor.

No es que en las salas de la oficina, las paredes fuesen fáciles de ver. Las estanterías llenaban la habitación, mostrando libros, pergaminos, estatuillas de hombres y mujeres de extrañas formas de muchas especies, carretes de cuerdas anudadas irregularmente y pequeñas cajas de madera con tapas unidas por bisagras.

Miró a la mesa donde la doctora Rotham estaba sentada con Jacen y Nelani. La doctora Rotham era una mujer humana, diminuta y anciana. Su pelo era blanco y fino. Su piel era pálida, trazada por venas azules, y casi transparente. Llevaba una pesada capa marrón, incluso aunque Ben encontraba que la temperatura en estas habitaciones estaba en la parte cálida, y sus ojos eran de un azul penetrante que no estaban nublados por la edad. Estaba sentada en una silla autopropulsada, una cosa con ruedas con pesado armazón interior que sugería que estaba equipada con repulsores de corto alcance. Ella sostenía la masa de las borlas de Jacen ante sus ojos, escrutándolas desde una distancia de sólo cuatro o cinco centímetros.

—Tiene muchas cosas aquí —dijo Ben.

—Las tengo, ¿verdad? —dijo la doctora Rotham sin mirarle—. Y lo que es remarcable es que cada dato que puede ser derivado de esos objetos ha sido grabado en la memoria de mi oficina desde mis cuadernos de datos, en el sistema de ordenadores de Lorrd y en los ordenadores de cualquier persona que jamás ha preguntado por ellos.

Ben echó otra ojeada alrededor de los extensos grupos de estanterías.

—Pero si están todos grabados, ¿por qué mantiene las cosas originales? Ocupan mucho sitio.

—Una pregunta razonable de un Jedi, que debe viajar a menudo y con poco equipaje. Pero debes recordar que hay una tremenda diferencia entre una cosa y el conocimiento de una cosa. Por ejemplo, piensa en tu mejor amigo. ¿Preferirías tener a tu mejor amigo o un cuaderno de datos lleno de conocimiento sobre él?

Ben lo consideró. No quería darle la respuesta obvia y «correcta», parecía como una derrota.

—Esa es una buena pregunta —dijo en su lugar.

Era una respuesta que había oído a los adultos ofrecer muchas veces, una que él sospechaba que ellos utilizaban en cualquier momento en que no podían pensar en nada mejor que decir.

Jacen se rió por lo bajo y la doctora Rotham no continuó con su pregunta. Ben concluyó que había aguantado solo.

—Esta —dijo la doctora Rotham— es definitivamente bith, un método de grabación de una raza de una isla aislada, los aalagar, que inventaron un estilo de nudos como medio de grabar las genealogías: «el cordón de los ancestros». Más tarde la técnica se expandió para permitir la grabación de pensamientos y aseveraciones. Traducida a grandes rasgos, significa «Él arruinará a aquellos que deniegan justicia».

Nelani frunció el ceño.

—Eso es… curiosamente siniestro.

—¿Por qué? —preguntó Jacen.

—Sí —dijo Ben—. Los Jedi hacen eso todo el tiempo.

Arruinar a aquellos que deniegan justicia.

Nelani negó con la cabeza.

—La ruina es a veces un resultado de lo que hacemos. Pero no es normalmente la meta. La ruina como meta suena a venganza. No es un rasgo adecuado para un Jedi.

Ben cruzó la mirada con Jacen, pidiendo silenciosamente una confirmación a la aseveración de Nelani. Jacen se encogió de hombros de manera poco servicial.

—Estoy segura de que puedo traducir muchas de las otras —continuó la doctora Rotham—. Aunque, dado que todas parecen estar separadas de sus contextos culturales, lo precisas que esas traducciones serán de alguna manera está en el aire. Tal vez se proporcionen contexto unas a otras. Si es así, eso será útil.

Jacen asintió.

—Apreciaría cualquier cosa que pudiera decirnos.

Mientras él hablaba, Nelani pitaba. O, más bien, algo en su persona pitó. Ella se dio prisa en colocarse un pequeño comunicador manos libres en la parte de atrás de su oreja derecha.

Sacó parte del aparato y esta giró hacia afuera, una pequeña bola negra, para bajar y curvarse suavemente en la comisura de su boca, suspendida por un cable negro tan fino como para ser invisible.

—Nelani Dinn —dijo ella.

Después de unos cuantos momentos de escuchar, Nelani frunció el ceño.

—¿Dijo porqué un Jedi? —Hizo una pausa, inclinando la cabeza hacia un lado—. ¿Y cree que es creíble…? Sí, estaré justo allí… en alrededor de diez minutos. Corto. —Ella empujó el micrófono curvado otra vez bajo su oreja y se levantó—. Me disculpo por escabullirme, pero tengo que irme.

—¿Una emergencia? —preguntó Jacen.

—Sí. Alguna clase de lunático en un caza amenazando con lanzar misiles si no se le permite hablar con un Jedi.

—Tengo la impresión de que le llevará algún tiempo a la doctora Rotham completar algunas traducciones más. —Jacen miró a la mujer mayor en busca de una confirmación y con su asentimiento se levantó—. Iré contigo.

—Serás bienvenido —dijo Nelani.

 

Era una extraña situación en el Espaciopuerto de la Ciudad de Lorrd. Un caza Ala-Y, tan abollado por las batallas y parcheado que probablemente había sido viejo en la época de la Batalla de Yavin, se había posado a cincuenta metros de la zona de aterrizaje aprobada. Tampoco es que hubiese aterrizado en una superficie plana. Sus vainas de motores jet de iones descansaban en una línea de aparcamiento repulsora, que formaba un ángulo recto con la dirección normal del tráfico y su morro estaba por encima de una barrera de tráfico de duracreto de más de un metro de alto, dejando al caza estelar en un ángulo orientado hacia arriba de treinta grados.

—Le falta un astromecánico —dijo Ben. Desde luego, no había nada en el hueco circular inmediatamente detrás de la cabina—. Y está preparado para misiles de impacto en lugar de torpedos de protones.

—También tiene un bonito ángulo de disparo sobre el área más poblada de la ciudad —dijo el teniente Neav Samran de la Fuerza de Seguridad de Lorrd.

Un hombre humano muy pesado con pelo castaño y un bigote que había crecido sólo un poco más largo de lo que las regulaciones probablemente permitían, tenía a sus hombres desplegados por todo alrededor del Ala-Y a distancias de entre cincuenta y doscientos metros, y los francotiradores estaban escondidos en los tejados del hangar. El puesto de mando de Samran, donde los tres Jedi se habían reunido con él, estaba en la esquina del hangar de lados de duracero corrugado a cien metros del caza. Ben estaba en pie tras Jacen, pero hacia un lado, donde pudiera echarle un ojo al Ala-Y y la figura débilmente visible en la cabina.

Ben descubrió que realmente podía sentir al piloto allí, como un nudo de dolor y confusión tan duro que desaparecía y crecía, entrando y saliendo de las percepciones del chico.

—¿Tiene alguna indicación de si realmente tiene auténticos misiles de impacto y cómo los consiguió? —preguntó Jacen.

Samran asintió.

—Nos envió la telemetría de su panel de armas. Datos en una sola dirección, maldita sea, o de otro modo habríamos podido colarnos en sus controles y solventar esto sin llamarles. Tiene un grupo completo de misiles apuntados a los distritos de los apartamentos de estudiantes, aunque precisamente adónde, no podemos estar seguros. En cuanto a cómo los consiguió… no le queda un crédito de lo que había sido una cuenta de ahorros e inversiones de tamaño decente. Con todo el contrabando de armas que está ocurriendo en estos días, no es sorprendente que un viejo piloto con montones de conexiones pudiese echarle mano a una artillería como esa.

—¿Qué puede decirnos de él? —preguntó Nelani.

Samran abrió su cuaderno de datos y lo consultó.

—Ordith Huarr, edad ochenta y un años estándar. Hombre humano originario de Lorrd. En los días de la Antigua República y el Imperio era un piloto de lanzadera. En el punto álgido de la Alianza Rebelde, se unió a ellos y pasó la guerra como piloto de Ala-Y, durante cuyo tiempo consiguió la mitad de una presa. Su historial como piloto rebelde fue indistinguible.

Nelani le dirigió a Samran una mirada admonitoria.

—No fue menos valiente que los pilotos con mejores historiales de presas.

Samran le sostuvo la mirada, sin arrugarse.

—El comentario sobre su historial fue ofrecido como una posible clave para su estado mental. En mi experiencia, la gente con habilidades mediocres e historiales poco notorios son más propensos a desquiciarse. Experimentan más frustración y menos aprecio. ¿O está en desacuerdo?

La expresión de Nelani se aflojó un poco, hasta una de suave desaprobación y se apartó para mirar de nuevo al viejo caza.

—De todos modos —continuó Samran—, se convirtió en instructor de vuelo después de que cayera el Imperio y eventualmente se retiró y volvió a Lorrd. Volvió del retiro unos cuantos años después para transportar a refugiados de la Guerra Yuuzhan Vong y los historiales sugieren que fue dando tumbos de un planeta a otro poco dispuesto a aceptar que los refugiados hicieran algo malo según su manera de verlo. Después de la Guerra Yuuzhan Vong, volvió otra vez, compró alguna propiedad rural con su mujer y pasó varios de los años siguientes viviendo de su pensión y disparando armas láser contra los intrusos.

—¿Algún hijo? —preguntó Nelani.

—Ningún hijo —dijo Samran—. Y su esposa murió hace alrededor de dos años.

—Dos años —dijo Jacen—. ¿Qué ocurrió recientemente que le colocó detrás de un panel de lanzamiento de misiles, amenazando a estudiantes?

Samran negó con la cabeza.

—Creo que será mejor que hable con él —dijo Nelani. Se volvió de nuevo hacia Jacen—. ¿Al menos que quieras hacerlo tú? Tú eres el más experimentado.

Jacen negó con la cabeza.

—No, yo tengo otra táctica que exploraré.

Ella asintió, se aseguró de que sus ropas estuvieran adecuadamente colocadas y que el sable láser colgando de su cinturón fuera claramente visible y luego marchó a través del área de aparcamiento de plasticreto hacia el Ala-Y.

Cuando estaba a cincuenta metros del caza, la voz del piloto, transmitida por un sistema de altavoces externo, retumbó en dirección a ella.

—Eso es bastante cerca. —La voz era débil y áspera.

Nelani colocó sus manos alrededor de su boca para gritar su réplica.

—Lo que usted diga. Huarr, no tiene que poner en peligro a todos esos estudiantes para hablar conmigo. Cualquiera se puede poner en contacto con la oficina de mi puesto por la red planetaria o el comunicador.

Ben sintió la oleada del dolor y la confusión del piloto, más fuerte de lo que él había esperado previamente.

—No me habría tomado en serio —dijo el hombre viejo—. Ustedes sólo entienden la fuerza. La fuerza y la Fuerza.

Él se rió, un ruido amargo, como si estuviera brevemente entretenido por su propio juego de palabras.

—Eso no es verdad, pero no necesitamos discutir el asunto —gritó Nelani—. Ahora estoy aquí. ¿Por qué quería hablar conmigo?

—¿Qué es un fantasma de la Fuerza? —preguntó Huarr.

Nelani estuvo silenciosa durante un largo momento.

—Es un superviviente, un envío de alguien que ha muerto pero que todavía existe en cierto modo.

—Mi esposa es un fantasma de la Fuerza —dijo Huarr—. Ella me habla. Pero no puede, ¿verdad?

Nelani dio otro paso hacia delante. Incluso distorsionada por el grito, su voz sonaba dudosa.

—¿Era una Jedi? ¿O hizo jamás cosas que sugirieran que podría ver cosas, sentir cosas que la gente normal no puede?

—No.

Atrapado como estaba por el diálogo entre Nelani y Huarr, Ben había perdido la pista de Jacen. Ahora fue consciente de que su mentor se estaba concentrando, canalizando la Fuerza.

Jacen se abrió y atrajo un puñado de aire hacia él.

Simultáneamente las vainas de motores jet de iones del Ala-Y se deslizaron hacia atrás a través del duracreto, desprendiendo una lluvia de chispas, justo hasta que el morro del caza salió de encima de la barrera y se estrelló contra el suelo, directamente frente al duracreto.

Entonces añadió un movimiento giratorio y el Ala-Y rotó a lo largo de su quilla, estrellándose en la línea de aparcamiento repulsora de arriba abajo.

—Ahí lo tiene —le dijo Jacen a Samran—. Problema resuelto. No puede elevarse con los repulsores o los impulsores y no puede disparar sus misiles hacia la ciudad.

Samran le miró con sorpresa y luego rompió a reír. Incapaz de hablar, hizo un gesto para que los hombres y mujeres de su fuerza de seguridad se acercaran al caza. Ellos salieron de sus posiciones protegidas y avanzaron. Ben pudo oír a algunos de ellos riendo también.

—¿Qué estás haciendo? —Esa era Nelani, volviendo con un trote rápido—. ¡Tenía la situación bajo control!

Jacen le dirigió una mirada dudosa.

—No, no la tenías. Estabas ejecutando una negociación decente. Pero para tenerlo «bajo control» tendrías que haber sido capaz de evitar que disparara en cualquier momento. ¿Podrías haberlo hecho?

Nelani llegó hasta Jacen y se quedó allí de pie, con sus rasgos enrojecidos y una expresión antagónica.

—No, pero él no habría disparado mientras estábamos hablando.

—Dile eso a las familias de todos los estudiantes que habrían muerto si de algún modo hubiera disparado sin que tú lo detectaras… o si él hubiese tenido sus misiles preparados con un temporizador que tú no habrías sido capaz de sentir. Y no me digas que él no habría podido. No tenías control sobre sus acciones y cada momento en el que negociabas con él, arriesgabas las vidas de esos estudiantes.

—¿Crees que no era consciente de su estado emocional? ¡Sus sentimientos estaban encendidos como un círculo de aterrizaje!

Mientras los dos Jedi discutían, Ben miraba la aproximación del equipo de seguridad del espaciopuerto al indefenso caza.

Entonces sintió una elevación de la desesperación del piloto, desesperación y determinación…

—¡Vuelvan! —Ben se sorprendió a sí mismo con el volumen de su grito, con el hecho de que estaba gritando sin pretenderlo, con el hecho de que estaba corriendo hacia delante sin ningún control voluntario sobre sus piernas—. ¡Corran! ¡Corran!

Los agentes de seguridad se quedaron helados con su primer grito y se volvieron a mirarle. Aparentemente la fuerza de voluntad que estaba proyectando y su proximidad al teniente Samran fueron suficiente para ellos. Se apartaron del Ala-Y y empezaron a correr.

Hubo un siseo proveniente del caza y Ben vio la ignición dentro de su tubo de misiles. Hubo una repentina expulsión de llamas y los misiles salieron de sus tubos y se estrellaron contra el duracreto justo delante del caza…

Y entonces el Ala-Y explotó, convertido en confeti metálico por una pared de llamas hemisférica y la fuerza de impacto.

Como si fuera a cámara lenta, Ben vio la pared de energía arrastrarse hasta él. Se dejó caer hacia el suelo cubierto de permacreto, envolvió su capa fuertemente a su alrededor y concentró su mente en la explosión que todavía podía visualizar.

Vio el punto en el que le alcanzaría. Presionó contra ese punto, dispuesto a debilitarla, a ralentizarla…

Esta le alcanzó. Él se sintió a sí mismo empujado como por una mano gigante, una mano que radiaba un calor feroz. Rodó y se deslizó hacia atrás y entonces se detuvo.

No hubo sonido. Sus oídos se sentían tan apaleados como si un wampa hubiese estado boxeando con él. Pero se sentía extrañamente en paz, como si se hubiese estado ejercitando toda la mañana y estuviera listo para un descanso.

Lánguidamente, apartó su capa de su cara y se puso en pie.

El Ala-Y había desaparecido. Donde había estado había un cráter y la barrera que había estado frente a él estaba interrumpida por un agujero de bordes cortantes de muchos metros de largo.

Los edificios cercanos a la explosión todavía estaban en pie, pero estaban inclinados alejándose de la fuente de la explosión, con sus esqueletos de metal curvados y las paredes exteriores dentadas por la explosión o completamente desaparecidas.

Por todas partes había cuerpos, algunos de ellos lamidos por las llamas, y Ben pensó durante un frío momento que su esfuerzo había llegado demasiado tarde. Pero uno de los hombres que estaban ardiendo de repente empezó a rodar por el suelo, apagando las llamas que salían de su espalda y hombros, y una mujer a unos cuantos metros de él se puso en pie con piernas temblorosas.

Ben vio a Jacen correr hacia él, pero entonces Jacen, viendo que su primo no estaba malherido, giró hacia víctimas que todavía no se movían.

Ben escogió un grupo de personal de seguridad cercano y se movió hacia ellos, con sus pasos inseguros al principio y recuperando luego su equilibrio y seguridad mientras corría.

 

Una hora después, Ben estaba sentado en el hangar. Una lanzadera brillantemente pintada pero anticuada dominaba el centro del edificio. Ben tenía la espalda contra la corrugada pared de duracero, que se flexionaba ligeramente mientras él se inclinaba contra ella. Otros trabajadores de rescate se sentaban contra la misma pared, bebiendo tazas de caf que algunos de los suyos les habían dado e intercambiando dantescas historias de desastres de explosiones en el pasado. Principalmente dejaron solo a Ben, pero le habían traído caf y le habían dicho que lo había hecho bien. Y ahora la crisis había terminado y los médicos y los bomberos estaban descansando y se estaban reponiendo durante unos cuantos minutos antes de volver a sus respectivas bases.

Jacen y Nelani reentraron en el hangar a través de las puertas principales. Vieron a Ben y se dirigieron hacia él. Jacen se sentó junto a su primo mientras Nelani permanecía en pie.

—¿Adivinas qué? —preguntó Jacen.

Ben podía oírle ahora lo bastante claramente, con un débil zumbido en sus oídos como él único remanente de los efectos de la explosión.

—¿Qué?

—No hay muertos.

Ben le miró, sorprendido.

—¿Ninguno de ellos murió?

—Ninguno. Bueno, sin contar al hombre loco en el Ala-Y.

Pero parece que todos los hombres y mujeres de seguridad lo conseguirán. Nadie parece estar en condiciones críticas, gracias en parte a sus armaduras corporales, pero principalmente gracias a ti.

—Flipante —dijo Ben.

—Mientras que Jacen y yo estábamos discutiendo sobre los procedimientos —dijo Nelani—, tú estabas haciendo lo que un Jedi debería hacer: ser consciente de la Fuerza.

—Así que tenemos que tomar nota de tu ejemplo hoy, en lugar de ser al revés —continuó Jacen—. También pensé que deberías tener una recompensa.

—¿Qué recompensa? —preguntó Ben.

—El resto del día es tuyo. Nelani y yo vamos a volver ahora con la doctora Rotham. Puedes acompañarnos, puedes ir a hacer turismo, puedes coger un deslizador terrestre y mejorar tus habilidades de pilotaje, lo que quieras. Tienes suficientes créditos para arreglártelas y sabes cómo volver hasta la doctora Rotham, creo.

Ben asintió. No dejó que se mostrase en su cara, pero su mente estaba girando. El resto del día dejado a sus propios asuntos, ¡sin supervisión! Eso era realmente una recompensa. Y, era débilmente consciente, de que también era un signo de confianza.

—Gracias —dijo.

Jacen se levantó. Nelani y él se dirigieron de vuelta por el camino por el que habían venido, con las cabezas inclinadas juntas como si estuvieran renovando su discusión, dejando a Ben para que se figurara qué quería hacer consigo mismo.

 

Aunque él no lo sabía, Ben tenía razón: los dos Caballeros Jedi empezaron a discutir de nuevo tan pronto como llegaron a la salida del hangar, aunque manejaron su desacuerdo más civilizadamente que antes.

—Realmente me gustaría —dijo Nelani— que me hubieras dado otro minuto o dos con Huarr. Tengo verdadera curiosidad por este asunto del «fantasma de la Fuerza» suyo.

—Estudiantes —dijo Jacen, en un tono que sugería que su argumento de una única palabra debería acabar con todo el asunto.

—Sí, sí, los estudiantes en sus habitaciones estaban en peligro, no estoy discutiendo eso. ¿Pero no podrías haber cerrado subrepticiamente el final de los tubos de los lanzadores de misiles? De ese modo, si hubiera disparado, tendríamos el mismo resultado, pero hasta entonces, yo habría sido capaz de hablar con él. Tal vez podría haber llegado a la raíz de su locura.

Llegaron al anónimo deslizador gris que les había llevado al espaciopuerto. Subieron a bordo, con Nelani tras los controles.

—Supongo que podría haberlo hecho —admitió Jacen—. No se me ocurrió y eso lleva a la pregunta de si alguien que amenaza las vidas de miles de inocentes merece alguna consideración.

—Quizá merecía consideración por ser un héroe de guerra.

Nelani activó los repulsores y envió el deslizador hacia el cielo.

Jacen hizo un gesto de desprecio.

—Mi padre también es un héroe de guerra. No recuerdo que jamás hiciera lo que Huarr hizo.

—Y Huarr tampoco hizo nunca contrabando de especia para los señores del crimen hutt.

Jacen negó con la cabeza.

—A veces es una desventaja tener un padre tan famoso que hacen holodramas sobre él.

Nelani sonrió.

—Contigo, tengo que aprovechar cualquier ventaja conversacional a la que pueda echarle mano.

—Definitivamente no eres la sensible a la Fuerza que florecía tarde a la que le enseñé la técnica del sable láser.

—Me alegro de que te hayas dado cuenta.

Jacen ignoró esa observación, al igual que el tono bastante personal con el que había sido comunicada.

—Es hora de que devolvamos nuestra atención a la doctora Rotham y a esas borlas.

—Todavía no. He estado intentando que vuelvas tu atención hacia .

Él sonrió.

—Realmente te has vuelto más osada.

Ella asintió.

—Aprender a, y tener la habilidad de, cortar gundarks en dos fue un largo camino para superar mi problema de timidez. Y ser una Jedi, la única Jedi asignada a este mundo, significa que tengo muy poco tiempo para mí misma, así que tiendo a ir al grano bastante rápidamente. ¿Eso te preocupa?

Jacen negó con la cabeza, pero mantuvo su atención en el terreno, largos grupos de almacenes cambiando gradualmente hacia bloques de negocios de renta baja, pasando a toda velocidad bajo su vehículo.

—No, pero hay alguien…

—¿Alguien ocupando ese lugar en particular en tu vida?

—Sí.

Ella hizo un ruido reprobador.

—Bueno, entonces, pasemos sólo algún tiempo juntos. Lo que, incidentalmente, quería sugerir hace siete años, cuando me estabas enseñando la técnica del sable láser, pero yo estaba demasiado centrada en mí misma.

Jacen sonrió y no ofreció más explicación.

Nelani negó con la cabeza, un gesto de suave arrepentimiento, y se calló.