capítulo ocho

SISTEMA CORELLIANO, EXTERIORES DEL PLANETA TALUS

La lanzadera no era elegante. Era sólo una masa oblonga con impulsores y un hipermotor en un lado, un puente con ventanales en el otro y mucho espacio para los pasajeros en medio. Pero en el compartimento de pasajeros, los asientos estaban bien espaciados y bien acolchados. En la parte trasera de cada uno había un monitor que permitía al pasajero de detrás ver las noticias corellianas o programas de entretenimiento, o ver lo que las holocámaras esparcidas alrededor del exterior de la lanzadera estaban captando.

El doctor Seyah mantenía su monitor conectado a la vista inferior. En él, podía ver, como siempre, la primera aparición de la Estación Centralia y luego la veía hacerse más grande y más grande y más grande. Justo ahora, no había nada que ver excepto estrellas. La lanzadera no había ejecutado su salto final al hiperespacio para emerger en los alrededores de la estación.

Seyah llevaba una camisa de plástico. Era lo bastante cómoda y no siempre parecía plástico, pero era plástico y estaba llena de circuitos. Justo ahora era naranja, con llamas de un púrpura violento que la cruzaban, un diseño que encajaba con alguien en un cálido y arenoso paraíso de vacaciones, que era precisamente lo que la documentación del doctor Seyah decía que había estado haciendo las últimas semanas. El bronceado de spray que llevaba, cubriendo el hecho de que sólo se había vuelto más pálido mientras entrenaba a los Jedi para destruir la Estación Centralia, apoyaba su historia falsa.

Pero lo interesante de la camisa, vendida a turistas ricos, era que cada vez que se la presionaba con suficiente energía, hacía un ruido audible de boop y cambiaba de color y diseño.

El pequeño niño humano en el asiento de al lado, de piel oscura como su madre y quizás de tres años de edad, había descubierto esto cuando le dio una patada al doctor Seyah, minutos después de que hubiesen despegado de Talus. Había sido persuadido por su madre, que se disculpaba, de que no volviera a dar más patadas al doctor Seyah, pero no se le pudo contener para que no alargase la mano y le clavara un dedo al científico-espía, causando que la camisa hiciera su placentero sonido de boop y cambiara su diseño de color. Y el niño pequeño se reiría y miraría a los nuevos colores, y alrededor de un minuto más tarde alargaría su mano para clavar el dedo en la camisa otra vez.

El doctor Seyah apenas se dio cuenta. En su interior, se sentía enfermo. Mientras había estado asignado a la Estación Centralia, había sabido que el poder puro y la destrucción que representaba podría resultar algún día en su destrucción. Podía destruir estrellas completas y lo único que podía evitar que fuera la mayor arma de terror de la civilización era la sabiduría de los que la controlaba… o su destrucción.

Y la sabiduría era un suministro crecientemente pequeño.

Boop. Ahora su camisa era rosa, con nubes espumosas en sus hombros y la parte superior de su pecho, con deslizadores marinos de recreo rozando las aguas rojas en su cintura.

Él no quería que la Estación Centralia fuera destruida. Como casi todos los que trabajaban allí, estaba desesperado por aprender más acerca de la especie desaparecida hacía mucho tiempo que la había construido y la utilizó para arrastrar planetas habitables al sistema corelliano. Era raro que un sistema tuviera dos mundos lo bastante frondosos para sustentar vida. Corell estaba orbitada por cinco. Si los secretos de la estación pudieran ser descubiertos, las especies inteligentes de la galaxia podrían recrear esa proeza, creando sistemas enteros para complacer o acomodar a los seres que vivieran allí.

Más importante, al aprovechar las propias fuerzas que mantenían unido al universo, la estación prometía un adelanto científico en la comprensión de cómo funcionaba el propio universo. Si Centralia se perdía, esa oportunidad podría desaparecer para siempre.

Pero quizás no se llegaría a eso. El doctor Seyah había destacado una y otra vez ante los Jedi su creencia de que destruyendo los controles del ordenador que los corellianos estaban instalando en el sistema sería suficiente para mantener el control fuera de las manos de Corellia. Con un poco de suerte, le escucharían. Con un poco de suerte, estarían de acuerdo con él.

Boop. Ahora su camisa era de un azul oscuro, con un rancor estilizado irguiéndose en la parte delantera, con los brazos estirados. El niño pequeño se rió.

El doctor Seyah miró a la madre del niño.

—¿Desembarcarán los dos en la estación?

Ella asintió, poniendo en movimiento su pelo negro mate tan fino, que las pequeñas brisas del sistema de soporte vital de la lanzadera lo agitaban.

—Soy una cartógrafa, un miembro del proyecto para hacer el mapa de la estación. Loreza Plirr.

Ella alargó la mano más allá del niño.

El doctor Seyah la estrechó. Las palabras burbujearon dentro de él. No baje en la estación. En unas horas, usted podría ser gas supercalentado. Vuelva a Talus.

—Soy Toval Seyah —dijo en su lugar.

Este era su trabajo. Este era el lado oscuro de ser un científico y un espía, algo que él ni siquiera había intentado nunca explicar al niño Jedi. Podría tener que dejar simplemente que una hermosa joven y su inocente hijo murieran.

Maldita sea.

—Y este es mi hijo, Deevan.

—Hola, Deevan.

Gravemente, el doctor Seyah estrechó la mano del niño pequeño.

Deevan se rió.

En la pantalla del monitor, las estrellas se retorcieron y se alargaron. Desde luego no lo hicieron en realidad, pero era el efecto visual de entrar en el hiperespacio. La nave dejó el hiperespacio casi rápidamente, con la parte de su vuelo que era «más rápida que la velocidad de la luz» durando meros segundos… y cuando las estrellas volvieron a la normalidad, en la misma posición precisamente que antes, la Estación Centralia ocupaba el centro de la pantalla del monitor.

La estación no era bonita, no era ni siquiera elegante como las Estrellas de la Muerte, cuyos tamaños excedía. Una mancha blanca grisácea con cilindros axiales saliendo en dos puntos opuestos, era meramente impresionante por su escala y el daño potencial que podía hacer.

A esta distancia, desde luego, su escala no era aparente. Lo que parecían como suaves superficies se revelarían, mientras se acercaran, como el exterior áspero y escamoso de torres, agujas, antenas, platos parabólicos, conductos, tubos de tráfico, puertos, grupos de baterías del tamaño de rascacielos, generadores de escudos y otros aparatos, algo como la superficie de Coruscant en sus sectores más ocupados pero sin los intentos impotentes por mantener unos estándares de arquitectura consistentemente placenteros.

El hogar, para el doctor Seyah, era un lugar feo en el espacio.

Estiró del cuello de su camisa y mientras lo hacía apretó un chip incrustado allí. La presión activó el chip, causando que transmitiera un único pulso codificado en una única frecuencia.

La transmisión duró unas milésimas de segundo.

Boop. Esta vez la camisa cambió sin que el niño le clavara el dedo. Era la comprensión de la camisa de que había recibido una contratransmisión. El niño se rió de todos modos.

El doctor Seyah se dedicó a mirar como la estación se hacía más grande en su monitor y se preparó para la lucha, y tal vez la tragedia, que estaba por llegar.

 

En la bodega de carga de la lanzadera, en un contenedor de carga del tamaño de un deslizador terrestre normal, Jacen Solo se despertó por un melodioso timbre de alarma. Sus ojos se abrieron.

No había mucho que ver. El interior del compartimento estaba débilmente iluminado por el aparato a la izquierda de su cabeza, una combinación de ordenador y sistema de soporte vital.

Este echaba aire frío sobre él.

El aire no era lo bastante frío. El pesado traje aislante que llevaba le mantenía demasiado caliente. Había estado sudando mientras dormía y la caja olía como un nido de rancor.

Miró a la pantalla del monitor del ordenador. El texto allí indicaba que el doctor Seyah acababa de transmitir que habían completado su salto hiperespacial final antes de llegar a la Estación Centralia.

Jacen alargó la mano y apagó el ordenador, sumiendo el interior de la caja en la oscuridad.

Con el tacto, localizó el botón de la válvula justo dentro del cuello de su voluminoso traje. Lo giró hasta que lo colocó en la posición abierta. El gas siseó al salir de la válvula: atmósfera respirable. Las botellas que llevaba con él contenían aire para media hora.

Alargó su mano hacia la derecha de su cabeza y encontró el casco del traje esperando allí. Lo colocó en su lugar sobre su cabeza y lo giró sobre el cuello de su traje hasta que se cerró.

Sólo entonces estiró el brazo hacia el cierre al lado de su cintura y lo accionó.

La parte superior de la caja de transporte se levantó, revelando un techo de una bodega de carga débilmente iluminado sólo a un par de metros por encima de él.

Torpemente a causa del traje aislante, Jacen luchó por ponerse en pie, arrastró las bombonas de atmósfera para colocarlas en su lugar contra su espalda y salió de la caja.

Su caja estaba situada encima de una pila de contenedores de carga del tamaño de los cubículos de los baños. Una pila más allá, otra caja se estaba abriendo idénticamente y Ben, similarmente vestido y con el casco puesto, estaba luchando por ponerse en pie.

Había requerido algunos sobornos cuidadosos a los porteadores de la carga asegurarse de que estas dos cajas eran colocadas en la parte superior de sus pilas de carga. Si no lo hubiesen sido, desde luego, habría sido más difícil salir. Los Jedi podían haberlo hecho, encendiendo sus sables láser y cortando para abrirse camino, pero las cajas de carga dañadas habrían sido descubiertas y potencialmente pondrían en peligro la misión.

Afortunadamente, los porteadores habían sido sobornados.

Y el traje aislante… Jacen se animó a sí mismo a ser paciente, refrenándose para no maldecir a los trajes incluso mientras salía de su caja de carga y colocaba la tapa en su lugar.

El traje era la cosa más pesada y torpe que jamás había llevado.

Toda su protección contra las radiaciones descansaba en materiales físicos y no en pantallas electrónicas o campos de energía. El suministro de atmósfera venía de las botellas abiertas y cerradas a mano. No había sensores electrónicos, ni servomotores diseñados para ayudar al movimiento y facilitar la carga del peso del traje. El casco no tenía equipamiento de comunicación ni mejoras visuales.

No había, de hecho, nada electrónico instalado en el traje. Los únicos artículos electrónicos en su interior eran los sables láser, los cuadernos de datos, las tarjetas de datos y los comunicadores que los dos Jedi llevaban. Y de ahora en adelante, esos artículos estarían completamente apagados, con sus suministros de energía desconectados físicamente.

Lenta y torpemente, Jacen terminó de descender de su pila de carga y observó que Ben estaba empezando su propio descenso.

La ventaja de la crudeza de los trajes era que eran esencialmente inmunes a la variedad de escaneos de seguridad llevada a cabo por las unidades de aduanas de Seguridad Corelliana en la Estación Centralia. Sin nada electrónico detectable, los trajes simplemente no se registrarían en los escáneres de SegCor. Desde luego, los escáneres de vida les cogerían… pero los jefes de aduanas de SegCor, en un esfuerzo por ahorrar costes, habían decidido hacía mucho que era suficiente escanear buscando algo electrónico. ¿Qué forma de vida podía moverse alrededor de los exteriores de la estación sin apoyo electrónico? Sólo los mynocks y otros parásitos espaciales no inteligentes.

Así que Jacen y Ben serían mynocks este día, y ese era el motivo por el que su parte de las fuerzas de la operación habían recibido el nombre clave de Equipo Mynock.

Ayudó a Ben a bajar al suelo y juntos se movieron hacia la escotilla posterior. Allí, en el casco al lado del panel de control, casi invisible en la débil luz de la bodega de carga, había una marca en forma de X arañada en la pintura, un signo de que alguien más había sido sobornado, de que los sensores de seguridad de aquella escotilla habían sido desconectados. Jacen abrió la escotilla. Ben y él se apiñaron en la pequeña cámara más allá y Jacen torpemente pulsó el botón para completar el ciclo de la escotilla.

Un minuto después, el ciclo terminó y Ben pulsó impacientemente el botón de la puerta exterior. Esta se abrió a un campo de estrellas de mareante belleza. Jacen pudo ver estrellas, nebulosas distantes e incluso un cometa cuya cola estaba empezando a iluminarse por la estrella Corell.

Jacen sacó la cabeza y la giró hacia el morro de la lanzadera.

Delante, en la distancia, pudo ver la Estación Centralia, ahora lo bastante cerca para que su inmensidad parecida a la de una luna fuera evidente y para que su compleja superficie fuera obvia.

CORONITA, CORELLIA

El vehículo, un deslizador aéreo de diez metros de largo que parecía ser principalmente ventanas y sitio para estar de pie, depositó a Jaina y la mitad de su grupo en la calle fuera de la residencia oficial de la Primera Ministra. Este giró para apartarse, llevándose con él el resto de su pesada carga de trabajadores que iban y venían de trabajar, turistas y gente haciendo recados.

Jaina tomó aire profundamente y miró a su alrededor, alerta a signos de que les estaban prestando demasiada atención. No debería haber ninguno. Después de haber llegado a la superficie del planeta hacia horas, ella y su equipo habían tenido tiempo de registrarse en un hostal, lavarse, dormir y eliminar los elementos del disfraz que les harían destacar. Jaina ahora llevaba una engorrosa capa de viajero commenoriana. Su pelo volvía a tener su color oscuro natural. Su tatuaje falso había desparecido.

—Echo de menos el tatuaje —dijo Zekk.

Ahora estaba vestido con ropajes de los ciudadanos corellianos corrientes: pantalones oscuros y una chaqueta abierta, una camisa ligera de mangas largas y botas negras hasta las rodillas. Su largo pelo negro colgaba en una trenza.

Un transeúnte, una joven de pelo naranja y un vestido verde transparente, le dirigió una sonrisa rápida a Zekk mientras pasaba.

Jaina sintió una punzada de irritación y la apartó de su mente.

Zekk le sonrió a Jaina.

—¿Qué era eso que sentí?

Ella le frunció el ceño.

—Estamos de servicio. Concéntrate en tu misión.

—Sí, comandante.

La sonrisa no abandonó su cara, pero él volvió su atención de vuelta a la residencia ministerial.

Unos cuantos años antes, Jaina y Zekk se habían enlazado, una unión de mente y personalidad que iba más allá incluso de un vínculo en la Fuerza. Era algo que había sido el resultado de su interacción con los killiks, una especie con una mente de colmena. Eventualmente la intensidad de esa unión se había desvanecido en gran parte, pero los pensamientos y sentimientos de Jaina y Zekk permanecían entrelazados hasta un punto inusual incluso para los Jedi. A veces era reconfortante, incluso emocionante. Otras veces, como ahora, era incómodo y les distraía.

Nada sugirió a Jaina que sus acompañantes o ella estuvieran atrayendo la atención. La avenida ancha y multilínea ante ella estaba llena de tráfico de deslizadores terrestres. Y los corellianos eran pilotos de deslizadores tan maniacos que cualquiera cerca de la calle con algo de sentido mantenía su atención en sus líneas cambiantes y sus payasadas sobre la posición de la palanca de control. El enorme edificio con la puerta tras ellos estaba, en contraste, inerte, con algunas partes de su terreno ocultas en las sombras profundas de los árboles y las enredaderas trepadoras.

Incluso los guardias en las puertas de las aceras y la puerta principal estaban con la vista fija.

Los otros dos miembros de su equipo, la mujer bothan Kolir Hu’lya y el hombre falleen Thann Mithric, se movieron para unirse a ellos. Kolir, la miembro más joven del equipo, habiendo completado sus pruebas y conseguido su estatus de Caballero Jedi sólo semanas antes, llevaba un abreviado vestido blanco que contrastaba con su pelo tostado y que no la calentaría demasiado en este cálido día. Thann, vestido con la capa de un viajero, parecía el más Jedi de los cuatro pero todavía tenía una apariencia completamente indistinguible en esta ciudad cosmopolita. Tenía levantada la capucha sobre su moño negro y largo y estaba manteniendo el color de su piel en un tono naranja claro, haciéndole completamente indistinguible de un humano.

—No veo ningún problema —dijo Kolir.

No era muy tranquilizador viniendo de alguien que había sido una aprendiz hacia unos días, reflexionó Jaina. Ella oyó la risita de Zekk. Kolir le miró con curiosidad.

—Transmite que estamos en posición —dijo Jaina.

Kolir asintió. Rebuscó en su bolso blanco, el mismo bolso que llevaba su sable láser y una serie de otras armas destructivas y sacó un comunicador. Sonrió como si estuviera llamando a un novio y habló por él.

—Aquí Equipo Purella, sólo comprobando.

ESPACIO EXTERIOR, CERCA DEL SISTEMA CORELLIANO

Luke, vestido en lo que parecían ropajes estándar Jedi en tonos marrones y tostados pero que en realidad tenían todo el equipamiento y la funcionalidad de los trajes de los pilotos, estaba sentado en una escalera rodante que se utilizaba para que un piloto o un mecánico pudiese acceder a las superficies superiores de un Ala-X. No se necesitaría para ese propósito. Los mecánicos habían terminado por ahora con su Ala-X XJ6 y Luke no necesitaría ninguna ayuda para entrar en la cabina. Para un Jedi, sólo estaba a un rápido salto de distancia.

La bahía donde los Alas-X de su escuadrón esperaban estaba llena de frenética actividad. Un espacio ancho, todo lleno de suelos de permacreto quemado y lleno de rozaduras y techos prístinos con un brillo blanco, tenía el tamaño de un campo de deportes, con sitio para el escuadrón de Luke, una escuadra de interceptores Eta-5, dos escuadras de TIEs equipados con escudos del Remanente Imperial y media escuadra de Alas-B como apoyo. Los mecánicos repostaban algunos cazas y hacían las reparaciones de última hora a otros. Los pilotos llegaban para realizar las inspecciones de las naves que iban a volar. Los comandantes se movían de piloto a piloto, de máquina a máquina, impartiendo órdenes y ofreciendo consejos.

Luke no sentía la necesidad de hacerlo. Sus pilotos eran todos Jedi, todos calmados ante la tormenta que estaba por llegar, ante la posible muerte.

Un Ala-X más allá, Mara, vestida de manera similar, hizo algunos movimientos finales de carraca con su hidrollave, terminando los ajustes de la posición de su cañón láser, y cerró de golpe un panel de acceso en la parte inferior de las alas-S de su nave. Dejó caer la hidrollave en una caja de herramientas y se movió para reunirse con su marido.

—¿Alguna noticia de Ben?

Luke negó con la cabeza.

—Estás muy quieto. —Mara se inclinó para acariciarle la frente—. ¿Va todo bien?

—Medité antes —dijo él—. Y tuve una visión de Ben hablando con el hombre que no existe.

—No un sueño —dijo Mara—. Una visión.

Él asintió.

—¿Puedes decir cuándo?

—El futuro. Ben era un poco más mayor, un poco más alto.

—Al menos —dijo ella—, eso dice mucho en favor de la resolución de aquello en lo que anda metido hoy.

Finalmente, él sonrió.

—Gracias por no matarme.

—¿Cuando nos conocimos?

—Cuando te dije que le dejé decidir a Jacen si Ben iría en esta misión.

—Oh. —Ella no le devolvió la sonrisa—. Podría haber estado tentada… si tuviera alguna sensación de cuál es la respuesta correcta. Me he equivocado en el pasado, agarrándome a él demasiado fuerte, intentando protegerle. ¿Cuál es la cantidad correcta?

Luke se encogió de hombros.

—Le estás preguntando a un Maestro Jedi. No a un Maestro en Paternidad.

—¿Es que hay uno en algún lugar? —Finalmente, ella sonrió—. Me he pasado más de trece años preocupándome por él.

Lo que me ha dado una gran sabiduría acerca de porqué los Jedi de antaño no permitían los matrimonios dentro de la orden, desalentaban los apegos y esa clase de cosas. Si no lo hubiesen hecho, no habría habido Sith o imperios alienígenas o desastres naturales que mataran a los Jedi. Les habría matado la preocupación por sus hijos.

—Creo que tienes razón.

—¿Maestro Skywalker?

La voz, femenina, emergió de las cercanías del pecho de Luke.

Él metió la mano bajo su túnica y sacó un comunicador.

—Aquí Skywalker.

—Aquí el puente. El Equipo Purella informa que está preparado.

—Gracias. —Él apartó el comunicador—. Jaina está lista. Y esa es una comprobación más en la lista de comprobaciones para empezar esta operación.

Mara miró a la pared más alejada del hangar, donde un crono mostraba la hora local del CENTRO DEL GOBIERNO EN CORUSCANT, CIUDAD CORELLIANA DE CORONITA, CICLO DE DÍA DE LA ESTACIÓN CENTRALIA y otro lugar.

—Deberíamos estar recibiendo un puñado más de noticias como esas, si todo va según el plan.

Los otros en el hangar también lo sabían. La actividad estaba incrementándose. Los mecánicos se retiraron de los cazas. Varios pilotos ya estaban subiendo a sus cabinas.

Luke miró a su alrededor a los pilotos de su escuadrón.

Algunos estaban hablando unos con otros. Tres estaban tendidos a la sombra de sus Alas-X, durmiendo, envueltos en sus capas Jedi que habrían recogido antes de despegar. Dos estaban sentados con las piernas cruzadas, meditando. Él asintió con aprobación a esta calma en el ojo de la tormenta.

—¿Maestro Skywalker? El Equipo Mynock informa que están en posición.

Luke casi se encogió con alivio. La notificación de la falta de alguna clase de «complicaciones» significaba que Ben, Jacen y el doctor Seyah estaban a bordo de la Estación Centralia y preparados.

Alargó la mano para coger su comunicador para darle las gracias a su contacto en el puente, pero ella habló de nuevo.

—El Equipo Tauntaun informa que está en posición. El Equipo Slashrat informa que no hay nueva actividad en la zona del objetivo. El Equipo… espere un momento…

Entonces por los altavoces del hangar salió una voz diferente, masculina, la del oficial de control de vuelo del Dodonna.

—Todos los pilotos a sus naves. Grupos entrando en el hiperespacio en cinco minutos. Todos los pilotos a sus naves.

A todo alrededor de Luke y Mara, los pilotos Jedi se pusieron en pie.

Mara se inclinó para darle un último beso antes del lanzamiento.

—Es hora de que hagas una de las seis u ocho cosas que mejor haces.

Él le sonrió.

—Espera, ¿dónde está mi tradicional humillación? Te estás ablandando, Jade.

—Seguro que sí.

Ella se volvió, sonrió por encima de su hombro en dirección a él y caminó con paso vivo de vuelta hasta su Ala-X.

Luke miró a sus pilotos.

—Escuadrón Punto de Carga —dijo—, montad.