capítulo catorce

CORONITA, CORELLIA

El Espaciopuerto Behareh, aunque era uno menor para los estándares de Coronita o cualquier ciudad de tamaño decente, todavía ocupaba muchos acres, incluso aunque estaba localizado sólo a un par de kilómetros del corazón urbano.

Desafortunadamente para Jaina y los miembros del equipo, difería del puerto espacial principal de la ciudad en algo significativo: no había un parking central o un área de hangar para los deslizadores terrestres de los visitantes, ni grandes puntos de llegada comunes donde fuera comparativamente fácil permanecer inadvertidos. En su lugar, Behareh estaba dividido en docenas de propiedades comerciales más pequeñas, normalmente con las oficinas y los hangares de tres o cuatro compañías reunidas alrededor de áreas comunes de lanzamiento y aparcamiento.

Kolir dirigió a Thann a un grupo de negocios cuya área de parking estaba rodeada por árboles altos. Él aterrizó. Aquí, las sirenas de ataque de la ciudad no eran tan altas como en los distritos del gobierno, pero continuaban retumbando en los cielos.

Mientras el deslizador terrestre frenaba hasta detenerse, los ojos de Zekk se abrieron, alertas, despreocupados y sin estar nublados por el dolor.

—¿Estamos ya en Corellia? —preguntó.

—Tranquilo, tú —dijo Jaina, pero apartó un mechón de cabello de su frente, un gesto suave que le robó cualquier dureza a sus palabras—. Tahnn, Kolir, ¿estatus?

—El escuadrón de Skywalker está haciendo una pasada sobre el centro del gobierno —dijo Thann—. Para disfrazar el auténtico propósito de su llegada y para darnos algo de tiempo para estar en el aire. Tan pronto como lo estemos, él se separará y vendrá para escoltarnos hasta el espacio. El deslizador de Tahiri estará aquí en un par de minutos. —Frunció el ceño—. Creo que hay algo que ella no nos está diciendo.

—¿Cómo qué?

—No estoy seguro. No me lo diría a mí.

—Tengo una pozible objetivo en perzpectiva —dijo Kolir, y levantó su cuaderno de datos. En su diminuta pantalla estaba un logo rojo y amarillo de una compañía que decía: EXCURSIONES DONOSLANE—. Una mujer humana como directora de guardia. La oficina debería eztar por… —Ella miró a su alrededor y vio un edificio con la parte superior curvada de duracreto amarillo justo detrás del deslizador terrestre—. Por allí.

Los otros miraron en esa dirección pero se distrajeron. Otro deslizador terrestre, este de un discreto azul, se posó en el aparcamiento adyacente al suyo. A los controles iba Tahiri Veila, de pelo rubio y ojos verdes, unos cuantos años estándar más joven que Jaina. Estaba vestida con un mono gris utilitario de los trabajadores. A su lado estaba Doran Tainer, alto, de pelo claro, ojos marrones, mandíbula cuadrada e insípidamente guapo como el protagonista de cualquier holodrama, pero estaba extrañamente vestido con ropajes de los trabajadores de los campos manchados de hierba. Ambos eran Jedi. En ese momento, ninguno lo parecía.

En el asiento trasero del deslizador había algo aproximadamente del tamaño de una mujer humana adulta, envuelta en una capa marrón desde las pantorrillas hasta la coronilla de su cabeza. Sólo los pies sobresalían, garras metidas en botas de cuero marrón.

Con el corazón martilleando de repente, Jaina salió de debajo de Zekk y saltó hacia ese asiento trasero incluso cuando Doran le habló.

—No es lo que crees.

Jaina apartó la capa de la cabeza y los hombros del cuerpo… y reveló los rasgos de un brillante droide de protocolo plateado y bruñido, con sus fotorreceptores apagados.

—¿Qué es esto? —preguntó ella—. ¿Dónde está Tiu?

Doran le ofreció una sonrisa dolorida.

—Está en la mansión de Thrackan Sal-Solo.

—¿Capturada?

—No —dijo Tahiri—. Oculta.

—Nos metimos en una trampa —dijo Doran—. Suena como si vosotros también. Montones de guardias. Varios probots de combate. Un par de droides CYV. No era una situación sostenible. Así que decidimos marcharnos.

Tahiri le lanzó una mirada reprobadora.

—No había nada que pudiéramos conseguir allí. Así que ordené una retirada bonita y limpia. Lo que habría estado bien si aquí Nociones Brillantes no hubiese tenido su gran idea.

Ahora Jaina fijó en Doran una mirada dura.

—Que fue ¿qué?

Doran se encogió de hombros.

—Nos tropezamos con este droide de protocolo desactivado en la habitación en la que decidimos organizar nuestra retirada. Y se me ocurrió… yo podía vestirlo con mi ropa, Tahiri y Tiu podían sacarlo y parecería como si estuviesen llevando el cuerpo de un compañero caído hasta ponerle a salvo. Ellos sabían que tres de nosotros habíamos entrado, verían a tres de nosotros escapar… y yo me ocultaría allí, vería qué podía descubrir como consecuencia de este desastre.

—¿Y un hombre desnudo del tamaño de un wookiee enano va a mantenerse escondido durante cuánto tiempo? —demandó Jaina.

Doran hizo una mueca de dolor.

—Eso es lo que preguntó Tiu. Casi con esas palabras exactas, de hecho. Así que dije «Olvidadlo». Y ella dijo «No, es un buen plan, excepto por el hecho de que, como siempre, presentaste un fallo fatal. Sacamos el fallo fatal y vuelve a ser viable».

Jaina asintió.

—Y arreglar el plan significaba sustituir a una pequeña mujer omwati por un gran bloque de carne colgante.

Ella se enfureció, pero contuvo su furia en su interior. No quería que ningún miembro de su operación se quedara atrás en Corellia… pero tenía que admitir que una fuente, oculta en el opulento hogar de Thrackan Sal-Solo, podía resultar incalculable en los días que estaban por venir. Y Tiu, a pesar de tener la distintiva y delicada piel azul y el pelo pálido opalescente de su especie, era muy, muy buena en los juegos de escabullirse y ocultarse.

Cubrió la cara del droide de protocolo y retrocedió, y entonces apuntó a Doran.

—Tú. Consigue algunos parches de bacta para las quemaduras de Zekk y cualquier cosa que Kolir necesite para tratar con su boca. —Entonces su mirada cayó en Thann—. Tú.

Consíguenos un vehículo.

ORBITA CORELLIANA

Han Solo envió el Halcón Milenario hacia abajo en un curso que era una órbita ligeramente más baja que la formación de naves de Klauskin y de vuelta en la dirección por la que habían venido. En su estela venía el escuadrón de los Vigilancias A-9.

—No se alejan —dijo Leia.

—Puedo verlo —dijo Han con voz irritada—. ¿No creen en sus transpondedores? ¿Creen que estoy pretendiendo ser Han Solo?

Fuego láser verde centelleó más allá de los ventanales de estribor de la cabina. Entonces el Halcón se estremeció mientras su popa recibía un impacto de uno de los disparos de los perseguidores. Leia y Han pudieron oír el gemido de C-3PO de «Oh, cielos…» saliendo de las áreas centrales del transporte.

Han añadió algunos deslizamientos de lado a lado a sus movimientos y se elevó, escalando hasta una órbita más alta, casi hasta el camino de un transporte pesado mon calamari, el Buzo Azul.

—Han, ¿qué estás haciendo? —La voz de Leia llevaba un rastro de preocupación.

—Esas naves no dispararán sobre mí —dijo él con tono completamente seguro incluso si sus palabras sonaban un poco improbables—. Ya he hablado con el Dodonna, ¿recuerdas? Pero pueden disparar contra nuestros atacantes.

—Sí pueden.

Delante, los escudos del Buzo Azul ya estaban levantados y estaba claro que estaba soportando algo de fuego de largo alcance de oportunistas cazas corellianos, y ahora sus turboláseres de la proa y estribor empezaron a seguir al desfile de pequeñas naves que lideraba el Halcón. A esta distancia, era imposible decir si los turboláseres estaban apuntando al propio Halcón.

El Halcón se estremeció otra vez y otra, más fuertemente, mientras los veloces A-9 se acercaron a su popa. Dos de ellos pasaron disparados más allá de la proa del transporte y continuaron hacia delante.

—En un minuto —dijo Leia—, estarán lo bastante lejos para dar la vuelta y volver directos hacia nosotros. Lo que significa que tendrás que distribuir la energía de tu escudo igualmente en todas direcciones, lo que significa que algunos de esos láseres sobrecargados podrían empezar a atravesarlo.

—Lo sé —dijo Han.

Había miseria en su voz.

—Han, tenemos que devolver el fuego. Hacer que se agachen y se dispersen.

—No puedo disparar contra corellianos, Leia. No cuando yo… cuando yo…

Leia no terminó la frase por él. Causé esto.

El Halcón y sus perseguidores entraron en el radio de alcance de las armas del Buzo Azul y esas armas abrieron fuego, con su energía centelleando más allá del Halcón… y más allá de la enloquecida lucha de los A-9, también. Leia estaba aliviada de ver que el Halcón no parecía estar entre los objetivos de la nave.

Pero el fuego de las baterías llegaba terriblemente cerca y un único error al apuntar podría ponerles dentro de las cuadrículas de objetivos de la nave.

Entonces estaban paralelos al Buzo Azul, pasando demasiado cerca a lo largo de su lado de estribor, con sus armas siguiéndoles y disparando.

El Halcón pasó más allá de la proa del Buzo Azul. Seis Vigilancias A-9 continuaron persiguiéndole. Los dos que habían pasado hacia delante estaban intactos y empezaban a girar.

—Han —dijo Leia—, vas a perder el Halcón.

Era injusto de su parte. Tan simple como eran, sus palabras tenían un significado adicional y tácito. Vas a perder tu primer amor. Vas a perder tu libertad.

Han gruñó como si el sonido estuviera siendo sacado de su interior con un anzuelo.

—Sí —dijo entonces a través de dientes apretados—. Agárrate.

No era una orden para esperar. Él lanzó al Halcón en un giro hacia estribor que envió al transporte disparado hasta más allá de la proa del Buzo Azul y hacia arriba, hacia el espacio abierto entre las fuerzas de ataque corellianas y de la Alianza Galáctica, donde los escuadrones de cazas se estaban mezclando en pasadas de tocado y hundido, y peleas.

—Id a las armas —dijo él entonces.

Leia se soltó y se dirigió hacia atrás, hacia el cuerpo principal del transporte.

—¡Meewalh! —gritó ella—. A la torreta de cañones inferior.

Cuando ella llegó al tubo y a la escalera que daba acceso a las torretas de cañones láser, escaló hasta la torreta superior y rápidamente se abrochó el cinturón.

 

Syal y su compañero de ala temporal, un hombre mon cal pilotando VibroEspada Diez, dispararon a un lado de la siempre creciente zona de combate de cazas y empezaron a dar la vuelta para reentrar desde otro ángulo.

Las cosas se estaban poniendo más feas. Más escuadrones de ambos lados se habían unido a la bola que se acumulaba a medio camino entre las dos formaciones de naves. Ahora, otras cañoneras, más grandes que los cazas pero menores que las naves de la línea, estaban girando para unirse al combate.

Dodonna a Escuadrón VibroEspada.

Syal vio el brillo de una nave más grande dejando la formación corelliana y dirigiéndose hacia la zona de combate.

Incluso a esta distancia, la identificó por la vista como una fragata ligera de la serie Nebulon, su morro con forma de cabeza de hacha, su popa cúbica y su columna vertebral larga y delgada conectando los dos la hacían indiscutible a cualquier alcance visual. Era la nave más grande que se había dirigido hasta ahora hacia la bola. Syal le dio golpecitos a su punto en su panel sensor, causando que centelleara allí y en el panel de su compañero de ala. Ella ajustó su curso hacia la fragata.

Mientras tanto, el mensaje del Dodonna continuó sonando a través de los altavoces de la cabina.

—Vuelvan al Dodonna. Una vez que lleguen, no bajen.

Prepárense para el relanzamiento inmediato.

Syal hizo un juramento para ella misma. Si volvía ahora, abandonaría cualquier disparo contra la fragata. Si no volvía ahora, estaría desobedeciendo las órdenes. Si se pudiera escapar entre medio minuto y un minuto, podría ajustar su actual camino de vuelo…

Ella cambió hacia la frecuencia de la fuerza de ataque.

—V-Espada Siete a Dodonna —dijo—. Por favor repita el mensaje.

Allí. Cinco segundos cruciales habían pasado. Y el operador de comunicaciones probablemente no sería capaz de replicar instantáneamente. Estaría manejando otras peticiones de confirmación, y los pilotos con un rango más alto conseguirían su información primero.

Pasaron diez segundos más antes de que el mensaje del Dodonna se repitiera y quince más antes de que el mensaje se completara. Syal respondió y empezó un lento rizo de vuelta hacia el transporte. Su curso la llevaría a través de la mitad de la zona de combate… y a través del camino de la fragata.

CORONITA, CORELLIA

Luke rugió hacia el Ala-X de Mara, que se acercaba hacia él, con su velocidad combinada haciendo que los números de los metros del alcance de los cazas descendieran demasiado rápido para leerlos.

Mientras alcanzaban el punto en el que Luke casi podía ver la cara de su mujer, un punto en el que la mayoría de los pilotos serían incapaces de reaccionar a tiempo para salvarse, Mara se zambulló, centelleando a meros metros bajo el Ala-X de Luke… y revelando el caza de ataque que la seguía.

El piloto del caza de ataque intentó apartarse del camino de Luke. Tuvo éxito. No tuvo éxito en evadir los láseres de Luke.

Centelleos rojos convergieron en la cabina y de repente el caza era una nube de humo y metralla. Luke voló a través de ella, con trozos del fuselaje del caza de ataque rebotando contra sus deflectores y arañando su casco. Salió al cielo azul en el otro lado.

La maniobra se llamaba el Desliz Corelliano. La leyenda de los pilotos de cazas decía que la maniobra había sido desarrollada aquí, por un loco y una loca que volaban por este sistema. Luke negó con la cabeza, un poco entristecido por la ironía.

En su panel sensor, vio a Mara girando para volver a su posición de compañero de ala. El último destacamento de cazas de ataque había descendido hasta dos cazas disponibles, y ahora, dándose cuenta de la reducción drástica de sus números, se alejaron de repente, dejando la pelea. Quedaban, crecientemente apaleados pero todavía en condiciones de luchar, nueve Alas-X.

—Líder, soy Tres.

—Adelante, Tres.

Luke comprobó su panel de diagnósticos. R2-D2 estaba informando de algún incremento de la fluctuación en uno de los cañones láser del Ala-X, el cañón inferior de babor, e indicaba que el propio R2 estaba mostrando algunos daños, circuitos de control de movilidad quemados por un disparo láser abrasante de uno de los cazas de ataque.

—El grupo de tierra ha informado. Tienen una lanzadera y están listos para el lanzamiento. Están esperando una persecución dura una vez que suban por encima de la altitud de no vuelo.

Luke conectó un mapa de Coronita. Mostraba la localización de su escuadrón y, por cortesía de Punto de Carga Tres, un punto que indicaba la localización de la tripulación de Jaina. Luke le dio unos golpecitos a la pantalla para designar un punto mucho más cercano a la posición del grupo de tierra que de la suya.

—Erredós, designa ese punto como localización Conexión.

Tres, dile al grupo de tierra que se abran camino hasta Conexión sin atraer a los perseguidores. Nos reuniremos con ellos allí y todo el mundo despegará hacia el espacio desde ese punto.

—Recibido.

—Punto de Carga, formad sobre mí.

Luke esperó hasta que siete Alas-X más se unieran a él en formación… y entonces se lanzaron hacia abajo, dirigiéndose directos hacia los edificios anchos y bajos que dominaban esta parte de Coronita.

A unos cuantos cientos de metros de la superficie del planeta, empezó a nivelar, pero su descenso le había llevado tan abajo que se puso horizontal ligeramente por encima del nivel de los edificios circundantes. Centrándose a lo largo del más ancho de los bulevares de esta área, salió disparado en la dirección general del equipo de Jaina, con los Puntos de Carga manteniendo la formación detrás de él.

—Erredós —dijo—, fija un curso hacia la posición de Jaina.

Sólo calles anchas, por favor.

R2 pitó una aceptación alegremente.

 

Syal y VibroEspada Diez se hundieron en la bola a la máxima velocidad de los interceptores. El panel sensor de Syal cambió, con los puntos rojos y azules girando. El espacio fuera de su ventanal delantero estaba similarmente lleno de los reflejos, los brillos y los patrones de detonaciones de una batalla creciente.

Utilizando cada ventaja que le daba la velocidad y la maniobrabilidad que el diseño del Eta-5 le daba, Syal osciló su vehículo de un lado a otro, a babor, a estribor, arriba, abajo, convirtiéndose en un objetivo enloquecedoramente difícil de fijar o de disparar con una ráfaga de fuego láser.

Delante, creciendo en su ventanal, estaba la fragata de la serie Nebulon. Mientras se aproximaba, se estaba moviendo de su babor a estribor, desde una posición relativamente alta a una baja, con sus cañones láser y la serie de turboláseres centelleando continuamente.

—Diez —dijo Syal—, vamos a por el generador de escudos deflectores. Misiles de impacto para un resultado de máximo alcance cercano.

Ahora estaban tan cerca que el esquema de las fragatas Nebulon apareció en su panel sensor. Ella le dio un golpecito en la parte superior del nódulo trasero de la imagen hecha de líneas y esta se expandió en la pantalla, con rótulos de palabras y líneas con puntas de flechas apareciendo en el esquema para explicar qué era que. Ella le dio unos golpecitos a las palabras GENERADOR DEL ESCUDO DEFLECTOR para destacarlas, arrastrando la retícula de objetivos desde la esquina de la pantalla sobre ellos, arrastrando la silueta de un interceptor Eta-5 desde la misma esquina hasta el mismo punto. Ahora su ordenador de objetivos buscaría automáticamente los generadores de escudos y V-Espada Diez recibiría una transmisión de datos apuntando a ese objetivo.

—Negativo, Siete, negativo —dijo Diez—. Incluso si conseguimos resultados fantásticos, todo lo que haremos será bajar los escudos. Y algún otro conseguirá la presa antes de que podamos volver. Yo digo que intentemos poner los misiles en las bahías de los escuadrones. Las escotillas principales podrían estar abiertas todavía. Podríamos tener suerte.

—No puedes hacer planes confiando en la suerte, Diez. —Era extraño oír esas palabras con su propia voz y no con la de su padre—. Planea sabiamente y deja que la suerte aterrice donde quiera. Vamos a por los generadores de escudos.

—No me sobrepasas en rango, Siete.

—Sí, pero voy delante.

Syal desvió un cuarto de su energía de los escudos a sus impulsores, un movimiento arriesgado. Pero no podía arriesgarse a que Diez utilizara la misma lógica contra ella, adelantándola, complicando su táctica. Diez se impulsó hacia delante, alcanzándola brevemente, pero se retrasó, poco dispuesto a entregar tanta energía de los escudos como estaba utilizando ella a los impulsores.

Syal sonrió. Perdiste los nervios, ¿verdad?

Ahora estaban demasiado cerca incluso para intentar un viraje y atacar a los hangares de los escuadrones, que estaban en el módulo del morro de la fragata. Syal devolvió la energía del escudo a sus escudos delanteros.

Un ataque de turboláser centelleó justo por encima de ella, causando que las alarmas de proximidad del interceptor rugieran.

Syal pilotó directa hacia el generador del escudo deflector, como si su intento fuera embestirlo, suministrando sólo suficientes movimientos de lado a lado y de arriba abajo para quitarse de encima algunas fijaciones de objetivos.

Su propia retícula de objetivos encontró los generadores de escudos de la fragata, osciló a su alrededor y se estabilizó. Syal contuvo el aliento y mantuvo la concentración hasta que el ordenador de objetivos indicó máxima eficiencia de alcance para disparar… y más, esperando hasta que el ordenador cambiara a rojo para un alcance óptimo. Al fin, ella disparó. Vio rastros blancos mientras los dos misiles se alejaron centelleando de su interceptor.

Incluso entonces ella no cambió su curso. Muchos pilotos se escoran y empiezan a correr hacia un sitio seguro en el instante que lanzan misiles, le había dicho su padre. Muchos artilleros saben esto. Ves a un objetivo acercarse, le ves lanzar misiles, eliges un vector para él y disparas en esa dirección. Una de cada diez veces elegirás bien y le vaporizarás. A menos que seas Tycho Celchu, cuando es una vez de cada cuatro.

Syal no se escoró. Parpadeó mientras una andanada de láser rojo llenó de repente el espacio justo sobre su curso y a estribor.

Tan pronto como los proyectiles rojos pasaron de largo, ella se lanzó hacia abajo y se escoró a estribor, alejándose de la fragata, de vuelta hacia el Dodonna.

La pantalla del sensor mostró una detonación en el nódulo de popa encima de la fragata. La extensión del daño, si es que causó alguno, no podía ser mostrada todavía, pero parecía cerca, más cerca que si los misiles hubiesen detonado contra los escudos.

El Dodonna estaba libre de los asaltos de los cazas enemigos mientras los dos interceptores Eta-5 se alinearon con él, y la noticia llegó por los paneles de comunicación: Líder V-Espada había capturado la fragata, dejando caer todo su complemento de misiles de impacto en los motores, dejando a la fragata muerta en el espacio, urgiendo a una evacuación en masa en las cápsulas de escape.

—Aprovechado —dijo Diez—. Eso es justo de lo que te estaba advirtiendo, Siete. Nosotros hacemos todo el trabajo… y él se lleva el premio.

—¿Qué es más importante, Diez? ¿La silueta de una fragata en tu caza o saber que eres responsable de mantener con vida a unidades de tu lado?

—La silueta.

—Eres tan pez. Sabes que estás transmitiendo abiertamente en la frecuencia del escuadrón, ¿verdad?

—¡Engendro de Sith! Yo no… —Entonces la voz de Diez fue de la sorpresa y el miedo a la ira—. No, no lo estaba haciendo. So mentirosa.

Syal se rió de él y se alineó para su aterrizaje.

 

Leia apuntó con su ordenador de objetivos y apuntó con la Fuerza. Su ordenador pitó para decir que tenía fijado a su oponente, pero ella todavía no sentía a su oponente. Se movió ligeramente, un pequeño ajuste con los cañones cuádruples enlazados que comandaba, y sintió calor, peligro: el peligro que su objetivo estaba experimentando.

Ella ajustó una fracción de grado del arco hacia abajo y disparó. Cegadoras agujas de luz golpearon al Vigilancia, hundiéndose a través de sus cañones láser y luego a través de la popa del A-9. Vio al vehículo verter atmósfera. Entonces la cubierta salió volando y el piloto eyectó, con el débil brillo de un escudo de soporte vital rodeándole mientras entraba en el vacío total. Estaba a un par de cientos de metros de su nave condenada cuando explotó.

Un punto representando a otro A-9, alcanzado por el fuego de Meewalh y la torreta inferior, desapareció de la pantalla del sensor de Leia. Débilmente, distantemente, ella sintió la disminución en la Fuerza que era el heraldo de la muerte del piloto.

—Cinco han caído —dijo Han por la unidad de comunicación—. Cuatro para… no importa. Cuatro abandonando la persecución. Estoy volviendo a nuestro curso pretendido.

Segundos después Leia estaba a medio camino de vuelta hacia la cabina cuando Han hizo el anuncio.

—Guau. Estamos saliendo de aquí.

Su repentino giro hacia babor lanzó a Leia contra una pared, pero ella preparada, lo amortiguó con la posición del cuerpo y una pequeña ayuda de la Fuerza.

A pesar de los siguientes giros evasivos, ella se las arregló para entrar de nuevo en la cabina y abrocharse el cinturón de su silla.

—¿Qué está pasando?

—No nos están disparando —dijo Han—. No estamos ni siquiera en llamas.

—Eso es un cambio refrescante.

—Pero tenemos algunos daños por estrés del casco. Y los cazas de la AG están abandonando el campo. —Han sonaba jubiloso—. Están corriendo. Las naves capitales de la AG están girando hacia el espacio.

Leia miró la pantalla del sensor y luego lo confirmó con la observación directa. Fuera de los ventanales de la cabina, pudo ver el morro de una vieja fragata, construida como un grupo de pequeñas pesas de ejercicio pero de un tercio de un kilómetro de larga, alejándose de la órbita planetaria y apuntando su proa hacia el espacio.

—Maravilloso —dijo ella—. Tal vez ahora esta catástrofe ha terminado.