capítulo cinco
CORUSCANT
Dos días después de la cena familiar de los Solo Skywalker, Han Solo estaba sentado en uno de los sofás de su salón, con un terminal portátil en el regazo, frunciéndole el ceño a la pantalla.
De vez en cuando introducía una serie de comandos o usaba un interfaz de voz, pero cada intento que había hecho era respondido con una pantalla roja indicando un fallo.
Leia se materializó detrás de él, inclinándose sobre su hombro, y leyó en alto el texto de la pantalla.
—FALLO EN LA OPERACIÓN. DEBE ESTAR UTILIZANDO INFORMACIÓN DE CONEXIÓN QUE ESTÁ ANTICUADA. ¿Intentando arreglar tus impuestos?
—Muy graciosa. —Han no sonó divertido—. ¿Te acuerdas de Wildis Jiklip?
Leia frunció el ceño. Wildis Jiklip era un prodigio con las matemáticas de alrededor de la edad de Han. Muy viajada, de madre corelliana y padre coruscanti, había sido educada en ambos sistemas y se había licenciado para enseñar en la universidad o a nivel de academias para cuando cumplió ventipocos. Entonces desapareció durante dos décadas, y sólo unas cuantas personas sabían lo que había estado haciendo durante ese tiempo.
Se había convertido en contrabandista bajo el nombre de Red Stepla. Recorría rutas inusuales, llevando cargas inusuales y tenía una habilidad asombrosa para conseguir bienes prohibidos para sus mercados en momentos en los que eran más valiosos. Su registro de éxito era inalcanzable. Mientras la mayoría de los contrabandistas llevaban una existencia precaria, gastando sus ganancias en una variedad de puertos en el juego, las parrandas y otros entretenimientos, quedándose apenas con lo suficiente para repostar y conseguir nuevos cargamentos, Red Stepla y su tripulación llevaban vidas muy discretas, invirtiendo sus ganancias en una variedad de puertos por toda la galaxia.
Unos cuantos años antes del comienzo de la Guerra Yuuzhan Vong, Red Stepla y su tripulación se retiraron… por el simple provecho de desaparecer. Wildis Jiklip reapareció entonces, una teorizante independientemente rica que ocasionalmente enseñaba en cursos de nivel universitarios en Coruscant y Lorrd, centrándose en la economía interplanetaria, la economía del mercado de la oferta y la demanda, las reacciones de los sistemas económicos ante las guerras muy extendidas y asignaturas relacionadas con eso.
Han conocía el secreto de su doble identidad, y Leia lo había descubierto por la propia Wildis, quien confiaba en cualquiera en quien Han confiara lo suficiente como para casarse con ella.
Leia asintió.
—Claro. ¿Qué pasa con ella?
—Se suponía que está en Coruscant, haciendo una de sus series de conferencias. Intenté ponerme en contacto con ella para hablar de Corellia. Pensé que quizás ella pudiera darme una pista sobre la reacción oficial de la AG ante lo que está pasando allí.
Pero ha suspendido su serie de conferencias a la mitad, hace sólo unos cuantos días, y todas las maneras que tengo de ponerme en contacto con ella están desconectadas. Informan que se ha ido por una emergencia familiar.
Leia se encogió de hombros.
—¿Y qué?
—Bueno, ella no tiene familia. Sí, lo sé, eso por sí mismo no es sospechoso. Pero todavía quería hablar de política con otros corellianos. Así que preparé una holotransmisión con Wedge Antilles.
Leia sintió una sorpresa momentánea aunque evitó que se reflejara en su cara. Sabía que era una malcriada cuando se trataba de economía. Había vivido como princesa planetaria, a pesar de ser de una familia financieramente responsable, cuando era una niña y una joven. Había dirigido los recursos de un gobierno rebelde y luego de uno legítimo. Los gastos nunca habían sido una consideración a tener en cuenta para ella. Han, quien había sido criado en la pobreza y había vivido con dificultades económicas la mitad de su vida, era más tacaño, y el hecho de que hubiese estado dispuesto a pagar por una conversación instantánea y en vivo con un amigo a años-luz de distancia era bastante más que una consideración para él. Decía más sobre el estado de su preocupación por la política corelliana que nada que hubiese dicho en los últimos días.
—¿Y cómo está Wedge?
—No pude comunicarme con él vía HoloRed. Dicen que hay alguna clase de avería en el equipamiento causando conexiones intermitentes con el sistema corelliano.
—Así que le enviaste un mensaje por el método estándar de grabar y transmitir.
Han asintió.
—La clase de mensaje de un gesto con la cabeza y cómo lo llevas.
—¿Y?
—Y llegó allí, y conseguí una respuesta… pero ha tardado varias horas. Lo suficiente para que mi mensaje y la respuesta hayan sido interceptados, desencriptados, escaneados y analizados antes de continuar adelante.
Leia no dijo Ahora estás siendo paranoico. Eran las primeras palabras que saltaron a su mente, pero en verdad Han no estaba siendo paranoico. El gobierno de la AG probablemente estaba vigilando muy de cerca en el tráfico de las comunicaciones para y desde Corellia a la luz del continuado desafío de ese sistema a los edictos del gobierno.
—De acuerdo —dijo ella—, así que las comunicaciones con Corellia están siendo sometidas a escrutinio.
—De modo que seguí echando un vistazo. —Han parecía preocupado—. Activé algunas identidades falsas. Envié grupos de mensajes a Corellia vía Commenor y algunos otros mundos. Me puse en contacto con viejos amigos que aún están en el mercado y descubrí que las patrullas anticontrabando de la AG se están intensificando justo ahora… en las cercanías de Corellia y unos cuantos mundos que han expresado públicamente su apoyo a Corellia. Realmente estoy empezando a pensar que está pasando algo.
Leia dio la vuelta hasta la parte delantera del sofá y se colocó al lado de su marido.
—Algo más que un ligero acoso por parte de la AG para incomodar a un sistema que no está jugando según las reglas, quieres decir.
—Sí. Pero no sé cómo confirmarlo en realidad. Como coger mi corazonada y convertirla en un hecho.
Leia lo consideró. Como Caballero Jedi su primera responsabilidad era para con la Orden Jedi y la Alianza Galáctica.
Si la Alianza Galáctica estaba en realidad planeando alguna clase de acción contra Corellia, su deber era apoyarla.
Pero esa era una de sus lealtades. Simplemente no podía ignorar su lealtad hacia Han, incluso si él estaba apoyando una causa estúpida. De repente sonrió. ¿Había apoyado él alguna vez una causa que no fuera estúpida desde alguna perspectiva, incluyendo la Alianza Rebelde?
—¿Qué es tan divertido?
—Nada. Sólo estaba pensando en… otras maneras de figurarnos qué está pasando.
—¿Como cuáles?
Ella empezó a contar con los dedos.
—Uno. Si la AG está planeando alguna clase de acción contra Corellia, entonces un número de personas en el gobierno de la AG lo saben. Particularmente aquellos que sólo se sirven a sí mismos y que tienen intereses económicos en Corellia van a hacer todo lo que puedan para proteger esos intereses. Si son descuidados, sería posible ver sus actividades, sus transacciones.
»Dos. Si la acción contra Corellia va a involucrar al ejército, determinar qué clase de fuerzas militares están convocando sería muy informativo. Se utilizarían diferentes fuerzas para un asalto o un bloqueo, por ejemplo. Ahora bien, es arriesgado descubrir esa clase de información, especialmente sin que te vean como a un espía, pero es posible, y tenemos la pequeña ventaja de que ha pasado bastante tiempo desde que estuvimos en guerra. La seguridad no será tan férrea como lo era en el punto álgido de la Guerra Yuuzhan Vong o la guerra contra el Imperio, por ejemplo.
Han asintió.
—Bien, bien.
—Tres. Podríamos formular posibles planes de acción contra Corellia, determinar los recursos necesarios para esos planes… y luego intentar determinar si esos recursos están actualmente siendo colocados en posición. Eso nos daría alguna sensación de lo que realmente va a ocurrir… asumiendo que tus planes sean precisos.
—Vale —Han sonrió—. No me importa trabajar con datos o el procesamiento de los números, pero parece que acabo de asignarme a mí mismo una buena cantidad.
—Yo te ayudaré.
—Gracias.
—Después del desayuno.
La sonrisa de Han se hizo más ancha.
—Simplemente no eres la misma mujer incansable y desinteresada con la que me casé, ¿verdad?
—Creo que no.
—Te he corrompido.
Ella suspiró dramáticamente.
—Bueno, tú eres el mismo egoísta incansable con el que yo me casé.
La oficial de SegCor, delgada en su uniforme marrón y naranja ardiente, con su cara oculta tras el escudo contra láser de un casco de combate, saltó por la puerta y levantó su rifle láser. Antes de que pudiera alinearlo contra Jacen, él hizo un arco con su sable láser, cortando a través del arma y a través de la mujer. Ella cayó en dos humeantes piezas, haciendo un sonido que resonó contra el suelo de metal.
Jacen dirigió una rápida mirada hacia el camino por el que había venido, un pasillo sin fin lleno de cables retorcidos y extrusiones mecánicas cuyas funciones nadie había sido capaz de discernir o adivinar incluso después de décadas de estudio. En algún lugar de ahí detrás, yacía Ben, víctima de un disparo láser en su pecho, parte de un aluvión de disparos que habían sido demasiado rápidos, demasiado denso para que Jacen compensara…
Negó con la cabeza. No podía permitirse el distraerse por irrelevancias, no cuando el éxito de la misión estaba tan cerca. Se abrió a la Fuerza, un barrido casual que le revelaría la presencia de seres vivos más allá del portal, y, cuando no sintió ninguna, pasó adentro.
Aquí estaba, la sala de control del arma de la Estación Centralia. La habitación era sorprendentemente pequeña, considerando el increíble poder que controlaba. Era lo suficientemente grande para que un grupo de tamaño medio de científicos operaran en ella, pero algo tan grandioso debería haber sido enorme, con un estatuario monumental conmemorando las veces que había sido utilizada en el pasado. En su lugar, había sillas y bancos de luces, botones y palancas, y un mando de control que salía hacia arriba en el asiento central… todo exactamente igual que la última vez que lo había visto, años antes.
Poco antes del nacimiento de Ben, de hecho. La había visto poco antes de que el chico naciera. Ahora la estaba viendo justo después de que el chico hubiese sido reducido.
Irrelevancias. De un bolsillo dentro de su túnica Jedi, sacó un chip de datos peculiar. A diferencia de las tarjetas de datos estándar, que encajarían en la ranura de los lectores de billones de cuadernos de datos, ordenadores, comunicadores de alta tecnología, o paneles de control de vehículos que estaban equipados para explorar y utilizaban aparatos de memoria, esta tenía los bordes redondeados y unas protuberancias puntiagudas de oro, que le permitían ajustarse a únicamente un puerto conocido en toda la galaxia.
¿Pero dónde estaba ese puerto? Jacen exploró los bancos de botones y otros controles. Nada parecía encajar con el chip de datos, ni siquiera en la sección de control exacta en la que le habían dicho que buscara. Era consciente de que había gritos distantes en el corredor de afuera, signos de que las fuerzas de Seguridad Corelliana se estaban acercando deprisa hasta él, de que sólo tenía segundos para completar su misión.
Cerró los ojos y buscó con sentidos a los que no se engañaban fácilmente.
Y encontró, casi instantáneamente, lo que estaba buscando: una ranura con la forma de la imagen inversa del lado frontal de su chip de datos. Con los ojos todavía cerrados, dio un paso adelante, extendió el chip y sintió que este era cogido y luego arrastrado hacia la maquinaria bajo la superficie del panel de control. Lo soltó y abrió sus ojos.
Las miles de luces indicadoras de la cámara se habían apagado y los sonidos de los gritos y los pies que corrían por el corredor se acallaron.
—Simulación terminada —anunció una voz femenina—. Alcance del éxito setenta y cinco por ciento, sólo estimado.
Jacen sonrió agriamente. Cualquier cosa por encima del 51 por ciento era suficiente para el éxito de la misión. Significaba que una de las varias técnicas que intentaban dañar o destruir la Estación Centralia se había iniciado. Pero incluso el 75 por ciento no era lo suficientemente bueno. Significaba que él o Ben habían caído. El cincuenta y uno por ciento y los dos habrían muerto.
Ben se movió desde la puerta y cuidadosamente pasó por encima del cuerpo cortado en dos del droide que llevaba la armadura de SegCor. Se frotó el pecho y pareció avergonzado.
—Los disparos aturdidores pican —dijo.
Jacen asintió.
—Mayor motivación para que no dejes que te alcancen.
La pared tras el panel de control principal se deslizó hacia arriba, revelando detrás una cámara de control. Varios ordenadores, una silla central con cuatro monitores montados y barras ajustables a su alrededor. El hombre de la silla, corpulento, de barba gris y un poco pasado de peso, ofreció una débil sonrisa a los dos Jedi.
—Habéis llegado ahí —dijo con voz profunda, rugiente.
—Esto pareció demasiado fácil, doctor Seyah. —Jacen hizo un gesto a su alrededor—. Un guardia en la cámara final…
—¿Fácil? —Ben sonó enfadado—. ¡Nos dispararon alrededor de mil disparos láser!
—Jacen tiene razón —dijo el doctor Seyah—. Esto era más fácil. Más fácil que reiniciar el giro centrífugo y sabotear el giro contrario de la gravedad artificial para que la estación se haga pedazos, más fácil que introducir las propias coordenadas de la estación en la computación de objetivos y hacer que se autodestruya, más fácil que secuestrar un destructor estelar y estrellarlo en el extremo apropiado de la estación…
La cara de Ben se iluminó.
—Todavía no hemos hecho eso.
—Ni lo vais a hacer. Esa no es una misión para Jedi. Lo es para locos y viejos oficiales navales.
—Oh. —La expresión de Ben se oscureció—. Me habría gustado eso.
El doctor Seyah apartó un par de molestos monitores y se levantó de su silla.
—El problema es que no sabemos que apariencia tiene ahora la sala de control principal de armas. Así es como estaba hace tres semanas, cuando todo el mundo, excepto un grupo de científicos cuidadosamente investigados y muy procorellianos, fue sacado de allí y reasignados a otros lugares. Podrían haber reemplazado todo el equipamiento con tiras de queso o haber encerrado la habitación en duracreto. No lo sabemos. Pero no tenemos razón para pensar que lo han hecho. —Se encogió de hombros—. Mientras tengas ese chip de datos intacto, y mientras la ranura de recepción todavía exista en el panel de control, incluso si vacilas antes de encontrarlo, entonces esta aproximación podría funcionar.
—¿Podría funcionar? —repitió Jacen.
—Creemos que lo hará. Las órdenes en ese chip de datos deberían iniciar una cuenta atrás de diez minutos y activar después un complejo pulso repulsor que partirá la estación en pedazos. Asumiendo que no hayan reprogramado sus sistemas lo suficiente para pasar por encima de la programación de ese chip. Asumiendo que mi equipo y yo hiciésemos bien nuestro trabajo durante todos estos años. Asumiendo muchas cosas. —El doctor Seyah suspiró y luego colocó una mano en el hombro de cada Jedi—. Esto es lo único que puedo garantizaros: venid conmigo a la cafetería y puedo invitaros a un almuerzo.
—A veces las respuestas más simples son las mejores —estuvo de acuerdo Jacen y permitió que le volviese hacia la puerta.
Pero en su interior, la preocupación intentó corroerle. Ben había fallado o muerto en ocho de las diez simulaciones que habían hecho, sugiriendo que no debía, después de todo, ir en esta misión… pero el propio sentido del futuro de Jacen, día tras día, le decía que el chico sería crucial para su éxito, si era el éxito lo que al final se alcanzaba. Tal vez los dos resultados eran correctos. Tal vez la misión tendría éxito, pero sólo si Ben caía durante su cumplimiento.
Si eso era así, ¿cómo se presentaría Jacen ante Luke?
—Así que, ¿cómo es ser espía? —preguntó Ben.
—El doctor Seyah no es un espía, Ben. Sé educado —murmuró Jacen.
—Oh, desde luego que soy un espía. Científico y espía. Y está muy bien. Estudio tecnología antigua y aprendo cómo funciona el universo. Y muy a menudo, me voy de vacaciones para aprender cómo implantar los más recientes comunicadores de escucha, para sublevar o seducir a espías enemigas, para utilizar las armas láser más modernas y volar en los deslizadores aéreos más modernos…
—¿Le ha roto alguna vez el cuello a alguien?
—Bueno, sí. Pero fue antes de que técnicamente fuera un espía…
Durante un periodo de unos cuantos días, Han y Leia reunieron hechos, números, desapariciones, reapariciones, movimientos de naves, reasignaciones de personal, cosas que se habían dicho y cosas que no se habían dicho en la compleja proyección de un ordenador, cuidadosamente mantenida, aunque apenas comprendida, por C-3PO.
Hecho: elementos de la Segunda Flota de la Alianza Galáctica estaban siendo desviados de las misiones que constaban en los registros. Como ejemplo, el transporte mon calamari Buzo Azul se suponía que se dirigía al Brazo Tingel de la galaxia en una misión anual para seguir la ruta de entrada de los yuuzhan vong hasta la galaxia para ver cualquier manifestación persistente de su paso.
Sin embargo, cuando se había reaprovisionado, no había recogido la clase de provisiones apropiadas para una misión en solitario de meses de duración.
Hecho: las comunicaciones entre Coruscant y Corellia continuaban siendo problemáticas, en un modo que sugerían que el tráfico de comunicaciones estaba siendo monitoreado y analizado concienzudamente… pero ninguno boicot anticipado o sanción económica se había llevado a cabo contra el sistema crecientemente independiente.
Hecho: los expertos civiles del gobierno, el ejército y la economía corelliana estaban cada vez menos disponibles.
Ninguno había desaparecido técnicamente. Todos estaban «de vacaciones», lejos por motivos personales, en asignaciones intergalácticas recientes. Eso mismo no ocurría con otros expertos de otros mundos que se habían unido a Corellia en su agitación contra la AG, como Commenor o Fondor, por ejemplo.
Hecho: las propiedades corporativas corellianas pertenecientes a Pefederan Lloyn, que tenía un asiento en el Consejo Financiero de AG, se había vendido recientemente o se habían convertido en ciertas clases de propiedades en el sistema Kuat. En teoría, a causa del papel activo que jugaba ella en las finanzas del gobierno, Lloyn no estaba ejerciendo ningún control directo sobre sus holdings de negocios, habiendo asignado ese control a los directores de los negocios mientras durara su servicio en el gobierno… pero Han Solo no tenía ninguna fe en las teorías que tenían mucho que ver con la integridad de los cargos oficiales del gobierno.
Esos eran sólo una muestra representativa de los datos que Han y Leia encontraron y cargaron en las nuevas rutinas de análisis de C-3PO. Pero todos los hechos apoyaban la creciente convicción de Han de que algo muy malo estaba a punto de ocurrir en el sistema planetario donde había crecido. Su convicción no se alivió cuando C-3PO, durante una de sus sesiones de análisis en el salón de los Solo, dijo:
—Según todas las apariencias, Corellia está a punto de experimentar una… una paliza, creo que es la palabra.
Han resopló, un sonido irritado que causó que el droide de protocolo se inclinase hacia atrás, alejándose de él.
—¿Te dan esos nuevos conocimientos analíticos alguna idea exacta de que forma va a adquirir esta paliza?
—Oh, no, señor. Tendría que ser cargado con extensivas aplicaciones de planificación militar, por no mencionar, extensas bases de datos, para ofrecerle una predicción útil en ese asunto. Lo cual, desde luego, interferiría con mi función principal como droide de protocolo. Vaya, sólo la memoria necesaria me forzaría a eliminar millones de traductores de idiomas e interpretadores de inflexiones. Eso sería desastroso. Podría incluso volverme… —El volumen de la voz del bajó—… más agresivo.
Leia mantuvo su cara seria.
—Eso sería terrible. ¿Cómo sería tu agresión? ¿Estrangularías a oficiales de seguridad y les darías patadas a los niños?
—Oh, no, señora. Pero podría volverme… más sarcástico.
Incluso abusivo verbalmente.
—Lingote de oro, consíguenos algo de café —dijo Han.
—Sí, señor. —El droide se levantó—. No creo que lo haya preparado. ¿Le gustaría uno instantáneo?
—Casi tanto como me gustaría una quemadura láser en mi rótula. Ve y prepara un poco.
Han esperó hasta que C-3PO estuviera en la cocina y la puerta se cerrara tras él. Entonces se volvió hacia su esposa.
—Así que, ¿qué hacemos para evitar que esto ocurra?
Leia tomó aire para responder, pero lo contuvo durante largos momentos. Han la miró con curiosidad. Podía decir por la expresión de su cara que ella estaba planteando su respuesta, pero tenía tanta práctica en hacerlo que normalmente podía componer un discurso mientras empezaba a recitarlo. Esta clase de tardanza era inusual en ella.
—Tal vez —dijo ella finalmente— lo mejor sería no interferir.
La mirada que le dirigió sugería que ella esperaba que él se transformara en un rancor y montase un alboroto.
—No hacer nada —dijo él.
—Han, ¿qué pasa si Corellia continúa haciendo exactamente lo que está haciendo… y se sale con la suya? ¿Sin sufrir consecuencias?
—Corellia vuelve a ser independiente. —Han se encogió de hombros—. ¿Y?
—Y otros mundos siguen el ejemplo de Corellia.
—Otra vez. ¿Y?
—La Alianza se debilitará. Las cosas se volverán más… desordenadas. Más oportunidades para el crimen. Los mercados negros. La corrupción.
Por una vez, Han pasó unos cuantos momentos considerando su réplica. Una respuesta tonta habría acudido fácilmente a él, pero un buen gobierno y una galaxia estable eran importantes para su esposa y él no podía desecharlos casualmente.
—Leia, tiene que haber sitio en esta galaxia para la independencia. Para el caos. En una galaxia tan rígida, tan sanitaria, tan controlada como de la que estás hablando, yo nunca podría haber sucedido. Realmente preferiría vivir en una galaxia donde hay sitio para alguien como yo.
Leia apartó la mirada de él, y en la expresión de ella Han pudo ver el destello de un pesar que creció hasta convertirse en pena. De nuevo, se estaba apenando por la pérdida de un sistema, de un gobierno que siempre había sido sólo abstracto. Uno tan justo y razonable que no podía resistir cuando se llevaba a la práctica.
—Entonces lo que hay que hacer es advertir a Corellia —dijo ella—. Preferiblemente sin alertar a la AG de que lo estás haciendo. Porque estaría bien que no te arrastraran a la cárcel.
—Tú me rescatarías. Si tardo demasiado en escapar por mí mismo, quiero decir.
Ella sonrió agriamente, manteniendo todavía su atención en el ventanal y en la puerta deslizante que llevaba a la terraza.
—Necesito tu ayuda, Leia. No puedo hacer esto solo.
Le costó un tremendo esfuerzo decir estas palabras. Admitir que no podía llevar a cabo alguna tarea ordinaria, como salvar a un mundo de una invasión o una conquista, por sí mismo era bastante doloroso. Era peor pedir a una mujer devota del orden y la ley que dejase de lado esas consideraciones por él.
—Lo sé. —Leia volvió a mirarle—. Lo haré, Han. Pero sólo si tú me ayudas a mí. Corellia no puede jugar en ambos lados del campo. Si el sistema va a ser independiente, tiene que ser independiente. No puede seguir aceptando todos los beneficios de ser un miembro de la AG y desafiar la ley de la AG. Si vas a decirles que la AG va a obligarles a obedecer, tienes que decirles que dejen de jugar. Tienen que engrasar todo el bantha.
Han parpadeó.
—Tienen que engrasar… ¿tienen que qué?
—Engrasar todo el bantha. Es una expresión. De Agamar, creo.
—Seguro que lo es.
—Lo es. Y estás intentando no responderme a lo que he dicho.
—No, no lo intento. Tienes razón, Leia. No más juegos para Corellia.
—Entonces te ayudaré.
—Y más grasa para el bantha.
—No te rías de mí, Han. Hay consecuencias.
—Podemos engrasar al droide de protocolo.
—Han, te lo estoy advirtiendo…