capítulo dieciocho

Más tarde ese día, el resto de las naves dedicadas a la misión diplomática se acercaron para aterrizar en los hangares esparcidos por el perímetro del Hábitat Narsacc. Un hangar era mayor que todos los otros, pero ningún grupo de los negociadores de estatus podría estar de acuerdo en que alguno de los lados llegara allí.

Sería una humillación demasiado grande para el estatus percibido de los diplomáticos. Así que no se utilizó. Los enviados de la Alianza Galáctica y de los corellianos aterrizaron en hangares de idéntico tamaño, mientras que los Jedi fueron colocados en un hangar ligeramente más pequeño que los otros.

Entonces los tres grupos se encontraron en el área de conferencia mayor del hábitat, con bastante sitio para que dos partidos de bolazona se jugaran simultáneamente. Un grupo de mesas habían sido organizadas como un área de conferencias, con las sillas cuidadosamente ordenadas por el rango de los individuos asignados a ellas. Otro grupo tenía comida sobre ellas, un buffet de platos de varios mundos, incluyendo Coruscant y Corellia. Una tercera área no tenía decoración, pero una falange de droides músicos estaba distribuida contra una pared. El propósito del área, como pista de baile, era obvio.

Han Solo, técnicamente un consejero con el grupo Jedi, entró a grandes zancadas con su esposa a su lado y echó una rápida mirada a la zona despejada.

—Esto no es una reunión de negociación.

Leia le sonrió.

—No, no lo es.

—Es una fiesta.

Ella asintió.

—¿Por qué estamos malgastando el tiempo con una fiesta cuando tenemos dos lados a punto de ir a la guerra?

Luke, caminando dos pasos por delante al lado de su mujer, sonrió por encima de su hombro hacia su cuñado.

—Nadie va a ir a la guerra mientras los delegados estén aquí. El único con un deseo de querer hacerlo es Thrackan Sal-Solo, porque la guerra le dará una mejor oportunidad de asumir el control del sistema corelliano al completo… y nuestros contactos de Inteligencia dicen que todavía no tiene suficiente influencia sobre los otros cuatro Jefes de Estado corellianos para hacer eso.

—Y esta reunión proyecta la idea de que las cosas están calmadas —añadió Leia—. Hay periodistas e historiadores aquí. Verán la calma, la falta de preocupación e informarán hoy a la HoloRed.

Han hizo una mueca de dolor.

—Necesito mi pistola láser —dijo.

—¿Te sientes indefenso sin ella, papá? —dijo Jacen, justo detrás de su padre con Ben pisándole los talones.

—No es nada de eso. Sólo quiero dispararle a todos los que deciden sobre estos protocolos.

Jacen asintió mostrando su acuerdo.

—Si yo gobernase el universo, te dejaría hacer eso como un servicio a la civilización galáctica.

La sonrisa de Luke duró un par de pasos más. Entonces se enderezó, mirando hacia delante. Se apartó hacia un lado de la formación Jedi para dejar que pasaran y empezó a mirar a derecha e izquierda.

Mara, Han y Leia se apartaron con él, dejando que los otros continuaran. Jacen, Ben, Jaina y Zekk se movieron hacia el centro de la habitación.

—¿Qué pasa? —preguntó Mara.

—Él estuvo aquí —dijo Luke—. El hombre que no existe.

Mara comenzó un barrido visual lento y casual de la habitación.

—¿Cuánto hace? —preguntó.

—No estoy seguro —admitió Luke—. Sólo tuve un centelleo de él en la Fuerza. Pero era claro y distintivo… y, de nuevo, no un sueño.

—Entonces, él tiene que existir —dijo Mara.

Han se aclaró la garganta.

—¿Le importa a alguien darle una pista a uno que no es Jedi?

—Yo también estoy a oscuras, Han —dijo Leia.

—Un enemigo —dijo Luke—. Fui consciente de él cuando aún no existía. Y ahora estoy empezando a pensar que a veces existe y a veces no.

—Eso le hará más difícil de seguir —admitió Han—. Más difícil de hacer que pague su renta.

Luke le dirigió a Han una mirada admonitoria y luego siguió a los otros Jedi.

—Está realmente preocupado —dijo Han.

Mara asintió.

—Y se está volviendo más preocupado.

Leia enlazó su brazo con el de su cuñada.

—Entonces háblanos de este hombre que no existe.

 

La fiesta, Luke tuvo que admitirlo, sirvió a su propósito principal: dar información a los periodistas que probablemente tranquilizaría al público, y un propósito secundario, el de romper el hielo.

Al comienzo, los que asistían estaban en pie en pequeños grupos dictados por su función y su lugar de origen: aquí políticos corellianos, de espaldas a un grupo funcionalmente idéntico de políticos de Coruscant a un metro de distancia, allí una reunión de Jedi. En varios puntos alrededor de la pared había parejas y tríos de operativos de seguridad. Aquí los expertos de la AG, allí los de SegCor y a su lado los de la Estación Toryaz.

Extrañamente, fueron un par de viejos pilotos quienes empezaron a derretir los duros bordes de los grupos. Caminando juntos, Wedge Antilles y Tycho Celchu se movían de grupo a grupo, estrechando manos, dando palmaditas en la espalda y contando historias. Su genuina afección por la gente a la que se estaban dirigiendo era obvia, como lo era su genuina falta de preocupación por los límites políticos de la reunión.

Tycho fue el primero en la pista de baile con la Primera Ministras Saxan. Wedge, con Leia, fue el siguiente. Pronto el nivel del ruido en la sala se elevó y los límites entre los grupos se desdibujaron crecientemente.

—También puedes estar haciendo eso —le dijo Jaina a su padre mientras bailaba con él.

Han le dirigió una mirada sorprendida.

—¿Bailar? Lo estoy haciendo. Si aplastar los dedos de los pies de mi hija cuenta.

—No es eso lo que quiero decir. ¿Sabes que hay alguien aquí que a todo el mundo en ambos lados le gusta y admiran?

—Claro. —Han miró a su alrededor—. Luke está por allí.

Está hablando con Pellaeon justo ahora.

—No. —Jaina negó con la cabeza, haciendo que su pelo volara—. Quiero decir tú. Un héroe para los corellianos y el resto de la AG. Y podrías ir por ahí, conociendo a todo el mundo, y haciéndoles sentir mejor por estar aquí.

Han le dirigió una mueca de mofa.

—Odio esa clase de cosas.

—¿Mi padre, el héroe, no irá por ahí sonriendo, incluso si evita que la guerra ocurra?

—No es justo. ¿Quién te enseñó a discutir?

—Mamá. Además, puedes levantar el ánimo rápidamente sólo quedándote aquí, en la pista de baile. En caso de que no te hayas dado cuenta, hay damas de ambos lados por ahí, esperando a que estés sin una pareja de baile. Así.

La música, un número de baile familiar, señaló un giro y, cuando Han lo completó, Jaina estaba a dos metros de distancia, bailando con Zekk y dirigiéndole a su padre una última y alegre sonrisa.

Han la apuntó con un dedo, en un gesto de Te pillaré por esto y entonces sintió un golpecito en su hombro. Se volvió. Ante él estaba una mujer joven con pelo corto y rubio. Llevaba un uniforme de un oficial de bajo rango del equipo de seguridad de la AG.

—¿General Solo? —preguntó ella—. Soy la teniente Elsen Barthis. ¿Me concede este baile?

—Desde luego. —Han puso una sonrisa que no sentía y miró brevemente hacia donde Wedge bailaba con su esposa. Había oído la historia del escape de Wedge de Coruscant y sabía que Barthis era una de sus captores. Decidió que discutir con ella su reciente degradación no beneficiaría la causa de la distensión—. Su acento… ¿es corelliana?

—Sí, originariamente. Me sorprende que pueda oír el acento.

He trabajado durante varios años para librarme de él.

—Oh, algunas cosas nunca se desvanecen completamente…

* * *

Cuatro horas después de que comenzara, la fiesta terminó. Un puñado de delegados y consejeros se movieron hasta una sala mucho más pequeña adyacente preparada con una larga mesa de conferencias. La Primera Ministra Aidel Saxan se sentó en una esquina, el almirante Gilad Pellaeon en la otra y sus respectivos grupos ocuparon los asientos entre ellos.

—Entonces —dijo Pellaeon—. ¿Reglas de orden?

—Ahorrémonoslas —dijo Saxan. Parecía cansada pero no con mal temperamento.

—En ese caso —dijo Han—, voy a quitarme las botas. Nadie puede tomar buenas decisiones cuando le duelen los pies.

Los políticos experimentados, excepto Leia, le miraron con sorpresa, pero Han acompañó sus palabras con la acción, metiendo las manos bajo la mesa para quitarse las botas de un tirón. Un oficial de seguridad se arrodilló para mirar bajo el lado opuesto de la mesa, indudablemente para asegurarse de que Han no estaba sacando una pistola láser oculta… y entonces el oficial tuvo mucho que hacer mientras otros asistentes siguieron el ejemplo de Han y descartaban el calzado que les había estado apretando y dándoles punzadas durante horas. Pellaeon no se unió a ellos. Han, con un encogimiento de envidia, sospechó que el viejo almirante tenía suficiente experiencia y sentido común para equiparse con botas cómodas y que se adaptaban perfectamente.

—Vayamos a ello —dijo Pellaeon—. Primera Ministra… ¿puedo llamarla Aidel?

—Por favor.

—Gilad. Estipularé que la llegada de la fuerza de ataque naval de la AG al sistema corelliano fue un acto inamistoso si fuera tan amable de hacer la misma admisión acerca de la reactivación secreta de la Estación Centralia. Quitémonos eso de en medio. No pretendamos ninguno que un lado o el otro no tiene ninguna culpa.

Saxan sonrió con una dulzura simulada.

—Todavía podemos discutir sobre cuál es la ofensa más grande.

Pellaeon asintió.

—Podemos. Lo que le da la ventaja.

Saxan le miró sorprendida.

—¿Admite eso?

—Desde luego. Soy un hombre muy viejo. Cualquier argumento prolongado… bueno, podría morir en cualquier momento. —El viejo estratega sonrió para hacer de sus palabras una mentira.

Saxan, cogida, sonrió a pesar de sí misma.

—De acuerdo. Prioricemos, entonces. No pretenderé que la única salida a esta reunión es la independencia corelliana. Corellia, a veces, ha florecido como parte de un gobierno más amplio. También ha florecido como un estado independiente. Pero no puede florecer como un estado desarmado y dependiente de las fuerzas de la AG para la protección del sistema. El orgullo corelliano no permitirá eso. Insista en eso, impóngalo y nos transformará en algo diferente de los corellianos. —Ella apuntó, por turnos, hacia Han y Wedge—. Piense en como serían las cosas en la AG de hoy en día de no ser por corellianos como estos. No habría Alianza Galáctica. Ni Nueva República. Todavía sería el Imperio.

Un silencio cayó en la reunión mientras todos los presentes recordaban que Pellaeon había sido un oficial del Imperio desde los tiempos de su creación y había servido al Imperio fielmente a través de los años de sus guerras con la Alianza Rebelde y la Nueva República, a través de las décadas de existencia como un gobierno del remanente, hasta el tiempo en los años recientes cuando este y el resto de la galaxia habían cambiado y el Remanente Imperial se había convertido en una parte de la Alianza Galáctica. Aquellos capaces de decir algo bueno sobre el Imperio, siempre decían que Pellaeon y oficiales como él representaban la mejor parte. Que ellos podían haberlo forjado en un régimen ético y civilizado de haber estado al cargo desde el principio.

Y Pellaeon también era corelliano.

Pellaeon sonrió de nuevo, mostrando los dientes esta vez. La respuesta obvia habría sido: ¿Y qué hay de malo en ello?

—Así que lo que está discutiendo, principalmente, es la preservación de una armada espacial corelliana por encima y más allá de la Fuerza de Defensa Corelliana —dijo en su lugar.

—Desde luego.

—Eso no es necesariamente imposible —dijo el almirante—. ¿Pero podría Corellia todavía entregar los recursos al ejército de la AG en la proporción dictada por su sistema de producción integral, como hacen otros signatarios de la AG? Eso parecería ser un drenaje sustancial de la economía corelliana.

—Bueno, obviamente, nuestra contribución al ejército de la AG tendría que ser reducido por un valor equivalente a nuestra armada espacial. Y esa armada estaría disponible para la AG para actividades militares cuando sea llamada.

—No es aceptable. La financiación del ejército de la Alianza Galáctica tiene que venir primero.

Fue en este punto cuando la atención de Han se distrajo. Él supuso que los dos diplomáticos debían estar discutiendo sus agendas con lo que, en los círculos políticos, sería considerado con una velocidad cegadora. De otro modo, la discusión no habría capturado su atención incluso durante tanto tiempo. Pero la verborrea había alcanzado un nivel tóxico y ya no podía concentrarse por más tiempo en ella.

Ahora miró alrededor de la mesa, de cara a cara, intentando vislumbrar la información que su experiencia como jugador de sabacc le garantizaría.

Saxan y Pellaeon eran los estudios más interesantes. Cada uno estaba alerta, enérgico, aparentemente inamovible en la posición de la discusión. Pero tenían que llegar a alguna clase de acuerdo aquí, o ambos lados perderían. La guerra era un resultado inaceptable. Así que bajo las duras superficies, cada uno tenía algo de flexibilidad que ofrecer. La pregunta era cuándo la ofrecerían y en la cara de qué circunstancias.

Leia tenía la atención fija en la discusión, aunque Han se dio cuenta de que cada vez que se ofrecía un alegato provocativo, ella no miraba ni a Saxan ni a Pellaeon sino a los consejeros jefes de cualquier político que estuviera recibiendo el alegato.

Luke estaba sereno, casi en un estado meditativo. No, se corrigió Han. Luke estaba calmado, pero no sereno. Todavía había el más débil rastro de ansiedad en sus modales. Toda esta situación del «hombre que no existe» obviamente continuaba preocupándole.

También preocupaba a Han. Luke podía ver cosas que Han no podía ver. Si había cosas que Luke no podía ver, era posible que ningún ser vivo en la galaxia pudiera verla.

Excepto… la atención de Han recayó en su hijo. Jacen estaba, como Leia, siguiendo ansiosamente la discusión, pero también ocasionalmente se volvía apartándose de la charla ante él para mirar en alguna dirección que siempre parecía aleatoria. Han supuso que Jacen, con su entrenamiento en aspectos diversos e inusuales de la Fuerza, estaba mirando en direcciones que nadie más sentía la necesidad de hacerlo.

Quizá él pudiera ver cosas que ni siquiera Luke podría ver.

Han resolvió hablar con su hijo más tarde.

 

Este primer encuentro entre Pellaeon y Saxan duró cuatro horas. Eventualmente, los dos diplomáticos estuvieron de acuerdo en retirarse para pasar la noche y reasumir sus conversaciones por la mañana, hora de la estación.

Los delegados y sus consejeros descubrieron que estaban todos hospedados en un único pasillo del Hábitat Narsacc, donde las habitaciones tenían las mejores vistas de las estrellas y la luna Ronay. El pasillo se llamaba Camino Kallebarth. En cada punta de su longitud de 275 metros y en cada punto en que otro corredor se cruzaba con él, había sido instalado un puesto de seguridad.

La delegación de la Alianza Galáctica estaba asignada al final del pasillo que iniciaba el giro, habiéndose ganado el derecho a las habitaciones ligeramente más deseables en virtud de que la AG había pagado por esta conferencia. La delegación corelliana estaba alojada en el otro extremo. Las habitaciones Jedi estaban en el medio. Numerosas suites estaban inocupadas en las áreas entre las habitaciones de las delegaciones. Los pasillos inmediatamente por encima y por debajo del Camino Kallebarth estaban sellados, con todas las suites cerradas, en un esfuerzo por evitar que los saboteadores asaltaran las delegaciones desde cualquier dirección vertical.

Todavía despierto un par de horas después de la interrupción del primer encuentro, Han estaba sentado en un sofá enfrentado al mayor ventanal de la suite de los Solo, una enorme expansión de transpariacero escudado contra la radiación de quince metros de largo y cinco de alto. En ese momento estaba orientado hacia el espacio, pero el campo de estrellas estaba ligeramente deteriorado por la presencia de la fragata de la AG Espina de Fuego, garantizando la seguridad a sólo un kilómetro de distancia. La fragata no estaba estacionaria. Circulaba por el borde ocupado del Hábitat Narsacc y así estaba, desde la perspectiva de Han, fijada en su lugar fuera del ventanal.

—Creo que tenemos exactamente la suite central —comentó Han—. ¿Accidente o a propósito?

—A propósito —dijo Leia. Estaba sentada en una silla a dos pasos más cerca del ventanal que el sofá de Han—. Incluso aunque Luke es el Maestro de la orden, nosotros dos se supone que somos los más neutrales de los grupos presentes, excepto por la Seguridad de la Estación Toryaz, debido a nuestras, um, circunstancias únicas. Así que nos han colocado en el centro.

Han se encogió de hombros.

—Todavía es una vista bonita. —Él volvió su atención hacia Jacen, sentado en la otra punta del sofá—. ¿Entonces?

Su hijo pareció pensativo.

—No me gusta este asunto del «hombre que no existe».

—A mí tampoco —dijo Han—. Ni tampoco le gusta a tu madre.

—Tal vez, pero sospecho que no nos gusta por razones diferentes. —Jacen le dirigió a Leia una mirada de disculpa—. Incluso desde que papá empezó a hablar sobre ello, he estado buscando. Sintiendo. Mirando en el futuro y el pasado, hasta donde puedo.

Leia asintió.

—¿Y?

—Y nada. No veo, o siento, ningún resto de algo como eso. —Frunció el ceño—. Hay el más débil toque de una presencia femenina que se siente antagonista, malevolente. Hay algún sabor de la Fuerza en ella. Pero es tan débil que no tiene que pertenecer al aquí y el ahora. Podría ser un residuo de hace años o décadas.

Podría ser preimperial.

—¿Podría ser una usuaria de la Fuerza que está aquí ahora y utiliza artes para disminuir su presencia? —preguntó Leia.

Jacen asintió.

—Quizás.

—Entonces ¿por qué no puede ser el «hombre que no existe» de Luke, utilizando esas mismas artes para impartir una sensación de género diferente, quizá para quitarse de encima a Luke?

Jacen sonrió.

—Mamá, eso no tiene sentido. Primero, si yo pudiera detectar la presencia que el tío Luke está sintiendo, entonces probablemente la detectaría de la misma manera, al menos inicialmente. Si es un hombre para él, debería ser un hombre para mí. Segundo, y creo que esto es muy importante, ¿por qué no ha mencionado Luke esta presencia femenina de la que yo me he dado cuenta? ¿No la detectó o la desechó porque no es tan fuerte o está tan delante de su cara como su «hombre que no existe»? —Tomó aire profundamente—. Mamá, creo que el tío Luke está desechando mucha información y premoniciones que puede estar teniendo, simplemente porque no encajan con lo que él cree. No tuvo muy en cuenta mi sugerencia de que los corellianos cambiarían de plan tan rápidamente como la AG dijo que harían, y mira lo que pasó. Ahora tiene una teoría insignificante acerca de un enemigo en las sombras y nada más parece llegar hasta él.

—Sé que él no ha estudiado cada disciplina esotérica de la Fuerza que tú has estudiado —dijo Leia—, pero eso no significa que esté equivocado. Sus opiniones no deben ser desoídas.

—Ni tampoco deberían serlo las mías. —El tono de Jacen era más cortante de lo que él pretendía. Se suavizó para sus próximas palabras—. No pretendía sonar enfadado…

—Tú estás enfadado —dijo su madre.

—Tal vez. Pero todavía merece la pena escucharme. El tío Luke ha tenido que llevar la carga de la supervivencia de toda la orden Jedi por sí solo durante años. Se ha enfrentado a presiones que ningún Jedi en la historia ha soportado. Después de hacerlo durante cuarenta años, puede estar quemándose.

—Lo dudo —dijo Leia—. Jacen, la manera en que él ha vivido su vida, la manera en la que él ha aprendido acerca de la Fuerza, ese un camino hacia el conocimiento. El tuyo es diferente. ¿Realmente crees que el tuyo es mejor?

—Con mis disculpas, mamá, sí, lo creo. Creo que el tío Luke se ha cerrado a algunas avenidas de aprendizaje y eso puede significar que hay cosas que nunca será capaz de ver.

—Da igual —dijo Han—, mantén los ojos abiertos en busca de extraños. Ignorar las advertencias es una buena manera de acabar muerto.

Jacen sonrió.

—Estamos de acuerdo en eso.