capítulo veintisiete
CORELLIA
Rugiendo a velocidades tremendas a lo largo de la avenida, con altos edificios centelleando a ambos lados tan rápidamente que no podía registrar los detalles de sus colores, mucho menos de sus diseños, Han mantuvo su atención centrada en el vehículo justo delante del suyo. Era un disco negro con tres aperturas feroces, los tubos de los impulsores, apuntando hacia él: la cola de un bombardero corelliano YT-5100 clase Grito justo igual que el suyo. Le cabreaba que el bombardero de Wedge fuera primero, era un estado innatural de las cosas y él planeaba corregirlo tan pronto como fuera posible.
Fuego láser centelleó sobre su cabina procedente de delante y la pantalla del monitor que mostraba los datos del estado de su escudo se puso en rojo en su visión periférica, señal de que su Grito había sido alcanzado. Pero no había habido temblor, así que el impacto tenía que haber sido rebotado. Vio al Grito de Wedge moverse y deslizarse hacia un lado sólo un poco, una exitosa oferta para reducir la cantidad de fuego láser que convergía sobre él desde delante. Eso, se dio cuenta Han, era su clave para ponerse al frente.
Vio otra serie de centelleos rojos viniendo desde delante, fuego láser más concentrado, y estimó que la andanada más densa de fuego se estaba moviendo hacia los Gritos desde el lado de babor. Él no viró, pero aumentó sus impulsores.
Wedge viró, deslizándose de un lado a otro de nuevo para evitar la peor parte del fuego, y la aceleración perfectamente cronometrada de Han le llevo hasta el lado del bombardero de Wedge y luego justo delante de él. Han se metió en la andanada de fuego más gruesa y el monitor de su escudo centelleó alarmantemente brillante… pero él estaba delante.
Y delante de él, demasiado cerca, estaba la montaña gris y artificial del Complejo de Apartamentos Terkury, el edificio bajo el que se suponía que tenía volar en menos de un segundo…
Apretó el gatillo de su primera carga de misiles de impacto, sabiendo que era demasiado tarde para que los misiles impactaran en la calle y se aclararan los escombros. Pensó en separase, en ir hacia el cielo, una táctica suicida, considerando los emplazamientos de láseres y las naves perseguidoras de la Alianza Galáctica que podrían dispararle, pero no tan suicida como surcar el lado de ese edificio… Pero hubo un centelleo amarillo en su lado de estribor mientras los misiles de Wedge, ya lanzados, pasaban hacia delante y se hundían en el lugar correcto de la avenida. La calle fue reemplazada repentinamente por una nube en expansión de escombros, polvo y llamas.
Han se lanzó hacia el lugar justo bajo el centro de la nave.
Estaría volando a ciegas durante un segundo o dos, pero conocía las distancias, los alcances, las profundidades. Esperó una fracción de segundo, hasta que sus entrañas le dijeron que tenía que estar bajo el nivel de la calle. Entonces se niveló y disparó su segundo grupo de misiles.
Atravesó la primera nube. A todo su alrededor había pilares de apoyo de duracreto y la ancha extensión de los hangares subterráneos vacíos. A oscuras, esos rasgos se presentaban en tonos de azul en las pantallas superiores en el ventanal ante él.
Entonces sus misiles alcanzaron el blanco y la pared directamente ante él detonó en una segunda nube. Él la atravesó y subió, confiando en sus instintos y en el tiempo…
Y allí sobre él estaba el cielo, tintado por la presencia de los escudos militares.
—Dejando caer la carga del principio —dijo y pulsó los botones que lanzarían la docena de droides marcadores de objetivos por su bahía de bombas.
Hubo un extraño eco de sus palabras y se dio cuenta de que el eco era la voz de Wedge. Wedge había dejado caer su propia carga de artillería y había anunciado el hecho en el mismo momento exacto en que lo había hecho Han.
El ventanal se volvió negro. La vibración del Grito y la sensación de movimiento cesaron. La cabina se iluminó durante un momento por los brillos de las varias pantallas. Han no había mirado a ninguna durante la misión. Entonces una luz más brillante que venía de detrás de él iluminó el espacio mientras la escotilla de acceso del simulador se abrió.
Han suspiró y utilizó los escalones de metal por encima de su cabeza para volver a salir del simulador hasta el corredor débilmente iluminado. Había otra escotilla de acceso, idéntica a la suya, a unos cuantos metros a su derecha y dos más a su izquierda. Wedge Antilles estaba de pie al lado de una de ellas, vestido, como Han, con el estilizado traje de vuelo verde y negro y el casco de un piloto de Grito y ya estaba cerrando su escotilla.
Los rasgos de Wedge estaban enteramente oscurecidos por el visor tintado que le cubría toda la cara de su casco, pero se lo levantó para mirar a Han.
—No tienes que estar en primera línea, ya sabes —dijo—. La misión no depende de ello.
Han rotó su casco un cuarto de vuelta y se lo quitó. Le ofreció a Wedge su sonrisa más insufrible, la que, de vez en cuando, llevaba a Leia al borde de la violencia.
—Seguro que sí.
La expresión de Wedge era implacable.
—¿Te diste cuenta de la parte donde maniobrar para alcanzar la posición causó que fallaras en tu ventana de lanzamiento de misiles? ¿Recuerdas eso?
—Me cubriste muy bien —dijo Han—. Demuestras ser una gran promesa como piloto. Deberías considerar hacer carrera en el ejército.
A pesar de sí mismo, Wedge sonrió brevemente.
—Tú necesitas considerar trabajar como un jugador de equipo.
Se quitó su propio casco.
—Soy un jugador de equipo —protestó Han—. Mientras el resto del equipo se quede detrás de mí.
—Tus tácticas de vuelo me alarman…
—Ooh, el general Antilles está alarmado…
—Porque si terminas como una fina capa roja en la superficie de Tralus, Leia me perseguirá hasta el fin de mis días, que podrían ser uno o dos si ella se enfada lo suficiente.
Han asintió.
—Eso es en realidad una buena razón. Te recomiendo que me mantengas con vida.
—¡Antilles! —Esta era una nueva voz, elevada en un grito proveniente del lado más alejado de la sala del simulador… y la voz era angustiosamente parecida a la de Han—. ¿Dónde está?
La voz se estaba acercando. El que hablaba estaba justo a la vuelta de la esquina.
Los ojos de Wedge se abrieron mucho y Han supo que su propia expresión era parecida a la de él. Esa era la voz de Thrackan Sal-Solo, que no sabía que Han era parte de esta misión… o que Han y Leia estaban incluso en Corellia.
Han miró fanáticamente de un lado al otro, pero el corredor con los simuladores de los Gritos era un callejón sin salida.
Wedge hizo un gesto como para ponerse el casco. Han lo hizo y cerró el visor. Un momento después, Sal-Solo volvió la esquina para enfrentarse a ellos. Tras él, trotando para alcanzarle, había cuatro guardias de SegCor. Un momento después, los últimos elementos de su séquito, dos droides de combate CYV, volvieron la esquina.
Sal-Solo se puso las manos en las caderas, un gesto de impaciencia agresiva.
—¿Y bien?
Wedge le dirigió una mirada despreocupada.
—¿Y bien, qué?
—¿Cómo va el entrenamiento de la misión?
—Va muy bien. Acabamos de completar la tercera de tres simulaciones consecutivas con éxito con el nivel de dificultad anticipada. Mañana, empezaremos a aumentar el nivel de dificultad hasta extremos irrazonables.
—Bien, bien. Eso es lo que pensaba. Sólo estaba viendo los datos visuales de los simuladores en la sala de control. —Sal-Solo miró a Han—. ¿Quién es este?
—Ministro de Guerra Thrackan Sal-Solo, permítame presentarle a mi compañero de misión, Aalos Noorg. Aalos pasó la mayor parte de su carrera en el Sector Corporativo, pilotando en misiones mercenarias corporativas, hasta que la crisis aquí le convenció de venir a casa. Aalos, quítese el casco.
Han puso sus manos en su casco e intentó rotarlo dentro del cuello de su traje, pero en realidad no ejerció ninguna fuerza.
Naturalmente, este no se movió. Él lo intentó de nuevo, y entonces, aparentando desesperación, pasó a los movimientos de intentar abrir el visor de su casco. Este, también, permaneció obstinadamente cerrado.
—Cascos de prototipos —dijo Wedge—. Obviamente necesitan trabajar para solucionar algunos de los problemas del sistema.
—Obviamente —repitió Sal-Solo.
Han se volvió y golpeó su casco varias veces contra el lado del simulador y entonces empezó de nuevo. Sin embargo, el casco y el visor permanecieron en su lugar.
—No importa, no importa. —Sal-Solo se acercó y extendió su mano—. Es bueno conocer a un patriota.
Han estrechó su mano.
—Le doy las gracias a los poderes que sean de que mi casco esté pegado, porque mantiene tu hedor lejos de mi nariz —dijo, hablando en una voz baja y murmurando de manera que sus palabras no salieran distintivamente.
Sal-Solo le dirigió a Wedge una mirada confusa.
—¿Qué ha dicho?
—Quiere darle las gracias a usted y a su suerte, porque él nunca soñó recibir esta misión.
—Ah. No hay de qué.
—Y me gustaría encadenarte a un bantha y arrastrarte durante cincuenta kilómetros de flores dardo y plantas comedoras de carne hasta que seas sólo una mancha —añadió Han.
Wedge se aclaró la garganta.
—Aalos, intente no ser tan efusivo con sus alabanzas. El Jefe de Estado creerá que está intentando adularle.
—Lo que él dice no importa. —Sal-Solo le dio a Han unas palmaditas en la espalda—. Lo que importa es una misión exitosa. Continúen con el buen trabajo.
Se volvió y se alejó a grandes zancadas tan rápidamente como había venido, con su escolta dándose prisa para alcanzarle.
Cuando un distante whoosh y el cese de las pisadas señalaron que Sal-Solo y su séquito habían dejado la sala, Han volvió a quitarse el casco.
—Eso —dijo Wedge— estuvo cerca.
—Demasiado cerca.
—Para celebrar nuestro escape por un margen tan estrecho, tomemos una copa.
—Dos copas.
CIUDAD LORRD, LORRD
Ben fue despertado por alguien que le sacudía el pie. Resentido, abrió un ojo para ver a Jacen de pie a los pies de su cama.
—Hora de levantarse —dijo Jacen.
—Estoy despierto.
—Vístete y coge tus cosas.
Ben se las arregló para abrir su otro ojo. Se sentó.
—¿La doctora Rotham ha traducido más borlas? —preguntó.
—No. Tenemos otra situación donde han pedido ayuda Jedi.
—Oh. —Ben se concentró en hacer que su cerebro funcionara correctamente—. Espero que no me vuelen esta vez.
—Me van a volar otra vez, ¿verdad? —dijo Ben.
Jacen asintió ausentemente.
—Probablemente.
Estaban fuera de los bordes informes e inciertos de la multitud en el perímetro de la ancha plaza. El duracreto de la superficie de la plaza estaba incrustado con piedrecitas pulidas de río, convirtiendo la superficie en estéticamente agradable y artificialmente natural e incluso a esta distancia estaba oscurecida por el agua.
En el lado más alejado de la plaza, justo frente la Academia de Lorrd de Estudios Acuáticos, había un enorme acuario de transpariacero. Había sido precisamente diseñado para parecer exactamente como la clase de acuario encontrado en el salón de cualquier grupo de habitaciones, o en el dormitorio de cualquier niño curioso, pero tenía el tamaño de una residencia privada de tres pisos. Una familia quarren o mon calamari podría haber sido feliz allí, si sus miembros hubiesen tenido una vena exhibicionista. Unas escaleras y un pequeño ascensor abierto estaban fijados a la pared sur más estrecha y alargada a lo largo de su parte alta había una poderosa viga de duracero que soportaba el peso del aparato para el acondicionador de agua y el equipo de monitoreo.
El agua había sido sacada del contenedor gigante, de ahí el líquido oscureciendo la plaza desde una considerable distancia a su alrededor. En el fondo del acuario, en su interior, estaba la silueta del centro de la ciudad de Ciudad Lorrd, incluyendo el edificio más prominente de la administración de la universidad, estilizada como una torre blanca y el edificio de la asamblea de bienvenida de los estudiantes. Apiñados entre esos edificios, tropezando entre las piedras de colores, la grava y las formas de vida acuáticas que se estaban muriendo y se amontonaban en el fondo del acuario, había representantes de muchas especies. Ben vio humanos, bothans, mon calamari y verpines entre ellos.
Todos ellos prestaban una atención grande y temerosa al ser que ahora estaba en la esquina sudeste del acuario.
Era un humano, enorme, de dos metros de alto y al menos 150 kilos, de los cuales una parte significativa eran músculos.
Tenía el pelo, el bigote y la barba oscuros, cortos pero con un estilo elegante, como si se viera a sí mismo como un pirata espacial de una holoserie para niños. Llevaba varios ropajes oscuros. En su mano izquierda llevaba una pistola láser y en su derecha, algún objeto más pequeño que los Jedi no pudieron distinguir.
También llevaba a un hombre humano. Atado a su espalda por una serie de bandas de cinta adhesiva había un hombre de piel oscura y edad media, de altura normal. Estaba atado al hombre más grande espalda contra espalda, de manera que miraban a direcciones opuestas.
—Este hombre —dijo Nelani— estás obviamente loco.
De acuerdo con los testigos, unas cuantas horas antes el acuario había estado lleno de agua y formas de vida acuáticas ocupándose de sus asuntos habituales de nadar ociosamente o comerse unos a otros. Entonces un grupo de trabajadores o secuaces había llegado, liderados por el hombre grande. Mientras que algunos de ellos abrían aberturas de emergencia del acuario, derramando su agua a través de la plaza, otros habían rodeado a los visitantes del museo que era parte de la academia, les habían llevado hasta allí y les habían forzado a subir por las escaleras y a saltar dentro al agua antes de que demasiada se hubiese derramado. Allí habían flotado, asustados e infelices, mientras que los secuaces habían atado un último rehén a la espalda del líder y luego habían huido. Una vez que las Fuerzas de Seguridad de Lorrd habían empezado a llegar, el captor había saltado y había flotado junto con los otros hasta que el agua había alcanzado el nivel del suelo en el acuario.
—¿Qué sabemos acerca de este? —preguntó Nelani.
El teniente Samran, a un par de metros de distancia, dirigiendo las actividades de sus oficiales de seguridad por el comunicador, la miró y negó con la cabeza.
—No sabemos quién es. Cuando hablen con él, hágannos el favor de descubrirlo… Sabemos que le dio su frecuencia de comunicador a uno de nuestros oficiales.
Sostuvo un trozo de plastifino, que Ben cogió. Ben empezó a cambiar su comunicador hacia la frecuencia escrita allí.
—También clama que hay explosivos colocados entre su espalda y la de su rehén —continuó Samran—. La cosa en su mano derecha se supone que es un aparato detonador. Oh, y quiere hablar con la mascota Jedi de Lorrd. —Le dirigió a Nelani una mirada de disculpa—. Sus palabras, mi señora, no las mías.
—Desde luego.
—¿Ha tenido algo de suerte siguiendo a sus hombres? —preguntó Jacen.
Samran negó con la cabeza.
—Todos estaban vestidos con simples ropas negras y máscaras elásticas. Cuando se fueron, podrían haberse entremezclado con las multitudes en las calles o en cualquiera de las varias docenas de edificios públicos. Podrían estar en cualquier lugar.
Hizo un gesto hacia el borde cercano de la multitud.
—Creo —le dijo Jacen a Nelani— que esta vez ejerceré mis prerrogativas de tener más experiencia y hablaré con el hombre primero.
—Sólo recuerda que esta vez no puedes hacerle explotar sin tomar una vida inocente —le dijo ella.
—Vamos.
Jacen lideró a los otros Jedi en la larga caminata a través de la plaza vacía. Mientras caminaban, Ben cogió el comunicador de Jacen y también lo ajustó a la frecuencia del secuestrador.
Estaban sólo a veinte metros de la imponente pared de plastiacero del acuario cuando vieron moverse los labios del captor. Los comunicadores de Jacen y Ben les llevaron sus palabras.
—Hola, Jedi.
Jacen se detuvo y los otros dos se pararon tras él.
—Diría Buenos días —dijo Jacen—, excepto que ha evitado que sea un buen día para varias personas. Incluido yo. Estaba ansioso por dormir hasta tarde.
El captor giró para mirar a sus cautivos. Lo hizo aparentemente sin ni siquiera darse cuenta del peso del hombre atado a su espalda. Los Jedi pudieron ver brevemente a su cautivo, un hombre calvo con el miedo en la cara, antes de que el captor volviera a girar para mirarles.
—Estaban aburridos —dijo el captor—. De otro modo, ¿por qué estarían aquí? Ahora no están aburridos. Podrán hablar de este día durante el resto de sus vidas. Les estoy haciendo un favor, permitiéndoles curtirse a la vista de mi importancia transitoria.
—Crítico literario —dijo Nelani.
Las cejas del captor subieron.
—En realidad, mi educación fue en el campo literario.
Sincretización literaria, el proceso por el cual los ciclos de la historia popular de diferentes mundos aparecen, con sus personajes arquetípicos volviéndose unificados, mientras los mundos individuales entraban en la comunidad galáctica. Así que la crítica literaria es parte de mi profesión, sí.
—Parece más un profesional de la lucha —dijo Ben.
El captor pareció encantado.
—Probablemente debería haberlo sido. Habría obtenido más placer en mi vida.
—¿Cuál es su nombre? —preguntó Jacen.
—Soy el doctor Movac Arisster. De Ciudad Lorrd, con cargo vitalicio en la Universidad Pangaláctica de Estudios Culturales.
—Yo soy Jacen. Esta es Nelani y este es Ben. Indicó que quería hablar con Jedi. ¿Fue así porque alguien se lo sugirió?
—Sí. —Arisster pareció no estar preocupado por que Jacen hubiera adivinado su secreto—. La parte más remarcable es quién fue. ¿Alguna vez ha oído hablar de Aayla Secura?
Jacen asintió. Se había tropezado con el nombre en varias ocasiones, en sus primeros estudios en la Academia Jedi y subsecuentemente en sus viajes a mundos que había visitado.
Pero aparentemente Ben y Nelani no estaban familiarizados con él. Arisster se volvió más hacia ellos.
—Era una Maestra Jedi al final de la Antigua República. Se alega que fue asesinada por las tropas clon como tantos de vuestra orden en aquella época. Era una twi’leko azul y los holos que han sobrevivido de ella la muestran como hermosa de cara y forma. Bueno, en su carrera, benefició a la gente de muchos mundos y entró en los ciclos folclóricos de varias culturas primitivas, donde a menudo aparecía con las figuras históricas locales o personajes de diosas. —Arisster perdió su concentración por un momento, mirando en la distancia—. Incluso hoy, los inmigrantes educados de esas culturas escribirán ciclos ficticios acerca de ella, algunos de ellos sorprendentemente lujuriosos.
Devolvió su atención a los Jedi.
—Dígame, Jacen, ¿hace la gente lo mismo con usted?
¿Escriben historias sobre usted y le comparan con imposibles compañeros románticos?
Jacen ignoró la pregunta.
—¿Aayla Secura le dijo que hiciera esto?
—No. —Arisster negó con la cabeza tan vehementemente que sacudió al hombre atado a él—. Yo elegí hacer esto. Entonces Aayla Secura, o más bien alguien con su forma, vino hasta mí y sugirió que trajera a los Jedi para charlar.
Jacen le dirigió una mirada perpleja.
—¿Con qué propósito?
—Para entrar en el ciclo de su historia, desde luego. Yo soy un don nadie y me estoy muriendo. En seis meses, cánceres incurables en los pulmones y otros órganos, probablemente causados por la radiación de una fisura que experimenté en un viaje hace muchos años, me matarán. Nadie nunca oirá hablar de mí. Excepto que ahora tengo una pequeña pista de la inmortalidad literaria como hombre, un hombre humano normal sin pericia en el combate o habilidades en la Fuerza, que derrotó a un Jedi.
Arisster se inclinó para acercarse al transpariacero, mirando intensamente a Jacen.
—Quiero darle las gracias por estar aquí. Estoy seguro de que Nelani es una Caballero Jedi competente y leal, pero no es famosa. El ciclo de Jacen Solo será uno mejor al que estar fijado.
—¿Derrotarme, cómo?
—Al negarle un final feliz. —Arisster fue de contento hasta casi disculparse—. Este aparato en mi mano derecha es el detonador de la bomba atada a mi espalda. Por lo que aquí no me refiero a Haxan, sino al auténtico explosivo colocado entre nuestros cuerpos. Si suelto el detonador, explota. Y si está considerando utilizar sus poderes Jedi para agarrar mi mano, bueno, demasiada presión y explota. Otras cosas le harán estallar.
Palabras claves que podría decir. Un silencio demasiado largo entre las palabras claves que se supone que tengo que decir. Una tecla presionada en un cuaderno de datos o una señal láser enviada por aliados que están vigilando estos acontecimientos.
—Ser famoso no le hará ningún bien si está muerto —dijo Ben.
—Es verdad. Pero es algo que siempre quise y moriré sabiendo que lo he conseguido. Hablaré con ustedes hasta que se convenzan de no se me puede detener. Utilizarán trucos mentales Jedi, a los que ya sé que soy inmune, u otras técnicas, que no funcionarán. Entonces me colocaré en medio de esta multitud de turistas húmedos, asustados y oliendo a pescado y me detonaré a mí mismo.
—Eso es egoísta —dijo Nelani—. Destructiva y cruelmente egoísta.
Arisster resopló, divertido.
—Todas las decisiones son egoístas. ¿La suya de convertirse en Jedi? Probablemente está basada en su deseo de «mejorar la galaxia», que es sólo otra manera de decir «imponer su idea de lo que está bien sobre gente que no está de acuerdo con usted».
—¿Qué pasa si le prometo hacerle famoso? —dijo Jacen—. Le daría mi palabra. Le llevaría conmigo como un compañero y le pondría en situación peligrosa tras situación peligrosa. Créame, no duraría seis meses en esa clase de circunstancias y podría en realidad hacer algo bueno antes de que muera.
Arisster parpadeó en dirección a él, obviamente cogido con la guardia baja.
—No había considerado eso. Pero… no.
—¿Por qué no?
—Bueno, podría estar mintiendo. Los Jedi mienten. También la enfermedad podría matarme antes, antes de que viese algo de acción. Y tercero, como un compañero, meramente sería una nota a pie de página y podría ser olvidado trivialmente. De este modo, estaré firmemente unido a cualquier recuento de su carrera.
—Ya veo.
Jacen se quedó en silencio, considerándolo cuidadosamente.
Ben pudo sentir una pena, una solemnidad creciendo dentro de Jacen. Su mentor no estaba haciendo nada para ocultarla y fluía de él a través de la Fuerza. Eso hizo que Ben se estremeciera y cruzó sus brazos como si lo hiciera contra un viento frío.
—Oh, por favor. —Arisster miró a Jacen fijamente para reprenderle—. No puede haber abandonado ya. No ha intentado ningún truco, al menos que esa oferta del compañero fuera un truco, y no ha rogado.
—No he abandonado —dijo Jacen. Había una débil tristeza en su voz—. ¿Puedo hablar con su cautivo, por favor?
—Desde luego.
Servicialmente, Arisster se giró, volviendo al otro hombre para que se enfrentara al Jedi. El hombre estaba pálido y parecía como si estuviera a punto de vomitar.
—¿Su nombre es Haxan? —preguntó Jacen.
—Sí, Serom Haxan.
—Lo siento muchísimo, Serom.
Jacen comenzó a retroceder alejándose del acuario.
Ben y Nelani también retrocedieron, manteniendo el paso con Jacen.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Nelani.
—Lo que tengo que hacer.
Habían dado media docena de pasos antes de que Arisster se diera cuenta. Arisster se giró para enfrentarse a ellos.
—¿Qué están haciendo? —preguntó.
—Colocarnos a lo que espero que sea una distancia segura —dijo Jacen.
Arisster se quedó allí, transfigurado, durante un largo momento, lo bastante largo para que los Jedi dieran otra media docena de pasos hacia atrás. Entonces se volvió como para cargar contra los otros cautivos.
Jacen alargó el brazo con la mano abierta y la apretó en un puño.
Arisster y Haxan desaparecieron, envueltos en una deforme bola de fuego.
El fuego y el humo llenaron el acuario y el crujir de la explosión rodó por la plaza. Pero, confinada como estaba por las paredes de transpariacero del acuario, hizo mucho menos daño a los oídos de Ben que la detonación del espaciopuerto.
Y el transpariacero aguantó. La pared cercana se combó hacia fuera ligeramente bajo la fuerza de la explosión, pero las otras tres meramente se distorsionaron durante un momento antes de volver a sus formas apropiadas y la mayor parte de la fuerza de la explosión fue canalizada hacia arriba.
Inmediatamente los Jedi cargaron hacia delante otra vez, por encima de la pared de transpariacero e intentaron ver a través del humo que oscurecía el contenido del tanque. Pero el humo ya era fino y se estaba elevando, y ellos pudieron ver a hombres y mujeres empezando a salir de entre las dañadas ruinas de la reproducción del centro de la ciudad de Lorrd. Ninguno de ellos parecía estar malherido. Ben vio humo en las caras y algo de sangre de la grava rota.
—¡Equipos de emergencia! —gritó Nelani, haciendo gestos hacia Samran y sus agentes—. ¡Suban aquí arriba!
Los equipos de emergencia utilizaron un montacargas portátil para bajar a los médicos al tanque y empezar a sacar a los rehenes de Arisster desde su suelo. Ninguno se aventuró cerca de la terrible mancha de sangre que representaba la mayor parte de lo que quedaba de Arisster y Haxan.
Mientras tanto, a metros de distancia, Ben escuchó a Nelani y Jacen discutir de nuevo.
—¿Estás loco? —preguntó Nelani—. No exploramos ni una sola opción aparte de tu oferta de Te convertiré en mi compañero.
—No había opciones —dijo Jacen—. Él tenía razón. Había ganado. Lo único que podíamos hacer era limitar el alcance de su victoria. Eso significa limitarle a una vida en lugar de varias.
—No lo sabes. No intentamos…
—Pudiste sentir su determinación, su fortaleza. —El tono de Jacen la hizo estremecerse—. Había decidido morir hoy. Cuando uno decide morir, es difícil disuadirle.
—Haxan no había decidido morir.
—Es verdad. Pero iba a hacerlo, sin importar lo que nosotros hiciéramos.
—No…
—¿Para qué era la pistola láser, Nelani?
Eso la detuvo.
—¿Qué?
—La pistola láser que sostenía. ¿Para qué era?
—¿Para imponer obediencia?
Jacen negó con la cabeza.
—Tenía la bomba para eso. La bomba era todo lo que necesitaba y él lo sabía. Así que ¿para qué era la pistola láser?
—¿Para qué crees tú que era?
—Para dispararle a los rehenes, uno a uno, mientras la tarde pasaba. Para dispararles y reírse de nosotros por nuestra indefensión.
Ella consideró eso.
—Tal vez.
—Definitivamente. Y con el primero al que disparara, nuestra pérdida, nuestro fallo, habría sido ya igual al que eventualmente nos enfrentamos: una vida inocente. Con dos disparos, estaríamos peor de lo que estamos ahora. Y así.
Ella le miró durante un largo momento y Ben pudo ver en su expresión una trágica máscara de decepción y desilusión.
—Jacen, tienes un buen argumento para todo lo que haces.
Pero mis entrañas me dice que estás haciendo mal.
—¿Tus entrañas o la Fuerza?
—Mis entrañas.
—¿Qué te dice la Fuerza?
—Nada. La Fuerza no me dice nada sobre lo que acaba de pasar.
—Entonces no era la elección equivocada.
Jacen se volvió para dirigirse de nuevo hacia el deslizador Jedi.