capítulo seis

CORONITA, CORELLIA

Llevando sólo unos calzoncillos y una camiseta interior azul que llevaba el símbolo original de la Alianza Rebelde en negro que ahora era gris, Wedge Antilles se movió hacia la puerta principal de su residencia y activó el panel de seguridad en la pared a su lado. La pantalla parpadeó hasta encenderse y mostró a un hombre y una mujer en la entradita de fuera. Ambos eran jóvenes, a mitad de sus veinte, y a pesar del hecho de que vestían trajes de vuelo grises y abrigos que constituían una de las vestimentas anónimas de las calles de Corellia, sus cortes de pelo, más bien militarmente corto que ligeramente desgreñado, y una indefinible cualidad de sus lenguajes corporales y expresiones faciales los marcaban como extranjeros.

No debían haber sido capaces de llegar a la puerta de la residencia de Wedge sin que él lo supiera. Su edificio se había entregado a personal retirado del ejército tales como él mismo.

Algunos se habían retirado de la Nueva República, algunos de SegCor (Seguridad Corelliana), algunos de otras fuerzas armadas corellianas. Había unas medidas de seguridad muy básicas en todas las entradas del complejo, así que si esos dos estaban aquí sin haber sido anunciados por la seguridad del complejo, era porque algún otro residente les había dejado entrar.

Wedge se encogió de hombros. La seguridad del complejo estaba diseñada para mantener fuera de su edificio a la gente ordinaria, no para evitar que los agentes con contactos entraran.

Miró por encima de su hombro. Su mujer, Iella, estaba de pie en la puerta de su dormitorio. Llevaba una simple bata blanca y su pelo, que normalmente era una cascada gris castaño ondulada, era un desastre desgreñado, incluyendo un mechón que salía casi directamente hacia arriba. Tenía una de sus manos sobre su boca mientras bostezaba. La otra sostenía una pistola láser de gran tamaño a su lado. Cuando el bostezo terminó, le dirigió una mirada inquisitiva, levantando una ceja.

Él se encogió de hombros, luego se volvió hacia la puerta y activó los altavoces exteriores.

—¿Qué pasa?

La visitante femenina, una mujer rubia bien musculada que parecía ser al menos tan alta como Wedge (no es que esto fuera inusual, dado que Wedge era ligeramente más bajo que la media de los hombres) dijo:

—¿El general Wedge Antilles?

—Se mudó —dijo Wedge—. Creo que está en el Bloque Zeta. También dejó las alfombras hechas un desastre.

Era una prueba, desde luego. Si los visitantes mostraban confusión o se marchaban, entonces eran simplemente admiradores, o hijos de los colegas, gente que podía establecer contacto a través de canales ordinarios y durante las horas del día.

Si no lo hacían…

No lo hicieron. El visitante masculino, un hombre de pelo oscuro y anchos hombros que parecía como si probablemente representara a su unidad militar en los campeonatos de lucha, simplemente sonrió.

—Siento visitarle tan tarde, general —continuó la mujer—, pero realmente necesitamos hablar con usted.

Wedge encendió las luces del salón y volvió a mirar sobre su hombro. La puerta estaba abierta, pero Iella ya no estaba a la vista. Estaría inclinada hacia atrás en la oscuridad, llevando algo mucho menos visible que una bata blanca, con el desintegrador en la mano… sólo por si acaso.

Wedge pulsó otro botón en el panel de seguridad. Ahora la puerta que llevaba a la habitación contigua estaría sellada, evitando que la hija más joven de Wedge e Iella, Myri, vagara por el salón si se despertaba. Una chica inteligente y testaruda, Myri había heredado la naturaleza inquisitiva de su madre. No sería extraño que intentara oír una conversación nocturna si sabía que una estaba teniendo lugar.

Finalmente Wedge presionó el botón que abría la puerta principal. Esta se deslizó hacia abajo y fuera de la vista, revelando a los dos visitantes.

Los dos se pusieron rígidos, un gesto de cortesía ordinario para un general retirado, pero no pudieron evitar las expresiones de duda que se reflejó en sus rostros. Él sabía que estaban mirando a un hombre flaco de pelo gris con las rodillas nudosas, un hombre que llevaba una camiseta interior de valor sentimental que era más vieja que cualquiera de ellos. Era una visión que no encajaba con su reputación.

Wedge mantuvo el enfado lejos de su voz.

—Pasen.

—Gracias —dijo la mujer.

Los dos entraron y Wedge hizo deslizarse la puerta tan pronto como ellos entraron. La puerta dio un tirón de la camisa del hombre mientras se levantaba para cerrarse.

—Me disculpo por despertarle —dijo la mujer—. Soy la capitán Barthis de la Sección de Inteligencia. Este es mi compañero, el teniente Titch.

—¿Identificaciones? —dijo Wedge.

Ambos metieron las manos en los bolsillos interiores de sus abrigos. Wedge determinó no ponerse tenso. Pero sus manos salieron sosteniendo tarjetas de identidad. Wedge extendió una mano, no para coger las identificaciones, que por regulación estos dos no soltarían en ningún caso, sino para que la luz verde de un escáner del panel de seguridad cayera sobre su palma.

La capitán Barthis movió su tarjeta sobre su palma y el teniente Titch siguió su ejemplo. Ahora el equipo de seguridad computarizado de Wedge estaría procesando la información de sus tarjetas, comparándolas con las fuentes de datos corellianas y unas cuantas bases de datos a las que oficialmente no se suponía que Wedge pudiera acceder.

Dirigió a los visitantes hacia los sillones color crema que se alineaban con la pared de la habitación.

—Siéntense.

La capitán Barthis le dirigió una pequeña negación con la cabeza.

—En realidad, hemos estado sentados durante horas, en una lanzadera…

—Desde luego —Wedge esperó.

—La Alianza Galáctica necesita su ayuda, general —dijo la mujer.

Wedge le ofreció un débil resoplido.

—Capitán, la Alianza Galáctica está plagada de oficiales que fueron obligados a retirarse tras la guerra con los yuuzhan vong, por la simple razón que un ejército en tiempos de paz no necesita a muchos de ellos. Algunas de esas personas son bastante brillantes y, a diferencia de mí, están ansiosos por volver al uniforme. Yo, estoy ansioso por sentarme por ahí con ropa cómoda todo el día, dedicarle a mi esposa todo el tiempo que mi carrera militar no me permitiría dedicarle y completar mis memorias. Están buscando al hombre equivocado.

—No, señor. —La capitán Barthis negó con la cabeza en una negación vigorosa—. La AG le necesita a usted y su ayuda específicamente.

El visitante finalmente habló, con una voz más suave de lo que Wedge hubiera sospechado.

—Tiene que ver con los eventos de hace casi treinta años cuando el Escuadrón Pícaro hizo tanto trabajo preparándose para la toma de Coruscant a las fuerzas imperiales.

—Ya veo. Y es algo que requiere mi presencia en lugar de una simple llamada por el holocomunicador.

—Sí, señor —dijo la capitán Barthis.

—Y si ustedes están aquí en mitad de la noche, es porque me necesitan en mitad de la noche.

La capitán asintió con una expresión de pesar en su cara.

Wedge pulsó un botón en el panel al lado de la puerta, y la entrada se abrió de nuevo.

—Espérenme en el vestíbulo del edificio. Bajaré directamente.

Ahora, finalmente, los dos se miraron el uno al otro.

—Preferiríamos quedarnos aquí, señor —dijo Barthis.

Wedge le dirigió una pequeña sonrisa helada.

—¿Y grabará con una holocámara cómo me despido de mi familia? O tal vez preferiría abrazar a mi hija por mí.

Barthis se aclaró la garganta, lo pensó mejor y se movió hasta la entradita. Titch la siguió. Wedge cerró la puerta tras ellos.

Iella se movió otra vez hasta la puerta del dormitorio. Ahora llevaba un impermeable verde y negro. Parecía enfadada.

—¿Qué necesitan que no pudieron haberte preguntado hace décadas?

Wedge se encogió de hombros.

Retirado es una palabra tan imprecisa… ¿Pasaron la prueba?

Iella asintió.

—Son genuinos. De hecho, trabajé durante un año con el padre de Barthis. La familia es corelliana. —Ella se movió hacia delante y puso sus brazos alrededor del cuello de Wedge—. A veces deseo que no hubieses sido tan influyente como lo eras en tu trabajo. Así dejarían de venir a por ti en cualquier momento que el ejército descubre que ha olvidado cómo coordinar un enfrentamiento de Ala-X.

Wedge colocó sus brazos alrededor de la cintura de ella y la atrajo hacia él.

—¿Y a por quién vinieron la última vez? ¿Una hora antes del amanecer, barriendo el pasillo en busca de aparatos de escucha antes de que llamaran al timbre?

—Bueno, a por mí.

Iella había pasado su carrera profesional como una oficial de seguridad, primero para SegCor y luego para la Inteligencia de la Nueva República, y las demandas de su post retiro igualaban a las de Wedge.

Wedge la besó.

—Despierta a Myri para que pueda decirle adiós. Voy a hacer el petate y a vestirme.

Ella alargó la mano más allá de él para abrir el pasillo, luego se volvieron hacia la puerta.

—No me gusta Titch —dijo ella sin mirar atrás.

—Sí.

Era una especie de taquigrafía verbal. Ella no pretendía decir que no le gustaba el hombre, no lo conocía. Pero Titch era la clase de oficial de inteligencia que se llevaba para asegurar la seguridad, para asegurar que la persona que se transportaba no causaba problemas. Esto llevaba a la pregunta ¿Era en realidad Titch el compañero regular de Barthis, o lo habían traído porque alguien anticipaba que Wedge iba a causar problemas?

CORUSCANT

Han y Leia estaban muy juntos, el uno al lado de otro, para que la holocámara del terminal frente a ellos pudiera capturar la imagen de los dos.

—Luke —dijo Han.

Las luces del terminal centelleó, y después de unos cuantos segundos la cara de Luke Skywalker apareció en la pantalla del terminal. Llevaba una gruesa bufanda negra, con unas irregulares líneas grises y tras él había una anónima pared blanca. Pareció sorprendido de ver quién lo llamaba.

—Hola.

—Nos preguntábamos —dijo Leia— si estabas planeando ver algo de acción de Ala-X en un futuro próximo.

Su tono era ligero y conversacional.

Durante un instante, Luke pareció sorprendido, pero sus facciones se convirtieron en una sonrisa sorprendida.

—¿Por qué lo preguntas?

—Bueno, estábamos planeando irnos de vacaciones —dijo Han—. En el Halcón. Ir por ahí, ver a los viejos amigos. Yo, Leia, Lingote de Oro, los noghri… ¿ves a lo que estoy llegando, conversacionalmente?

La sonrisa de Luke se ensanchó.

—Eso creo.

—Leia y yo podemos hablar. Los noghri pueden mantenerse ocupados el uno al otro. Pero si Ce-Trespeó no tiene a Erredós Dedós para hablar con él, él nos hablará a nosotros. —Han hizo un gesto como de apoyar el cañón de un desintegrador en su propia sien y apretar el gatillo—. Sálvame, Luke Skywalker, eres mi única esperanza.

Riéndose todavía, Luke negó con la cabeza.

—Ojalá pudiera. Pero Mara y yo vamos a hacer una rápida gira de entrenamiento con un puñado de Caballeros Jedi ansiosos por aprender cómo adaptar sus habilidades basadas en la Fuerza a las tareas de pilotaje de un Ala-X. En otras palabras, voy a salir con Erredós.

—Oh. —Han le dirigió a su cuñado una mirada poco alegre—. De acuerdo, entonces. Condéname a día tras día de oír su estremecedora obsequiosidad.

—Bonita elección de palabras —dijo Luke—. A propósito, ¿adónde iréis de vacaciones?

Leia se encogió de hombros.

—Aún no estamos seguros. Podríamos ir a visitar a Lando y Tendra y dar una vuelta por su nuevo complejo de manufacturas, pero no se lo digas a ellos, dado que queremos que sea una sorpresa si ocurre. Estábamos pensando mucho en un viaje a través del sistema Alderaan y después ir de un planeta a otro por la Ruta de Comercio Perlemiana.

—Muchas compras —ofreció Han, con un tono que sugería que tal destino estaba sólo un paso por encima de la muerte en caso de preferencia.

—Ah, bien. Que os divirtáis. Y siento no haber podido ayudar con Erredós.

—Eso pasa a veces —dijo Han.

La sonrisa educada permaneció fijada en su cara después de que Luke alargara la mano hacia delante para cortar la comunicación. Pero la postura de Han le falló. Se hundió en su silla como si le hubiesen apaleado.

—Él es parte de esto —dijo Han.

—No podemos estar seguros…

—No intentes reírte de mí, Leia. Llevaba una bufanda de puertas a dentro. O acababa de salir del baño, y te habrás dado cuenta de que su pelo estaba seco, o se la puso a toda prisa para cubrir otra cosa que llevaba puesta, como un uniforme de piloto.

¿Viste la pared tras él? Blanca, curvada. Un mamparo en una nave. Ya se ha embarcado.

Finalmente Leia asintió, de mala gana.

—Probablemente.

—Él está de su parte.

—Como el Maestro de la Orden Jedi, ha hecho juramentos para apoyar a la Alianza Galáctica. —Leia dejó que una pequeña parte de su severidad se deslizara en su voz—. Y no pretendas que esto es una situación simple, donde todos los de un lado son listos y sensibles y todos los del otro no lo son. Es más complicado que eso. Es más complicado que eso para .

Han alargó el brazo para abrazarla durante un momento.

—Sí. Lo siento. Es sólo que… es sólo cómo si él me hubiese golpeado cuando no estaba mirando. —Enterró su cara en el pelo de ella y tomó aire profundamente—. Es hora de que nos vayamos.

 

En el asiento delantero de pasajeros, Wedge estaba sentado, sorprendido, mientras su lanzadera entró en su lugar de aterrizaje y un Corellian YT-1300 saltó más allá de su ventanilla, mientras se dirigían a los cielos.

—Ese —anunció— era el Halcón Milenario.

—Si usted lo dice, señor. —A través del hueco entre los asientos, la capitán Barthis parecía dudosa—. Sin embargo, hay miles de esos viejos transportes Corellian volando todavía.

—Oh, ese era definitivamente el Halcón. Estoy íntimamente familiarizado con sus líneas… y sus puntos oxidados. Tuve que replicarlos una vez en un vehículo para utilizarlo como señuelo, hace décadas. No importa lo que le haga Han, pintar el casco, anodizarlo, esos parches oxidados salen otra vez después de unos cuantos meses o años.

Barthis movió su cabeza, con un gesto de «Lo que usted diga» que no dejaba duda a Wedge de que se estaba riendo de él, y volvió su atención a su cuaderno de datos.

Media hora después los dos, Titch y un droide portero entraron en la instalación gubernamental que Barthis había dicho que sería el hogar de Wedge durante al menos los próximos días.

Estaba en lo más profundo dentro de un edificio piramidal gris al borde de lo que una vez fue el distrito del gobierno imperial. El corredor oscuro que venía de los turboascensores llevaba a una gran oficina exterior llena de monitores. La mayoría de los puestos estaban vacíos, con las pantallas apagadas, pero Wedge podía ver dos que estaban activas, ambas mostrando imágenes de holocámaras de grandes habitaciones del estilo de dormitorios para cuatro en un lado y equipamiento de oficina en el otro.

Barthis llevó a Wedge y los otros hasta la puerta, que hizo un ruido parecido a whoosh mientras se elevaba y thump cuando encajó en su lugar con rapidez, el del desplazamiento de aire y el sonido de ecos de un portal armado. Las luces altas de la habitación se encendieron mientras entraban, revelando una habitación muy parecida a las que se veían en los monitores: cerca de la puerta estaban cuatro escritorios, los unos enfrente de otros, llenos de material informático; el lado más alejado de la habitación tenía cuatro camas y unas enormes taquillas. Wedge también pudo ver una puerta que presumiblemente llevaba a un baño.

El droide portero se movió para dejar caer las maletas de Wedge en la cama más cercana. Barthis y Titch se quedaron cerca de la puerta e hicieron un gesto hacia las habitaciones.

—Un poco simple —admitió Barthis—. Lo siento.

—Son casi un lujo comparado con algunos lugares en los que he estado acuartelado. —Wedge miró al equipamiento informático, notando los nombres de las marcas y los diseños—. Estos terminales tienen que tener treinta años.

Barthis asintió.

—Casi. Esta instalación fue instalada por Inteligencia justo después de que la Nueva República conquistara Coruscant y llevaran a Ysanne Isard al exilio. El equipamiento es original… pero ha sido arreglado y actualizado.

—¿Para qué es esta instalación?

—Era lo que llamábamos una olla a presión —dijo Titch—. La idea es que en tiempos de crisis, tienes grupos de codificadores, técnicos y especialistas civiles juntos en unas salas combinadas para vivir y trabajar. Son la clase de gente que van a estar trabajando dieciséis, veinte horas al día de todos modos. Lo más conveniente para ellos sería ponerlos juntos, que intercambien ideas, que mantengan alta la moral de los otros y eso, antes que colocarlos en oficinas separadas y habitaciones a minutos u horas de viaje de distancia.

—Ah. —Wedge cogió la silla giratoria que estaba frente al escritorio más cercano, le dio la vuelta y se sentó—. Entonces.

No me lo diríais en Corellia, no me lo diríais en el viaje en la lanzadera… Ahora, en el corazón de vuestra propia instalación segura, ¿tal vez podríais decirme de que va todo esto? ¿Qué se supone que estoy haciendo?

Barthis y Titch intercambiaron una mirada. Sus caras permanecieron impasibles, pero Wedge lo interpretó como un intercambio de «ahí vamos». Barthis devolvió su atención a Wedge.

—Sólo, um, esperar, general.

Wedge parpadeó.

—¿Esperar ordenes?

—No.

Barthis parecía pesarosa e hizo un gesto al droide portero para que abandonase la habitación, lo cual hizo. Wedge se dio cuenta de que, aunque su postura era relajada, Titch estaba preparado para la acción y se había posicionado en la puerta de manera que pudiera sacar la pistola láser de su cadera y disparar sin poner en peligro a Barthis.

—No —continuó Barthis—, no tiene órdenes. Nuestras órdenes son mantenerle tan cómodo como sea posible durante su estancia aquí.

Wedge se negó a permitir que la alarma que estaba empezando a brotar en su interior se dejase ver en su cara.

—¿La duración de mi estancia?

Barthis se encogió de hombros.

—Desconocida.

—¿Su propósito?

—No puedo decirlo.

Wedge cerró los ojos y ofreció un suspiro lento y silencioso.

Entonces les volvió a mirar a los dos.

—Dije que no, ¿saben?

Ellos parecieron confundidos.

—Cuando los oficiales del ejército corelliano vinieron a mí y me dijeron «Podría haber problemas entre nosotros y la AG», dije «Lo siento, amigos, estoy retirado. Podéis conseguir consejos tan útiles como los míos y mucho más actualizados, dirigiéndoos a otros oficiales corellianos». Y así me dejaron solo. ¿Por qué no lo hicisteis vosotros?

Barthis abrió la boca, evidentemente se dio cuenta de que no podía ofrecer una respuesta sin comprometer de algún modo sus órdenes y la cerró de nuevo.

—Porque, verán… —Y esta vez Wedge no pudo evitar que el dolor que sentía se reflejara en su voz, como una ronquera que no podía controlar—. Verán, de ese modo habría estado con mi familia si algo pasaba. Y ahora, alguien, en algún lugar, en el lado de la AG ha decidido que necesito estar fuera del camino por lo que va a pasar. Y me ha separado de mi familia.

Fijó su mirada en Barthis y Titch.

Barthis, en realidad, retrocedió. Ella negó con la cabeza.

—Lo siento —dijo.

No era una admisión de que ella o su equipo estuvieran haciendo lo que Wedge estaba especulando, pero su voz estaba cargada de emoción y sonaba genuina. Se volvió y caminó hacia la oficina exterior.

A Titch pareció no afectarle.

—Aproxímese a esta puerta en cualquier momento que esté abierta y se cerrará —dijo—. Significa que no le hará ningún bien correr repentinamente hacia la puerta cuando le traigamos comida o bebida. Además, si hace un intento de escapar, le mataré. —Le dio unas palmaditas a la pistola láser que tenía al lado—. Este modelo se puede ajustar para aturdir o para quemar. Siempre lo tengo en quemar.

Asintió como si pensara que la gravedad de esa acción impresionaría a Wedge.

También miró hacia su compañera, aparentemente asegurándose de que ella no podía oírles. Se volvió hacia Wedge.

—Déjeme añadir esto —dijo—. Estoy harto de oír a la generación de la Alianza Rebelde fanfarronear sobre cómo pisotearon al Imperio y luego gimotear sobre cómo la galaxia les debe la vida o favores especiales. El Imperio le habría dado una patada a los yuuzhan vong en los dientes y yo no habría perdido casi a todos los que conocía cuando era un niño, si ustedes no hubiesen «ganado». Bueno, los de arriba parecen pensar que le deben un poco de dignidad, así que aquí la tiene. Cómase sus comidas, haga algunos ejercicios tranquilos, mantenga la boca cerrada y cuando todos los disparos terminen, puede irse a casa y terminar sus memorias egoístas sobre cómo ganó media docena de guerras usted solo. Ese es el trato. ¿Lo coge?

Wedge lo estudió.

—Si hubieses sido un poco más listo, podría haberte dejado algún resto de carrera cuando me vaya de aquí. Pero no lo haré.

Estarás limpiando retretes durante el resto de tu vida.

Titch resopló, sin impresionarse. Retrocedió hasta más allá del marco de la puerta y la puerta se cerró.