capítulo veinte
Han y Leia se acurrucaban juntos en el sofá, sentados en la oscuridad, viendo en silencio a la galaxia rotar fuera y más allá del ventanal. La puerta del pasillo siseó al abrirse tras ellos, esparciendo luz en la gran habitación. Han y Leia se volvieron para mirar. Cuatro figuras con armaduras entraron tranquilas y confiadas. Sin darse cuenta aparentemente de que los Solo estaban en el sofá, caminaron directos hacia la puerta que llevaba al dormitorio principal. El que tenía el arma mayor, un arma láser montada con un aparejo en su hombro, se preparó para destruir la puerta mientras los otros tres preparaban sus propias armas.
Han y Leia intercambiaron una mirada sorprendida. Leia se encogió de hombros.
Han desenfundó su pistola láser. Había pasado horas frustrantes en las que varios empleados de seguridad no le habían permitido llevar su arma favorita, así que la había recuperado en el instante en que había vuelto a sus propias habitaciones. Ahora apuntó con ella a los cuatro intrusos, preparándose tras la parte alta del sofá.
—Hey —dijo.
Los cuatro se volvieron. Uno, más rápido en la respuesta, empezó a apuntar más rápidamente que los otros. Han le disparó en la garganta.
Leia se separó del sofá, un salto asistido por la Fuerza que la llevó hacia el techo de la alta sala de estar. Encendió su sable láser mientras subía. Uno de los intrusos, el que llevaba el arma láser montada en el hombro, apuntó hacia ella. Han, sin saber si las habilidades de ella o su sable láser podían desviar el disparo de tal arma, también le disparó, con su disparo abriéndose paso y quemando hasta el interior del casco del hombre.
Los otros dos le dispararon. El primer disparo alcanzó la parte trasera del sofá y levantó el mueble hacia arriba, haciéndole girar hacia la pared exterior. Han y el sofá golpearon el transpariacero del ventanal.
Han sintió estremecerse al ventanal bajo el impacto y se preguntó durante una eterna fracción de segundo, si este cedería bajo el impacto, si se liberaría de su lugar, enviándole a la frialdad del espacio y la descompresión.
No lo hizo. Resonó metálicamente mientras él lo golpeaba, con el dolor disparándose a través de sus paletillas y de repente estaba en el suelo, con el sofá sobre él.
Oyó el siseo y el chisporroteo del sable láser de Leia. Rodó para salir de debajo del mueble. En el momento que le llevó ponerse en pie, con la pistola láser en la mano, la situación estaba resuelta. Uno de los dos atacantes que quedaban había caído sin cabeza. El otro, temblando de dolor, había perdido ambos brazos a la altura del codo. Los dos objetivos de Han habían caído, con el humo elevándose de donde los disparos láser les habían alcanzado.
Leia volvió su atención hacia la puerta y Han no necesitó poderes Jedi para saber lo que ella estaba pensando.
—Sí —dijo él—. Tú a la izquierda y yo a la derecha.
Salieron al Camino Kallebarth a toda velocidad, con Han girando hacia las habitaciones de la delegación corelliana y Leia girando hacia la delegación de Coruscant.
La primera puerta que Han pasó se abrió y un hombre saltó fuera de ella. Han apuntó, girando su pistola láser para apartarla otra vez: el hombre que salía era su propio hijo.
—Vamos, niño —dijo y corrió más allá de él.
Han pudo ver, más adelante, que las grandes puertas dobles que llevaban a la suite de la delegación corelliana estaban abiertas.
Armas láser cortas salieron de la puerta para agujerear la pared opuesta del pasillo. Mientras miraba, una figura con armadura negra se tambaleó hacia atrás a través de la puerta, con su pecho echando humo de lo que parecían impactos láser, y giró su enorme rifle láser para volver a apuntarlo hacia la puerta. El rifle láser disparó. Una lanza de luz roja salió del arma y el interior de la habitación más allá de la puerta se iluminó de repente con los colores de las llamas.
Han disparó. Su disparo chocó contra la armadura del atacante justo bajo la axila, haciendo que se tambaleara pero sin traspasarla.
En el mismo momento, Jacen lanzó su sable láser. Este giró mientras volaba, alcanzando al atacante mientras todavía estaba desequilibrado por el disparo de Han, cruzándole al nivel de las rodillas, y cortando ambas piernas por la articulación.
Jacen utilizó un estallido de velocidad aumentada por la Fuerza, dejando atrás a su padre y mantuvo su sable láser girando en el aire justo fuera de la puerta de la suite. Hubo más centelleos de luz provenientes de la habitación, más fuego de armas cortas y él dio los últimos dos pasos con un sentimiento de derrota.
Arrebató la empuñadura de su sable láser del aire y atravesó la puerta.
La habitación estaba en llamas. No, eso no era completamente verdad. Tres miembros del destacamento de seguridad corelliana estaban en llamas, con sus cuerpos ardiendo vigorosamente, con humo saliendo también de sus pistolas láser. Extrañamente, las alertas de fuego de la cámara no se habían activado.
Había tres cuerpos en el suelo que no estaban humeando.
Eran intrusos vestidos de negro. Las marcas de quemaduras de sus cabezas atestiguaban lo preciso de los disparos de los oficiales de SegCor.
Una de las puertas interiores había desaparecido, retorcida hasta arrancarla, con el marco quemado por la energía de los rifles láser de los intrusos. En la puerta estaba Wedge Antilles, vestido con sus calzoncillos y su vieja camiseta de la Alianza Rebelde, con una pistola láser en la mano. Miró a Jacen a los ojos y negó con la cabeza, un gesto lleno de pena.
Jacen entró y se movió hasta más allá de Wedge. En el suelo del suntuoso dormitorio que había más allá estaba tendida la Primera Ministra de los Cinco Mundos Aidel Saxan, con un agujero de bordes quemados del tamaño de un plato de cena atravesando completamente su torso, con restos de la calcinación enmascarando cualquier expresión que pudiera haber llevado cuando murió.
* * *
Leia aceleró mientras se acercaba a las puertas de las habitaciones principales de la delegación de Coruscant. Aquellas puertas estaban abiertas, y podía oír fuego láser desde más allá de ellas.
Mientras alcanzaba la puerta, detuvo su estallido de velocidad y frenó con la rapidez de un mercader de chatarra toydariano volando tras un crédito.
La cámara más allá, una antecámara que daba acceso a una variedad de dormitorios y salas funcionales, estaba llena de humo y cuerpos. Tres de los combatientes caídos eran intrusos de armadura negra. Varios eran de la seguridad de la AG. Uno, en el lado más alejado de la habitación, sentado medio recto, era un hombre anciano con el uniforme de un almirante. Su cabeza, su cuello y la parte superior de su pecho habían desaparecido, con los bordes que quedaban ennegrecidos por la alta energía. Un enorme agujero en la pared por encima, centrado al nivel de dos metros de altura, mostraba dónde había estado la parte superior de su cuerpo cuando el disparo le alcanzó.
Cerca, un cuarto intruso de armadura negra estaba tendido en el suelo, con su rifle láser a un metro más allá de su alcance.
Luchaba por levantarse, pero otro oficial uniformado de la AG estaba montado a horcajadas sobre su cuerpo, agarrando su casco por el visor. Mientras el intruso continuaba luchando, el oficial puso una pequeña pistola láser sobre su nuca y disparó, a través de la espina dorsal. El atacante se estremeció y se quedó quieto.
El oficial fue consciente de que alguien estaba de pie tras él.
Giró y apuntó, y mientras se volvía Leia le reconoció como Tycho Celchu. El reconocimiento de amigo o enemigo del viejo piloto todavía fue increíblemente rápido. Apartó la mira de Leia incluso mientras ella levantaba su espada para desviar un posible disparo.
Leia miró más allá de él hacia el cuerpo contra la pared.
—Oh, no —dijo ella—. Pellaeon no.
Tycho negó con la cabeza.
—No es Pellaeon.
—Mi doble.
La voz vino desde una puerta en sombras. La puerta estaba abierta, no destruida. De ella salió el viejo almirante, vestido con un batín negro, con un rifle láser en sus manos. Pareció entristecido mientras miraba el hombre que había muerto en su lugar. Incluso su bigote hirsuto pareció caer.
—¿Han está…? —preguntó Tycho.
—Está bien —dijo Leia—. Han disparó primero.
No se oyó más fuego láser. Los ruidos más altos fueron el siseo del sable láser de Leia y el crujir de las llamas de algunos de los cuerpos. Leia apagó su arma y todo fue incluso más tranquilo.
—Descubramos lo malo que es el daño —dijo ella.
—Él me miró —dijo Luke—, con espuma en la boca y cayó muerto.
—El que Jacen paró hizo lo mismo —dijo Wedge.
—Vi espuma en los labios de varios de ellos —añadió Pellaeon.
Estaban apiñados en un salón cerca de la suite de los Solo: todos los representantes de ambos grupos diplomáticos, todos los Jedi y unos cuantos oficiales de seguridad de la Estación Toryaz.
Una de ellas, la teniente Yorvin, una mujer delgada como un junco con el pelo de un rojo más oxidado que el de Mara, decidió poner las cosas claras.
—Necesitamos empezar a tomar declaración inmediatamente —dijo—, tan pronto como podamos organizar a nuestros auténticos analistas. Pediré que un juez suba desde Kuat para ayudar con los asuntos oficiales. Milord Solo. —Ella hizo un gesto hacia Han—. Necesitaré que me entregue su pistola láser. De nuevo está en compañía de los enviados.
Han le dirigió una mirada que era medio fruncimiento de ceño y medio sorprendida.
—No estoy seguro de cómo responder a una declaración como esa —dijo—. Excepto con violencia.
La teniente Yorvin de repente se vio flanqueada por Wedge Antilles y Tycho Celchu.
—Parece estar pidiendo que la chupe el espacio —dijo Wedge.
—¿Disculpe?
—Quizá el término no sea muy común en el básico colorido de Kuat —dijo Tycho—. Lo que le está preguntando, teniente, es si le gustaría parchear el exterior de la estación sin llevar un traje aislante.
—Yo no… Yo no soy…
—Shhh —dijo Wedge—. Escuche. Sí, una investigación está a punto de ocurrir, pero usted no está a cargo de ella. Lo estamos nosotros. Aquí están sus órdenes.
—Yo…
—Primero —dijo Tycho—, cállese. Segundo, cierre este hábitat completamente. Selle la conexión con la Estación Toryaz y luego cierre y selle todas las puertas, permitiendo que sean abiertas sólo desde su puesto de seguridad.
—Hablando de lo cual —dijo Wedge—, ¿hay un puesto de seguridad auxiliar? ¿Algún lugar que pueda anular los controles de seguridad del puente y la oficina principal de seguridad?
—Sí, señor. —La atención de la teniente Yorvin iba de un lado al otro entre los dos pilotos y la comprensión dibujada en su cara sugirió que estaba empezando a entender qué podría y no podría hacer en esta situación—. Pero es más fácil…
—Hágalo desde allí —dijo Tycho—. Y envíenos a su capitán, como se llame…
—Tawaler —apuntó Wedge—. Y también, ningún cuerpo, ningún arma, ninguna marca de arañazo y ninguna gota de café derramado se van a tocar.
—No toque las grabaciones de seguridad sin que nosotros lo digamos —añadió Tycho—. Sólo quédese en el puesto de seguridad y prepárese para abrir las puertas o dar información en cualquier momento que se lo pida yo, o el general Antilles, o el almirante Pellaeon, o el Maestro Skywalker, o cualquiera que designemos.
La teniente Yorvin lo intentó una última vez.
—Pero… así no es como se hacen las cosas.
Wedge se volvió hacia Pellaeon.
—Almirante, si esta gente no hace exactamente lo que decimos, ¿se le va a pagar a la Estación Toryaz por el alquiler de este hábitat?
—No, no se le va a pagar.
Pellaeon, de nuevo totalmente vestido con su uniforme, se recostó en un sillón.
—Si continúan obstruyendo esta investigación, ¿van a ser demandados? —preguntó Tycho.
Pellaeon asintió, con la apariencia de un abuelo viejo y amable reacio a dar malas noticias.
—Y perderán. Oh, cómo perderán.
Wedge volvió a mirar a la oficial.
—Retírese —dijo él.
Ella se fue. Más precisamente, ella huyó, casi golpeándose la nariz contra la puerta del salón mientras esta se apartaba de su camino casi demasiado lentamente.
—Dado que sólo hay un grupo aquí que es plausiblemente neutral —dijo Wedge—, propongo que le entreguemos la coordinación de esta situación al Maestro Skywalker y sus Jedi.
—Estoy de acuerdo —dijo Pellaeon—. Lo que no es lo mismo que decir que sólo quiero que los Jedi investiguen esto.
—No se preocupe —dijo Luke—. Me alegraré de contar con la fortaleza de todos. —Frunció el ceño—. Permítame hacer la primera pregunta aquí, almirante. ¿Rutinariamente lleva a un doble con usted?
El viejo oficial negó con la cabeza.
—Pero entonces, tampoco voy rutinariamente en misiones diplomáticas. El doble y cambiar los dormitorios a los que habíamos sido asignados por otros que se suponían que estaban vacíos fueron nociones del general Celchu. Y ellas salvaron mi vida.
—En realidad —corrigió Tycho—, es algo que Wedge y yo organizamos juntos.
—Esta traicionera colaboración tiene que acabar —dijo Pellaeon aparte. Su expresión sugería que no lo decía en serio.
Luke se volvió hacia Wedge.
—Pero Saxan no estaba protegida por las mismas medidas.
Wedge asintió.
—Recomendé que fueran implementadas, pero recuerda que yo no estoy, no estaba, a cargo de la seguridad de la Primera Ministra del modo que Tycho está a cargo de la del almirante. Fui invalidado por su jefe de seguridad, un compañero llamado Tommick. Está entre los muertos.
Han frunció el ceño.
—¿No sería Harval Tommick?
Wedge asintió de nuevo.
—Un miembro de la máquina política de Sal-Solo —continuó Han—. ¿Qué está haciendo alguien como él a cargo de la seguridad de una rival política?
Wedge le ofreció una sonrisa sin humor.
—En su capacidad secundaria como Ministro de Guerra, Sal-Solo pudo insistir para que la seguridad de Saxan fuera «aumentada» por el equipo de Tommick. El equipo de Tommick se hizo con el control.
—¿Quién va a hacerse con el control como Primer Ministro de los Cinco Mundos? —preguntó Luke—. ¿El lugarteniente de Saxan?
Wedge asintió.
—Un compañero llamado Denjax Teppler. Una vez estuvo casado con Saxan, de hecho. Se separaron pero siguieron siendo amigos. El mantendrá el puesto hasta que puedan organizar unas nuevas elecciones. En unos meses, quizás.
Han resopló.
—Quieres decir hasta que también le maten.
Luke, sentado, terminó de vestirse. Flexionó sus dedos de los pies dentro de sus botas y luego subió la cremallera en el lado de las botas. Ahora estaba vestido de negro de la cabeza a los pies, un traje sombrío para una ocasión sombría… y también un traje vagamente amenazante en un momento en que necesitaba que los políticos y los burócratas le escucharan cuidadosamente.
—De acuerdo —dijo—, si estoy a cargo de esta investigación, una circunstancia que sólo puede durar hasta que la AG y la delegación corelliana reciban órdenes de sus respectivos gobiernos, entonces voy a tener que actuar deprisa. —Se levantó—. Tycho, Wedge y los Jedi nos separaremos para investigar. Almirante, me gustaría pedirle que se quedara aquí y coordinara los datos que obtengamos. Han…
Frunció el ceño, obviamente sin saber cómo utilizar las habilidades de Han en esta situación.
Leia habló.
—Han puede ofrecer seguridad aquí. Y tal vez dejar que el almirante le enseñe una cosa o dos acerca del sabacc.
—Enseñarme —repitió Han.
—Dos viejos y amigables corellianos —continuó Leia, con expresión inocente— teniendo una inofensiva partida de cartas.
Pellaeon fijó en Han una mirada incrédula.
—A su dama realmente le gusta la visión de la sangre, ¿verdad?
Han hizo un gesto hacia el viejo oficial naval, un movimiento que de algún modo decía Está decidido. Luke echo un último y rápido vistazo a su alrededor. Su atención recayó en su hijo. Ben estaba más pálido que de costumbre e innaturalmente quieto.
Luke vio a Mara alargar la mano para acariciarle, pero Ben retrocedió sin mirarla. Luke no sabía si el chico estaba esquivando el contacto o simplemente no quería parecer un niño pequeño delante de los otros Jedi, pero sintió una débil punzada de dolor de Mara, una punzada a la que ella puso freno rápida e implacablemente.
Él lo sintió por ella, pero no tenía tiempo para hablar con ella y para hablar con Ben. Se levantó.
—Vamos —dijo.
Zekk, junto a la puerta, pulsó el panel de control y esta se abrió para Luke. Con su capa ondulando y sus compañeros Jedi siguiéndole, Luke salió al pasillo y se preparó para lo que sabía que iba a ser una larga noche de investigación, negociación y teorización.
—Lo siento, ¿he interrumpido un desfile de veteranos? —preguntó Jaina.
Wedge, vistiendo anónimas ropas grises de civil, y Tycho, todavía con su uniforme de gala, estaban caminando el uno al lado del otro por el corredor exterior. Wedge miró a Jaina y Zekk y luego él y Tycho intercambiaron una mirada.
—Los Jedi son silenciosos —dijo Tycho—. Se te acercan a hurtadillas incluso cuando se supone que son tus amigos.
Wedge sonrió.
—Quizás estás perdiendo el oído.
—Me quedé sordo por el sonido de tus articulaciones crujiendo.
—Podría ser.
Wedge devolvió su atención al cuaderno de datos en sus manos. Estaba abierto y su pequeña pantalla mostraba un mapa de esta sección del Hábitat Narsacc. El fondo del mapa era negro, las particiones y las paredes eran estrechas líneas amarillas, y una punteada línea roja se alargaba desde su actual posición hasta un punto a algunos metros por delante.
—Dile que no estoy seguro de que deba estar hablando con una traidora.
—El general Antilles dice…
—¿Traidora? —Jaina se detuvo, pasmada—. Espera un minuto. Soy medio corelliana de nacimiento, es verdad, pero no fui criada como una ciudadana. Y como Jedi, se supone que ponemos el interés del mayor bien por delante de las preocupaciones planetarias…
—No es eso lo que quería decir —dijo Wedge, sin inmutarse.
Tycho asintió.
—Es joven. Se lanza a las conclusiones.
Wedge ajustó el cuaderno de datos de manera que el mapa girara delante de él. Ahora mostraba la línea roja puntuada terminando en una escotilla.
—También habla demasiado.
—Tiene que hacerlo. El chico que la sigue a todas partes no dice nada.
Jaina miró hacia atrás y hacia arriba, hacia Zekk. Él asintió, como admisión de que lo habían expresado muy bien.
—No —dijo Wedge—, lo que quería decir es que cualquiera tan buena como eres tú en un caza, pero que abandona la vida de vuelo para correr por ahí con capas y girando una espada de energía impráctica, ha cometido traición a sus aptitudes naturales.
—Todavía vuelo —dijo Jaina—, y todavía vuelo Alas-X, y estás evitando el asunto.
Wedge asintió.
—De acuerdo. Se acabó el evitar. —Dejó escapar un profundo suspiro y luego dejó escapar un suspiro culpable—. Esto no es un desfile de veteranos.
—Bien hecho —dijo Tycho—. Las confesiones limpian el espíritu, ¿verdad?
—Sí —admitió Wedge.
Jaina levantó las manos, con los dedos curvados, como si estuviera al borde de coger el cuello de Wedge.
—Entonces ¿qué habéis encontrado?
—Como sabéis, el oficial jefe de seguridad para el hábitat ha desaparecido —dijo Tycho.
—Lo sabemos —dijo Jaina, tristemente—. Eso es lo que Zekk y yo hemos estado haciendo, buscándole. Miramos en las grabaciones de las holocámaras…
—Que no existen para el Camino Kallebarth para el periodo de tiempo del ataque —dijo Tycho.
—Correcto. También pasamos por sus habitaciones, intentamos obtener una sensación de él…
Ella frunció el ceño.
—¿Qué pasa? —preguntó Tycho.
Jaina sonrió.
—Oh, al fin sentís curiosidad. Al fin tengo algo que vosotros queréis saber.
Tycho puso los ojos en blanco.
—Será mejor que se lo digas, Wedge. Ella va a ponerse difícil.
Wedge se detuvo tan de repente que Jaina casi tropezó con él.
Estaban frente a una escotilla. El cuaderno de datos de Wedge indicaba que estaban al término de la línea roja punteada. Él cerró el aparato.
—Después del ataque, Tycho y yo hicimos lo primero y más obvio…
—¿Pidieron brandy? —preguntó Zekk.
—El árbol habla al fin. —Tycho negó con la cabeza—. No, pedimos esas mismas grabaciones de holocámaras que no existen.
—Así que no conseguisteis nada —dijo Jaina.
De un bolsillo, Wedge sacó un cable. Una punta la conectó al puerto del cuaderno de datos. La otra era un enchufe estándar redondo de pared, que conectó en el puerto bajo el panel de control de la escotilla.
—Estoy haciendo un diagnóstico —dijo—. Parece estar presurizada. No hay pulsos inusuales a través de los sensores internos. No, Jaina, preguntamos si la Estación Toryaz es la clase de lugar donde el departamento de mantenimiento registra todas las puertas que se abren y se cierran. Tú sabes, para medir los patrones de desgaste, predecir las piezas de repuesto que se necesitan, esa clase de cosas.
—Eso nunca se me habría ocurrido —dijo Jaina.
Wedge sonrió.
—A mí tampoco. Es algo que mi mujer me enseñó. O, más bien, algo que le enseñó a la más joven de mis hijas mientras yo estaba escuchando cuando no debía. Tengo una hija que ha entrado en mi línea de trabajo y una que ha entrado en la de mi mujer. Genética y culturalmente hablando, ¿no es perfecto?
—Perfecto —dijo Jaina, con un tono sin interés—. ¿Entonces? ¿Las aperturas de las puertas?
Wedge golpeó la puerta de la escotilla.
—Esta se abrió, poco antes del ataque, durante alrededor de un minuto en un momento en que no hay registros de ninguna nave atracando fuera. Y notad que estamos en el lado opuesto del hábitat desde su borde exterior, lo que significa que esta escotilla está fuera de la vista directa de la fragata Espina de Fuego. Es la escotilla más inconveniente del hábitat, con la aproximación más inconveniente, adecuada sólo para lanzaderas y vehículos pequeños. De todos modos, un minuto más tarde pasó un ciclo de despresurización, la puerta exterior se abrió y se cerró y luego se represurizó.
—Así que alguien llegó aquí en una lanzadera y se fue de aquí en lanzadera —dijo Jaina.
Tycho negó con la cabeza.
—Eso no tiene sentido. Traes a un grupo de asesinos, abres la escotilla para dejarles entrar. La cierras, terminas el ciclo y la reabres… ¿por qué? Si simplemente vas a irte, ¿por qué no dejarla abierta durante sesenta o noventa segundos hasta que te vayas?
—Lo que significa —dijo Wedge—, ultimadamente, que lo que tenemos es un misterio. Añadidle a eso el hecho de que la puerta de seguridad del tubo del puesto principal se abrió un par de minutos más tarde. Así que una lanzadera de se va de aquí y entonces alguien completa el ciclo de la escotilla (¿para deshacerse de alguna evidencia, tal vez?) y entonces alguien deja el hábitat a pie.
Su cuaderno de datos pitó y él lo abrió para mirar a la pantalla.
—Parece limpio —dijo—. ¿Nos arriesgamos?
—Pon a los niños delante —dijo Tycho.
Wedge sonrió y pulsó una serie de números y letras en el cuaderno. La puerta de la escotilla siseó y se abrió. De otro bolsillo, sacó un par de finos guantes y se los puso. Empezó a pinchar en las esquinas del panel de acceso, pasando los dedos sobre la parte superior de las brillantes señales de PELIGRO, mirando en cada grieta y rajas minúsculas de la escotilla.
—Ojalá Iella estuviera aquí —dijo.
—O Winter —añadió Tycho.
—Nuestras dos mujeres son ex de Inteligencia —dijo Wedge, con su comentario dirigido a Zekk—. La mujer de Tycho solía ser la niñera de Jaina, de hecho. Sea lo que sea que hemos aprendido, lo hemos recibido mayormente a través de ósmosis.
—Normalmente, nosotros sólo disparamos a las cosas —añadió Tycho.
—Seguimos intentando retirarnos —dijo Wedge—. Abandonar esta vida de dispararle a las cosas.
Tycho asintió.
—Realmente somos hombres de paz de corazón.
Wedge se apartó de la escotilla y se encogió de hombros.
—Nada.
Jaina alargó una mano.
—Dámelo.
Wedge pareció sorprendido.
—¿Qué?
—Vi que te escondías algo en la palma de la mano cuando estabas inclinado mirando al suelo. Entrégamelo.
Wedge negó con la cabeza.
—Nuestra pista, nuestra investigación. Tú y tu sombra opuesta podéis acompañarnos si queréis.
—Un trato —dijo Zekk.
Wedge le dirigió una mirada curiosa.
—¿Qué?
—Un trato. Yo le doy mi pista, la que encontré por mí mismo.
—No me dijiste que encontraste una pista —murmuró Jaina.
Zekk la ignoró.
—Usted le da a Jaina su pista. Un trato justo.
Wedge miró a Tycho.
—¿Qué opinas?
Tycho negó con la cabeza.
—Un farol Jedi.
Zekk sonrió.
—Para endulzar el trato, la pista que descubrí, si lo acepta, significa que tendrán que comandar una lanzadera o una nave de rescate e ir volando por ahí fuera.
Wedge suspiró.
—Son siempre los más calladitos. De acuerdo, maestro motivador, tienes un trato. —De un bolsillo lateral sacó un harapo naranja claro que parecía estar envuelto alrededor de algo. Lo sostuvo sobre la palma de Jaina pero no lo soltó—. ¿Tu pista?
—Nosotros también estuvimos buscando a Tawaler, como ha dicho Jaina. Su comunicador reza como estar fuera de la base —dijo Zekk—. Así que lo descarté por un tiempo. Pero entonces lo recordé. Fuera de la base, en términos de comunicaciones, se utiliza normalmente en bases en tierra. Utilizamos los mismos términos en la orden, probablemente porque el Maestro Skywalker es un exmilitar. Lo que significa que el que lo llevaba no está en la base, pero su comunicador todavía está devolviendo una señal. ¿Correcto?
—Correcto —dijo Wedge—. Oh.
Jaina lo cogió igual de rápido.
—Así que el comunicador de nuestro sospechoso todavía está devolviendo una señal desde cerca… pero todos hemos estado asumiendo que significaba que él había huido a algún planeta en algún lugar. Dámelo.
Ella movió sus dedos.
Wedge dejó caer el harapo en su mano. El objeto de su interior tenía un poco de peso, tal vez medio kilogramo.
Jaina apartó el harapo y lo desenvolvió, revelando lo que había en su interior.
—Huh —dijo ella.