CAPÍTULO 15

Un problema para el enemigo

—Bueno, ya estamos todos juntos —sonrió ominosamente el primer secuestrador.

—Por lo visto hemos encontrado al chico, Walt —opinó el otro.

—Eso parece, Fred.

—Tenemos que dar las gracias a esos muchachos tan listos —añadió Fred—. ¡Esta vez nos han hecho un gran favor! Nos han facilitado mucho la tarea.

—Sí, les damos las gracias, Fred —rió Walt.

Los dos extremistas de Nanda estaban gozando con la situación, y no parecían tener prisa. ¡Si al menos Ndula y MacKenzie llegasen pronto!

—¡Ah, no conseguiréis vuestro objetivo, bandidos! —les espetó rabiosamente Bob.

—¡Tampoco os servirá de nada chantajear a sir Roger, canallas! —agregó Pete.

—Pero, por ahora, el chico está en nuestras manos —replicó Walt—, y ya veremos si se ablanda o no sir Roger. Un problema para el enemigo —Walt sonrió ferozmente y miró a Ian y luego a Júpiter. Fred también les estaba contemplando con atención. De repente, Bob y Pete vieron un destello luminoso en los ojos de su amigo.

—Fuiste muy listo, Júpiter Jones —dijo Walt—, al no revelar quién eras, ni decirnos que no habíamos raptado a Ian. Hicimos bien en volver aquí después de abandonar el helicóptero, ¿eh? Así pudimos leer el periódico y comprendimos nuestro error. Adivinamos que Ian todavía estaba por este distrito, y mientras la policía nos buscaba a nosotros por el estado, nosotros estuvimos vigilando el patio.

—Vimos a MacKenzie y a ese salvaje de Ndula —añadió Fred con una fea mueca—, y cuando vosotros os reunisteis con ellos, comprendimos que pronto nos conduciríais hasta Ian. Fue un juego de niños mezclarnos con los parroquianos que vienen a esta chatarrería. Vosotros estabais tan interesados en localizar a Ian que no reparasteis en nosotros.

—¡Os vimos, sí, os vimos! —gritó Pete.

—¿Al otro lado de la calle? Sí, claro; pero no podíais hacer nada —volvió a sonreír Walt—. También os vimos después en este taller y plantamos el micrófono cuando salisteis de aquí.

Los dos secuestradores se hallaban de espaldas a un enorme montón de chatarra, que estaba muy cerca de ellos.

Bob miró rápidamente a Júpiter. Los muchachos tenían siempre dispuesto aquel montón de manera que pudiera ser derribado sobre cualquier enemigo en momentos de peligro. Júpiter negó con la cabeza. No quería arriesgarse contra dos hombres que llevaban pistolas. Pero las pupilas de Júpiter continuaban reluciendo. ¿Qué planeaba?

—¡Todos los policías del estado os buscan! —exclamó Pete, tratando de ganar tiempo.

—¡Y os encontrarán! —añadió Bob.

—Ah, pero ya tenemos a nuestro rehén —repuso Walt.

—¡Y nadie se atreverá a tocarnos! —terminó Fred en son de burla.

—Bien, Ian, ha llegado la hora de marcharnos —anunció Walt de repente.

—No querrás que hagamos daño a los demás, ¿verdad? —le amenazó Fred.

Ian dio un paso al frente.

—No, os sigo, compañeros —Júpiter se colocó al lado de Ian.

—No, os sigo, compañeros —repitió.

—Voy yo, Júpiter —declaró Ian—. No debes arriesgarte.

—Iré yo, Júpiter —repitió el Primer Investigador como si fuese un eco—. No debes arriesgarte —de pronto añadió—: Bah, Júpiter, no podemos engañar a esos tipos. Ya saben que yo soy Ian.

¡Júpiter, en efecto, imitaba el acento de Ian!

—¡Júpiter! —protestó el fugitivo—. No debes intentar engañarles. ¡Saben que yo soy Ian!

Los dos bandidos paseaban su vista de uno a otro muchacho, sin sonreír ya en absoluto. De pronto, resultó claro que no sabían cuál era Ian ni cuál era Júpiter. Entonces, Bob comprendió por qué habían brillado tanto los ojos de su amigo: Júpiter se había dado cuenta de que los secuestradores no reconocían a Ian entre los dos. Eran dos iguales, que vestían de manera semejante, y que, gracias al talento imitativo de Júpiter, hablaban exactamente igual.

—Está bien —dijo Walt, con tono de amenaza—, este truco ya ha durado bastante. ¡Quiero que ahora se entregue el verdadero Ian Carew!

—¡De lo contrario, los dos lo pasaréis muy mal! —advirtió Fred.

—Por favor, Júpiter —suplicó Ian—, he de marcharme con ellos.

—Calla, Júpiter —le intimó éste—. Ya saben que yo soy Ian. ¡Te muestras demasiado ansioso de irte con ellos!

Los secuestradores continuaban mirando iracundos a los dos muchachos.

—Es el segundo, el de la camiseta estampada —decidió Fred—. Tiene razón, el otro está demasiado ansioso de venir con nosotros. ¡Nos está engañando!

—¡Pero el verdadero Ian Carew trataría de salvar a sus amigos, colaborando con nosotros! —objetó Walt—. ¡Vamos a registrarles!

Empuñando la pistola, Fred avanzó hacia los dos chicos.

—Busca en sus ropas —le ordenó Walt—, la marca de la lavandería.

Fred miró el revés del cuello de la camisa de Júpiter.

—¡Ya está, Walt! Aquí pone: Jones 1127.

Júpiter se encogió de hombros.

—Me rompí mis ropas al huir de vosotros —explicó—. Y cogí éstas entre la chatarra. Mirad su camisa.

Fred repitió la operación con el cuello de la camisa que llevaba Ian. Lanzó una maldición.

—¡Jones 1127!

—Sí —asintió Ian—, me rompí las ropas cuando huí de vosotros y hallé éstas en el «Patio Salvaje» de Júpiter. ¡Y no tengo nada en los bolsillos, lo que demuestra que yo soy Ian!

—Lo cual significa que hay dos Ian, Júpiter —replicó éste—. Creo que mis bolsillos también están vacíos, ya que mis ropas no son éstas.

Bob y Pete estaban admirados. Claro, Júpiter había dormido con la ropa puesta la noche anterior, por lo que se había vaciado todos los bolsillos.

—Sin embargo, caballeros —continuó Júpiter con su acento extranjero—, Júpiter sí tiene algo en el bolsillo de su camisa que demuestra que realmente es Júpiter Jones.

Fred registró rápidamente el bolsillo de pecho de la camisa de Ian. De allí sacó un micrófono diminuto, que entregó a Walt.

—¡Nuestro micro! —gritó Fred—. ¡Éste es el taller de Jones, de modo que supongo que es él quien se lo ha guardado!

—¡Idiota! —se enfureció Walt—. Ya hemos oído que ha sido Ian el que ha descubierto el micro, y luego lo ha ido pasando de mano en mano. ¿Quien sabe quién se lo quedó al fin? ¡Y no te fíes de lo que digan…! ¡Regístralos!

Rojo de furor, Fred se volvió hacia los dos muchachos y, de pronto, tropezó con Júpiter que estaba detrás suyo, muy cerca. Júpiter tuvo que agarrarse a la chaqueta de Fred para no caer. Lanzando otra maldición, Fred se libró de él.

—¡Aparta de mí las manos, chico! Y quédate ahí.

El secuestrador le registró minuciosamente, y después hizo lo mismo con Ian.

—No llevan nada encima, Walt. Todo es inútil. Júpiter sonrió y, de improviso, Ian hizo lo mismo.

—¡Acabemos con esta comedia! —tronó Walt—. El padre de Ian Carew tiene un chófer. Un militar. ¿Cómo se llama y cuál es su graduación? Uno de vosotros puede demostrar que es Ian y el otro quedará libre.

Bob y Pete se quedaron helados. Júpiter ignoraba la respuesta, Ian podía demostrar quién era.

—Está bien —declaró Ian—, me habéis descubierto. ¡Yo soy Júpiter Jones!

Bob y Pete no cambiaron de expresión, pero interiormente sonrieron. Ian se había dado cuenta del juego de Júpiter y le iba a secundar.

—Sí, lo admito —dijo Júpiter—, yo soy Júpiter Jones.

Los dos secuestradores se miraron estupefactos. Walt se volvió hacia Bob y Pete.

—Tal vez vosotros tendréis bastante buen sentido como para aconsejarle a vuestro amigo que deje de hacer tonterías. ¿Cuál de ellos es Jones?

—¡Éste! —exclamó Pete señalando a Ian.

—¡Éste! —dijo Bob al mismo tiempo, indicando a Júpiter.

Walt asintió lentamente.

—Muy bien, entonces sólo podemos hacer una cosa.

Y echó a andar hacia los dos muchachos casi idénticos.