CAPÍTULO 2

¡Raptado!

A la mañana siguiente, muy temprano, Bob se vistió rápidamente y se apresuró a bajar a la cocina. Mientras devoraba velozmente el desayuno, su padre dejó el periódico que estaba leyendo a un lado y contempló sonriendo a su hijo.

—¿Alguna investigación importante esta mañana? —preguntó el señor Andrews.

—Hoy no, papá. Nos vamos a la Montaña Mágica… en el «Rolls-Royce» con embellecedores dorados. ¡Y Worthington conducirá!

El señor Andrews silbó con admiración.

—Seréis los tres señoritos elegantes, ¿eh? —rió luego—. Me parece que al hacerte mayor te aburrirás un poco.

—No, si Jupe crece junto con nosotros.

—No —sonrió de nuevo el señor Andrews—, creo que tienes razón. Con él, nadie se aburre.

—Probablemente volveremos un poco tarde, papá, pero trataré de llegar a tiempo para la cena —gritó Bob, corriendo hacia la puerta.

Pasó montado en su bicicleta por las soleadas calles de Rocky Beach, un poco adormiladas a hora tan temprana y, al llegar al «Patio Salvaje» se dirigió hacia la entrada principal.

Pete se hallaba sentado en lo alto de la escalerilla del chamizo que hacía las veces de despachito, contemplando algo magnífico. Un «Rolls-Royce» no demasiado nuevo en realidad, aunque con unos enormes faros y una capota tan larga, negra y reluciente como un piano de cola, se hallaba en el «Patio Salvaje». Si ya hubiera resultado muy lujoso con su simple pintura negra, lo era mucho más gracias a unos adornos añadidos, consistentes en que todos los embellecedores, incluso los parachoques, eran de color dorado.

—¡Cáscaras! —exclamó Bob deslumbrado—. Siempre me olvido de lo hermoso que es hasta que vuelvo a verlo.

Un individuo de elevada estatura y cuerpo esbelto, con uniforme de chófer, estaba al lado del coche, frotando suavemente una placa dorada con un paño. Al ver a Bob, su rostro alargado y simpático se ensanchó en una sonrisa.

—A mí me ocurre lo mismo, Master Andrews, cuando a veces he de conducir otro auto —murmuró Worthington, el chófer.

Júpiter había conseguido el derecho a utilizar el viejo coche en un concurso y, más adelante, un cliente agradecido a los Tres Investigadores por la solución de un caso, había logrado que los muchachos pudiesen usar el «Rolls-Royce» cuando lo deseasen. Como la agencia de coches de alquiler sólo alquilaba dicho auto con Worthington, el hombre se había hecho muy amigo de los Tres Investigadores. Sin embargo, todavía continuaba tratando a los tres chicos con gran deferencia, como si fuesen hijos de millonarios. Ahora, sus ojillos bizquearon y luego guiñó un ojo en son de complicidad.

—¿Algún caso importante esta vez, Master Andrews? —inquirió.

—Esta vez, no, Worthington —explicó Bob—. Sólo queremos ir a divertirnos un poco a la Montaña Mágica, y nos pareció que sería mejor ir en el «Rolls».

—¿Una excursión? ¡Espléndido! —se alegró el chófer—. ¿Hay alguien que se merezca más esa distracción que los Tres Investigadores? Comunicaré el destino del viaje a la agencia y pondré gasolina al motor mientras aguardamos a Master Jones.

El chófer se metió en el auto y lo sacó del Patio Salvaje. Bob se volvió rápidamente hacia Pete.

—Y hablando de Jupe, ¿dónde está?

—En el puesto de mando, haciendo planes —repuso Pete—. No quiso decirme cuáles.

—Pues vamos a averiguarlo.

Los dos se arrastraron por el túnel dos y llegaron a la trampilla oculta en el remolque. Júpiter se hallaba sentado en su pequeño escritorio, y tenía sobre la mesa una serie de folletos multicolores.

—Worthington ya ha llegado, Jupe —le informó Bob—. ¿Estás ya listo?

—Dentro de unos instantes, Archivos —respondió el jefe del trío de investigadores, y continuó trabajando un minuto, pasado el cual se retrepó en su asiento, muy satisfecho—. Bien, creo que ya está.

—¿El qué? —quiso saber Pete.

—¡Nuestros planes para la excursión! —aclaró Júpiter, muy sonriente—. Cogí un plano de la Montaña Mágica y he trazado la mejor ruta para disfrutar del máximo número de atracciones en un tiempo mínimo. Incluso he dejado tiempo para repetir las mejores, aparte de preparar diversas alternativas por causa de la duración excesiva de algunas atracciones, o de fallos debidos a las condiciones meteorológicas o de carácter mecánico. También he…

—Oye, Jupe —gruñó Pete—, ¿por qué no empezamos por la derecha o la izquierda de la entrada del parque y subimos a la primera atracción que encontremos? Es decir, un poco al azar.

—Sí, siguiendo nuestro buen olfato —añadió Bob.

—¿Al azar? —Júpiter frunció el ceño—. Es algo muy poco eficaz y…

—Pero quizá más divertido —sugirió Pete.

—Bueno —se conformó Júpiter con cara enfurruñada—, si no aceptáis mi plan, tendré que aceptar el vuestro.

Júpiter dedicó una última mirada a su plan, se encogió de hombros y arrojó el papel a la papelera. Pete y Bob lanzaron vítores de alegría. Júpiter se vio obligado a sonreír. Los tres muchachos se apresuraron por la trampilla hasta el patio.

Worthington ya estaba allí otra vez con el «Rolls-Royce». Sin dejar de reír con entusiasmo, los muchachos se montaron dentro del magnífico coche, en tanto el chófer mantenía la portezuela abierta.

—¡A la Montaña Mágica, amigo! —ordenó Júpiter.

—Sí, señor —sonrió Worthington—, muy bien, señor.

La Montaña Mágica se hallaba situada a cierta distancia, al este de Rocky Beach, un poco apartada de las colinas de la costa de California. Worthington condujo el viejo coche fuera del distrito, hacia la autopista interior del condado. Ya habían llegado a las primeras estribaciones de las arboladas colinas, cuando Worthington habló de repente.

—Caballeros, tengo entendido que en estos momentos no hay ninguna investigación por el medio.

—Por desgracia, no —admitió Júpiter—. ¿Por qué…?

—Porque, a menos que esté muy equivocado, nos están siguiendo.

—¡Siguiendo! —repitieron los tres muchachos, volviéndose a mirar hacia atrás.

—¿Dónde, Worthington? —quiso saber Bob—. Yo no veo ningún coche.

—Ahora está detrás de la última curva —informó el chófer—, pero he observado que, tan pronto salimos del «Patio Salvaje», se colocó detrás de nosotros. Es un gran «Mercedes» verde.

—¡Un «Mercedes» verde! —exclamó Júpiter—. ¿Estás seguro?

—Los automóviles son mi profesión, Master Jones —replicó Worthington con firmeza—. ¡Ah, allí está ahora! Y va acortando distancias.

Los tres jóvenes detectives miraron por la ventanilla trasera. No cabía el menor error. El «Mercedes» verde se acercaba directamente hacia ellos, ganando distancia con gran rapidez.

—¡Sí —proclamó Pete—, es el mismo coche!

—O sea que no eran turistas —dijo Júpiter con tono de triunfo—. ¡Yo tenía razón!

—Supongo… supongo que sí —asintió Pete, medrosamente—. ¿Quiénes son? ¿Qué querrán?

—No lo sé, Segundo —repuso Júpiter serenamente—, y no tengo muchas ganas de averiguarlo en estos instantes.

—¡Pues es posible que nos veamos obligados a averiguarlo! —gritó Bob alarmado—. ¡Se acercan, Jupe! ¡Ganan terreno!

—¡Worthington! —exclamó Júpiter—. ¿No puedes distanciarlos?

—Lo intentaré —asintió el chófer.

El «Rolls-Royce» saltó adelante cuando su conductor apretó el acelerador a fondo. Estaban ya entre montañas, y la estrecha carretera serpenteaba por entre unos cañones rocosos, bastante escarpados. Worthington asió con fuerza el volante, y guió diestramente al reluciente coche muy cerca del borde del precipicio.

El «Mercedes» verde no abandonó la persecución. Los dos autos hacían rechinar sus ruedas en las cerradas curvas, y se aproximaban peligrosamente a los abismos que les rodeaban. En una carretera recta, el «Rolls-Royce» se habría distanciado de su perseguidor, pero, en aquel terreno, no podía superar la agilidad del «Mercedes», más pequeño y más moderno. Inexorablemente, el coche verde se iba acercando.

—¡Ganan terreno! —repitió Pete, desmayadamente.

—Es demasiado peligroso correr más por estas montañas —murmuró Worthington con tono sereno. Escrutó la carretera que se abría al frente—. Aunque tal vez…

De pronto se inclinó hacia delante, mirando al frente. El «Rolls» acababa de doblar una curva muy cerrada y el «Mercedes» no estaba momentáneamente a la vista. De repente, Worthington frenó, llevó el coche casi al borde de un acantilado de la derecha y lo hizo salir del camino hacia un sendero lateral que corría por la izquierda. Tras recuperar la velocidad, el experto chófer condujo la reluciente máquina por el polvoriento sendero, hacia un grupo de robles y chaparros.

Oyeron cómo el «Mercedes» rodaba estruendosamente por la carretera.

—¡Los hemos perdido! —exclamaron Bob y Pete.

—Sí, por el momento —adujo el chófer—. Mas no tardarán en darse cuenta de que ya no estamos en la carretera. Tenemos que continuar rápidamente.

Apretó el acelerador, y obligó al viejo auto a correr a toda velocidad por el sendero. De pronto, hubo un rechinamiento y el auto se paró.

—Lo siento, chicos —murmuró Worthington.

El sendero terminaba frente al alto muro de un cañón.

—¡Vuelve a la carretera! —ordenó Júpiter—. De prisa. Quizás aún no se habrán dado cuenta de nuestra maniobra.

Worthington hizo dar la vuelta al coche y retrocedió por el sendero hasta la carretera.

¡El «Mercedes» estuvo a punto de chocar con ellos al salir de la curva! Worthington efectuó una rápida maniobra y sacó al auto de la calzada. Antes de que pudiera recobrar la dirección, dos hombres saltaron fuera del «Mercedes» y corrieron hacia el «Rolls-Royce». ¡Empuñaban unas pistolas!

—¡Vamos, fuera! —ladró uno de ellos.

Era un desconocido, pero Pete reconoció a su acompañante. Era el tipo que el día anterior le había preguntado la dirección de la misión española.

Miedosamente, los muchachos y el chófer salieron del «Rolls-Royce».

—¡Eh, amigos! —quiso protestar Worthington—. ¿A qué viene eso?

—¡Cállate! —gritole el desconocido.

Su compañero agarró a Júpiter, le puso una mordaza en la boca, le arrojó un saco por la cabeza, y lo arrastró hacia el «Mercedes». El otro individuo estaba blandiendo su pistola en dirección a los atribulados Bob, Pete y Worthington.

—¡No nos sigáis! —ordenó con tono amenazador—. No nos sigáis si en algo apreciáis la vida y queréis volver a ver a ese chico.

Luego, corrió hacia el «Mercedes». El coche arrancó y casi al instante desapareció por la curva de la carretera.

¡Habían raptado a Júpiter!