CAPÍTULO 3
Un error fatal
Pete giró hacia el «Rolls-Royce».
—¡Tenemos que seguirles!
—¡No, Pete! —le gritaron Bob y el chófer a la vez.
Pete les miró asombradlo.
—¡Tenemos que ayudar a Jupe!
—Le ayudaremos —prometió Worthington, posando una mano en la espalda del muchacho—, pero no debemos seguirles. En un secuestro, hay que hacer exactamente lo que ordenan los raptores y después llamar inmediatamente a la policía.
—Seguirlos podría resultar peligroso para Jupe —explicó Bob—. Pero podemos intentar averiguar qué dirección han seguido e informar a la policía. Los secuestradores ignoran que hay un teléfono en el «Rolls», por lo que pensarán que no somos capaces de avisar ahora mismo a la policía. De prisa, subiremos a aquel monte mientras Worthington llama al jefe Reynolds.
Mientras Worthington corría hacia el coche para telefonear al jefe de policía de Rocky Beach, Bob y Pete treparon por la empinada ladera de un monte cercano. Llegaron jadeando a un repecho bastante alto, en cuestión de segundos, y miraron hacia el sendero que se apartaba de la carretera.
—¡Ya los veo! —proclamó Bob.
—¡Van al sur, hacia Rocky Beach! —añadió Pete—. ¡Y van muy despacio!
—No quieren llamar la atención.
—Si el jefe Reynolds actúa de prisa —gritó Pete—, tal vez logre atraparlos. ¡Vamos!
Descendieron de la montaña a resbalones hasta llegar al sitio donde se hallaba el «Rolls-Royce». Worthington estaba dando por teléfono la matrícula del «Mercedes» y una descripción de los dos raptores.
—Dile al jefe que se dirigen al sur, hacia Rocky Beach —agregó Pete—. Tal vez logre bloquearles el paso antes de que lleguen más allá.
Worthington repitió el mensaje de Pete y escuchó.
—Muy bien, jefe. Nos quedaremos aquí hasta que ustedes lleguen.
Colgó y miró a los muchachos.
—¿Qué pueden querer de Júpiter? —murmuró—. ¿No tenéis la menor idea de lo que pretenden esos tipos?
—Hasta ayer no los habíamos visto nunca —declaró Bob.
—¡Nosotros no sabemos nada! —gimió Pete.
Los tres se contemplaron mutuamente, con gran desaliento.
Amordazado en la oscuridad con el saco en la cabeza, Júpiter estaba asustado. El «Mercedes» circulaba lentamente, en sentido descendente, por lo que Júpiter supuso que era la autopista del condado. Hacia Rocky Beach. ¿Qué querían aquellos individuos? ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían, con su extraño acento inglés?
Se movió en el asiento trasero del coche, y sintió una pistola en las costillas. Uno de los raptores iba sentado a su lado.
—No te muevas —le ordenó el hombre.
Júpiter intentó hablar para protestar, pero con la mordaza muy apretada sobre la boca sólo logró gruñir un poco.
—Grrrrruuu… grrruuummmm…
—¡Cállate! ¡Cállate y no te muevas! ¿Entiendes? Sé buen chico, anda.
El desconocido se echó a reír y la ominosa carcajada tuvo un eco en el que conducía.
Sin embargo, Júpiter volvió a tratar de hablar para preguntar por qué le habían raptado. Tío Titus y tía Matilda no tenían dinero. Al menos, dinero para pagar un rescate. Sus gruñidos y murmullos ahogados le hacían sentirse como un pez asfixiándose en la playa.
—¡Te he dicho que te calles! ¿No te gustaría que tu padre perdiera a su hijo, verdad?
Debajo del saco, Júpiter se inmovilizó. ¿Su padre? ¡Si él era huérfano! Su padre había muerto cuando Júpiter era aún muy pequeño. Desesperadamente, trató de explicárselo a sus raptores.
—Ggggrrrruuuummm… mmmmddddmmmm… gggrrrruuu… mmmm…
La pistola volvió a hundirse en sus costillas.
—¡No volveré a decírtelo más, muchacho!
—Ggggrrrruuuummmm… mmmmdddddmmmm…
El hombre que iba a su lado se echó a reír nuevamente.
—Es un chico tan obstinado y cabezota como su padre, ¿no crees, Fred? Y con toda seguridad, también muy orgulloso.
—Tal vez será mejor que le hagamos callar, sea como sea, Walt —opinó el conductor.
—Sólo como último extremo. No tengo ganas de cargar en brazos un chico tan gordo como éste.
—Quizá fuese lo mejor. El viaje será largo. Y necesitamos que esté vivito y coleando cuando hablemos con su padre.
El hombre que estaba al lado de Júpiter se rió una vez más.
—Habrá que ver la cara de sir Roger cuando le comuniquemos que tenemos a su hijito Ian, y que será mejor que cambie de opinión lo antes posible.
Con la cabeza en el saco, Júpiter se quedó quieto en su asiento. ¿Sir Roger? ¿Ian? De repente comprendió lo ocurrido: ¡aquellos tipos lo habían confundido con otro! ¡Con algún muchacho cuyo padre era un personaje importante! No se trataba de un secuestro por dinero… sino por alguna forma de chantaje. Para que sir Roger, fuese quien fuese, hiciese lo que deseaban los bandidos. Y éstos se habían equivocado. ¡Habían raptado a Júpiter y no al hijo de sir Roger! Jupe intentó de nuevo hablar para restablecer la verdad.
—Uuuuuffffmmmm… Ggggrrruuummm… nnnnoooo…
Esta vez, el hombre que estaba a su lado no le amenazó con la pistola ni le ordenó callarse. El «Mercedes» parecía estar corriendo ya por terreno llano. Efectuó una curva muy cerrada, con gran rechinamiento de neumáticos y la fuerza del giro envió a Júpiter contra la esquina del asiento. ¡Y entonces oyó las sirenas! ¡Los coches de la policía! El zumbido fue en aumento. Por debajo del saco, Júpiter contuvo la respiración. ¡Iban a salvarle!… Pero las sirenas se fueron alejando hasta que dejó de oírlas.
—¡Por poco nos atrapan! —exclamó el hombre que estaba a su lado.
—¿Crees que nos buscan a nosotros? —inquirió el conductor.
—Seguro. Se dirigen hacia las montañas. ¿Cómo diablos se han enterado tan de prisa?
Júpiter lo sabía: gracias al teléfono del «Rolls-Royce». Sus amigos habían avisado inmediatamente a la policía. Pero los secuestradores habían logrado burlarles. ¿Cómo le encontrarían ahora? ¡Era preciso que les dijese a sus raptores que habían cometido un terrible error!
—Algo ha pasado, Walt —opinó el chófer, torvamente—. Y será mejor que no ocurra nada más, porque a mí no me pillarán.
Júpiter experimentó un escalofrío. ¿Ya había ocurrido algo? Cierto, habían raptado a un chico por otro, pero ellos todavía no lo sabían. Y Júpiter no se lo podía explicar, a causa de la mordaza. Ahora bien, ¿debía decírselo? ¿Qué harían cuando aquellos bandidos supieran la verdad?
Necesitaban a un muchacho llamado Ian como un arma contra su padre, por lo que Ian estaría seguro en sus manos. Pero ¿estaría entonces seguro Júpiter Jones?
Un coche de la policía y el del sheriff descendieron por el sendero y se detuvieron en medio de una nube de polvo. El jefe Reynolds y el sheriff del condado corrieron hacia Worthington y los dos muchachos, que se hallaban junto al brillante «Rolls-Royce».
—¿Los han visto? —quiso saber Bob con seguridad al momento.
—¿Los han detenido? —añadió Pete.
El jefe Reynolds sacudió la cabeza con pesar.
—Bloqueamos la carretera en el primer cruce y nos dirigimos allí directamente. Pero no los adelantamos ni pasaron siquiera por el puesto de bloqueo.
—Debieron pasar antes de establecerlo —exclamó el sheriff—. Tal vez torcieron por algún camino lateral, pero no pueden haber ido muy lejos, y todos mis hombres los están buscando.
—Esta zona pertenece al condado, muchachos —explicó el jefe de policía de Rocky Beach—, por lo que corresponde a la jurisdicción del sheriff, pero, en un caso como éste, trabajamos juntos. También hemos alertado al departamento de policía de Los Ángeles.
—Bien —gruñó el sheriff—, buscaremos alguna pista por aquí.
—Creo que no hallarán nada, sheriff —repuso Bob con tristeza—. Los raptores no estuvieron bastante tiempo aquí, como para dejar rastros.
Bob tenía razón. Los policías y los hombres del sheriff rastrearon toda la zona sin descubrir nada.
—De acuerdo —decidió el jefe Reynolds—, regresaremos a Rocky Beach. Ya es hora de informar del caso al FBI.
—Al menos —agregó el sheriff—, esta vez tenemos una ventaja, gracias a vosotros, muchachos, y al Rolls-Royce. Perseguimos de cerca a los raptores, y hay muchos agentes vigilando la comarca.
—Sí, señor —asintió Bob, decepcionado—, pero vigilar no es encontrar. No es fácil descubrir un auto, ¿verdad?
—No, pero tenemos cubierta toda la zona y las carreteras y caminos están bloqueados. ¡No pueden salir del condado!
Bob y Pete subieron al «Rolls-Royce». Ninguno de los dos habló mientras el «Rolls» seguía al coche del jefe Reynolds hacia Rocky Beach, pero se contemplaron con pesar, sabiendo que ambos pensaban lo mismo.
Los raptores debían de haber tenido un plan preparado por si acaso la policía bloqueaba las carreteras. Un plan destinado a facilitarles la fuga… ¡llevándose consigo a Júpiter!