UNA ANTIGUA LEYENDA
Una tenue nubecilla comenzó a tomar forma en medio de la desolación que componía aquel remoto y perdido sistema solar, colapsando sobre sí misma en un proceso que hacía eones no se veía por aquella región del cosmos. Lo que tomó forma podría haberse considerado una nave espacial, de la misma forma que un potente automóvil podría ser considerado en otro momento, un carro tirado por mulas.
A la vista parecía una simple plataforma metálica cuadrada de ochocientos veintitrés metros de lado ¿Por qué esa medida? Que más da. Les placía a sus, podemos llamarlos, tripulantes. Podía vérseles de pie, con grandes cabezas, cuerpos delgados y tenues, más que insustanciales, se podían considerar transustanciales, como si la materia fuera algo que vestir, usar y tirar.
No necesitaban respirar. No les afectaba el vacío. ¿Estaban vivos? Lo habían estado de la forma que entendemos nosotros, pero hacía mucho tiempo que no podían considerarse vivos. Pero tenían voluntad y poder. Y ahora viajaban por el cosmos, sus motivos para hacerlo tan desconocidos para nuestro entendimiento como la esencia que les daba forma.
Ambos contemplaban y analizaban el lugar cósmico donde habían llegado, un sol viejo, tan viejo como podían serlo ellos, y probablemente mucho más. La estrella era una enana blanca casi un cuerpo planetario que no emitía prácticamente nada de luz. A su alrededor, una cohorte de planetas rocosos, mundos sin vida, vacíos, solos.
«¿Qué pasa, Krael?». «¿Por qué hemos parado?» comunicó uno al otro de una forma que no podía ser sino comunión de pensamiento.
«He notado algo aquí». «Algo que merece investigarse» transmitió su compañero. «Procede de uno de esos mundos muertos» señaló con su fantasmal simulacro de dedo.
«Sí, ahora lo noto. Merece que se investigue» corroboró el primero.
Las dos figuras se alzaron sobre la plataforma. La necesitaban para el salto entre las estrellas, pero era inútil para viajar por el interior de un sistema solar. Para eso se valían solos, por la pura fuerza de su mente.
En un brevísimo periodo de tiempo se hallaron sobrevolando el mundo que les había llamado la atención. En apariencia, nada lo distinguía del resto de rocas que orbitaba el sol, esperando el momento de precipitarse finalmente sobre él, dentro de aún muchos millones de años. Un astro ordinario.
«¿Lo notas?» preguntó la entidad llamada Krael.
«Sí. Es altodensina. Todo este mundo está hecho de altodensina» contestó la otra entidad «Es fantástico, ese material ya no puede ser encontrado en estado natural».
«No, tienes razón. Y hay algo más. El interior de este mundo está hueco».
«¡Eso es! Y eso significa que hemos encontrado algo muy importante ¿Crees que puede ser…?».
«¿El mítico Mundo Errante?». Krael completó el pensamiento de su compañero. «Si, lo creo. Todo parece indicarlo. Mira a tu alrededor».
La superficie del planetillo, rota y agrietada por los miles de meteoritos que le habían golpeado durante el transcurso de los eones, aún mostraba restos de construcciones de origen evidentemente artificial. En una zona en concreto, se podía observar lo que habían sido unas construcciones colosales.
«Observa, Findal, esas estructuras. Son evidentemente algún tipo de antiguo motor de energía. Solo que ya no está en condiciones de funcionar».
«¡Es increíble!» se asombró Findal. No por la tecnología desplegada, la había visto capaz de construir mundos, él mismo había construido algunos. No, se asombraba por el hecho de que aún existiera un vehículo de una época mítica de exploración y aventura entre las estrellas, una reliquia de cuando el Universo y su propia raza eran jóvenes. Y algo de ese sentimiento de aventura aún debía estar activo, pues Findal notó que le estaba afectando a su comportamiento.
«¡Entremos! ¡Es preciso que lo veamos!» comunicó a su compañero, que asintió mentalmente. «¡Hasta es posible que haya alguna entidad viva en su interior!».
«Si, noto que hay algo vivo. Plantas y animales no inteligentes. Y también algo vivo pero no vivo dentro. Un enigma que hay que descifrar. ¡Vamos!».
No existían barreras materiales para el cuerpo de ambos seres, por lo que atravesaron sin ningún problema la delgada corteza de altodensina, emergiendo en un mundo largo tiempo olvidado. Llegaron de día, con un sol radiante justo en el cenit. Por increíble que parezca, era una lámpara artificial, y aún funcionaba.
«Ya no hay duda. Estamos en el Mundo Errante. Somos los primeros en saber de él desde que desapareció en las inmensidades. ¡Hemos entrado en una leyenda que aún perdura entre nosotros!» transmitió Krael. «Espera que se lo comuniquemos a los demás, querrán ponerlo en el Museo».
La imagen de una región del cosmos destinada a preservar objetos naves y mundos valiosos de la antigüedad se les representó en su mente.
«Si, quedará muy bien al lado de la reproducción del Mundo Anular, donde nuestra raza habitó. Son de la misma época».
A su alrededor una salvaje visión de vida vegetal de formas imposibles se representaba a su vista. La flora y fauna de aquel mundo, libre de interferencia, había evolucionado hacia formas diversas y desconocidas para ellos.
«Está abandonado. Ningún ser inteligente se ha ocupado de este Mundo Errante en muchos siglos. No se ve ni rastro de las ciudades, pero debe existir en algún lado una fuente de energía que permita brillar ese Sol.» comentó Krael.
«Es una lástima, pero podremos reconstruirlo como era en su momento de gloria».
Habían recorrido la superficie interior del planetillo muy rápidamente, sin encontrar nada importante, hasta que algo les llamó la atención.
«Hay cámaras enterradas llenas de objetos». Findal se alejó de su compañero por unos instantes y regresó. «Son cintas enrolladas de aurum, diseñadas para guardar datos. A su lado hay primitivos convertidores de materia/energía. Creo que las cintas pueden guardar datos para materializar objetos. Quizás seres vivos. No soy experto en arqueología, pero pudiera tratarse de aquellas máquinas tan nombradas y que hicieron nuestra vida larga y dichosa durante nuestra existencia material».
«¿Crees que están en condiciones de funcionar?» —preguntó Krael.
«Parecen en buen estado, como si algo las mantuviera dispuestas. ¿Lo intentamos?».
«Espera un poco, no nos precipitemos. Quizás las estropeemos. Cuando este planeta esté en el Museo, nuestros arqueólogos podrán estudiarlo e intentarlo con garantías».
Durante un rato más continuaron con su exploración.
«Mira, allí hay un gran centro de producción de primitiva energía atómica. Sin duda es lo que alimenta la lámpara solar» coligió Krael.
«Sigue siendo increíble que funcione. ¿Y con que combustible?» preguntó Findal.
Ambos analizaron mentalmente la estructura. ¡Estaba fisionando altodensina!
«Así que van consumiendo su corteza. Pero hay tanta que aún puede durar muchos miles, quizás millones de años más, al ritmo de energía que produce…».
«Algo se mueve en su interior. Pero no está vivo» indicó Findal.
Ambos lo analizaron con su mente.
«Es solo una máquina. Un robot. Nada importante, excepto que indica que alguien lo ha hecho funcionar».
Una sutil variación del aire a su alrededor llamó de pronto su atención. Algo pasaba, algo inesperado. Delante de ellos una figura se alzaba, tan transparente, tan insustancial como ellos. Era diferente, con la cabeza más pequeña y el cuerpo más recio, y cubierto por lo que reconocieron como ropa, algo que ellos ya no usaban por innecesaria. Pero su naturaleza era sin duda similar a la suya, y les contemplaba con curiosidad.
«Bienvenidos, amigos ¿Quiénes sois?» preguntó. Le entendieron. No hay barrera idiomática para la intercomunión mental.
«Visitantes del Universo exterior» respondió solemnemente Krael.
«Eso ya lo sé, es evidente» respondió la figura, riendo, algo que Krael y Findal hacía mucho que no hacían. «Me presentaré. Me llamaba Adler Ban Aldrik, o Fidel Aznar, como prefiráis. Me he autonombrado guardián de este mundo».
Los viajeros notaron que la verdad era esa. Y supieron en un instante la historia, lo que había ocurrido. Los habitantes de este singular mundo habían viajado en él por todos los rincones del cosmos, realizado varias travesías al Universo Antimateria, explorado galaxias cercanas y galaxias remotas. Pero no evolucionaban, permanecían anclados a su forma de vida por el uso extensivo que hacían de las máquinas de conversión para prolongar sus vidas, mientras en el resto del cosmos todo cambiaba. En uno de sus viajes habían quedado atrapados por accidente en este sistema. No consideraron huir del planetillo, porque… ¿adónde iban a ir? Ya no había sitio para ellos, ya no eran necesarios. Estaban cansados de tanto viaje. Así que toda la gente que habitaba el planetillo se había desmaterializado, algo parecido a como hicieran los ancestros de Fidel eones antes. El propio Fidel, el único que había experimentado evolución en su forma espiritual, había asumido el manto de protector de los «ausentes».
Durante el intercambio de información mente a mente, también Fidel supo la situación imperante en el exterior del planetillo, quienes eran sus visitantes, de donde venían. Y supo también que aquellos a los que guardaba no encajaban con el modelo de sociedad que imperaba ahora en el Universo.
«Nos has dejado sin saber que decir, amigo. Todos estos años desmaterializados, pastoreados por ti, esperando un acontecimiento que os devolviera a la vida» se lamentó Krael. «Si quieres, podemos devolveros a la existencia» ofreció.
«Si, podríais. Pero no es el momento. Ahora seríamos anacronismos brutales, inútiles, en un universo que no tiene sitio para nosotros».
«Pero en nuestro Museo tendríais un lugar para permanecer a vuestro aire» replico Krael.
«Tus motivos son nobles, tienes mi agradecimiento por tu piadosa oferta. Pero nuestra existencia no tendría más propósito que el que nos aguardaba aquí. Despertaremos algún día, y sé que ese instante llegará, cuando seamos necesarios una vez más en el Universo y nuestra presencia tenga sentido y propósito. Quizás cuando sea necesaria una nueva forma de vida que vuelva a recorrer los mundos entre las estrellas y se maraville ante lo que vea, o cuando haya una causa por la que vivir y luchar. Ahora, mientras llega ese momento, os ruego que nos dejéis tranquilos, en nuestro reposo» contestó Fidel.
«Como quieras. Ni siquiera comunicaremos vuestra presencia, pero nosotros sabremos, y si nos necesitáis, acudiremos».
«Gracias, nobles viajeros. Os quedamos agradecidos».
Sin más, ambas presencias inclinaron su cabeza en ancestral saludo y se desvanecieron de regreso a su plataforma, para continuar su viaje.
La figura de Fidel descendió hacia el complejo donde se ubicaba el generador atómico, donde esperaba otra figura, esta femenina, y sólida, material.
—¿Qué ha pasado?
—Hemos tenido visita del exterior. Viajeros. Pero aún no es el momento, Izrail. Debes seguir vigilando y cuidando de todo. Yo debo regresar, mi presencia ya no es necesaria de momento.
Observó como el robot retornaba a sus deberes, y Fidel dirigió una vez más sus pensamientos a los visitantes.
«Han alcanzado un elevado nivel de trascendencia» pensó Fidel para sí, con satisfacción «Pero aún conservan esas ridículas trompetillas en la cara».
Ese pensamiento le hizo sonreír paternalmente. Estuvo sonriendo largo rato, y luego se desvaneció de vuelta a la Dimensión Temporal, donde el resto de los valeranos dormía, esperando, como en la antigua leyenda del Rey Arturo, a que fueran necesitados…
F I N