DESDE VENUS CON AMOR
James Payton, Agente del Servicio Secreto
Basada en las historias, personajes y conceptos creados por George H. White.
Planeta Venus. Año 2359.
Santa Bárbara de Venus era una colonia minera e industrial que había crecido mucho con los años. Fundada poco después de que los astronautas de la Federación Ibérica pusieran pie en el planeta, debido a que en las colinas de los alrededores existían grandes yacimientos de metales raros y carbón, acabó convirtiéndose en una típica ciudad venusina, con sus edificios públicos y sus casas para los colonos y trabajadores. De hecho, era el mayor de los asentamientos no subterráneos del planeta, y había crecido sin mucha planificación, con calles estrechas y en curvas, con subidas y bajadas. En sus alrededores se habían asentado grandes fábricas de todo tipo, que producían sin cesar tanto materias primas refinadas, como productos manufacturados.
Esa noche, como cualquier otra noche las calles permanecían silenciosas, calladas, con el único ruido de la lluvia cayendo y el ocasional grito de algún animal lejano. Sus habitantes no eran dados a las salidas nocturnas, la climatología no ayudaba, y los colonos eran sobre todo familias con algún miembro en el SOT, el Servicio Obligatorio de Trabajo. La colonia dormía en calma.
Pero esa calma no iba a durar. Un rumor sordo, que iba aumentando de intensidad, comenzó a romper el silencio existente en uno de los barrios periféricos de la villa minera. Procedía de la carretera de entrada desde el complejo industrial norte, que accedía al pueblo ascendiendo por una de las lomas que delimitaban el área urbana.
Precedido por un chirriar de frenos y el lanzazo luminoso de sus faros, un coche todo-terreno del modelo colonial típico lanzado a toda velocidad apareció por la carretera. Iba tan rápido que al llegar a la cumbre del cambio de rasante sus ruedas se despegaron por un instante del asfalto, haciéndole volar unos metros hasta que con un golpe metálico que levantó chispas volvió a caer sobre la carretera. Por un instante las ruedas patinaron en la lluvia, y el conductor pareció perder el control, pero aguantaron el tirón y el coche prosiguió su rápida marcha.
Justo detrás de él se elevó un silencioso helicóptero, iluminando la zona con un poderoso reflector que intentaba fijar en el todo-terreno. Y siguiendo la estela de las ruedas del vehículo, dos motos lanzadas también al máximo de velocidad que daban sus motores eléctricos saltaron por el cambio de rasante. Volaron también, elevándose sobre la carretera como halcones dispuestos a caer sobre su presa. La primera de ellas cayó sobre su rueda trasera, patinó en el agua, y su piloto no pudo o no supo controlarla. El patinazo hizo que el motorista saliera despedido y se estrellara contra la valla que delimitaba la cuneta, mientras que la máquina dio varias vueltas de campana para acabar deteniéndose en medio de la vía. El segundo derrapó unos metros, pero consiguió controlar su moto y siguió detrás del coche. Unos segundos más tarde, tres vehículos de transporte de aspecto militar con media docena de hombres armados cada uno aparecieron, más despacio. Esquivaron la moto, y no hicieron el menor caso del motorista que yacía junto a la valla, continuando su marcha.
El primero de los vehículos se encontraba ya en las calles de la ciudad. Su conductor iba tan rápido como le permitía el motor, rogando para que nada ni nadie se interpusiera en su camino. Era evidente que huía tratando de escapar al resto de los vehículos.
Derrapando, girando sobre dos ruedas, el hombre que conducía el todo-terreno demostraba una pericia sin igual para la conducción del vehículo. Abandonando la carretera principal se internó entre las callejas laterales, con la doble intención de despistar a los vehículos perseguidores y evitar que el helicóptero tuviese un blanco claro. Esperaba que nadie se atreviese a disparar en medio de edificios habitados…
Por el retrovisor veía la moto que quedaba, ganando terreno. Era evidente que ese vehículo era mejor que el suyo para moverse rápido por las calles…
Un nuevo viraje repentino sorprendió al motorista, que pasó por delante frenando y disponiéndose a virar para entrar. Pero el conductor del coche también se vio a su vez sorprendido. Era un callejón corto, terminado en un murete. Pisó a fondo el freno… pero el choque era inevitable. El todo-terreno se empotró en la pared, derribando parte de la obra de fábrica sobre el vehículo, que quedó semisepultado por los cascotes.
El conductor salió, tambaleándose. Los sistemas de seguridad le habían protegido y estaba ileso, pero se encontraba atontado por el golpe. Movió su cabeza para despejarla y miró hacia la entrada del callejón, por donde asomaba el motorista. Este se encontraba detenido, y le apuntaba con un arma de largo cañón…
Una luz se encendió en una de las casas que daban al callejón, luego otra. Alguien se asomó a la ventana. El motorista no se atrevió a disparar, retiró el arma y se alejó. No quería ser visto. El perseguido tampoco, así que aprovechó para largarse por el agujero que había dejado el coche hasta un patio interior. El helicóptero parecía haberse esfumado.
Para el fugitivo las cosas habían mejorado. Aunque fuera más lento, podría dar esquinazo a sus perseguidores más fácilmente en medio de la neblinosa lluvia si iba a pie. Le perseguirían, de eso estaba convencido, pero ya había comprobado que en medio de las calles no se atreverían a disparar, pues si alguien oía el restallar de las armas eléctricas o el ruido de disparos más convencionales, los vecinos alertarían a la milicia colonial. Eso no interesaba a sus perseguidores. No, intentarían atraparle lo más discretamente posible, y ya acabarían con él más tarde, cuando le hubieran sacado toda la información que poseía. Debía esquivarles y llegar al hotel-residencia sin ser visto.
Sacó un pequeño objeto de su cinturón, una especie de gancho extensible, y lo disparó hacia lo alto de la otra pared que delimitaba el patio, utilizando el delgado pero resistente hilo para ayudarse a trepar hasta lo alto. Se asomó con cautela. No vio a nadie en la pequeña calleja a la que daba, así que se arriesgó y saltó. Con cuidado, se acercó a una de las entradas y atisbó. Daba a una calle más ancha, y ahora estaba vacía excepto por algunos coches eléctricos aparcados. Iba a salir, cuando la luz de unos faros le detuvo. Eran los transportes. Se detuvieron no muy lejos, y los hombres saltaron al asfalto. No podía verlos bien, pero imaginó que se desplegarían a pie para batir los alrededores en su busca. Debía largarse ya. Corrió hacia el otro lado tan rápido como se atrevió…
La soledad de las calles era casi total. Los únicos que la recorrían eran él y sus perseguidores. Esta circunstancia favorecía al perseguido, que saltaba de pared en pared, silencioso como un gato. Desde sus refugios veía pasar los vehículos de los que le seguían, silenciosos coches eléctricos cuyas luces apenas bastaban para iluminar unos pocos metros delante de ellos. Otros coches se habían sumado a la persecución, más discretos que los transportes. Estaban desplegando para atraparle más medios de los que se suponía que contaban. Apretó los dientes, decidido a huir a toda costa y rogando para que no tuviesen visores de infrarrojos, pues el traje antidetección que llevaba ya no estaba en condiciones tras el accidente…
Continuó deslizándose así, silencioso, tal y como había practicado miles de veces. Ya faltaba poco, pero no quería acercarse más hasta comprobar que le habían perdido totalmente la pista. Se detuvo contra una pared a tomar aliento.
Un nuevo vehículo pasó cerca de él. Se echó aún más hacia atrás… no le habían visto. Pero cuando se disponía a seguir, un sonido de pasos le detuvo. ¿Un noctámbulo, o alguno de sus perseguidores? Se deslizó hacia uno de los portales desde donde podía ver sin ser visto, y aguardó.
Eran dos hombres. No podía distinguir sus rostros, pero la forma como se movían revelaba su condición de pistoleros. Se separaron. Uno de ellos cruzó la carretera, y el otro se dirigió directamente hacia el portal donde se escondía. No quedaba más remedio que actuar… De la manga de su arruinado traje extrajo un fino hilo con sumo cuidado, y lo tensó.
Tan pronto como tuvo a su alcance al hombre, actuó como un relámpago, levantando sus brazos por encima de la cabeza de su adversario y apretando firmemente el cuello. El desgraciado no tuvo ninguna oportunidad. Su asesino no le dejó caer, sino que le sostuvo en pie y le apoyó contra el interior del portal. Confiaba en que el otro sicario no se hubiera dado cuenta y pudiera sorprenderle también…
—¡¿Chang?! —Oyó exclamar desde el otro lado. A la porra con la sorpresa…
Despreciando ya toda precaución, sacó su arma y disparó hacia la sombra al otro lado de la calle, echando a correr a continuación sin esperar a ver el resultado, aunque oyó un satisfactorio gemido…
Durante una hora más continuó ese juego del gato y el ratón, con el hombre eludiendo a sus atacantes… pero tras ese tiempo, pudo creerse más o menos a salvo… Al parecer había tenido éxito y sus movimientos habían despistado a los hombres que le seguían, por lo que se arriesgó a dirigirse directamente a su refugio en la ciudad.
Llegó a la habitación sudoroso, muy agitado, y con la ropa en un estado lamentable. La chica que le abrió la puerta no pudo contener una exclamación de preocupación.
—¡James! ¿Qué ha pasado?
—¡La misión es un fracaso total! ¡Hemos sido descubiertos! —jadeó el hombre—. ¡Debemos abortar de inmediato y largarnos de aquí!
—¿Te están siguiendo?
—Creo que he podido despistarles, pero no estoy seguro y de todas formas no tenemos mucho tiempo.
Mientras hablaban, se habían puesto en marcha, con la eficiencia que da la práctica. Tras beber un sorbo de agua de una botella, y sin haber recuperado del todo el resuello, el hombre comenzó a desnudarse.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó la chica, sin perder los nervios.
—Nos estaban esperando. Y no son ibéricos, cómo creíamos, sino asiáticos. Creo que alguien nos ha tendido una encerrona, aunque no consigo adivinar su propósito. Por suerte he conseguido salir del complejo justo a tiempo. Luego te lo cuento, Maruja. —Mientras hablaba se había despojado de sus arruinadas ropas y procedía a vestirse con la que tenía en el armario.
Mientras, la chica no estaba ociosa, sobre la cama había desplegado un montón de tarjetas magnéticas de identidad, así como pases especiales que les daban prioridad en los sistemas de transporte locales. Escogió las que necesitaba y las otras las arrojó al incinerador de residuos de la habitación.
—Toma, James. Ahora eres Sean O’Heirly, un colono de Venusville. Yo soy tu segunda esposa, Mathilda, pero me llamas siempre cielito. Estamos de gira turística por los poblados Saissai de los alrededores.
James había terminado de vestirse, y metía apresuradamente algunos objetos en una pequeña maleta. Cogió las tarjetas que le tendía su compañera y las guardó en un bolsillo de su chaqueta colonial.
—Me gusta más tu nombre real, Marujita —sonrió James. Siempre mantenía ese tono humorístico, incluso en las situaciones más comprometidas, y a Marujita eso le gustaba.
—Pues mejor que no te confundas ahí fuera o lo pasaremos mal. ¿Estás listo?
—Un instante. —De un disimulado bolsillo sacó la pequeña pero letal pistola eléctrica y comprobó su carga. Torció el gesto y, con movimientos precisos, extrajo la cápsula energética y la sustituyó por otra nueva—. Ya estoy listo. —dijo, guardando de nuevo el arma cuidadosamente.
—Parece que has tenido juerga, ahí fuera.
—Sí. Alguno de ellos no nos molestarán más. —Sonrió, mostrando los dientes en una mueca un tanto feroz—. Vamos, no perdamos más tiempo.
Marujita le dedicó una mirada admirativa, ante el aplomo que desplegaba. Desde siempre le había admirado. James Payton era un hombre atractivo, en la treintena larga, en perfecta forma física, y la morena agente, descendiente de mejicanos, había pasado de la admiración al rendido amor con ardiente pasión latina. No obstante, lo había mantenido en secreto, ya que en el Servicio no estaba bien visto que los agentes que desarrollaban lazos afectivos trabajaran juntos, y podían haberla retirado de esta misión. Además, estaba convencida que James jamás se fijaría en ella como persona, solo como otra de sus posibles conquistas, algo a lo que ella no estaba dispuesta a ser.
En un arrebato ciego, justo cuando iban a abrir la puerta, no pudo reprimirse más y le besó en la boca…
—¿Y eso? —preguntó un sorprendido Payton, no del todo disgustado.
—Para desearnos buena suerte, querido Sean.
—Sí, creo que la vamos a necesitar… —durante unos momentos contempló a su compañera. Creyó ver algo en sus ojos brillantes, un destello de… ¿qué? ¿Amor? Pero no tenía tiempo ahora. Luego hablaría con la chica, si salían con bien de esta encerrona.
El hombre asomó la cabeza por la puerta de la habitación del hotel-residencia que habían utilizado como base de operaciones. No se veía a nadie por el pasillo, algo normal a estas horas. Hizo un gesto con la cabeza a Maruja y salieron con paso vivo, los maletines en la mano izquierda, la derecha presta a sacar el arma en caso de problemas.
El hotel-residencia era uno de los muchos preparados por el gobierno de la Federación Ibérica para aquellos que debían viajar a la ciudad por diferentes asuntos, y todos sus huéspedes eran libres de ir y venir a voluntad. Solo un mínimo registro de las identidades era preciso, tanto al entrar en él por primera vez como al abandonarlo. James y Marujita habían descartado las identidades con las que entraron, por lo que debían usar otra salida que no fuera la principal, así que se dirigieron hacia el montacargas de servicio, descartando el bajar por el ascensor.
Un ruido de pasos les alertó de la presencia de alguien más allá de la esquina del pasillo. Ambos se detuvieron, dispuestos a todo.
La figura que dobló la esquina, sin embargo, no tenía aspecto de ser peligrosa. Un hombrecillo delgado, con el uniforme de mantenimiento del SOT, cargado con una caja de herramientas de aspecto pesado se cruzó con ellos, murmuró un débil buenas noches, y se alejó sin mirar atrás.
—¡Vamos, James! —urgió Marujita en voz muy queda—. No pasa nada.
La chica se adelantó hacia el montacargas situado justo al doblar la esquina. James no la siguió, su mente dándole vueltas a algo… ¿Qué hacía un técnico de mantenimiento a estas horas? Además, le había parecido algo mayor para estar en el Servicio Obligatorio de Trabajo… Iba a volverse para hablar con él, cuando notó algo que le dio escalofríos.
Justo bajo el botón de llamada del montacargas, que Maruja se disponía a pulsar, sobresalía del embellecedor un trocito de cable rojo.
—¡Es una trampa! —dijo para sí, antes de lanzar un grito de advertencia a la chica—. ¡¡Maruja, no le des al botón!!
Pero era demasiado tarde. El botón fue pulsado. James solo pudo ver una luz vivísima y notar un fuerte calor en la cara. No llegó a oír el ruido de la explosión, ni notó la fuerza de la onda expansiva levantándole y arrojándole contra la pared que tenía detrás, ni sintió como su cuerpo atravesaba las placas de yeso que la formaban.
No supo que había pasado hasta mucho, mucho más tarde…
F I N