LLEGADA AL IMPERIO DE NAHUM
Capítulo I
UN ENCUENTRO INESPERADO
El capitán Makot, de la Armada Imperial de Nahum, abandonó su camarote para dirigirse a la sala de derrota del crucero bajo su mando. Tenía la cabeza todavía embotada por los efectos del fuerte licor que había tomado la noche anterior hasta poder conciliar el sueño. Esta circunstancia no hacía más que incrementar la irritabilidad que desde hacía varios días se estaba apoderando de él. Y lo peor era la seguridad de que no ser el único tripulante del navío sideral que se hallaba en aquel estado de ánimo.
Llevaban ya dos meses patrullando por los confines del sistema solar formado por los once planetas de Nahum, confinados en los estrechos límites de su nave y este forzoso aislamiento había ido agriando el carácter de todos y cada uno de los tripulantes. En las últimas semanas se habían producido varios enfrentamientos entre algunos de los astronautas, que culminaron el día anterior en una auténtica pelea entre dos sargentos, como consecuencia de la cual uno de ellos se encontraba ingresado en la enfermería afectado por una fuerte conmoción cerebral, de la que seguramente no saldría con vida.
Se imponía un consejo de guerra y precisamente las preocupaciones del capitán Makot se centraban en decidir si lo mejor sería conseguir una sentencia de muerte y dar así un escarmiento al resto de la tripulación tanto del propio crucero como de los otros cuatro buques que integraban la flotilla.
Episodios como aquel eran relativamente frecuentes en patrullas de larga duración, lejos de toda base donde los astronautas pudiesen relajarse y romper la tediosa monotonía que caracterizaba aquel tipo de patrullas por las últimas fronteras del Imperio. Eran días y días, semana tras semana, medidos tan solo por los relojes de a bordo, sin otras ocupaciones que las rutinarias comprobaciones de los diversos ordenadores y demás aparatos de control y sin que ningún incidente pareciese justificar su misión y las molestias que ella les ocasionaba.
Muchos oficiales opinaban que aquellas patrullas de vigilancia eran absurdas. El Imperio de Nahum era el dueño absoluto de todos los mundos habitables de aquel sistema y la mayoría de los astronautas preferían estar de guarnición en alguno de los planetas dominados o viviendo cómodamente en la metrópoli, antes que participar en aquellas aburridas misiones. El espíritu guerrero que en otro tiempo había sido el carácter dominante de los nahumitas, había ido diluyéndose en los últimos tiempos. Hacía ya muchos años que las únicas guerras eran para reprimir conatos de rebelión de los demás planetas del Sistema, lo que para la potente Armada de Nahum solía ser un simple paseo militar.
El último episodio importante fue cuando una flota interplanetaria integrada por cuarenta gigantescos autoplanetas, partió en persecución de sus seculares enemigos, los thorbods u hombres grises, a los que se suponía refugiados en un lejano sistema solar. De aquello hacía ya más de cien años y las únicas noticias que se habían recibido eran algunos cruceros aislados que regresaron conducidos por sus pilotos automáticos, sin ningún tripulante vivo, o al menos eso se decía. El Alto Mando nahumita había guardado un absoluto silencio sobre la información que hubiesen podido encontrar a bordo de aquellos navíos.
La única reacción visible fue un incremento en la vigilancia externa del Sistema y el envío de varias pequeñas expediciones, la mayoría de las cuales iban regresando sin ninguna novedad apreciable.
Y en una de esas misiones de vigilancia era donde se encontraba actualmente la escuadrilla del capitán Makot, orbitando a varios miles de millones de kilómetros de Nahum, solos en medio del espacio y casi fuera del alcance de las emisoras de radio del resto de la Armada. La comunicación se establecía a través de otras patrullas menos alejadas y la consecuencia de todo ello era aquella sensación de aislamiento que había motivado los incidentes de las últimas semanas.
Faltaban aún más de quince días para la llegada del relevo y la principal preocupación del capitán Makot era mantener la disciplina hasta ese momento. Quizás una sumaria ejecución ayudaría a ello… Pero súbitamente, sus pensamientos fueron interrumpidos por un aviso proveniente de los altavoces, reclamando su presencia en la sala de derrota.
En unas rápidas zancadas, Makot recorrió los últimos metros de pasillo que le faltaban y entró en el puesto de mando. El oficial de guardia, la Teniente Eola salió rápidamente a su encuentro, diciendo con voz excitada:
—A sus órdenes, Capitán. Acabamos de detectar unos contactos procedentes del espacio exterior. Aún es difícil de concretar, pero parece tratarse de algún tipo de buques siderales. Se dirigen directamente hacia aquí.
—Tranquilícese, Teniente. ¿Cómo los hemos detectado?
—Por medio de los telescopios electrónicos de largo alcance. Parecen ser transparentes al radar, al menos a esa distancia.
—¿Han comunicado algo desde el resto de la escuadrilla?
—Todavía no…
—¡Pues pónganse en contacto con ellos! ¿Es que están dormidos o qué? Y haga sonar la señal de alarma. Que todo el personal se dirija a sus puestos.
A los pocos minutos, los cinco cruceros se hallaban en situación de máxima alerta y todos sus sistemas de detección estaban siendo dirigidos hacia aquellos desconocidos contactos y los resultados no se hicieron esperar, ya que los detectores de neutrinos evidenciaron la presencia de reactores nucleares en funcionamiento.
—No hay duda; se trata de navíos —aseguró la teniente Eola.
—Sí —convino Makot—. ¿Pero serán nuestros o no…? ¿Se capta alguna señal por radio?
—Todavía no —repuso el oficial de comunicaciones, teniente Surco—, pero estamos intentándolo por todas las bandas y frecuencias.
—Siga intentándolo. Y mientras tanto trate de establecer contacto con la estación repetidora. Hemos de dar aviso al almirante.
«Ordene a la escuadrilla que se disperse, en formación V2. El Imalay que se quede en retaguardia, sin seguir avanzando. Los demás, sigamos adelante pero despacio. Y no se concentren solo en ese contacto y sigan explorando en todas direcciones».
A pesar de la actividad que empezaba a desarrollarse en la flotilla nahumita, los buques desconocidos proseguían su marcha aparentemente con el mismo rumbo y velocidad, lo que indujo a la teniente Eola a preguntarse en voz alta:
—¿Nos habrán detectado ellos también?
—Quizás no. Nosotros también somos transparentes al radar y con todo el sistema solar detrás de nosotros, es posible que no hayan reparado en cinco insignificantes puntitos… O quizás no van tripulados. En fin, ya veremos. Sigan extremando las precauciones.
Los minutos fueron pasando lentamente, mientras ambos grupos iban acortando distancias. El capitán Makot no tenía muy claro si su actitud era la mejor. Aquellos supuestos buques tanto podían ser nahumitas como totalmente desconocidos o quizás fuesen enemigos. En los dos primeros casos su actitud sería la correcta, pero si fuesen thorbods o de alguna otra raza por el estilo, quizás les atacasen súbitamente con armas más potentes que las suyas. De ahí la idea de retrasar uno de sus cruceros para que desde una distancia prudencial observara lo que pudiera suceder.
De todos modos estaba dispuesto a correr el riesgo, ya que si aquella flotilla era de origen desconocido y él fuese el comandante que estableciera el primer contacto, sin duda se le abrirían una amplia serie de posibilidades de fama y ascensos.
Nuevamente sus pensamientos fueron interrumpidos por el oficial de comunicaciones.
—¡Estamos recibiendo señales, capitán!
—¿Qué idioma hablan? ¿Quiénes son?
—Aún es pronto para saberlo. Solo captamos débiles señales como de estática, pero moduladas. Yo diría que es algún tipo de lenguaje humano; desde luego no son simples señales electrónicas codificadas…
El tiempo seguía transcurriendo, mientras del altavoz conectado al receptor de alta sensibilidad, continuaba emitiendo sonidos, cada vez más claros.
Y poco a poco, empezaron a escucharse algunas combinaciones silábicas, pero sin ningún significado para el Capitán ni para nadie de su tripulación.
Pero de repente, el ritmo tranquilo de aquella voz, ya que de sin duda se trataba de una voz similar a la humana, varió radicalmente, pasando a un tono mucho más excitado, al mismo tiempo que empezaba a observarse una variación en la disposición de la formación de aquellos desconocidos.
—Capitán, el objetivo está disminuyendo su velocidad, al mismo tiempo que parecen estarse separando entre si —informó la teniente Eola—. Ahora podremos empezar a detectar de cuantos buques se trata y de qué modelo son.
Como queriendo corroborar lo dicho por la teniente, la impersonal voz del serviola electrónico, anunció:
—Formación no identificada por proa. Contabilizados un total de diez buques. Dimensiones estimadas: uno de tamaño doble de nuestros cruceros, tres similares y seis más pequeños. Velocidad estimada treinta, disminuyendo.
Las ansiosas miradas de los oficiales nahumitas se dirigieron a las pantallas de observación directa, en las que los aquellos buques se reflejaban como unos puntos rojos. A los pocos momentos, vieron claramente que estaban ejecutando una maniobra similar a la suya, ya que la mitad de ellos volvió a acelerar, mientras que los demás se dividían en dos grupos que se apartaban en direcciones opuestas.
—Capitán: se ha interrumpido la transmisión. Sin duda han variado de frecuencia.
—No importa: empiecen a emitir por la frecuencia anterior solicitando que se identifiquen. Y que el Imalay se vaya alejando de nosotros, mientras sigue intentando comunicarse con la estación de enlace.
—Estamos en ello, capitán. Pero a la distancia que nos encontramos, aún en el caso de que hayan recibido ya nuestras señales, tardaremos todavía algunos minutos en recibir la respuesta.
Repentinamente, el altavoz volvió a dar señales de actividad, surgiendo de él una serie de palabras claramente articuladas en un idioma desconocido, rico en vocales, pero sin ningún sentido para los nahumitas.
—Capitán —informó el oficial de comunicaciones—, yo diría que se trata de un mensaje grabado… y que ahora han cambiado de idioma.
—Pues esperad y no respondáis nada todavía. A ver si antes averiguamos algo más.
Y como obedeciendo a sus deseos, tras una breve pausa, del receptor surgieron una serie de sonidos guturales que hicieron palidecer a todos los presentes.
—¡Thorbods! ¡Tiene un acento raro, pero sin duda es el idioma de la Bestia Gris!
—¡Son enemigos! ¡Hay que huir enseguida!
Una frenética actividad pareció apoderarse del personal de la cámara de derrota, prorrumpiendo a hablar todos a la vez, hasta que el capitán Makot logró restaurar la disciplina.
—¡Callaros de una vez! Con este griterío no he podido entender casi nada de lo que decían. Volved a vuestros puestos y prepararos para el combate…
Pero de repente el idioma del altavoz volvió a cambiar, siendo sustituido ahora por una voz femenina que en un nahumita bastante correcto, proclamaba:
—¡Atención a quien nos esté escuchando! Al habla el acorazado Monterrey, de la Armada Sideral Valerana. Venimos en son de paz. Estamos utilizando todos los idiomas que conocemos. Si nos entienden respondan identificándose. Permaneceremos a la escucha durante un minuto.
Los rostros de los oficiales nahumitas evidenciaban un total desconcierto, mientras se miraban los unos a los otros. Y fue el capitán Makot quien nuevamente se hizo cargo de la situación, al tiempo que se preguntaba en voz alta:
—¿Armada Valerana? ¿Quién serán esos?
—Sin duda son humanos, al menos la mayoría de los idiomas que han utilizado parecen serlo. De hecho el thorbod sonaba muy mal —comentó el teniente Surco.
—Ahora lo veremos —aseveró el Capitán—. Pásame el micrófono y conéctame a esa misma frecuencia.
Y a los pocos momentos, tras un nervioso carraspeo, continuó:
—¡Atención! Aquí el crucero Manag de la Flota Sideral del Imperio de Nahum. Acabamos de recibir su mensaje. Debemos comunicarles que se encuentran ustedes es los dominios del Gran Señor de los Cielos y Planetas. Deténganse y prepárense para ser identificados e inspeccionados.
Con estas palabras el capitán Makot manifestaba una seguridad que estaba muy lejos de sentir. Por una parte ignoraba la potencia real de aquellas astronaves y por otro lado estaba en inferioridad numérica. Pero su orgullo nacional le había dictado instintivamente aquella parrafada y una vez terminada se quedó en espera de una respuesta que no se hizo esperar.
—Aquí el acorazado Monterrey. Le habla el capitán Azpeitia. Venimos en son de paz. Pertenecemos a la Armada Valerana y formamos parte de las avanzadillas enviadas por nuestro autoplaneta para establecer contactos amistosos con el Imperio de Nahum. No tenemos ninguna intención de violar sus fronteras, por lo que vamos a detener nuestra marcha y les sugiero que podríamos establecer un primer intercambio de impresiones, en tanto nuestros respectivos mandos deciden los próximos pasos a seguir. Es para nosotros un orgullo haber sido los primeros en hablar con ustedes y confiamos en que estos sea el principio de una larga amistad entre nuestros dos pueblos.
Aquellas palabras tranquilizaron un poco a los oficiales del Manag, aunque no tardaron en darse cuenta de que los desconocidos parecían conocer perfectamente la existencia del Imperio de Nahum, tal como se deducía del conocimiento de su idioma y del hecho que parecían haber estado buscando aquel encuentro.
Con una sensación de que estaba dejándose llevar por los acontecimientos, el capitán Makot ordenó a otro de sus buques que retrocediera hacia el centro del sistema, mientras los cuatro restantes continuaban su marcha hacia los extraños visitantes. Por su mente seguían desarrollándose los mismos pensamientos de hacía un rato: si conseguía ser el primer oficial nahumita en ponerse en contacto personal con aquellos «valeranos», su carrera estaba encarrilada.
Consecuentemente volvió a empuñar el micrófono y anunció:
—Soy el capitán Makot, comandante de esta escuadrilla. Agradezco sus palabras y sus buenas intenciones. Pero comprenderán que es mi deber ordenarles que no deben continuar profundizando en nuestros dominios. No obstante, creo que sería muy conveniente tener un contacto más directo, por lo que pueden ustedes enviar un bote hacia nosotros con tres oficiales, para así conocernos personalmente.
Pero repentinamente otra idea pasó por su imaginación. Estaba dando por supuesto que se trataban de seres humanos como ellos, pero no tenía ninguna evidencia de que fuera así, Tan solo unos minutos antes, había creído que eran thorbods y quizás todo fuera una trampa o una maniobra destinada a ganar tiempo, por lo que dirigiéndose a sus oficiales, preguntó:
—¿Aún no tenemos respuesta del centro de enlace? Asegúrense de que reciben una completa información de lo que está pasando.
Y dirigiéndose de nuevo al lejano Monterrey, que a pesar de lo dicho seguía acercándose a ellos, continuó:
—¡Atención, Monterrey! Les he ordenado que no sigan avanzando. ¡Deténganse! Además creo que sería conveniente que pudiéramos intercambiar imágenes. ¿Pueden enviarnos señales de vídeo?
—Desde luego. Precisamente hemos continuado avanzando con ese objeto. Estamos enviando señales por diversas frecuencias, pero veo que no nos reciben, ni nosotros tampoco a ustedes. Le sugiero que se pongan en contacto nuestros técnicos.
Así se hizo y pocos minutos después, ambas formaciones se hallaban detenidas, una frente a otra, mientras en las respectivas pantallas empezaban a perfilarse unas imágenes cada vez más nítidas.
En las pantallas nahumitas pudo verse la monstruosa figura de una voluminosa escafandra que remataba una completa armadura de vacío, similar a las que ellos mismos lucían en aquellos momentos ante la situación de zafarrancho de combate que se había establecido.
Lentamente Makot subió sus manos hasta la embocadura del casco y con una leve presión en los puntos adecuados, lo hizo girar y seguidamente se despojó de él, dejando al descubierto su severo rostro, sobre el cual intentó dibujar, sin demasiado éxito, una sonrisa de bienvenida.
Casi inmediatamente, la figura de la pantalla hizo lo propio y en el lugar de la escafandra apareció una simpática faz rematada por una rubia cabellera. Su roja y gordezuela boca, unida a unas barbilampiñas mejillas, no dejaban lugar a dudas sobre el sexo del comandante valerano, el cual para terminar de aclarar cualquier duda, volvió a presentarse a sí mismo, diciendo:
—Soy la capitana de navío Mercedes Azpeitia, de la IV Flota Sideral Valerana. Como pueden ver somos seres completamente humanos, idénticos a ustedes. Agradezco su invitación, pero creo que por ahora será más prudente que permanezcamos cada uno en nuestros propios buques, en tanto comunicamos lo ocurrido a la superioridad. No dudo que en breve tendremos aquí a algún oficial autorizado para iniciar contactos diplomáticos y confío en que por su parte puedan disponer también de algún interlocutor adecuado.
Esta negativa a un contacto más directo no hizo más que hacer crecer el deseo de Makot de aumentar su protagonismo en este encuentro, por lo que desoyendo los consejos de la prudencia, se ofreció a ser él mismo quien se desplazara al navío valerano, pero volvió a tropezar con la negativa de su interlocutora, por lo que no le quedó más remedio que seguir a la expectativa, pero manteniendo su firme intención de gozar de un puesto de primera fila en los acontecimientos que sin duda, iban a producirse en breve.
Capítulo II
RECORDANDO EL PASADO
El gran salón relucía esplendorosamente, con millares de reflejos que desde las lámparas de araña que se hallaban suspendidas de sus bóvedas, se reflejaban en las esbeltas columnas y en las pulidas losas del suelo.
Reclinado en su diván, el Gran Tass, Señor de los Cielos y Planetas, paladeaba una copa de licor, mientras sus miradas se posaban distraídas sobre las danzarinas que se movían sensualmente al compás de la música cuyos ecos parecían llenar todo el espacio interior. Perezosamente alargó su enjoyada mano hacia el brazo de la espléndida mujer recostada a su izquierda, cuando su gesto fue interrumpido por la presencia de uno de los edecanes que respetuosamente se inclinaba a sus espaldas, murmurando balbucientes excusas.
—¿Qué ocurre, para que os atreváis a importunarme en pleno festejo? —gruñó en voz baja el Gran Tass.
—Perdonad, Señor. Pero el almirante Epaminón desea hablar urgentemente con Vos.
—Espero por su bien que sea algo muy importante. Que pase.
—Perdonad otra vez, Señor. Pero el Almirante solicita hablaros en privado.
El Emperador giró lentamente la cabeza, con una nueva expresión en sus ojos. Aquella petición era muy poco corriente y sin duda el almirante Epaminón, jefe supremo del Estado Mayor, debía tener muy poderosas razones para interrumpir a su señor, a altas horas de la noche. Comprendiéndolo así, el Gran Tass se levantó lentamente y adoptando una expresión seria y adusta, abandonó silenciosamente la sala ante el desconcierto de sus cortesanos.
Una vez fuera del gran salón, aceleró el paso y siguiendo a su edecán, se dirigió a un pequeño despacho contiguo, donde se encontraba el almirante Epaminón, el cual se cuadró prestamente, al tiempo que se inclinaba en una profunda reverencia.
—¡Déjate de reverencias, Epaminón, y dime porque has venido con estas prisas!
—Señor, se trata de algo que puede ser importantísimo. Hace unas horas hemos recibido comunicación de la Fuerza de Vigilancia Exterior en el sentido de que han establecido contacto con una flotilla perteneciente a la Armada Valerana.
—¿Armada Valerana…? ¿A quién te refieres?
—Quizás sería mejor decir Armada Redentora, aunque suponemos que son los mismos.
—¿Redentores…?
—Señor, recordad la información que nos llegó sobre lo ocurrido a la expedición que enviamos a exterminar aquella colonia thorbod que se había descubierto en el sector F8.
—¡Ah, sí! Ya recuerdo… Según dedujimos fue aniquilada no por los thorbods, sino por otra raza humanoide similar a nosotros.
—Efectivamente, Señor. Y ese pueblo se autodenominaba «redentor», y su autoplaneta principal era Valera. Por eso suponemos que esos valeranos son una flota redentora.
«Recordad también que hemos destacado diversas flotillas exploradoras en búsqueda de la ubicación exacta de esos planetas, a fin de enviar una nueva expedición suficientemente poderosa como para destruir de una vez por todas a la bestia gris y también a esos redentores. Pero hasta ahora no hemos tenido éxito, aunque es lógico dada la distancia a que creemos que se encuentra ese sistema solar».
—Y ahora resulta que nos descubren ellos a nosotros… ¿Qué más habéis averiguado?
—Pues parece ser que estos valeranos vienen en son de paz, o al menos eso dicen. De momento los contactos han sido únicamente entre una flotilla nuestra y un pequeño número de navíos suyos. He dado orden de que se concentren en aquella zona todos los efectivos disponibles, al mismo tiempo que reforzamos la vigilancia en el resto del Imperio, por si se tratase de una maniobra de diversión. El almirante Sísifo está de momento al mando de la operación. En dos o tres horas esperamos disponer de datos más concretos.
—Bien. Sigue adelante con ese plan y convoca una reunión del Estado Mayor Imperial para dentro de tres horas. Y si antes hay nuevas noticias, comunícamelo al instante. Pero guardad el máximo secreto hasta que tengamos más información. Puedes retirarte.
Mientras el almirante Epaminón se dirigía a coordinar la operación, el Gran Tass dudó entre regresar a la fiesta o no, optando finalmente por dirigirse a sus aposentos, al mismo tiempo que ordenaba llamar a varios de sus inmediatos colaboradores.
Con ayuda de ellos y de las bibliotecas almacenadas en los ordenadores, le fue fácil reconstruir lo ocurrido con la Flota Expedicionaria, a fin de estar convenientemente informado para cuando llegase la reunión prevista.
La rivalidad entre nahumitas y thorbods venía de muchos siglos atrás. Los thorbods no eran seres humanos semejantes a los nahumitas, ya que aunque su configuración externa general era similar, con dos brazos y dos piernas, solían medir bastante más de dos metros de estatura, su piel era de color gris y sus rostros de una fealdad repugnante, al menos según los cánones nahumitas. Pero las principales diferencias eran internas, ya que no respiraban por medio de pulmones sino a través de los poros de su piel y que su reproducción era asexuada, puesto que eran hermafroditas. También en el aspecto social eran muy distintos, ya que parecía ser una raza eminentemente fría y calculadora, carente de las típicas emociones humanas, que en su caso quedaban casi concentradas en unas exageradas ansias de poder.
Eran originarios de un sistema solar vecino y fueron ellos los que un lejano día aterrizaron en los planetas nahumitas esclavizando a todos sus habitantes, mucho más atrasados que ellos. Pero con el tiempo, los esclavos fueron aprendiendo y dominando la técnica de sus amos, hasta que se produjo una rebelión que logró expulsar a los invasores. Siguieron luego una serie de guerras interplanetarias, con suerte variable, que terminaron con el envenenamiento radioactivo de todos los planetas de ambos sistemas. Los escasos supervivientes thorbods huyeron hacia algún lejano mundo que habían descubierto en alguno de sus viajes, mientras que los nahumitas tuvieron que refugiarse en pequeños satélites casi desprovistos de vida y arrastrar una existencia miserable hasta que la radioactividad de sus mundos terminó por disiparse y pudieron volver a colonizarlos.
Una vez su imperio sólidamente establecido, se enviaron varias expediciones al sistema thorbod, que seguía todavía inhabitable, pero se pudo recoger información de hacia donde habían partido los restos de aquella civilización buscando unos nuevos mundos en que renacer su poderío.
Se preparó entonces una gigantesca fuerza expedicionaria, integrada por cuarenta grandes autoplanetas de transporte más un millón de cruceros de combate, la cual partió hacia la zona del espacio donde se suponía que se había asentado la Bestia Gris, apelativo con el que se conocía popularmente a los thorbods, a causa del color de su piel.
Pero a partir de aquí, la información era muy escasa e incompleta. Se había calculado que aquella flota tardaría varias decenas de años en llegar a su destino, más otros tantos en regresar una vez concluida su misión. Pero si se consideraban los fenómenos de relatividad del tiempo para móviles a velocidades cercanas a las de la luz, no se sabía exactamente cuándo se recibirían noticias de lo ocurrido, aunque la teoría decía que posiblemente transcurrieran unos dos mil años. Posteriormente partieron otras expediciones de menor tamaño, pero lógicamente regresarían todavía más tarde.
Y he aquí que unos veinte años atrás, empezaron a llegar algunos antiguos buques siderales aparentemente procedentes de aquella flota. Lo malo fue que se trataba de buques aislados, que habían llegado conducidos tan solo por los ordenadores de a bordo, sin ningún tripulante vivo en su interior. Esto último era perfectamente comprensible debido a que los cruceros no eran navíos preparados para tan largas travesías y había decenas de causas que podían causar la muerte de todos sus tripulantes, sobre todo si los buques viajaban solos y aislados, como parecía haber ocurrido en la mayoría de los casos.
No obstante existían multitud de diarios, tanto escritos como electrónicos, que podían suministrar información de lo ocurrido, si bien las deficientes condiciones en que solían haberse efectuado las últimas partes del viaje, fueron causa de que los datos disponibles fueran en la mayoría de casos, deficientes o incompletos.
La conclusión final a que se llegó estaba resumida en un breve informe que el Gran Tass estaba leyendo en aquellos momentos.
Al llegar a la Tierra, nombre con que sus habitantes conocían al principal planeta de aquel sistema donde había ido a refugiarse la Bestia Gris, las naves exploradoras nahumitas se encontraron con los thorbods firmemente asentados en los tres planetas habitables y en el resto de satélites y pequeños asteroides. La historia había vuelto a repetirse y existía también una raza humana, aparentemente similar en todo a los propios nahumitas, que había sido reducida a una condición de esclavitud mucho peor que la que antaño sufrieron ellos.
Puesto que el propósito de la expedición era la total aniquilación de sus enemigos, el Alto Mando de la Flota decidió atacar simultáneamente todos los planetas, destruyendo sus atmósferas con bombas W, terribles ingenios nucleares capaces de provocar la reacción en cadena de todo el aire y el agua del mundo en que fueran lanzadas.
Pero entre tanto, había aparecido un nuevo factor en escena. De las profundidades del Cosmos había llegado otra expedición guerrera cuyo objetivo era liberar a la Humanidad cautiva de la Bestia.
Las hostilidades entre esta nueva expedición, los redentores como ellos mismos se llamaban, y los thorbods se iniciaron con clara ventaja de los recién llegados, que en una brillante campaña relámpago lograron recuperar uno de los planetas, estableciéndose seguidamente una especie de compás de espera mientras ambos bandos negociaban un acuerdo.
Hasta aquí los informes recuperados eran bastante claros, así como en la decisión que finalmente tomó el Mando nahumita: seguir adelante con sus planes y destruir totalmente el Sistema Solar.
Pero aparentemente los redentores no estuvieron de acuerdo con ello, puesto que daban más importancia a salvar a los cautivos terrestres antes que aniquilar a la Bestia. Y la situación evolucionó hacia una especie de alianza entre los redentores y los thorbods en contra de los nahumitas.
A partir de aquí era cuando los informes empezaban a divergir, posiblemente por reflejar realidades parciales de lo ocurrido o tal vez en un intento de justificar la derrota.
Lo cierto era que la expedición nahumita había sido completamente derrotada, sin que se salvara ninguno de sus autoplanetas. Por el contrario era seguro que muchos de sus cruceros siderales debían haber podido huir de la hecatombe, pero se ignoraba la suerte de la mayoría de ellos. Eran muy pocos los capitanes capaces de encontrar el camino de regreso a Nahum, ya que por obvias razones de seguridad, la ruta seguida debía ser conocida únicamente por los ordenadores del Estado Mayor y por algunos de sus miembros. Además, aún en el caso de conocer más o menos el camino de regreso, con la falta de un soporte logístico adecuado lo más fácil era que cualquier avería imposible de reparar con el material de a bordo, la falta de combustible o de alimentos, etc., produjera la pérdida definitiva del navío.
Esto justificaba que ninguno de los pocos buques que había regresado llevara tripulación humana con vida. Además en varios casos, parecía haber habido terribles peleas o motines, lo cual había destruido de paso gran parte de la información almacenada.
En cuanto al poderío militar de los redentores, podía deducirse que era bastante equivalente al de los nahumitas, al menos en el momento del enfrentamiento ocurrido años atrás. Ciertamente que desde que la Flota Expedicionaria abandonó el sistema nahumita se produjeron muchos adelantos tecnológicos, pero la mayoría de ellos no eran espectaculares y se ignoraba también lo que podía haber avanzado la tecnología adversaria.
El arma más poderosa de los redentores parecía ser el autoplaneta Valera, que a juzgar por los informes disponibles debía ser gigantesco, aunque el Servicio Imperial de Información ponía en duda la veracidad de estas descripciones, generadas posiblemente para justificar la derrota.
Terminado de leer el informe, el Gran Tass no quedó en absoluto satisfecho. Aquello era muy incompleto y se trataba sin duda de una nueva muestra de la indolencia y falta de disciplina que estaba apoderándose de la Armada. En su fuero interno se propuso tomar drásticas medidas una vez resuelta la actual crisis.
Por el momento y considerando que nada más podía hacer hasta tener más información, ordenó a sus colaboradores que se retirasen y llamó a sus esclavas para que lo bañasen.
El Gran Tass era el emperador, el amo supremo de todos los planetas de Nahum. Desde hacía varios centenares de años venía practicando el cambio de cerebros y esto le había moldeado su carácter en un doble sentido. Por una parte era un buscador incansable de nuevas sensaciones y placeres, aunque esto no le había impedido seguir siendo un personaje de gran clarividencia y personalidad. Pero por otro lado, seguía siendo el mismo ser ambicioso que más de un milenio atrás había derrocado al anterior Señor de Cielos y Planetas, aunque con mucha más experiencia.
Ignoraba cuales debían ser las intenciones de aquellos visitantes, pero estaba seguro de que si sabía jugar bien sus cartas podría apoderarse de sus naves y ampliar así su poderío. El hecho de que viniesen o no en son de paz no era ni siquiera digno de consideración. Debían ser dominados y pasar a formar parte de su Imperio. El problema era saber cuáles eran sus verdaderas intenciones, con que fuerzas contaban y cuáles eran sus puntos flacos. Y en este sentido pensaba enfocar la próxima reunión con el Estado Mayor.
Capítulo III
NUEVAS NOTICIAS
Unas horas después el Estado Mayor Imperial se hallaba reunido bajo la presidencia nominal del Almirante Epaminón, pero bajo la mirada penetrante del Emperador en persona, rodeado a su vez por varios de sus consejeros privados.
Fue el Almirante quién empezó la reunión, anunciando:
—Caballeros, hace media hora se les ha entregado un dossier con toda la información recogida hasta ese momento. Permítanme de todos modos que efectúe un breve resumen de la misma.
»Hace ya veinte horas, tiempo de Noreh, que una de nuestras patrullas más exteriores estableció contacto con una formación de naves desconocidas. Posteriormente se han identificado como formando parte de una Armada Sideral Valerana, cuyo potencial ignoramos. Suponemos que debe estar formada por una importante flota de autoplanetas de gran tamaño, ya que por lo que pudimos deducir de las naves que regresaron de la I Flota Expedicionaria, los redentores, aliados de la Bestia Gris, utilizaban un tipo de autoplaneta llamado Valera cuyas dimensiones eran muchísimo mayores que las de los nuestros.
»Originariamente el contacto se estableció entre cinco cruceros, al mando de un tal capitán Makot, y diez navíos valeranos, de tamaños distintos entre sí. Parece que había uno de gran tamaño y que el resto debía constituir su escolta habitual, pero ignoramos detalles concretos. Posteriormente hemos concentrado diversas patrullas en esa zona del espacio y en estos momentos hay allí noventa buques nuestros, al mando del almirante Sísifo. Y dentro de poco llegará la Primera División de la Cuarta Flota, incluyendo al autoplaneta Panag.
»Por su parte los valeranos solo han enviado dos patrullas análogas a la primera. Manifiestan que el próximo paso será la llegada de su autoplaneta Valera».
—¿Quiere esto decir que esos invasores solo llevan un autoplaneta, o más bien han dicho que llegará uno de sus autoplanetas tipo Valera? —preguntó uno de los consejeros del Emperador.
—He repetido exactamente la información remitida por el capitán Makot, en la que se habla específicamente de un solo autoplaneta.
—Pues en ese caso me parece que nos estamos preocupando exageradamente. Por potente que sea ese Valera, no podrá hacer frente a varias de nuestras flotas.
—Eso es lo que creemos y quizás por eso se manifiestan en son de paz, ya que no tienen otra alternativa. Lo que ignoramos es si se trata solo de una avanzadilla de una fuerza mayor que ya está por aquí cerca o es solo una expedición exploratoria.
—¿Qué sabemos de su potencial ofensivo? —interrumpió un general.
—Prácticamente nada. Hasta ahora nuestras patrullas y las suyas se han mantenido a considerable distancia y no ha sido posible observar detalles concretos. No obstante, parecen ser muy similares a nuestros buques y si nos remitimos a los informes de la I Flota Expedicionaria eso era exacto en aquel tiempo.
El Gran Tass había escuchado impasible, pero en este momento levantó una mano reclamando silencio, y anunció:
—¡Dejaros de suposiciones! Lo que urge es capturar alguno de esos navíos o a sus tripulantes e investigar a fondo sus características. Se puede simular un incidente fortuito y si es preciso luego se piden excusas. Ya debería haberse hecho. Y no creo que haga falta decir que lo que hay que impedir es que ellos hagan lo propio.
—Cierto, Señor —aseveró el almirante Epaminón—. El plan que pensábamos someter a vuestra consideración se basa precisamente en simular creer en sus buenas intenciones y proponerles una reunión a bordo de nuestro autoplaneta Panag y una vez allí será fácil investigar las características de sus buques… por las buenas o por las malas.
—Eso será si son tan ingenuos como para creer en nuestras garantías.
—En el primer momento el capitán Makot ya les propuso algo similar a bordo de su crucero y el comandante de la flotilla valerana, que por cierto es una mujer, no aceptó, arguyendo que debía esperar instrucciones o a algún personaje de mayor categoría. Quizás no sea tan fácil convencerles.
El Gran Tass empezó a dar señales de impaciencia. No estaba acostumbrado a que se discutieran sus órdenes. No obstante comprendía que las actuales circunstancias no tenían precedentes, por lo que contemporizó y sugirió:
—Es necesario hacer todo lo posible para convencerlos de nuestras buenas intenciones. Podríamos enviar como embajador a algún alto miembro de nuestra nobleza, incluso a alguno de mis hijos. ¿A quién tenemos por aquella zona?
La pregunta del Gran Tass podría parecer absurda, pero debe tenerse en cuenta que hallándose ya en su cuadragésimo cuarto cambio de cuerpo, el Emperador tenía infinidad de hijos, con la mayoría de los cuales ni siquiera se relacionaba.
Consultando apresuradamente su ordenador, uno de sus ayudantes explicó:
—Entre la oficialidad de la Cuarta Flota se hallan el Príncipe Márphil y la joven Princesa Ambar.
—¡Hum…! El Príncipe Márphil es un completo estúpido, pero de muy buenas maneras. Sería el embajador perfecto. Puede hablar horas y horas sin decir nada y a lo mejor así les inspira confianza. Nombradlo Embajador Imperial, pero avisad al almirante Sísifo que no le pierda de vista.
«En cuanto a Ambar, no me gustaría que le ocurriese nada. Hacedla regresar enseguida con cualquier excusa».
Este último comentario hizo sonreír interiormente a varios de los presentes. Venía a confirmar los rumores de la especial predilección que el Gran Tass sentía por una de sus últimas hijas, la Princesa Ambar, cosa que raramente había ocurrido con la mayoría de sus hijos anteriores, en los que habitualmente solía ver unos posibles competidores para el puesto de emperador, hasta el punto de que varios de los que habían destacado por una u otra razón, habían desaparecido misteriosamente.
—Pero, Señor —interrumpió uno de los almirantes—, si enviamos al Príncipe Márphil al encuentro de los extranjeros, estos podrían apoderarse de él y torturarlo o drogarlo para obtener información.
—¡Bah! Esto sí que no debe preocuparnos. Ese imbécil no se ha enterado nunca de nada y lo que pueda revelarles más bien servirá para confundirles que para otra cosa. De todos modos, no olvidéis que lo importante es que se confíen y el hecho de que envíe como embajador a uno de mis hijos, sin duda será la mejor prueba de nuestras buenas intenciones. Aseguraros de que se enteran bien de la calidad de nuestro representante.
Mientras el almirante Epaminón salía a dar las instrucciones pertinentes, la reunión continuó comentando diversos puntos de interés, hasta que el Emperador volvió a tomar la palabra para exigir:
—Hay dos puntos que considero de la máxima prioridad y que de hecho van unidos. Primero, capturar alguno de sus navíos, para saber con qué tecnología nos enfrentamos, y lo segundo conocer vuestra opinión a este mismo respecto. Profesor Xantio —preguntó dirigiéndose a uno de los asistentes que había permanecido todo el rato en silencio—. ¿Cuál es su opinión?
El hecho de que el Emperador se dirigiese al Profesor de usted, indicaba el enorme prestigio de que este gozaba en las altas esferas nahumitas. Y tras un carraspeo, el Profesor Xantio explicó:
—Veréis, Señor. Mi opinión es que si nuestra Flota Expedicionaria fue completamente derrotada por esos valeranos, eso quiere decir que en aquel entonces nuestra tecnología no debía ser superior a la suya, quizás al contrario éramos inferiores o como mucho equivalentes. Debido a los fenómenos de relatividad del tiempo en el espacio, mientras que ellos deben conservar más o menos el mismo nivel que entonces, nosotros hemos ido desarrollándonos, con lo cual me atrevería a decir que en estos momentos deberíamos ser iguales o superiores.
Pero anticipándose a las expresiones de satisfacción que estaban surgiendo en las caras de la mayoría de los presentes, el Profesor continuó:
—No obstante existen dos circunstancias que no nos permiten ser demasiado optimistas. Por una parte en los últimos siglos no hemos tenido ninguna guerra digna de tal nombre, con lo que la experiencia real de nuestras fuerzas armadas es prácticamente nula y no sabemos cuáles han sido las circunstancias de nuestros visitantes. Claro que aquí tendrá mucha importancia el número de autoplanetas y navíos que traigan consigo.
—Nunca serán tantos como nuestros diez millones de navíos de combate —aseguró pomposamente uno de los almirantes.
—Es posible, pero aunque yo no soy militar, creo que no es lo mismo defender diez planetas que atacarlos… en el caso de que estas sean las ideas de los valeranos.
—¡Dejad esa discusión y continúe, Profesor! —cortó abruptamente el Emperador—. Por lo que acaba Ud. de decir, deduzco que su opinión es que debemos estar más o menos igualados. ¿Y todos nuestros últimos inventos y descubrimientos…? ¿Es que no sirven para nada?
—Señor, seamos realistas. La mayoría de los descubrimientos y avances de estos últimos siglos han sido simplemente mejoras de la tecnología existente, pero que en ningún caso creo que por sí solas sean capaces de marcar una diferencia decisiva.
—¿Y el Rayo Azul? —interrogó otro de los científicos que se hallaban al extremo de la mesa.
—Sí, es cierto. El Rayo Azul sí que constituye un caso aparte, puesto que todos estamos de acuerdo en que su descubrimiento fue en gran parte fruto de la casualidad y que en condiciones normales difícilmente se nos hubiera ocurrido. Fue necesario que coincidieran el genio del excéntrico Profesor Orteg y la necesidad de afianzar nuestro dominio sobre el resto de los planetas esclavos, para que esta técnica terminara de desarrollarse.
Y como si estuviera impartiendo una clase en la universidad, el Profesor continuó:
—Como ustedes ya conocen, el Rayo Azul tiene la propiedad de robar toda la electricidad del cuerpo sobre el que se enfoca. Su alcance es prácticamente ilimitado, al menos en el interior de nuestro sistema solar.
«Para nosotros su mayor utilidad es el aplastamiento de las rebeliones que puedan producirse en los demás planetas de Nahum, ya que dirigiendo un rayo azul contra el planeta rebelde, este queda totalmente inutilizado y entonces nuestra Armada y nuestro Ejército, provistos de sus corazas protectoras, pueden actuar sin oposición.
»No obstante, resulta inútil para batallas normales, ya que aparte de que su gran tamaño impide que sea montado en navíos espaciales, en la práctica resulta casi imposible utilizarlo contra blancos pequeños que se muevan a gran velocidad, como naves e incluso autoplanetas de transporte. Es por eso que anteriormente decía yo que si no hubiese sido por nuestra peculiar organización colonial, con Noreh como metrópoli y el resto de los planetas sometidos al Emperador, nunca hubiese sido rentable profundizar en su desarrollo».
—Y no olvidemos además, que «la locura de Orteg», como le llamaron sus contemporáneos, es una teoría totalmente heterodoxa que difícilmente puede surgir en otra civilización con un estado tecnológico similar al nuestro —apuntilló otro científico—. Es por eso que yo me inclinaría a creer que esos valeranos no deben disponer de un arma equivalente a nuestro Rayo Azul.
—Posiblemente tengas razón —apoyó el Profesor Xantio—, pero de todos modos no creo que nuestro Rayo Azul nos sirva de mucho en un caso como este.
Nuevamente fue el Gran Tass quien interrumpió este diálogo, para exigir:
—Pues lo que estamos diciendo no sirve más que para reforzar mis ideas iniciales. Necesitamos a toda costa capturar alguno de esos buques y averiguar la importancia de sus fuerzas. ¿Dónde está Epaminón?
—Aquí estoy, Señor —repuso el Almirante, que acababa de regresar a la sala—. Ya he dado las órdenes oportunas, tanto para que el Príncipe Márphil actúe de embajador, como para que se apoderen de alguna nave enemiga.
—Pues insísteles. Dile al almirante Sísifo que le hago personalmente responsable de ello. Él me entenderá…
Y diciendo esto, el Emperador se levantó y se disponía a abandonar la reunión, cuando por una de las puertas apareció un oficial que se dirigió presuroso hacia el almirante Epaminón, a quien entregó una nota, ante lo cual el Gran Tass se detuvo a medio camino en actitud expectante.
—Señor —se apresuró a explicar el Almirante—, acaban de pasarme un informe según el cual nuestros observatorios avanzados en Ragún han detectado un planeta errante que está aproximándose a nuestro sistema solar por la misma dirección en que han llegado los valeranos.
—Bueno… ¿y eso qué quiere decir?
—Veréis, Señor. Es que parece que ese planeta se está comportando de un modo muy raro. Está disminuyendo su velocidad, como si estuviese efectuando una maniobra de frenado.
—¿Un planeta que frena? —bufó el Emperador—. ¿Qué tontería es esa? Los planetas no frenan.
—Precisamente por eso, Señor… Los del Observatorio sospechan que no se trata de un planeta, sino de un vehículo interplanetario.
—Bueno, pues será uno de los autoplanetas valeranos. Mejor; así podremos saber de una vez cómo son y que se proponen.
—Perdón, Señor. Pero quizás es que no me he explicado bien. No se trata de un autoplaneta normal, sino que, aunque aún no tenemos suficiente información, las primeras observaciones parecen indicar sin lugar a dudas, que se trata de algo de unas dimensiones gigantescas, imposibles para ser un vehículo artificial, aunque se comporta como si lo fuera.
—¡Aclararos de una vez! —Se impacientó el Gran Tass—. ¿Es un astro o una nave?
—No lo sé, Señor. Permitidme que establezca contacto directo con la Central de Observación…
Y diciendo esto, el confuso almirante Epaminón se dirigió hacia una consola que había en un rincón de la sala, mientras esta se llenaba con los murmullos de los sorprendidos asistentes.
Una vez establecida la conexión, en la pantalla apareció el rostro de un oficial que ante las preguntas del Almirante se apresuró a informar:
—En efecto, almirante. Podemos afirmar casi con toda certeza que se trata de un planetillo natural, de unos seis mil kilómetros de diámetro. No podemos ver detalles de su superficie, pero parece carecer de atmósfera. Y efectivamente, está efectuando una maniobra de frenado. Además, aunque está muy lejos para asegurarlo con certeza, parece ser que a su alrededor se está congregando una importante fuerza aérea, posiblemente de muchos millares de buques.
Estas noticias incrementaron el revuelo que ya había empezado a apoderarse de la reunión. Todos hablaban a la vez, aventurando hipótesis o pidiendo más detalles. Finalmente, el Gran Tass levantó la voz por encima del ruido general, gritando:
—¡Basta ya! ¡Esto parece un colegio! Que cada uno regrese a su asiento. ¡Y tú, Epaminón, reconduce la reunión!
Avergonzados, terminaron todos por sentarse, mientras el almirante daba por terminada la conferencia y ordenaba que cada uno regresara a sus ocupaciones, quedándose únicamente el Estado Mayor. Y dirigiéndose al Emperador, concluyó:
—Señor, si queréis permanecer aquí será un honor para nosotros, pero estimo que sería mejor que os retirarais y tan pronto tengamos una visión clara de la situación, yo personalmente os la comunicaré.
—De acuerdo —aceptó el Gran Tass—. Espero tus noticias. ¡Y no tardes!
Capítulo IV
EMBOSCADA
El capitán Makot estaba cada vez más nervioso a la par que desilusionado. La situación había quedado en un extraño compás de espera, en el cual veía desvanecerse todas sus anteriores ilusiones de alcanzar fama y renombre. En efecto, por el momento él seguía estando al mando del casi un centenar de cruceros que habían ido llegado a aquella zona, pero dentro de pocas horas el almirante Sísifo estaría ya allí y su protagonismo desaparecería totalmente.
Enfrente de él se hallaban estacionadas unas treinta naves valeranas, pero aparte de las conversaciones iniciales, solo se habían intercambiado breves y escuetos mensajes.
Los potentes telescopios de a bordo le habían facilitado ya una clara definición de las formas y modelos de aquellas naves. Y eran muy curiosas, al menos desde un punto de vista estético. Frente al adusto aspecto de los cruceros nahumitas, fusiformes y de color negruzco, los desconocidos parecían haberse inclinado por unas formas mucho más alegres y vistosas, que semejaban monstruos marinos como los que, según podía verse en los reportajes, habían poblado los mares de los diversos planetas de Nahum. El buque de mayor envergadura debía medir 500 metros de eslora, eran de color gris y recordaban los grandes cetáceos. Los siguientes en tamaño eran de color verde, parecidos a algún otro tipo de peces y los más pequeños recordaban a los voraces escualos que habían vuelto a aparecer en algunos mares del planeta Oceán, pero de un brillante color rojo y decorados incluso con unas espectaculares dentaduras pintadas en sus proas.
A parte de esos detalles que a Makot se le antojaban poco serios, por lo que podía deducirse su armamento debía ser básicamente a base de los clásicos rayos Z desintegradores de metales, ya que aquellas antenas giratorias tenían todo el aspecto de ser proyectores de ese tipo de rayos. Los actuales cascos de las naves nahumitas estaban hechos de dedona superdensa, invulnerables a los rayos Z.
Pero por otra parte, las esclusas que se adivinaban en diversas zonas de aquellos navíos sugerían la presencia de tubos lanzatorpedos, con lo que el armamento de ambas flotas parecía ser muy similar, al menos a primer golpe de vista.
Estos pensamientos fueron interrumpidos por el teniente Surco, que anunciaba:
—Capitán. Tiene una llamada codificada de parte del almirante Sísifo.
Un poco intrigado por el hecho de que el almirante utilizase el canal codificado de alta seguridad, Makot se dirigió hacia el receptor correspondiente y se colocó unos auriculares preparados para que únicamente él escuchase la comunicación.
—Capitán Makot, escuche atentamente —tradujo la máquina—. Mi División y el autoplaneta Panag tardaremos todavía dos o tres de horas en llegar. Y sería muy conveniente que para entonces se hubiese podido capturar alguna nave valerana o al menos hacer algunos prisioneros. Evidentemente esto es extraoficial, puesto que no nos interesa de ningún modo romper las hostilidades con esos extranjeros. Por eso hemos pensado que sería más fácil que antes de que haya más navíos por esa zona, se produjera algún «accidente» que nos permitiera cumplir nuestro objetivo.
Makot, asombrado por lo que estaba oyendo, interrumpió:
—Pero Almirante, es cierto que en estos momentos les triplico en número, pero estamos detectando otras formaciones que parecen dirigirse hacia aquí y que llegarán en cualquier momento. Y si les ataco en estas condiciones, aun contando con el factor sorpresa…
—¿Es que no me has entendido o qué? No se trata de llevar a cabo ningún ataque ni nada parecido. Hay que guardar las formas. Lo que hace falta es que se produzca algún accidente o algo así. Únicamente podrías pensar en atacarles si estuvieras convencido de que vuestra acción iba a ser fulminante y que no les daría tiempo a comunicarse con su Mando.
—Pues entonces, ¿qué quiere que haga?
—Eso es cosa tuya.
Y cambiando el tono de voz, aunque eso no era reflejado por el decodificador, el Almirante continuó:
—Escucha. Makot. Me consta que eres un buen oficial y lo que te estoy ofreciendo es la oportunidad que todo militar está esperando. Nos urge tener más información sobre esa gente y para ello necesitamos algún prisionero antes de que lleguemos nosotros y se empiece a tratar todo a través de los canales oficiales. De momento te ratifico al mando de todos nuestros efectivos hasta mi llegada. Y utiliza tu iniciativa, sin reparar en medios. Lo que cuenta son los resultados. Como digo, no repares en medios; los buques y las vidas de los tripulantes son cuestión secundaria. Dispones de dos o tres horas. ¡Buena suerte!
Tras estas palabras, el decodificador quedó silencioso. A pesar de las bonitas frases de la última parrafada, Makot veía claramente la realidad de la situación. El Almirante debía tener las mismas instrucciones que acababa de trasmitirle, pero en lugar de buscar un modo de cumplirlas, había preferido pasarle la papeleta a él y si algo salía mal, el «estúpido e inconsciente capitán Makot» sería un perfecto chivo expiatorio para ofrecer a los valeranos. Aunque si salía bien…
Y nuevamente empezó a calcular las ventajas que el éxito de aquella difícil misión podía reportarle. Lo que no veía en absoluto era la forma de hacerlo.
—Capitán —anunció en aquellos momentos la teniente Eola—. Tenemos ya confirmada una importante flota de más de cien navíos desconocidos que se dirigen hacia nosotros. Tiempo estimado de llegada: noventa minutos.
Esto acababa de echar por tierra la posibilidad de un ataque por sorpresa. Además le iba a colocar a él y su flotilla en inferioridad numérica. Y de repente, esto le dio una idea.
—¡Teniente Eola! Escúchame con atención. Antes de que llegue el Panag tenemos que capturar algún prisionero sin hacer ningún acto hostil…
—¡Pero Capitán, eso es imposible! —interrumpió la Teniente—. Estamos a mucha distancia de esos buques y no veo cómo…
—¡Eso ya lo sé! Pero se me ha ocurrido un plan. Verás; se trata de conseguir que alguno de sus oficiales venga a nuestro crucero y una vez aquí simularemos una avería o mejor una explosión y en la confusión subsiguiente se le dará por muerto. Pero en realidad nos habremos apoderado de él.
—Pero, pero… ¿Cómo vamos a hacerle venir? Antes ya se han negado a ello.
—Ahora lo verás. Ponme en comunicación con su comandante.
Y a los pocos minutos, Makot se encontraba frente a la imagen de la capitana Azpeitia, que le miraba expectante, con una cierta sonrisa que se notaba intentaba ser lo más amistosa posible.
Por el contrario, Makot adoptó una actitud mezcla de nervios y enfado, chillando:
—¡Me ha estado Ud. engañando! Decía venir en son de paz y estamos detectando importantes formaciones que se dirigen hacia nosotros, sin duda para destruirnos.
—Se equivoca. Se trata tan solo del resto de buques que al igual que nosotros habían salido en misión de descubierta. Pero como ahora ya les hemos encontrado, están replegándose y van a pasar a reunirse con nosotros para regresar todos juntos a Valera junto con el embajador que hace un rato me ha dicho Ud. que estaba ya en camino.
—¡No me creo sus palabras! Si fuera así no habría habido motivo para que Ud. rechazara anteriormente la invitación que le he hecho de venir a bordo de mi crucero y poder así establecer claramente el protocolo a seguir con nuestro embajador, que es nada menos que el Príncipe Márphil, hijo del Gran Tass, Señor de los Cielos y los Planetas. ¡Nos están tendiendo una emboscada!
—¡Está Ud. equivocado! —repuso nerviosamente la capitana valerana—. Ya le he dicho que venimos en son de paz. Y ya he comunicado al Estado Mayor la importancia de su embajador y de ahí que les ofrezca una escolta de honor adecuada.
—¡Eso no son más que palabras! Voy a advertir al Príncipe que no acuda y nosotros vamos a retirarnos antes de que les lleguen sus refuerzos. Y no intenten seguirnos…
La capitana Mercedes Azpeitia empezó a preocuparse seriamente. La actitud de aquel oficial la desconcertaba. Su estúpida desconfianza iba a estropear lo que había sido un principio excelente. Y recordaba el párrafo de las instrucciones en el que se le ordenaba a ella y a los demás comandantes de las patrullas de exploración, que extremasen el cuidado en los primeros contactos con los nahumitas, si es que lograban encontrarlos. Por la información que de aquel pueblo se disponía a raíz de la guerra ocurrida en el Sistema Solar, se sabía que eran extremadamente orgullosos y susceptibles. Por otra parte, se desconocía si estaban al corriente de la destrucción de su Flota Expedicionaria, pero fuera como fuese, había que llegar del modo más amable posible, evitando por todos los medios cualquier tipo de enfrentamiento salvo que fuera absolutamente imprescindible para la defensa del buque.
Considerando estas instrucciones y ante la responsabilidad de haber malogrado aquel primer contacto, la capitana Azpeitia decidió correr el riesgo y aceptar aquella entrevista personal. Esto también contradecía otro apartado de las órdenes recibidas, que reservaban ese primer contacto para un jefe de alta graduación, con poderes especiales. Pero de todos modos, pensó, tampoco se trataba de un contacto oficial, sino tan solo de una visita de cortesía.
De todos modos, no le hacía ninguna gracia ponerse en manos de unos desconocidos, cuyas verdaderas intenciones no podía adivinar. Pero el tiempo corría en contra suya y había que impedir que aquel desconfiado capitán nahumita diese media vuelta y lo estropease todo. Así que empuñó nuevamente el micrófono y sonriendo lo más amablemente que pudo, anunció:
—Escuche, capitán. Le reitero que nuestras intenciones son totalmente pacíficas y para que vea que es así, no tengo ningún inconveniente en desplazarme a su buque. Pero comprenderá que debe ser una entrevista rápida y de carácter no oficial, ya que como le he dicho anteriormente carezco de rango y autoridad suficiente para representar a mi país ante ustedes. El vicealmirante Don León Aznar, que comanda la flotilla que viene hacia aquí, estará más preparado para concretar todo lo que sea necesario y darles las garantías que deseen.
—De acuerdo —asintió Makot, sin que en su rostro se reflejase el alivio que sentía al ver que su jugada de póker le había salido bien.
—Pues entonces le sugiero que su navío y el mío se adelanten al resto de las formaciones y nos encontremos a medio camino. Una vez allí, yo tomaré un bote salvavidas y me acercaré a ustedes.
—De acuerdo. Puede Ud. venir con dos o tres oficiales suyos, los que juzgue convenientes.
—Bien. Me acompañarán dos oficiales. Salimos enseguida.
La capitana Mercedes Azpeitia se apartó del transmisor y llevándose aparte al capitán Ramos, segundo en el mando del Monterrey, le comentó:
—Ya has visto lo que pasa. Voy a trasladarme al buque de ese tipo. Me acompañarán el teniente Tinneo y el sargento Carrascal. Estaremos en contacto continuo por radio, pero si me ocurriera algo mis órdenes son de atacar y destruir completamente al enemigo, sobre todo al buque en que yo me halle. No podemos ignorar la posibilidad de que todo sea una trampa.
—Pues sería mejor que no fueses. O que pidas instrucciones al vicealmirante Aznar.
—No tenemos tiempo. Ese nahumita parecía muy nervioso y hay que actuar rápidamente. Además, también me hace una cierta gracia ser el primer valerano que estreche la mano de un nahumita. Quizás sería mejor el sargento llevara una filmadora.
—¡No bromees! Insisto que no me parece bien que corras ese riesgo…
—¡Basta! Lo he decidido y estas son mis órdenes. Si quieres te las pongo por escrito.
—No es necesario —repuso ofendido el capitán Ramos—. ¡A sus órdenes, mi capitán!
—Va, Enrique, no te enfades. Agradezco tu interés, pero creo que es lo mejor. Y no perdamos más tiempo. Prepáralo todo mientras voy a arreglarme un poco. ¡Ah! Esta es la llave de mi caja fuerte y la combinación es 8642.
Mientras Azpeitia se dirigía a su camarote, el capitán empezó a dar las órdenes pertinentes, mientras musitaba para sí:
—Mujeres… Va a meterse en la boca del lobo y todavía piensa en arreglarse. Claro que tratándose de la capitana Azpeitia…
Este último pensamiento venía influenciado por los rumores que corrían entre la Flota en el sentido de que si la Capitana de Navío Mercedes Azpeitia había alcanzado esta graduación y el mando de la flotilla exploradora, no era solo debido a su valía profesional, sino que su indudable atractivo sexual había jugado un importante papel.
Pero en capitán Ramos tuvo que apartar de su mente estas ideas para concentrarse en la maniobra de acercamiento entre ambas naves, la cual no resultó tan sencilla como habían pensado y no fue hasta una hora después cuando un bote del Monterrey se acercaba al costado del Manag y de su portezuela salían tres gigantescas figuras acorazadas que moviéndose gracias a sus propulsores individuales, se dirigían hacia una escotilla de carga que acababa de abrirse en el crucero nahumita.
Una vez dentro, los tres valeranos notaron como después de cerrarse la compuerta, el recinto iba llenándose de aire a presión, hasta que se encendió una luz verde y se abrió otra puerta situada frente a ellos.
Al otro lado se dibujaron enseguida las siluetas de tres astronautas, el más alto de los cuales avanzó unos pasos y con voz algo trémula anunció:
—Soy el capitán Makot, comandante del crucero Manag y de toda esta flotilla. En nombre de la Armada Imperial de Nahum les doy la bienvenida a bordo de mi buque —y con un ademán similar al gesto terrestre de ir a darles la mano, se quedó con la suya en el aire, ya que los valeranos iban enfundados en sus armaduras de vacío y con sus manos recubiertas por los guanteletes, no les resultaba demasiado educado corresponder al gesto y estrechar una mano desnuda con sus fríos guantes de diamantina.
—Gracias, comandante —repuso Mercedes—. Soy la capitana de navío Mercedes Azpeitia y es para mí un honor aceptar ser recibida a bordo de su buque.
—Si quieren seguirnos al interior podrán desembarazarse de estas escafandras y podremos hablar con más libertad.
Mientras seguía a su anfitrión, Mercedes miró disimuladamente una especie de reloj que llevaba en su muñeca, sin advertir en él ninguna señal de que el aire que les rodeaba pudiera ser nocivo para ellos. Por otra parte estableció comunicación con el Monterrey, informándole de como iban ocurriendo las cosas.
Los pasillos por los que iban pasando eran muy parecidos a los de los buques valeranos y finalmente llegaron a una sala lujosamente amueblada, aunque de acuerdo con los gustos de Mercedes y sus compañeros, excesivamente recargada para tratarse de un barco de guerra.
Siguiendo las indicaciones del capitán Makot, los tres valeranos se quitaron las escafandras de la cabeza, manteniendo puesto el resto de sus armaduras de vacío, lo cual dificultaba bastante tomar asiento en alguno de los cómodos sillones repartidos por el camarote.
Sonriendo abiertamente, el capitán retomó la palabra y dijo:
—Les reitero la bienvenida a bordo de mi buque y creo que debo pedirles disculpas por mi actitud de hace unas horas. La verdad es que me puse algo nervioso y me gustaría compensarles ofreciéndoles una muestra de la hospitalidad nahumita. Por favor, quítense esos trajes y pónganse cómodos mientras nos sirven una ligera colación. No es que nos queden muchas exquisiteces, pero todavía disponemos de algunos productos típicos que me gustaría saboreasen.
Ante la amabilidad del nahumita, los valeranos no tuvieron más remedio que aceptar y se despojaron completamente de sus trajes de vacío, quedando con los ajustados monos de faena que solían llevar debajo de ellos, que en el caso de Mercedes Azpeitia realzaba sugeridoramente su figura, lo cual motivó algunas admirativas miradas por parte del capitán Makot.
Al poco rato, el ambiente se había distendido apreciablemente y la conversación transcurría en un ambiente de gran cordialidad, pero sin que ninguno de los dos bandos dijera más que generalidades, esquivando hábilmente las preguntas comprometedoras que se iban intercalando.
Súbitamente se oyó un claxon de alarma, al mismo tiempo que sonaba el teléfono empotrado junto a la puerta. Makot se levantó de un salto y cogiendo el auricular habló rápidamente unos segundos, colgó y volviéndose hacia los sorprendidos valeranos, comentó:
—No se preocupen. Hay una alarma en el reactor, pero espero que no sea nada serio. De todos modos, lamento tener que interrumpir nuestra reunión. Tengo que ir al puesto de mando. La teniente Eola les acompañará a la esclusa de salida…
Y tras simular una ligera vacilación, continuó:
—A no ser que prefieran acompañarme al puente. Confío en que todo quede arreglado en poco tiempo y sería una lástima disolver esta reunión así de repente.
Makot esperaba que la capitana valerana no podría resistir la tentación de ver el puesto de mando en plena actividad y efectivamente así fue. Mercedes consideró que era una muy buena oportunidad de ver con detalle como funcionada un crucero nahumita y aceptó el ofrecimiento de su colega, siguiéndole nuevamente a lo largo de unos cuantos pasillos, mientras comunicaba al Monterrey los últimos acontecimientos.
Al llegar a la cámara de derrota se encontraron con una escena de gran actividad y mientras los tres valeranos procuraban apartarse en un rincón y no molestar, Makot se dirigió hacia el oficial de guardia, que aparentemente estaba muy alterado y se enfrascó en una serie de rápidas órdenes y contraórdenes cuyo significado no fue comprendido por sus visitantes.
La situación parecía ir empeorando por momentos, con los paneles cada vez más llenos de luces rojas que parpadeaban furiosamente: Finalmente, el capitán nahumita soltó lo que parecían varios reniegos y con voz fuerte anunció:
—Es inútil… ¡Abandonen el buque!
Ante esta orden, Mercedes avanzó unos pasos y preguntó sobresaltada:
—¿Qué ocurre, capitán?
—No lo sabemos exactamente, pero lo cierto es que el reactor ha entrado en un proceso irreversible de fusión y es solo cuestión de pocos minutos que llegue a estado crítico y explote. No responde a ninguna de nuestras acciones y no podemos perder ni un segundo más. ¡Hay que salir de aquí cuanto antes!
—De acuerdo. Indíqueme por donde regresar a la sala de antes. Hemos dejado allí nuestras escafandras.
—Lo siento; no hay tiempo de eso. Será mejor que vengan con nosotros a los botes salvavidas y una vez en el espacio ya nos ocuparemos de facilitarles el regreso a su buque. Pero hemos de darnos prisa. ¡Vámonos ya! Mientras tanto comunique a los suyos lo que está ocurriendo y que se aparten de aquí antes de que esto estalle. Cuando estemos a salvo, ya nos pondremos en contacto con ellos para que les recojan.
En medio del barullo que se estaba produciendo y que, tal como pasó fugazmente por la cabeza de Mercedes, decía muy poco en favor de la disciplina de los nahumitas, la capitana valerana se vio separada de sus compañeros y abandonó la sala de derrota formando parte del último grupo, conducido por el propio capitán Makot.
A la carrera recorrieron varios pasadizos iluminados intermitentemente por los rojos destellos de las luces de alarma, mientras una penetrante sirena seguía aullando sobre sus cabezas. Finalmente desembocaron en un pequeño hangar en cuyo suelo se abrían tres escotillas que indudablemente comunicaban con los botes de salvamento. Dos de ellas se hallaban cerradas, prueba de que ya habían sido utilizadas, por lo que el grupo se introdujo rápidamente en la tercera.
Mercedes seguía en contacto radiofónico con el Monterrey y desde allí el atribulado primer oficial asistía impotente a los acontecimientos que iban sucediéndose en el seno del Manag.
A través de la radio de muñeca de su capitana, Ramos escuchó como el grupo se introducía en el bote y a continuación una voz que ordenaba cerrar la compuerta. Como respuesta a esa orden se oyeron confusamente otras voces que decían algo de que no se podía. Nuevamente se oyó claramente al primer interlocutor, sin duda el jefe, que nerviosamente exigía:
—¡Dejaros de tonterías y cerrad esa maldita compuerta! Se nos está acabando el tiempo.
—¿Pero qué ocurre? —Se oyó preguntar a la capitana Azpeitia.
—¡No lo sé! A ver, ¡dejadme pasar!
Siguieron una serie de ruidos mezclados con gritos e imprecaciones, formando un galimatías que hacía imposible entender nada, a pesar de los esfuerzos del capitán Ramos por establecer un contacto más claro. Lo único que consiguió fue ponerse al habla con el teniente Tinneo y el sargento, los cuales le confirmaron que ya estaban instalados en un bote y alejándose a toda velocidad del sentenciado crucero.
La confusión se prolongó otros dos minutos, hasta que de repente el altavoz quedó silencioso, mientras un tripulante situado ante la consola de comunicaciones, anunciaba:
—¡Capitán! ¡El buque nahumita acaba de estallar!
Conmocionado por lo que adivinaba tras aquella noticia, el capitán Ramos se acercó a la pantalla, a tiempo de ver cómo donde hasta un poco antes había estado el crucero nahumita, se veía ahora tan solo una especie de nube formada por infinidad de fragmentos de la desgraciada nave, los cuales iban dispersándose lentamente en todas direcciones. Y entre aquellos restos posiblemente se encontraba lo que quedaba del bote que no había podido abandonar la nave, con la infeliz Mercedes Azpeitia a bordo.
Confirmando sus temores, por la radio se escuchó la llamada del teniente Tinneo explicando:
—¡Atención, Monterrey! ¿Me escuchan?
Y ante la respuesta afirmativa del operador del acorazado, continuó:
—El crucero nahumita acaba de desintegrarse y según me dice la teniente que va conmigo, el bote de su capitán no ha podido abandonar a tiempo el navío y ha estallado con él. ¡Y allí estaba la capitana Azpeitia!
—Soy el capitán Ramos. Ya lo he visto…
—Capitán. Estos nahumitas dicen que quieren devolvernos lo antes posible a nuestro buque y solicitan permiso para acercarse.
—Adelante. Dense prisa. Les esperamos.
Y dejando el asunto en manos de otro oficial, el capitán Ramos se dirigió hacia la radio principal pensando en cómo comunicar la noticia al vicealmirante Aznar, el cual en aquellos momentos se encontraba ya muy cerca del lugar donde había ocurrido la catástrofe.
Evidentemente había sido un accidente, pero había habido una clara desobediencia de las órdenes recibidas, y era cuestión de ver cómo planteárselo al Vicealmirante, tanto por su propia conveniencia, como para salvar la memoria de la pobre capitana Azpeitia. Existía además el problema de cómo se lo tomarían los nahumitas. A la vista de su desconfiado carácter, solo faltaría que les diese por creer que había habido algún tipo de sabotaje o algo parecido.
Pero afortunadamente no ocurrió nada de lo temido por el capitán Ramos. Ambas partes aceptaron lo sucedido como un desgraciado accidente, cuyas causas ya se determinarían más adelante, pero cuya importancia quedaba eclipsada por la trascendencia del acontecimiento que estaba a punto de producirse: el encuentro formal entre los representantes de Valera y del Imperio de Nahum.
Capítulo V
ESTRATEGIAS DIVERGENTES
La capitana Mercedes Azpeitia fue recobrando el sentido. Su cabeza estaba a punto de estallar. Aunque en Valera el consumo de bebidas alcohólicas estaba racionado, en una ocasión había cogido una borrachera fenomenal, de cuya resaca guardaba uno de los peores recuerdos de su vida. Pero aquello no era nada comparado con lo actual. Y no recordaba lo ocurrido… ¿habría vuelto a beber en demasía? Quizás durmiendo un poco más se le pasara. Con esta idea intentó ponerse de lado, al mismo tiempo que colocaba un brazo bajo la almohada para levantar la posición de la cabeza.
Pero para su sorpresa descubrió que no estaba en la cama, sino sobre una superficie dura y fría, sin almohada ni nada parecido. Trató entonces de levantar la cabeza y un intenso dolor le recorrió todo el cuerpo partiendo de la sien derecha. Instintivamente se llevó allí la mano para descubrir un enorme bulto, recubierto de una substancia pegajosa.
Todavía desorientada, se esforzó por abrir los ojos, pero al conseguirlo no logró ver nada en absoluto. Estaba rodeada de la más total obscuridad.
De todos modos, esta serie de tentativas sí lograron una cosa: conseguir que poco a poco empezase a recordar. Repentinamente todos los últimos acontecimientos vinieron a su mente: el encuentro con los nahumitas, su traslado al navío jefe de la flotilla, el cordial recibimiento… y luego la alarma, la huida por los pasillos, el aerobote que no funcionaba… y ya no tenía conciencia de nada más, tan solo un estallido, unas brillantes luces danzando ante sus ojos y después las tinieblas.
Si el reactor del crucero había explotado, todo debía haber terminado. ¿Estaría muerta? No, no podía estar muerta, aquel dolor era de vivos; estaba viva y muy viva.
Lentamente se puso en pie y a pesar de las náuseas que la invadieron, trató de desplazarse por la oscuridad que la rodeaba, descubriendo así que se encontraba en un pequeño cubículo sin ningún tipo de muebles ni nada parecido.
Agotada por el esfuerzo, terminó por sentarse en el suelo, apoyando la espalda contra la pared y así permaneció algunos minutos, hasta que de repente una viva luminosidad llenó la habitación, sacándola de sus pensamientos.
A su derecha se escucharon unos ruidos y girando la cabeza en aquella dirección vio cómo se abría una puerta y por ella aparecía el capitán Makot, seguido de una mujer vestida enteramente de blanco.
Al verla despierta, el rostro de Makot reflejó una expresión mezcla de sorpresa y alivio, al tiempo que decía:
—Capitán Azpeitia, no sabe cuanto me alegro de verla restablecida, aunque lamento que haya despertado aquí sola, pero deberá disculparnos, ya que con el lío de la evacuación nos vimos forzados a dejarla en este pequeño camarote hasta que controlásemos la situación.
—Pero ¿qué me ha pasado? Lo último que recuerdo fue que estábamos en el bote salvavidas, que este no podía arrancar y que el reactor estaba a punto de explotar.
—No se preocupe; al final pudimos salir, pero usted se cayó y se golpeó con el borde de un asiento, dándonos un susto terrible. Por un momento creí que estaba muerta y que todos mis esfuerzos no iban a servir para nada —y Makot se calló en seco, como si temiera haber hablado más de la cuenta.
Sin reparar en ello, Mercedes siguió preguntando:
—¿Y mis compañeros?
—Están bien; salieron en uno de los primeros botes y en estos momentos ya deben estar con sus compatriotas.
—Bueno, pues en ese caso creo que deberé darme por satisfecha de que todo haya terminado con un simple chichón. Voy a comunicarme con el Monterrey —y diciendo esto Mercedes acercó sus dedos al transmisor que llevaba en su muñeca.
Su primera sorpresa fue comprobar que el aparato no estaba en su sitio y la segunda se produjo al escuchar las siguientes palabras del capitán nahumita:
—Por ahora será mejor que no lo haga; procure descansar y ya nos cuidaremos nosotros de ello.
Y apartándose cedió al paso a su acompañante, la cual llevaba en sus manos una especie de jeringuilla hipodérmica, claramente dispuesta para inyectarle algún tipo de medicamento.
Súbitamente despejada, la capitana Azpeitia retrocedió un paso, al tiempo que decía:
—¿Qué pretenden? Ya me encuentro bien. ¡Y quiero comunicarme con los míos inmediatamente!
—Tranquila —intentó suavizar Makot—, se trata solamente de un calmante, para que termine de recuperarse.
—Repito que ya me encuentro suficientemente bien como para poder comunicarme con mi buque. Devuélvanme inmediatamente mi radio.
—Enseguida, enseguida, pero antes le conviene descansar.
Y diciendo esto, el nahumita avanzó lentamente hacia Mercedes, la cual retrocedió hasta que su espalda chocó con la pared, quedándose allí jadeante, mientras una nueva idea empezaba a abrirse paso en su interior.
—Ustedes no piensan devolverme con los míos… ¡Quieren hacerme prisionera!
—Quizás sí —masculló Makot—, dejémonos de tonterías y no ofrezca resistencia o será peor.
Y diciendo esto dio dos pasos hacia ella, sujetándole fuertemente los brazos, mientras añadía:
—¡Va, doctora, inyéctele eso y acabemos de una vez!
Mercedes intentó resistirse, pero estaba todavía bastante débil y no pudo evitar sentir un pinchazo en el antebrazo, al tiempo que una dulce somnolencia iba apoderándose de ella, hasta que se sumió de nuevo en el olvido.
El capitán Makot evitó que cayera al suelo y levantándola en brazos la sacó del pequeño camarote, trasportándola a lo largo del pasillo, al tiempo que comentaba con la doctora:
—Es mejor que haya sido así. Cúrele la herida y después la interrogaremos —y continuó como para sí mismo—. Lo malo hubiera sido que con aquella absurda caída en el bote se hubiera hecho daño de verdad y toda esa comedia no hubiese servido para nada.
Esta reflexión provenía del hecho de que en la confusión, cuando aparentaron que el aerobote no podía despegar, Mercedes se cayó contra uno de los asientos y se golpeó fuertemente en la cabeza, haciéndoles temer que hubiese ocurrido algo irreparable y que toda la simulación destinada a engañar a los valeranos y capturar impunemente a la capitana hubiese sido inútil. Finalmente el plan había resultado y la pérdida de un crucero, sacrificado en aras de la verosimilitud del incidente, no iba a tener más importancia, pero Makot no quería ni pensar en lo que hubiesen dicho sus superiores si finalmente hubiese fracasado.
Las reflexiones del capitán nahumita se vieron interrumpidas por la llegada a la diminuta enfermería del Wensán, nombre del crucero al que disimuladamente se había dirigido el bote salvavidas después de abandonar el Manag. La estratagema había resultado y desconocedores de cuantos botes llevaba el crucero accidentado, los valeranos habían creído firmemente en la muerte de la capitana Azpeitia junto con los demás ocupantes de la falúa, incluyendo al comandante nahumita. Incluso había llegado a manifestar su condolencia a la teniente Eola, que oficialmente había quedado al mando.
Mientras las conversaciones entre Eola y los valeranos seguían desarrollándose cómo preparación de la entrevista entre el vicealmirante León Aznar y el Príncipe Márphil, el Wensán se alejó de la concentración nahumita dirigiéndose hacia la flotilla nahumita que, escoltando al autoplaneta Panag estaba ya llegando a aquel punto del espacio que en pocas horas se había convertido en uno de los lugares más concurridos de la galaxia.
Aprovechando el poco tiempo disponible, el capitán Makot inició un primer interrogatorio de su prisionera. Esta, una vez curada su herida, estaba echada sobre la mesa de la enfermería, sumida en un ligero sueño provocado por las drogas hipnóticas que acababan de inyectarle y respirando profundamente.
A las hábiles preguntas de un teniente de Información y del propio Makot, Mercedes respondió con toda naturalidad, revelando a los sorprendidos nahumitas la verdadera composición de la expedición valerana.
No se trataba de una flota de navíos y autoplanetas normales, similares a los que constituían la base de la Armada nahumita, tales como el Manag, cuya forma era aproximadamente esférica, con un diámetro máximo de quince o veinte kilómetros, sino que Valera era un caso único en todo el cosmos. Se trataba de un verdadero astro, de un planetillo del lejano sistema solar de Redención, cuyo diámetro de seis mil kilómetros le daba las mismas dimensiones de cualquiera de los satélites naturales que acompañaban desde toda la eternidad a los planetas del sistema solar nahumita.
No cabía duda de la veracidad de lo expuesto por la drogada capitana Azpeitia, la cual añadió que la flota que acompañaba al autoplaneta Valera estaba constituida por tres millones de buques siderales, agrupados en veinte flotas, aparte de quinientos discos volantes de diez kilómetros de diámetro y un numerosísimo ejército autómata. Y lo más asombroso de todo era que no solo estas colosales fuerzas armadas estaban enteramente construidos de dedona, el fabuloso metal que había hecho invencible a la Armada Imperial Nahumita, sino que el propio Valera era todo él una colosal esfera hueca de esa misma substancia, en cuyo interior se albergaba un mundo artificial con atmósfera, mares y tierras, donde vivían holgadamente veinte millones de seres humanos, constituyendo la mayor máquina de guerra existente en el Universo.
Estas revelaciones dejaron estupefactos a los dos oficiales nahumitas, los cuales corrieron a pasar en limpio toda aquella información para entregársela al almirante Sísifo en cuanto atracasen en el Panag, dejando a la pobre Mercedes inconsciente e ignorante de todo lo que acababa de revelar a sus captores.
Durante las horas siguientes, los acontecimientos fueron sucediéndose velozmente en diversos escenarios.
En el autoplaneta Manag, el capitán Makot conseguía por fin ser recibido por el propio Almirante y recibir las mayores felicitaciones por parte de este. En el acorazado valerano Cádiz, el vicealmirante León Aznar se congratulaba por el éxito diplomático de su misión de descubierta y comunicaba a su pariente el Almirante Mayor Don Jaime Aznar, jefe supremo de Valera, que en breve iba a entrevistarse con una alta jerarquía nahumita, el Príncipe Márphil, hijo del propio Gran Tass, Señor de los Cielos y Planetas. Y este, reunido en Noreh con su Estado Mayor, empezaba a elaborar un plan de acción destinado a apoderarse de aquella inesperada presa que acababa de ponerse a su alcance.
La mejor noticia que había recibido el Emperador era que de las declaraciones de la prisionera se desprendía que los recién llegados no tenían ni idea de lo que era el Rayo Azul y esta podía ser el arma definitiva para su victoria.
Así lo estaba manifestando en aquellos momentos el almirante Epaminón, quien exponía el plan apresuradamente elaborado:
—Creemos pues, que los valeranos no conocen en absoluto la existencia del Rayo Azul y que por lo tanto no deben tener ningún tipo de protección contra sus efectos. En estas circunstancias, la estrategia a seguir parece evidente. Se trata simplemente de conseguir atraerlos a las proximidades de alguno de nuestros planetas exteriores en los que tenemos instalado un proyector de rayos azules y una vez se hayan situado en una órbita estable alrededor de nuestro sol, dirigimos el rayo contra ellos y todo su extraordinario potencial hará quedado reducido a la nada.
«Bastará entonces que nuestras flotas se posen en su superficie y se apoderen de los puntos neurálgicos, para que no tengan más remedio que rendirse incondicionalmente».
—Excelente; dejo los detalles en tus manos —aprobó el Emperador, para continuar seguidamente—. Es también mi deseo conocer personalmente a ese capitán que tan brillantemente ha llevado a cabo esta misión. Y que traiga también a la oficial valerana. Tengo curiosidad por ver de cerca a un ejemplar femenino de otra galaxia.
—Bien, Señor; vuestras órdenes serán cumplidas.
Y con estas palabras se disolvió la reunión, con los militares concentrándose en la preparación de plan a seguir, mientras los científicos de enfrascaban en largas discusiones sobre las novedades que acababan de conocer.
Mientras tanto, a miles de millones de kilómetros, más allá de las fronteras del sistema solar nahumita, en el interior de Valera, tenía lugar otra reunión de Estado Mayor, bajo la presidencia del Superalmirante Don Jaime Aznar. El Superalmirante, título con el que se conocía popularmente al Almirante Mayor, era la máxima autoridad del planetillo, ya que este se consideraba a todos los efectos un transporte militar y era regido férreamente por las Ordenanzas, aunque estrictamente hablando no todo su personal perteneciera a la Armada o al Ejército.
La reunión tenía lugar en la sala de consejos del Almirantazgo, imponente rascacielos de cristal situado en el centro de Nuevo Madrid, la capital de Valera y a ella asistían no solo los altos jefes militares, sino un buen número de civiles que constituían lo que podría llamarse la plana mayor científica del autoplaneta.
En aquel momento tenía la palabra el eminente astrónomo profesor Fernando Valera, que estaba explicando a sus colegas las características del sistema solar al que se estaba acercando el planetillo.
—Disponemos ya de toda la información astronómica que es posible de obtener. Tal como ya sabíamos, este sistema tiene un sol metálico idéntico al de la Tierra y a su alrededor giran once planetas, cinco de los cuales son totalmente inhóspitos, pero en los otros seis es posible la vida tal como nosotros la entendemos, aunque con distinto grado de confort. El mejor de todos, tanto por su tamaño como por su distancia al sol es el llamado Noreh, donde parece estar el centro administrativo del Imperio, aunque de esto sin duda podrá informarles mejor el correspondiente servicio de la Armada. Desde el punto de vista puramente físico, el resto de los planetas son de constitución y climatología bastante distinta; algunos casi cubiertos por hielos eternos y otro, al que llamamos Oceán, es todo él un gigantesco mar, sin más tierra firme que algunas agrupaciones de islotes sin importancia.
«En las carpetas que les hemos entregado, tienen ustedes toda la información detallada de que disponemos».
A continuación tomó la palabra el profesor Rafael Castillo, que confirmó las palabras de su colega en el sentido de que al menos media docena de aquellos planetas eran perfectamente habitables por los seres humanos y terminó su exposición diciendo:
—En cuanto a la morfología de los nahumitas, de momento solo podemos basarnos en lo que averiguamos cuando atacaron la Tierra, lo cual por otra parte, está siendo confirmado por los contactos que hemos establecido con ellos. Son exactamente iguales que nosotros, compatibles a todos los niveles. Recuerden por ejemplo, que en su momento nacieron bastantes mestizos de los prisioneros nahumitas capturados y terrícolas o redentores, sin que se haya detectado nunca ninguna anormalidad significativa. Y a pesar de los años transcurridos desde que aquella flota partió de aquí, la raza nahumita no parece haber experimentado ningún cambio especial.
—De todos modos —interrumpió la socióloga Nuria Ross—, tenemos motivos para creer que en este sistema coexisten varios pueblos y que aquellos a quienes nosotros conocemos como nahumitas son en realidad los norehanos, la raza dominante. Los informes que obtuvimos en aquellos tiempos indicaban que Nahum era un imperio, con una minoría selecta que dominaba a una población diez veces mayor, a la que trataban bajo diversas formas de esclavitud. Claro que no sabemos lo que ha podido ocurrir durante los centenares de años que deben haber transcurrido, pero el hecho de que sigan presentándose con un Imperio, con su «Señor de los Cielos y los Planetas» da la impresión de que todo debe seguir de un modo similar, sin asomos de democracia ni república ni nada que se le parezca.
En aquel momento tomó la palabra el Almirante Mayor, diciendo:
—No creo que en estos momentos sea necesario seguir especulando. Dentro de poco estableceremos los primeros contactos diplomáticos con esta gente y disiparemos todas estas dudas.
—Sí, pero ¿qué haremos si se trata de una sociedad basada en la esclavitud y la opresión? —preguntó otro de los asistentes, el Cardenal Tarascón.
—Si fuese así, intentaríamos evidentemente hacerles ver su error, pero no olvidemos que venimos en son de paz y que no tenemos ningún derecho en inmiscuirnos en los asuntos internos de un pueblo que no nos ha hecho nada. De todos modos, no adelantemos acontecimientos y esperemos a ver como se desenvuelven los primeros contactos.
Soslayando pues, este espinoso tema, Don Jaime continuó:
—Almirante Ribas: ¿cuál es la situación militar?
—Basándonos en las imágenes que se nos han transmitido desde la IV Flota, sus navíos no parecen haber evolucionado mucho desde los que conocimos en el Sistema Solar. Si es así, creemos que los nuestros serán superiores, ya que las últimas guerras tanto con ellos como con los Hombres de Silicio de Redención, nos han forzado a introducir muchísimas mejoras, tanto técnicas como tácticas.
«Me atrevería a afirmar que uno por uno nuestros buques deben ser muy superiores a los suyos, aunque evidentemente esto no podremos saberlo hasta que tengamos ocasión de estudiarlos de cerca. Es una lástima que no hayamos podido capturar alguno de ellos antes de entrar en el sistema».
—Este punto ya fue discutido en su momento —cortó el Almirante Mayor—, y se acordó no efectuar ningún acto que pudiese ser interpretado como hostil por los legítimos habitantes de estos planetas. Además, nosotros venimos amparados por Valera y aún en el peor de los casos, el autoplaneta es una fortaleza inexpugnable.
Y sonriendo irónicamente concluyó:
—Por lo tanto, podemos permitirnos el lujo de ser buenos y confiados.
La conversación siguió un rato más por los mismo derroteros, hasta que entró el coronel Tortajada, uno de los ayudantes de Don Jaime Aznar, que acercándose a él, le musitó unas cuantas frases al oído, lo cual tuvo la virtud de concentrar la atención general.
—Caballeros —anunció el Superalmirante—. Acaban de comunicarme que ya se ha efectuado la primera reunión entre el vicealmirante Don León Aznar y el embajador nahumita, que es un Príncipe, hijo del Emperador. Estamos en comunicación directa con León y he ordenado que nos la pasen a esta sala.
Efectivamente, a los pocos segundos se iluminó una gran pantalla que acaba de abrirse en uno de los laterales del salón y en ella apareció el rostro de un hombre de cabellos entrecanos, vestido con el uniforme de gala de la armada valerana.
—Hola León —saludó Don Jaime—. Cuéntanos que ha pasado y como ha ido todo.
—A tus órdenes, Jaime. Pues verás, yo diría que todo ha ido estupendamente. A mi llegada ya estaba todo preparado para la entrevista, que ha tenido lugar a bordo de uno de sus autoplanetas. Han sido ellos los que se han ofrecido y a mí me ha parecido correcto aceptar, tanto por razones de protocolo como por el hecho de que ello nos ha permitido estudiar un poco cual es el estado de su tecnología.
«Nos ha recibido el Príncipe Márphil, que ostenta además una categoría similar a la de nuestros contralmirantes. Es un caballero extremadamente cortés que se ha portado muy atentamente con nosotros, aunque no hemos podido extraerle ninguna información importante de las que nos interesaban. Claro que esto es lógico y evidentemente ellos tampoco han obtenido nada de nosotros.
»Todo han sido saludos y buenos deseos y hemos quedado para volver a reunirnos y preparar nosotros una embajada que irá a entrevistarse con su emperador, el Gran Tass.
»Entretanto, nos han autorizado a que Valera se adentre en su sistema, pero sin que rebase la órbita del más exterior de sus planetas, el llamado Ragún. En principio hemos quedado en que podríamos “anclar” nuestro autoplaneta a cinco millones de kilómetros de él, en una órbita estacionaria, adecuando la velocidad de traslación a la suya».
La atención de todos los asistentes estaba pendiente de los labios del lejano informador, que fue interrumpido por Don Jaime inquiriendo:
—Ya nos lo explicarás luego con todo detalle, pero hay una cuestión muy importante. ¿Qué habéis podido averiguar de su potencial militar?
—Poca cosa, pero la primera impresión es que tanto sus naves como este autoplaneta son muy parecidos a los que conocimos en el Sistema Solar. Lo que hemos podido ver estaba todo muy bien preparado y ensayado, pero disponemos de otra información muy interesante, que estimo de gran valor.
Y ante el interés general, prosiguió:
—Antes de nuestra llegada, y por razones que ahora no voy a detallar, la comandante de la flotilla que había efectuado el primer contacto aceptó ir a bordo de uno de los cruceros nahumitas y durante su visita se produjo una avería en su reactor que terminó por provocar la explosión del navío y la muerte de varios de sus tripulantes, entre ellos la desgraciada capitana Azpeitia, que era la comandante en cuestión. Sin embargo se salvaron los dos oficiales que la habían acompañado y de su informe se desprende que la reacción de los nahumitas ante el accidente fue bastante deficiente, con muchos nervios y falta de coordinación. Todo esto no dice nada bueno ni de su tecnología ni de su disciplina.
—Gracias, León. Envíanos cuanto antes un informe detallado. Mientras tanto, sigue negociando con el Príncipe, pero sin llegar a un compromiso definitivo. Nosotros vamos a evaluar toda la información de que disponemos y una vez decidida la línea de actuación, ya te comunicaremos nuestra decisión para que actúes en consecuencia.
Y mientras la figura del vicealmirante Aznar desaparecía de la pantalla, Don Jaime se volvió hacia el resto de la reunión y continuó:
—Recapitulemos. Finalmente hemos llegado al sistema nahumita y nos encontramos con una nación que aparentemente no está al corriente de lo ocurrido en la Tierra hace cincuenta años y que parece estar viviendo bajo un régimen más o menos feudal.
«Nos han recibido amigablemente, pero desconfían, lo cual es perfectamente lógico. Ignoramos su potencial militar, pero no parece haber avanzado mucho desde aquel entonces.
»Nos autorizan a penetrar hasta las fronteras de su imperio y se ofrecen a establecer relaciones diplomáticas.
»Esto es en esencia, todo lo que sabemos o suponemos. Se trata ahora de determinar nuestra línea de acción. Desearía conocer vuestras opiniones».
En este punto tomó la palabra el vicealmirante Luis Aznar, nieto de Don Jaime y responsable del Servicio de Información para el proyecto Nahum, sugiriendo:
—Opino que tenemos dos alternativas. Quedarnos aquí en espera de conocer mejor quienes son estos nahumitas o llegar hasta la posición que nos han ofrecido y desde allí proseguir las negociaciones, aceptando en principio su oferta de entrevistarnos con el Emperador.
—Ciertamente —prosiguió otro almirante—. Mi opinión es que no debemos causar la más mínima impresión de falta de confianza y que debemos acercarnos a Noreh tanto como sea posible. No correremos ningún riesgo; Valera es invulnerable.
—Puede que tengan razón —intervino Nuria Ross—. Por lo que sabemos, los nahumitas son extremadamente orgullosos y creo que cualquier vacilación por nuestra parte sería tomada como un signo de debilidad.
Durante unos minutos la conversación fue dando vueltas sobre el mismo tema, hasta que nuevamente tomó la palabra el Superalmirante para resumir:
—De acuerdo. Considerando todo lo dicho, vamos a llevar a Valera hasta la posición que nos han indicado y nos detendremos allí, aceptando su hospitalidad y la entrevista con su Emperador. Coronel; transmita a Don León las instrucciones pertinentes.
«De todos modos no hay que ser excesivamente confiados. Sacaremos al exterior la Primera y Segunda Flotas, que tomarán posiciones a una distancia prudencial de Valera para prevenir cualquier sorpresa. El resto de nuestras fuerzas permanecerán en el interior, a cubierto de cualquier ataque que pudiera producirse.
»Esto es todo, caballeros. Se levanta la sesión».
Capítulo VI
¿CÓMO CONTINÚA ESTA HISTORIA?
Lo narrado hasta aquí se ha apartado sensiblemente de lo relatado por George H. White en su novela Invasión nahumita. Allí da la impresión de que Valera entra imprudentemente en el Imperio Nahumita y es atacado de improviso por el Rayo Azul, conquistado y todos sus habitantes son reducidos a la esclavitud. Miguel Ángel Aznar y Aznar, un joven cadete, tataranieto del Almirante Mayor Don Jaime, logra fugarse con un grupo de amigos e inicia una serie de aventuras que culminan con la reconquista del autoplaneta y el derrocamiento del Imperio de Nahum.
Pero volviendo a la presente narración, lo expuesto hasta el momento no es definitivo.
Caben varias alternativas:
a) Valera penetra hasta la posición fijada por los nahumitas y una vez allí es alcanzado por el Rayo Azul, pierde toda su capacidad militar y la historia continúa exactamente como la escribió George H. White. Nada más se sabe de los personajes que han aparecido en los capítulos anteriores.
Esta narración quedaría entonces reducida a un ensayo de treinta páginas sobre lo que pudo haber sido y no fue, pero demostrando que lo ocurrido en «Invasión nahumita» era inevitable.
b) Seguir la misma línea argumental del apartado anterior, es decir, Valera cae en manos de los nahumitas, etc., pero en paralelo con lo relatado por GHW estos seis capítulos continúan con las aventuras de Mercedes Azpeitia, el capitán Makot y demás personajes.
En este caso, sería como si se escribiera una nueva novela basada en aquel momento histórico y apartándose de la Saga tan solo en los seis capítulos anteriores, aunque el hilo principal de la historia seguiría rigurosamente lo escrito por el Autor.
c) Cambiar radicalmente lo sucedido, suponiendo que Valera no cae en la trampa tendida por los nahumitas. Pero en este caso se produciría una evolución totalmente distinta a la versión oficial, lo cual se aparta del espíritu que ha presidido hasta la fecha todo lo que se ha escrito basándose en la Saga de los Aznar.
d) Destruir todo lo anterior, condenándolo a la hoguera por hereje.
¡Y esto es todo, amigos!, como diría el Pájaro Loco.
Ahora os toca a vosotros, los miembros del Escuadrón Delta, escoger por votación cuál de las cuatro alternativas debe ser seguida.
Vosotros tenéis la palabra…
F I N