«SUPERVIVIENTES»

Capítulo I

EL RESCATE

Honda Tuzzi intentó abrir los ojos, pero el ardiente e inmóvil sol que iluminaba el día eterno de Atolón hizo que tuviera que entornarlos hasta casi cerrarlos de nuevo.

Ignoraba cuánto tiempo había pasado desde la última vez que perdió el sentido; en parte por el cansancio y en parte también por el tiempo que llevaba sin comer ni beber.

¿Cuántas horas habrían pasado desde que logró ser uno de los pocos afortunados que abandonó la ictionave Talión, herida de muerte a consecuencia del impacto de los torpedos thorbods?

Cuando el primer proyectil impactó, se produjo la avería que les había impedido utilizar las Karendon para desmaterializarse y transmitir su fórmula con la esperanza de que otra ictionave captase la señal y les restituyese a bordo.

Por suerte, ella fue uno de los que, además de tener puesta su armadura, pudo hacerse con una escafandra y salir del buque. No le hizo falta buscar una compuerta de acceso; nada más escuchar el sonido metálico que indicaba que el traje de diamantina se había cerrado herméticamente, una monstruosa explosión hizo que fuese arrojada contra una de las paredes del pasillo por el que corría.

Debió desmayarse, porque el siguiente recuerdo que le venía a la memoria era el de encontrarse rodeada de las oscuras aguas del mar, sintiendo cada vez más lejos los sentimientos de angustia y dolor de los compañeros que no lograron escapar de la trampa en la que se había convertido su nave.

La armadura le había hecho ascender a la superficie, aunque enseguida hubo de regular la temperatura interna porque estaba tiritando a causa de la frialdad de las aguas.

Cuando la luz hirió sus pupilas, al menos se libró de la sensación de desorientación y claustrofobia, pero el alivio duró solo el instante en que tardo en observar que la corriente la arrastraba lejos de lo que parecía tierra firme.

Se sentía demasiado cansada y dolorida, y la costa debía encontrarse al menos a veinte kilómetros, aunque las distancias en el circumplaneta resultaban engañosas, porque los fragmentos de lo que en su día fuera un anillo casi perfecto conservaban la particularidad de que el horizonte ascendía, haciendo imposible calcularlas a simple vista.

Había desechado la idea de intentar comunicarse por radio ante la posibilidad de ser detectada por alguna nave thorbod que estuviese atenta. Tampoco veía a nadie por los alrededores, y sus poderes tapo se veían mermados por el estado en el que se encontraba y el tremendo esfuerzo de nadar contracorriente con el estorbo que suponía la armadura.

De esa forma, después de un número de horas indeterminado, que a ella se le antojaron siglos, cayó desfallecida sobre la arena de una playa, a tan solo una veintena de metros del comienzo de una oscura y espesa selva.

Después de volver a perder el sentido, había despertado sobresaltada al escuchar un pitido insistente y desagradable que indicaba que la reserva de oxigeno de su armadura estaba a punto de agotarse. Se quitó la escafandra como pudo, sintiendo inmediatamente una bofetada de calor húmedo y desagradable que olía a materia vegetal en descomposición; olía a Atolón.

—Ahora, cualquier mantis es ya capaz de encontrar mi rastro —había pensado al notar que volvía la oscuridad a pesar de que el sol seguía incidiendo sobre su rostro—. Detectarán mi olor y todo habrá terminado…

Mientras recordaba lo sucedido, el corazón le dio un vuelco; sentía varias presencias alrededor. Se intentó concentrar, pero el dolor de cabeza era insoportable. Aquello que era capaz de hacer de forma natural y casi involuntaria estando en plenas facultades, se le antojaba en aquel momento un esfuerzo que apenas se veía recompensado con la certeza de que se acercaba alguien. No se sentía capaz de percibir si se trataba de mantis o thorbods. Dos enemigos, dos formas distintas de morir… ¿cuál de las dos le habría reservado el destino para terminar con su vida?

Notó un escalofrío mientras la sensación de no estar sola se hacía más evidente. Debía estar comenzando a sufrir síntomas de deshidratación y la fiebre le hacía sentir frío, a pesar de que la temperatura debía ser bastante elevada.

Algo o alguien se interpuso entre el sol y ella, lo que le hizo pensar que se trataba de una patrulla thorbod, ya que las mantis no habrían esperado ni un instante antes de comenzar a devorarla.

—Mejor habrían sido las mantis —se dijo—. Al menos ya estaría muerta y sin posibilidades de ser torturada para extraer información.

Escuchó voces lejanas, pero estaba demasiado débil como para entender lo que decían. A pesar de ello, de algo podía estar segura; salvo que hubiera entrado en una fase de delirio que le estuviese jugando una mala pasada, ¡eran voces humanas!

Capítulo II

EL KARNAC

—¿Dónde estoy? —preguntó nada más despertarse viendo que había alguien a unos pasos ella. Estaba tendida en algo que parecía una cama, en una sala suavemente iluminada. Ya no llevaba puesta la armadura y se encontraba un poco mejor, aunque el dolor de cabeza parecía como si fuese a durarle toda la vida.

—Estás —«ictionave Karnac», supo ella inmediatamente. Volvía a ser capaz de interceptar los pensamientos de los demás— en la ictionave Karnac.

—Me suena el nombre —decididamente se encontraba mejor. Debían de haberle suministrado medicamentos y líquidos mientras permanecía inconsciente—. ¿No perteneceríais también a la flota de Electra?

—Sí —contestó el hombre. No se trataba de una respuesta lacónica por falta de educación o desgana; en ese momento él estaba informándose de la procedencia y aventuras de Honda mientras ella misma repasaba mentalmente los sucesos acaecidos. Pasados unos minutos, su semblante se entristeció y contestó de palabra a la pregunta que ella le hacía con la mente—: Ninguno, Honda. No hemos encontrado a nadie más con vida. No es que hayamos tenido demasiado tiempo para rastrear la zona a conciencia, pero tú eres el único tripulante del Talión que hemos hallado.

Supo que él era el alférez Náiram Itzu, aunque todavía se encontraba demasiado débil como para poder sonsacar más información mediante la telepatía.

—¿Qué hacíais en la playa? —Sabía que no era habitual arriesgarse a abandonar una ictionave sin una poderosa razón.

—Recibimos vuestra llamada de socorro por pura casualidad y el capitán decidió que merecía la pena arriesgarse a ser descubiertos.

—¿Qué era tan importante como para arriesgaros? —preguntó ella intrigada.

—«Las vetatom que pudieseis llevar a bordo. Por desgracia, últimamente es raro encontrar alguna que no haya estado cerca de una de las ciudades atacadas y conserve la fórmula de cientos, miles, incluso a veces decenas de miles de tapos si han estado recibiendo las trasmisiones durante horas.

»Nosotros ya habíamos entregado las nuestras, por lo que eran solo las vidas de la tripulación lo que podía perderse. El capitán Aznar consultó nuestra opinión y estuvimos de acuerdo en intentarlo. Por suerte, aunque las máquinas Karendon fuesen averiadas, los contenedores en los que se guardan las vetatom de la población son muy robustos y logramos localizar dos de ellos antes de tener que huir precipitadamente.

»Como sabíamos que no recibir ninguna trasmisión de vuestras Karendon significaba que estas estaban fuera de uso, la teniente Alicia Ruiz y yo nos ofrecimos para elevarnos con los back y buscar supervivientes. Entonces te encontramos y te trajimos a bordo. Hemos tenido suerte de no ser detectados por los thorbods. Supongo que supusieron que solo estabais vosotros por los alrededores y se alejaron después de destruir la nave».

—Muchas gracias. Me habéis salvado la vida. No creo que hubiera podido resistir ni una hora más.

—¡Bah! —dijo él con una sincera modestia—. Era más fácil que hubiesen dado con el Karnac que con dos personas trasladándose con sus back durante apenas cinco minutos. Lo que debes hacer ahora es descansar. Te dejo que duermas un poco más; te ayudará a reponerte. Luego vuelvo.

Mientras se alejaba y cerraba la puerta, vio en su mente una imagen borrosa que ella creyó reconocer al instante: los cabellos rubios, la alta y atlética figura…

—¡Marek! —Pensó mientras recordaba con ansiedad que el joven alférez se había referido al capitán Aznar como comandante de la nave—. ¡Marek Aznar!

Desde que estuvieran juntos en el Talión, cuando su fórmula fue trasmitida allí después del desastre de Electra, no había pasado un solo día sin que ella dedicara un instante a recordarle. Nunca se había perdonado no haberse quedado junto a él cuando el Talión abandonó la base de Muros, dejando allí al que había sido su compañero los últimos meses.

Intentó incorporarse para llamar a alguien y cerciorarse de que la imagen que había visto en la mente del alférez era la de Marek, pero no había contado ni con que seguramente le habían administrado algún tipo de sedante, ni con el cansancio que todavía no la había abandonado del todo, y sintió como si su cuerpo se negase a obedecerla.

Mientras dejaba que los medicamentos realizaran su cometido y su cuerpo se recuperase, se quedó plácidamente dormida con la imagen de Marek fija en su cerebro y una sonrisa en los labios.

Capítulo III

ANÍBAL

Como si apenas hubiese transcurrido un instante, despertó con la misma extraña e incomprensible sensación de felicidad y la imagen de él en su mente… ¡no! ¡No era eso! ¡Estaba junto a ella mirándola!

—Marek —susurró todavía adormilada y dudando de si se trataba de un sueño o no.

—¿Marek? —preguntó él extrañado.

Honda no sabía qué estaba ocurriendo: su cara, su voz… Aunque la luz todavía le cegase y no pudiera verle bien, no podía tratarse de otro.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando, con la naturalidad de cualquier tapo, él supo qué era lo que estaba ocurriendo.

—¡Oh, lo siento! —se apresuró a decir el hombre que tenía ante sí—. Ya lo entiendo; mi nombre es Aníbal. Aníbal Aznar. Marek, aunque tenga una edad parecida a la mía, es tío mío. Mi padre y él son hermanastros y, aunque no seamos ni mucho menos iguales, no me extraña que en tu estado me hayas confundido con él si vosotros… —no podía evitar saber que ella había sido compañera de Marek— en fin, si os conocíais. De todas formas, espero no haberte decepcionado demasiado.

Él sonrió de una forma que a ella le pareció encantadora, lo cual no le pasó desapercibido a Aníbal. Su rostro, aunque de un innegable parecido al de Marek, tenía una expresión más serena que el de este.

—Me alegro de saber que mi sobrino sigue vivo. Lo de Electra fue un infierno y todavía no sabemos nada de muchos de los miembros de mi familia. Imagínate qué paradoja saber que podríamos llevar sus fórmulas a bordo y no lo sabemos.

—Es un hombre interesante y agradable —siendo Honda una mujer tapo, no sintió vergüenza cuando se dio cuenta de que él estaba atento a sus pensamientos y había captado que le gustaba.

Se incorporó hasta quedarse sentada al borde de la cama. Salvo un ligero mareo, comprobó que se encontraba mejor de lo que ella misma creía.

—¿Dónde nos dirigimos? —le preguntó.

Al principio, Aníbal pareció dudar, pero era absurdo intentar ocultar información a un tapo.

—Vamos a llevar las vetatom que logramos rescatar del Talión a la base de Lar, a cincuenta mil kilómetros del lugar donde te encontramos.

—¿La base de Lar? No recuerdo haber oído hablar de ella nunca.

—No me extraña; nadie la conocía hasta hace unos meses.

—No lo entiendo —dijo Honda pensando que era debido a su estado—. Alguien la habrá construido o acondicionado a partir de alguna estructura natural, ¿no?

—Es artificial, aunque ignoramos todavía hasta qué punto se aprovecharon accidentes del terreno. Es muy antigua.

—¿De antes de la invasión thorbod? —Todavía le costaba completar la información hablada con los pensamientos de él—. ¡Debe tener cientos de años!

—Di mejor cientos de miles de años —dijo él provocando el estupor de Honda—. No poseemos los instrumentos necesarios para asegurarlo con exactitud, pero por el tipo de fisuras y daños estructurales menores que presenta, los pocos expertos que han podido estudiar menos de la décima parte de su extensión, aseguran que data de antes de la fragmentación del circumplaneta…

Capítulo IV

UNA ESPERANZA

Ella sabía lo que eso quería decir. Efectivamente, si se confirmaba el dato, el lugar no tendría menos de doscientos o trescientos mil años. Cuando iba a hacerle más preguntas, él se adelantó a sus deseos y dijo:

—«La ictionave Alba descubrió hace unos meses lo que parecía una profunda cueva natural a mil ochocientos metros de profundidad, en un lugar de la costa donde esta surge casi verticalmente desde los dos mil metros a los que está el fondo. Parecía el lugar ideal para esconderse en caso de apuro, e incluso como punto de reunión de ictionaves para el futuro.

»Les sorprendió que, lejos de tratarse de una mera oquedad, seguían adentrándose sin encontrar el final y sin que el paso se estrechase. Al final, después de navegar unos treinta kilómetros, descubrieron que, lo que había sido hasta el momento un camino casi completamente horizontal, comenzaba a ascender hasta llegar a lo que en su día fue una inmensa bóveda perfectamente equipada para que las naves que entraban por el túnel atracasen».

—¿Se puede entonces vivir en esa bóveda? —preguntó ella.

—Aquel descubrimiento fue solo el principio —contestó él sonriendo—. Se trataba únicamente de uno de las decenas de accesos submarinos que llevan a un monstruoso complejo subterráneo del que solo hemos explorado una pequeña parte y que podría albergar holgadamente a varios millones de personas y una respetable industria que utilizase el hidrógeno como fuente de energía.

—¡Bah! —dijo Honda algo desesperanzada—. También Electra era un impresionante escondite subterráneo y no tardó en caer en cuanto los thorbods quisieron.

—Electra tenía accesos al exterior, pero Lar, no. Sobre la base hay una capa de roca de un mínimo de mil metros de espesor y no cuenta con ninguna salida o acceso distinto de los túneles submarinos —viendo que ella parecía preguntarse cómo podía ser así, se apresuró a añadir—: Se supone que se aplicaban, aunque a mucha menor escala, las mismas técnicas que en Valera para mantener un sistema completamente aislado donde sea posible la vida humana. ¿Entiendes lo maravilloso que podría llegar a ser? Nosotros sabemos crear y mantener sistemas así: renovar el aire de forma artificial, obtener alimentos de forma artificial…

Honda iba a decir algo en el momento en el que captó en él un pensamiento que parecía contradecir el tono triunfal y optimista con el que había hablado de la base. Su pregunta mental fue contestada por él al instante:

—Sí, tienes razón, hay un inconveniente. Los ghuros ya lo habían descubierto antes que nosotros y tienen planes para acondicionar la base. No parecen dispuestos a compartirla con nosotros.

—Pero, has dicho que es inmensa, ¿no?

—No se trata tan solo de espacio, aunque también es cierto que ambas razas acumulamos toneladas de vetatom con las fórmulas de millones de personas.

Aníbal no dijo más y dejó que ella viese directamente lo que él estaba pensando. Aquella era una inmejorable forma de expresar ideas o sentimientos sin las limitaciones que pueden imponer las palabras.

Honda contempló a la raza ghuro desde el punto de vista de él. Al parecer, Aníbal admiraba el espíritu pacífico de aquellos extraños y silenciosos seres de aspecto chocante y sencilla forma de vida.

Los pensamientos del capitán, le llevaron a recordar que, desde que los ghuros habían encontrado el circumplaneta y se habían asentado en él, mantis, valeranos, renacentistas y, finalmente, thorbods, habían procurado por todos los medios terminar con ellos. La verdad, pensó ella, es que se trataba de una raza con algo más que razones de peso para desconfiar de las intenciones de los tapos o cualquier otro ser que no fuera ghuro.

—Verás —continuó de palabra— que no es que no quieran compartir la base, sino que se han cansado ya de promesas de convivencia entre los pueblos. Si antes eran desconfiados, la experiencia ha hecho que no quieran saber nada de nosotros.

—¿No podemos obligarles a aceptarnos y que el tiempo se encargue de hacerles ver que es posible repartirnos el espacio vital sin problemas?

—«Ahora mismo, no —negó con la cabeza con pesimismo—. Ya sabes que la dispersión del pueblo tapo ha hecho que sea muy difícil que nos comuniquemos entre nosotros, incluso si se trata de buenas o esperanzadoras noticias como esta. Por el momento, solo conocemos la existencia de Lar un puñado de ictionaves que transportamos las fórmulas de millones de personas asustadas e indefensas a las que no podríamos casi ni alimentar hasta haber acondicionado mínimamente el lugar.

»Conocemos asentamientos como la base de Muros, pero los que allí viven están trabajando para hacer de ellos un lugar donde vivir y no creo que quisiesen ir a Lar. No, Honda —volvió a hacer un gesto negativo—. Lo que habría que lograr es contactar con los grupos aislados, los que sobreviven en condiciones extremas y acometerían la titánica empresa de acondicionar Lar con la ilusión de sentirse por fin seguros, pero ellos no tienen apenas medios como para obligar a los ghuros a que nos acepten.

»Por otro lado, tan desconfiados les ha vuelto la experiencia a los ghuros, que se arriesgarían a morir en el intento de evitar que lleguemos a instalarnos en la base. Piensan que únicamente podrán sobrevivir si se refugian allí solos, y los efectivos y armamento con los que cuentan, aunque ridículos para hacer frente a los thorbods, bastan para expulsarnos de allí cuando quieran. Por el momento nos prohíben restituir a la población a pesar de que ellos lo están haciendo sin parar».

—Sin embargo sigo notando algo de esperanza en ti —le dijo Honda.

—De momento, han dejado que nuestras ictionaves se refugien temporalmente allí y se está intentando negociar. Dicen que los tapos somos fatalistas por naturaleza, pero creo que ha llegado el momento de soñar con un futuro…

Capítulo V

LAR

A pesar de la forma en que los tapos solían llevar las relaciones afectivas, y de que Aníbal y Honda se habían gustado desde el principio, ella tardó dos días en permitirle que la acompañase al camarote que habían asignado a la joven teniente.

No se trataba de prejuicios morales, sino simplemente por el temor de que el parecido de Aníbal con Marek pudiera estar haciendo que ella se sintiese atraída solo por esa razón. Sin embargo, según le fue conociendo, se dio cuenta de que eran completamente distintos el uno del otro, y Aníbal, más sereno y menos impulsivo, le gustaba de verdad.

Navegando mediante los motores de hidrógeno, mucho más lentos, pero que no emitían neutrinos que pudiesen ser detectados por los thorbods, tardaron siete días en llegar a uno de los accesos a la enigmática base de Lar.

Durante el viaje, Aníbal había relatado a Honda el estupor de los pocos tapos con ciertos conocimientos científicos ante lo que parecían ser muestras de una técnica muy superior a la que ellos conocían. Por desgracia, el paso del tiempo había deteriorado de forma implacable los aparatos que caían en sus manos.

—Además de que sea posible realizar descubrimientos insospechados —le dijo un día a la que parecía haberse convertido en su compañera—, puede que estemos cerca de desvelar el gran misterio de qué pasó en el circumplaneta mientras Valera realizaba sus viajes a mayor velocidad que la luz. Incluso estaría cerca el día en el que los tapos conozcamos el origen de nuestra raza sin género de dudas, y si realmente provenimos de la sociedad tecnificada que el planetillo dejó aquí antes de partir, sabremos porque se produjo el retroceso cultural que nos llevó a refugiarnos en cavernas y a perder nuestra memoria histórica.

Honda le escuchaba hablar con entusiasmo, y cada día se convencía más de que, de haber nacido en otro momento menos comprometido, Aníbal habría elegido sin duda una profesión relacionada con la ciencia.

Sus ojos brillaban cuando describía lo que parecían ser restos de máquinas cuya finalidad les era completamente desconocida, pero de las que sospechaban que iban a significar un paso de gigante en un momento en el que la ciencia parecía haber dado de sí hasta donde era capaz de hacerlo.

—¡Generadores de hidrógeno de un tamaño y potencia como jamás llegamos a soñar! ¡Descubrimientos de una sociedad que siguió evolucionando al menos durante decenas de milenios! —solía exclamar.

Sin embargo, tras aquellos momentos de euforia, recordaba con amargura que los ghuros no les permitían el acceso a la mayoría de las bóvedas exploradas y que cabía la posibilidad de que nunca pudiesen estudiar los tesoros técnicos y culturales que a buen seguro había en su interior.

El día en el que llegaron, Aníbal permitió a Honda, que aunque no pertenecía a la tripulación era al fin y al cabo teniente en activo, permanecer en la Sala de Derrota mientras la nave realizaba las maniobras para entrar en el túnel y navegar a través de él.

—¿Qué pasará si finalmente nos expulsan de Lar? —le preguntó ella.

—Espero que no suceda, Honda —dudó antes de continuar hablando mientras evaluaba la fidelidad y discreción de sus hombres—. Algunos se desesperan y podemos sentir la desesperación que les produce pensar que nos pueden hacer perder una oportunidad única de sobrevivir. En las mentes de algunos comienzan a fraguarse ideas peligrosas y poco éticas; ideas de venganza y planes para evitar que los ghuros puedan aprovecharse de Lar si finalmente nos expulsan.

—¡Pero eso sería horrible! —protestó Honda—. No puedo creer que ninguno de los nuestros sea capaz de hacer algo así.

—No estés tan segura de ello —dijo él en tono amargo—. Los tapos siempre hemos amado la luz y los espacios abiertos. Lo llevamos en la sangre; incluso los que nacimos cuando la guerra ya había comenzado hacía muchos años. Una vida entera en ciudades subterráneas, el encierro en nuestras ictionaves, la angustia de no saber si nuestras familias han muerto ya o viajan en una vetatom que tal vez se pierda… Todo eso es más de lo que muchos pueden resistir. Tú misma me has contado cómo se quitó la vida con el arma reglamentaria el comandante del Talión, ¿verdad? —Ella asintió recordando el desgraciado suceso—. Si la falta de esperanza le llevó a tomar una medida desesperada, imagina lo que intentarán hacer algunos si ven cómo se esfuma la posibilidad de prosperar aquí por culpa de la desconfianza ghuro.

Honda sintió entonces cómo algunos de los tripulantes, sin llegar a los extremos que había descrito Aníbal, comenzaban a dar muestras de impaciencia y un cierto sentimiento de animadversión hacia los ghuros y su —desde su punto de vista— incomprensible intransigencia.

Cuando llegaron a una de las tres bóvedas —aunque sospechaban que pudiera haber más— que servían para el atraque de naves y salieron al exterior, Honda no pudo evitar una exclamación de sorpresa. Aunque las pantallas de la Sala de Control habían mostrado el lugar en color y relieve, era al verlo al natural cuando uno se daba cuenta de las dimensiones y el aspecto del lugar.

La planta era circular y debía tener alrededor de dos mil metros de diámetro y más de quinientos de altura en la parte más alta, donde se encontraba suspendida una enorme lámpara de veinte metros de diámetro que iluminaba el lugar haciendo las veces de sol.

A pesar de los milenios transcurridos desde la última vez que debía de haberse utilizado, una vez conectada a un generador, se encendió por sí misma sin que hubiera sido necesario realizar ningún ajuste. Los análisis realizados, desvelaban que la luz que emitía era idónea para los organismos de ghuros y tapos.

De la misma forma, aunque los ghuros tuvieron que permanecer en sus pequeñas naves o salir al exterior embutidos en sus pesadas armaduras durante las primeras semanas, el sistema de renovación y depuración de aire se ponía en marcha por sí mismo y regulaba la calidad de la atmósfera en unos días, como si detectase su presencia en cada una de las enormes bóvedas estudiadas. Parecía que los sistemas que hacían habitable el lugar habían sido diseñados y construidos para obviar el paso de los milenios.

Capítulo VI

EL DESCUBRIMIENTO

Según salían por una de las compuertas del Karnac y accedían a tierra firme atravesando una pasarela portátil, Honda observó que había muchas pequeñas naves de diseño ghuro atracadas en el lugar. A diferencia del diseño estándar de las ictionaves tapo, los buques ghuro formaban una heterogénea flotilla de aparatos que solo tenían en común la ausencia de generadores nucleares que delatasen su presencia con la inevitable emisión de neutrinos.

Frente a ellos, se encontraba un grupo de ghuros junto a los que estaba un hombre de mediana edad. El que debía ser responsable o jefe del resto, se adelantó al resto.

—Veo que seguís empeñados en traer aquí las fórmulas de vuestros ciudadanos, capitán Aznar —miraba hacia el Karnac, donde en ese momento se procedía a descargar las vetatom rescatadas del Talión—. Sabéis que lo único que se os permitirá es almacenarlas aquí para que estén en lugar seguro hasta que decidáis qué hacer con ellas, pero la prohibición de restituirles sigue vigente.

Aníbal no replicó a lo que le había transmitido telepáticamente el silencioso ghuro y presentó al hombre que se había acercado a recibirles:

—Honda, este es el profesor Lecter, la máxima autoridad científica en Lar.

—Lo cual no es demasiado teniendo en cuenta que aquí no somos más que un puñado de tapos —dijo con modestia mientras estrechaba la mano de ella—. En realidad, mi especialidad es la historia, en concreto la de la cultura tapo anterior a la llegada de Valera, aunque, gracias a mi interés por otras ramas de la ciencia y a las sesiones de psi que he solicitado durante toda mi vida, poseo un cierto conocimiento de varias ramas científicas.

—¿Cómo van las cosas por aquí? —preguntó Aníbal al tiempo que se dirigía telepáticamente a los ghuros para no cometer la descortesía de apartarles de la conversación.

—Mal. Peor que cuando te fuiste. Se han producido algunos altercados de hombres nuestros que se impacientan viendo que las negociaciones no avanzan ni tienen visos de hacerlo a corto plazo. Por supuesto, se ha detenido a los culpables, pero me preocupa que el malestar se extienda y no seamos capaces de controlarlo.

—Debéis controlar a vuestros hombres —transmitió el ghuro—. Si las cosas empeoran, tendremos que pediros que abandonéis la base inmediatamente. Creemos que ha sido un error permitir que os refugiéis aquí, porque ello ha hecho que albergaseis esperanzas de instalados definitivamente, pero eso no es posible.

—Los implicados en los disturbios ya han sido desmaterializados —dijo, a la vez que lo pensaba, el profesor Lecter.

—Bien. Comunica a vuestros representantes que volveremos a reunirnos dentro de cinco horas. Espero que nuestra última propuesta sea aceptada porque no estamos dispuestos a ceder más. O dejamos todo claro o tendréis que marcharos.

Cuando los extraños ghuros se marcharon con su curiosa forma de caminar, Aníbal preguntó al profesor:

—¿Última propuesta? ¿Qué es lo que nos ofrecen?

—Poca cosa; apenas utilizar una de las bóvedas que comunican con el mar para refugio provisional o tareas de reparación de ictionaves. También almacenar las vetatom de la población aprovechando que es un lugar seguro.

—Al menos eso es menos que nada, ¿no? —intervino Honda.

—Las noticias sobre los ataques thorbods son cada vez más pesimistas —le contestó Lecter apesadumbrado—. Está próximo el día en el que debamos vivir como bestias huyendo de ellos sin disponer de tiempo ni medios para construir o aprovechar asentamientos subterráneos. El sentimiento de los que permanecemos aquí es el de estar perdiendo nuestra última oportunidad. ¡Ni siquiera somos expertos en negociaciones ni nos dejan materializar a alguien que lo sea! ¡Malditos ghuros!

—No es maldad —Aníbal intentaba calmar al profesor, cuyo rostro reflejaba los estragos de muchas noches en vela—. Es solo que desde hace más de dos siglos se han visto envueltos en demasiadas guerras y masacres que han diezmado a su población y les han impedido llevar la sencilla forma de vida que anhelan. Aunque saben que los tapos nunca les hemos perjudicado, al fin y al cabo somos humanos, lo mismo que los valeranos cuando estos, y después sus descendientes de Renacimiento, les atacaron —se interrumpió cuando, a pesar del pesimismo de Lecter, le pareció notar una especie de impaciencia y hasta cierto punto exaltación—. ¿Ocurre algo?

—No puedo asegurarlo, y procurad no intentar averiguarlo a través de mi mente, por favor; es demasiado importante como para exponer mis conclusiones antes de confirmarlas —consultó su reloj—. Todavía me queda tiempo antes de la reunión para ir al archivo que descubrimos ayer. Debo darme prisa no sea que nos prohíban el acceso.

—¿Qué es lo que hay en el archivo? —preguntó Aníbal mientras el profesor se daba media vuelta para irse.

—Cientos de miles de láminas de oro grabadas en castellano —dijo antes de alejarse—. Estoy seguro de que entre ellas se encuentran las que relatan lo que sucedió en Atolón mientras Valera estuvo ausente…

Capítulo VII

¡DISTURBIOS!

Se dirigieron hacia un barracón prefabricado situado en la zona asignada a los tapos para comer algo. En el camino comentaron las pesimistas expectativas que les había transmitido el profesor, así como el inquietante descubrimiento que decía haber hecho.

Desde el momento en el que el pueblo tapo salió del lamentable atraso en el que vivía cuando Miguel Ángel Aznar emprendió la faraónica empresa de reunirlos en una nación, surgió la pregunta —compartida con el pueblo valerano, que había abandonado en Atolón una próspera colonia— de qué había sucedido para que el único vestigio del ser humano, despojado de todo atisbo de progreso, hubieran sido ellos.

A pesar de lo angustioso de su situación, todos y cada uno de ellos habría dado lo que fuese por conocer su origen y saber si algún grupo de seres humanos había abandonado el circumplaneta, y porqué y hacia dónde.

Aníbal condujo a Honda a una mesa en la que había varias personas a las que presentó. La presencia tapo se reducía a algo más de un millar de tripulantes de las ictionaves que conocían la existencia del lugar. Aparte de realizar misiones como la que les había llevado a rescatar a Honda, esperaban a saber cómo quedaba finalmente la situación, para embarcarse y dirigirse a los núcleos de población conocidos a llevar la noticia de la existencia de Lar. La imposibilidad de utilizar equipos de radio potentes para comunicarse, hacía que fuera imprescindible acudir físicamente al lugar al que se quería informar de algo.

Lamentablemente, la última conversación con el profesor Lecter, hacía que el joven capitán opinase que únicamente podrían anunciar la ubicación de un lugar donde esconderse o refugiarse temporalmente.

Le preocupaba que en el futuro se intentase arrebatar la base a los ghuros, o al menos forzarles a que aceptaran compartirla. Si ello sucedía, tendrían pocas posibilidades de lograrlo, ya que los únicos accesos eran los submarinos y estos resultaban extremadamente fáciles de proteger. Además, a una persona razonable y hasta cierto punto pacífica como él, le repugnaba la idea de que tapos y ghuros terminasen por luchar entre ellos.

No pudieron evitar que, durante el transcurso de la comida, sus compañeros supieran lo que Lecter les había contado. Por eso él mismo se había apresurado a alejarse de ellos antes de que terminasen por leer en su mente aquello que decía haber descubierto sobre el pasado de Atolón.

—No podrá ocultarlo por mucho tiempo —dijo uno de los oficiales que comía con ellos después de que hubieron terminado de contar lo que los demás ya sabían merced a sus facultades paragnósticas—. En algún momento regresará y sabremos de qué se trata. Vosotros no sabíais que ocultaba algo prácticamente hasta que no os lo ha dicho y ha podido concentrarse un minuto y pensar en otra cosa mientras se iba, pero sabéis que eso no es posible hacerlo constantemente.

—Yo sentí que era sincero —intervino Honda—. Creo que él mismo lo hará público en cuanto… ¿Cómo dijo? ¡Ah, sí! En cuanto lo confirme.

A raíz del trabajo del profesor, comenzaron una discusión habitual entre tapos, en la que cada uno daba su opinión sobre el tema de su origen. La conclusión siempre iba en la línea de que lo más probable era que ellos descendiesen de la colonia valerana —directamente de la rama bauta, como una evolución de los valeranos puros, o ambas cosas—, aunque sin encontrar explicación al retroceso tecnológico y cultural sufrido.

En aquella ocasión la discusión fue interrumpida por la entrada del alférez Itzu en el barracón. Se le notaba alterado mientras miraba en rededor.

Viendo a Aníbal, y dado que no había nadie de rango superior presente, se dirigió directamente a la mesa que ellos ocupaban. Antes de que abriese la boca, todos los presentes sabían ya lo que iba a decirles.

—Se escuchan explosiones lejanas —se interrumpió para recuperar el aliento—. Corren rumores de que un grupo de los nuestros ha ido sacando de las ictionaves armas atómicas ligeras y están atacando a los ghuros.

—¡Una radio! —pidió Aníbal mirando alrededor. Sabía que muchos de ellos portaban equipos ligeros, de escasa potencia, pero suficiente como para comunicarse dentro de la base. Podían utilizarse con la tranquilidad de saber que no iban a ser detectados por los thorbod, y mucho menos bajo el monstruoso manto de roca que les separaba del exterior.

—… si alguien está al otro lado, por favor —se escuchó en cuanto uno de los presentes conectó y tendió a Aníbal la radio que llevaba.

—Soy el capitán Aznar —dijo nada más tener el aparato en sus manos—. Identifícate, por favor.

—«Astronauta Estévez. Estoy a escasos metros de la entrada de la bóveda que están acondicionando los ghuros para vivir. Esto es una carnicería. Al menos ochenta de nuestros hombres con la armadura enfundada están disparando contra cualquier ghuro que encuentran.

»Por el momento parece que llevan la iniciativa, pero los ghuros son decenas de miles y les barrerán en cuanto reaccionen».

—¡Vuelve aquí, Estévez! —Se volvió hacia los demás—. Esto es muy preocupante; ahora sí que les hemos dado una excusa para desconfiar.

—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó Honda angustiada.

—Que más vale que volvamos a embarcar las vetatom en las ictionaves lo más rápido que podamos y nos preparemos para salir de aquí…

Capítulo VIII

EL FIN

Mientras se preparaban para lo inevitable, Se estuvieron turnando frente al aparato de radio sin lograr contactar con los atacantes ni con nadie más.

Nadie discutió la orden de Aníbal: ni los otros capitanes que allí se encontraban ni los miembros de otras tripulaciones. Todos estaban seguros que lo primero que harían los ghuros nada más controlar la situación sería expulsarles de allí, y lo más probable era que lo hicieran por la fuerza o al menos sin darles tiempo a hacer preparativos. Sin embargo, todavía tenían algo de margen porque se seguían escuchando explosiones lejanas que llegaban del túnel que comunicaba con la bóveda en la que se estaba luchando.

A instancias de Honda, las cajas con las vetatom que habían sido rescatadas del Talión fueron embarcadas en el Karnac. Mientras verificaban que todo estaba en orden, el alférez que permanecía en ese momento a la escucha con el aparato de radio se acercó a ellos y les dijo que estaba recibiendo una comunicación del profesor Lecter.

—¡El profesor Lecter! ¡Lo había olvidado! —Y acercándose el aparato dijo—: Profesor, ¿me escuchas? Tienes que venir aquí. Deja lo que estés haciendo y regresa a la bóveda de atraque.

—¿Qué ocurre, Aznar? He estado escuchando como explosiones, pero hasta ahora no había recordado que entre el equipo llevaba una radio.

Le explicó brevemente la situación e insistió para que regresase.

—No puedo dejar esto ahora, Aznar. Estoy a punto de dar con las láminas que buscaba. ¿Sabes? Ignorábamos muchas cosas sobre nuestro pasado.

—Ya me lo contarás cuando estés de regreso, profesor.

—Aún hay tiempo. No pienso salir de aquí hasta haber terminado; ¡ni lo sueñes!

—Al menos mantén la radio encendida —le dijo viendo que iba a resultar imposible convencerle.

—De acuerdo. Hasta luego.

Iba a volverse hacia Honda para decirle algo cuando tuvo de repente una extraña y sobrecogedora sensación, mezcla de intuición y percepción. Era como si…

—… como si aumentase la presión —dijo ella interceptando sus pensamientos—. ¿Qué ocurre, Aníbal?

—No lo sé —además de la inquietante sensación, se dio cuenta de algo más—. ¿Te has dado cuenta de que han cesado las explosiones por completo?

Ella asintió mientras pensaba que, aunque los ghuros hubieran controlado a los atacantes, ninguna batalla termina de repente sin que se vuelva a escuchar nada más.

Podían sentir el desasosiego de todos los que estaban a su alrededor.

—¡Capitán! —Escuchó a sus espaldas—. ¡Las paredes! ¡Por todos los…! ¿Qué está sucediendo aquí?

Miró hacia donde señalaba el que había hablado, que se había quedado mirando atónito e inmóvil como una estatua. ¿Qué era aquello?…

¿Cómo explicar lo que estaba sucediendo? Se frotó los ojos como no dando crédito a lo que veía. Era como si la roca se fundiese… ¡No! Como si encogiera. Como si estuviese hecha de un material elástico que recuperaba su tamaño original… ¡Pero era roca! ¡Roca pura de una dureza que hacía imposible que sucediese aquello sin que la temperatura aumentase hasta superar los seiscientos grados centígrados!

No se trataba de fusión de la roca. No solo no notaba aumento de la temperatura, sino tampoco cambio en su color, ni la más diminuta columna de humo.

Alguien rompió el desconcertante silencio con otra exclamación:

—¡Mirad! ¡El techo!

Levantó la vista y sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Al principio parecía tan solo el efecto de alzar la cabeza con demasiada rapidez, pero enseguida se daba uno cuenta que la parte superior de la bóveda iba perdiendo altura poco a poco pero de forma evidente y continua.

El silencio… ¿Cómo podía estar sucediendo todo en el más absoluto silencio? Aquello aumentaba más aún la sensación de estar sufriendo un sueño… una pesadilla ¡Era imposible que eso sucediera y no se escuchase absolutamente ningún ruido!

Reaccionó al ver cómo el túnel que tenía a su izquierda también tenía el techo más bajo. Los diecinueve o veinte metros de altura que tenía se habían reducido a tan solo algo menos de ¡tres metros!

Ello le hizo recordar al profesor. Salió corriendo hacia el lugar donde se encontraba la radio, de la que nadie se había ocupado desde que había comenzado el fenómeno.

¿… saber qué pasa? ¿Me escucha alguien? —El profesor intentaba hacerse escuchar.

—Profesor, soy yo, Aníbal Aznar.

—¡Por fin! No sé qué ocurre, pero estoy atrapado aquí.

—Nosotros tampoco lo sabemos. Es como si las bóvedas y los túneles encogiesen.

—Si allí también sucede, entonces estoy listo. No podré salir de aquí.

—No sé qué podemos hacer…

—No te preocupes. Lo importante es que lo que he descubierto no se pierda conmigo. Escucha atentamente; sé lo que ocurrió aquí y porqué desapareció todo rastro de progreso. También porqué los tapos sufrimos un retroceso tecnológico y cultural.

—Profesor, yo…

—¡Calla y escucha! Hay más; no todos perecieron. Algunos escaparon y sé hacia dónde se dirigían. Memoriza lo que voy a decirte… ¡Nooooo!

Un estruendo y después solamente estática en el aparato de radio.

—¡Profesor! ¡Profesor!…

Tras varios minutos intentando infructuosamente contactar con Lecter, la mano de Honda sobre su hombro le sobresaltó. Miró alrededor: el techo de la bóveda se encontraba ya a tan solo veinte o veinticinco metros de sus cabezas y comenzaban a escucharse los primeros crujidos y explosiones del material y construcciones que eran aplastados por la roca. Ninguno de los túneles que comunicaban con el resto del complejo era visible ya.

—Tenemos que irnos o moriremos —le dijo ella—. Llevamos a demasiadas personas desmaterializadas en las bodegas como para correr más riesgos.

Cuando se volvió antes de atravesar la compuerta del Karnac, la altura de la bóveda era ya tan solo de nueve metros y estaba a punto de llegar a la parte superior de la nave.

Una vez dentro, pulsó el comunicador que había en la pared y dijo a los que estaban en la Sala de Derrota:

—Sacadnos de aquí y llevadnos a mar abierto…

Capítulo IX

ESPERANZA

—¿Qué era aquello? —le preguntó Honda pasados dos días mientras tomaban un refresco en una de las salas de la ictionave.

—No lo sé —respondió encogiéndose de hombros—. Mi intuición me dice que quienes lo construyeron, descendientes de bautas y valeranos según el profesor Lecter, debían de haber llegado a un grado de evolución tal que, para ellos, el uso de armamento atómico dentro de aquel lugar significaba que los secretos que ahí se escondían debían ser protegidos.

—¿Cómo una especie de detector que destruía la base si se llegaban a utilizar armas dentro de ella?

—Algo así. Me imagino que para ellos debía ser algo lógico, basado en un concepto de la vida y la ética que a nosotros se nos escapa. El caso es que nunca sabremos si Lar llegó a ser habitado o se trataba de un legado para unos seres que hemos demostrado no estar a la altura requerida, luchando en su interior y provocando su destrucción.

—¿Qué sería lo que descubrió el profesor Lecter?

—Nunca lo sabremos, Honda, pero lo que sí es cierto, es que noté su voz nerviosa, pero no excitada, sino incluso triste, como si las respuestas que halló no le hubieran gustado. Talvez sea mejor que sigamos sin conocer el pasado.

—¿Y el futuro? —preguntó ella apoyando la cabeza sobre el pecho de él con ternura.

—Recuerdo que desde que Marek vino a vivir con nosotros tras la muerte de su madre, repetía cada día que Valera terminaría por regresar. Tengo el presentimiento de que estaba en lo cierto y no queda mucho tiempo para que suceda…

F I N