ÉRASE UNA VEZ EN MAQUETANÍA
Erase una vez una estrella rodeada de su cohorte de planetas. Curiosamente todos ellos eran cilíndricos y compartían la misma órbita, como si hubiera habido allí un inmenso anillo que se hubiera roto en varios pedazos. Todo un enigma para un astrónomo recién llegado. Si ese científico hubiera tenido un buen telescopio, sin duda le habría llamado la atención la caravana de naves que iban de un determinado planeta a otro situado al otro extremo de la órbita.
Este último, conocido por sus habitantes como Maquetanía, era prácticamente un único continente, limitado por grandes cordilleras y con un inmenso océano en el centro. Aunque en algunas regiones, la montaña llegaba hasta el mar, donde se desplomaba, en otras partes había amplias playas impolutas, el sueño de cualquier bañista. Pero extrañamente, y aunque el sol siempre en el cenit las calentaba hasta la temperatura ideal, estaban vacías.
Pero de repente, las olas incesantes dejaron en la arena una figura humana inmóvil con una armadura de vacío cuya provisión de oxígeno había impedido que ella se ahogara. Porque era una mujer, como podía leerse en la identificación del pecho: teniente de fragata Honda Tuzzi de la Armada de Electra. Aunque el vaho que empañaba su escafandra dejaba bien claro que estaba viva, no hacía el menor movimiento.
Después de un tiempo indeterminado, otras cuatro figuras equipadas de la misma forma, pero estas conscientes y totalmente alertas, salieron del agua y se dirigieron rápidamente al yaciente cuerpo. Mientras tres desenfundaban su arma y vigilaban con cierta aprensión la selva lindante a la playa, el cuarto se agachó frente a la oficial y tras examinarla brevemente ordenó a los soldados.
—Nada grave. Solo sufre de algunas contusiones y una leve conmoción. Vosotros dos cogedla y volvamos al Karnac, que no es prudente estar tanto tiempo al aire libre.
—A tus órdenes, doctor.
Así, mientras el tercero continuaba atento, sus compañeros cogieron a la inconsciente mujer y todos volvieron a sumergirse. Rápidamente, las olas inmisericordes borraron las huellas de aquellos militares y pronto no quedó señal de su presencia allí. Volvió así la tranquilidad, solo perturbada por el ruido de los animales que vivían en la espesura y el sonido que hacían veloces aparatos que sobrevolaban el océano de un lado a otro.
* * *
Honda abrió los ojos y estaba sentada en un banco en medio de un parque situado en una ciudad idílica, que estaba construida dentro en una cueva. Se levantó y empezó a pasear en medio de la feliz multitud. De repente todo empezó a temblar y profundas grietas se abrieron en la bóveda. Mientras todo el mundo gritaba y la gente corría llevada por el pánico, ella estaba paralizada mirando como unas garras verdes se habrían camino por la sólida roca.
Detrás de esas extremidades apareció un espantoso ser de cuatro metros de altura y con una profunda expresión de maldad en su cara, que dando un increíble salto fue a parar cerca de ella. Ese movimiento tuvo la virtud de sacarle de su estupor y empezó a correr hacia la sala donde estaban las Karendon traslator que la sacarían de allí. Aunque en ningún momento miró hacia atrás, sabía por la vibración del suelo que ese monstruo la seguía.
De repente, y cuando ya estaba muy cerca, un proyectil pasó por encima de su cabeza y una explosión provocó que la pared se precipitase ante la puerta de la habitación impidiéndole la huida. Se giró entonces y vio al alienígena, que sostenía un fusil en su mano izquierda, acercándosele mientras empezaba a reír satánicamente. Honda gritó y de repente, dando un salto, despertó.
Con el corazón desbocado, miró a su alrededor y se descubrió vestida con la típica bata de hospital y sentada en lo que parecía una cama de la enfermería de un navío de la Armada Tapo. Intentó ponerse en pie, pero antes de poder moverse, una mujer de blanco apareció de la nada. Rápidamente la cogió de los hombros y mientras firmemente la obligaba a acostarse, le decía con voz amable.
—Tranquila, teniente, está usted a salvo. Se encuentra a bordo de la ictionave Karnac, de la flota de Electra.
—¿Electra? —exclamó la tapo al escuchar ese nombre—. ¿Ustedes también son de Electra? ¿Saben algo de la Talión? —Replicó Tuzzi.
—Lo siento, pero no pertenezco al personal de mando, así que no estoy muy al día del estado de la flota. Espere un momento que llamo al médico que la salvó; de hecho me ordenó que le avisara en cuanto usted se despertara, y él se lo explicará todo mejor.
Tras decir esas palabras, la enfermera se alejó y la dejó sola pensando en cómo había llegado hasta allí. Lo último que recordaba fue cuando sometidos al ataque de los thorbods, y con la nave gravemente dañada, el capitán Inoxor les había ordenado evacuarla. Ella había sido de los últimos en abandonar el puente. Y antes de llegar a la sala de las Karendon, el casco por fin había cedido y el agua la había arrastrado.
Debía haberse golpeado con algo y las corrientes la habían arrastrado hasta algún sitio donde había sido rescatada. Cuánta razón tenía la flota al ordenarles llevar la armadura completa durante el zafarrancho de combate. Si no habría sido por ella, sin duda se habría ahogado. Y eso le hacía pensar en qué habría sido de sus compañeros. Tenía que preguntar si a ellos también los habían rescatado y estaban en la nave.
Concentrada en estos pensamientos, no se dio cuenta que el médico se había acercado, así que le sorprendió totalmente el que le hablase.
—Buenos días, teniente Tuzzi. ¿Qué tal se encuentra usted?
—Bien, muchas gracias. Dígame, doctor ¿Cómo es que estoy aquí?
—Pues estaba yo tan tranquilo en la enfermería cuando el Capitán reclamó mis servicios. Fui rápidamente al puente y en cuanto me vio, me dijo.
—Ah, ya estás aquí. Hemos descubierto en una playa cercana un cuerpo inconsciente. Según los sensores, parece que está vivo. Así que ya puedes ir poniéndote tu armadura de vacío y dirigiéndote a la exclusa. Te acompañaran tres soldados para escoltarte y ayudarte en aquello que necesites.
—Así fue como la encontré —continuó explicando el médico—. Lo demás es historia. La curé de sus heridas y aquí estamos.
—Pues parece que he de agradecerle el salvarme la vida, ¿no? —comentó Honda.
—En absoluto. Es el capitán quien la localizó. Yo me limité a realizar mi trabajo. A propósito, esto me recuerda que él me ordenó que le comunicara cuando usted estuviera en condiciones de mantener una conversación. ¿Cree que ya puede hacerlo?
—Sí, me parece que sí —contestó la tapo decidida tras unos segundos callada como si estuviera comprobando que todo estaba en orden en su cuerpo.
—Perfecto —contestó sonriente—. Pues voy a avisarle y posiblemente vendrá a hablar con usted pronto. Si necesita algo, no dude en llamar a la enfermera.
Tuzzi mostró su acuerdo y el facultativo se despidió de ella y fue a un terminal desde donde estuvo hablando brevemente con un invisible interlocutor. Honda se dispuso a esperar el tiempo que fuera necesario y a punto estuvo de pedir algo para pasar el tiempo. Pero no fue necesario, ya que en pocos minutos entró en la sala un hombre alto que supuso acertadamente que era el comandante de la nave.
Este habló unos momentos con el médico y a continuación fue hacia ella. Pudo entonces verle la cara y mientras el corazón se le aceleraba, le apareció en el rostro una expresión de total sorpresa. Esta no pasó desapercibida al Capitán, que le preguntó.
—¿Ocurre algo, teniente? Parece como si hubiera visto un aparecido.
Ante esa pregunta, ella solo pudo balbucear - ¿Pero, Marek, como es posible? Si te dejé en el refugio hace solo unos días.
—¿Marek? —Reaccionó extrañado el interpelado—. Ah, ¡ya lo entiendo! Me confunde usted con mi tío. No es la primera vez que ocurre. Todo el mundo dice que somos muy parecidos. Me presentaré. Soy Aníbal Aznar, hijo de César, el hermano mayor de Marek.
—¿Sobrino? ¿Es usted el sobrino de Marek? Pero si deben tener una edad muy parecida.
—Bueno, es que mi padre César y él son hermanastros. Y dígame, ¿de qué lo conoce?
—Fue durante la evacuación de Electra —empezó a explicar como quien recuerda algo que ha pasado hace mucho tiempo— cuando mi nave, la Talión, estaba de patrulla y recibió la orden de prepararnos para la llegada de refugiados provenientes de la ciudad. Él fue uno de los que vinieron a bordo a través de la Karendon traslator.
—¡Ah! Así que mi tío consiguió sobrevivir a la destrucción de la urbe. Me alegro. Estaba preocupado por él. ¿Y qué pasó después?
—Pues que junto al resto de pasajeros desembarcó en uno de los puertos ocultos de la región de Muros. Pocos días más tarde la Talión tuvo que zarpar de nuevo para otra misión y desde entonces ya no sé nada más de él. Pero supongo que aún estará allí.
—Ya veo —comentó el Capitán—. ¿Y qué ocurrió con la Talión? ¿Fue hundida o usted había salido para realizar alguna misión de espionaje o algo por el estilo, y tuvo un percance en la playa?
—Lo primero. Cuando no hacía una semana que habíamos iniciado la patrulla, los thorbods nos localizaron de alguna forma y empezaron a bombardearnos. Yo pude salvarme, pero desconozco que les pasó a mis compañeros. ¿Han encontrado a alguien más?
—No, solo a usted y por casualidad.
—¿Y cómo es eso? —preguntó curiosa Tuzzi.
—Pues que tenía la intención de desembarcar algunos de mis hombres para explorar la región y ver si encontrábamos algo que nos fuera útil, cuando al estudiar la línea de la costa para comprobar que no había ninguna amenaza cerca, la localicé.
—Caramba, pues sí que tuve suerte. Solo que hubiera decidido hacer el desembarco unos kilómetros a la derecha o a la izquierda de donde lo hizo, no me hubiera encontrado. Pero bueno, dejemos los «y si» —concluyó con decisión la teniente.
—Sí, tienes toda la razón. Supongo que no te importa que te tutee, ¿verdad? —Honda no tuvo ningún problema y satisfecho, Aníbal continuó hablando—. Bien, te agradezco toda la información que me has dado. Ya puedes imaginarte que en la situación actual, no podemos utilizar la radio, ya que probablemente los hombres grises nos localizarían rápidamente y destruirían. Así que cualquier noticia del exterior siempre es bienvenida.
—Vaya, pues me alegro de haber sido útil —contestó sorprendida Tuzzi—. ¿Y ahora qué ocurrirá conmigo? Estoy dispuesta a ayudar en todo lo que esté en mis manos.
—Gracias por el ofrecimiento, pero es prerrogativa de mis superiores decidir dónde te colocan.
Honda iba a hacer un comentario cáustico sobre cómo se iba a poner en contacto con unas personas que probablemente estaban a miles de kilómetros. Pero estaba equivocada en este punto, como le demostró Aznar.
—Pasado mañana llegaremos a una base cercana y ahí te desembarcaremos. Hasta entonces eres mi invitada. Así que descansa, ahora que puedes. Nunca se sabe que nos espera allí y seguro que entonces lo encontrarás a faltar.
* * *
La teniente hizo caso al consejo y los dos siguientes días fueron los más tranquilos que experimentaba desde hacía semanas, aún antes de que empezara la ofensiva thorbod. Eso y los buenos momentos que pasó en compañía de la oficialidad del navío, con quienes compartió todas las comidas, casi le hicieron olvidar que más allá del protector océano que les rodeaba se estaba desarrollando una guerra sin cuartel.
Pero ahí estaba y fue mientras estaban acabando la comida del segundo día, que una voz bien modulada y aparentemente tranquila, como correspondía a un buen oficial, surgió del intercomunicador del comedor.
—¡Todos a sus puestos! ¡Aíslen los compartimentos! ¡Capitán al Puente!
Como llevados por un resorte, todos los presentes se levantaron rápidamente y salieron de la sala, saludando a Honda mientras iban a la puerta. Solo Aníbal se demoró un poco para hablar con ella, pero su invitada se le adelantó.
—¿Qué ocurre? —Le preguntó—. ¿Acaso estamos llegando a la base?
—Es lo más probable —contestó el Capitán—. Este es un momento muy delicado, ya que hemos de asegurarnos que los thorbods no nos detecten bajo pena de perder otro puerto. Así que he de pedirte que vayas a tu camarote y no salgas de ahí hasta nueva orden.
Tuzzi ya sabía de qué iba esto, así que obedientemente volvió a sus aposentos y allí recogió su escaso equipaje. Pero no pudo dejar de prestar atención al ruido de los motores y a la inclinación de la ictionave. Pudo así notar como primero frenaban mientras bajaban. Poco después, los timones pusieron horizontal el aparato que continuó así bastante tiempo hasta que por fin volvieron a subir y los motores se pararon.
Eso solo podía indicar que ya habían llegado al puerto subterráneo y efectivamente en pocos segundos la misma voz que antes había interrumpido la sobremesa se oyó por todo el sumergible.
—¡Atención! ¡Atención! ¡El comandante va a hablar! ¡Atención! ¡Atención!… —Se produjo entonces una breve interrupción y a continuación apareció el interpelado.
—«Compañeros, lo hemos conseguido —expresó con una mezcla de orgullo y satisfacción—. Hemos sobrevivido a otra patrulla. Estoy muy contento de vuestra labor y así se lo haré saber a mis superiores. En estos momentos, la tripulación de tierra lo está preparando todo para que desembarquemos. Descubriréis que la base es muy pequeña, con solo lo imprescindible. Así que no contéis con una gran zona recreativa.
»Y ya sabéis. ¡No quiero quejas! Que os divirtáis —dijo con un tono entre admonitorio y divertido del tipo no me hagáis mucho caso».
Acabo así Aznar su parlamento y casi inmediatamente, un grito de alegría brotó por todas las cubiertas, mezclado con voces felicitándole por lo bien que les había llevado. Siguió a eso el ruido de muchos pies corriendo, pero pronto volvió la tranquilidad. Honda dudaba de si imitar a la tripulación o no, ya que no sabía a quién presentarse. No hizo falta que se decidiese, ya que en pocos minutos, apareció Aníbal que le pidió que le siguiera.
Los dos bajaron a tierra y ella vio que, como esperaba, se encontraban en una instalación subterránea, con un lago que comunicaba con el mar por el conducto que la Karnac había atravesado hacía unos instantes, y con varios muelles donde anclaban las naves. Su número le llamó la atención, ya que solo había cinco en condiciones de ser usados, tres de los cuales, contando la suya, estaban ocupados.
En aquel puerto donde parecía que hacía una eternidad había desembarcado Marek, podían verse veinte y todos a pleno rendimiento. Pero esto no era lo único curioso, ya que todo el recinto era bastante reducido, aunque varias máquinas de excavación indicaban que se estaba ampliando, y los cuarteles y otras instalaciones parecían provisionales, como esas edificaciones que se pueden encontrar en las obras mientras se construyen las definitivas.
Todo esto dejo perpleja a Tuzzi que no pudo dejar de preguntarle a Aznar a donde la había llevado.
—Aníbal, ¿puedes decir dónde estamos?
—Claro que sí. En la base B-3, bajo la planicie de Erraxi.
Al escuchar esto, la reacción de Honda fue de sorpresa total y obsequió a su interlocutor con una mirada de incredulidad. Él se la sostuvo unos segundos intentando descubrir que era lo que le pasaba. Al final creyó descubrirlo y dijo.
—Ah, ya lo entiendo. Te preguntas como es posible que nos encontremos en Erraxi, tan lejos de Muros, donde están la mayoría de puertos ¿verdad? Pues es simple. Se trata de aplicar a nuestros refugios el conocido dicho de «No poner todos los huevos en el mismo cesto».
—¿Pero cómo es que nunca he oído hablar de que se haya establecido ningún refugio por esta zona?
—Es que aún no estaban acabadas y por eso no se había publicitado su existencia. De hecho, en cuanto se inició la ofensiva, los operarios trabajaron lo más rápidamente posible para dejar listo lo indispensable. Y no me digas que no te has dado cuenta, me he fijado de cómo lo mirabas todo.
—Sí, tienes razón… —reconoció la teniente que se quedó callada un momento mientras pensaba en que decir a continuación—. ¿Y ahora dónde vamos?
—Pues como es normal después de finalizar una patrulla, a presentar el informe al oficial al cargo de la instalación. Él decidirá cuál es el mejor destino para ti.
Tras esta última frase, a ninguno de los dos se le ocurrió nada más que decir, así que fueron en silencio hasta la comandancia. Después de identificarse ante el guardia de la puerta, que les dejó expedito el acceso, caminaron a buen ritmo hacia el despacho del coronel Guitó, a la sazón comandante de la base B-3. Pero cuando aún estaban a diez metros, oyeron los gritos que salían de allí, así que frenaron su velocidad mientras no podían evitar escucharlo.
—… ¿Medio inundada? ¿Y lo han hecho esos malditos ghuros?
—No —contestó otra voz, está más joven—. Ya estaba así cuando la descubrimos. La cuestión es que por algún sitio de esa zona es por donde han entrado.
—Pues que bien… ¿Eh? ¿Qué pasa aquí? ¿Capitán Aznar, eres tú? —preguntó Guitó al susodicho que ya había llegado a la puerta y había picado en ella para hacerse notar—. ¿Y quién es esa guapa joven que te acompaña?
—Es la teniente Honda Tuzzi, segunda al mando de la ictionave Talión —contestó Aníbal mientras la muchacha se ruborizaba ligeramente con el piropo a la vez que le saludaba militarmente.
—Encantado. Soy el coronel Mauricio Guitó. Así que usted pertenece a la tripulación de la Talión, ¿eh? ¿Y cómo es que no está a bordo?
Honda hizo ademán de empezar a explicarse, pero su salvador se le adelantó y se lo explicó todo a su superior, que escuchó atentamente, haciendo alguna pregunta aquí y allá para aclarar algunos puntos. Finalmente, cuando se sintió satisfecho, se dirigió a Tuzzi.
—Así que, teniente, su nave fue hundida y ahora está en espera de otro destino.
—Pues… sí. Se podría decir así. Aunque eso de destino…
—Sí, tiene razón. No es una palabra muy afortunada. Pero no tiene importancia. La cuestión es qué hago con usted… Déjeme pensar.
Guitó se calló y parecía meditar unos instantes mientras hablaba en voz baja. De repente, su cara se iluminó como si hubiera visto al Espíritu Santo y se dirigió a su interlocutora.
—Ya lo tengo. ¿Qué le parece formar parte del equipo que investiga las ruinas que hemos encontrado mientras excavábamos la base? Precisamente ayer el oficial que lo dirige se quejó de que tiene demasiado trabajo y le iría de perlas una ayudante.
—¿Ruinas? ¿Qué ruinas? —preguntó la Teniente intrigada.
El Coronel sonrió al comprobar que había conseguido llamar su atención y dio el siguiente paso.
—¿Le interesa? ¿Sí o no?
—Pues sí, claro que sí —afirmó Honda ignorante de la importancia que tendría para su gente la decisión que acababa de tomar.
—Perfecto. Bien, contestando a su pregunta, resulta que hace unos días, mientras excavábamos una nueva sala, hallamos por casualidad un antiquísimo túnel que descendía hacia las ignotas profundidades. Naturalmente, nos llamó mucho la atención, así que envié un equipo a investigar que había allá abajo.
—¿Y que encontraron?
—Ya voy. No sea impaciente… Cuando la patrulla regresó, me informaron que el conducto desembocaba en una gran caverna ocupada por las ruinas de una ciudad de otra era. Como mínimo, pertenece al período de la primera colonización, cuando nuestros antepasados devolvieron la vida a los bartpuranos. Y quien sabe, tal vez incluso es suya.
—Sin duda todo esto interesará mucho a los científicos —puntualizó la tapo—. Pero no entiendo porque le da tanta importancia como para pedirme entrar en el proyecto. Sin duda sería más útil en el frente de batalla.
—¿Pero es que no se ha dado cuenta? Una vez saneada, será el refugio ideal para los millones de ciudadanos de Electra y otras ciudades que consiguieron escapar del ataque gracias a las karendones traslator y cuyas cintas vetatom guardamos como oro en paño. Está tan profunda y sus accesos están tan escondidos que si no somos imprudentes, los thorbods no podrán descubrirla jamás.
—Ah, pues visto desde este punto de vista, la cosa cambia. Estaré encantada de ayudar en esta loable tarea. ¿Y cuándo empezamos con las rematerializaciones? —exclamó ilusionada.
—Bueno. No todo es Jauja —contestó azorado Guitó—. Es que tenemos un problema. No somos los únicos que hemos hecho el descubrimiento. Prácticamente al unísono que nosotros, los ghuros encontraron un segundo acceso en el otro extremo de la caverna. Y aunque creemos que la ciudad es muy grande, no sabemos si lo suficiente para los dos.
—¿Pero qué ha ocurrido? —preguntó Honda alarmada.
—De momento nada. Solo se ha producido algunos contactos entre nuestras respectivas avanzadillas, pero tengo miedo de que haya un gatillo nervioso por allí y se produzcan enfrentamientos. Esto es lo último que deseo, tanto por los daños que pudiesen producirse en las ruinas como en la posibilidad que al final fuésemos detectados por los thorbods.
—Ya veo. ¿Y qué puedo hacer yo?
—Muy buena pregunta. Tengo la sana costumbre de dejar que mis subordinados hagan sugerencias sobre el camino a emprender. Así que, ¿tiene alguna idea? —inquirió el Coronel mientras la miraba con una expresión curiosa, como retándola a demostrar lo que valía.
Tuzzi se calló unos segundos mientras su cerebro funcionaba a toda máquina pensando en algo que impresionara a Guitó, o como mínimo no le hiciera repensarse el haberla aceptado. Finalmente, se le ocurrió una idea que no dudó en presentar.
—¿Y si celebramos una conferencia entre nosotros y ellos? Como usted ha señalado, a ninguno de los dos bandos le interesa verse envuelto en una batalla inútil que acabaría con los thorbods descubriendo y destruyendo el refugio.
—Sí. ¡Sí! ¿Por qué no? Si sale bien, todos nuestros problemas habrán desaparecido. Y además, ¿qué podemos perder por prepararla? —Dijo con un tono que había pasado del interés al entusiasmo—. ¿Quieres encargarte tú de dejarlo todo listo? —dijo a la Teniente sin darse cuenta que había pasado a dirigirse a ella en segunda persona del singular sin pedirle permiso.
—Bueno, me gustaría estudiar toda la documentación que existe sobre la caverna para estar lo mejor preparada para la reunión. Así que preferiría que otra persona se encargase de los detalles logísticos.
—Naturalmente. Ahora mismo daré órdenes para que te faciliten todo lo que necesites y podamos dejarte. Y sobre la conferencia en sí, ¿dónde crees que sería el mejor lugar en el que celebrarla?
—Obviamente, en terreno neutral. Yo escogería cualquier sitio que esté entre sus posiciones y las nuestras.
—De acuerdo. Llamaré al capitán Gerds, que tiene el mando allá abajo y le encargaré que busque algún edificio o lo que sea con las características que has indicado, y que lo habilite. ¿Estás de acuerdo?
—Sí, me parece bien. A propósito, ¿ha habido algún contacto con los ghuros? Es que alguno de sus hombres que sea un buen negociador tendría que informarles de la convocatoria de la reunión y preguntarles si están interesados en ella. No encuentro ningún motivo por el que tendrían que oponerse, pero de todas formas se tiene que actuar con tacto.
—Naturalmente. ¿Y cuándo crees que podrás hacerlo?
—¿Yo? —respondió sorprendida Honda—. Pero si le he dicho que necesitamos un diplomático. Y yo no lo soy.
—Pues chica, tus palabras no hacen más que desmentirte. Hacía tiempo que no me topaba a nadie que fuera tan buena vendedora como tú. Es obvio que naciste para esto.
Tuzzi hizo algún ademán de protestar, pero el Coronel ya se lo veía venir y dejo ir un argumento definitivo.
—Además, fíjate que tú estás teniendo todas las ideas. Incluso si aceptase buscar a otra persona, esta tendría que estar continuamente en contacto contigo para pedir instrucciones. Y esto es inaceptable en una negociación donde la diferencia entre el éxito y el fracaso puede deberse a una sola frase en el momento justo.
Al escuchar esto, la Teniente reconoció a regañadientes que su superior tenía razón y que no había nadie mejor que ella para hacer ese trabajo. Así que recogió velas y dijo con una voz bastante más humilde que antes.
—Está bien. Lo haré. Ahora sí que necesito que me pase lo antes posible toda la información que tengamos de esas ruinas y las zonas que controlemos tanto nosotros como los ghuros. Además, necesito que ordene a Gerds que se ponga en contacto con ellos y les avise de que iré a hacerles una propuesta.
—De acuerdo, capitana Tuzzi.
—Perfecto. Ahora me gustaría disponer…
Totalmente lanzada en su nueva función, la tapo tardó unos segundos en comprender como se le había dirigido. Pero al final lo hizo y entonces, mirando con los ojos muy abiertos a Guitó le preguntó.
—¿Perdón? ¿Qué ha dicho? ¿Me ha llamado capitana?
—Efectivamente —contestó el Coronel con una amplia sonrisa en su rostro—. Si tienes que llevar las negociaciones, no puede ser que una vez en la gruta, tengas a nadie por encima que pueda darte órdenes. Así que he decidido ascenderte. Además, y para darte aún más autoridad, voy a nombrarte representante plenipotenciario mío.
—¡Vaya! Aunque no estoy segura de que merezca tantos honores, muchas gracias por la confianza que está depositando en mí. Le consultaré antes de tomar cualquier decisión importante… Bueno —cambió totalmente de tema de conversación recuperando lo que iba a pedirle antes de enterarse del ascenso— como estaba diciendo, necesito una habitación tranquila donde estudiar toda la documentación.
—Faltaría más. Ahora mismo te buscarán un despacho tranquilo y una habitación donde puedas descansar cuando lo necesites. Si quieres algo más, no dudes en pedírmelo. Bienvenida a bordo.
Tras esas palabras, Guitó se dispuso a despedirse, pero recordó que faltaba una cosa por decirle y retomó la palabra.
—Por cierto, una última cosa, que por poco se me olvida. Como seguramente tendremos que trabajar juntos mucho tiempo, pues háblame de ti.
Honda mostró su acuerdo a un satisfecho coronel, que acompañándola hasta la puerta, le confirmó que se encargaba inmediatamente de conseguir todo lo que necesitaba y le deseó mucha suerte en su difícil tarea.
* * *
Cuando la recién nombrada capitana acabó por fin de leerse la montaña de información que le habían pasado, hazaña que le había dejado la cabeza como un bombo, había escrito tantas anotaciones que por poco no había tenido que pedir otra libreta. Tras suspirar, se desperezó, dejando ir un sonoro bostezo y se levantó para refrescarse antes de volver a sentarse y pasar todo eso a limpio.
Pero solo ponerse en pie, se dio cuenta de que estaba muy hambrienta, no había comido nada desde junto antes de sentarse, y que le estaba invadiendo un sueño invencible. Así que no le quedó otro remedio que, tras darse una breve ducha e ingerir un tentempié, someterse a un sueño reparador. Pero de alguna forma, parte de su cerebro continuó activo, analizando la información analizada y buscando en ese lío algo que fuera útil.
Y de repente, los engranajes encajaron y la solución apareció en su mente. Era tan sencilla, tan elegante. Pero sabía que tenía que ser implementada con rapidez. Fue eso lo que le hizo despertarse con una gran sensación de urgencia. Tenía que decírselo inmediatamente al coronel. Así que se vistió y adecentó lo más rápidamente posible y se fue corriendo hacia el despacho de Guitó.
Pero según se iba acercando, su nerviosismo se fue atenuando y cuando llegó a la antecámara, y en lugar de entrar como una tromba, se paró y con el corazón bombeando con fuerza en su pecho, le preguntó a la asistente de su superior si podía entrar. Pero ella le contestó que estaba reunido con los capitanes de las naves ancladas en la base y que tendría que esperar a que acabaran. Pero que no se preocupara, ya que no creía que les faltara mucho.
Un poco fastidiada por ese retraso, aunque parte de ella ya se esperaba que un hombre con tantas responsabilidades como el Coronel estuviera ocupado. Así que haciendo acopio de paciencia, se sentó e intentó mantenerse tranquila hasta que la reunión finalizase y le llegara el turno. Pero la inquietud que creía sofocada resurgió de nuevo con fuerza y los siguientes diez minutos se convirtieron en los más largos de su vida.
Primero se dedicó a tamborilear con los dedos en una mesa cercana hasta que la secretaria le pidió que dejara de hacerlo, ya que era molesto y no le dejaba concentrarse en su trabajo. Lo mismo ocurrió con los golpes al suelo con sus botas y pronto se cansó de mirarse las manos y juguetear con su largo pelo. Se dio cuenta entonces que no podía seguir así, ya que lo que menos le interesaba era entrar donde Guitó hecha un manojo de nervios.
Así que recurrió a una ancestral técnica de relajación que le había enseñado un terapeuta durante su inquieta adolescencia y poco a poco consiguió regularizar el ritmo de sus latidos y su respiración. Pero todos sus sentidos estaban alertas y en cuanto escuchó girar el picaporte de la puerta del despacho, abrió los ojos y se levantó de un salto. Vio salir así a tres hombres y dos mujeres a los que solo miró de pasada.
A todos menos al último, Aníbal Aznar, cuya sola visión hizo que su corazón latiera más rápido. Deseaba hablar con él y explicarle todo lo que le había pasado desde que se separaron el día anterior en esa misma habitación. Pero por más que le doliera, sabía que su misión era más importante. Así que tendría que retrasar esa conversación. De todas formas, no pudo evitar saludarle.
—Ey, Aníbal, ¿cómo estás?
—Pues ya ves, muy ocupado. Ayer por la noche llegaron dos ictionaves más, el Quarkes y el Saulet, y el coronel nos convocó a todos los capitanes para comentar las novedades. ¿Y tú que tal, capitana Tuzzi?
Al captar como la llamaba, Honda le miró con los ojos muy abiertos y la boca abierta ¿Cómo lo había descubierto? Aníbal, divertido, le sostuvo la mirada unos segundos y a continuación le dijo.
—Seguro que te estás preguntando cómo me he enterado, ¿verdad? —Expuso satisfecho de haber conseguido sorprenderla—. Podría contestarte que en una base pequeña como esta, las noticias vuelan. Pero la verdad es que Guitó nos lo acaba de explicar, junto a la misión que te ha encomendado. Si puedo ayudarte…
—Muchas gracias. A lo mejor más adelante… Me gustaría continuar hablando, pero me reclaman —dijo haciendo un gesto hacia la asistente que le mantenía abierta la puerta del despacho en una clara invitación a entrar—. Cuando acabe, te buscaré y entonces ya veremos si hay algo. Bueno, hasta luego.
Con este breve despedida, la tapo se separó del capitán Aznar y caminando firmemente, se plantó ante el Coronel que fue directamente al grano.
—Me acaba de decir la señorita Remine que tienes algo importante para comunicarme. ¿De qué se trata?
—Pues que he encontrado el argumento definitivo para convencer a los tapos de que podemos compartir las ruinas.
—Ah, pues vale —contestó su superior un poco decepcionado, ya que se esperaba algo de mayor importancia. Pero veía a Honda tan ilusionada que procuró que no se le notará en la voz—. ¿Y cuál es?
—Sabemos por un lado que los ghuros son seres que acostumbran a vivir en ciudades semisumergidas al lado del mar. Unamos a eso que estudiando la documentación he descubierto que la parte inferior de las ruinas está parcialmente inundada, y la oferta que les podemos presentar surge por si sola.
—¿Qué pretendes? ¿Dividir la ciudad o lo que sea en dos, con nosotros arriba y ellos abajo?
—Exactamente ¿Qué te parece?
—Que tienes razón y que puede servir. Cuenta con mi apoyo. Pero si yo fuera tú, me iría preparando varios argumentos a favor por si, como previsiblemente ocurrirá, te ponen alguna pega. Vamos, que te montes una buena presentación.
—Naturalmente —contestó Honda un poco molesta por el comentario implícito de que no lo había hecho antes de ir a verle—. De hecho, ya la tengo bastante avanzada.
—Me alegro. ¿Cuándo crees que lo tendrás todo listo y podrás ir allá abajo?
—Si fuera necesario —señaló Tuzzi alarmada por la prisa que parecía que se había apoderado de Guitó, cuando el día anterior estaba mucho más tranquilo— en dos o tres horas podría moverme. ¿Qué ocurre algo?
—Sí, me temo que sí. Pensaba en decírtelo más tarde, pero ahora creo que cuanto antes te enteres mejor. Justo antes de empezar la reunión con los capitanes, me llegó un informe de que se han producido algunas escaramuzas entre nosotros y ellos. Así que tu propuesta de llegar a un acuerdo negociado ha cobrado mayor importancia.
—Haberlo dicho antes. Entonces con una hora ya tengo de sobras para prepararme —afirmó sin ningún asomo de duda aunque en su fuero interno lamentó tener que retrasar de nuevo el encuentro con Aníbal.
—¡Bien! Me alegra oír eso. Aquí tienes las credenciales de representante mío que te abrirán todas las puertas —le dijo mientras le entregaba una pequeña tarjeta de plástico de un brillante color dorado—. Ahora mismo avisaré al capitán Gerds para que un guía te espere cuando llegues a la caverna. Muchísima suerte.
—Gracias. Te mantendré informado. Hasta luego.
Una vez dicha esta última frase, la capitana volvió a la habitación que le había sido asignada y allá recogió rápidamente su poco equipaje y algunos documentos que creía que le podían ser útiles. Con todo eso en una maleta, bajó hasta el muelle y allí preguntó al primer soldado que encontró donde estaba el acceso a las ruinas. Con tantos recién llegados, tuvo que repetir esa maniobra varias veces pero al final encontró a alguien que le indicó.
Una vez orientada, caminó hacia una de las paredes, en la que se abría un túnel con bastante circulación y que tenía en su entrada dos guardias que con voz seria le pidieron su documentación. Les entregó la tarjeta que le había dado el coronel. Con ella en la mano, hicieron una breve llamada y poco después se la devolvían y le dejaban pasar a la vez que le saludaban militarmente.
Se internó así en el conducto, que tras algunos minutos de paseo, se ampliaba hasta formar una verdadera plaza donde un grupo de militares esperaban obedientemente delante de una verja custodiada por cuatro soldados. Se dirigió inmediatamente hacia ellos, que la recibieron fríamente y le dijeron que si quería entrar, que hiciera cola. No podía esperar a saber cuánto tiempo, así que decidió mostrarles el salvoconducto, a ver si servía de algo.
Y tanto que lo hizo. Su reacción fue instantánea. Solo verlo, se pusieron firmes, le pidieron disculpas y le dieron paso a un pequeño habitáculo metálico que estaba prácticamente lleno y que supuso que era el ascensor que bajaba por el túnel del que el coronel le había hablado. Efectivamente, en pocos segundos las puertas se cerraron y empezó a moverse. Honda estaba emocionada. Por fin podría conocer esas misteriosas ruinas.
* * *
Después de bajar no sabía exactamente cuánto, por fin el descenso terminó, las puertas se abrieron y las personas que la habían acompañado salieron rápidamente y desaparecieron hacia su ignoto destino. Ella también desembarcó, pero una vez fuera no supo qué hacer. Se suponía que alguien tenía que venir a recibirla y llevarla hasta el puesto de mando. Pero no parecía que ninguno de los escasos transeúntes que estaban por allí se fijase en ella.
Empezaba a barajar la posibilidad de buscarlo por sus propios medios cuando un joven oficial que no tendría mucho más de veinte años apareció corriendo. Se paró delante de ella y tras saludarla, empezó a disculparse mientras intentaba recuperar el resuello.
—Bienvenida a Antigua, capitana. Soy el alférez Colensi, la persona que tenía que recibirla. Le pido mil perdones por el retraso, pero un problema de última hora no me ha permitido venir hasta ahora.
—Tranquilo, ningún problema.
Intentó calmarle mientras pensaba cuando tiempo había pasado desde que ella ya no era una novata insegura como ese chico, probablemente en su primer destino. Pero no podía distraerse en recuerdos, tenía una misión. Así que le dijo.
—¿Vamos? Supongo que el capitán Gerds me estará esperando, ¿verdad?
—Sí, claro. En que estaría pensando. Por aquí. No me pierda de vista, que estas ruinas son un verdadero laberinto y si se perdiera, a saber cuánto tardaríamos en encontrarla… Por cierto, el Capitán tiene muchas ganas de verla.
—Y yo a él —contestó a esta inesperada confesión—. Confío que podamos resolver esta tensa situación sin tener que recurrir a la violencia.
Parecía que su interlocutor iba a contestar, pero pareció pensárselo mejor y al final se refugió en un mutismo del que no salió hasta llegar al puesto de mando. Allá anunció su presencia y a continuación, tras despedirse de ella, desapareció por una de las puertas que desembocaban en el vestíbulo. De todas formas, no tuvo mucho tiempo de pensar en su extraño comportamiento ya que el jefe de las fuerzas de Antigua apareció enseguida.
—Bienvenida, capitana Tuzzi. El coronel Guitó ya me ha informado de su propósito y de acuerdo con sus instrucciones, hemos avisado a los ghuros que queremos hablar con ellos y un representante suyo nos esperará donde estamos construyendo la sala de conferencias. Cuando quiera, vamos allá. Aunque tal vez prefiera descansar antes.
—Le agradezco su gesto, pero el tiempo apremia, así que cuando antes lo consigamos, mejor para todos.
—Como quiera. Si me deja unos segundos, les avisaré de su decisión y prepararé la escolta. Y antes de que ponga pegas, le recordaré que hemos tenido combates recientemente y que en las circunstancias actuales, toda precaución de seguridad es poca. Ya verá como ellos hacen lo mismo.
La tapo no veía claro que ir con una escolta armada fuera muy buena idea para infundir confianza a los ghuros. Pero se plegó a la mayor experiencia de campo de su anfitrión. Pero a cambio de aceptar, exigió que fuera lo más pequeña posible y que se mantuvieran siempre a tres metros detrás suyo. Fue entonces el momento en que su colega no se sintiera muy cómodo, pero consiguieron llegar a un acuerdo y pronto fueron al sitio del encuentro.
Al final resultó que Gerds tenía razón y la otra delegación también estaba escoltada. La situación era bastante tirante y nadie se movió hasta que ella se adelantó por la tierra de nadie. Como reacción, un ghuro hizo lo mismo y pronto se encontraron cara a cara. Honda sabía que ese era el momento de la verdad, así que compuso su mejor sonrisa, recibió como respuesta una impresión mental de confianza, aunque mezclada con un poco de comprensible recelo.
Bien, eso quería decir que podían iniciar la conversación, así que expuso la razón por la cual había pedido la reunión. Naturalmente, teniendo en cuenta las diferencias fisiológicas entre las dos especies, la comunicación fue telepática.
—Me llamo Tarr’Est’Pi —se presentó el ghuro—. Y si no estoy mal informado, mi graduación militar es equivalente al de sus comandantes ¿Y usted es?
—Capitana Honda Tuzzi —contestó la tapo sorprendida por la cortesía de la que hacía uso su interlocutor.
—¿Y cuál es el motivo de que haya pedido esta reunión, capitana Tuzzi?
—Simplemente, discutir cómo podemos conseguir convivir juntos y en paz en esta gran caverna.
Ya había dejado ir el sedal. Ahora era cuestión de ver si el pez picaba, pero su primera reacción fue desalentadora.
—¿Y qué le hace pensar que nos interesa algo así?
—Pues que a todos nos interesa disponer de un sitio donde poder vivir a salvo de los thorbods y según las exploraciones preliminares que mi gente ha realizado, aquí podemos caber todos holgadamente. Además, cualquier intento suyo de desalojarnos desembocaría en combates que probablemente llamarían la atención de nuestro enemigo común.
—¿Es esto una amenaza?
—No, solo una constatación de que nos conviene estar a buenas.
—De acuerdo ¿Y qué propone? Ya que supongo que no habrá venido aquí sin nada que sugerirme.
—Naturalmente. Verá, hemos descubierto que parte de la ciudad, concretamente el nivel inferior por donde creo que ustedes han entrado, está parcialmente inundado. Según mis fuentes, a ustedes les gusta ese tipo de ambiente. Nosotros, en cambio, somos amantes de sitios más secos. Así que sugiero que dividamos las ruinas en dos partes, la de abajo para ustedes y la de arriba para nosotros.
—¿Y ya está? ¿Esto es todo?
—Pues sí —contestó Honda que se esperaba una reacción un poco más entusiasta—. ¿Qué ocurre? ¿Le parece poco?
—No, no. Al contrario. Es bastante generosa. Es que, no sé. Bueno, no importa. Transmitiré su oferta a mis superiores y ya le daremos alguna respuesta.
—¿Pero cuánto cree que puede tardar? Es que a mis superiores les gustaría resolver lo más antes posible esta situación —le confesó Tuzzi que no quería dejarlo ir antes de aclarar ese aspecto—. Y por otra parte, ¿a usted que le parece?
—Bueno, me pone usted en un compromiso. Personalmente, y como ya le he dicho, me gusta. Pero no soy yo quien toma la decisión definitiva. Y sobre su primera pregunta, intentaré acelerar al máximo la toma de la decisión.
—Bien, pues entonces quedamos en que se pondrá en contacto conmigo cuando se sepa algo, ¿no?
El comandante ghuro hizo un gesto afirmativo para mostrar su acuerdo y entonces, la Capitana, satisfecha por lo bien que parecía que había ido todo, se despidió y volvió tranquilamente a donde le esperaba Gerds, que le preguntó de una forma que denotaba que era escéptico, sobre las posibilidades de llegar a un acuerdo.
—¿Qué? ¿Cómo ha ido?
—Pues teniendo en cuenta las circunstancias, no me puedo quejar. Le he transmitido mi idea y ha ido a hablarlo con sus superiores. Hemos quedado que se pondrá en contacto con nosotros en cuanto sepa algo.
—Je, lo más probable es que no sepamos nada más de él. En fin ¿Volvemos al puesto de mando, que allí estaremos más tranquilos?
Honda le hizo caso y pronto pudo sentarse en un sofá de la sala de conferencias. Llamó entonces al coronel y le hizo un breve resumen de cómo había ido todo, lo que le valió una sincera felicitación. Lo siguiente que realizó, y cómo no tenía nada más que hacer, fue intentar ponerse en contacto con Aníbal para explicárselo todo con tranquilidad. Pero resultó que estaba reunido, así que de nuevo tuvo que retrasar la prometida conversación.
Intentó ocupar las siguientes horas lo mejor que pudo. Aunque sabía que los ghuros tardarían en tomar una decisión, le fue imposible hacer nada para mitigar el nerviosismo que sentía, aunque esta vez totalmente justificado, y compartido por muchos de sus compañeros. Gerds le ofreció acompañarla en la comida mientras esperaba, pero no le entraba nada. Al menos, su conversación distendida contribuyó a tranquilizarla.
Y de repente, una explosión hizo temblar el refugio donde se encontraban. Mientras los platos caían al suelo, su anfitrión se levantó de un salto y fue corriendo a la sala de control donde empezó a gritar órdenes exigiendo saber que estaba ocurriendo. Tuzzi le siguió, pero otras explosiones que siguieron a la primera, le hacían perder el equilibrio y le costó bastante llegar. Pero al final lo consiguió y preguntó.
—¿Qué ocurre? ¿Qué son estas explosiones?
—¿No es obvio? —Le contestó el Capitán con cara de pocos amigos—. Tus amigos los ghuros nos están atacando. Suerte que ya me lo esperaba y ahora esos pulpos sabrán lo que vale un peine.
Al escuchar esto, la tapo no pudo evitar alarmarse y cogiéndole del brazo prácticamente le gritó a la cara.
—¿Qué quiere decir esto de que te lo esperabas? ¿Qué has hecho?
—Ayer mismo hice venir a un regimiento de infantería para reforzar mi guarnición. Sabía que esta tregua la habían aceptado solo para disponer del tiempo suficiente para preparar sus tropas y atacarnos. Ya sabía yo que el Coronel se había equivocado al aceptar tu loco plan. Y ahora déjame, que tengo que coordinar el contraataque.
Ante esta declaración, Honda se quedó sin habla unos segundos. ¿Pero qué locura había cometido ese desequilibrado? ¿Qué podía hacer? Empezó a pensar en eso cuando sin aviso previo, una voz resonó en su cabeza.
—¿Capitana Tuzzi? ¿Es usted?
—¿Comandante Tarr’Est’Pi? Transmitió dubitativa al creer reconocer la señal telepática.
—Sí, soy yo. ¿Qué han hecho ustedes? Ya tenía casi convencido al llodorgo, así se llaman nuestros jefes, cuando nos llegó la noticia de la llegada de sus soldados y él, siempre desconfiado, llegó rápidamente a la conclusión de que su propuesta era solo una medida dilatoria para ganar tiempo mientras preparaban sus tropas para atacarnos.
—No, no. No es cierto. Le aseguro que mi oferta va totalmente en serio. Tengo el respaldo del coronel Guitó, mi superior.
—¿Y entonces que pintan allí esos refuerzos?
—Ha sido un estúpido malentendido. Por favor —transmitió prácticamente rogándole— tenemos que parar esta locura antes de que la caverna sufra daños permanentes o aún peor, los thorbods detecten el uso de armas nucleares y nos destruyan a todos.
Se produjo entonces un instante de silencio en la comunicación y Honda se temió que no le había creído y estaba todo perdido. Ya sabía ella que no servía para diplomática. ¿Qué le diría al coronel, que había confiado en ella? Pensamientos como estos y peores pasaron por su cabeza y empezaba a estar desesperada cuando su interlocutor volvió.
—Está bien, la creo. Lo primero de todo es conseguir un alto al fuego. Y entonces celebrar una nueva reunión, pero esta al máximo nivel.
—De acuerdo. ¿Pero cómo hará para convencer a su comandante? ¿No ha sido él quien ha ordenado el ataque?
—Ya me encargó yo de eso. Contactaré con usted más tarde.
Con estas palabras, la voz del ghuro desapareció de su mente y la dejó pensando en que táctica utilizaría. Llevada por una fuerza interior que desconocía que poseyera, lo supo enseguida y yendo hacia Gerds, que estaba totalmente absorto en el combate, le llamó la atención hablándole oficialmente.
—Capitán Gerds, declare un alto al fuego inmediato.
—¿Qué? —le espetó en la cara con la incredulidad pintada en su rostro—. ¿Qué has dicho?
—Que ordene a nuestras tropas dejar de disparar.
—¿Te has vuelto loca de repente o qué? Por si no te has fijado, nos atacan.
—Acabo de mantener un contacto mental con un alto cargo ghuro y hemos acordado una tregua mutua. Así que haga el favor de cumplir mis instrucciones.
—Ja. ¿Y en base a qué autoridad te atreves a darme órdenes? —le dijo desafiadamente mientras el resto de personal presente en la sala asistía atónito a la discusión.
—En la que me da ser la representante oficial del coronel Guitó —respondió mientras le ponía delante de los ojos el certificado que le había entregado.
Con el odio brillando en sus ojos, el Capitán le arrancó el documento de sus manos y la examinó brevemente durante unos segundos. A continuación se la devolvió de un manotazo y lleno de ira, se dirigió al encargado de las comunicaciones.
—Orden a todas las estaciones. Alto al fuego inmediato.
El operador dio el acuerdo inmediatamente y mientras este se apresuraba a emitir las nuevas instrucciones, su jefe habló de nueva con Honda.
—Ya está. ¿Y ahora qué?
—Ahora llamaremos al Coronel para que baje y se prepare para una conferencia con su llodorgo, así se llama su general o lo que sea. Pero después de su idea con los refuerzos, no me fío de usted. Así que queda relevado del mando. Guardias —habló a los dos que estaban más cerca— acompañen al capitán a su habitación y que no salga de ahí.
Tras decir todo esto, y mientras Gerds abandonaba la habitación, Tuzzi notó que la adrenalina le abandonaba. Pero aún no era el momento de descansar, así que acercándose al mismo hombre con el que acababa de hablar el susodicho, le preguntó.
—¿Se confirma que todas nuestras posiciones han dejado de disparar?
—Sí, señora.
—¿Y qué hacen los ghuros?
—También han cesado el fuego. En estos momentos, la situación es de tranquilidad absoluta.
—Perfecto —sonrió satisfecha—. Ahora llame al cuartel general y páseme al Coronel.
Fue en ese momento, y mientras el operador realizaba la conexión, que la voz de Tarr’Est’Pi sonó de nuevo en su cerebro.
—¿Capitana? Veo que lo ha conseguido. Constato que la sensación que tenía de que podía confiar en usted era acertada. ¿Ha hablado ya con su coronel?
—Estoy en ello. En cuanto sepa cuando baja, le llamaré para que pueda decir a su llodorgo la hora de la cita.
—Perfecto. Ah, es verdad. No se lo he dicho —comentó el ghuro como de pasada y con lo que parecía cierta socarronería—. Su excelencia, el llodorgo Serg’Marg’Nor ha sufrido un desgraciado accidente y mis compañeros me han elegido a mí para sustituirle. Lo echaremos a faltar, pero la vida sigue.
—Naturalmente… Lo tengo que dejar, que me informan que Guitó está al aparato. Nos comunicamos.
Se despidieron y mientras la capitana tapo cogía el auricular, acarició la posibilidad de pedirle a su superior que se hiciera acompañar por Aníbal Aznar. Sin duda, encontraría algún momento para por fin explicárselo todo con pelos y señales. Incluso era posible que consiguiera establecer con él la relación duradera que había fracasado con su sobrino. Aunque ella era claramente optimista, solo el tiempo sabía si tendría éxito o no.
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