VI
Lo cual me lleva a un punto final. Siempre he
creído, medio en broma, que la calidad de un libro se puede medir
por la cantidad de relecturas que puede soportar. En ese sentido,
Cien años de soledad constituye un
verdadero triunfo literario, y es apto concluir estos apuntes con
un reconocimiento a esa novela. Ésta es una obra tan sabrosa, tan
mágica y tan magistralmente ejecutada, que provoca leerla cuantas
veces sea posible -y cada vez resulta fresca y deslumbrante, pues
las páginas parecen latir con el pulso de las cosas vivas. Tiene
casi 40 años de vida, pero ya irradia el aura eterno de una pieza
inmortal. Como sucede con Macbeth y
Don Quijote, esta obra cuenta con la
calidad y la fuerza necesarias para desafiar a futuros lectores,
conmoverlos y hacerles fluir más de prisa la sangre en las venas.
En eso radica su éxito, pues esta novela encarna todos los
atributos que hemos mencionado más arriba: es un libro en
apariencia perfecto, que no le falta un punto ni le sobra una coma,
que sin duda vencerá la prueba del tiempo y que además silencia la
incredulidad del lector, pero a la vez espoleando su fantasía y su
imaginación como pocos otros en nuestra lengua.
Más aún, al concluir esta novela, creo que son
escasos los lectores que no se han declarado atónitos frente a su
lectura. En efecto, al igual que el coronel Aureliano Buendía, poco
antes de morir, cuando escucha a Santa Sofía de la Piedad anunciar
que viene el circo, y él sale a la puerta de su casa para ver los
maromeros y los animales haciendo proezas tristes; cuando pasa el
desfile y sólo quedan los “curiosos asomados al precipicio de la
incertidumbre”,
21 sin saber muy bien qué hacer, así quedamos
nosotros al cerrar el libro. Un poco perdidos e igual de
desamparados y boquiabiertos con el espectáculo que acabamos de
presenciar. Y entonces sólo quedan las ganas de abrir la novela de
nuevo, y comenzar otra vez la lectura de esta obra maestra tan
prodigiosa.
Abril de 2004
Índice
Prólogo del embajador actual
de Colombia, Jaime Bermúdez Merizalde
Nota de la edición
Miércoles 26 de octubre de 2005
Palabras del señor embajador
de Colombia, Rodrigo Holguín
Presentación: Claudia
Cadena
Félix Luna
Jaime García Márquez
Heriberto Fiorillo
Jueves 27 de octubre de 2005
Presentación: Claudia
Cadena
Luis Chitarroni
Moisés Melo
Alberto Casares
Álvaro Castillo
Granada
Viernes 28 de octubre de 2005
Presentación: Claudia
Cadena
Ezequiel Martínez
Daniel Santoro
Annamaría Muchnik
Texto enviado por Juan Carlos
Botero
Esta edición de 4.000 ejemplares
se terminó de imprimir en
Verlap S.A.,
Comandante Spurr 653, Avellaneda, Buenos
Aires,
en el mes de abril de 2007.
1 Juan Forn no
autorizó la publicación de su texto en este libro.
2 Juan Carlos
Botero no pudo asistir al encuentro, pero envió el texto que se
incluye al final.
3 No sobra
recalcar que estamos hablando de novelistas, y por lo tanto Jorge
Luis Borges no se puede incluir en esta tesis, pues el argentino,
como bien se sabe, escribió cuentos, ensayos y poemas, pero nunca
novelas. Y es una salvedad importante, porque casi todos los
autores más grandes de Hispanoamérica parecen coincidir en la
opinión de que Borges es el escritor más notable que ha producido
nuestro idioma en mucho tiempo. Así lo proclamó el mismo García
Márquez en 1980: “Borges es el escritor de más altos méritos
artísticos en lengua castellana” (Gabriel García Márquez,
Notas de prensa 1980-1984, Mondadori,
Madrid, 1991, p. 7). Y Mario Vargas Llosa, para sólo citar otro
ejemplo conocido, concuerda con esa sentencia: “Sé lo transeúntes
que pueden ser las valoraciones artísticas; pero creo que en su
caso no es arriesgado afirmar que Borges ha sido lo más importante
que le ocurrió a la literatura en lengua española moderna y uno de
los artistas contemporáneos más memorables” (Mario Vargas Llosa,
Contra viento y marea III, Seix Barral, Barcelona, 1990, pp. 464-465).
4 Carlos Fuentes,
Geografía de la novela, Alfaguara,
Madrid, 1993, p. 43.
5 Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, aparece en 1719;
Gulliver’s Travels, de Jonathan Swift, en
1726;
Tom Jones, de Henry Fielding, en
1749; y
Tristram Shandy, de Laurence
Sterne, en 1759.
6 Así lo resumió
José María Valverde: “No puede decirse que haya novela
hispanoamericana en el siglo XVIII -en parte, quizá, por especial
prevención inquisitorial hacia el género; en parte, también, por la
escasa vitalidad del género en la Península-”. Martín de Riquer y
José María Valverde,
Historia de la literatura
universal, Vol. 2. Del Renacimiento al Romanticismo, Planeta,
Barcelona, 1978, p. 409.
7 En palabras de
José Donoso, quien se refiere a la literatura publicada entonces en
América latina: “El novelista de los países de Hispanoamérica
escribía para su parroquia, sobre los problemas de su parroquia y
con el idioma de su parroquia, dirigiéndose al número y a la
calidad de lectores… que su parroquia podía procurarle, sin mucha
esperanza de más”. (José Donoso,
Historia
personal del “boom”. Alfaguara, Madrid, 1999, p. 22.)
8 Friedrich
Nietzsche,
The Gay Science, Vintage
Books, New York, 1974, sección 261, p. 218 (la traducción es mía).
9 Y no sólo los
autores o artistas. Multitudes de personas, comunes y corrientes,
obviamente padecieron las características del mundo de Kafka antes
de que este escritor, nacido en 1883, existiera. Sin embargo, nadie
era consciente de que esa situación tuviera una identidad propia o
un nombre con el cual se podía sintetizar y distinguir de las
demás. Mejor dicho: nadie era consciente de que esa situación era
“kafkiana” hasta que surgió la obra que la definiera de esa manera
para toda la humanidad.
10 Un caso que
debemos recordar es el de Alejo Carpentier. Este formidable autor,
nacido en 1904 y muerto en 1980, fue uno de los primeros escritores
que intencionalmente resaltó la faceta mágica o legendaria de la
realidad latinoamericana, y fue, junto con García Márquez, uno de
los mayores promotores del famoso estilo literario conocido como
“realismo mágico” (o, según el mismo Carpentier, “real
maravilloso”). No obstante, a pesar de que el cubano dejó una serie
de libros inolvidables, entre ellos
El reino
de este mundo, Concierto barroco, El siglo de las luces y
La consagración de la primavera, es
interesante constatar que su trabajo jamás alcanzó un nivel de
popularidad equiparable al de García Márquez -sin duda debido a las
complejidades de su léxico-, aunque, mucho más significativo
todavía, es que la gente en el continente no suele definir un
paisaje, un ambiente, una familia o un suceso como
“carpentieriano”. Con lo cual no quiero decir que la obra de Alejo
Carpentier carezca de validez, sino que su ejemplo sirve para
ilustrar, en contraste, el éxito y la trascendencia de la obra de
García Márquez.
11 Para saber cómo
se aplica la teoría de “Las zonas de influencia” en la obra de
García Márquez, sugiero mi tesis universitaria con ese mismo
título.
12 En una ocasión,
García Márquez le contó a Álvaro Cepeda Samudio que había soñado
con escribir un cuento del cual sólo tenía el título: “El ahogado
que nos traía caracoles”. La réplica de Cepeda Samudio no pudo ser
más lúcida: “Ese título es tan bueno que ya ni siquiera hay que
escribir el cuento” (Gabriel García Márquez,
Notas de prensa 1980-1984, Mondadori, Madrid, 1991,
p. 306). Creo que lo mismo se puede decir de “El rastro de tu
sangre en la nieve” -pues ese título es uno de sus mejores-, pero
con una diferencia: por suerte esta vez él sí escribió el cuento,
porque ése es, de lejos, el más valioso de todo este volumen.
13 Mario Vargas
Llosa,
La verdad de las mentiras,
Alfaguara, Madrid, 2002. p. 193. Aunque el novelista peruano se
refiere al género de la novela, su tesis es igual de válida para el
género del cuento.
14 Como sabemos,
no hasta que las cosas sucedan en la realidad para que éstas gocen
de veracidad en la página escrita. Para ello se requiere el talento
de un artista, el que le puede brindar aliento y vida estética a
esas mismas experiencias. El gran escritor, inclusive, suele hacer
algo más audaz todavía, como inventar una situación, un personaje y
hasta un universo entero que después, durante la lectura, aceptamos
sin pestañear, aunque en el fondo sepamos que no puede existir de
verdad en la realidad tangible. Es obvio que nadie se despierta
convertido en un monstruoso insecto. Pero, ¿quién se atreve a poner
en duda la veracidad de lo sucedido a Gregorio Samsa, y quién osa
cuestionar la existencia del mundo de pesadilla de Kafka? Y si no
basta que las cosas sucedan para que gocen de veracidad en la
página escrita, lo contrario también es cierto, tal como lo señaló
alguna vez Alfonso Fuenmayor: “Hasta la realidad se equivoca cuando
la literatura es mala” (Gabriel García Márquez,
Vivir para contarla, Mondadori, Barcelona, 2002, p.
483).
15 Gabriel García
Márquez,
Del amor y otros demonios,
Mondadori, Barcelona, 1994, p. 188.
16 Gabriel García
Márquez,
Del amor y otros demonios, p.
128. Es cierto, como una vez me lo señaló el mismo García Márquez,
que la palabra “mariposón” tiene dos acepciones según el
Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: “Hombre
inconstante en amores, o que galantea a diversas mujeres”, u
“Hombre afeminado u homosexual”. Sin embargo, basado en el contexto
de la novela en que se utiliza la palabra, y en las resonancias de
la misma, sospecho que, en la lectura, el significado que prevalece
es el segundo, más que el primero.
17 Hay una
anécdota personal que tal vez resulte interesante compartir con los
lectores. En mayo de 1997 publiqué un artículo en
La Revista Diners de Bogotá, en el que esgrimía la
misma tesis acerca de esta novela. Mi sorpresa no pudo ser mayor
cuando, al día siguiente de la publicación, sonó el teléfono en mi
casa y no era nadie menos que Gabriel García Márquez. Primero
hablamos un poco de todo, pero luego entramos en la materia del
artículo, en particular mi comentario relacionado con el final de
la obra y la idea de que varios cabos permanecían sueltos y sin
atar. Fue entonces cuando el maestro me dijo algo sorprendente: por
lo visto en la edición en castellano de la novela se habían
suprimido tres o cuatro renglones del final del texto, y eso, sin
duda, contribuía a generar la sensación de un desenlace brusco y
prematuro. Más aún, el novelista procedió a enviarme por fax las
copias de esas mismas páginas de la novela traducidas en diversos
idiomas (italiano, francés, polaco, inglés y portugués), y en cada
caso se veía, desde luego, el final entero con todas las frases
completas. No lo podíamos creer, pero era cierto. Por alguna razón,
esas últimas líneas de la edición en español habían sido gravemente
suprimidas, pero lo más insólito es que nadie hasta el momento se
había dado cuenta de semejante error, incluso tres años después de
la publicación de la obra. Entonces, para cerrar el tema con broche
de oro y con una amabilidad y una elegancia ejemplares, el autor me
envió una nota que a continuación reproduzco en forma textual, pues
me parece significativa por las muchas luces que aporta al debate,
por la importancia de una opinión contraria a la mía, y por lo
mucho que dice de la honradez de este gigante de las letras: “Juan
Carlos: sigo con mi berrinche al comprobar que el único idioma
donde no están las líneas finales del marqués es en castellano y
una de las varias ediciones portuguesas. De resto, como verás en
las fotocopias, están en todas. Mañana se abre una investigación
para ver qué cabezas caen. Tienes toda la razón: sin este final del
marqués se quedan en el aire también Bernarda y Dulce Olivia. En
cambio, te reitero, Sierva María sí termina: murió de amor en la
penúltima línea del libro. Y Cayetano en la penúltima página:
Cayetano llegó al final de sus fuerzas.
Etc. etc. Las fallas estructurales que tú señalas, con razón, tal
vez se deben a que les das jerarquía de columna vertebral a los
exorcismos y a los amores frustrados. Yo -tal vez equivocándome-
los traté sólo como ingredientes propios de la intolerancia y el
régimen represivo de la época, cuyas brasas nos atormentan todavía.
Pero esto es asunto aparte, y algún día tenemos que discutirlo
sabroso. Un abrazo, y otra vez gracias…”
En todo caso, me veo obligado a agregar que,
pese al hecho tan alarmante de los renglones faltantes, sigo
pensando esencialmente lo mismo con respecto a la novela, tanto en
lo que se refiere a la ambigüedad de los personajes como a mi
impresión de que la misma está concluida antes de tiempo debido a
las razones ya esbozadas. Por eso, con el mayor respeto, he
insistido en estas observaciones a la hora de reescribir este
ensayo.
18 El libro de
Harold Bloom,
The Anxiety of Influence
(Oxford University Press, Oxford, 1973), es un estudio agudo que
propone, de manera persuasiva, este recurso para comprobar el
legado de un poeta en su tiempo, dependiendo de su repercusión,
poco menos que castradora, sobre sus semejantes. Ahora, no sobra
resaltar que si un gran talento desata esa secuela devastadora
sobre sus seguidores, eso no habla mal del escritor sino, por el
contrario, es testimonio de su calidad, de su éxito y de su fuerza.
19 Mario Vargas
Llosa,
La orgía perpetua: Flaubert y “Madame
Bovary”, Seix Barral, Barcelona, 1975, p. 96.
20 Gabriel García
Márquez,
Obra periodística Vol.
4. De Europa y
América 1955-1960, Recopilación y prólogo de Jacques Gilard,
Bruguera, Barcelona, 1983, p. 765.
21 Gabriel García
Márquez,
Cien años de soledad.
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07/09/2013