II
Sin embargo, una pregunta ineludible se impone. ¿Cuál es la explicación de la importancia de García Márquez?
Lo primero que habría que decir es que este autor, a través de su obra, no sólo ha tenido el talento de concebir una visión propia y original de América latina, sino que esa visión ha sido tan exitosa y persuasiva que la misma ha terminado por confundirse con la realidad. Y eso no es poca cosa. Hoy en día, no es extraño que nosotros mismos nos concibamos como descendientes de la estirpe de los Buendía o como hijos de Macondo, y es probable que la idea que se tenga en Europa, en el Oriente y en los Estados Unidos acerca de América latina, esté alimentada, en buena parte, por el trabajo de García Márquez. En ese sentido, ningún novelista antes del colombiano había tenido un impacto social y cultural comparable.
Por ese motivo, no deja de ser sorprendente que en Colombia proliferen juicios del tipo: “García Márquez es apenas un buen periodista que ha retratado lo que aquí vemos todos los días”. Es un hecho digno de meditar que esta clase de afirmación sólo se escuche en nuestro país, pero en cualquier caso tiene algo importante de cierto: esa realidad macondiana la vemos a diario. Sin embargo, lo fundamental es que nadie antes que García Márquez la había identificado como notable, ni la había rescatado de la banalidad de lo cotidiano, ni la había elevado a las cimas del arte universal. En otras palabras, a pesar de estar tan presente a nuestro alrededor, nadie antes que él la había vuelto visible, y por esa razón no éramos conscientes de las particularidades mágicas, insólitas o fantásticas de esa realidad -hasta que este novelista nos puso un espejo delante de los ojos y entonces, por primera vez, nos vimos reflejados en el mismo. Esa es la diferencia, y ése es su mayor aporte a nuestra cultura y a nuestras letras. “¿Qué es la originalidad?”, se preguntó Nietzsche. “Es ver algo que carece de nombre y por eso no puede ser mencionado, aunque nos esté mirando a todos de frente. Tal como son los hombres, éstos requieren un nombre para que algo les resulte visible. Aquellos con originalidad, son lo que casi siempre han asignado nombres”.
En cualquier caso, sabemos que no basta con ser un excelente reportero para producir una obra de arte inmortal. Y la mejor prueba de ello es que si la agencia de comunicación más prestigiosa del mundo enviara a su periodista estrella a la costa atlántica colombiana, y aunque viviera allí el tiempo que fuera, aquél jamás escribiría Cien años de soledad. Vale la pena insistir en este punto: la mayor parte de los novelistas, entre otras cosas, describe y recrea la realidad. Pero hay unos pocos talentos privilegiados que además logran ofrecer una imagen tan coherente y contagiosa de la misma; una interpretación personal tan convincente, que la terminan definiendo para los demás. O sea, si hoy interpretamos nuestra realidad como macondiana, es gracias a la literatura de García Márquez, y no al revés. Este conjunto de textos tuvo la fuerza de imponer una manera nueva de percibir nuestro espacio. Se trata de una obra espejo, mediante la cual los habitantes de América latina nos identificamos y nos reconocemos. A veces, inclusive, es tan poderosa la suplantación, que al caminar por el continente, en vez de ver el mundo tangible, lo que vemos es el ámbito de García Márquez, y entonces decimos: “Esto es Macondo”.
Sin duda. Nietzsche tenía razón: para proporcionar un nombre primero hay que ver lo que resulta invisible a los demás, aun si aquello nos rodea a todos y a cada instante. Por ejemplo, es innegable que muchos autores han percibido y retratado la insignificancia del hombre anónimo frente a las apabullantes maquinarias burocráticas, y han descrito la angustia, la frustración y la imposibilidad de entrever un sentido, una explicación o una respuesta ante la implacable persecución de los grandes sistemas judiciales, o de los aplastantes regímenes totalitarios o de los laberínticos engranajes del poder. Pero por algo será que sólo asociamos esas situaciones con la obra de un autor nacido en Praga, y entonces no vacilamos en definirlas como “kafkianas”.
Además, el solo hecho de que podamos interpretar nuestra realidad como macondiana de por sí constituye un enorme reconocimiento al autor de Cien años de soledad. No en vano, insisto, esa interpretación colectiva no la solemos asociar con ningún otro escritor. Más aún, de todos los autores que produjo el famoso boom latinoamericano, quizás el único que ha descrito y definido nuestra realidad continental, de una forma compartida a un nivel popular sin precedentes, es García Márquez. Porque, repito: aunque existen grandes escritores que publican grandes novelas, sólo hay unos cuantos artistas que pueden definir nuestro espacio común hasta el extremo de imprimirle su sello personal; hasta relacionar, identificar y semejar la realidad cotidiana con su obra o con su nombre. Y tal vez eso es lo que más nos da una medida de la importancia del creador.