Hasta allí donde alcanza nuestro conocimiento sabemos que sólo una raza inteligente se ha desarrollado en la Tierra. Es cierto que los delfines y las marsopas parecen haber probado también, y así se ha indicado en la historia anterior, poseer en potencia la inteligencia suficiente para desarrollar un alto nivel de cultura. Pero por lo que sabemos, no estamos en condiciones de afirmar que, hasta ahora, lo hayan utilizado debidamente. Al parecer, sus antepasados regresaron al mar cuando la falta de estímulo y de oportunidad los confinó, aparentemente, en una existencia simple.

Consecuentemente, y para todos los efectos prácticos, parece ser que los seres humanos tenemos este planeta enteramente para nosotros solos, como única especie conscientemente inteligente.

Pero el que esto ocurra aquí no implica, en modo alguno, que lo mismo tenga que suceder en todas partes.

Resulta perfectamente concebible que dos o más especies distintas, habitantes de un mismo planeta, puedan desarrollar la inteligencia suficiente para adquirir autoconciencia de ello. Lo único necesario para que esto suceda es que no compartan el mismo hábitat ecológico. Pues si tienen que competir entre sí para conseguir los mismos alimentos, una de las razas se convertirá en dominante con el transcurso del tiempo.

Por el contrario, si no se ven obligadas a competir en ese terreno, es muy posible que logren desarrollarse independientemente, como iguales.

Pero es difícil que incluso ese estado de cosas pudiera prolongarse indefinidamente. Pese a sus diferencias evolutivas, inevitablemente llegaría un punto, un momento, en el cuál la victoriosa expansión de una de las razas sólo podría ser conseguida a expensas de la otra.

Y cuando se alcanzara ese punto, el conflicto podría llegar a ser inevitable.