«Civilización», como «inteligencia», es un término relativo, y así, todos los intentos de medir grados de civilización tienen que estar basados en el nivel medio de quien mide. Nosotros, los que pertenecemos a la civilización occidental, tratamos de adoptar un punto de vista mecanicista. Equiparamos el grado de civilización al grado de habilidad técnica conseguido. El índice de control que una cultura posee sobre su medio ambiente se acepta como índice de su grado de sofisticación.

Pero, desde luego, no puede dudarse de que este punto de vista es simplista en exceso. Niega la posibilidad de que una sociedad pueda ser primitiva tecnológicamente y, sin embargo, altamente civilizada. Sólo muy recientemente los antropólogos han llegado a la conclusión de que «primitivo» no significa «simple». Estamos comenzando a darnos cuenta de que existen culturas como las de los indios, las tribus africanas o los aborígenes australianos que pueden considerarse tan civilizadas como la nuestra; pero lo que ocurre es que se trata de una civilización distinta.

Los niveles con los que medimos y juzgamos a las civilizaciones tendrían que ser mucho más flexibles. En determinados casos, como en el nuestro, puede aceptarse como índice de civilización la capacidad de construir máquinas. Pero también podía autoexpresarse como la posibilidad de coexistir en paz con la naturaleza, como lo hicimos en el pasado y lo siguen haciendo en el presente muchas tribus primitivas. Y la civilización puede consistir, simplemente, en la habilidad para jugar y cantar y divertirse hasta el límite máximo de la propia capacidad. La historia siguiente tiende a probarlo así.