ACTIVIDAD PATRULLERA RUTINARIA

Thomas Pickens

Tag y trill estaban patrullando por el cuadrante esmeralda cuando oyeron la explosión. Estaban persiguiéndose y bailando en seguimiento recíproco y se hallaban en medio de una de sus mejores volteretas cuando el ruido llegó hasta ellos.

Ambos descendieron con esa especie de chapoteo que llamaban un glorioso florecer y se quedaron mirando el uno al otro, intercambiando entre sí sus conocimientos como si se tratara de duelo a pistola.

—¡Bang…!

—Nuestro sector.

—¿Un volcán?

—No me sonó como si fuera eso.

—¡Controlémoslo!

Giraron rápidamente y se alejaron de allí como si escaparan de un remolino. Velozmente, directamente, hacia el rayo ámbar donde parecía haberse originado el ruido.

Destellos de luz solar azotaban la superficie. Con un silbido casi audible ellos salieron a flote y comenzaron a girar alegremente dispersando fragmentos de luz solar por todas partes. Trill estaba cantando la canción que hacía referencia a la gaviota demasiado segura de todo, canción que había escrito basándose en uno de los relatos de Gobl, orquestando el batir del cimbal de las ondas. Le gustaba mucho patrullar por el cuadrante esmeralda. Era todo tan claro y brillante como no podía serlo en ningún otro lugar de su mundo.

Tag envió a su compañero otro conocimiento:

—¡Vigila a los dientesbobos! A ellos les gustan mucho las explosiones.

Pasaron sobre un montón de rocas que emergían del agua. Vitalidades ladradoras se soleaban sobre las peñas. Trill orbitó rápidamente las rocas, cantando tres estrofas adicionales de su canción. Las vitalidades ladradoras miraron interesadas. A Trill le gustaba contar con un auditorio que apreciara su talento. Unos cuantos tonos llegaron desde el grupo de rocas. Trill se dio cuenta de que algunos voluntarios se habían unido al coro.

«¡Estupendo!», pensó Trill.

Quiso probar sus conocimientos. Siempre resultaba un placer rutinario el comprobar los conocimientos de las vitalidades ladradoras. Gozaban plenamente de su soleado y suave baño de sol sobre las rocas y con las salvajes danzas parabólicas de Trill y Tag a través del mar; hoy sus conocimientos eran más brillantes, más inquisitivos de lo que habían sido anteriormente.

—¡Todavía mejor! —dijo Trill—. Tenemos que decírselo a Gobl.

Siempre estaban a la busca de nuevos talentos que pudieran sumarse a ellos en sus canciones.

A Trill le gustaban las vitalidades ladradoras. También ellas habían asistido a la escuela de los Maestros. Pero los Maestros las llamaban de otro modo. Los Maestros tenían diferentes nombres para muchas cosas. Habían tenido también un nombre especial para los dientesbobos y un nombre especial para los grandes descantantes que cantaban sus canciones aún más fuertemente que el propio Trill y rompían superficies como islas completas sin ayuda extraña. Muchos de esos nombres especiales se habían desvanecido con los Maestros. Pero algunos sobrevivieron: vivían en las canciones: Gaviota, por ejemplo. Se trataba de un antiguo nombre de los Maestros aplicado (de manera totalmente inapropiada) a una salpicadura blanca. No, realmente el nombre no era adecuado. Pero de todos modos, como Gobl afirmaba, el tener una gran cantidad de nombres con diferentes ritmos y acentos resultaba muy útil y conveniente cuando se trataba de conseguir una buena rima para terminar una estrofa.

De nuevo salieron de su ruta en el rayo ámbar. Directamente bajo el rayo ámbar había una antigua base de Maestros. Trill de repente, sintió curiosidad.

«¿Maestros?», se preguntó. Era lógico que hiciera esa asociación con las explosiones.

Tag le recordó que ninguno de ellos había visto a ningún maestro desde hacía casi una infinidad de notas opalinas y corales marinos.

A tres canciones por debajo de rayos ámbar encontraron los primeros peces muertos.

Los peces flotaban de cara hacia ellos, con las barrigas al cielo, arrastrados por una corriente que era como un tema menor y que los conducía hacia el sector donde la oscura línea del País de los Maestros parecía unirse con el horizonte.

Naturalmente, los dientesbobos se encontraban presentes, en su propio ambiente, golpeando el agua con sus aletas. Sus conocimientos no eran de un tipo que Trill y Tag pudieran definir como brillante, pero sí conocían lo suficiente como para saber que la explosión traía consigo un aluvión de muertes y que los peces muertos flotaban en la superficie del agua. Los dientesbobos llevaban años ya encontrando en éstos su pienso más abundante.

Los dientesbobos en su tarea de alimentarse estorbaban de vez en cuando el camino de Trill y Tag. Algunos incluso hacían círculos en torno de ellos contemplándolos con un curioso apetito.

—¡Atrónalos! —dijo Tag.

Se lanzó hacia adelante como un torpedo y golpeó fuertemente a uno de los dientesbobos con su nariz. ¡Bang! Trill, por su parte, hizo lo mismo con otro. ¡Bang! Ambos dientesbobos se alejaron de allí a saltos asimétricos y precipitados. Después, los dientesbobos mantuvieron la distancia y dejaron aquel rayo, respetuosamente, libre para Tag y Trill. Habían recibido rudos golpes en su sensibilidad cartilaginosa.

Tag y Trill saltaron para alejarse fuera del campo de alimentación de los dientesbobos. Trill siguió rizando el rizo de su tema bang-bung, bang-bung, añadiéndole algunas variaciones relampagueantes e intermitentes por cuenta propia, hasta que hubo compuesto una canción totalmente nueva, plena de vacías tonalidades de dientesbobos, con sus temas y variaciones. Le añadió un acompañamiento de tres notas al final de cada una de las estrofas, saltando a la comba, un, dos, tres por la superficie que resonaba como el cobalto. Un nimbo de fino rocío amarillo pulverizado que parecía lanzar su hurra entusiasmado a cada choque.

Y después, dos canciones más adelante en el rayo ámbar, dos canciones después de los peces muertos y los dientesbobos vivos, apareció una repentina perceptibilidad.

¡Una criatura…! ¡No…! Una cosa… una máquina flotando en la superficie, destacando su silueta bajo los brillantes destella del sol. Se movía únicamente siguiendo el ritmo de una corriente subacuática como un tema menor, al alcance visual del País de los Maestros. Un vuelo de salpicaduras blancas, de gaviotas, velaban sobre la Máquina abrillantando el Arriba con sus agudos gritos convencionales.

Tag y Trill frenaron al descenso mientras observaban la máquina. Después se deslizaron por un rayo turquesa, lentamente manteniendo siempre la máquina a distancia constante. Trill iba componiendo algunos temas adicionales para su nueva canción de tambor de los dientesbobos.

Como un rayo de nieve pasaron junto a la máquina. Inspeccionaron ambos lados. En el rayo de nieve se encontraban entre la máquina y el País de los Maestros.

La máquina era muy semejante a las máquinas de los Maestros. Expulsaba una oscura untuosidad oleosa que manchaba el agua y le daba un sabor desagradable. Pero, a pesar de todo, no era exactamente igual que la oleosa untuosidad y el sabor asociado con los viejos Maestros.

En la propia máquina había también algunas cosas diferentes. Estaba como surcada por marcas y cicatrices. Ondulaciones y arrugas llenaban su superficie. Tag y Trill intercambiaron conocimientos repentinos: ambos habían visto con anterioridad marcas semejantes. En una ocasión, ¡oh, de ello hacía ya muchos capítulos épicos!, habían estado brincando al sol siguiendo su camino en un brillante día azul cuando, de repente y sin el menor aviso previo, un pedazo grueso y chirriante de materia llegó ululando desde el Arriba en medio de un resplandor de fuego. Golpeó con un rugido que hizo surgir un geyser fantástico y silbante. Investigaron aquella materia cautelosamente. Descubrieron, sobre las arenas de Abajo, un trozo de roca sorprendentemente pequeño para el fenómeno que había causado. Esa roca estaba marcada, surcada y escoriada exactamente del mismo modo que lo estaban los costados de aquella máquina.

Pronto pudieron ver criaturas en la máquina. Criaturas que andaban erguidas sobre las piernas, exactamente como los Maestros. Caminaban de un lado a otro por la superficie plana superior de las máquinas y todos ellos parecían mirar en dirección al País de los Maestros. Llevaban todos ellos vestidos de la misma forma y color. Los pliegues, marcadamente planchados, de sus vestidos eran lo más evidente… Tag y Trill pudieron apreciarlo así. Exactamente igual que lo habían visto en los Maestros. La pareja disminuyó la distancia que los separaba de la máquina para poder ver más de cerca y con mayor detalle. ¡No, aquellas criaturas no eran Maestros! Los rostros eran muy distintos. Su piel era de color del metal. Y tenían ojos-amarillos. Ojos-amarillos, muy brillantes, como el resplandor del sol. Pero había algo en ese brillo que no recordaba en nada la belleza del resplandor solar. Sus miradas tintineaban, como diminutos cubos de hielo iluminados.

Tag y Trill investigaron las profundidades tras aquellos resplandores. En su interior eran muy sombrías y muy atareadas. Los ojos-amarillos estaban estudiando el País de los Maestros y Tag y Trill probaron de ver lo que los ojos-amarillos estaban viendo: restos de edificios y muros derrumbados y deshechos, rocas cristalizadas, árboles secos y desarraigados.

Las inteligencias de los ojos-amarillos escuchaban el canto de insectos y de su instrumentación sacaron la consecuencia de aquella base estaba tan muerta y arrasada como las demás es que habían visitado.

Este mundo, pensaban, está tan muerto como puede estarlo un mundo: ningún tipo de conciencia puede haber sobrevivido un baño de fuego tal. Pero, meditaron, si aquellas vitalidades ladradoras de las rocas habían sobrevivido, ¿no podían haber sobrevivido, igualmente, otras vitalidades conscientes?

Tag y Trill se dieron cuenta de que había un hambre especial en la forma como los ojos-amarillos se habían hecho esa pregunta. Se alarmaron más y pese a ello siguieron sintiéndose obligadas a seguir los ceremoniales correctos del protocolo.

Tag le disparó a Trill una curiosidad: ¿con qué tipo de juego debían intentar establecer el contacto? Existían varios tipos de ceremonial entre los que elegir. Simplemente básicos para uso diplomático.

—Mandala —decidió Tag.

Se situaron en la postura de apertura del juego.

Uno de los ojos-amarillos divisó a Trill. Su conciencia registró de inmediato una imagen de su presencia: la espalda bruñida azul grisácea moviéndose en medio de una guardia de honor de corrientes onduladas. Lo señaló.

Trill hizo el movimiento de apertura. Corrió hasta dejar atrás la máquina, como arrastrado por un caballo de tiro, paso a paso, como una saeta de luz dejando tras sí una estela desgarrada de burbujas espumosas con huellas discernibles. Tag rubricó los pasos con una carrera en dirección opuesta, dividiendo el terreno de juego en cuadrados. Trill limpió el tablero en un pase de regreso, marcando dos cuadrados con golpes de su cola. Había elegido la salida de gambito.

Era una apertura convencional.

Se alejaron de la superficie de juego para ver si la inteligencia de los ojos-amarillos intentaba darles una respuesta. ¿Reconocerían la estructura del juego y podrían conservar en sus mentes el arabesco el tiempo suficiente para darles una contrajugada?

Ciertamente su juego de apertura había llamado la atención sobre su presencia.

Los ojos-amarillos iban de un lado para otro señalándolos. Algunos de los ojos-amarillos se hicieron con unos instrumentos tubulares. Apuntaron hacia ellos. Tag y Trill vieron una nubecilla de humo antes de que les alcanzara el ruido del informe. Algo golpeó sobre el séptimo cuadrado de su tablero de juego. Una cosa aguzada como un dardo penetró en el agua en ese punto y después se hundió perezosamente hacia el Abajo.

No se trataba de una respuesta aceptable a una apertura convencional.

Un motor resonó entre el agua. La máquina de los ojos-amarillos daba la vuelta para dirigirse hacia ellos, siguiéndolos.

Trill se intrigó:

—¿El juego de la caza?

—Lo dudo —le respondió Tag.

Retrocedieron permaneciendo por delante de la máquina a la distancia precisa para poder jugar a la caza, si era eso lo que deseaban hacer los ojos-amarillos.

Tag se puso de pie sobre su cola y dio un fantástico triple salto mortal sobre el agua. Trill cantaba su canción favorita, una que hablaba de viajes sobre el mar, utilizando la espuma marina como contrapunto de timbal. Ninguna de las inteligencias de los ojos-amarillos le hizo coro cantando con él.

Se dirigieron como un rayo hacia un gran grupo de rocas en forma de anfiteatro, que estaba lleno de vitalidades ladradoras. Se enfrentaron de repente contra el final abierto del anfiteatro y Tag y Trill tomaron un rayo opalino para evitar chocar con las rocas. La máquina que los perseguía aceleró su marcha y se situó igualmente en el mismo rayo. Tag y Trill regresaron a su rayo original.

—¡Un obstáculo! —dijo Trill.

—¡Maniobras de reagrupamiento! —añadió Tag.

—¿No hay posibilidad de que sea un juego?

—Lo dudo.

Otra de aquellas cosas en forma de dardo cayó sobre el agua haciéndola saltar. Dio tan lejos del blanco que bien podía haber sido un sutil gambito en un juego de caza.

El fondo del Abajo se iba elevando para salir al encuentro de su rumbo. Algunas de las vitalidades ladradoras giraban en torno de ellos. Tag y Trill se hicieron rayo turquesa dentro del anfiteatro, reflejando la curva de sus paredes. Observaron la máquina que seguía su ruta.

Tag comenzaba a aburrirse. No había juegos; ni canciones. Las emanaciones de las inteligencias de los ojos-amarillos sólo indicaban actividad entrometedora, peligrosa. Los ojos-amarillos señalaron una vez más a Tag y Trill y comenzaron a cambiar impresiones en su clave. Los sonidos no correspondían a las claves de los Maestros. Se trataba de una extraña clave. Trill y Tag comprendieron que aquellos intelectos sólo registraban la misma curiosidad: «¿buen sabor?, ¿comestible?»

Tag y Trill se sonorizaron en cobalto con mayor rapidez que jamás lo habían hecho anteriormente en sus vidas y se sumergieron profundamente en camino hacia la Oscuridad Real. Trill movía su cola enfadado. Estaba tan enfadado que él mismo usó la clave y respondió:

—¡No comestibles! ¡No comestibles en absoluto para vosotros!

—Me parece, definitivamente, que se merecen que les hagamos un nuevo juego —dijo Tag—. Demos un doble salto sobre ellos.

—De acuerdo.

Como en un carrusel giraron juntos repetidas veces en el Abajo ganando cada vez mayor velocidad y fuerza en sus vueltas hasta girar y girar como un remolino. De repente salieron como disparados hacia el Arriba en un doble arco iris azul.

Gritos y miradas en los ojos-amarillos. La trayectoria de Tag y Trill los llevó sobre la parte trasera de la máquina. Trill con un golpe de su cola dio un remojón a uno de los ojos-amarillos y Tag hizo lo mismo con dos de ellos que estaban juntos. Todos los ojos-amarillos estaban charlando en su lengua cifrada cuando Tag y Trill descendieron hacia el cobalto.

—Ya tenéis vuestro merecido —dijo en cifra Trill cuando golpeaba.

Bajaron juntos a la Oscuridad Real y compararon sus impresiones. Se sentían desgraciados. No se trataba simplemente de que las mentes de los ojos-amarillos fueran tan frías y estuvieran tan ocupadas con el trabajo. Esto era algo que ya sabían por experiencias anteriores. La causa de su preocupación era, más bien, lo que habían visto cuando hicieron su arco iris sobre la máquina. Las cubiertas de la máquina estaban llenas de cientos de cuerpos inertes y las inteligencias de los ojos-amarillos estaban ocupadas en despellejar, con instrumentos cortantes, a lo que anteriormente habían sido vitalidades ladradoras.

Regresaron al resplandor del Arriba y precavidamente salieron a la superficie.

En la máquina, las inteligencias de ojos-amarillos estaban preocupadas. Sus sensibilidades, más ocupadas que lo estuvieran antes. Tag y Trill se separaron y nadaron a ambos lados de la máquina.

Los ojos-amarillos estaban acumulando datos sobre ellos. Hacían gestos. El planchado había desaparecido ya de sus ropas. Uno de los ojos-amarillos tenía una especie de globo negro. Lo alzó y acabó lanzándolo en dirección a Trill.

El globo cayó en el agua exactamente ante él. De su interior brotaba un tictac continuado, semejante al que hace un polluelo cuando picotea el cascarón del huevo para romperlo y salir de él.

—¿Un nuevo juego? —preguntó Trill.

—¡No! —fue la respuesta de Tag que apareció de la manera más imprevista.

Tag se sumergió bajo el globo negro, lo alzó con su hocico hasta ponerlo fuera del agua. Después, con un ágil golpe, lo devolvió con la mayor puntería hasta hacerlo caer en medio de la cubierta de la máquina.

La vuelta del globo tintineante creó una clarísima reacción entre la tripulación de las inteligencias de los ojos-amarillos. En esos momentos estaban haciendo cálculos y cambiando impresiones cifradas, que indicaban una auténtica agitación. Algunos de ellos pronunciaron sonidos que ni siquiera significaban nada.

—¡Acertamos! —cifró Trill.

El globo seguía tintineando fuertemente sobre la cubierta de la máquina. Los ojos-amarillos se dirigieron apresurados hacia él registrando preocupación, preocupación, preocupación.

De repente el globo se desvaneció en una llama de fuego y un fuerte «bang» impulsó a Trill y a Tag en el agua. Una parte de la máquina desapareció, dejando márgenes desgarrados en torno al repentino agujero. Varios de los miembros de la tripulación desaparecieron también con aquella sección de la máquina. Algunos fragmentos pasaron silbando sobre Tag y Trill para caer al agua.

Se levantaron blancos géiseres alrededor de las rocas cuando las vitalidades ladradoras abandonaron de repente el anfiteatro todas juntas y se lanzaron al agua buscando el cobalto de las capas inferiores de las aguas por debajo de Trill y Tag.

—No es un juego —dijo tristemente Trill.

—No, definitivamente, no —asintió Tag.

Uno al lado del otro se alzaron sobre sus colas y lanzaron un sonido desagradable hacia la máquina.

Los ojos-amarillos supervivientes miraban hacia ellos y hacían gestos agitados. Gritaban, muy fuerte, en su idioma cifrado. De nuevo pusieron en marcha el motor de la máquina y la dirigieron en ruta, humeando y traqueteante, hacia donde estaban Tag y Trill. De nuevo los dardos comenzaron a caer al agua junto a ellos.

Tag y Trill nadaron por los rayos opalinos. Conocían perfectamente aquellas aguas, y a la profundidad de luz opalina otro arrecife rocoso se ocultaba a poca distancia de la superficie. No resultaba visible como lo era el anfiteatro en el que las vitalidades ladradoras habían estado tomando el sol.

Inteligencias con conocimientos marineros no hubiesen perseguido a Trill y Tag por el rayo opalino. Pero aquéllas no eran inteligencias marineras. Provenían de los cielos. Sólo eran anfibios cuando se les ofrecía una oportunidad provechosa.

Tag y Trill siguieron por el rayo opalino y pasaron sobre las locas, rozándolas, y por entre una manada de dientesbobos que corrían cortando el agua con sus aletas para investigar lo que sucedía con aquella nueva explosión. La débil conciencia de los dientesbobos sólo registraba apetito.

La máquina humeante siguió su rumbo tras Tag y Trill exactamente sobre los arrecifes. La máquina humeante hizo un ruido fortísimo, golpeó contra las rocas y desgarró sus fondos con las heridas penetrantes que les causaron las rocas duras y agudas.

La parte delantera se inclinó hacia abajo mientras la parte de atrás se alzaba y la multitud de ojos-amarillos cayó al agua sin cesar de expresar sus conjeturas cifradas.

Registrando las impresiones recibidas procedentes de aquellas inteligencias, Trill y Tag no descubrieron otra cosa que la expresión de una conciencia consternada. Esa consternación se iluminó positivamente cuando el hambre aletada de los dientesbobos hizo su aparición entre ellos de manera rapidísima. El apetito de los dientesbobos se había convertido en glotonería.

Las conciencias consternadas se fueron extinguiendo, una a una, en oleadas de angustia.

Más allá de las aguas surcadas, cortadas por las aletas, la máquina se quedó colgada, vacía e inútil sobre las rocas. Y allí seguiría hasta que el mar enfadado, en la estación de las tormentas, la rompiera y la arrancara de aquel lecho pétreo para enviarla al Abajo.

Trill y Tag pusieron rumbo a casa, jinetes sobre las olas da una corriente de tema mayor. El sol se ponía; la luminiscencia comenzaba a florecer sobre sus cuerpos. Una luna llena surgió en el Arriba, escrutando y volviendo a escrutar sus escalas plateadas a través de su rayo.

Bastante tiempo antes de que llegaran a casa, Gobl los tocó con una conciencia.

—¿Algo de qué informar? —quiso saber.

—Una noche estupenda —emitió Trill.

Tag por su parte transmitió:

—Trill está escribiendo una canción nueva.

—Nos encontramos algunas ladradoras que parecen mucha más brillantes interiormente —dijo Trill—. Volveremos allí la próxima luna madura para ver cómo se siguen desarrollando. Si siguen ganando en brillantez como hasta ahora, es muy posible que consigamos que lleguen a jugar con nosotros.

—Estoy pensando un nuevo juego con pellizquitos y mordisquitos en el rabo —dijo Tag—. Grabaré las reglas en los archivos cuando regresemos.

—Anotado —dijo Gobl—. ¿Alguna otra cosa?

—Por lo demás todo ha sido de lo más corriente —dijo Tag—. Encontramos algunas conciencias subdesarrolladas cazando furtivamente ladradoras en el perímetro del rayo ámbar.

—¿Algo útil? —quiso saber Gobl.

—Negativo. Unas conciencias muy ocupadas, muy trabajadoras y agitadas, demasiado confusas como para ser útiles. No eran universales. No conocían ninguna canción. Incapaces de pensar ningún juego nuevo. Estrictamente subutilitarias. Tomamos las contramedidas oportunas.

—Archivado y olvidado —dijo Gobl—. Parad en mi torre cuando deis la vuelta. Podemos cantar juntos la nueva canción de Trill.

Se metieron en el cobalto de regreso a casa y se pasaron todo camino cantando. Trill, en su fuero interno, estaba practicando el idioma cifrado de la conversación de los viejos Maestros, cantando uno de aquellos versos viejos, pero que muy viejos, de Maestros con una de sus propias músicas:

«Dulces son las adversidades

que, como los sapos, feos y venenosos,

llevan, no obstante, una joya preciosa en la cabeza».

La luna llena caminaba majestuosa por su propio rayo ámbar y se movió cruzando el mar resplandeciente para iluminar la ciudad negra y destruida de los Maestros.