EL OYENTE SORDO
Rachel Cosgrove Payes
Era un lugar de nieblas arremolinadas que bullían sobre océanos muertos y subían en espiral por las rocas peladas que bordeaban los mares. Los gases burbujeaban; los nocivos vapores corroían los peñascos eliminándolos lenta, pero firmemente, con componentes gaseosos. Fuertes vendavales barrían el globo arrastrando masas de nubes de cambiantes dibujos como un caleidoscopio de colores.
Ninguna vida orgánica aparecía por allí. Los océanos eran estériles, las rocas, áridas. Incluso los componentes de la vida todavía no habían nacido.
Por encima del hostil planeta giraba la nave con sus sensores alerta. Las computadoras ingerían datos y vomitaban respuestas. Los controles eran rígidos, los experimentos se repetían y los informes se acumulaban como los días bajo el sol alienígena.
No había vida abajo, sino extraños gases que constituían una enorme riqueza. La nave se disponía a recoger la rica cosecha que se arremolinaba por debajo. Giraban los discos, destellaban luces; las personas tomaban decisiones y el cerebro humano respondía mejor que el sofisticado ordenador.
Era una nave sonda, fuertemente blindada para resistir cualquier fuerza, y que volaba de sol a sol en busca de vida inteligente o, en su defecto, de nuevos y desérticos mundos para explotar sus riquezas.
El capitán no dejaba nada al azar, pues en el espacio, éste puede resultar peligroso. Aun después de conocer, por medio del instrumental, sumamente perfeccionado, que no existía vida por bajo, llamaba a su Oyente.
—Nos vamos a trasladar a una órbita más baja, de modo que penetramos en las capas de gases más altas. Todas las pruebas indican que no existe vida por debajo, pero escucha tú también para mayor precaución.
El Oyente asintió muy serio. Su responsabilidad era tan imponente que vivía en los umbrales de una crisis nerviosa. Toda nave sonda poseía su Oyente, miembro de un Gremio especial, dedicado al conocimiento del universo. Durante largos siglos de viaje por la galaxia, el Gremio había provisto a sus Oyentes de una competencia de tan alto nivel que podían detectar hasta las inteligencias más primitivas. Sin ellos, los hombres habrían podido violar mundos, al parecer insensibles. Fue un Oyente el que descubrió los microorganismos inteligentes en Osiris 9739. Un miembro de aquel Gremio había detectado los inteligentes líquenes en un mundo frío y árido del Sistema Auriga. Los oyentes eran en extremo sensibles, receptores de estaciones ultrasensibles y que protegían los mundos nuevos de los ataques de su raza en continua expansión.
El Oyente siguió sus ritos: se lavó el cerebro químicamente con fármacos compuestos para este fin; electrónicamente, con máquinas perfeccionadas a través de los años. Cayó en un trance de autoinspiración y desplegó su mente hacia el planeta que estaba debajo, esforzándose por percibir cualquier pensamiento. Terminado el período de escucha, y de vuelta del estado de trance, informó, agotado:
—Nada. No he percibido vida inteligente.
Mientras el Oyente se recuperaba de su trabajo, el capitán tomó las decisiones, oportunas que realizaría la tripulación para dirigir la nave por la niebla que se arremolinaba por el mundo muerto. Se abrieron las palas y se llevó a cabo un proceso en extremo complejo para recoger poco a poco los ricos gases que luego comprimieron y almacenaron a bordo.
En este diminuto imperio, el Recycler temblaba. Algo no marchaba y no podía identificar la causa. Revisó rápidamente los procedimientos automatizados que reciclan los desperdicios y proporcionan una constante fuente de energía a la tripulación. Nada faltaba. Los depósitos burbujeaban plácidamente; los procesos bioquímicos progresaban, el producto final, aceptable. Sin embargo, no consiguió dominar la sensación de que algo extraño sucedía, hasta que al fin supuso que podía estar relacionado con el nuevo planeta y solicitó una entrevista con el capitán.
—Hay algo raro en este mundo nuevo, señor. Lo noto en todo mi cuerpo. El capitán se hallaba más preocupado de lo que deseaba aparentar. El Recycler tenía un olfato especial para detectar las dificultades y toda la tripulación lo sabía. En más de un mundo, había notado cuando fallaba algo, antes que otros experimentasen menor indicio.
—¿Puede ser más específico, Recycler?
Con gran pesar, el tripulante sacudió la cabeza.
—Lo siento, señor. Precisamente no se nota claro. Pero hay algo ahí, alguna presencia extraña que me asusta.
El capitán ordenó a la tripulación que revisara minuciosamente los instrumentos. Todo funcionaba, había sido un viaje de rutina altamente provechoso, cargando sin dificultad los preciosos gases. El capitán consultó de nuevo a su Oyente.
Molesto porque se dudase de su técnica de especialista, el Oyente se mostró desdeñoso.
—Mi capitán, abajo no hay vida. ¿Quién es ese Recycler? ¿Qué clase de entrenamiento ha tenido como Oyente? Ninguno. Sólo unos pocos aciertos y ahora quiere usurpar mi puesto a bordo. Si prefiere seguir su consejo y retirarse de este planeta, presentaré una reclamación al Gremio cuando regresemos. Recuerde que todos compartimos los beneficios de este viaje. Si lo suspende y presta más atención a él que a mí, tendré motivos legales para presentar una demanda en toda regla. Y ya conoce el castigo si el tribunal falla a favor del Gremio.
De sobra conocía el capitán el castigo. En el próximo viaje le negarían un Oyente… lo que significaba que no emprendería otro viaje, pues era imposible contratar una tripulación sin un Oyente.
Con gran pesar, concedió su voto de confianza al miembro del Gremio.
En su pequeño compartimiento, el Recycler sufría en silencio. No poseía la categoría necesaria para convencer a un Oyente, ni otra esperanza que aguardar a que los depósitos se llenaran pronto con los preciosos gases para salir de aquella órbita y regresar a su mundo.
*Peligro* *Peligro* *Peligro*
Las moléculas danzaban, se movían cada vez con mayor rapidez; se mezclaban con nubes colindantes y arremolinadas de moléculas hasta que por todo aquel planeta los gases impartían su mensaje:
*Peligro* *Peligro* *Peligro*
La nave, en órbita de aquel mundo, desplazaba los gases, los alteraba al introducir una sustancia alienígena.
La rígida masa de la nave apartaba las moléculas que en su impulso saltaban en los espacios intermoleculares.
*Extraños* *Extraños* *Extraños*
A esto, siguió en el acto un mensaje orden:
*Analizar* *Analizar* *Analizar*
Nuevas moléculas surgían por el área y rodearon la nave, la rozaban, la envolvían por completo. Al rebote duro, apretado y metálico, las moléculas se reconocieron y saludaron:
*Saludos* *Saludos* *Saludos*
No hubo respuesta. Las estructuras moleculares se enlazaron tan fuerte que no les permitían comunicarse.
*Prisioneras* *Prisioneras* *Prisioneras*
El mensaje corría por todo el planeta dispersado por los gases. Por la parte caliente, las moléculas, activadas por el calor de su sol, se movían cada vez más de prisa, flotando en grandes y expansivas masas. Se espaciaban girando enloquecidas. Se formaron fuertes vientos que barrían el globo; grandiosas tormentas bullían sobre los mares; la parte alta de la atmósfera agitaba y golpeaba la nave extranjera de acá para allá.
*Libertad* *Libertad* *Libertad*
Las moléculas envolvieron la nave y con sus mudos mensajes enviaron a buscar más moléculas, más gases y otros elementos. Las reacciones químicas se sucedían en la turbulenta atmósfera que ardía por el sol abrasador. Grandes fuerzas generaban nuevos gases que se precipitaban a cumplir con su deber. Arrollaron la embarcación y entonaron su canto de sirena:
*Escapad* *Escapad* *Escapad*
El revestimiento de la nave era fuerte; construido para resistir los rigores del espacio; pero escuchó las lisonjas de aquellos gases. Muy despacito, las moléculas que formaban el casco de la nave espacial se fueron soltando una a una. Desertó la primera, luego otra… y otra…
*Camarada* *Camarada* *Camarada*
Los gases recibían alegres a las recién llegadas, incorporando a las moléculas que desertaban dentro de su propio elemento, alcanzándolas y girando en una loca danza en torno a su mundo desierto.
*Danzad* *Danzad* *Danzad*
Más y más moléculas de la nave huían de su prisión uniéndose al movimiento libertador, danzando en los terribles vientos, olvidando el motivo de su vida, saboreando la alegría loca y embriagadora de la libertad; rompiendo sus ligaduras y abandonando su antigua vida.
El torbellino de gases reunía en un número cada vez mayor a las que luchaban por libertarse y aumentaban la fuerza de las que pugnaban por liberar a sus atrapadas compañeras.
*Ven* *Ven* *Ven*
Un número incontable de moléculas metálicas abandonaron la nave y disfrutaron de su libertad.
En la sala de control, las luces avisaron con su resplandor rubí; los timbres de alarma alertaban a los tripulantes. El monitor informó al capitán:
—Señor, los gases corroen el casco de la nave.
El capitán ordenó que se tomaran las medidas pertinentes y una ráfaga de energía limpió el casco, pero el alivio duró poco.
El capitán tomó entonces una rápida decisión.
—Cambien rumbo a otra órbita para evitar la concentración de gases corrosivos.
Nuevas órdenes alimentaban el computador; nuevos planos ordenados y las máquinas de la nave alteraron el curso de ésta.
—¡Revisad el casco! —ordenó el capitán.
—Está limpio —fue el informe.
*Seguid* *Seguid* *Seguid*
Los gases que envolvían la nave en su nueva órbita dispersaron sus mensajes para cercar las moléculas y con velocidad de computador la palabra rodeó el planeta que giraba.
*Ataque* *Ataque* *Ataque*
Las moléculas se soltaron del cautiverio del Casco de la nave y se unieron a la lucha, mezclándose con las moléculas libres, desarticulando electrones y formando otros nuevos, de modo que pronto, los gases corrosivos que la nave había eludido, se volvieron a formar a su alrededor y comenzaron a soltar a sus hermanas atrapadas.
*Separaos* *Separaos* *Separaos*
Cada hoyo producido por un meteorito, cada grieta, cualquier punto corroído, era un blanco que atacaban las moléculas. A medida que el casco perdía más moléculas, su superficie se tornaba más vulnerable a las fuerzas que lo afectaban.
El Recycler oyó las alarmas, pero hasta que el último destello rojo no apareciese en su tablero, su obligación era ocuparse de las máquinas. Su tensión iba en aumento; en su subconsciente, el miedo se recogía en helados charcos. Notaba la presencia de una fuerza maligna. ¿Cómo era posible que el Oyente fuera sordo a ella? Se sentía embargado por una vasta presciencia que, anhelante, se posesionaba de él.
En su desesperación recorrió con los dedos el cuadro de mandos e hizo una llamada directa al capitán.
—Debemos abandonar este lugar antes de quedar destruidos.
El capitán estaba más preocupado de lo que aparentaba. Sin embargo, el Oyente se hallaba a su lado, escuchando las palabras emitidas en voz baja por el Recycler y sonrió con desprecio.
—Unas cuantas conjeturas afortunadas y ya se cree un ser superior. No hay vida para que nos puedan atacar.
—Señor —llamó el monitor—, el casco se está deteriorando. Desconocemos esas mezclas gaseosas; no obstante, parecen ser el agente exacto para desintegrar el revestimiento de la nave.
—¿Ya están llenos los depósitos? —preguntó el capitán.
—Sólo la mitad, señor.
—Una suma insignificante para tan largo viaje —insistió el Oyente—. Un poco más de tiempo y regresaremos a nuestro mundo con un cargamento de primera.
El capitán mandó que se diera otro giro en órbita, pero esta vez, de muy poco les sirvió aquel pequeño desahogo. En el acto, los gases destructores se formaron donde no habían estado antes.
Desde el cuadro de mandos llegó la voz del Recycler mostrando su desespero:
—¡Quieren destruirnos, mi capitán! ¡Abandonemos este lugar antes de que sea demasiado tarde!
Pero el Oyente se interpuso:
—Esperemos un poco más, hasta haber cargado los gases preciosos. Un cargamento completo… extra… un beneficio portentoso.
Los gases se arremolinaban cada vez más cerca, y aquella densidad en aumento concentraba más moléculas corrosivas alrededor del objeto foráneo.
*Invadir* *Invadir* *Invadir*
Primero una molécula, luego otra, después cada vez en número mayor se abrían paso por los distintos equipos de la nave, mezclándose con los gases comprimidos y almacenados en los depósitos.
*Conquistad* *Conquistad* *Conquistad*
*Libertad* *Libertad* *Libertad*
—Mi capitán, los depósitos se están contaminando.
—Limpiadlos.
—Nuestros aparatos no funcionan.
—¡Vacíen los depósitos!
El Oyente puso el grito en el cielo:
—¡Nuestros beneficios! ¿Qué representan unos cuantos contaminantes? Se pueden purificar al llegar a nuestro destino.
—¡Soy el capitán! —rugió éste—. ¡Salga en el acto de la sala de control! Cuando lleguemos a nuestro país, si es que llegamos, presentaré un informe sobre usted como el más inútil del Gremio: ¡el primer Oyente Sordo! —Luego, se dirigió a los revisores—: ¿Han vaciado los depósitos?
—Lo estamos intentando, señor, pero algo sucede. No conseguimos que los gases salgan de los depósitos. ¡Se resisten!
De la tabla de control llegó un informe conciso:
—¡Señor, los monitores indican que los depósitos se están corroyendo!
Ya no aguardaron y abandonando la órbita en que estaban, huyeron de la horrible amenaza, pero llevándose con ellos su perdición, pues a cada instante nuevas moléculas iban siendo liberadas por los asaltantes de los depósitos.
Y las moléculas de gas rompieron las paredes de los depósitos esparciéndose por toda la nave, pasándose el mensaje que oyó el Recycler en su pequeño compartimiento y que, de parte a parte, cruzaba la nave que sucumbía.
*Victoria* *Victoria* *Victoria*