TOLKIEN DESPUÉS DE TODOS ESTOS AÑOS
POUL ANDERSON
Durante mucho tiempo, Tolkien fue un enigma para los críticos, sin embargo no lo fue para los lectores en general. Las cifras de ventas no son muy precisas, pero recientemente se calculó que la obra más popular de Tolkien, El Señor de los Anillos, publicada en más de treinta lenguas, ha vendido más de cincuenta millones de ejemplares en todo el mundo. Y varias encuestas han proclamado en los últimos años que El Señor de los Anillos es el libro del siglo. Personalmente, creo que estas encuestas y declaraciones no tienen mucho significado real, pero hay una verdad que es innegable, y es que El Señor de los Anillos es una novela muy querida por un gran número de lectores.

Leí El Hobbit y El Señor de los Anillos por primera vez en el verano de 1973, cuando tenía trece años. Había ido a visitar a mi hermana mayor, y la estaba molestando de esa manera que tan bien se les da a los hermanos pequeños. Además, estaba aburrido, y después de echar un vistazo a su librería y quejarme de que no había nada para leer, salió de la cocina pisando muy fuerte, tomó los libros de Tolkien de la estantería y me los arrojó con unas pocas órdenes inconexas: «Aquí tienes. Léete éstos. Te gustarán. Ahora déjame en paz».
Los libros eran de la edición de bolsillo de Ballantine con las surrealistas cubiertas de Barbara Remington, un paisaje de colores brillantes lleno de emúes, criaturas reptilianas retorcidas y árboles con frutos bulbosos. Miré los libros con escepticismo (como todavía miro esas cubiertas), pero estaba desesperado y decidí intentarlo. Y me pasé los días siguientes completamente absorto en esos cuatro libros. Entonces no sabía que me pasaría los siguientes treinta años estudiándolos, junto con la vida de Tolkien y sus otros escritos.
El interés que despertaron en mí los libros de Tolkien ha cambiado en muchos aspectos con el paso de los años. Al principio me deleitaba en detalles del mundo de la Tierra Media, en la profundidad de la historia inventada y en las alusiones de historias que se contaban en parte en los apéndices. En el instituto escribí una obra de teatro basada en El Hobbit, y la representé con varios amigos. Por ese entonces también empecé a leer mucha más literatura, tanto cosas que inspiraron a Tolkien (desde Beowulf, los Eddas y las sagas islandesas hasta los romances en prosa de William Morris), como de escritores modernos que a su vez se inspiraron en Tolkien.
En la universidad estudié más en serio las literaturas medievales en las que se había especializado Tolkien, e incluso asistí a un curso de verano en Oxford, donde Tolkien había vivido y trabajado gran parte de su vida. En la universidad y los años que siguieron, he seguido todos los temas de estudio que me han interesado, muchos inspirados por Tolkien, otros no. Este tipo de libertad en mis estudios (sólo posible fuera de un currículo establecido) me ha permitido seguir un itinerario universitario impredecible por los reinos de la mitología, los cuentos de hadas y la literatura infantil, seguidos de estudios textuales, bibliografía, métodos de impresión, producción editorial e historia de la edición, y muchos otros aspectos que van más allá de lo que normalmente se considera literatura y crítica literaria.
No creo que mi experiencia sea atípica. Es cierto que no es habitual entre muchos de mis amigos y colegas tolkienistas, porque creo que quienes estudiamos a Tolkien y leemos su obra con mucha atención hallamos que sus sutilezas, su inteligencia aguda y penetrante, hacen que nuestros intereses se expandan en muchas direcciones inesperadas. Por supuesto, esta observación contradice el núcleo de la supuesta verdad que los críticos de Tolkien llevan mucho tiempo proclamando, la de que los aficionados a Tolkien sólo leen a Tolkien, una y otra vez.

Para analizar la recepción por parte de los críticos de las obras de Tolkien, primero hay que explicar cuánto se ha ampliado la bibliografía de los textos de Tolkien desde su muerte en 1973 a la edad de ochenta y un años. Durante su vida, y de momento a excepción de su trabajo académico, las primeras publicaciones literarias de Tolkien sólo consistían en una pequeña estantería de libros: El Hobbit (1937); el cuento Egidio, el granjero de Ham (1949); los tres tomos de El Señor de los Anillos (1954-1955); la pequeña recopilación poética de The Adventures of Tom Bombadil (1962); otro pequeño libro, con un cuento y un ensayo, titulado Árbol y hoja (1964); el cuento fantástico independiente El herrero de Wootton Mayor (1967); un ciclo de canciones con los poemas de Tolkien con música de Donald Swann, The Road Goes Ever On (1967); y la edición de bolsillo de una antología estadounidense de algunos de estos textos llamada The Tolkien Reader (1965). De todos estos títulos, las obras principales, en tamaño y popularidad, son El Hobbit y El Señor de los Anillos.
Desde la muerte de Tolkien ha aparecido una cantidad extraordinaria de sus escritos hasta entonces inéditos, algunos terminados, otros no. Muy pocos escritores han visto sus despojos literarios publicados hasta estos extremos y presentados con el cuidado prodigado en estos textos. Una vez más exceptuando temporalmente su obra académica, desde la muerte de Tolkien hemos tenido el privilegio de leer otras obras terminadas para niños, incluyendo El señor Bliss (1982) y Roverandom (1998), ambas ilustradas por el autor. Otro libro, Las cartas de Papá Noel (1976; una edición ampliada, titulada Cartas de Papá Noel apareció en 1999), reproduce en facsímil los cuentos y dibujos que Tolkien, bajo la identidad de Papá Noel, hizo cada año para sus hijos cuando eran pequeños. En estas cartas Tolkien desarrolló con gran ingenio una historia imaginaria para Papá Noel y los otros habitantes del Polo Norte.
A pesar del encanto que tienen todos los libros mencionados, siguen siendo obras menores en comparación con el mayor logro de Tolkien en la completa creación de la Tierra Media; es en esta última área donde las publicaciones póstumas de Tolkien son más notables. La mayoría de estos libros han sido editados por el tercer hijo de Tolkien, Christopher, cualificado casi como nadie para supervisar literariamente en tanto ejecutor de la publicación póstuma de los diferentes textos de su padre, pues cuenta con la misma formación literaria de su padre y siempre ha sentido devoción por sus escritos. Christopher formó parte del público original para el que se escribió El Hobbit, y fue el primer crítico de su padre cuando éste escribió El Señor de los Anillos, algunos de cuyos capítulos le envió en serie a Sudáfrica cuando seguía la instrucción de piloto de la RAF durante la segunda guerra mundial. Christopher también siguió a su padre académicamente y se especializó en las mismas lenguas y literaturas medievales. Y, como su padre, fue profesor de estas asignaturas en Oxford.
La primera publicación importante fue El Silmarillion, en 1977, una versión editada de las leyendas del «Silmarillion» de Tolkien. (Aquí sigo la convención presente en los estudios de Tolkien de mencionar en cursiva el libro publicado, como El Silmarillion, mientras que el «Silmarillion» entre comillas se refiere a las leyendas que fueron evolucionando en general). Éste fue seguido por una colección de Cuentos Inconclusos en 1980. De 1983 a 1996, los fans de Tolkien recibieron una nueva entrega de textos sobre la Tierra Media casi cada año, que en total suman doce grandes tomos de la serie de Christopher Tolkien sobre La Historia de la Tierra Media. Los catorce volúmenes resultantes —porque deben incluirse los Cuentos Inconclusos y El Silmarillion como parte de la Historia— abarcan casi sesenta años de trabajo creativo de Tolkien en su mundo inventado. Estos libros contienen una multitud de cosas fascinantes —algunas terminadas, aunque la mayoría no lo están— cuya forma oscila desde cuentos, ensayos y anales hasta gramáticas, mapas, ilustraciones y poemas (los hay cortos, además de largas poesías narrativas en pareados rimados o versos aliterados). Estas obras se comentarán después, pero de momento basta decir que estos catorce tomos publicados a modo póstumo contienen aproximadamente cuatro veces más texto que El Hobbit y El Señor de los Anillos. Hay que admitir que existen duplicaciones y repeticiones, y que algunos textos se superponen (sobre todo en los tomos de la Historia que abarcan la escritura de El Señor de los Anillos); no obstante, la cantidad de material sobre la Tierra Media que Tolkien escribió a lo largo de su vida es asombrosa.
Cabe señalar aquí unas pocas publicaciones póstumas adicionales. Las cartas de J.R.R. Tolkien (1981) es una compilación enormemente significativa en el campo de los estudios de Tolkien, pues el estilo epistolar de Tolkien es en sí mismo muy atractivo, y las cartas (con frecuencia dirigidas a fans, para responder preguntas específicas sobre sus escritos) revelan muchos detalles de la creación y las intenciones literarias de Tolkien que de otro modo nos serían desconocidos. Junto con J.R.R. Tolkien: una biografía, de Humphrey Carpenter (1977), un libro autorizado para el que Carpenter tuvo acceso a todos los papeles de Tolkien, las Cartas y la biografía son los mejores dos puntos de partida para entender a Tolkien como escritor. Para destacar sólo un libro adicional, J.R.R. Tolkien: artista e ilustrador (1995), de Wayne G. Hammond y Christina Scull, muestra otra faceta de las habilidades de Tolkien, con una gran recopilación de dibujos y pinturas, muchos de los cuales describen escenas y paisajes de la Tierra Media, proporcionando así otro medio, esta vez visual, de apreciar el mundo de Tolkien.
Volviendo al fin a la respuesta de los críticos, desde el principio los textos de Tolkien han despertado una primera reacción no tanto intelectual como emocional. Las reseñas de El Hobbit en la época de su publicación son en su mayor parte agradables, aunque en ocasiones se confunden un poco cuando intentan hallar un libro con el que compararlo. (A decir verdad, ninguna de las comparaciones funciona realmente, porque Tolkien hizo algo completamente nuevo). Egidio, el granjero de Ham, publicado doce años después de El Hobbit, no llamó mucho la atención. Pero pocos años después, con la publicación de los tres tomos de El Señor de los Anillos, empezó en serio la polarización de la respuesta a Tolkien. Aunque El Señor de los Anillos es en realidad una sola novela, se dividió en tres tomos por razones de marketing, pues el editor tenía la esperanza de que así dividida y a un precio competitivo, obtuviera el triple de reseñas, mientras que un único tomo de precio elevado sólo se reseñaría una vez, y probablemente vendiera pocos ejemplares. La estrategia editorial funcionó.
Algunos nombres importantes, incluyendo a W. H. Auden, Naomi Mitchison y C. S. Lewis (que también era íntimo amigo de Tolkien), reseñaron los libros con grandes alabanzas en periódicos de prestigio, pero hubo otros igualmente importantes a quienes los libros no les gustaron, y lo dijeron con locuacidad. La reseña anti-Tolkien más notoria es la que Edmund Wilson tituló «¡Oh, esos terribles orcos!» y se publicó en The Nation en abril de 1956. En ella, Wilson afirma haber leído la novela en voz alta a su hija de siete años (aunque curiosamente escribe mal el nombre de uno de los personajes principales, «Gandalph») y dice que El Señor de los Anillos es «esencialmente un libro para niños, un libro para niños que de algún modo se le ha ido de las manos porque, en lugar de estar dirigido al mercado “juvenil”, el autor se ha concedido el capricho de escribir literatura fantástica sólo por el gusto de hacerlo». Aquí radica la acusación básica que la mayor parte de los detractores de Tolkien le han arrojado en los años siguientes. El problema, para Wilson, es que es un libro fantástico, y por eso intenta quitarle importancia diciendo que es para niños. Un estudio de los otros escritos críticos de Wilson revela que sentía aversión por casi todo lo que fuera fantasía, aunque admitía que le gustaban los textos de James Branch Cabell, cuyos relatos de Poictesme, un pequeño reino imaginario situado en el sur de Francia, contienen la picardía y las insinuaciones sexuales que Wilson esperaba sin duda hallar en las novelas para «adultos».
La controversia sobre El Señor de los Anillos estalló a mediados de la década de los sesenta, después de que en Estados Unidos se publicara la primera edición de bolsillo de los libros y éstos llegaran a las listas de los más vendidos. Pero el argumento básico contra Tolkien no sufrió muchos cambios. Recientemente, el crítico Harold Bloom ha tomado un camino ligeramente distinto a la hora de rechazar a Tolkien, confundiendo erróneamente el extendido crecimiento de su popularidad en los años sesenta con la idea de que en adelante las obras de Tolkien deben considerarse ancladas en esa época, desde un punto de vista cultural e histórico. Bloom considera que El Señor de los Anillos es lo que él llama (con mayúsculas) una «Obra Temporal», presumiblemente algo que en cierto momento fue popular por alguna razón incomprensible (para él), pero que no tardó en caer en el olvido. Bloom no podía estar más equivocado.
Para los medios de comunicación, la publicación póstuma de El Silmarillion en 1977 fue todo un acontecimiento, pero a excepción de unos pocos críticos (entre los que destacan Anthony Burgess y John Gardner), la mayoría compararon El Silmarillion con El Señor de los Anillos y hallaron que carecía de la mayor parte de los encantos del primero. A Cuentos Inconclusos, publicado en 1980, no le fue mejor, y los tomos posteriores de La Historia de la Tierra Media han sido conscientemente ignorados por los escritores de reseñas literarias. Vistas ahora, es posible ver que las críticas más serias de Tolkien se trasladaron de los periódicos y las revistas más importantes a las publicaciones y libros especializados.
La antipatía de los críticos por Tolkien no es sólo una cuestión de género, sino también de estilo y tono. En realidad El Señor de los Anillos no es, según las definiciones de los críticos más severos, una novela, sino, tal como la llamó Tolkien, un «romance heroico». Este libro constituye un ejemplo de un género que tiene sus orígenes miles de años antes, en la Ilíada y la Odisea de Homero, en Beowulf y en las historias artúricas, un género que a principios del siglo XX había caído en el olvido, sobre todo después de la aparición del modernismo en los años veinte y treinta. El género del romance no estaba muerto en absoluto, pero había pasado inadvertido durante unas cuantas décadas. La obra de Tolkien está firmemente arraigada en esta tradición romántica, pero también es una evolución de esa tradición según las líneas de las convenciones novelísticas modernas.
Justo cuando los defensores del realismo habían empezado a dominar el mundo literario, aparecieron Tolkien y El Señor de los Anillos, su refundación del antiguo género. Y en cuanto al tono, los textos de Tolkien son muy distintos de la tendencia a la ironía predominante en las obras modernas. No es que Tolkien fuera incapaz de utilizar la ironía, sino que no escribía con un tono mayormente irónico. Así, la obra de Tolkien representa gran parte de lo que detestan los modernistas (y después, los posmodernistas); además, la que para ellos quizá sea la peor ofensa de todas es que las obras de Tolkien son populares.
Para el público lector, el éxito de El Señor de los Anillos a mediados de los sesenta provocó el despertar del viejo género del romance, ahora con el nuevo nombre de literatura fantástica. La editorial que publicó a Tolkien como libro de bolsillo en Estados Unidos, Ballantine Books, respondió a la creciente demanda de más cosas como Tolkien con la nueva serie Ballantine Adult Fantasy. Esta serie reimprimió un gran número de libros oscuros de la primera mitad del siglo, demostrando así que el género del romance no había muerto en absoluto, sino que había pervivido a la sombra de las formas literarias predominantes. La serie acercó a un nuevo público los textos de autores que ahora se cuentan entre los grandes del género como E. R. Eddison, Lord Dunsany, David Lindsay y Mervyn Peake. Y el mercado para nuevos libros de literatura fantástica creció a pasos agigantados. La consideración de estas obras está relacionada con el éxito comercial de la fantasía, y del género que con ella se convirtió en una industria o un artículo de consumo. Tal como escribió acertadamente Ursula K. Le Guin: «La fantasía de consumo no entraña ningún riesgo: no inventa nada, sólo imita y trivializa. Actúa privando a los antiguos relatos de su complejidad intelectual y ética, convirtiendo la acción en violencia, los actores en muñecos y la verdad en tópicos sentimentales».
La respuesta académica a Tolkien ha sido casi tan problemática como la de los críticos, pues los críticos y los académicos son a menudo las mismas personas. Además, gran parte de la formación literaria moderna que se da en las universidades abarca un campo tan estrecho que es posible decir sin exagerar que los lectores son apartados de Tolkien por el poder literario convencional.
Sin embargo, con el paso de los años Tolkien ha hecho pequeñas incursiones en los currículos de algunos departamentos de lengua inglesa. Y sus textos gozan de mayor aprecio en el campo especializado de los estudios medievales, donde un número significativo de sus eruditos actuales admiten que Tolkien los inspiró a la hora de escoger su carrera.
Las críticas académicas de Tolkien surgieron en los años sesenta y alcanzaron su punto álgido en la época anterior a la muerte de Tolkien con Master of Middle-earth, de Paul Kocher (1972), un estudio crítico que también fue un éxito popular. El libro de Kocher fue superado hace mucho tiempo, pero sigue teniendo mérito. En los años que siguieron, ha habido bastantes estudios sobre Tolkien. Los mejores son El camino a la Tierra Media, de Tom Shippey (1982) y A Question of Time: J.R.R. Tolkien’s Road to Faërie, de Verlyn Flieger (1997). El camino a la Tierra Media es una mirada exhaustiva al uso que Tolkien hace del lenguaje y a la influencia que ejercieron en él las lenguas y las literaturas medievales, mientras que A Question of Time explora exhaustivamente algunos aspectos menores de la obra de Tolkien, en concreto su inquietud por el tiempo y los sueños y cómo utilizó estos elementos en la ficción para tratar los temas de la época en que vivió. Pero incluso estos estudios de gran nivel intelectual están dirigidos a lectores ya benévolos con él; de hecho, predican para los convertidos. No es el caso del último libro de Shippey, con el conflictivo título de J.R.R. Tolkien: Author of the Century (2000), que describe la obra de Tolkien en relación con otros escritores modernos como George Orwell y James Joyce. Shippey constituye un buen ejemplo de estudio de Tolkien en tanto que escritor moderno importante, pero queda en pie la cuestión de si la facción contraria a Tolkien leerá alguna vez este libro.
Lo doloroso no es el hecho de que estos críticos tengan opiniones discrepantes sobre Tolkien (y sobre la fantasía), sino que en la competición por los programas de estudios de las universidades, y en la propuesta de un canon literario, intenten excluir todo lo que no se incluya en su limitado abanico de simpatías. Y por tanto intenten excluir a Tolkien.
Dejando los críticos a un lado, es el momento de volver la atención a lo que nos aportan todas las publicaciones póstumas a la hora de entender a Tolkien, incluyendo las Cartas y la serie de La Historia de la Tierra Media. Para empezar, cabe señalar un hecho que con frecuencia pasa inadvertido, que es el que Tolkien no era escritor de profesión y que no se ganaba la vida escribiendo relatos. Era un distinguido profesor de la Universidad de Oxford, donde ocupó dos cátedras sucesivamente, primero como Rawlinson Bosworth Professor de anglosajón, de 1925 a 1945, y luego como Merton Professor de lengua y literatura inglesas, desde 1945 y hasta su jubilación en 1959. Las contribuciones de Tolkien a su área de estudio no fueron especialmente numerosas durante su vida, pero sí de una gran calidad. Entre ellas se encuentran A Middle English Vocabulary (1922), compuesto para su utilización con Fourteenth Century Verse and Prose, de Kenneth Sisam (1921), una edición (junto con E. V. Gordon) del poema en inglés medio Sir Gawain y el Caballero Verde (1925), y una edición de Ancrene Wisse (1962), una guía del siglo XIII para las mujeres religiosas que vivían recluidas en celdas contiguas a las iglesias. La conferencia de Tolkien «Beowulf: Los monstruos y los críticos», entregada a la British Academy en 1936, es un punto de referencia en el estudio de los poemas anglosajones.
Después de su muerte, también han salido a la luz algunas de las obras académicas de Tolkien, incluyendo sus traducciones de tres poemas en inglés medio, Sir Gawain y el Caballero Verde, Pearl y Sir Orfeo (1975), y un tomo de ensayos especializados, Los monstruos y los críticos y otros ensayos (1983). También se han publicado algunas notas de conferencias y ediciones de trabajo, entre las que se encuentran The Old English Exodus (1981), editado por Joan Turville-Petre, y Finn and Hengest (1982), editado por Alan Bliss.
Hay que admitir que los textos póstumos de Tolkien sobre la Tierra Media no siempre son fáciles de leer. Dentro de su entorno inventado, los escritos de Tolkien empiezan con leyendas de la creación del mundo y desde ahí avanzan en el tiempo hasta abarcar tres edades enteras de historia. Estos textos hablan de las guerras con el primer señor oscuro, Morgoth, que ocupan toda la Primera Edad; de la historia de Númenor, semejante a la de la Atlántida, y su hundimiento cerca del final de la Segunda Edad, y de los relatos de la Tercera Edad, incluyendo El Hobbit y El Señor de los Anillos, que cuentan la caída final de Sauron, un seguidor de Morgoth que se erigió en segundo señor oscuro. Algunos textos de Tolkien sobre la Tierra Media trascienden la estructura por edades, igual que algunas de sus obras sobre lenguas y esa especie de extraordinario ensayo cosmológico breve con diagramas, el «Ambarakanta» («La forma del mundo»).
Los escritos de Tolkien sobre la Tierra Media abarcan el período que va desde alrededor de 1915 hasta su muerte en 1973; y en la obra de Christopher Tolkien en su mayor parte se presentan por orden cronológico, según el momento en que se escribieron o revisaron. Con la publicación de estos textos ahora podemos ver el desarrollo de todo el legendarium de Tolkien como desde arriba, un legendarium que surgió, según recordó con frecuencia el propio Tolkien, como vehículo para sus lenguas inventadas. Tolkien creía que para que sus lenguas vivieran y evolucionaran como si fueran reales debían tener un pueblo que las hablase. Empezó con el Gnómico y el Qenya (posteriormente Quenya), las lenguas habladas por los elfos. Tolkien inventó la historia de un marinero anglosajón que atravesaba el mar y escuchaba los relatos de boca de los elfos y más tarde, después de su regreso, los ponía por escrito en «El Libro de los Cuentos Perdidos». Tolkien trabajó en estos «Cuentos Perdidos» entre 1916 y 1920, aproximadamente, después de lo cual se concentró en la narración de dos de las historias más importantes del «Silmarillion», la de Túrin y la de Beren y Lúthien, en verso narrativo. Su «Balada de los Hijos de Húrin» alcanzó más de dos mil versos aliterados, mientras que «La Balada de Leithian» llegaría a más de cuatro mil versos de pareados octosílabos. Ambas constituyen una ampliación considerable respecto a la historia original que se cuenta en «El Libro de los Cuentos Perdidos», y ambas están sin acabar.
En torno a 1926, Tolkien escribió un texto en prosa, el «Esbozo de la mitología», que para él fue el «Silmarillion» original, luego ampliado y reescrito varias veces. Para entonces, ya existía el núcleo esencial de las historias narradas en el «Silmarillion», a pesar del hecho de que estos relatos se reescribirían en varias versiones a lo largo de muchos años.
A principios de la década de los treinta, Tolkien escribió para sus hijos el relato El Hobbit y en él empleó espontáneamente algunos personajes (como Elrond), lugares e historias de su mitología ya existente. Más tarde llamaría a este desarrollo «el mundo en el que se introduce el señor Bolsón». Porque El Hobbit pretendía ser una obra independiente, pero al escribirlo deslizó algunos elementos del «Silmarillion». Después de la publicación y el éxito de El Hobbit, a Tolkien se le pidió una continuación. La novela resultante, El Señor de los Anillos, es tanto una continuación de El Hobbit como del conjunto del legendarium del «Silmarillion».
Inicialmente, la mitología inventada de Tolkien había sido algo cerrado, con un principio, un desarrollo y un final, como el Gylfaginning, la primera parte de la Edda en prosa de Snorri Sturluson, del siglo XIII, que resume la mitología nórdica y que fue una fuente de inspiración para Tolkien. No obstante, el final de la mitología de Tolkien fue retrocediendo progresivamente y su historia inventada se amplió con los relatos de edades posteriores, incluyendo el de la Tercera Edad, cuyo final se cuenta en El Señor de los Anillos.
Tolkien empezó a trabajar en este libro en 1937, y llegó al final de la historia doce años después, en 1949. Durante unos cuantos años trabajó diligentemente en el «Silmarillion», con la esperanza de publicarlo junto con El Señor de los Anillos en una larga «Saga de las Tres Joyas y los Anillos de Poder». Al final, sólo el segundo salió a la luz en ese entonces, y hubo que omitir gran parte de los extensos textos que Tolkien había escrito para los apéndices.
Los tomos de la serie de la Historia de la Tierra Media que abarcan la escritura de El Señor de los Anillos tienen un tratamiento especial, pues en ellos aprendemos muchas cosas del método de trabajo del Tolkien escritor. El relato de Christopher Tolkien —en esencia la historia de la composición de un libro— no se parece a ninguna otra historia literaria, porque en él vemos muy detalladamente cómo funciona el proceso de escritura. Tolkien hizo muchas notas apresuradas para sí, y extensos esbozos, sobre la dirección de la historia, sobre por qué podía o no podía ir de esa manera o de esa otra. Todos estos pensamientos y argumentos están transcritos. Casi podemos ver a Tolkien pensando sobre el papel y compartir con él el asombro y desconcierto que despiertan los nuevos personajes que aparecen de la nada. Se trata de un punto de vista muy privilegiado.
Después de que se publicara El Señor de los Anillos, Tolkien dedicó una atención considerable a ciertas facetas de la filosofía interna de su mundo inventado. Examinó con gran detalle muchos aspectos de la naturaleza de los elfos, sus costumbres y ceremonias matrimoniales y su naturaleza dentro del mundo, sus espíritus y la idea de la reencarnación élfica. Exploró ideas sobre la naturaleza del mal y los orígenes de los orcos. Tolkien trabajó también en algunos aspectos externos de la Tierra Media, sobre todo la cosmología, porque llegó a pensar que el emplazamiento de su mundo inventado debía estar dentro del universo físico tal como se entiende en el pensamiento moderno. De ese modo llegó a creer que debía descartar el tan emotivo mito de la creación del Sol y la Luna como los dos últimos frutos de los Dos Árboles de Valinor. Christopher Tolkien, de entre las diversas versiones de los textos de su padre, conservó acertadamente esta leyenda en el Silmarillion publicado.
Después del éxito de El Señor de los Anillos, Tolkien pasó mucho tiempo intentando elaborar el material de su «Silmarillion» para darle una forma publicable y perfeccionar un marco en el que pudiera presentar estas dispares leyendas y escritos. Durante toda su vida había prestado especial atención al método de transmisión de sus relatos: quién, dentro del mundo inventado, los había escrito originalmente, tal vez alguno de los sabios élficos, Rúmil o Pengolodh, y cómo habían llegado estos relatos a los tiempos modernos, a través de copias y traducciones hechas por los hobbits y conservados en la tradición hobbit o por otros medios. Al parecer Tolkien nunca lo resolvió de una manera que lo satisficiera, y en la versión publicada de El Silmarillion se eliminaron todas las observaciones que sitúan los escritos en esta especie de contexto histórico.
Como se ha mencionado antes, algunos de los tomos de la serie de la Historia de la Tierra Media no son necesariamente de fácil lectura. Para empezar, estos escritos abarcan un largo intervalo de tiempo, y el Tolkien escritor adolescente no era aún el excelente estilista en prosa que sería a los treinta y cuarenta años. Además, Tolkien desarrolló varios estilos en prosa para los diversos métodos en los que intentó contar sus historias. Un crítico de Tolkien, David Bratman, ha dividido los estilos en prosa de Tolkien en cuatro tipos principales, y estas distinciones ayudan a describir los distintos materiales del legendarium de Tolkien. El primero es el enfoque novelístico de Tolkien que vemos en El Hobbit y El Señor de los Anillos. A los otros tres estilos en prosa Bratman los ha llamado el analítico, el apendicular y el antiguo. El estilo analítico es el que aparece en los diversos «anales» y en el Silmarillion publicado: una narración rápida y distante de los acontecimientos. El estilo apendicular tiene una forma mucho más de ensayo, como la que vemos en los apéndices de El Señor de los Anillos; es también el estilo predominante en las cartas de Tolkien, y en gran parte de sus últimos escritos filosóficos. El antiguo es el más arcaico de los estilos de Tolkien, presente en la «Ainulindalë» («La Música de los Ainur», el mito de la creación que aparece en el comienzo de El Silmarillion) y en los primeros textos en prosa de Tolkien, El libro de los Cuentos Perdidos.
En cada uno de estos cuatro estilos de la prosa de Tolkien hay varios textos notables. Pero de su variante narrativa, que es quizá la más atractiva para el lector general, algunos de los ejemplos más significativos se encuentran en los tomos que abarcan la composición de El Señor de los Anillos, entre los cuales se incluye el «Epílogo», por lo demás inédito, que ata algunos cabos sueltos de la historia. También tiene un interés considerable «La nueva sombra», el único y encantador capítulo que escribió Tolkien para una continuación de El Señor de los Anillos. (Aparece en el último tomo de la Historia).
Si hay algo que deja claro la serie de la Historia de la Tierra Media, que los lectores que sólo conocen El Señor de los Anillos pueden no haber comprendido en toda su dimensión, es que el corazón del gran legendarium de Tolkien, del cual El Señor de los Anillos no es más que la pequeña parte final, son las leyendas del «Silmarillion». Tolkien creó —o subcreó, usando su propia terminología— un mundo entero, y pocos de sus aspectos escaparon a su escrutinio. Desde los pueblos y los lugares hasta las lenguas, las nomenclaturas y los sistemas de escritura, el material gráfico, los tejidos, los calendarios, etc., todo tipo de cosas que van más allá de un simple texto narrativo. Esta multiplicidad de expresión y la gran atención a los detalles es una de las cosas fundamentales que atraen a muchos lectores a Tolkien; y en otro sentido esta atracción deriva con frecuencia en el deseo de más detalles y de alguna participación del lector en el mundo inventado.
Por embarazosa que me resulte hoy la obra hobbit que escribí a los catorce años, ésta demuestra un impulso común en muchos lectores de Tolkien. Los escritores se sienten inspirados a escribir. Los artistas quieren ilustrar y hacer dibujos de escenas y personajes. Los músicos componen música relacionada con los relatos. Los lingüistas rellenan los huecos de la evolución de las lenguas de Tolkien. Y los cineastas quieren hacer películas.
Los lectores quieren implicarse y utilizan sus propios intereses o talentos para participar de algún modo en el mundo de Tolkien. Estos textos invitan a la participación como pocas obras literarias. Y es ahí donde reside el poder de la magnífica creación de Tolkien. Como seguidores entusiastas de Tolkien, hoy nos hallamos ante una encrucijada. Delante se vislumbran las tres películas multimillonarias de El Señor de los Anillos de Peter Jackson, la primera de las cuales se estrenará hacia la Navidad de 2001[5]. Al lado tenemos la gran cantidad de personas de todo el mundo que han leído los tres tomos de la novela en la que se basan las películas. Detrás tenemos nuestra experiencia personal de leer a Tolkien, nuestros personajes y pasajes favoritos, las escenas e imágenes que las palabras de Tolkien han conjurado en nuestra mente, y nuestra alegría al compartir este entusiasmo con los demás.
El futuro es un signo de interrogación. La novela de Tolkien ha sobrevivido a un intento anterior de llevarla al cine, la versión «en rotoscope» de Ralph Bakshi de 1978, en la que se insertaron escenas rodadas con actores en lo que era principalmente una película de animación. Aunque pretendía ser parte de una serie de películas, después del fracaso en taquilla de la primera parte no hubo ninguna continuación cinematográfica. Otra empresa, Rankin/Bass, realizó una producción musical para la televisión de El Retorno del Rey (1980), como continuación de una versión similar de El Hobbit (1977). De la película de Bakshi, y de los execrables programas televisivos, cuanto menos se diga, mejor.
Ahora Hollywood ha abierto su considerable cartera para una nueva versión con acción en vivo, rodando las tres partes antes del estreno de la primera. La promesa encarnada por las nuevas películas decae ante la experiencia, y ante una cautela y un escepticismo completamente justificados sobre lo que Hollywood podría hacer con la novela. Hay un consuelo mínimo: sea cual sea el veredicto que merezcan las películas de Peter Jackson, siempre tendremos el libro.
Probablemente más alarmante que cualquier película futura sea el hecho de que la maquinaria propagandística y comercial de Hollywood ha estado trabajando a todo ritmo desde hace ya algunos años, mucho antes del estreno de la primera película. No tardará en caer sobre nosotros una monstruosa cantidad de muñecos, juguetes, rompecabezas, juegos, tazas, cartas, pegatinas, figurillas y cosas como los Happy Meals de Gollum. Estas cosas no tienen el permiso del Tolkien Estate, sino de Tolkien Enterprises, una empresa de Hollywood que no tiene relación alguna con la familia de Tolkien, fundada para explotar la película, la marca registrada y los derechos de merchandising de El Hobbit y El Señor de los Anillos, que vendió el propio Tolkien algunos años antes de su muerte.
Y junto con la propaganda de la película vendrá la inevitable repetición de rancios juegos de palabras que tendremos que soportar saliendo de los rostros vacuos, sonrientes y desinformados de los medios de comunicación. En mi opinión, todo esto no hace más que trivializar lo que Tolkien tiene de especial, al menos para el público general, que todavía no se ha forjado ninguna opinión sobre Tolkien y carece de prejuicios. En cuanto a mí, estoy casi preparado para enterrarme durante los años siguientes. (Nota para los medios de comunicación: hablo de modo metafórico, no literal; nada de agujeros hobbits para mí, por favor).
Desde este punto de vista aventajado me pregunto cómo verá el futuro la novela de Tolkien El Señor de los Anillos frente a las películas de Peter Jackson basadas en ella. ¿Estaremos en el año 2001, como fans de Tolkien, condenados al mismo destino ineludible que los fans de L. Frank Baum en 1939, justo antes del estreno del musical de Judy Garland basado en la novela infantil El maravilloso mago de Oz? Hoy en día parece imposible ver el libro de Baum a través de otra lente que no sea la película, con el título abreviado de El mago de Oz. Judy Garland es siempre Dorothy Gale, mientras que Margaret Hamilton se ha convertido en un icono cultural por su soberbia interpretación de la Bruja Malvada del Oeste. ¿Cómo afectará la elección de los actores y las actrices de Peter Jackson la percepción de los diversos personajes por parte de los futuros lectores? ¿Y qué pasará con la elección de Nueva Zelanda como esencia visual de la Tierra Media? O, dicho de un modo más general, ¿se convertirá la visión de Peter Jackson en la lente a través de la cual nuestra sociedad contemple a Tolkien?
Para bien o para mal, espero que no. Creo que soy bastante purista con la palabra escrita, y sobre todo con la novela El Señor de los Anillos. Ésa es la forma en que Tolkien imaginó y, a su vez, creó su obra maestra, y ésa es la forma en que debería ser recordada. Esta opinión no significa, no obstante, que vaya a menospreciar las películas de Peter Jackson. La traslación de un libro a la pantalla es un proceso plagado de dificultades y, en el caso de una obra tan larga como la que nos ocupa, es inevitable abreviar y modificar. Pero estoy deseando ver… con cautela… el resultado del trabajo de Peter Jackson.