De cómo la Sagrada Familia marchó a la tierra de Canaán.

Travesuras inlantiles de Jesús

XVIII 1. Al despuntar el día, José, con María y con Jesús, marchó a la tierra de Canaán, deteniéndose en una ciudad que había por nombre Mathiam o Madiam. Y Jesús tenía entonces seis años y tres meses. Y sucedió que, circulando por la ciudad, vio, en cierto lugar, un grupo de niños, y se dirigió hacia ellos. Y algunos, al ver que se acercaba, dijeron: He aquí que llega un niño extranjero. Pongámoslo en fuga. Mas otros dijeron: ¿Y qué mal puede hacernos, puesto que es un niño como nosotros?

2. Y Jesús fue a sentarse junto a ellos, y les preguntó: ¿Por qué permanecéis en silencio, y qué os proponéis hacer? Respondieron los niños: Nada. Mas Jesús insistió: ¿Quién de vosotros conoce algún juego? Los niños replicaron: No conocemos ninguno. Jesús exclamó: Mirad, pues, todos, y ved. Y, tomando barro de la tierra, amasó con él una figura de gorrión, soplé sobre su cabeza y el pájaro, como animado por un hálito de vida, echó a volar. Y Jesús dijo: Ea, id y atrapad a ese gorrión. Y ellos lo contemplaban embaídos y se maravillaban del milagro realizado por Jesús.

3. Y, amasando otra vez polvo del suelo, lo esparció por el aire hacia el cielo. Y el polvo se trocó en gran cantidad de moscas y de mosquitos, de los que toda la ciudad quedó llena y que molestaban en extremo a hombres y a animales. Y de nuevo tomó barro, con el que formé abejas y avispas, que echó sobre los niños, conmoviéndolos y alarmándolos en grado sumo. Porque aquellos insectos, cayendo sobre la cabeza y sobre el cuello de los niños, se deslizaban por dentro de su ropa hasta su pecho y los picaban. Y ellos lloraban y se movían de un lado para otro, dando chillidos. Mas Jesús, para apaciguarlos, los llamaba con dulce acento y, pasando su mano por las picaduras, les decía: No lloréis, pues vuestros miembros no sufren ya ningún daño. Y los niños se callaban. Y los habitantes de la ciudad y de la región, viendo tales prodigios, se decían los unos a los otros: ¿De dónde nos viene esta invasión de moscas y de mosquitos, que ha infestado nuestra población? Los niños dijeron: Viene de un muchacho, hijo de un viejo extranjero de cabellos blancos, que há obrado este prodigio. Y todos clamaron a una: ¿Dónde está? Los niños dijeron. No lo sabemos. (Porque Jesús había huido de allí y se había ocultado a sus miradas.) Y los que oían hablar de todas las obras de Jesús, deseaban verlo y exclamaban: Esto es cosa de Dios y no de un hombre.

4. Y, a los tres días, ocurrió que Jesús fue a circular secretamente por la ciudad. Y prestaba oído a los discursos de las gentes, que murmuraban entre sí: ¿Quién ha visto, en esta ciudad, al hijo de un anciano canoso, de quien todo el mundo atestigua que hace milagros que nuestros dioses no saben hacer? Otros comentaban: Decís verdad, pues ese niño sabe hacer todo lo que quiere. Y Jesús, habiendo oído esto, volvió silenciosamente a su casa y se escondió en ella, para que nadie supiese nada. Empero, varios días después, Jesús marchó a reunirse con los nenes de su edad, en el sitio en que estaban. Y, habiéndolo divisado, todos fueron alegremente al encuentro suyo. Y se prosternaron ante él, diciéndole: Bien venido seas, Jesús, hijo de un anciano venerable. ¿Por qué has desaparecido, privándonos de tu presencia, durante los muchos días que no has venido a este lugar? Todos nosotros… (Aquí hay, en el manuscrito, una laguna, después de la cual el texto vuelve a tomar el hilo de la narración por el tenor siguiente:)… Y llegaron allí llorando y le hicieron gran duelo. Y el niño tenía siete años. Y, pasada una hora, los padres del pequeño preguntaron: ¿Dónde está ese muchacho, que ha matado de una pedrada a nuestro hijo? Todos respondieron: Lo ignoramos. Y los padres, levantando el cadáver, lo llevaron a su casa. Y fueron a ver al juez de la ciudad, a quien contaron toda la historia. Y el juez ordenó que se detuviese a los muchachos y que se los trajese a su presencia. Cuando hubieron llegado, los interrogó, y les dijo: ¡Mozos y niños, grandes y pequeños, que estáis congregados aquí, en la sala de audiencia, considerad vuestra juventud! No imagináis que vuestros lloros y vuestras lágrimas me decidirán a absolveros por escrúpulo de conciencia, o que voy a poneros en libertad, mediante una intercesión o un regalo, como creéis, sin duda. No habrá nada de ello, sino que os haré desgarrar muchas veces en tormentos crueles, y perecer de mala muerte. No os hagáis ilusiones al respecto, diciéndoos unos que sois hijos de familia, y otros hijos de pobre, y pensando que el juez se apiadará de quien guste. ¡No! Yo os juro por el poder de mis dioses y por la gloria de mi soberano el Emperador, que todos tantos como seáis, seréis condenados en este mismo día. Decidme, pues, quién, de entre vosotros, ha matado a ese niño, ya que todos los que estabais allí, lo conocéis. Ellos contestaron a una: ¡Oh juez, escúchanos, y advierte que, unos respecto de otros, atestiguamos, bajo juramento, que somos inocentes! El juez repuso: Os dije ya, y os repito ahora, que os háblo así, no en tono de amenaza, sino de benevolencia. No encubráis vuestro delito, si no queréis perecer como ese niño, sin que nada, ni nadie, os sirva de ayuda. Los muchachos replicaron: ¡Oh juez, te decimos exactamente la verdad, tal como la conocemos! Y, no pudiendo saber quién es el culpable, ¿por qué, mediante una mentira, entregaríamos un inocente a la muerte? El juez refrendé: Os hará castigar severamente, y luego os haré parecer con muerte cruel, si no me descubrís la verdad. Los muchachos insistieron, repitiendo: Juntos estamos ante ti. Todo lo que nos mandes decir, y que sepamos, lo diremos. En Vista de esta persistencia en la negativa, el juez, lleno de cólera, mandó que se los desnudase y se los azotase con correhuelas crudas. Y el que era el matador del niño, intimidado por el juez, lanzó un grito, y exclamó: ¡Oh juez!, líbrame de estas ligaduras y te indicará quién es el matador del niño. El juez ordenó que se lo desligase, y, llamándolo a su vera, con caricias y con buenas palabras, le dijo: Explícame puntualmente y por orden todo lo que sepas. Y el muchacho expuso: ¡Escúchame, oh juez! Yo me encontraba allí, separado y alejado de todos, y vi al pequeño Jesús, el hijo del viejo José el extranjero, que, jugando, hirió mortalmente a ese niño de una pedrada y huyó, acto seguido. El juez indagó: ¿Y habia contigo otros, cuando murió el niño, y son testigos de que Jesús es el autor del hecho? Todos contestaron a una: Sí, él es. El juez dijo: ¿Y por qué no me lo denunciasteis, tan pronto vinisteis aquí? Los muchachos dijeron: Creíamos que hubiéramos procedido mal traicionándolo por ser hijo de un pobre extranjero. El juez dijo: ¿Y os parecería preferible condenar a un inocente en forma legal, a dejar libre al que era digno de muerte? Seguidamente, hizo arrestar a José, lo interrogó y ordenó emprender pesquisiciones inútiles para hallar a Jesús. Empero, cuando sometía a José a nuevo interrogatorio, Jesús entró súbitamente en el tribunal. Muchas palabras de discusión y muchos altercados pasaron entre Jesús y el magistrado, quien, finalmente, lleno de furia, mandó llamar a los muchachos y les dijo: Reveladme la verdad de una vez, a fin de que quede yo bien informado. ¿Sois vosotros los que habéis causado esta muerte, o es el pequeño Jesús? Ellos dijeron que éste era el causante. Entonces Jesús resucitó al muerto y lo obligó a designar al verdadero matador, como así lo hizo. Y descubierto por la misma víctima la realidad del caso, Jesús colmó de reproches al juez. Y el niño conservé su vida hasta la hora de nona del día, de suerte que todos tuvieron tiempo de ir a verlo resucitado de entre los muertos. Después, Jesús, tomando la palabra, dijo al niño: Saul, hijo de Saivur, duerme ahora y descansa, hasta que llegue el juez universal, que pronunciará un juicio equitativo. Y, pronunciadas estas palabras, el niño, inclinando la cabeza, quedó dormido. Al ver lo cual, todos los que habían sido testigos de tamaños prodigios se llenaron de pánico y se dejaron caer como muertos. Y no se atrevían a mirar a Jesús. En la violencia de su espanto, temblaban ante él y su sorpresa redoblaba en razón de la tierna edad del taumaturgo. Jesús quiso retirarse, pero aquellas gentes le imploraban y decían: Vuelve de nuevo la vida al muerto que has resucitado. Mas Jesús se negó a hacerlo y dijo: Si, desde un principio, hubieseis creído en mi palabra, y aceptado mi testimonio, poder no me faltaba para acceder al ruego que ahora me dirigís. Pero, puesto que habéis conspirado para condenarme injustamente, y os habéis encarnizado y ensañado indignamente contra mí, por medio de testimonios calumniosos, he resucitado a ese niño, para oponerlo como testigo a vuestras imputaciones, y así he escapado a la muerte. Y, esto hablado, Jesús desapareció de su vista. Y sacaron a José de su prisión y lo pusieron en libertad. Y varias personas que, habiendo ido a buscar a Jesús, no habían conseguido encontrarlo, suplicaban a José, y le decían: ¿Dónde está tu hijo, para que vaya a resucitar otra vez al pequeñuelo? Mas José repuso: Lo ignoro. Y, al día siguiente, al amanecer, se levantó, tomó al niño y a su madre, y, saliendo de la ciudad, se puso en camino. Y Jesús tenía entonces seis años y once meses. Y llegaron a una aldea llamada Iaiel, donde habitaron una buena temporada.

5. Y, un día, José y María tuvieron consejo con respecto a Jesús, y dijeron: ¿Qué haremos con él, puesto que por su causa tenemos que soportar tantas molestias e inquietudes de las gentes, en todas las poblaciones por que pasamos? Es de temer que cualquier día se lo aprese a viva fuerza o a escondidas, y que nosotros perezcamos con él. José dijo: Puesto que me interrogas, ¿has pensado tomar alguna resolución en el asunto? María dijo: Bien ves que va siendo ya un niño mayor y que, sin embargo, anda siempre por donde le parece, y no para un momento en casa. Si te parece, podríamos dedicarlo a la profesión de escriba, para que quede bajo la dependencia de un maestro, para que se ejercite en toda clase de estudios y en el conocimiento de las leyes divinas, y para que nosotros vivamos en paz.

6. José dijo: Razón llevas. Cúmplase tu voluntad. María dijo: Si no se fija en parte alguna para estudiar, siendo ya muy hábil y capaz de comprenderlo todo, no se someterá a un maestro. José dijo: No temas por él, porque su aspecto está lleno de misterio, y maravillosas, prodigiosas, sorprendentes son sus obras. Y he aquí por qué vamos por toda la tierra, como nómadas sin patria, esperando que el señor nos signifique su voluntad, y satisfaga, en beneficio nuestro el deseo de nuestros corazones. María observó: Muy ansiosa estoy por lo que a eso respecta, y no sé lo que sucederá más tarde. José repuso: Más tarde, en la hora de la prueba, el Señor nos sacará de angustias. No te entristezcas. Y, después de estas palabras confidenciales, calláronse ambos esposos.

Evangelios apócrifos
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