Elizabeth Walter
Control dual

—DEBERÍAS haber parado.

—¡Por el amor de Dios, Freda, cállate ya!

—Bueno, pues deberías haberte parado. Deberías haberte asegurado que estaba bien.

—Claro que está bien.

—¿Cómo lo sabes? No te detuviste para averiguarlo.

—¿Quieres que regrese? Ya vamos retrasados, gracias a tus demoras en arreglarte, pero espero que los Brady no se fijarán en si llegamos tarde. En realidad, creo que no se fijarían si no fuéramos, pero después de la manera como pescaste esta invitación...

—Claro, achácamelo todo a mí. Habríamos salido hace una hora, si no hubieses llegado tan tarde de la oficina.

—¿Cuántas veces tendré que decirte que los negocios no son cosa que se haga de nueve a cinco, como las secretarias...?

—No, claro, es cosa de los Brady, ¿verdad? Bien contento que te pusiste cuando nos invitaron. A propósito, ¿dónde estabas? ¿Bebiendo con tus amigotes? O besuquéandote con alguna...

—Escoge tú misma. Cualquiera de las dos cosas podría ser acertada.

—Si no estuvieras conduciendo, te pegaría.

—Busca algo menos convencional, para cambiar.

—¿Por qué no tratas de recordar que soy tu esposa?

—Dame una oportunidad de olvidarlo.

—¿... y que vamos a una fiesta donde se supone que tienes que comportarte...?

—Claro que me comportaré.

—Sí, conmigo igual que con las demás mujeres.

—¿Quieres decir que soltarás la correa?

—¿Ya ves? Mis sentimientos te importan un rábano.

—Mira, de no haber sido por ti, me habría parado.

—Sí, habrías tomado a bordo a cualquier muchacha linda, joven, de haber estado solo. Te creo. Lo malo es que ella creyó que ibas a pararte.

—Yo también. Luego vi que era muy linda. Vamos, Freda: sabes de sobra cómo eres. Basta con que me muestre cortés con una mujer que sea más joven y más bonita que tú, y créeme que hay muchas, para que tú hagas una de tus escenitas.

—Lo que hago es tratar de impedir los peores escándalos. Vamos, Eric: ¿crees que la gente no se entera?

—Si se entera, ¿crees que no comprende por qué lo hago? Basta con mirarte... Y ahora ¿qué? ¿A llorar y echar a perder tu caprichoso maquillaje? Y todo esto porque no tomé a bordo a una muchacha bonita.

—Pero ella hizo la señal. Tú frenaste. Y ella pensó que ibas a...

—Bueno, así no sacará conclusiones anticipadas la próxima vez.

—Puede que no saque ninguna conclusión, Eric. Creo que deberíamos retroceder y olvidarnos de los Brady.

¿Y encontrarnos con que a la Cenicienta la ha tomado a bordo el Príncipe Azul y se la ha llevado al baile?

—Es evidente que iba a una fiesta. Supón que es a la fiesta de los Brady y nos la encontramos allí.

—No te preocupes, no pudo vernos la cara.

—Pero podría recordar el automóvil.

—No, no tuvo tiempo.

—Quieres decir que no tuvo tiempo antes de que la atropellases.

—¡Maldita sea, Freda! ¿Qué querías que hiciera si la muchacha se puso delante del coche justamente cuando decidí..., y por causa tuya, no lo olvides..., que no iba a pararme? No la atropellé. Fue apenas un empujón.

—Un empujón que la hizo caer.

—Perdió el equilibrio. Habría bastado con que la tocara.

—Pero se cayó. La vi caer para atrás. Y estoy segura de que tenía sangre en la cabeza.

—En una carretera oscura, la luz es engañosa. Viste una sombra y nada más.

—Ojalá hubiera pensado que era una sombra.

—Vamos, Freda: ¡serénate! Lo siento, desde luego, pero las cosas serían aún peores si regresáramos y pidiéramos excusas.

—Entonces ¿por qué te detienes?

—Para que vuelvas a maquillarte y yo pueda comprobar que no hay daños en el coche.

—Si los hay, espero que regresarás.

—Como de costumbre, me menosprecias. Si hay daños, conduciré lentamente hasta ese árbol y le daré un golpe. Así, tendremos una excusa por llegar tarde a casa de los Brady y eso explicará las señales del golpe.

—Pero la muchacha puede estar tendida allí, herida.

—Hay otros coches que van por la carretera, ¿sabes? Y su coche, evidentemente, tenía una avería. Habrá mucha gente dispuesta a ayudar a una damita en apuros... Sí, como lo pensé. No hay ni un rasguño en la carrocería. Creí que podría haber un bollo en el parachoques, pero tenemos suerte. Y ahora, Freda, tomaré un sorbo de ese frasco que llevas en el bolso.

—No sé lo que quieres decir.

—Claro que lo sabes. Nunca sales sin él y me parece que necesita que lo vuelvas a llenar muy a menudo.

—No entiendo qué te pasa, Eric.

—Digamos que es un shock retrasado. ¿Vas a dármelo, o tengo que servirme yo mismo?

—No me imagino... ¡Eric, suéltame! ¡Me haces daño!...

—La verdad duele a veces. ¿Acaso crees que no sé que tienes lo que llaman un problema de bebida? No necesitas fingir conmigo.

—Es mi dinero. Lo puedo gastar como quiero.

—Claro que sí, mi amor. No dejes de recordarme que soy tu pensionista, pero gracias, de todos modos, por el trago.

—No quise decir eso. Eric, me siento tan sola... No puedes imaginarlo. Ni siquiera cuando estás en casa te fijas en mí. No puedo soportarlo. Te quiero tanto...

—No es posible que ya hayas llegado a la etapa de lloriqueo. ¿Qué pensarán los Brady?

—No me importan un comino, los Brady. Sólo pienso en esa chica.

—Pero a mí sí me importan un comino, los Brady. Pueden serme útiles. Yo no voy a echar a perder un buen contacto simplemente porque mi mujer sufre de escrúpulos repentinos.

—¿Es que no se echará a perder tu contacto si saben que dejaste a una muchacha moribunda en la carretera?

—Tal vez, pero no lo sabrán.

—Sí que lo sabrán. Si no vuelves atrás, se lo diré.

—Esto me suena a chantaje, y éste es un juego al que pueden jugar dos, ¿sabes?

—¿Qué quieres decir?

—¿Quién conducía el coche, Freda?

—Tú.

—¿Puedes probarlo?

—Tanto como tú puedes probar que yo lo conducía.

—¡Ah, pero no es tan sencillo como eso! Una acusación así me obligaría a hablar a la policía de tu afición a la bebida. Saldrían a relucir muchas cosas desagradables. Creo que homicidio involuntario es lo menos que te saldría, y con eso te ganarías cinco añitos. Porque, fíjate que aparte ese traguito, estoy completamente sobrio, mientras que el nivel de alcohol de tu sangre es perpetuamente alto. Además estás histérica. ¿A quién crees que creerían, a ti o a mí?

—No harías eso, Eric. No se lo harías a tu mujer, ¿verdad?

—Más a ti que a cualquier otra persona. Pero no llegaremos a eso, ¿verdad, querida?

—Tengo muchas ganas de...

—Claro, pero yo, en tu lugar, lo olvidaría.

—¿Es que no me quieres nada, Eric?

—¡Por el amor de Dios, Freda, no empecemos con esto, ahora..., precisamente ahora! Me casé contigo, ¿no es cierto? Hace diez años eras una mujer de treinta años de muy buen ver...

—Y tú eras un agente de ventas muy listo y muy ambicioso.

—¿Y qué?

—Pues que necesitabas capital para establecer tu propio negocio.

—Tú me ofreciste prestármelo. Y te he pagado intereses.

—Sí, y tomado prestado más capital.

—Es cuestión de proteger lo que tenemos.

—¡Lo que tenemos! ¡Qué cara dura! Tú no tenías ni un céntimo. Eric, no pongas en marcha el coche de ese modo tan brusco. Puede que no estés ebrio, pero cualquiera pensaría que sí, al verte arrancar así. No es extraño que atropellaras a esa muchacha. Y no fue sólo un empujón. Creo que la mataste.

—¡Por el amor de Dios, Freda, cierra la boca!

—Estuvo bien la fiesta, ¿verdad?

—Sí.

—Moira Brady es una anfitriona maravillosa.

—Sí.

—Jack Brady tiene suerte... Debemos invitarlos alguna vez, ¿no te parece?

—Sí.

—¿Qué te pasa ahora? ¿Has perdido la lengua? ¡Vaya compañía! Salimos de una fiesta estupenda y todo lo que sabes decir es sí.

—Estoy pensando en esa muchacha.

—Estaba bien, ya lo viste. Excepto por algo de barro en el traje. ¿Dijo algo sobre lo que le había pasado?

—Dijo que había caído.

—Decía la verdad estricta. Espero que ahora estarás convencida de que no la atropellamos.

—Parecía que estaba bien.

—Dilo otra vez. Era el alma de la fiesta y, evidentemente, muy popular.

—Pasaste mucho tiempo con ella.

—¡Vaya! Otra vez eso. ¿Tenías que pasarte toda la velada vigilándome?

—No te vigilé, pero cada vez que miraba hacia donde estabas, te veía con ella.

—Parecía que le agradaba mi compañía. A algunas mujeres les gusta, ¿sabes?

—No me atormentes, Eric. Tengo jaqueca.

—Yo también, ¡mira que casualidad!... ¿Quieres que abra la ventanilla?

—Si no hace demasiada corriente... ¿Cómo se llama esa chica?

—Gisela.

—Le sienta bien, ¿no te parece? ¿Cómo llegó a casa de los Brady?

—No se lo pregunté.

—Es curioso, pero no la vi marcharse.

—Yo, sí. Se marchó temprano, porque dijo algo de su coche con problemas en el motor. Supongo que alguien la llevó.

—Me pregunto si su coche está todavía allí.

—Claro que no. Habrá encargado a algún taller que se lo lleven.

—No estés tan seguro. A los talleres no les gusta salir de noche, a menos que algo bloquee la carretera.

—Tal vez tengas razón. Sí, está ahí, en el arcén.

—Y, Eric, mírala. Es ella. Nos hace señales.

—Esta vez voy a detenerme.

—¿Qué pudo haber sucedido?

—Parece otro accidente. Mira: tiene barro fresco en el vestido.

—Y sangre fresca en la cabeza. Mira, Eric: tiene la cara cubierta de sangre.

—No puede ser tan grave como parece. No está inconsciente. Un poco de sangre puede ser muy aparatosa. ¡Cálmate..., Freda, y tal vez ese frasco tuyo nos venga bien! Bajaré y veré qué pasa...

»—Todo irá bien, Gisela. Se pondrá bien. Soy yo, Eric Andrews. Acaban de presentarnos en casa de los Brady. ¡Vaya cómo está usted, muchacha!... ¿Qué demonios pasó? ¿Es que alguien ha intentado matarla? Vamos: apóyese en mí...

—Eric, ¿qué pasa? ¿Por qué la has dejado sola? Gisela...

—¡Por Dios, Freda, cierra la ventanilla! Y asegúrate que tu puerta tenga puesto el seguro.

—¿Qué pasa, Eric? Diríase que has visto un fantasma.

—Es un fantasma... Dame tu frasco... Eso va mejor...

—¿Qué quieres decir con eso de un fantasma?

—No hay nada, cuando te acercas. Solamente un frío del aire.

—Eso es una tontería. No puedes ver a través suyo. Mira: está todavía allí. Es de carne y huesos... y sangre.

—¿Hay sangre en mi mano?

—No, pero te tiembla.

—Ya lo creo. Y todo yo. Te lo aseguro, Freda: alargué la mano para ayudarla, la toqué..., por lo menos toqué el lugar donde estaba ella, pero no tiene cuerpo que se pueda tocar.

—Pues bien que tenía cuerpo en casa de los Brady.

—Me lo pregunto.

—Pues deberías saberlo. Estuviste pegado a ella toda la velada, poniéndote en ridículo.

—No la toqué ni una vez.

—Apuesto a que no sería por falta de probarlo.

—Y ahora que me acuerdo, nadie la tocó. Parecía mantenerse siempre algo aparte.

—Pero comió y bebió.

—No comió. Dijo que no tenía apetito. Y no recuerdo haber visto una copa en su mano.

—Bobadas, Eric. No te creo. Por alguna razón, no quieres ayudarla. ¿Tienes miedo de que reconozca el coche?

—Lo ha reconocido. Por eso está ahí. Debimos... debimos matarla al ir a la fiesta, cuando casi nos detuvimos...

—Quieres decir cuando tú casi te detuviste. Cuando la atropellaste. ¡Dios mío!, ¿qué vamos a hacer?

—Pues seguir nuestro camino. No puede hacernos daño.

—Pero podría meterse en el coche.

—No puede si mantenemos las puertas cerradas.

—¿Crees que las puertas pueden mantenerla fuera? ¡Dios mío, ojalá nunca hubiese venido contigo! ¡Dios mío, sácame de esto! ¡Dios mío, él conducía, yo no hice nada! ¡Dios mío, no soy responsable por lo que él haga!

—¡Oh, no! No eres responsable de nada, ¿verdad, Freda? ¿No se te ha ocurrido que, de no ser por tus condenados celos, me hubiese detenido?

—Me has dado razones de sobra para ser celosa, desde que nos casamos.

—Uno tiene que conseguirlo en alguna parte, ¿no? Y tú no servías para eso, reconócelo. Ni siquiera has sabido tener un hijo...

—No tienes corazón. Eres despiadado.

—Y tú no tienes voluntad. Eres una borracha y nada más.

—Necesito beber para mantenerme, para seguir viviendo con un cabrón como tú.

—De modo que tuvimos que esperar a que hubieras tomado tus tragos y llegar tarde a casa de los Brady. ¿Te das cuenta de que si hubiéramos salido temprano nos habríamos detenido al ver a la chica?

—De modo que es culpa mía, ¿no?

—Todo es culpa tuya. Habría podido desarrollar el negocio más de prisa si hubieras tenido un poco de vida social. Si yo tuviera una mujer como Moira Brady, las cosas serían distintas de lo que son.

—Quieres decir que ganarías dinero, en vez de perderlo.

—¿Qué quieres decir con perderlo?

—Sé leer un balance, ¿sabes? Pues no te voy a dar más dinero. Protegiendo nuestro capital... ¿Quién se lo cree? Pagar a tus acreedores, eso es lo que has hecho con mi dinero.

—Mira, Freda: ya estoy harto de esto.

—Y yo también. Pero no voy a regresar a casa caminando, de modo que no te pares.

—Pues entonces trata de entender, por una vez, que...

—Mira, Eric: ahí está la muchacha otra vez.

—¿De qué estás hablando? Cualquiera diría que tienes delirium tremens.

—Mira: se inclina para hablarte. Trata de abrir tu puerta.

—¡Santo Dios!

—Eric, no arranques así. No conduzcas con esa furia. ¿Qué tratas de hacer?

—¡Pues dejarla atrás, claro!

—Pero el límite de velocidad...

—¡Al cuerno con él! ¿De qué sirve tener un coche poderoso si no vas de prisa?... ¡Vaya! Vuelve a beber...

—Fíjate cómo conduces... Te has pasado una luz roja. Y ese camión tuvo que frenar en seco.

—¡Y qué importa! Mira por atrás a ver si aún la ves.

—Está detrás de nosotros, Eric.

—¿Qué? ¿En su coche?

—No. Parece que flota por encima del suelo. Pero avanza de prisa. Veo su cabellera flotando al aire detrás de ella.

—Pues vamos a más de cien...

—Pero no podemos seguir así siempre. Tarde o temprano tendremos que parar y salir del coche.

—Tarde o temprano tendrá que cansarse de esta broma pesada.

—¿Dónde estamos? Por aquí no se va a casa.

—¿Quieres que nos siga hasta casa? Quiero perderla de vista. ¿Por quién me tomas? ¿Por un tonto?

—Por un cabrón que ha echado a perder mi vida y le ha quitado la suya a esa pobre chica.

—Nadie me advirtió que tú echarías a perder la mía. ¡Ojalá alguien lo hubiese hecho! Tal vez lo hubiese escuchado. Pero sólo avisan a los sordos... Mira para atrás a ver si Gisela nos sigue todavía.

—Va pegada a nosotros. ¡Oh, Eric! Tiene los ojos muy abiertos y fijos. Parece horriblemente muerta. ¡Horriblemente! ¿Crees que dejará algún día de seguirnos? ¡Gisela! ¡Eso es una forma de Giselle! Tal vez es como la muchacha del ballet, condenada a acosar, hasta la muerte, a los automovilistas en vez de bailarines.

—Tus pretensiones culturales son impresionantes. ¿Es que tu geografía es igualmente buena?

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que ¡¿dónde diablos estamos?! Juraría que nunca había visto esta carretera antes. No parece una carretera del sur de Inglaterra. Más bien del Yorkshire del Norte, con sus pantanos, sólo que incluso allí hay casas. Además no podemos haber ido tan lejos.

—Hay un poste indicativo ahí delante, en ese cruce... No vayas tan de prisa y déjame leerlo.

—¿Qué dice?

—No lo entiendo, Eric. Las cuatro direcciones están en blanco.

—Algún gamberro las borró.

—¿Gamberros? ¿En este lugar tan aislado y desolado?... ¡Oh, Eric, no me gusta nada todo esto! Suponte que estemos condenados a seguir conduciendo el coche por toda la eternidad...

—No, Freda, la gasolina se acabará.

—Pero el contador de gasolina está en cero desde hace mucho. ¿No te habías fijado?

—¿Qué? Pues sí, es verdad. Pero el coche corre como una flecha.

—¿No puedes frenar un poco? No lo hiciste para el poste indicador, pero ella... ella no está tan cerca de nosotros, ahora. ¡Por favor, Eric, todavía me duele la cabeza!

—¿Qué crees que trato de hacer?

—Pero si vamos a ciento diez... ¡Ya lo sabía! Seguiremos corriendo en el coche hasta que nos muramos.

—¡No seas tan imbécil, chica! Reconozco que hemos visto un fantasma..., algo que nunca creí que existiera. Reconozco que he perdido el control de este maldito coche y que no sé cómo continúa rodando sin gasolina. Reconozco también que no sé dónde estamos. Pero ha de haber una explicación racional para todo esto. Algún cambio de tiempo en nuestra mente. Algún cambio de...

—Eso es, Eric: ¿cuál es el último poste que recuerdas?

—El que estaba en blanco.

—No me refiero a ése, sino al último indicador normal.

—Dijiste que había una señal de estop, pero yo no la vi.

—Porque te la pasaste. Pasamos delante de un camión... Me parece, Eric..., me parece... que estamos muertos.

—¿Muertos? Estás bromeando. Tómate otro trago.

—No puedo. El frasco está vacío. Además, los muertos no beben. Ni comen. Son como Gisela. No se pueden tocar. No hay nada...

—¿Dónde está Gisela, ahora?

—Muy para atrás, lejos de nosotros. Ya se ha cobrado su venganza.

—¡Estás histérica, Freda! ¡Desvarías!

—¿Qué esperabas que hiciera, aparte llorar y gritar? Si estamos en el infierno.

—¡Vaya: tus creencias religiosas de la infancia reaparecen!

—¿Y qué crees tú que es el infierno? No te des prisa. Tienes toda la eternidad para contestar. Pero yo sé lo que creo que es. Es nosotros dos a solas en este coche. Para siempre. Solos los dos, Eric. ¡Para siempre jamás!...

Escritoras del siglo XX. Relatos de fantasmas
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_032.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_033.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_034.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_035.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_036.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_037.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_038.xhtml