V

Al día siguiente volé hasta el desierto, solo. El individuo que alquilaba las aerocicletas había dejado la mía aparte, con el trayecto marcado en el piloto automático, de modo que pudiera encontrar el camino de regreso.

El Grog estaba allí. O encontré otro por casualidad. No podía asegurarlo, ni tenía importancia. Posé la aerocicleta en el suelo y me apeé, con la extraña sensación de que unos pequeños zarcillos hurgaban en mi mente. Pura sensación. Estaba convencido de que el Grog leía en mi mente, pero no podía notarlo.

Con prístina certidumbre llegó el conocimiento de que yo era bien acogido. Dije:

—Sal de ahí. Sal de mi cabeza y quédate fuera.

El Grog no hizo nada. Al igual que el conocimiento que había adquirido la tarde anterior, el convencimiento permaneció: yo era bien acogido, bien acogido. Estupendo.

Rebusqué en mis alforjas.

—Me ha costado mucho encontrar esto —le dije al Grog—. Es una pieza de museo.

Era una máquina de escribir eléctrica. La coloqué a unos pies de distancia de la boca del Grog y enchufé el cordón a una batería de mano.

—Mi mente te dirá cómo funciona esto. Vamos a ver qué tan buena es tu lengua.

Busqué un asiento y me instalé apoyando la espalda contra el Grog, debajo de su boca. Desde allí podía ver el papel que había insertado en el rodillo.

La lengua salió disparada, invisiblemente rápida.

No pierdas de vista la máquina de escribir -imprimió el Grog—. De otro modo no podría verla. ¿Quieres apartar un poco más la máquina?

Lo hice.

—¿Está bien así?

Muy bien.

—De acuerdo. Esto parece funcionar. Bueno, ¿cuál es tu oferta?

Cuidaremos de vuestro ganado. Con el tiempo podremos hacer otras cosas. Cuidar de los animales del parque zoológico, por ejemplo. O ejercer funciones de vigilancia. Evitar que un enemigo invada Down.

A pesar de la velocidad de su relampagueante lengua, el Grog escribía con tanta lentitud como un mecanógrafo que utilizara un solo dedo.

—De acuerdo. ¿Tenéis inconveniente en que sembremos vuestro terreno de hierba modificada?

No, si vais a introducir ganado en nuestro territorio. Necesitaremos ganado para alimentarnos, y preferiríamos que continuaran aquí los actuales animales del desierto. No queremos perder nada de nuestro actual territorio.

—¿Necesitaréis nuevos terrenos?

No. El control de la natalidad resulta fácil para nosotros. Lo único que tenemos que hacer es limitar los pre-sésiles.

—No confiamos en vosotros, ¿sabes? Tomaremos medidas para asegurarnos de que no controláis las mentes humanas. Yo mismo me someteré a un minucioso reconocimiento cuando regrese a la Tierra.

Naturalmente. Te alegrará saber que no podemos abandonar este mundo sin una protección especial. Los rayos ultravioleta nos matarían. Si acaso queréis un Grog en el parque zoológico de la Tierra...

—Nos encargaremos de eso. Es una buena idea. Ahora, ¿qué podemos hacer por vosotros? ¿Qué opinas de unas Manos de Delfín modificadas?

No, gracias. Lo que necesitamos es conocimiento. Una enciclopedia grabada en una cinta, acceso a las bibliotecas humanas. Mejor todavía, conferenciantes humanos a los cuales no les importara que sus mentes fueran leídas.

—¿Conferenciantes? Eso resultaría muy caro.

¿Hasta qué punto? ¿En cuánto valoras nuestros servicios como pastores?

—Un buen enfoque de la cuestión —dije, instalándome más cómodamente contra el peludo costado del Grog—. De acuerdo. Vamos a hablar de negocios.