IV

Los chinos celebraban el Primero de Mayo. Pekín estaba lleno de aeronaves y misiles y tropas y tanques, desfilando ante los ojos de Huing y de centenares de miles de personas, todas las cuales se habían reunido espontáneamente; se suponía que los Guardias Rojos estaban dirigiendo el tráfico. Con la misma espontaneidad fueron a reunirse con sus venerables antepasados, antes de que Huing se enterase siquiera del discurso del Presidente. Pekín no fue alcanzado por una bomba. Las bases china de misiles no fueron alcanzadas por una bomba cada una.

Los misiles llegaron de media docena de direcciones distintas, y las bombas cayeron de unos aviones cuyas estrellas blancas y estrellas rojas habían sido substituidas con grandes emblemas de la ONU. La operación alcanzó un éxito increíble, principalmente porque China siempre había sabido que nosotros no seríamos capaces de hacer una cosa semejante.

Un proyectil dirigido arrancó de nuestro mapa Colorado Springs y un enorme trozo de montaña. Dos submarinos enviaron cuatro proyectiles dirigidos hacia Washington y Nueva York y, milagro de milagros, toda aquella propaganda de Denver resultó cierta: pudimos detenerlos.

Rand-McNally empezó a confeccionar unos nuevos mapas; los antiguos, que incluían a China, habían quedado anticuados. Norad empezó a reorganizar. A rearmar. Los rusos lamentaban terriblemente que un error de cálculo les hubiera hecho enviar Formosa a reunirse con la Atlántida, pero esos pequeños errores suelen ocurrir, como decíamos nosotros cuando bombardeábamos a nuestras propias tropas con napalm. En la ONU se produjo un gran revuelo. Protestas, acusaciones... Luego, Mr. Vorlonishev, Mr. Davis y el Presidente se levantaron a hablar y dijeron que sí, que habían atacado y destruido China. ¿Qué pensaba hacer la ONU? Habían sobrado muchos aviones, proyectiles dirigidos y otras armas definitivas, y las naciones aliadas USA-URSS estaban dispuestas a utilizarlas si se veían obligadas a ello.

No se vieron obligadas. El representante australiano fue el primero en ponerse en pie de un salto y declarar que iba a llamar a su país y a recomendar a su gobierno que ampliara la alianza a tres miembros. Cuando terminó su breve discurso había tantos delegados pidiendo a gritos su integración en la alianza, que el Secretario General decidió poner a votación una moción para ahorrar tiempo. La moción quedó aprobada por todos los votos a favor y ninguno en contra. Ni siquiera una abstención.

Un mes más tarde celebramos el septuagésimo primer aniversario de William Michael. A la mañana siguiente se despertó con toda normalidad.

Pero todo el mundo parecía haber celebrado la «guerra» del mismo modo. Nueve meses más tarde, aproximadamente el 1 de febrero, los abuelos empezaron de nuevo a morirse.

Y al cabo de unos meses todo había vuelto a quedar como antes, y al cabo de unos años el promedio de vida estaba por debajo de los sesenta y cinco años, y el Senador Martin —que tenía sesenta y tres— presentó una enmienda para reducir en dos terceras partes los impuestos de la Seguridad Social.

De acuerdo con nuestros cálculos, la población del Planeta Tierra debía permanecer continuamente por debajo de los cinco mil millones de habitantes. Lo más cerca que habíamos llegado en nuestras cifras era 4.998.987.834, y habíamos alcanzado aquella cifra tres veces. Al parecer, el Impulso Motriz no compartía nuestra preocupación por los números, o contaba de un modo distinto. Tal vez opinaba que nosotros teníamos seis dedos.

Posiblemente por primera vez en la historia, los jóvenes imponían su voluntad. Por dos veces, los viejos consiguieron preparar una guerra, y por dos veces los jóvenes se pusieron de acuerdo y dijeron que nones. Tuvimos ocasión de aprender rápidamente que no hay guerra si los senadores son invitados a ir, o si unos cuantos millones de jóvenes, en las naciones implicadas, dicen que no.

Entretanto, muchos de nosotros estábamos buscando respuestas. ¿Por qué?

De acuerdo. Existía una norma: otra Ley Natural; en realidad una reafirmación de la antigua: supervivencia, después de todo, de los más aptos. Esta ley estipulaba que no podían existir sobre el Planeta Tierra más de 5x109 personas al mismo tiempo. Muy bien. ¿Por qué? Calculé una vez más que teníamos un efecto, no una causa. Efecto: La Plaga. Efecto causal: haber alcanzado una determinada cifra de población. Efecto causal: no podían existir más que un número determinado de personas. Pero se trataba de un efecto, no de una causa.

De acuerdo. ¿Por qué?

Bueno, aquí va una teoría. Si no está de acuerdo con su religión, lo siento: elaboren ustedes su propia teoría. Muchas personas se han elaborado su propia religión. Esta representa el ideario de muchas personas durante muchos siglos. Ha sido la base de un montón de religiones, antes y después del cristianismo. Y se encuentra, en parte, en el Cristianismo, en el Judaísmo, en el Budismo y en el Islamismo. Particularmente en el Budismo, creo.

Me refiero a la reencarnación. El anillo del retorno. Uno muere, pero su aliento vital, o su alma, o como quiera llamársele, vuelve. ¡Oh! No en forma de bichos o de animales; el aliento vital de una mente, y sólo penetra en seres humanos. Sin recuerdos, habitualmente. Excepto en aquellas personas que tienen divertidos sueños en tecnicolor.

Pensemos en las palabras de Hamlet de que hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que ha soñado nuestra filosofía... Y tratemos de recordar que una mente cerrada es algo muy parecido a una puerta cerrada: no puede haber en ella mucho tránsito, en ninguno de los sentidos.

La idea es que hemos de intentar, una y otra vez, por mucho tiempo y muchas vidas incorporadas que nos cueste, ser, «lo suficientemente buenos para retirarnos». Estoy simplificando, naturalmente.

Si uno, por ejemplo, ha cometido seis crímenes en su vida, mientras era ciudadano de Memphis en el año 6.000 A. de J., tiene que compensarlos en alguna otra parte, dentro de alguna otra persona. Como ciudadano de Memphis, dejó de existir y su aliento vital (pueden ustedes utilizar la palabra alma, si lo prefieren) estuvo dando vueltas por ahí sin poder entrar en un nuevo cuerpo hasta el año 1.000 A. de J. Recuerden que entonces no había demasiados cuerpos. Había que esperar mucho tiempo para obtener una plaza. Uno se convertía en un campesino helénico. Compensaba por tres de los crímenes, pero cometía otros dos antes de morir. Había borrado una mancha. Pero aún le quedaban cinco. Sin embargo, no le faltaría la ocasión de borrarlas, puesto que el hombre vuelve a nacer, ¿no es cierto?

Bueno, ese es el sistema, a grandes rasgos. Al principio, se fabricaron todos los alientos vitales. Todas las almas, si lo prefieren. Todas ellas. Ninguna ha sido creada desde entonces.

Sí, eso es. No hay seis mil millones en el año 2.000 de nuestra Era. Y no habrá seis mil millones de personas en el mundo en el año 2.500, ni en el año 5.000. Nunca las habrá.

Todas las almas han sido utilizadas.

No me llamen místico. Traten de abrir un poco su mente, dejen que brille la luz sobre las telarañas de las ideas preconcebidas. Y recuerden que yo no tengo ninguna religión, excepto la de Ad majorem hominis gloriam, desde que cumplí los veintitrés años. Y, si no les gusta esa teoría, inventen otra.

De modo que aquí estamos. No más entrevistas con ancianas centenarias. Dentro de cincuenta años, posiblemente, la Administración de la Seguridad Social se quedará sin trabajo. Ahora mismo están enviando la cuarta parte de los cheques que enviaban hace trece años.

¿Hacer? Nada. No creo que se pueda hacer nada. ¡Oh! Tal vez esté equivocado, pero hay muchos que están de acuerdo conmigo. Sí, tal vez si un millón de personas abandonasen la Tierra para colonizar otro planeta, podríamos añadir un millón de seres humanos al registro y dejar de escribir PLAGA en los certificados de defunción por una temporada... mientras preparábamos más naves espaciales. Pero no creo en esa solución. Creo que somos cinco mil millones, docena más docena menos, para siempre. Desde luego, habrá un patrón. Temporal, claro está. Cuando llegue el momento en que el padre y la madre mueran en el momento en que nazcan mellizos, la situación se estabilizará. Aunque no para siempre. Llegará un momento en que el promedio de vida será de veinte años, y luego de quince, y luego sólo Dios lo sabe...

Entretanto, procuro jugar mucho al golf y leer todo lo que puedo. El mes próximo cumpliré cuarenta y cinco años, y esta semana el promedio de vida descendió a cincuenta y siete años.