Capítulo 14
ÔMORT, vieux
capitaine, il est temps! levons l'ancre! Ce pays nous ennuie, ô
Mort! Appareillous! Si le ciel et la mer sont noirs comme de
l'encre. Nos coeurs que tu connais sont remplis de
rayons!
¡Oh, Muerte, viejo
capitán, ya es hora! ¡Levemos anclas!
¡Este país nos aburre,
oh Muerte!
¡Despleguemos las
velas!
Si el cielo y el mar
son negros como la tinta, Nuestros corazones, que tú conoces, están
colmados de luz.
Para
Beatrice
Somos como barcos
navegando en la noche—
especialmente
tú.
La última entrada
con la escritura de los padres de los Baudelaire en Una Serie de Catastróficas Desdichas dice lo
siguiente:
Como sospechamos, hemos
de ser náufragos una vez más. Los otros creen que la isla debe
permanecer lejos de la perfidia del mundo, así que este lugar
seguro es demasiado peligroso para nosotros. Nos marcharemos en una
barca que B ha construido y que a la que ha puesto mi nombre. Tengo
el corazón roto, pero ya he tenido el corazón roto antes, y esto
quizás sea lo mejor que puedo esperar. No podemos realmente
proteger a nuestros niños, aquí o en cualquier otro lugar, y por
tanto puede que sea lo mejor para nosotros y para el bebé que nos
sumerjamos en el mundo. Por cierto, si es una niña le llamaremos
Violet, y si es un niño le llamaremos Lemony.
Los huérfanos Baudelaire leyeron esta
entrada una noche después de una cena de ensalada de algas, pastel
de cangrejo y cordero asado, y cuando Violet terminó de leer los
tres niños se rieron. Incluso el bebé de Kit, sentado en las
rodillas de Sunny, emitió un chillido feliz.
—¿Lemony? —repitió Violet—. ¿Me hubieran
llamado Lemony? ¿De dónde sacarían esa idea?
—De alguien que murió, probablemente —dijo
Klaus—. ¿Recuerdas la costumbre de la familia?
—Lemony Baudelaire —probó Sunny, y el bebé
se rió de nuevo. Tenía casi un año, y se parecía mucho a su
madre.
—Nunca nos hablaron de un Lemony —dijo
Violet, y se pasó las manos por el pelo. Había estado reparando el
sistema de filtración del agua durante todo el día y estaba
bastante cansada.
Klaus sirvió a sus hermanas más leche de
coco, que los niños preferían beber fresca.
—No nos contaron muchas cosas —dijo—. ¿Qué
crees que significa, “Ya he tenido el corazón roto antes”?
—Tú sabes lo que significa “corazón roto”
—dijo Sunny, y asintió con la cabeza cuando el bebé murmuró
“Abelard”. La Baudelaire pequeña era la que mejor descifraba la
forma de hablar un tanto inusual de la niña.
—Creo que significa que debemos marcharnos
—dijo Violet.
—¿Dejar la isla? —dijo Klaus—. ¿E ir a
dónde?
—A cualquier sitio —dijo Violet—. No podemos
quedarnos aquí para siempre. Hay algo que podremos necesitar, pero
no es correcto estar tan lejos del mundo.
—¿Y de su perfidia? —preguntó Sunny.
—Pensarás que hemos sufrido suficiente
perfidia para el resto de nuestras vidas —dijo Klaus—, pero hay
algo más en la vida que la seguridad.
—Nuestros padres se marcharon —dijo Violet—.
Quizás debamos honrar sus deseos.
—¿Chekrio? —dijo el bebé, y los Baudelaires
se quedaron considerándola por un momento. La hija de Kit estaba
creciendo muy deprisa, y exploraba ansiosamente la isla a cada
oportunidad. Los tres hermanos tenían que vigilarla muy de cerca,
especialmente en el arboreto, que todavía estaba colmado de
detritos incluso después de un año de catalogación. Mucho de los
artículos de la enorme biblioteca eran peligrosos para los bebés,
por supuesto, pero la niña no se había hecho nunca un daño grave.
El bebé también había oído hablar del peligro, sobre todo del
registro de crímenes, locuras y desgracias de la humanidad que los
Baudelaire leían en voz alta cada noche, aunque no le habían
contado a la niña toda la historia. Ella no sabía todos los
secretos de los Baudelaire, y desde luego habría algunos que no
llegaría a saber nunca.
—No podemos refugiarnos aquí para siempre
—dijo Klaus.
—En cualquier caso, la perfidia llegará
hasta estas costas.
—Me sorprende que todavía no lo haya hecho
—dijo Violet—. Muchas cosas han naufragado aquí, pero no hemos
visto un solo naufrago.
—Si nos vamos —preguntó Sunny—, ¿qué
encontraremos?
Los Baudelaire guardaron silencio. Ya que
ningún naufrago había llegado durante el año, tenían pocas noticias
del mundo, aparte de unos cuantos jirones de periódico que habían
sobrevivido una tormenta terrible. A juzgar por los artículos,
había todavía unos cuantos villanos sueltos en el mundo, aunque
unos cuantos voluntarios también parecían haber sobrevivido a todos
los problemas que habían llevado a los niños a la isla. Los
artículos, sin embargo, eran de El Diario
Punctilio, y por lo tanto los niños no podían estar seguros de
que fueran certeros. Por lo que sabían, los isleños habían
expandido el Medusoid Mycelium, y el mundo entero podría estar
envenenado. Esto, sin embargo, parecía improbable, ya que el mundo,
sin importar lo monstruosamente que pueda ser amenazado, nunca se
ha conocido que sucumba por completo. Los Baudelaire también
pensaron en toda la gente que esperaban volver a ver, aunque,
tristemente, esto también parecía improbable, aunque no
imposible.
—No lo sabremos hasta que lleguemos allí
—dijo Violet.
—Bueno, si nos vamos a marchar, más vale que
nos demos prisa —dijo Klaus. Se puso de pie y caminó hasta el
banco, donde el Baudelaire mediano había construido un calendario
que creía que era bastante certero—. La plataforma costera se
inundará pronto.
—No necesitamos mucho —dijo Sunny—. Tenemos
bastante comida que no perecederá.
—He catalogado bastante equipamiento naval
—dijo Violet.
—Yo tengo algunos mapas buenos —dijo Klaus—,
pero también debemos hacer sitio para algunos de nuestros detritos
favoritos. Tengo unas cuantas novelas de P.G. Wodehouse que me
gustaría tener.
—Planos —dijo Violet pensativamente.
—Mi batidor —dijo Sunny, mirando el artículo
que Viernes le había dado a hurtadillas hacía mucho tiempo, y que
había resultado ser un utensilio muy útil incluso cuando el bebé
había dejado de comer comidas batidas.
—¡Pastel! —chilló el bebé, y sus tutores se
rieron.
—¿Cogemos esto? —preguntó Violet, alzando el
libro que había estado leyendo en voz alta.
—No creo que sea buena idea —dijo Klaus—.
Quizás llegue otro naufrago, y continúe la historia.
—En cualquier caso —dijo Sunny—, tendrán
algo que leer.
—Así que nos vamos —dijo Violet, y realmente
se iban. Después de un buen sueño nocturno, los Baudelaire
empezaron a preparar su viaje, y era cierto que no necesitaban
mucho. Sunny fue capaz de empaquetar una gran cantidad de comida
que sería perfecta para el viaje, e incluso consiguió meter a
escondidas unas cuantas comidas de lujo, como un poco de hueva que
había recolectado de peces locales, y una tarta de manzana un tanto
amarga pero deliciosa de todos modos. Klaus enrolló varios mapas
dentro de un sencillo cilindro, y añadió unos cuantos artículos
útiles y divertidos de la gran biblioteca. Violet añadió unos
cuantos planos y equipamientos a la pila, y entonces seleccionó una
barca de todos los restos de naufragios que yacían en el arboreto.
La Baudelaire mayor se había sorprendido al encontrar que la barca
que parecía en mejor estado para la misión era en la que habían
llegado, aunque para cuando había terminado de repararla y dejarla
lista para el viaje no estaba sorprendida después de todo. Reparó
el casco de la barca, y fijó nuevas velas en los mástiles, y
finalmente miró a la placa que ponía CONDE
OLAF, y frunciendo ligeramente el ceño, rompió la cinta
adhesiva y la quitó. Tal y como los niños habían advertido durante
su viaje hacia la isla, había otra placa debajo, y cuando Violet
leyó lo que ponía, y llamó a sus hermanos y a su hija adoptiva para
que lo vieran, otro interrogante de sus vidas fue respondido, y
otro misterio comenzó.
Finalmente, llegó el día de salida, y
mientras la plataforma costera empezaba a inundarse los Baudelaire
bajaron la barca —o, como el Tío Monty habría dicho, el
“vaporetto”— hasta la playa y empezaron a cargarla con todas las
provisiones. Violet, Klaus, y Sunny se quedaron mirando a las
blancas arenas de la playa, donde empezaban a crecer nuevos
manzanos. Los niños pasaban casi todo su tiempo en el arboreto, así
que ahora el lado de la isla donde la colonia había estado parecía
ahora el lado más lejano de la isla, en vez del sitio donde sus
padres habían vivido.
—¿Estamos listos para sumergirnos en el
mundo? —preguntó Violet.
—Yo sólo espero que no nos sumerjamos en el
mar —dijo Klaus, con una pequeña sonrisa.
—Yo también —dijo Sunny, y le devolvió la
sonrisa a su hermano.
—¿Dónde está el bebé? —dijo Violet—. Quiero
asegurarme de que estos salvavidas que he diseñado le quedan
bien.
—Quería decirle adiós a su madre —dijo
Sunny—. Llegará pronto.
Efectivamente, la pequeña figura de la hija
de Kit se pudo ver gateando sobre el montículo, hacia los niños y
su bote. Los Baudelaire la vieron acercarse, preguntándose cuál
sería el siguiente capítulo en la vida de la niña, y desde luego
era difícil de decir. Hay quien dice que los niños volvieron a
unirse a V.F.D. y están comprometidos con valientes misiones hasta
el día de hoy, quizás bajo nombres diferentes para evitar ser
capturados. Hay otros que dicen que murieron en el mar, aunque los
rumores de la muerte de uno surgen muy a menudo, y muy a menudo se
revela que son falsos. Pero en cualquier caso, al tiempo que mi
investigación termina, hemos alcanzado el último capítulo de la
historia de los Baudelaire, aún cuando no la han alcanzado los
Baudelaire. Los tres niños subieron al bote, y esperaron a que el
bebé gateara hasta el borde del agua, donde podía ponerse ella
misma de pie agarrándose a la parte de atrás de la barca. Pronto se
inundaría la plataforma costera, y los huérfanos Baudelaire
estarían en camino, sumergiéndose en el mundo y dejando esta
historia para siempre. Incluso el bebé que se agarraba a la barca,
cuya historia acababa de empezar, pronto desaparecería de esta
crónica, después de pronunciar unas pocas palabras.
—¡Vi! —gritó, que era su modo de saludar a
Violet—. ¡Kla! ¡Sun!
—No nos marcharíamos sin ti —dijo Violet,
sonriendo al bebé.
—Sube a bordo —dijo Klaus, hablándole como
si fuera un adulto.
—Cosita —dijo Sunny, usando un término
cariñoso que se había inventado.
La bebé se quedó quieta, y miró a la parte
de atrás de la barca, donde estaba fijada la placa. No tenía manera
de saberlo, por supuesto, pero la placa había sido clavada a la
parte de atrás de la barca por una persona que estaba en el mismo
sitio donde ella estaba... al menos, hasta lo que ha mostrado mi
investigación. La niña estaba en un sitio de la historia de otra
persona, durante su propio momento, pero ella no estaba pensando ni
en la historia lejana en el tiempo ni en la suya propia, que se
extendía en el futuro como el mar abierto. Estaba mirando fijamente
a la placa, y su frente estaba arrugada por la concentración.
Finalmente, pronunció una palabra. Los huérfanos Baudelaire
ahogaron un grito cuando la escucharon, pero no podían decir con
seguridad si estaba leyendo en voz alta la palabra o estaba
simplemente afirmando su nombre, y desde luego nunca lo
averiguaron. Quizás esta última palabra era el primer secreto del
bebé, uniéndose a los secretos que los Baudelaire estaban guardando
del bebé, y a todos los otros secretos sumergidos en el mundo.
Quizás sea mejor no saber exactamente qué quería decir con esta
palabra, tal y como algunas cosas es mejor dejarlas en lo gran
desconocido. Hay algunas palabras, por supuesto, que es mejor que
no se digan —pero no es el caso, creo, de la palabra pronunciada
por mi sobrina, una palabra que aquí significa que la historia se
ha acabado.
Beatrice.