Capítulo 10

ISHMAEL salió de la oscuridad, pasando una mano por las baldas de la estantería, y caminó lentamente hacia los huérfanos Baudelaire. Bajo el resplandor tenue de la linterna, los niños no podían decir si el orientador estaba sonriendo o frunciendo el ceño a través de su barba salvaje y lanosa, y a Violet le recordó algo que casi había olvidado por completo. Mucho tiempo atrás, antes de que naciera Sunny, Violet y Klaus habían empezado una discusión en el desayuno sobre de quién era el turno de sacar la basura. Era una cuestión tonta, pero era una de esas ocasiones en la que la gente que está discutiendo se está divirtiendo demasiado como para parar, y durante todo el día los dos hermanos habían vagado por la casa, haciendo sus tareas asignadas y apenas dirigiéndose la palabra. Al final, después de una comida larga y silenciosa, durante la cual sus padres habían intentado que se reconciliaran —una palabra que aquí significa “admitir que no importaba lo más mínimo de quién era el turno, y que lo único importante era sacar la basura de la cocina antes de que el olor se extendiera por toda la mansión”— Violet y Klaus fueron mandados a la cama sin postre o ni siquiera cinco minutos de lectura. De repente, justo en el momento en el que se estaba quedando dormida, Violet tuvo una idea para un invento para que nadie tuviera que sacar más la basura, y encendió una luz y empezó a hacer un borrador de su idea en un bloc de papel. Puso tanto interés en su invento que no escuchó las pisadas en el pasillo de fuera, y cuando su madre abrió la puerta, no tuvo tiempo de apagar la luz y hacerse la dormida. Violet se quedó mirando a su madre, y su madre a ella, y bajo la luz tenue la Baudelaire mayor no podía ver si su madre estaba sonriendo o frunciendo el ceño... si estaba enfadada con Violet por estar despierta a esas horas, o si no le importaba después de todo. Pero entonces Violet vio que su madre llevaba una taza de té—. Aquí tienes, querida —dijo con dulzura—. Sé cómo el té de anís estrellado te ayuda a pensar —Violet tomó la humeante taza de su madre, y en ese instante se dio cuenta de repente de que había sido su turno de sacar la basura después de todo.
Ishmael no ofreció a los huérfanos Baudelaire ningún té, y cuando accionó un interruptor de la pared, e iluminó el espacio secreto bajo el manzano con luz eléctrica, los niños pudieron ver que no estaba ni sonriendo ni frunciendo el ceño, sino exhibiendo una extraña combinación de las dos cosas, como si los Baudelaire le pusieran tan nervioso como él a ellos.
—Sabía que vendríais aquí —dijo finalmente, después de un largo silencio—. Lo lleváis en la sangre. Nunca he conocido a un Baudelaire que no lo echara todo a pique.
Los Baudelaire sintieron todas sus preguntas chocándose unas con otras dentro de sus cabezas, como frenéticos marineros desertando de un barco que se hunde.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Violet—. ¿Cómo conociste a nuestros padres?
—¿Por qué nos has mentido sobre tantas cosas? —demandó Klaus—. ¿Por qué estás guardando tantos secretos?
—¿Quién eres? —preguntó Sunny.
Ishmael se acercó otro paso más a los Baudelaire y bajó la mirada hasta Sunny, quien le devolvió la mirada al orientador, y después miró fijamente a la arcilla que todavía rodeaba sus pies.
—¿Sabíais que antes era un profesor de escuela? —preguntó—. Esto fue hace muchos años, en la ciudad. Había siempre unos cuantos niños en mis clases de química que tenían la misma chispa en los ojos que tenéis vosotros, Baudelaires. Esos estudiantes siempre entregaban las tareas más interesantes —suspiró, y se sentó en una de las butacas en el centro de la habitación—. También me daban siempre los mayores problemas. Recuerdo a alguien en particular, que tenía el pelo negro y desaliñado y una sola ceja.
—El Conde Olaf —dijo Violet.
Ishmael frunció el ceño, y pestañeó mirando a la Baudelaire mayor.
—No —dijo—. Era una niñita. Tenía una ceja y, gracias a un accidente en el laboratorio de su abuelo, sólo una oreja. Era huérfana, y vivía con sus hermanos en una casa que pertenecía a una mujer terrible, una violenta borracha que era famosa por haber matado en su juventud a un hombre con nada más que sus manos y un melón muy maduro. El melón había crecido en una granja que ya no está operativa, la Granja de los Melones de la Suerte, que pertenecía a...
—Sir —dijo Klaus.
Ishmael frunció el ceño de nuevo.
—No —dijo—. La granja pertenecía a dos hermanos, uno de los cuales fue más tarde asesinado en un pequeño pueblo, donde tres niños inocentes fueron acusados del crimen.
—Jacques —dijo Sunny.
—No —Ishmael dijo frunciendo el ceño otra vez—. Había una discusión sobre su nombre, en realidad, ya que parecía que usaba varios nombres dependiendo de lo que llevaba puesto. En cualquier caso, la estudiante de mi clase empezó a sospechar mucho del té que su tutora le servía cuando volvía a casa del colegio. En vez de beberlo, lo tiraba en una planta de la casa que había sido usada para decorar un estiloso restaurante muy conocido con el pescado como tema principal.
—El Café Salmonela —Violet dijo.
—No —dijo Ishmael, y frunció el ceño una vez más—. El Bistró Eperlano. Por supuesto, mi estudiante se dio cuenta de que no podía seguir alimentando de té a la planta, particularmente después de que se marchitara y el dueño de la planta se marchara de repente a Perú a bordo de un barco misterioso.
—El Próspero —dijo Klaus.
Ishmael les frunció el ceño a los jóvenes todavía más.
—Sí —dijo—, aunque en esa época el barco se llamaba Pericles. Pero mi estudiante no lo sabía. Sólo quería evitar el ser envenenada, y tengo la impresión de que un antídoto podía estar escondido...
—Yaw —interrumpió Sunny, y sus hermanos asintieron. Con “yaw”, la pequeña Baudelaire quería decir “El relato de Ishmael es tangencial”, una palabra que aquí significa “responde a otras preguntas y no a las que los Baudelaire le habían hecho”.
—Queremos saber qué está pasando en la isla, en este mismo momento —dijo Violet—, y no lo que pasó en una clase hace muchos años.
—Pero lo que está pasando ahora y lo que pasó entonces son parte de la misma historia —dijo Ishmael—. Si no os digo cómo llegué a preferir el té tan amargo como el ajenjo, entonces no sabréis cómo llegué a tener una conversación muy importante con un camarero en una ciudad al lado de un lago. Y si no os hablo de esa conversación, no sabréis cómo terminé en un batiscafo en concreto, o cómo terminé naufragando aquí, o cómo llegué a conocer a vuestros padres, o cualquier otra cosa que este libro contiene —tomó el pesado volumen de las manos de Klaus y pasó los dedos por el lomo, donde el largo y un tanto farragoso título estaba impreso en letras doradas—. La gente ha estado escribiendo historias en este libro desde que los primeros náufragos fueron arrojados a esta isla, y todas las historias están conectadas de un modo u otro. Si hacéis una pregunta, os llevará a otra, y a otra, y a otra. Es como pelar una cebolla.
—Pero no puedes leer cada historia, y responder cada pregunta —dijo Klaus—, aunque quisieras Ishmael sonrió y se acarició la barba.
—Eso es justamente lo que me dijeron vuestros padres
—dijo—. Cuando llegué aquí ellos llevaban en la isla unos cuantos meses, pero se habían convertido en los orientadores de la isla, y habían sugerido algunas costumbres nuevas. Vuestro padre había sugerido que unos cuantos trabajadores de la construcción que habían naufragado instalaran el periscopio en el árbol, para buscar si había tormentas, y vuestra madre había sugerido que un fontanero naufragado ideara un sistema de filtrado de agua, para que la colonia pudiera tener agua dulce, directamente del fregadero de la cocina. Vuestros padres habían empezado una biblioteca con todos los documentos que estaban aquí, y estaban añadiendo cientos de historias al libro común. Se servían comidas de gourmet, y vuestros padres habían convencido a algunos de los otros náufragos de expandir este espacio subterráneo —señaló la larga estantería, que desaparecía en la oscuridad—. Querían cavar un pasadizo que les llevara a un centro de investigación marino y servicio de asesoramiento retórico que estaba a unos cuantos kilómetros de distancia —los Baudelaire intercambiaron miradas de sorpresa. El Capitán Widdershins había descrito tal lugar, y de hecho los niños habían pasado unas cuantas horas desesperadas en su sótano en ruinas—. ¿Te refieres a que si caminamos a lo largo de la estantería —dijo Klaus—, alcanzaremos el Acuático Anwhistle?
Ishmael sacudió la cabeza.
—Nunca se acabó el pasadizo —dijo—, y también es algo bueno. El centro de investigación fue destruido por el fuego, que podría haberse extendido a través del pasadizo y alcanzar la isla. Y resultó que el lugar contenía un hongo realmente mortal. Me estremezco al pensar en lo que podría pasar si el Medusoid Mycelium alcanzara estas costas alguna vez.
Los Baudelaire se miraron unos a otros de nuevo, pero no dijeron nada, prefiriendo mantener uno de sus secretos aun cuando Ishmael les había contado algunos de los suyos. La historia de los niños Baudelaire podía estar conectada con la historia de Ishmael a través de las esporas que contenía el casco de buceo que el Conde Olaf estaba escondiendo bajo su traje en la jaula de pájaros en la que estaba prisionero, pero los hermanos no vieron motivo para ofrecer esta información.
—Algunos isleños pensaron que el pasadizo era una idea estupenda —continuó Ishmael—. Vuestros padres querían llevar todos los documentos que habían acabado aquí hasta el Acuático Anwhistle, donde debían ser enviados a un sub— sub-bibliotecario que tenía una biblioteca secreta. Otros querían mantener la isla a salvo, lejos de la perfidia del mundo. Para cuando yo llegué, algunos isleños querían amotinarse, y abandonaron a vuestros padres en la plataforma costera —el orientador exhaló un gran suspiro, y cerró el pesado libro en su regazo—. Me metí en medio de esta historia —dijo—, de la misma manera que vosotros os metisteis en medio de la mía. Algunos isleños han encontrado armas en el detrito, y la situación se habría vuelto violenta si yo no hubiera convencido a la colonia de que simplemente abandonara a vuestros padres. Les permitimos subir unos cuantos libros en una barca de pescadores que vuestro padre había construido, y se fueron por la mañana junto con algunos de sus camaradas a medida que la plataforma costera se inundaba. Dejaron atrás todo lo que habían creado aquí, desde el periscopio que uso para predecir el tiempo hasta el libro común con el que continúo su investigación.
—¿Echaste a nuestros padres? —preguntó Violet con asombro.
—Estaban muy triste por irse —dijo Ishmael—. Tu madre estaba embarazada de ti, Violet, y después de todos esos años con V.F.D. vuestros padres no estaban seguros de querer a sus niños expuestos a la perfidia del mundo. Pero no entendían que si ese pasadizo se hubiera completado, hubierais estado expuestos a la perfidia del mundo en cualquier caso. Tarde o temprano, la historia de cada uno tiene una catastrófica desdicha o dos... un cisma o una muerte, un incendio o un motín, la pérdida de un hogar o la destrucción de un juego de té. La única solución, desde luego, es estar tan lejos del mundo como sea posible, y llevar una vida segura y simple.
—Eso es por lo que mantienes tantos artículos alejados de los otros —dijo Klaus.
—Depende de cómo se mire —dijo Ishmael—. Quería que este lugar fuera tan seguro como fuera posible, así que cuando me convertí en el orientador de la isla, sugerí unas cuantas costumbres nuevas de mi parte. Trasladé la colonia hasta el otro lado de la isla, y entrené a las ovejas a arrastrar las armas lejos, y después los libros y los aparatos mecánicos, para que ningún resto del mundo interfiriera con nuestra seguridad. Sugerí que nos vistiéramos todos igual, y comiéramos lo mismo, para evitar cualquier cisma futuro.
—Jojishoji —dijo Sunny, que quería decir algo como “No creo que coartar la libertar de expresión y la libre ejecución de la misma sea la forma apropiada de dirigir una comunidad”.
—Sunny tiene razón —dijo Violet—. Los otros isleños podrían no haber estado de acuerdo con esas costumbres nuevas.
—Yo no les obligué —dijo Ishmael—, pero, por supuesto, el cordial de coco ayudó. La bebida fermentada es tan fuerte que sirve como una especie de opiáceo para la gente de aquí.
—¿Lethe? —preguntó Sunny.
—Un opiáceo es algo que hace que la gente esté somnolienta e inactiva —dijo Klaus—, e incluso olvidadiza.
—Cuanto más cordial bebía la gente —explicó Ishmael—, menos pensaba en el pasado, o se quejaba de las cosas que echaba de menos.
—Eso es por lo que apenas nadie abandona este lugar —dijo Violet—. Están demasiado adormilados como para pensar en irse.
—Ocasionalmente alguien se marcha —dijo Ishmael, y bajó la mirada hasta la Víbora Increíblemente Mortal, que le dirigió un breve siseo—. Hace algún tiempo, dos mujeres se fueron con esta misma serpiente, y unos cuantos años después, un hombre llamado Jueves se fue con unos cuantos camaradas.
—Así que Jueves está vivo —dijo Klaus—, tal y como Kit dijo.
—Sí —admitió Ishmael—, pero bajo mi sugerencia, Miranda le dijo a su hija que había muerto en una tormenta, para que no se preocupara por el cisma que dividió a sus padres.
—Electra —dijo Sunny, lo que significaba “Una familia no debería mantener secretos tan terribles”, pero Ishmael no solicitó una traducción.
—Excepto por esos alborotadores —dijo—, todo el mundo se ha quedado aquí. ¿Y por qué no deberían? La mayoría de los náufragos son huérfanos, como yo, y como vosotros. Conozco vuestra historia, Baudelaires, de todos los artículos de periódico, informes policiales, boletines financieros, telegramas, correspondencia privada, y galletas de la suerte que han sido arrojados hasta aquí. Habéis estado vagando por este mundo traicionero desde que empezó vuestra historia, y nunca habéis encontrado un lugar tan seguro como éste. ¿Por qué no os quedáis? Abandonad vuestras invenciones mecánicas, vuestras lecturas y vuestra cocina. Olvidaros del el Conde Olaf y de V.F.D. Dejad vuestro lazo, y vuestro cuaderno, y vuestro batidor, y vuestra balsa de libros, y llevad una vida simple y segura en nuestras costas.
—¿Qué pasa con Kit? —preguntó Violet.
—En mi experiencia, los Snickets han sido igual de problemáticos que los Baudelaire —dijo Ishmael—. Eso es por lo que sugerí que la dejarais en la plataforma costera, para que no metiera en problemas a la colonia. Pero si podéis convenceros de elegir una vida simple, supongo que ella también puede.
Los Baudelaire se miraron unos a otros con duda. Ya sabían que Kit quería volver al mundo y asegurarse de que se hacía justicia, y como voluntarios deberían estar ansiosos de unirse a ella. Pero Violet, Klaus, y Sunny no estaban seguros de que pudieran abandonar el primer lugar seguro que habían encontrado, aunque fuera un poco aburrido.
—¿No podemos quedarnos aquí —preguntó Klaus—, y llevar una vida un poco más complicada, con los artículos y documentos del arboreto?
—¿Y especias? —añadió Sunny.
—¿Y mantener a los otros isleños fuera del secreto? —dijo Ishmael frunciendo el ceño.
—Eso es lo que tú estás haciendo —no pudo evitar apuntar Klaus—. Durante todo el día permaneces en tu silla y te aseguras de que la isla está a salvo del detrito del mundo, pero luego te escabulles al arboreto con tus pies perfectamente sanos y escribes en el libro común mientras mordisqueas manzanas amargas. Quieres que todo el mundo lleve una vida simple y segura... todo el mundo excepto tú.
—Nadie debería llevar la vida que yo llevo —dijo Ishmael, con un largo y triste tirón de su barba—. He pasado innumerables años catalogando todos los objetos que han acabado en estas costas y todas las historias que contaban esos objetos. He reparado todos los documentos que las tormentas habían dañado, y he tomado notas de cada detalle. He leído más sobre la pérfida historia del mundo que casi nadie, y como uno de mis colegas dijo una vez, esta historia es desde luego poco más que un registro de crímenes, locuras y desgracias de la humanidad.
—Gibbon —dijo Sunny. Quería decir algo como “Queremos leer esta historia, sin importar lo desdichada que es”, y sus hermanos lo tradujeron con rapidez. Pero Ishamel tiró de su barba de nuevo, y sacudió la cabeza con firmeza a los tres niños.
—¿No lo veis? —preguntó—. No soy sólo el orientador de la isla. Soy el padre de la isla. Mantengo esta biblioteca alejada de la gente a la que cuido, para que nunca sean perturbados por los terribles secretos el mundo —el orientador metió la mano en un bolsillo de su bata y sacó un pequeño objeto. Los Baudelaire vieron que era un arnillo ornamentado, adornado con la inicial R, y se quedaron mirándolo, bastante desconcertados.
Ishmael abrió el enorme volumen en su regazo, y pasó unas cuantas páginas para leer sus notas.
—Este anillo —dijo—, perteneció una vez a la Duquesa de Winnipeg, quien se lo dio a su hija, que también era Duquesa de Winnipeg, quien se lo dio a su hija, y ésta a su hija, y ésta a su hija, etcétera. Finalmente, la última Duquesa de Winnipeg se unió a V.F.D., y se lo dio al hermano de Kit Snicket. Él se lo dio a vuestra madre. Por motivos que aún no entiendo, ella se lo devolvió, y él se lo dio a Kit, y Kit se lo dio a vuestro padre, quien se lo dio a vuestra madre cuando se casaron. Ella lo mantuvo guardado en una caja de madera que sólo podía ser abierta por una llave que estaba guardada en una caja de madera que sólo podía ser abierta por un código que Kit Snicket aprendió de su abuelo. La caja de madera se convirtió en cenizas en el incendio que destruyó la Mansión Baudelaire, y el Capitán Widdershins encontró el anillo en las ruinas para acabar perdiéndolo durante una tormenta en el mar, que acabó arrojándolo a nuestras costas.
—¿Neiklot? —preguntó Sunny, lo que significaba “¿Por qué nos estás hablando de este anillo?”.
—Lo importante de la historia no es el anillo —dijo Ishmael—. Es el hecho de que no lo hayáis visto hasta este momento. Este anillo, con su larga y secreta historia, estuvo en vuestra casa durante años, y vuestros padres nunca lo mencionaron. Vuestros padres nunca os hablaron de la Duquesa de Winnipeg, o del Capitán Widdershins, o de los hermanos Snicket, o de V.F.D. Vuestros padres nunca os contaron que habían vivido aquí, ni que fueron obligados a marcharse, ni ningún otro detalle de su propia historia desafortunada. Nunca os contaron toda la historia.
—Entonces déjanos leer ese libro —dijo Klaus—, para que la podamos averiguar por nosotros mismos.
Ishmael sacudió la cabeza.
—No lo entiendes —dijo, que es algo que al Baudelaire mediano nunca le gustaba que le dijeran—. Vuestros padres no os contaron estas cosas porque querían protegeros, de la misma manera que este manzano protege los artículos del arboreto de las frecuentes tormentas de la isla, y de la misma manera que yo protejo a la colonia de la complicada historia del mundo. Ningún padre sensato dejaría que sus hijos leyeran siquiera el título de esta espantosa y triste historia, cuando podría en cambio mantenerlos alejados de la perfidia del mundo. Ahora que habéis acabado aquí, ¿No queréis respetar sus deseos? —cerró el libro de nuevo, y se puso en pie, mirando a cada uno de los Baudelaire por turno—. Que vuestros padres hayan muerto —dijo en voz baja—, no significa que os hayan fallado. No si os quedáis aquí y lleváis la vida que ellos querían que llevarais. Violet pensó en su madre de nuevo, llevándole la taza de té de anís estrellado en esa agitada noche.
—¿Estás seguro de que esto es lo que nuestros padres hubieran querido? —preguntó, sin saber si podía confiar en su respuesta.
—Si no hubieran querido manteneros a salvo —dijo—, os hubieran contado todo, para que pudierais añadir otro capítulo a esta catastrófica historia —puso el libro en la butaca, y el anillo en las manos de Violet—. Este es vuestro lugar, Baudelaires, en esta isla y bajo mi cuidado. Les diré a los isleños que habéis cambiado de parecer, y que estáis abandonando vuestro problemático pasado.
—¿Te apoyarán? —preguntó Violet, pensando en Erewhon y Finn y en su plan de amotinarse en el desayuno.
—Por supuesto que lo harán —dijo Ishmael—. La vida que llevamos aquí en la isla es mejor que la perfidia del mundo. Dejad el arboreto conmigo, niños, y podréis uniros a nosotros en el desayuno.
—Y al cordial —dijo Klaus.
—Sin manzanas —dijo Sunny.
Ishmael asintió por última vez, y dirigió a los niños a través del hueco en la raíces del árbol, apagando las luces a medida que se marchaban. Los Baudelaire salieron al arboreto, y miraron por última vez al espacio secreto. Bajo la luz tenue sólo podían adivinar la forma de la Víbora Increíblemente Mortal, que se deslizaba sobre el libro de Ishmael y seguía a los niños al aire de la mañana. El sol se filtraba a través de la pantalla del enorme manzano, y brillaba sobre las letras doradas del lomo del libro. Los niños se preguntaron si las letras habrían sido impresas por sus padres, o quizás por el escritor anterior, o el escritor anterior a ese, o el escritor anterior a ese. Se preguntaron cuántas historias contendría el libro curiosamente titulado, y cuántas personas habrían mirado las letras doradas antes de hojear los crímenes, locuras y desgracias anteriores y añadir más de su parte, como las delgadas capas de una cebolla.
Mientras caminaban hacia fuera del arboreto, dirigidos por su orientador de pies de barro, los huérfanos Baudelaire se preguntaron sobre su propia historia desafortunada, y en la de sus padres y todos los otros náufragos que habían acabado en las costas de esta isla, añadiendo capítulo tras capítulo a Una Serie de Catastróficas Desdichas.