Capítulo 7
LA difícil situación en la que se
encontraban los huérfanos Baudelaire, sentados en la plataforma
costera, con Kit Snicket inconsciente en lo alto del cubo de libros
sobre sus cabezas, el Conde Olaf encerrado en una jaula a su lado,
y la Víbora Increíblemente Mortal enroscada a sus pies, es una
oportunidad excelente para usar la expresión “futuro nuboso”. Los
tres niños tenían verdaderamente un futuro nuboso esa tarde, y no
sólo por la masa de vapor de agua condensada, que Klaus era capaz
de identificar como de la clase de los cúmulos, que se estaba
acercando hacia ellos por el cielo como otro náufrago más de la
tormenta de la noche anterior. La expresión “futuro nuboso” se
refiere a cuando la gente tiene un porvenir desgraciado y
amenazador, como los niños impopulares que hay en la mayoría de las
clases del colegio, o un analista retórico de una organización
secreta que está bajo sospecha.
La comunidad de isleños había hecho
verdaderamente que Violet, Klaus, y Sunny tuvieran un futuro
nuboso, e incluso bajo el brillante sol de la tarde los niños
sintieron la frialdad de la sospecha y desaprobación de la
colonia.
—No puedo creerlo —dijo Violet—. No puedo
creer que hayamos sido abandonados.
—Pensamos que podríamos dejar atrás todo los
que nos había ocurrido antes de llegar aquí —dijo Klaus—, pero este
lugar es tan poco seguro como todos en los que hemos estado.
—Pero, ¿qué hacer? —preguntó Sunny.
—No podemos vivir aquí —apuntó Klaus.
Violet echó un vistazo alrededor de la
plataforma costera.
—Supongo que podemos pescar y recoger algas
para comer —dijo—. Nuestros almuerzos no serán muy diferentes a los
de la isla.
—Si fuego —dijo Sunny pensativa—, carpa a la
sal.
—El Día de Decisión se está acercando, y la
plataforma costera estará bajo el agua. Tenemos que, o vivir en la
isla, o encontrar el modo de volver de donde vinimos.
—No sobreviviremos a un viaje por el mar sin
una barca —dijo Violet, deseando tener su lazo de vuelta para poder
atarse el pelo.
—Kit lo hizo —apuntó Sunny.
—La biblioteca le debe haber servido como
una especie de embarcación —dijo Klaus, pasando la mano por los
libros—, pero no puede haber venido desde muy lejos con una barca
de papel.
—Espero que se encontrara con los Quagmire
—dijo Violet.
—Espero que se despierte y nos cuente qué
pasó —dijo Klaus.
—¿Crees que está gravemente herida?
—preguntó Violet.
—No hay modo de decirlo sin un examen médico
completo —dijo Klaus—, pero excepto por el tobillo, parece estar
bien. Probablemente solo esté agotada por la tormenta.
—Preocupada —dijo Sunny con tristeza,
deseando tener una manta seca y cálida en la plataforma costera,
que los Baudelaire hubieran usado para cubrir a su amiga
inconsciente.
—No podemos preocuparnos únicamente de Kit
—dijo Klaus—. Tenemos que preocuparnos de nosotros mismos.
—Tenemos que pensar un plan —dijo Violet con
cansancio, y los tres Baudelaire suspiraron. Incluso la Víbora
Increíblemente Mortal pareció suspirar, y recostó la cabeza con
compasión en el pie de Sunny. Los Baudelaire se quedaron quietos en
la plataforma costera y pensaron en todas las situaciones difíciles
en las que habían estado, y en todos los planes que habían pensado
para ponerse a salvo, sólo para acabar en medio de otra
catastrófica desdicha. Su futuro estaba cada vez más y más nuboso,
y los niños se hubieran quedado allí sentados durante bastante
tiempo si el silencio no hubiera sido roto por la voz de un hombre
que estaba encerrado en una jaula de pájaros.
—Yo tengo un plan —dijo el Conde Olaf—.
Dejadme salir y os diré qué es.
Aunque Olaf ya no usaba la voz chillona, su
voz todavía sonaba apagada desde el interior de la jaula, y cuando
los Baudelaire se volvieron a mirarle fue como si tuviera puesto
uno de sus disfraces. El vestido amarillo y naranja que llevaba le
cubría la mayor parte del cuerpo, y los niños no podían ver la
curva de su falso embarazo ni el tatuaje de un ojo que tenía en el
tobillo. Solamente unos pocos dedos de los pies y de las manos se
salían de los barrotes de la jaula de pájaros, y si los hermanos
miraban de cerca podían ver la curva húmeda de su boca, y un ojo
parpadeante mirándoles fijamente desde su cautiverio.
—No te vamos a dejar salir —dijo Violet—.
Tenemos suficientes problemas sin tí vagando suelto.
—Vosotros mismos —dijo Olaf, y su vestido
crujió cuando intentó encogerse de hombros—. Pero es seguro que os
ahogaréis igual que yo cuando la plataforma costera se inunde. No
podéis construir una barca, porque los isleños han recolectado todo
de la tormenta. Y no podéis vivir en la isla, porque los colonos os
han abandonado. Aunque hayamos naufragado, seguimos estando en el
mismo barco.
—No necesitamos tu ayuda, Olaf —dijo Klaus—.
Si no fuera por ti, no estaríamos aquí para empezar.
—No estés tan seguro de eso —dijo el Conde
Olaf, y su boca se curvó con una sonrisa—. Todo acaba por llegar a
estas costas alguna vez, a juzgar por ese idiota de la bata.
¿Creéis que sois los primeros Baudelaire que se han encontrado
aquí?
—¿Quieres decir? —demandó Sunny.
—Dejadme salir —dijo Olaf, con una risita
apagada—, y os lo diré.
Los Baudelaire se miraron unos a otros
dudosos.
—Intentas engañarnos —dijo Violet.
—¡Claro que intento engañaros! —gritó Olaf—.
Así es como funciona el mundo, Baudelaires. Todos corretean con sus
secretos y sus planes, intentando ser más listos que los demás.
Ishmael fue más listo que yo, y me encerró en esta jaula. Pero yo
sé cómo ser más listo que él y todos sus amigos isleños. Si me
dejáis salir, podré ser el rey de Olaflandia, y vosotros tres
seréis mis nuevos esbirros.
—No queremos ser tus nuevos esbirros —dijo
Klaus—. Sólo queremos estar a salvo.
—Ningún lugar del mundo es seguro —dijo el
Conde Olaf.
—No contigo alrededor —estuvo de acuerdo
Violet.
—No soy peor que cualquier otra persona
—dijo el Conde Olaf—. Ishmael es tan pérfido como yo.
—Fustianed —dijo Sunny.
—¡Es cierto! —insistió Olaf, aunque
probablemente no había entendido lo que Sunny había dicho—.
¡Mírame! ¡Estoy rellenando una jaula sin un buen motivo! ¿Te suena
familiar, bebé estúpido?
—Mi hermana no es un bebé —dijo Violet con
firmeza—, e Ishmael no es pérfido. Puede que esté equivocado, pero
sólo intenta hacer de la isla un lugar seguro.
—¿Ah, sí? —dijo Olaf, y la jaula tembló
cuando se rió entre dientes—. ¿Por qué no os acercáis hasta ese
charco, y veis lo que Ishmael dejó caer dentro?
Los Baudelaire se miraron unos a otros. Casi
habían olvidado el objeto que había rodado del interior de la manga
del orientador. Los tres niños miraron fijamente en el agua, pero
fue la Víbora Increíblemente Mortal la que serpenteó en las turbias
profundidades del charco y volvió con un pequeño objeto en la boca,
que depositó en la mano en espera de Sunny.
—Acia —dijo Sunny, dándoles las gracias a la
serpiente rascándole la cabeza.
—¿Qué es esto? —dijo Violet, inclinándose
para mirar lo que la víbora había recuperado.
—Es un corazón de manzana —dijo Klaus, y sus
hermanas vieron que lo era. Sunny estaba sujetando el corazón de
una manzana, que había sido tan minuciosamente mordisqueada que
apenas quedaba nada.
—¿Veis? —preguntó Olaf—. ¡Mientras los otros
isleños tienen que hacer todo el trabajo, Ishmael se escabulle
hasta el arboreto con sus pies perfectamente sanos y se come todas
las manzanas él solo! ¡Vuestro querido orientador no sólo tiene
barro en los pies, tiene pies de barro!
La jaula de pájaros tembló con su carcajada,
y los tres huérfanos Baudelaire miraron primero al corazón de
manzana y después los unos a los otros. “Pies de barro” es una
expresión que se refiere a una persona que parece ser honesta y
sincera, pero resulta tener una debilidad oculta o un pérfido
secreto. Si alguien resulta tener pies de barro, la opinión que
tienes de esa persona puede venirse abajo, del mismo modo que una
estatua puede venirse abajo si la base resulta estar mal
construida. Los Baudelaires habían pensado que Ishmael estaba
equivocado sobre abandonarlos en la plataforma costera, por
supuesto, pero creían que lo había hecho para evitarles problemas a
los isleños, del mismo modo que la señora Caliban no había querido
que Viernes se disgustara aprendiendo a leer, y aunque no estaban
mucho de acuerdo con la filosofía del orientador, al menos
respetaban el hecho de que intentaba hacer lo mismo que los
Baudelaire habían estado intentando hacer desde el terrible día en
la playa en el que se habían convertido en huérfanos por primera
vez: encontrar o construir un lugar seguro al que llamar hogar.
Pero ahora, mirando al corazón de manzana, se dieron cuenta de que
lo que había dicho el Conde Olaf era cierto. Ishmael tenía pies de
barro. Estaba mintiendo sobre sus lesiones, y era egoísta con
respecto a las manzanas del arboreto, y era pérfido por presionar a
cada persona en la isla para que hicieran todo el trabajo. Mirando
fijamente a las pérfidas marcas de dientes que el orientador había
dejado, recordaron su afirmación de que había predicho el tiempo
con magia, y su extraña mirada cuando insistió en que la isla no
tenía biblioteca, y los Baudelaires se preguntaron qué otros
secretos estaba ocultando el barbudo orientador. Violet, Klaus, y
Sunny se hundieron en un montón de arena húmeda, como si ellos
también tuvieran pies de barro, y se dirigieron al cubo de libros,
preguntándoles cómo habían podido viajar tan lejos del mundo sólo
para encontrar la misma deshonestidad y perfidia de siempre.
—¿Cuál es tu plan? —le preguntó Violet al
Conde Olaf, después de un largo silencio.
—Déjame salir de esta jaula —dijo Olaf—, y
te lo diré.
—Dínoslo primero —dijo Klaus—, y quizás te
dejemos salir.
—Dejadme salir primero —insistió Olaf.
—Dilo primero —insistió Sunny, con la misma
firmeza.
—Puedo discutir con vosotros todo el día
—gruñó el villano—. ¡Dejadme salir, os digo, o me llevaré mi plan a
la tumba!
—Podemos pensar un plan si tí —dijo Violet,
esperando sonar más segura de lo que se sentía—. Nos las hemos
arreglado para escapar de muchas situaciones difíciles sin tu
ayuda.
—Tengo el único arma que puede amenazar a
Ishmael y a sus partidarios —dijo el Conde Olaf.
—¿La pistola de arpones? —pregunto'Klaus—.
Omeros se la llevó.
—La pistola de arpones no, idiota erudito
—dijo el Conde Olaf desdeñosamente, una palabra que aquí significa
“mientras trataba de rascarse la nariz dentro de los límites de la
jaula de pájaros”—. ¡Estoy hablando del Medusoid Mycelium!
—¡Hongo! —gritó Sunny. Sus hermanos ahogaron
un grito, e incluso la Víbora Increíblemente Mortal parecía
asombrada a su modo de reptil cuando el villano les contó lo que ya
debes de haber adivinado.
—No estoy verdaderamente embarazado —confesó
con una sonrisa enjaulada—. El casco de buceo que contiene las
esporas de Medusoid Mycelium está escondido en el vestido que llevo
puesto. Si me dejáis salir, puedo amenazar a la colonia entera con
estos hongos mortales. ¡Todos esos tontos en bata serán mis
esclavos!
—¿Qué pasa si se niegan? —preguntó
Violet.
—Entonces haré pedazos el casco de buceo
—alardeó Olaf—, y la isla entera será destruida.
—Pero nosotros también seremos destruidos
—dijo Klaus—. Las esporas nos infectarán, al igual que a todos los
demás.
—Yomhashoah —dijo Sunny, lo que significaba
“Nunca más”. La pequeña Baudelaire ya había sido infectada por el
Medusoid Mycelium no hacía mucho, y los niños no querían pensar lo
que hubiera pasado si no hubieran encontrado un poco de wasabi para
diluir el veneno.
—Escaparemos en la canoa, idiotas —dijo
Olaf—. Los imbéciles de la isla la han estado construyendo todo el
año. Es perfecta para dejar este lugar atrás y dirigirnos de vuelta
a donde está la acción.
—Quizás nos dejen irnos, simplemente —dijo
Violet—. Viernes dijo que todo el que desee dejar la colonia puede
montarse a bordo de la canoa el Día de Decisión.
—Esa niña pequeña no ha estado aquí durante
mucho tiempo —se burló el Conde Olaf—, así que todavía cree que
Ishmael permite a la gente hacer lo que quiera. No seáis tan tontos
como ella, huérfanos.
Klaus deseó con todas sus fuerzas que su
libro común estuviera abierto sobre su regazo, para poder tomar
notas, en vez de en el lado más lejano de la isla, con el resto de
artículos prohibidos.
—¿Cómo sabes tanto sobre este lugar, Olaf?
—demandó—. ¡Sólo has estado aquí unos pocos días, tal y como
nosotros!
—Tal y como vosotros —repitió el villano con
burla, y la jaula tembló de nuevo con una carcajada—. ¿Creéis que
vuestra patética historia es la única historia en el mundo? ¿Creéis
que la isla simplemente ha estado aquí en el mar, esperando que
lleguéis a sus costas? ¿Creéis que yo me limité a sentarme en mi
casa de la ciudad, a esperar a que vosotros, huérfanos miserables,
os metierais en mi camino?
—Boswell —dijo Sunny. Quería decir algo por
el estilo de “Tu vida no me interesa”, y la Víbora Increíblemente
Mortal pareció sisear con aprobación.
—Podría contaros historias, Baudelaires
—dijo el Conde Olaf con un resuello ahogado—. Podría contaros
secretos sobre gente y lugares con los que nunca soñaríais. Podría
hablaros sobre peleas y cismas que empezaron antes de que
nacierais. Incluso podría contaros cosas sobre vosotros mismos que
nunca podríais imaginar. Sólo abrid la puerta de la jaula,
huérfanos, y os contaré cosas que jamás podríais descubrir por
vosotros mismos.
Los Baudelaire se miraron unos a otros y se
encogieron de hombros. Incluso a plena luz del día, y atrapado en
una jaula, el Conde Olaf seguía dando miedo. Era como si hubiera
algo malvado que pudiera amenazarles incluso aunque estuviera bien
encerrado, lejos del resto del mundo. Los tres hermanos siempre
habían sido unos niños curiosos.
Violet siempre había estado ansiosa por
desvelar los misterios del mundo mecánico con su mente inventiva
desde que el primer par de alicates había sido metido en su
cuna.
Klaus siempre había sido un aficionado a
leer todo lo que cayera en sus manos desde el primer alfabeto que
fue impreso en la pared de su habitación por una visitante de la
casa de los Baudelaire. Y Sunny siempre estaba explorando el
universo a través de su boca, primero mordiendo todo lo que le
interesaba, y más tarde probando comida minuciosamente para mejorar
sus habilidades culinarias. La curiosidad era una de las costumbres
más importantes de los Baudelaire, y uno puede pensar que tenían
mucha curiosidad por oír más sobre los misterios que el villano
había mencionado. Pero había algo muy, muy siniestro sobre las
palabras del Conde Olaf. Escucharle hablar era como estar al borde
de un pozo profundo, o andar por un acantilado en mitad de la
noche, o escuchar un extraño crujido fuera de la ventana de tu
habitación, sabiendo que en cualquier momento algo grande y
peligroso puede pasar. Les hacía pensar a los Baudelaire en ese
terrible signo de interrogación en la pantalla del radar del
Queequeg —un secreto tan gigante e
importante que no podía caber ni en sus corazones ni en sus
cabezas, algo que había estado escondido durante su vida entera y
que podría destruir su vida entera en el momento de ser revelado.
No era un secreto que los Baudelaire quisieran escuchar, del Conde
Olaf o de cualquier otro, y aunque parecía un secreto que no podía
ser evitado, los niños querían evitarlo de todos modos, y sin
decirle otra palabra al hombre en la jaula los tres hermanos se
pusieron en pie y caminaron alrededor del cubo de libros hasta que
estuvieron en el extremo opuesto, donde Olaf y su jaula de pájaro
no podían ser vistos. Entonces, en silencio, los tres hermanos se
sentaron, apoyándose en la extraña embarcación, y se quedaron
mirando la línea plana del mar, intentando no pensar en lo que Olaf
había dicho. De vez en cuando tomaban tragos del cordial de coco de
las conchas que colgaban de sus cinturas, esperando que la fuerte y
extraña bebida les distrajera de los fuertes y extraños
pensamientos de sus cabezas. Durante toda la tarde, hasta que el
sol se puso en el ondeante horizonte, los huérfanos Baudelaire se
sentaron y bebieron, y se preguntaron si se atreverían a enterarse
de lo qué estaba esperando en el corazón de sus tristes vidas,
cuando cada secreto, cada misterio, y cada catastrófica desdicha
fuera desvelada.