Capítulo 3
COMO estoy seguro de que sabes, hay muchas
palabras en nuestro misterioso y confuso idioma que pueden
significar dos cosas completamente diferentes. La palabra “topo”,
por ejemplo, se puede referir a un mamífero bastante cegato que
vive bajo tierra, como en la frase “El topo cavó en silencio por
debajo del monitor de acampada, que estaba demasiado entretenido
pintándose los labios como para darse cuenta”, pero también puede
referirse a encontrarse con algo sin proponérselo, como en la frase
“Siempre que voy de acampada me topo con la desaparición de uno de
mis monitores”. La palabra “hilo” puede referirse tanto a una
colorida hebra de lana, como en la frase “Su suéter estaba hecho de
hilo”, como a un largo y enmarañado relato, como en la frase “Casi
me duermo al hilo de su historia sobre la pérdida de su suéter”. La
palabra “duro” puede referirse a algo que es difícil y también a
algo que es firme al tacto, y a menos que te encuentres con una
frase como “La topa se topa con duros hilos sobre hilos duros”, no
es probable que te confundas. Pero cuando los Baudelaire siguieron
a Viernes a lo largo de la plataforma costera hacia la isla en la
que vivía, experimentaron ambas definiciones de la palabra
“cordial”, que se puede referir tanto a una persona que es amigable
como a una bebida que es dulce, y cuanto más tenían de lo segundo
más confundidos estaban sobre lo primero.
—Quizás os gustaría un poco de cordial de
coco —dijo Viernes, en un tono de voz cordial, y cogió la concha
que colgaba de su cuello. Con un dedo delgado quitó el tapón, y los
niños pudieron ver que había transformado la concha en una especie
de cantimplora—. Debéis de estar sedientos de vuestro viaje a
través de la tormenta.
—Estamos sedientos —admitió Violet—. Pero,
¿no es mejor el agua fresca para la sed?
—No hay agua fresca en la isla —dijo
Viernes—. Hay unas cataratas de agua salada que usamos para lavar,
y una piscina de agua salada que es perfecta para nadar. Pero lo
único que bebemos es cordial de coco. Escurrimos la leche de los
cocos y la dejamos fermentar.
—¿Fermentar? —preguntó Sunny.
—Viernes se refiere a que la leche de coco
se asienta durante algún tiempo, y se produce un proceso químico
que la hace más dulce y más fuerte —explicó Klaus, que había
aprendido sobre fermentación en un libro sobre una viña que sus
padres habían guardado en la biblioteca Baudelaire.
—La dulzura limpiará el sabor de la tormenta
—dijo Viernes, y pasó la concha a los tres niños. Uno a uno le
dieron un trago al cordial. Como Viernes había dicho, el cordial
estaba bastante dulce, pero había otro sabor por debajo de la
dulzura, algo raro y fuerte que les mareaba un poco. Violet y Klaus
hicieron una mueca cuando el cordial se deslizó espesamente por sus
gargantas, y Sunny tosió en el mismo momento en que la primera gota
alcanzó su lengua.
—Es un poco fuerte para nosotros, Viernes
—dijo Violet, devolviéndole la concha a Viernes.
—Os acostumbraréis —dijo Viernes con una
sonrisa—, cuando lo bebáis en cada comida. Es una de las costumbres
de aquí.
—Ya veo —dijo Klaus, anotándolo en su libro
común—. ¿Qué otras costumbres tenéis aquí?
—No muchas —dijo Viernes, mirando primero al
libro común de Klaus y después a su alrededor, donde los Baudelaire
pudieron ver las figuras lejanas de otros isleños, todos vestidos
de blanco, caminado alrededor de la plataforma costera y tocando
con la punta de los dedos los restos que encontraban—. Cada vez que
hay una tormenta, vamos a la recolección de la tormenta y
presentamos lo que hemos encontrado a un hombre llamado Ishmael.
Ishmael ha estado en esta isla mucho más tiempo que cualquiera de
nosotros, y se lastimó el pie hace algún tiempo y lo mantiene
cubierto en arcilla de la isla, que tiene poderes curativos.
Ishmael no puede ni ponerse de pie, pero cumple el cometido de
orientador de la isla.
—¿Demarc? —le preguntó Sunny a Klaus.
—Un orientador es alguien que ayuda a otra
gente a tomar decisiones —explicó el Baudelaire mediano.
Viernes asintió con la cabeza.
—Ishmael decide que detrito nos puede ser
útil, y cuál debe ser alejado por las ovejas.
—¿Hay ovejas en la isla? —preguntó
Violet.
—Un rebaño de ovejas salvajes llegó a
nuestras costas hace muchos, muchos años —dijo Viernes—, y vagan
libremente, excepto cuando necesitamos que lleven nuestros
artículos recolectados al arboreto, en el lado más lejano de la
isla sobre ese montículo de allí.
—¿Montículo? —preguntó Sunny.
—Un montículo es una colina empinada —dijo
Klaus—, y un arboreto es un lugar donde crecen los árboles.
—Lo único que crece en el arboreto es un
enorme manzano —dijo Viernes—, o, al menos, eso es lo que he
oído.
—¿Nunca has estado en el lado más lejano de
la isla? —preguntó Violet.
—Nadie va al lado más lejano de la isla
—dijo Viernes—. Ishmael dice que es demasiado peligroso con todos
los artículos que las ovejas han llevado allí. Ni siquiera coge
nadie las manzanas amargas del manzano, excepto en el Día de la
Decisión.
—¿Vacaciones? —preguntó Sunny.
—Supongo que son una especie de vacaciones
—dijo Viernes—. Una vez al año, las mareas vuelven a esta parte del
océano, y la plataforma costera se cubre completamente de agua. Es
el único momento del año que está suficientemente profunda para
navegar fuera de la isla. Durante todo el año construimos una
enorme canoa con batanga, que es un tipo de canoa, y el día en que
las mareas vuelven tenemos un banquete y un espectáculo de
talentos. Entonces todo el que desee dejar nuestra colonia indica
su decisión tomando un bocado de manzana amarga y escupiéndolo en
el suelo antes de embarcarse en la canoa y despedirse de
nosotros.
—¡Puaj! —dijo la más joven de los
Baudelaire, imaginando una masa de gente escupiendo manzana.
—No tiene nada de puaj —dijo Viernes con el
ceño fruncido—. Es la costumbre más importante de la colonia.
—Estoy segura de que es maravillosa —dijo
Violet, recordando a su hermana con una mirada severa que no es
educado insultar las costumbres de otros.
—Lo es —dijo Viernes—. Por supuesto, la
gente rara vez deja la isla. Nadie se ha marchado desde antes de
que yo naciera, así que cada año simplemente le pegamos fuego a la
canoa, y la empujamos al mar. Observar como una canoa en fuego se
desvanece lentamente en el horizonte es una visión preciosa.
—Suena precioso —dijo Klaus, aunque el
Baudelaire mediano pensaba que sonaba más siniestro que precioso—,
pero parece un despilfarro construir una canoa cada año sólo para
quemarla.
—Nos da algo que hacer —dijo Viernes
encogiéndose de hombros—. Quitando la construcción de la canoa, no
hay mucho para mantenernos ocupados en la isla. Cogemos peces, y
cocinamos la comida, y lavamos la ropa, pero aún así la mayor parte
del día no tenemos nada que hacer.
—¿Cocina? —preguntó Sunny con ilusión.
—Mi hermana es una especie de chef —dijo
Klaus—. Estoy seguro de que estará feliz de ayudar con las comidas.
Viernes sonrió, y metió las manos en los profundos bolsillos de su
bata.
—Lo tendré en mente —dijo—. ¿Seguro que no
queréis otro trago de cordial?
Los tres Baudelaire sacudieron la
cabeza.
—No, gracias —dijo Violet—, pero es muy
amable de tu parte el ofrecernos.
—Ishmael dice que todo el mundo debe ser
tratado con amabilidad —dijo Viernes—, a menos que ellos no lo
sean. Esa es la razón por la que dejé a ese hombre horrible de
Conde Olaf detrás. ¿Estabais viajando con él?
Los Baudelaire se miraron los unos a los
otros, inseguros de cómo contestar a esa pregunta. Por un lado,
Viernes parecía muy cordial, pero al igual que el cordial que
ofrecía, había algo además de dulzura en su descripción de la isla.
Las costumbres de la colonia sonaban muy estrictas, y aunque los
hermanos estaban aliviados de no estar en compañía de Olaf, parecía
cruel abandonar a Olaf en la plataforma costera, aunque él hubiera
hecho lo mismo con certeza a los huérfanos si hubiera tenido la
oportunidad.
Violet, Klaus, y Sunny no estaban seguros de
cómo reaccionaría Viernes si admitían que habían estado en compañía
del villano, y no contestaron por un momento, hasta que el mediano
de los Baudelaire recordó una expresión que había leído en una
novela sobre gente que era muy, muy educada.
—Depende de cómo se mire —dijo Klaus, usando
una frase que suena como una respuesta pero apenas significa nada
en absoluto. Viernes le dirigió una mirada curiosa, pero los niños
habían llegado al final de la plataforma costera y estaban en el
borde de la isla. Era una playa en pendiente con arena tan blanca
que la bata de Viernes parecía casi invisible, y en lo alto de la
cuesta estaba la canoa, construida con hierba salvaje y ramas de
árboles, y parecía casi acabada, como si el Día de la Decisión
estuviera cercano. Pasando la canoa había una enorme carpa, tan
grande como un autobús escolar. Los Baudelaire siguieron a Viernes
hacia el interior de la carpa, y se encontraron con sorpresa que
estaba llena de ovejas, que estaban dormitando echadas en el suelo.
Parecía que las ovejas estaban atadas juntas con una cuerda gruesa
y deshilachada, y sobresaliendo por encima de las ovejas había un
hombre sonriendo a los Baudelaire a través de una barba tan espesa
y salvaje como la capa de lana de las ovejas. Estaba sentado en una
gran silla que parecía que estuviese hecha de arcilla blanca, y
otros dos montones de arcilla se elevaban en el lugar en el que sus
pies deberían haber estado. Llevaba puesta una bata como la de
Viernes y tenía una concha similar colgando de una cinta, y su voz
era tan cordial como la de Viernes cuando sonrió a los tres
hermanos.
—¿Qué tenemos aquí? —dijo.
—He encontrado estos tres náufragos en la
plataforma costera —dijo Viernes con orgullo.
—Bienvenidos, náufragos —dijo Ishmael—.
Perdonadme que permanezca sentado, pero mis pies están bastante
doloridos hoy y estoy haciendo uso de nuestra arcilla curativa.
Encantado de conoceros.
—Encantado de conocerle, Ishmael —dijo
Violet, quien pensaba que la arcilla curativa tenía una eficacia
científica dudosa, una frase que aquí significa “poco probable que
cure pies doloridos”.
—Llamadme Ish —dijo Ishmael, inclinándose
para rascar la cabeza de una de las ovejas—. ¿Y cómo debo
llamaros?
—Violet, Klaus, y Sunny Baudelaire
—intervino Viernes, antes de que los hermanos pudieran presentarse
por sí mismos.
—¿Baudelaire? —repitió Ishmael, y alzó las
cejas. Miró fijamente a los niños en silencio mientras tomaba un
trago largo de cordial de su concha, y por un breve momento su
sonrisa pareció desaparecer. Pero entonces miró fijamente a los
niños y sonrió de oreja a oreja—. No hemos tenido nuevos isleños en
bastante tiempo. Sois bienvenidos a quedaros tanto como queráis, a
menos que no seáis amables, por supuesto.
—Gracias —dijo Klaus, lo más amablemente que
pudo—. Viernes nos ha contado unas cuantas cosas sobre la isla.
Suena bastante interesante.
—Depende de cómo se mire —dijo Ishmael—. Aún
cuando os queráis marchar, sólo tendréis la oportunidad una vez al
año. Mientras tanto, Viernes, ¿por qué no les enseñas una tienda,
para que se puedan cambiar de ropa? Debemos tener algunas batas de
lana nuevas que os estarán bien.
—Lo agradeceríamos —dijo Violet—. Nuestros
uniformes de concierge están bastante empapados de la
tormenta.
—Seguro que lo están —dijo Ishmael,
retorciéndose un mechón de barba con los dedos—. Además, nuestra
costumbre es ir solamente de blanco, para hacer juego con la arena
de la isla, la arcilla curativa de la piscina, y la lana de las
ovejas salvajes. Viernes, me sorprende que hayas elegido romper la
tradición.
Viernes se sonrojó, y se llevó la mano a las
gafas de sol que llevaba puestas.
—Las encontré entre los restos —dijo—. El
sol es muy brillante en la isla, y pensé que podían ser
útiles.
—No te voy a obligar —dijo Ishmael con
calma—, pero me parece que debes preferir vestirte de acuerdo a la
costumbre, en vez de presumir de tu nuevo complemento.
—Tienes razón, Ishmael —dijo Viernes en voz
baja, y se quitó las gafas de sol con una mano mientras la otra
desaparecía en uno de los profundos bolsillos de la bata.
—Así está mejor —dijo Ishmael, y sonrió a
los Baudelaire—. Espero os guste vivir en la isla —dijo—. Aquí
todos somos náufragos, de una tormenta o de otra, y en vez de
intentar volver al mundo, hemos construido una colonia a salvo de
la perfidia del mundo.
—Había una persona pérfida con ellos —dijo
Viernes elevando la voz ansiosamente—. Se llamaba Conde Olaf, pero
era tan desagradable que no le he dejado venir con nosotros.
—¿Olaf? —dijo Ishmael, alzando las cejas de
nuevo—. ¿Es ese hombre amigo vuestro?
—Ni de broma —dijo Sunny.
—No, no lo es —tradujo Violet rápidamente—.
Para ser sincera, hemos estado intentando escapar del Conde Olaf
durante bastante tiempo.
—Es un hombre horrible —dijo Klaus.
—Mismo barco —dijo Sunny.
—Mmm —dijo Ishmael pensativo—. ¿Esa es toda
la historia, Baudelaires?
Los niños se miraron unos a otros. Por
supuesto, las pocas frases que habían pronunciado no eran toda la
historia. Había mucho, mucho más de la historia de los Baudelaire y
el Conde Olaf, y si los niños se la hubieran recitado toda a
Ishmael probablemente habrían llorado hasta que las lágrimas
hubieran diluido la arcilla y el hombre hubiera tenido los pies
descalzos y nada en lo que sentarse. Los Baudelaire podrían haberle
contado al orientador de la isla todo sobre los planes de Olaf,
desde el asesinato despiadado del Tío Monty hasta su traición a
Madame Lulú en el Carnaval Caligari. Podrían haberle hablado de sus
disfraces, desde su falsa pata de palo cuando fingía ser el Capitán
Sham, hasta sus zapatillas deportivas y turbante cuando se hacía
llamar Entrenador Genghis. Podrían haberle hablado de sus numerosos
camaradas, desde su novia Esmé Miseria a las dos mujeres de cara
blanca que habían desaparecido en las Montañas Mortmain, y le
podrían haber hablado a Ishmael de todos los misterios sin resolver
que todavía mantenían a los Baudelaire despiertos de noche, desde
la desaparición del Capitán Widdershins en una caverna bajo el agua
hasta el extraño conductor de taxi que se había aproximado a los
niños en el Hotel Denouement, y por supuesto le podrían haber
contado a Ishmael todo sobre aquel día espantoso en la Playa
Salada, cuando habían escuchado por primera vez las noticias sobre
la muerte de sus padres. Pero si los Baudelaire le hubieran contado
a Ishmael toda la historia, tendrían que haber contado las partes
que ponían a los Baudelaire bajo una luz desfavorable, una frase
que aquí significa “todo lo que los Baudelaire habían hecho que
fuera quizás igual de pérfido que Olaf”. Tendrían que haber hablado
de sus propios planes, desde cavar un hoyo para atrapar a Esmé
hasta empezar el fuego que destruyó el Hotel Denouement. Tendrían
que haber mencionado sus propios disfraces, desde Sunny
pretendiendo ser Chabo la Bebé Lobo, hasta Violet y Klaus
pretendiendo ser Exploradores de Nieve, y de sus propios camaradas,
desde Justica Strauss, que resultó ser más útil de lo que en
principio habían pensado, hasta Fiona, que resultó ser más
traicionera de lo que habían imaginado. Si los huérfanos Baudelaire
le hubieran contado a Ishmael toda la historia, habrían parecido
tan malvados como el Conde Olaf. Los Baudelaire no querían verse de
vuelta en la plataforma costera, con todo el detrito de la
tormenta. Querían estar a salvo de la perfidia y el daño, aún
cuando las costumbres de la isla no fueran exactamente de su gusto,
y por eso, en vez de contarle a Ishmael toda la historia, los
Baudelaire se limitaron a asentir con la cabeza, y dijeron lo más
seguro que se les ocurrió.
—Depende de cómo se mire —dijo Violet, y sus
hermanos asintieron con la cabeza.
—Muy bien —dijo Ishmael—. Corred a por
vuestras batas, y una vez que os hayáis cambiado, por favor dadle
todas vuestras cosas viejas a Viernes y las tiraremos al
arboreto.
—¿Todo? —dijo Klaus.
Ishmael asintió.
—Esa es nuestra costumbre.
—¿Occulaklaus? —preguntó Sunny, y sus
hermanos explicaron rápidamente que quería decir algo como “¿Qué
pasa con las gafas de Klaus?”
—Apenas puede leer sin ellas —añadió
Violet.
Ishmael alzó las cejas de nuevo.
—Bueno, aquí no hay biblioteca —dijo con
rapidez, mirando nerviosamente a Viernes—, pero supongo que tus
gafas tienen algún uso. Ahora, daos prisa, Baudelaires, a menos que
queráis un trago de cordial antes de iros.
—No, gracias —dijo Klaus, preguntándose
cuántas veces les ofrecerían a él y a sus hermanas esta extraña y
dulce bebida—. Mis hermana y yo hemos probado un poco, y no nos
gusta mucho el sabor.
—No os voy a obligar —dijo Ishmael de
nuevo—, pero vuestra opinión inicial sobre algo puede cambiar con
el tiempo. Nos vemos pronto, Baudelaires. Les dijo adiós con la
mano, y los Baudelaire le respondieron mientras Viernes les dirigía
afuera de la carpa y cuesta arriba, donde más tiendas ondeaban en
la brisa de la mañana.
—Elegid una tienda que os guste —dijo
Viernes—. Todos cambiamos de tienda cada día... excepto Ishmael,
por sus pies.
—¿No es confuso dormir en un sitio diferente
cada noche? —preguntó Violet.
—Depende de cómo se mire —dijo Viernes,
tomando un trago de su concha—. Nunca he dormido de otro
modo.
—¿Has estado toda la vida en esta isla?
—dijo Klaus.
—Sí —dijo Viernes—. Mi madre y mi padre
estaban haciendo un crucero por el océano mientras ella estaba
embarazada, y se encontraron con una tormenta terrible. Mi padre
fue devorado por un manatí, y mi madre fue lanzada a la orilla
estando embarazada de mí. La conoceréis pronto. Ahora por favor
daos prisa y cambiaos.
—Pronto —le aseguró Sunny, y Viernes sacó la
mano del bolsillo y sacudió la de Sunny. Los Baudelaire anduvieron
hasta la tienda más cercana, donde había una pila de batas dobladas
en una esquina. En un momento, se pusieron su nueva ropa, felices
de deshacerse de sus uniformes de concierge, que estaban empapados
y salados de la tormenta nocturna. Cuando acabaron, sin embargo, se
pusieron en pie y se quedaron mirando por un momento a la pila de
ropa húmeda. Los Baudelaire se sentían raros por vestirse con
prendas sectarias, una frase que aquí significa “llevar puesta la
cálida y en cierto modo poco favorecedora ropa que era la costumbre
de gente que apenas conocían”. Se sentían como si los tres
estuvieran arrojando todo lo que les había pasado antes de su
llegada a la isla. Su ropa, por supuesto, no era toda la historia
de los Baudelaire, ya que la ropa nunca ha sido toda la historia de
nadie, excepto quizá en el caso de Esmé Miseria, cuya forma de
vestir, malvada y moderna, revelaba justamente lo malvada y moderna
que ella era. Pero los Baudelaire no podían evitar el sentir que
estaban abandonando su vida anterior, en favor de una nueva vida en
una isla de extrañas costumbres.
—No voy a tirar este lazo —dijo Violet,
enrollando el escaso trozo de tela en la punta de sus dedos—. Voy a
seguir inventando cosas, diga lo que diga Ishmael.
—No voy a tirar mi libro común —dijo Klaus,
sujetando el cuaderno azul oscuro—. Voy a seguir investigando,
aunque aquí no haya biblioteca.
—No tirar esto —dijo Sunny, y levantó un
pequeño instrumento de metal para que sus hermanos pudieran verlo.
Un lado era un mango pequeño y simple, perfecto para las pequeñas
manos de Sunny, y el otro se ramificaba en varios cables robustos
que estaban enlazados con la forma de un pequeño arbusto.
—¿Qué es esto? —preguntó Violet.
—Batidor —dijo Sunny, y estaba exactamente
en lo cierto. Un batidor es una herramienta de cocina usada para
mezclar ingredientes con rapidez, y la Baudelaire pequeña estaba
feliz de tener en su posesión un artículo tan útil.
—Sí —dijo Klaus—. Recuerdo que nuestro padre
lo usaba cuando preparaba huevos revueltos. Pero, ¿de dónde
viene?
—Gal Viernes —dijo Sunny.
—Ella sabe que Sunny cocina —dijo Violet—,
pero debe haber pensado que Ishmael le hará deshacerse del
batidor.
—Supongo que no está tan deseosa de seguir
todas las costumbres de la colonia —dijo Klaus.
—Supongo —estuvo de acuerdo Sunny, y puso el
batidor en uno de los profundos bolsillos de su bata. Klaus hizo lo
mismo con su cuaderno, y Violet hizo lo mismo con su lazo, y los
tres permanecieron juntos por un momento, compartiendo sus secretos
embolsillados. Se sentían raros por estar guardando secretos de
gente que les había acogido tan amablemente, lo mismo que sentían
por no contarle a Ishmael toda la historia. Los secretos del lazo,
el libro común y el batidor parecían sumergidos, una palabra para
“escondido”, que usualmente se aplica a las cosas bajo el agua,
como un submarino sumergido en el mar, o el mascarón de una barca
sumergido en la plataforma costera, y con cada paso que los
Baudelaire daban para salir de la tienda, sentían sus secretos
sumergidos sacudiéndose en su contra en el interior de sus
bolsillos.
La palabra “fermentar”, como las palabras
“topo”, “hilo” y “duro”, pueden significar dos cosas completamente
diferentes. Un significado alude al proceso químico por el cual el
zumo de ciertas frutas se vuelve más dulce y más fuerte, como
explicó Klaus a sus hermanas en la plataforma costera. Pero el otro
significado de “fermentar” se refiere a algo construido en el
interior de alguien, como un secreto que se acaba descubriendo, o
una estratagema que alguien ha estado planeando durante bastante
tiempo. Cuando los tres Baudelaire salieron de la tienda, y le
entregaron a Viernes los restos de sus vidas anteriores, sintieron
sus propios secretos fermentando dentro de ellos, y se preguntaron
qué otros secretos y estratagemas permanecían sin descubrir. Los
huérfanos Baudelaire siguieron a Viernes de vuelta a la playa en
pendiente, y se preguntaron qué más estaba fermentando en esta
extraña isla que era su nuevo hogar.