Capítulo 9

LA frase “a oscuras”, como estoy seguro de que sabes, se puede referir no sólo a los sombríos alrededores de una persona, sino también a los sombríos secretos de los que uno puede estar ignorante. Cada día, el sol se pone sobre todos esos secretos, y así todo el mundo está a oscuras de un modo u otro. Si estás tomando el sol en un parque, por ejemplo, pero no sabes que un armario cerrado está enterrado quince metros por debajo de tu manta, entonces estás a oscuras aún cuando no estés realmente a oscuras, mientras que si estás en una excursión a medianoche, con conocimiento de que varias bailarinas están detrás de ti muy cerca, entonces no estás a oscuras aunque de hecho estés a oscuras. Desde luego, es bastante posible estar a oscuras a oscuras, de la misma manera que no estar a oscuras sin estar a oscuras, pero hay tantos secretos en el mundo que es posible que estés siempre a oscuras sobre una cosa u otra, ya estés a oscuras a oscuras o a oscuras pero no a oscuras, aunque el sol se puede poner tan rápidamente que es posible que estés a oscuras sobre estar a oscuras, sólo para mirar a tu alrededor y encontrarte que ya no estás más a oscuras sobre estar a oscuras a oscuras, pero sin embargo a oscuras a oscuras, no sólo por la oscuridad, sino por las bailarinas en la oscuridad, que no están a oscuras sobre la oscuridad, pero también no a oscuras sobre el armario cerrado, y es posible que estés a oscuras sobre las bailarinas desenterrando el armario cerrado, aún cuando ya no estés más a oscuras sobre estar a oscuras, y por lo tanto estás de hecho a oscuras sobre estar a oscuras, aún cuando no estés a oscuras sobre estar a oscuras, y por lo tanto puedes caer en el agujero que las bailarinas han excavado, que es oscuro, en la oscuridad, y en el parque. Los huérfanos Baudelaire, por supuesto, habían estado a oscuras muchas veces antes de hacer su camino a oscuras sobre el montículo en el lado más lejano de la isla, donde el arboreto protegía tantos y tantos secretos. Estaba la oscuridad de la sombría casa del Conde Olaf, y la oscuridad del cine a donde el Tío Monty los había llevado para ver una estupenda película llamada Zombies en la Nieve. Estaban las nubes oscuras del huracán Herman mientras rugía a lo largo del Lago Lacrimógeno, y la oscuridad del Bosque Finito mientras el tren había llevado a los niños a trabajar en el Aserradero de la Suerte. Estaban las noches oscuras que los niños habían pasado en la Academia Preparatoria Prufrock, participando en los Ejercicios Especiales de PHUPA para Huérfanos, y la oscura escalada del hueco del ascensor del número 667 de la Avenida Oscura. Estaba la oscura celda en la que los niños habían pasado algún tiempo mientras vivían en la Villa de la Fabulosa Desbandada, y el oscuro maletero del coche del Conde Olaf, que les había llevado desde el Hospital Heimlich hacia el hinterlands, donde las oscuras carpas del Carnaval Caligari les esperaban. Estaba el hoyo oscuro que habían construido en las Montañas Mortmain, y la oscura escotilla que habían escalado para entrar a bordo del Queequeg, y el oscuro vestíbulo del Hotel Denouement, donde habían pensado que acabarían sus oscuros días.
Estaban los ojos oscuros del Conde Olaf y sus asociados, y los cuadernos oscuros de los trillizos Quagmire, y todos los oscuros pasadizos que los niños habían descubierto, que llevaban a la mansión Baudelaire, seguían por fuera de la Biblioteca de Archivos, subían hasta el Cuartel General de V.F.D., y llegaban hasta las oscuras, oscuras profundidades del mar, y todos los pasadizos que no habían descubierto, donde otra gente viajaba con misiones igualmente desesperadas. Pero sobre todo, los huérfanos Baudelaire habían estado a oscuras sobre su propia triste historia. No entendían cómo el Conde Olaf había entrado en sus vidas, o cómo se las había arreglado para permanecer allí, tramando plan tras plan sin que nadie le parara. No entendían a V.F.D., aún cuando ellos mismos se habían unido a la organización, o cómo la organización, con todos sus códigos, misiones, y voluntarios, había fallado en derrotar a la gente malvada que parecía triunfar una y otra vez, dejando cada lugar seguro en ruinas. Y desde luego no entendían cómo habían podido perder a sus padres y su casa en un incendio, y en cómo esta enorme injusticia, este mal principio de su triste historia, era seguida sólo por otra injusticia, y otra, y otra. Los huérfanos Baudelaire no entendían cómo la injusticia y la traición podían prosperar, incluso tan lejos de su hogar, en una isla en medio del vasto mar, y que la felicidad y la inocencia —la felicidad y la inocencia de ese día en la Playa Salada, antes de que el señor Poe le trajera las horribles noticias— podían estar siempre tan lejos del alcance. Los Baudelaire estaban a oscuras sobre el misterio de sus propias vidas, que es por lo que fue un profundo impacto el pensar que al menos esos misterios podrían ser resueltos. Los huérfanos Baudelaire parpadearon bajo sol que salía, y miraron la extensión del arboreto, y se preguntaron si era posible que ya no estuvieran más a oscuras.
“Biblioteca” es otra palabra que puede significar dos cosas diferentes, lo que significa que incluso en una biblioteca puedes no estar a salvo de la confusión y los misterios del mundo. El uso más común de la palabra “biblioteca”, por supuesto, se refiere a una colección de libros o documentos, como las bibliotecas que los Baudelaire se habían encontrado durante sus viajes y sus dificultades, desde la biblioteca de temas legales de Justicia Strauss hasta el Hotel Denouement, que era en sí mismo una enorme biblioteca... con, como resultó, otra biblioteca escondida cerca. Pero la palabra “biblioteca” puede también referirse a una masa de conocimiento o a una fuente de enseñanza, del mismo modo que Klaus Baudelaire es una especie de biblioteca con la masa de conocimiento almacenada en su cerebro, o Kit Snicket, quien fue una fuente de enseñanza para los Baudelaire al contarles todo sobre V.F.D. y sus nobles misiones. Así que cuando escribo que los huérfanos Baudelaire se encontraban en la biblioteca más grande que jamás habían visto, es esa la definición de la palabra que estoy usando, porque el arboreto era una enorme masa de conocimiento, y una fuente de enseñanza, aún sin un solo pedazo de papel a la vista. Los artículos que habían acabado en las costas de la isla a lo largo de los años podían responder cualquier pregunta que tuvieran los Baudelaire, y miles de otras preguntas en las que nunca habían pensado. Extendiéndose tan lejos como abarcaba la vista había pilas de objetos, montones de productos, torres de pruebas, fardos de materiales, grupos de información, pilas de sustancias, hordas de piezas, colecciones de artículos, constelaciones de detalles, galaxias de trastos, y universos de cosas... una acumulación, una agregación, una compilación, una concentración, una muchedumbre, una manada, una bandada, y un registro de al parecer todo sobre la Tierra. Había todo lo que el alfabeto podía contener... automóviles y alarmas, bufandas y borlas, cables y chimeneas, discos y dominós, enchufes y ensaladeras, faroles y figuritas, garrotes y gafas, hilos y hamacas, iconos e instrumentos, joyas y juguetes, kimonos y kioscos, limas de uñas y ladrillos, máquinas y mochilas, naipes y navajas, ortodoncias y otomanos, pelucas y pilares, quinqués y quitaesmaltes, radios y raquetas, sierras y sillas de jardín, telas y tenedores, urnas y ukuleles, vendas y vides, walkie-talkies y walkmans, xilófonos y xilorimbas, yates y yugos, zapatos y zabras, una palabra que aquí significa —pequeñas embarcaciones utilizadas normalmente fuera de las costas de España y Portugal— y también todo lo que podía contener un alfabeto, desde una caja de cartón perfecta para almacenar veintiséis bloques de madera, hasta una pizarra perfecta para escribir veintiséis letras. Había cualquier cantidad de cosas, desde una sola motocicleta hasta incontables palillos chinos, y cosas que contenían cada número, desde matrículas de coche hasta calculadoras. Había objetos para cada clima, desde botas para la nieve hasta ventiladores de techo; y para cada ocasión, desde menorás hasta balones de fútbol; y había cosas que podías utilizar en ciertas ocasiones en ciertos climas, como una fondue sumergible. Había encartes y cuartos de baño portátiles, pasos elevados y ropa interior, tapicerías y edredones de plumas, calientaplatos y cremas frías y cunas y ataúdes, destruidos sin remedio, algo dañados, en ligero mal estado, y completamente nuevos. Había objetos que los Baudelaire reconocieron, incluyendo un marco de fotos triangular y una lámpara de latón con la forma de un pez, y había objetos que los Baudelaire no habían visto nunca, incluyendo el esqueleto de un elefante y una máscara verde con brillos que uno puede llevar como parte de un disfraz de libélula, y había objetos que los Baudelaire no sabían si habían visto antes, como un mecedor de madera con forma de caballito y una pieza de goma que parecía una correa de ventilador. Había artículos que parecían ser parte de la historia de los Baudelaire, como una réplica en plástico de un payaso y un poste roto, y había artículos que parecían parte de otra historia, como una escultura de un pájaro negro y una gema que brillaba como una mariposa luna, y todos los artículos, y todas sus historias, estaban esparcidos por todo el paisaje de tal manera que los huérfanos Baudelaire pensaron que el arboreto, o había sido organizado de acuerdo a principios tan misteriosos que no podrían ser descubiertos, o no había sido organizado en absoluto. En resumen, los huérfanos Baudelaire se encontraban en la mayor biblioteca que jamás habían visto, pero no sabían dónde empezar su búsqueda.
Los niños permanecieron en un silencio sobrecogedor y contemplaron el paisaje sin fin de objetos e historias, y entonces subieron la mirada hasta el mayor de todos los objetos, que sobresalía por encima del arboreto y lo cubría con su sombra. Era el manzano, con un tronco tan enorme como una mansión y ramas tan largas como calles, que protegían la biblioteca de las tormentas frecuentes y ofrecían sus manzanas amargas a todo el que se atreviera a coger una.
—No tengo palabras —susurró Sunny en voz muy baja.
—Yo tampoco —concordó Klaus—. No puedo creer lo que estamos viendo. Los isleños nos contaron que todo acaba por llegar a estas costas alguna vez, pero nunca imaginé que el arboreto contuviera tantísimas cosas. Violet cogió un objeto que yacía a sus pies —un lazo rosa decorado con margaritas de plástico— y empezó a enrollarlo alrededor de su pelo. Para aquellos que no hayan estado mucho tiempo cerca de Violet, nada habría parecido fuera de lo normal, pero para aquellos que la conocían bien sabían que cuando se recogía el pelo con un lazo para mantenerlo apartado de sus ojos, significaba que los engranajes y palancas de su mente inventora estaban funcionando a toda máquina.
—Pensad en lo que podría construir aquí —dijo—. Podría construir tablillas para los pies de Kit, una barca para sacarnos de la isla, un sistema de filtrado para poder beber agua dulce... —su voz se apagó, y la chica se quedó mirando a las ramas del árbol—. Podría inventar cualquier cosa, todo. Klaus cogió el objeto que estaba a sus pies —una capa hecha de seda escarlata— y la mantuvo en sus manos.
—Debe haber incontables secretos en un lugar como éste —dijo—. Incluso sin un libro, podría investigar cualquier cosa, todo.
Sunny miró a su alrededor.
—Service à la Russe —dijo, lo que significaba algo como “Incluso con el más simple de los ingredientes, podría preparar una comida extremadamente elaborada”.
—No sé por dónde empezar —dijo Violet, pasando la mano por una pila de piezas rotas de madera blanca que parecía que habían sido parte de un cenador.
—Empezamos con las armas —dijo Klaus sombríamente—. Es por lo que estamos aquí. Erewhon y Finn están esperando que les ayudemos a amotinarse contra Ishmael.
La Baudelaire mayor sacudió la cabeza.
—No parece correcto —dijo—. No podemos utilizar un sitio como éste para empezar un cisma.
—Quizás sea necesario un cisma —dijo Klaus—. Aquí hay millones de artículos que podrían ayudar a la colonia, pero gracias a Ishmael, todos han sido abandonados aquí.
—Nadie obliga a nadie a abandonar nada —dijo Violet.
—Presión social —apuntó Sunny.
—Podríamos intentar un poco de presión social por nuestra parte —dijo Violet con firmeza—. Hemos derrotado a peores personas que Ishmael con muchísimos menos materiales.
—Pero, ¿queremos realmente derrotar a Ishmael? preguntó Klaus—. Ha hecho de la isla un lugar seguro, aún cuando es un poco aburrido, y ha mantenido alejado al Conde Olaf, aún si es un poco cruel. Tiene pies de barro, pero no estoy seguro de que sea la raíz del problema.
—¿Cuál es la raíz del problema? —preguntó Violet.
—Ink —dijo Sunny, pero cuando sus hermanos se volvieron hacia ella para dirigirle una mirada interrogante, vieron que la pequeña Baudelaire no estaba respondiendo a la pregunta, sino apuntando a la Víbora Increíblemente Mortal, que se estaba alejando a toda prisa de los niños con los ojos buscando el camino y la lengua extendida para olfatear el aire.
—Parece saber a dónde va —dijo Violet.
—Quizás haya estado aquí antes —dijo Klaus.
—Taylit —dijo Sunny, lo que significaba “Vamos a seguir al reptil y ver a dónde se dirige”. Sin pararse a ver si sus hermanos estaban de acuerdo, se apresuró tras la serpiente, y Violet y Klaus se apresuraron detrás de ella. La trayectoria de la víbora era tan curva y retorcida como la misma serpiente, y los Baudelaire se encontraron escalando por encima de toda clase de artículos desechados, desde una caja de cartón, empapada por la tormenta, que estaba llena de algo blanco de encaje, hasta un telón de fondo con un atardecer pintado, como los que se usan en la representación de una ópera. Los niños podían decir que ese camino había sido seguido anteriormente, ya que el suelo estaba cubierto de pisadas. La serpiente se deslizaba tan rápidamente que los Baudelaire no podían mantener su ritmo, pero podían seguir las huellas, que estaban llenas de polvo blanco en los bordes. Era arcilla seca, por supuesto, y en unos momentos los niños alcanzaron el final del camino, siguiendo las pisadas de Ishmael, y llegaron a la base del manzano justo a tiempo de ver a la serpiente desaparecer en un hueco entre las raíces del árbol. Si alguna vez has estado en la base de un árbol viejo, entonces sabrás que las raíces están a menudo cerca de la superficie de la tierra, y los ángulos curvos de las raíces pueden crear un espacio hueco en el tronco del árbol. Era en este espacio hueco en el que había desparecido la Víbora Increíblemente Mortal, y después de la más breve de las pausas, le siguieron los huérfanos Baudelaire dentro de ese espacio, preguntándose qué secretos encontrarían en la raíz del árbol que protegía un lugar tan misterioso. Primero Violet, y después Klaus, y después Sunny bajaron a través del hueco hasta el espacio secreto. Estaba oscuro bajo las raíces del árbol, y por un momento los Baudelaire intentaron ajustarse a la penumbra y averiguar qué era ese lugar, pero entonces el Baudelaire mediano recordó la linterna, y la encendió para que él y sus hermanas no estuvieran más tiempo a oscuras a oscuras.
Los huérfanos Baudelaire estaban en un espacio mucho más grande de lo que hubieran imaginado, y mucho mejor amueblado. A lo largo de una pared había un gran banco de piedra que tenía alineadas herramientas simples y limpias, incluyendo varias cuchillas de aspecto afilado, una lata de engrudo, y varios cepillos de madera con puntas finas y estrechas. Al lado de la pared había una enorme estantería, que estaba abarrotada con libros de todas formas y tamaños, así como documentos variados que estaban apilados, enrollados, y grapados con extremo cuidado. Las baldas de la estantería se extendían más allá de los niños, pasado el rayo de luz de la linterna, y desparecían en la oscuridad, así que no había modo de saber lo larga que era la estantería, o el número de libros y documentos que contenía. En el lado opuesto a la estantería se extendía una cocina con todos los detalles, con un gran hornillo panzudo, varios fregaderos de porcelana, y una nevera alta y zumbante, así como una mesa cuadrada de madera cubierta de electrodomésticos, con un surtido que iba desde una batidora hasta una fondue. Sobre la mesa colgaba un perchero en el que se balanceaban toda clase de utensilios de cocina y ollas, así como ramilletes de hierbas secas, una variedad de pescados secos enteros, e incluso unas pocas carnes curadas, como salami y prosciutto, un jamón italiano que los huérfanos Baudelaire habían disfrutado una vez en un picnic siciliano al que había ido la familia. Clavado en la pared había un impresionante estante lleno de tarros de hierbas y botellas de condimentos, y un armario con puertas de cristal a través de las cuales los niños podían ver pilas de platos, cuencos y tazas. Finalmente, en el centro de este enorme espacio había dos butacas grandes y confortables, una con un libro gigantesco en el asiento, mucho más alto que un atlas y mucho más grueso incluso que un diccionario completo, y la otra simplemente esperando que alguien se sentara. Por último, había un curioso aparato hecho de latón que parecía un tubo largo con un par de prismáticos en la parte inferior, y que se alzaba hasta el grueso toldo de raíces que formaban el techo. Mientras la Víbora Increíblemente Mortal siseaba con orgullo, de la manera que un perro sacudiría la cola después de hacer un truco difícil, los tres niños se quedaron mirando toda la habitación, cada uno concentrándose en su área de especialización, una frase que aquí significa “la parte de la habitación en la que a cada Baudelaire le gustaría más pasar el tiempo”.
Violet caminó hasta el aparato de latón y miró a través de las lentes de los prismáticos.
—Puedo ver el océano —dijo con sorpresa—. Esto es un enorme periscopio, mucho mayor que el que había en el Queequeg. Debe de subir a lo largo de todo el tronco del árbol y sobresalir por la rama más alta.
—Pero, ¿por qué querrías mirar el océano desde aquí? —preguntó Klaus.
—Desde esta altura —explicó Violet—, puedes ver cualquier nube de tormenta que se pueda estar dirigiendo en esta dirección. Así es como Ishmael predice el tiempo... no con magia, sino con equipamiento científico.
—Y estas herramientas se usan para reparar libros —dijo Klaus—. Claro que hay libros que llegan a la isla... todo lo hace, alguna vez. Pero las páginas y las encuadernaciones de los libros están a menudo dañados por la tormenta que los trae hasta aquí, así que Ishmael los repara y los pone en la estantería —cogió un cuaderno azul oscuro de una balda y lo mostró—. Es mi libro común —dijo—. Debe de haber estado asegurándose de que ninguna de sus páginas estuviera mojada.
Sunny cogió un objeto familiar de la mesa de madera —su batidor— y se lo llevó a la nariz.
—Buñuelos —dijo—, con canela.
—Ishmael camina hasta el arboreto para observar las tormentas, leer libros, y cocinar comida con especias —dijo Violet—. ¿Por qué pretendería ser un orientador lisiado que predice el tiempo utilizando magia, asegura que la isla no tiene biblioteca, y que prefiere comidas blandas?
Klaus caminó hacia las dos butacas y alzó el grueso y pesado libro.
—Quizás esto nos lo diga —dijo, y proyectó el rayo de luz sobre él para que sus hermanas pudieran ver el largo y un tanto farragoso título impreso en la cubierta.
—¿Qué significa? —preguntó Violet—. Ese título pude significar cualquier cosa.
Klaus advirtió una delgada pieza de tela negra metida en el libro para marcar el sitio de alguien, y abrió el libro por esa página. El marca páginas era el lazo de Violet, y la mayor de los Baudelaire lo cogió rápidamente, ya que el lazo rosa con margaritas de plástico no era de su gusto.
—Creo que es la historia de la isla —dijo Klaus—, escrita como un diario. Mirad, aquí está lo que dice la entrada más reciente: “Aún otra figura del pasado sombrío ha llegado a estas costas... Kit Snicket (ver página 667). Convencido a los otros de que la abandonaran, y a los Baudelaire, que han echado todo a pique demasiado, me temo. También he conseguido tener al Conde Olaf encerrado en una jaula. Nota para mí mismo: ¿Por qué nadie me llama Ish?”
—Ishmael dijo que nunca había oído hablar de Kit Snicket —dijo Violet—, pero aquí escribe que es una figura del pasado sombrío.
—Seis seis siete —dijo Sunny, y Klaus asintió. Dándole la linterna a su hermana mayor, pasó las páginas del libro rápidamente, volviendo atrás en la historia hasta que alcanzó la página que Ishmael había mencionado.
—“Inky ha aprendido a coger con lazo a las ovejas” —leyó Klaus— “y la tormenta de la pasada noche trajo una postal de Kit Snicket, dirigida a Olivia Caliban. Kit, por supuesto, es la hermana de...” La voz del Baudelaire mediano se apagó, y sus hermanas se le quedaron mirando con curiosidad.
—¿Qué pasa, Klaus? —preguntó Violet—. Esta entrada no parece particularmente misteriosa.
—No es la entrada —dijo Klaus, en voz tan baja que Violet y Sunny apenas podían oírle—. Es la letra.
—¿Familia? —preguntó Sunny, y los tres Baudelaire se juntaron unos con otros tan cerca cómo pudieron. En silencio, los niños se reunieron alrededor del rayo de luz de la linterna, como si fuera una cálida hoguera en una noche gélida, y miraron las páginas del libro curiosamente titulado. Incluso la Víbora Increíblemente Mortal reptó hasta posarse en los hombros de Sunny, como si tuviera tanta curiosidad como los huérfanos Baudelaire en saber quién había escrito esas palabras hacía tanto tiempo.
—Sí, Baudelaires —dijo una voz desde el extremo de la habitación—. Es la letra de vuestra madre.