Capítulo 13

ES un hecho bien conocido pero curioso el que el primer bocado de una manzana es el que mejor sabe siempre, que es por lo que la heroína de un libro mucho más apropiado para leer que éste se pasa toda la tarde comiendo el primer bocado de una canasta de manzanas. Pero incluso esta anárquica jovencita —la palabra “anárquica” significa aquí “que le encantan las manzanas”— nunca probó un bocado tan maravilloso como el primer bocado que los huérfanos Baudelaire le dieron a la manzana del árbol que sus padres habían hibridado con rábano picante. La manzana no estaba tan amarga como los huérfanos Baudelaire habrían supuesto, y el rábano picante le daba al jugo de la manzana un ligero toque punzante, como el aire de una mañana de invierno. Pero por supuesto, el mayor atractivo de la manzana ofrecida por la Víbora Increíblemente Mortal era su efecto inmediato sobre el hongo mortal que crecía en su interior.
Desde el momento en el que los dientes de los Baudelaire mordieron la manzana —primero los de Violet, después los de Klaus, y después los de Sunny— los pies y sombreros del Medusoid Mycelium empezaron a encogerse, y en pocos momentos todo rastro del temido hongo se había marchitado, y los niños pudieron respirar fácilmente y con claridad. Abrazándose unos a otros con alivio, los Baudelaire se sorprendieron a sí mismos empezando a reírse, que es una reacción común entre la gente que ha escapado por poco de la muerte, y la serpiente parecía estar riéndose también, aunque quizás estaba solamente agradeciendo que la Baudelaire pequeña le rascara detrás de sus pequeñas orejas en forma de capucha.
—Deberíamos comer cada uno otra manzana —dijo Violet, levantándose—, para asegurarnos de que hemos consumido suficiente rábano picante.
—Y deberíamos recoger suficientes manzanas para todos los isleños —dijo Klaus—. Deben estar tan desesperados como lo estábamos nosotros.
—Batería de cocina —dijo Sunny, y caminó hacia el perchero lleno de ollas que pendía del techo, donde la serpiente la ayudó a bajar una enorme olla de metal que podía contener una gran cantidad de manzanas y que de hecho había sido utilizada para hacer una enorme cuba de salsa de manzana años atrás.
—Vosotros dos, empezad a recoger manzanas —dijo Violet, caminando hacia el periscopio—. Quiero echarle un vistazo a Kit Snicket. La inundación de la plataforma costera debe haber empezado ya, y ella debe estar aterrorizada.
—Espero que evitara el Medusoid Mycelium —dijo Klaus—. Odio pensar lo que le haría a su bebé.
—Phearst —dijo Sunny, lo que significaba algo como “Debemos rescatarla pronto”.
—Los isleños están en peor situación que Kit —dijo Klaus—. Deberíamos ir primero a la carpa de Ishmael, y después ir a rescatar a Kit. Violet miró a través del periscopio y frunció el ceño.
—No deberíamos ir a la carpa de Ishmael —dijo—. Necesitamos llenar esa olla con manzanas y llegar a la plataforma costera tan rápido como podamos.
—¿Qué quieres decir? —dijo Klaus.
—Se están marchando —dijo Violet, y lamento decir que era verdad. A través del periscopio, la Baudelaire mayor pudo ver la forma de la canoa y las figuras de sus envenenados pasajeros, quienes estaban empujándola a lo largo de la plataforma costera hacia la balsa de libros donde Kit Snicket yacía todavía. Cada uno de los tres niños miró a través del periscopio, y después se miraron unos a otros. Sabían que debían darse prisa, pero por un momento ninguno de los Baudelaire se pudo mover, como si no estuviesen dispuestos a viajar más lejos en su triste historia, o a ver a una parte más de su historia llegar a su fin.
Si has llegado tan lejos en la lectura de la crónica de los huérfanos Baudelaire —y desde luego espero que no lo hayas hecho— entonces sabrás que hemos alcanzado el decimotercer capítulo de esta triste historia, y también sabrás que el fin está cerca, aún cuando este capítulo es tan largo que puede que nunca llegues a su final. Pero quizás aún no sepas lo que significa realmente el fin. “El fin” es una frase que se refiere a la conclusión de una historia, o al momento final de una hazaña, como una misión secreta, o a una gran cantidad de investigación, y desde luego este volumen decimotercero marca la conclusión de mi investigación del caso Baudelaire, lo que ha requerido mucha investigación, muchas misiones secretas, y las hazañas de muchos de mis camaradas, desde un conductor de tranvías hasta un experto en hibridación botánica, con muchos, muchos reparadores de máquinas de escribir entre ellos. Pero no se puede decir que El Fin contiene el fin de la historia de los Baudelaire, no más que Un Mal Principio contiene su principio. La historia de los niños empezó mucho antes que aquel día terrible en Playa Salada, pero debería haber otro volumen de la crónica del nacimiento de los Baudelaire, y de cuando sus padres se casaron, y de quien estaba tocando el violín en el restaurante alumbrado con velas cuando los padres de los Baudelaire se fijaron el uno en el otro por primera vez, y de lo que estaba escondido dentro de ese violín, y de la infancia del hombre que convirtió en huérfana a la niña que lo puso allí, e incluso entonces no se podría decir que la historia de los Baudelaire no había empezado, porque necesitarías saber de cierta merienda celebrada en la suite de un ático, y del panadero que hizo los bollos servidos con el té, y del ayudante del panadero que metió a escondidas el ingrediente secreto en la pasta de los bollos a través de un tubo de desagüe muy estrecho, y cómo un astuto voluntario hizo que todos creyeran que había fuego en la cocina simplemente llevando cierto vestido y saltando de un lado a otro, e incluso el principio de la historia estaría tan lejos como el naufragio del matrimonio Baudelaire en la plataforma costera está lejos de la canoa en la que los isleños partirían. Uno puede decir, de hecho, que ninguna historia tiene realmente un principio, y ninguna historia tiene realmente un final, ya que todas las historias del mundo están tan revueltas como los artículos del arboreto, con sus detalles y sus secretos todos amontonados juntos, así que puedes decir que la historia completa, desde el principio hasta el fin, depende de cómo se mire. Podemos incluso decir que el mundo está siempre in medias res —una frase en latín que significa “en medio de cosas” o “a la mitad de una narración”— y que es imposible resolver cualquier misterio, o encontrar la raíz de cualquier problema, y así El Fin es en realidad la mitad de la historia, ya que mucha gente de esta historia vivirá muchos años después del cierre del Capítulo Trece, o incluso el principio de la historia, ya que un nuevo niño llega al mundo cuando se acaba el capítulo. Pero uno no puede quedarse en mitad de las cosas para siempre. Uno debe acabar encarando que el fin está cerca, y el fin de El Fi n está desde luego bastante cerca, así que si yo fuera tú no leería el fin de El Fin, ya que contiene el fin de un villano muy conocido pero también el fin de una hermana muy valiente y noble, y el fin de la estancia de los colonos en la isla, cuando se embarcaron en el fin de la plataforma costera. El fin del El Fin contiene todos esos finales, y eso no depende de cómo se mire. Así que será lo mejor para ti que dejes de mirar El Fin antes de que llegue el fin de El Fin, y dejar de leer El Fin antes de que leas el fin, ya que las historias que terminan en El Fin y que empezaron en Un Mal Principio están empezando a finalizar ahora.
Los Baudelaire se apresuraron a llenar la olla con manzanas y corrieron hasta la plataforma costera, corriendo por el montículo lo más rápido que podían. Ya había pasado la hora del almuerzo, y las aguas del mar ya estaban inundando la plataforma, así que el agua estaba mucho más profunda de lo que había estado desde la llegada de los niños. Violet y Klaus tenían que sujetar la olla por encima de sus cabezas, y Sunny y la Víbora Increíblemente Mortal habían escalado a los hombros de la mayor de los Baudelaire para cabalgar junto a las manzanas amargas. Los niños podían ver a Kit Snicket en el horizonte, yaciendo todavía en la balsa de libros mientras las aguas subían y empapaban las primeras capas de libros, y al lado del extraño cubo estaba la canoa. Mientras se acercaban, vieron que los isleños habían dejado de empujar la barca y estaban subiendo a bordo, pausando de vez en cuando para toser, mientras a la cabeza de la canoa estaba la figura de Ishmael, sentado en su silla de arcilla, mirando a los envenenados colonos y observando a los niños acercándose.
—¡Parad! —gritó Violet, cuando estuvo lo suficientemente cerca para ser oida—. ¡Hemos descubierto el modo de diluir el veneno!
—¡Baudelaires! —vino el débil grito de Kit desde lo alto de la balsa de libros—. ¡Gracias al cielo que estáis aquí! ¡Creo que me estoy poniendo de parto!
Como estoy seguro de que sabes, “parto” es el término para el proceso con el cual una mujer da a luz, y es una tarea hercúlea, una frase que aquí significa “algo que preferirías no hacer en una balsa de libros flotando en una plataforma costera que se inunda”. Sunny pudo ver, desde su situación, a Kit agarrándose la tripa y dirigiéndole a la Baudelaire pequeña una mueca de dolor.
—Te ayudaremos —prometió Violet—, pero necesitamos darle estas manzanas a los isleños.
—¡No las tomarán! —dijo Kit—. ¡Intenté decirles cómo podía diluirse el veneno, pero insistieron en marcharse!
—Nadie les está obligando —dijo Ishmael con calma—. Yo me limité a sugerir que la isla ya no era un lugar seguro, y que debíamos navegar para buscar otro.
—Tú y los Baudelaire son los que no habéis metido en este lío —se escuchó la somnolienta voz del señor Pitcairn, espesa por el hongo y por el cordial de coco—, pero Ishmael nos va a sacar de él.
—Esta isla solía ser un lugar seguro —dijo el profesor Fletcher—, lejos de la perfidia del mundo. Pero desde que habéis llegado se ha vuelto peligrosa y complicada.
—Eso no es culpa nuestra —dijo Klaus, acercándose más y más a la canoa mientras el agua seguía subiendo—. No puedes vivir lejos de la perfidia del mundo, porque la perfidia acabará llegando a estas costas alguna vez.
—Exacto —dijo Alonso, bostezando—. Llegasteis y estropeasteis la isla para siempre.
—Así que os la dejamos —dijo Ariel, tosiendo con violencia—. Podéis quedaron con este peligroso lugar. Nosotros vamos a navegar hacia la seguridad.
—¡Seguros aquí! —gritó Sunny, alzando una manzana.
—Ya nos habéis envenenado lo suficiente —dijo Erewhon, y los isleños resollaron de aprobación—. No queremos escuchar más de vuestras ideas traicioneras.
—Pero estabais listos para amotinaros —dijo Violet—. No queríais seguir las sugerencias de Ishmael.
—Eso era antes de que llegara el Medusoid Mycelium
—dijo Finn roncamente—. Él es el que ha estado aquí más tiempo, así que sabe cómo mantenernos a salvo. Bajo su sugerencia, todos bebimos un poco de cordial mientras él averiguaba cuál es la raíz del problema —hizo una pausa para recuperar el aliento mientras el hongo siniestro seguía creciendo—. Y la raíz del problema, Baudelaires, sois vosotros.
Por entonces los niños ya habían llegado hasta la canoa, y miraron a Ishmael, quien alzó las cejas y devolvió la mirada a los desesperados Baudelaire.
—¿Por qué haces esto? —le preguntó Klaus al orientador—. Sabes que no somos la raíz del problema.
—¡In medias res! —gritó Sunny.
—Sunny tiene razón —dijo Violet—. El Medusoid Mycelium estaba cerca antes de que nosotros naciéramos, y nuestros padres se prepararon para su llegada añadiendo rábano picante a las raíces del manzano.
—Si no comen estas manzanas amargas —suplicó Klaus—, tendrán un amargo final. Cuéntale a los isleños toda la historia, Ishmael, para que se puedan salvar.
—¿Toda la historia? —dijo Ishmael, y se inclinó desde su silla para poder hablar a los Baudelaire sin que los otros lo oyeran—. Si les cuento a los isleños toda la historia, no les estaría manteniendo a salvo de los terribles secretos del mundo. Casi se han enterado de toda la historia esta mañana, y empezaron a amotinarse en el desayuno. Si supieran todos los secretos de la isla habría un cisma en un abrir y cerrar de ojos.
—Es mejor un cisma que una muerte —dijo Violet.
Ishmael sacudió la cabeza, y pasó los dedos por los salvajes mechones de su lanosa barba.
—Nadie va a morir —dijo—. Esta canoa nos puede llevar a una playa cerca del Camino Piojoso, por donde podemos viajar hasta la fábrica de rábano picante.
—No tenéis tiempo para un viaje tan largo —dijo Klaus.
—Yo creo que sí —dijo Ishmael—. Incluso si una brújula, creo que puedo llevarlos hasta un lugar seguro.
—Tú necesitas una brújula moral —dijo Violet—. Las esporas del Medusoid Mycelium pueden matar en el plazo de una hora. La colonia entera puede estar envenenada, e incluso si lograrais llegar a la costa, el hongo podría contagiar a todo el que os encontrarais. No estás manteniendo a nadie a salvo. Estás poniendo en peligro al mundo entero, sólo para mantener unos cuantos de tus secretos. ¡Eso no es cuidar de nadie! ¡Es algo horrible y un error!
—Supongo que depende de cómo se mire —dijo Ishmael—. Adiós, Baudelaires —se sentó recto y llamó a los resollantes isleños—. Os sugiero que empecéis a remar —dijo, y los colonos metieron los brazos en el mar y empezaron a impulsar la canoa lejos de los niños. Los Baudelaires se colgaron de un lado de la barca, y llamaron a la isleña que se los había encontrado por primera vez en la plataforma costera.
—¡Viernes! —gritó Sunny—. ¡Toma manzana!
—No sucumbas a la presión social —suplicó Violet.
Viernes se volvió para estar cara a cara a los niños, y los hermanos pudieron ver que estaba terriblemente asustada. Klaus cogió rápidamente una manzana de la olla, y la jovencita se inclinó hacia fuera de la barca para tocar su mano.
—Siento dejaros atrás, Baudelaires —dijo—, pero debo ir con mi familia. Ya he perdido a mi padre, y no podría soportar el perder a otra persona.
—Pero tu padre... —empezó a decir Klaus, pero la señora Caliban le dirigió una mirada terrible y tiró de su hija alejándola del borde de la canoa.
—No lo eches todo a pique —dijo—. Ven aquí y bebe tu cordial.
—Tu madre tiene razón, Viernes —dijo Ishmael con firmeza—. Deberías respetar los deseos de tus padres. Eso es más de lo que los Baudelaire has hecho nunca.
—Estamos respetando los deseos de nuestros padres —dijo Violet, izando las manzanas tan alto como podía—. No querían protegernos de la perfidia del mundo. Querían que sobreviviéramos a ella.
Ishmael puso la mano en la olla de manzanas.
—¿Qué sabían vuestros padres —preguntó—, de supervivencia? —y con un gesto firme y cruel el viejo huérfano empujó la olla, y la canoa se alejó del alcance de los niños. Violet y Klaus intentaron acercarse un paso más a los isleños, pero el agua había subido demasiado, y los pies de los Baudelaire resbalaron de la superficie de la plataforma costera, y los hermanos se encontraron nadando. La olla se ladeó, y Sunny dio un pequeño grito y se bajó de los hombros de Violet mientras varias manzanas de la olla se caían al agua con un chapoteo. Con el sonido de la salpicadura, los Baudelaire recordaron el corazón de manzana que Ishmael había dejado caer, y se dieron cuenta de por qué el orientador estaba tan calmado frente al hongo mortal, y por qué su voz era la única de la de los isleños que no estaba atascada con los tallos y los sombreros del hongo.
—Iremos tras ellos —dijo Violet—. ¡Podemos ser su única oportunidad!
—No podemos ir tras ellos —dijo Klaus, todavía agarrando la manzana—. Tenemos que ayudar a Kit.
—Dividámonos —dijo Sunny, mirando fijamente a la canoa que se iba.
Klaus sacudió la cabeza.
—Todos tenemos que quedarnos si vamos a ayudar a Kit a dar a luz —miró a los isleños y oyó los resuellos y las toses que salían de la canoa adornada con hierbas salvajes y ramas de árbol—. Han tomado su decisión —dijo finalmente.
—Kontiki —dijo Sunny. Quería decir algo del estilo de “No hay modo de que sobrevivan al viaje”, pero la Baudelaire pequeña estaba equivocada. Había un modo. Había un modo de llevar a los isleños una sola manzana que podían compartir, cada uno tomando un bocado de la preciada fruta amarga, con lo que podrían mantenerse a flote
—la frase “mantenerse a flote”, como probablemente sabes, significa “mantenerse a salvo de cualquier peligro o dificultad”— hasta que alcanzaran algún lugar o a alguien que pudiera ayudarlos, tal y como los tres Baudelaire compartieron una manzana en el espacio secreto en el que sus padres les habían ayudado a sobrevivir a una de las mayores catastróficas desdichas que habían llegado a las costas de la isla. Quien les llevara la manzana a los isleños, por supuesto, necesitaría nadar a hurtadillas hasta la canoa, y ayudaría si fuera pequeño y delgado, para poder escapar al ojo vigilante del orientador de la canoa. Los Baudelaire no se dieron cuenta de la desaparición de la Víbora Increíblemente Mortal por bastante tiempo, ya que estaban concentrándose en ayudar a Kit, así que nunca pudieron decir con seguridad qué le había pasado a la serpiente, y mi investigación sobre la historia del reptil está incompleta, así que no sé qué otros capítulos ocurrieron en su historia, ya que Ink, como alguien prefería llamar a la serpiente, se deslizó de un lugar al siguiente, algunas veces protegiéndose de la perfidia del mundo y a veces cometiendo actos pérfidos por su parte —una historia no muy diferente de la de los huérfanos Baudelaire, a la que alguien ha calificado como poco más que el registro de crímenes, locuras y desgracias de la humanidad. A menos que hayas investigado por ti mismo el caso de los isleños, no hay modo de saber qué les pasó cuando navegaron lejos de la colonia que había sido su hogar. Pero había un modo de que pudieran sobrevivir al viaje, un modo que puede parecer fantástico, pero que no es menos fantástico que tres niños ayudando a una mujer a dar a luz. Los Baudelaire se apresuraron a la balsa de libros, y alzaron a Sunny y a la olla hasta la cima de la librería en la que yacía Kit, para que la Baudelaire pequeña pudiera sostener la mano enguantada de la resollante mujer y las manzanas amargas pudieran diluir el veneno de su interior, mientras Violet y Klaus empujaban la balsa de vuelta a la playa.
—Toma una manzana —ofreció Sunny, pero Kit sacudió la cabeza.
—No puedo —dijo.
—Pero has sido envenenada —dijo Violet—. Puede que hayas cogido una espora o dos de los isleños cuando se marchaban.
—Las manzanas dañarían al bebé —dijo Kit—. Hay algo en el híbrido que es perjudicial para la gente que aún no ha nacido. Esa es la razón por la que tu madre nunca probó ninguna de sus propias manzanas amargas. Estaba embarazada de ti, Violet —una de las manos enguantadas de Kit sobresalió de la cima de la librería y acarició el pelo de la Baudelaire mayor—. Espero ser la mitad de buena madre de lo que era la tuya, Violet —dijo.
—Lo serás —dijo Klaus.
—No lo sé —dijo Kit—. Se supone que iba a ayudaros, niños, ese día en el que finalmente alcanzasteis Playa Salada. Nada deseaba más que llevaros en mi taxi a algún lugar seguro. En vez de eso, os lancé a un mundo de perfidia en el Hotel Denouement. Y nada deseaba más que reuniros con vuestros amigos los Quagmire. En vez de eso, los dejé atrás —exhaló un suspiro resollante, y se quedó callada.
Violet siguió guiando la balsa hacia la isla, y se dio cuenta por primera vez que sus manos estaban empujando el lomo de un libro cuyo título reconoció de la biblioteca que la tía Josephine guardaba bajo su cama —Iván Lacrimógeno, explorador del lago—mientras que su hermano estaba empujando Micología Minucias, un libro que había sido parte de la biblioteca micológica de Fiona.
—¿Qué pasó? —preguntó, intentando imaginar los extraños sucesos que habrían llevado esos libros hasta esas costas.
—Os he fallado —dijo Kit con tristeza, y tosió—.
Quigley consiguió alcanzar la casa móvil autosuficiente, tal y como yo esperaba que hiciera, y ayudó a sus hermanos y a Héctor a capturar a las traicioneras águilas en una red enorme, mientras yo me encontraba con el Capitán Widdershins y sus hijos adoptivos.
—¿Fernald y Fiona? —dijo Klaus, refiriéndose al Hombre con Ganchos en vez de Manos que había trabajado para el Conde Olaf, y a la joven mujer que había roto su corazón—. Pero le traicionaron... y a nosotros.
—El capitán había perdonado los fallos de aquellos a quienes había amado —dijo Kit—, tal y como yo espero que perdonéis los míos, Baudelaires. Intentamos desesperadamente reparar el Queequeg y alcanzar a los Quagmire mientras continuaba su batalla aérea, y llegamos justo a tiempo de ver los globos estallar bajo los crueles picos de las águilas que se escapaban. Cayeron en la superficie del mar, y chocaron con el Queequeg. En unos momentos éramos todos náufragos, manteniéndonos a flote en medio de los restos que sobrevivieron al naufragio —se mantuvo en silencio por un instante—. Fiona está tan desesperada por alcanzarte, Klaus —dijo—. Quería que tú también la perdonaras.
—¿Ella está...? —Klaus no se atrevía a terminar la frase—. Quiero decir, ¿qué pasó después?
—No lo sé —admitió Kit—. Desde las profundidades del mar se acercó una figura misteriosa... casi como un signo de interrogación, saliendo del agua.
—La vimos en la pantalla del radar —recordó Violet—. El capitán Widdershins se negó a decirnos qué era.
—Mi hermano solía llamarlo “Lo Muy Desconocido” —dijo Kit, sujetándose la tripa cuando el bebé pateó con violencia—. Estaba aterrorizada, Baudelaires. Rápidamente construí un Vaporetto Fácil de Detritos, tal y como he sido entrenada.
—¿Vaporetto? —preguntó Sunny.
—Es un término italiano para “barca” —dijo Kit—. Era una de las muchas frases italianas que Monty me enseñó. Un Vaporetto Fácil de Detritos es un modo de salvarte a ti mismo y a tus cosas favoritas al mismo tiempo. Reuní todos los libros al alcance que me habían gustado, tirando los aburridos al mar, pero todos los demás quisieron probar suerte con lo muy desconocido. Le supliqué a los otros que subieran a bordo cuando el signo de interrogación se estaba acercando, pero sólo Ink consiguió alcanzarme. Los otros...
—su voz se apagó, y por un momento lo único que hizo Kit fue resollar—. En un instante se habían ido... o tragados o rescatados por esa cosa misteriosa.
—¿No sabes qué les ha pasado? —preguntó Klaus.
Kit sacudió la cabeza.
—Lo único que oí —dijo—, fue a uno de los Quagmire llamando a Violet.
Sunny miró a la cara a la angustiada mujer.
—¿Quigley —no pudo evitar preguntar la Baudelaire pequeña—, o Duncan?
—No lo sé —dijo Kit de nuevo—. Lo siento, Baudelaires. Os he fallado. Vosotros tuvisteis éxito en vuestras nobles misiones en el Hotel Denouement, y salvasteis a Dewey y a los otros, pero no sé si volveremos a ver a los Quagmire y a sus compañeros de nuevo. Espero que perdonéis mis fallos, y cuando vea a Dewey de nuevo espero que él me perdone también. L os huérfanos Baudelaire se miraron unos a otros con tristeza, dándose cuenta de que ya era hora al fin de contarle a Kit Snicket toda la historia, del mismo modo que ella se la había contado.
—Perdonaremos tus fallos —dijo Violet—, si tú perdonas los nuestros.
—Nosotros también te hemos fallado —dijo Klaus—. Tuvimos que quemar el Hotel Denouement, y no sabemos si alguien consiguió ponerse a salvo.
Sunny apretó la mano de Kit entre las suyas.
—Y Dewey está muerto —dijo, y todo el mundo rompió a llorar. Hay un tipo de llanto que espero que no hayas experimentado, y es no sólo llorar por algo terrible que haya pasado, sino llorar por todas las cosas terribles que han pasado, no sólo a ti sino a la gente que conoces y a la gente que no conoces e incluso a la gente que no quieres conocer, un llanto que no puede ser cortado por un acto heroico o una palabra amable, sino sólo por alguien que te abrace mientras tus hombros se sacuden y las lágrimas corren por tu cara.
Sunny abrazó a Kit, y Violet abrazó a Klaus, y por un minuto lo único que hicieron los cuatro náufragos fue llorar, dejando que las lágrimas corrieran por sus caras hasta el mar, del que alguien ha dicho que no es otra cosa que una biblioteca de todas las lágrimas de la historia. Kit y los niños dejaron que su tristeza se uniera a la tristeza del mundo, y lloraron por toda la gente a la que habían perdido. Lloraron por Dewey Denouement, y por los trillizos Quagmire, y por todos sus compañeros y tutores, amigos y asociados, y por todos los fallos que podrían perdonar y por todas las traiciones que podrían soportar. Lloraron por el mundo, y sobre todo, por supuesto, los huérfanos Baudelaire lloraron por sus padres, a los que sabían, finalmente, que no volverían a ver de nuevo. Aún cuando Kit Snicket no había traído noticias de sus padres, su historia de lo Muy Desconocido les hizo ver por fin que la gente que había escrito todos esos capítulos de Una Serie de Catastróficas Desdichas se habían ido para siempre a lo muy desconocido, y que Violet, Klaus, y Sunny serían también huérfanos para siempre.
—Parad —dijo Kit finalmente, a través de las lágrimas que perdían intensidad—. Dejad de empujar la balsa. No puedo continuar.
—Tenemos que continuar —dijo Violet.
—Casi estamos en la playa —dijo Klaus.
—La plataforma se inunda —dijo Sunny.
—Dejad que se inunde —dijo Kit—. No puedo hacerlo, Baudelaires. He perdido a demasiada gente... mis padres, mi verdadero amor, y mis hermanos.
Ante la mención de los hermanos de Kit, Violet pensó en meter la mano en el bolsillo, y sacó el arnillo ornamentado, adornado con la inicial R.
—A veces las cosas que has perdido se pueden encontrar de nuevo en lugares inesperados —dijo, y alzó el anillo para que Kit lo viera. La angustiada mujer se quitó los guantes, y sostuvo el anillo en la desnuda y temblorosa mano.
—Esto no es mío —dijo—. Pertenecía vuestra madre.
—Antes de que perteneciera a nuestra madre —dijo Klaus—, te pertenecía a ti.
—Su historia empezó antes de que naciéramos —dijo Kit—, y debe continuar después de que muramos. Dádselo a mi hijo, Baudelaires. Dejad que mi hijo sea parte de mi historia, aunque el bebé sea un huérfano, solo en el mundo.
—El bebé no estará solo —dijo Violet con fiereza—. Si mueres, Kit, criaremos este niño como si fuera nuestro.
—No podría pedir nada mejor —dijo Kit en voz baja—. Ponedle al bebé el nombre de uno de vuestros padres, Baudelaires. La costumbre de mi familia es ponerle a un bebé el nombre de alguien que ha muerto.
—También de la nuestra —dijo Sunny, recordando algo que su padre le había contado cuando le había preguntado sobre su nombre.
—Nuestras familias siempre han sido íntimas —dijo Kit—, aunque hayamos tenido que estar lejos unos de otros. Ahora, por fin, estamos todos juntos, como si fuéramos una familia.
—Entonces déjanos ayudarte —dijo Sunny, y con un movimiento de cabeza lloroso y resollante, Kit Snicket dejó que los Baudelaire empujaran su Vaporetto Fácil de Detritos hacia fuera de la plataforma costera y hacia las costas de la isla, donde todo acaba por llegar, justo cuando la canoa desaparecía en el horizonte. Los niños se quedaron mirando a los isleños por última vez —que yo sepa al menos— y después al cubo de libros, e intentaron imaginarse cómo la herida, embarazada y angustiada mujer podría llegar a un lugar seguro para dar a luz.
—¿Puedes bajarte tú sola? —preguntó Violet.
Kit sacudió la cabeza.
—Duele —dijo, con la voz espesa por el hongo venenoso.
—Podemos cargar con ella —dijo Klaus, pero Kit sacudió la cabeza de nuevo.
—Soy demasiado pesada —dijo débilmente—. Podría caerme de vuestros brazos y dañar al bebé.
—Podemos inventar un modo de llevarte hasta la costa —dijo Violet.
—Sí —dijo Klaus—. Simplemente correremos hasta el arboreto para encontrar lo que necesitemos.
—No hay tiempo —dijo Sunny, y Kit asintió.
—El bebé está viniendo rápido —dijo—. Encontrad a alguien que os ayude.
—Estamos solos —dijo Violet, pero entonces ella y sus hermanos se quedaron mirando a la playa adonde la balsa había llegado, y los Baudelaire vieron, arrastrándose fuera de la carpa de Ishmael, a la única persona por la que no habían derramado una lágrima. Sunny se deslizó hasta la arena, llevando la olla consigo, y los tres niños subieron con rapidez la pendiente hasta la penosa figura del Conde Olaf.
—Hola, huérfanos —dijo, con la voz incluso más resollante y áspera por el veneno en expansión del Medusoid Mycelium. El vestido de Esmé se había caído de su cuerpo flaco, y se estaba arrastrando por la arena vestido con su ropa de siempre, con una mano sujetando una concha con cordial y la otra apretándose el pecho—. ¿Estáis aquí para inclinaros ante el rey de Olaflandia?
—No tenemos tiempo para tus tonterías —dijo Violet—. Necesitamos tu ayuda.
Las cejas del Conde Olaf se alzaron, y el hombre dirigió a los niños una mirada atónita.
—¿Vosotros necesitáis mi ayuda? —preguntó—. ¿Qué le ha pasado a todos esos tontos de la isla?
—Nos han abandonado —dijo Klaus.
Olaf resolló horriblemente, y los niños tardaron un momento en darse cuenta de que se estaba riendo.
—¿Cuál ha sido la manzana de la discordia? —se burló, usando una expresión que significa “¿Por qué motivo?”.
—Te daremos manzanas —dijo Sunny, señalando con un gesto la olla—, si ayudas.
—No quiero fruta —gruñó Olaf, e intentó sentarse, con la mano todavía apretando su pecho—. Quiero la fortuna que dejaron vuestros padres.
—La fortuna no está aquí —dijo Violet—. Puede que ninguno de nosotros llegue a ver un penique de ese dinero.
—Incluso si estuviera aquí —dijo Klaus—, puede que no vivieras para disfrutarlo.
—Mcguffin —dijo Sunny, lo que significaba “Tus intrigas no sirven de nada en este sitio”.
El Conde Olaf se llevó la concha a los labios, y los Baudelaire pudieron ver que estaba temblando.
—Entonces quizás me quede aquí, simplemente —dijo roncamente—. He perdido demasiado para continuar... mis padres, mi verdadero amor, mis esbirros, y una enorme suma de dinero que no me gané; incluso mi barca con mi nombre.
Los tres niños se miraron los unos a los otros, recordando su estancia en esa barca y recordando que habían considerado el lanzar al hombre por la borda. Si Olaf se hubiera hundido en el mar, el Medusoid Mycelium nunca habría amenazado a la isla, aunque el hongo mortal habría acabado llegando a las costas de la isla, y si el villano estuviese muerto entonces no habría nadie en la playa para ayudar a Kit Snicket y a su hijo.
Violet se arrodilló en la arena, y agarró los hombros del villano con ambas manos.
—Tenemos que continuar —dijo—. Haz una cosa buena en la vida, Olaf.
—He hecho montones de cosas buenas en mi vida —gruñó—. Una vez acogí a tres huérfanos, y he estado nominado a varios premios teatrales muy prestigiosos.
Klaus se arrodilló al lado de su hermana, y miró fijamente a los brillantes ojos del villano.
—Tú fuiste el que nos dejó huérfanos en primer lugar —dijo, pronunciando en voz alta por primera vez un secreto que los tres Baudelaire habían guardado en el corazón casi tanto como podían recordar. Olaf cerró los ojos por un momento, haciendo muecas de dolor, y entonces fijó una larga mirada en cada uno de los niños por turno.
—¿Eso es lo que pensáis? —dijo al fin.
—Lo sabemos —dijo Sunny.
—No sabéis nada —dijo el Conde Olaf—. Vosotros tres sois los mismos que cuando os eché el ojo por primera vez. Pensáis que podéis triunfar en este mundo sin otra cosa que una mente aguda, una pila de libros, y una comida ocasional de gourmet —echó un último trago de cordial en su envenenada boca antes de lanzar la concha a la arena—. Sois como vuestros padres —dijo, y desde la costa los niños oyeron gemir a Kit Snicket.
—Tienes que ayudar a Kit —dijo Violet—. El bebé llega.
—¿Kit? —preguntó el Conde Olaf, y con un gesto rápido cogió una manzana de la olla y tomó un feroz bocado. Masticó, haciendo una mueca de dolor, y los Baudelaire oyeron que sus resuellos disminuían y que el hongo venenoso era diluido por la invención de sus padres. Tomó otro bocado, y otro, y entonces, con un horrible gemido, el villano se puso de pie, y los niños vieron que su pecho estaba empapado de sangre.
—Estás herido —dijo Klaus.
—Ya he estado herido antes —dijo el Conde Olaf, y bajó tambaleándose la pendiente y vadeó las aguas de la inundada plataforma costera. Con un suave gesto bajó a Kit de la balsa y la transportó hasta las costas de la isla. Los ojos de la angustiada mujer estaban cerrados, y cuando los Baudelaire corrieron a su lado no estaban seguros de que estuviera viva hasta que Olaf la tendió cuidadosamente en las arenas blancas de la playa, y los niños vieron su pecho subiendo y bajando con la respiración. El villano miró fijamente a Kit por un largo momento, y entonces se inclinó e hizo algo extraño. Mientras lo huérfanos Baudelaire miraban, el Conde Olaf le dio a Kit Snicket un suave beso en su boca temblorosa.
—Puaj —dijo Sunny, mientras se abrían los ojos de Kit.
—Te lo dije —dijo el Conde Olaf débilmente—. Te dije que haría esto una última vez.
—Eres un hombre malvado —dijo Kit—. ¿Crees que un solo acto amable hará que te perdone todos tus fallos?
El villano se alejó tambaleándose unos cuantos pasos, se sentó en la arena y exhaló un profundo suspiro.
—No he pedido perdón —dijo, mirando primero a la mujer embarazada y después a los Baudelaire. Kit sacó la mano y tocó el tobillo del hombre, justo en el tatuaje de un ojo que había atormentado a los niños desde que lo habían visto por primera vez. Violet, Klaus, y Sunny miraron al tatuaje, recordando todas las veces que había sido ocultado y todas las veces que había sido revelado, y pensaron en todos los demás lugares en los que lo habían visto, ya que si mirabas bien, el dibujo de un ojo también formaba las iniciales del V.F.D., y cuando los niños habían investigado la organización, primero intentando descodificar sus siniestros misterios, y después intentando participar en sus nobles misiones, parecía que esos ojos les estaban vigilando, aunque si los ojos eran nobles o traicioneros, buenos o malvados, parecía incluso ahora que era un misterio. Parecía que la historia completa de estos ojos estaría siempre escondida para los niños, mantenida en la oscuridad junto con los demás ojos vigilando a todos los huérfanos cada día y cada noche.
—“La noche tiene mil ojos” —dijo roncamente Kit, y bajó su cabeza para estar cara con cara con el villano. Los Baudelaire pudieron decir por su tono que estaba recitando las palabras de otra persona—. “Y el día uno sólo; toda la luz del brillante mundo muere cuando el sol se pone. La mente tiene infinitos ojos, el corazón uno: toda la luz de una vida se termina cuando acaba el amor”.
El Conde le dirigió a Kit una tenue sonrisa.
—No eres la única que puede recitar las palabras de tus asociados —dijo, y se quedó mirando al mar. La tarde se estaba acabando, y pronto la isla estaría cubierta de oscuridad—. “El hombre transmite la miseria al hombre” —dijo el villano—. “Se hace profunda como una plataforma costera. Sal tan temprano como puedas...” —aquí tosió, con un sonido espantoso, y sus manos agarraron su pecho—. “Y no tengas ningún hijo” —finalizó, y soltó una carcajada corta y mordaz. Entonces la historia del villano llegó a su fin. Olaf yacía de espaldas en la arena, lejos de la perfidia del mundo, y los niños permanecieron en la playa y se quedaron mirando su cara. Sus ojos brillaron con viveza, y su boca se abrió como si quisiera decir algo, pero los huérfanos Baudelaire nunca oyeron al Conde Olaf decir otra palabra.
Kit dio un grito de dolor, espeso por el hongo venenoso, y se agarró la pesada tripa, y los Baudelaire corrieron a ayudarla. Ni siquiera se dieron cuenta de cuándo cerró los ojos el Conde Olaf por última vez, y quizás es un buen momento para que tú también cierres los ojos, no sólo para evitar leer el final de la historia de los Baudelaire, sino también para imaginar el comienzo de otra. Es probable que tus ojos estuvieran cerrados cuando naciste, así que dejaste el lugar seguro en el útero de tu madre —o, si eres un caballito de mar, el saco gestacional de tu padre— y te uniste a la perfidia del mundo sin ver exactamente a dónde estabas yendo. Todavía no conocías a la gente que te estaba ayudando a hacer tu camino hacia fuera, o a la gente que te protegería cuando comenzara tu vida, cuando eras incluso más pequeño y delicado y exigente de lo que eres ahora.
Parece extraño que hicieses una cosa así, y dejaras que te cuidaran extraños durante tanto tiempo, abriendo poco a poco los ojos para ver de qué iba tanto alboroto, y todavía este es el modo en el que casi todas las personas llegan al mundo. Quizás si viéramos lo que nos esperaba, y vislumbráramos los crímenes, locuras y desgracias que nos ocurrirían más tarde, todos nos quedaríamos en el útero de nuestras madres, y entonces no habría nadie en el mundo excepto una gran cantidad de mujeres muy gordas y muy irritadas. En cualquier caso, así es como comienzas todas nuestras historias, en la oscuridad con los ojos cerrados, y todas nuestras historias terminan también de la misma manera, con todos nosotros pronunciando las últimas palabras —o quizás las de otra persona— antes de deslizarnos de vuelta a la oscuridad en el momento en que nuestra serie de catastróficas desdichas llega a su fin. Y de este modo, con el viaje realizado por el bebé de Kit Snicket, llegamos también al final de Una Serie de Catastróficas Desdichas. Durante bastante tiempo, el parto de Kit Snicket fue muy difícil, y a los niños les parecían que las cosas estaban yendo de un modo aberrante —la palabra “aberrante” aquí significa “muy, muy equivocado, y causante de gran dolor”. Pero finalmente llegó al mundo una niña, justo en el mismo momento en el que, lamento mucho, mucho decir, su madre, y mi hermana, se iba del mundo después de una larga noche de sufrimiento... pero también una noche de alegría, ya que el nacimiento de un bebé siempre son buenas noticias, sin importar las malas noticias que el bebé oiría después. El sol salió sobre la plataforma costera, que no se volvería a inundar hasta el año siguiente, y los huérfanos Baudelaire sostuvieron al bebé en la costa y la observaron mientras sus ojos se abrían por primera vez. La hija de Kit Snicket miró el amanecer entornando los ojos, e intentó imaginarse dónde diantres estaba, y por supuesto mientras se lo preguntaba empezó a llorar. La niña, a la que le pusieron el nombre de la madre de los Baudelaire, aulló y aulló, y mientras comenzaban sus series de catastróficas desdichas, la historia de los huérfanos Baudelaire terminaba. Esto no quiere decir, por supuesto, que los huérfanos Baudelaire murieran ese día. Estaban demasiado ocupados.
Aunque eran todavía niños, los Baudelaire eran ahora padres, y había bastante mucho que hacer. Violet diseñó y construyó el equipamiento necesario para criar un bebé, usando la biblioteca de detritos almacenada bajo la sombra del manzano. Klaus buscó en la enorme estantería información sobre el cuidado de niños, y mantuvo un registro cuidadoso de los progresos del bebé. Sunny pastoreó y ordeñó a las ovejas salvajes, para proveer de alimento al bebé, y usó el batidor que viernes le había dado para hacer comidas blandas a medida que al bebé le salían los dientes. Y los tres Baudelaire plantaron semillas de manzanas amargas por toda la isla, para eliminar cualquier traza de Medusoid Mycelium —aún cuando recordaban que crecían mejor en espacios pequeños y cerrados— y que el hongo mortal no tuviera oportunidad de dañar a la niña y que la isla permaneciera tan segura como el día en el que habían llegado. Estas tareas ocupaban todo el día, y por la noche, mientras el bebé aprendía a dormir, los Baudelaire se sentaban juntos en las dos grandes butacas y hacían turnos para leer en voz alta el libro que sus padres habían dejado atrás, y a veces pasaban las hojas hasta el final del libro, y añadían ellos mismos unas cuantas líneas a la historia.
Mientras leían y escribían, los hermanos encontraron muchas respuestas que habían estado buscando, aunque cada respuesta, por supuesto, sólo llevaba hasta otro misterio, ya que había muchos detalles de las vidas de los Baudelaire que parecían como una forma extraña e ilegible de algo desconocido. Pero esto no les importaba tanto como puedas pensar. Uno no puede quedarse para siempre sentado resolviendo los misterios de la propia historia de uno, y no importa lo mucho que uno lea, la historia completa nunca puede ser contada. Pero era suficiente. Leer las palabras de sus padres era, dadas las circunstancias, lo mejor que los huérfanos Baudelaire podían esperar. A medida que pasaba la noche se iban a dormir, al igual que hacían sus padres, en las butacas del espacio secreto bajo las raíces del manzano amargo, en el arboreto de una isla lejos, lejos de la perfidia del mundo. Varias horas después, por supuesto, el bebé se despertaría y llenaría el espacio con un llanto confundido y hambriento. Los Baudelaire hacían turnos, y mientras los otros dos niños dormían, un Baudelaire llevaría al bebé, en un portabebés que Violet había diseñado, fuera del arboreto y hasta la cima del montículo, donde se sentarían, bebé y padre, y tomarían el desayuno mientras miraban el mar. A veces visitaban la tumba de Kit Snicket, donde dejaban unas cuantas flores salvajes, o la tumba del Conde Olaf, donde se limitarían a quedarse en silencio por unos momentos. En muchos aspectos, la vida de los huérfanos Baudelaire durante ese año se parece a la mía propia, ahora que he terminado mi investigación. Como Violet, como Klaus, y como Sunny, he visitado ciertas tumbas, y he pasado a menudo las mañanas sentado en un montículo, mirando al mismo mar. No es toda la historia, por supuesto, pero es suficiente. Dadas las circunstancias, es lo mejor que puedes esperar.