Capítulo 5
A menos que seas inusualmente
despreocupado —que es simplemente una forma elegante de decir “lo
opuesto a curioso”— o uno de los mismos huérfanos Baudelaire,
probablemente te estarás preguntando si los tres niños bebieron o
no el cordial de coco que Ishmael les estaba ofreciendo un tanto
forzosamente. Quizás tú mismo hayas estado en situaciones en las
que te hayan ofrecido una
bebida o comida que hubieras preferido no
consumir, y lo haya hecho alguien a quien prefieres no rechazar, o
quizás te hayan avisado sobre gente que te ofrecerá esa clase de
cosas y te hayan dicho que evites el sucumbir, una frase que aquí
significa “aceptar, en vez de rechazar, lo que te dan”. Tales
situaciones son habitualmente llamadas episodios de “presión
social”, siendo “social” una palabra para referirse a la gente que
te rodea y “presión” una palabra para la influencia que tales
personas tiene a menudo. Si eres un ermitaño o una ermitaña —un
término para alguien que vive solo en lo alto de una montaña— la
presión social es muy fácil de evitar, ya que no vives en otra
sociedad que la de un rebaño ocasional de ovejas salvajes que puede
que vaguen cerca de tu cueva y puede que te presionen para que te
crezca lana. Pero si vives entre personas, tanto si son de tu
familia, de tu colegio, o de una organización secreta, entonces
cada momento de tu vida es un incidente de presión social, y no
puedes evitarla más que en la medida en la que un barco en el mar
puede evitar la tormenta que le rodea. Si te despiertas a una
determinada hora de la mañana, en la que preferirías esconder la
cabeza bajo la almohada hasta que estás demasiado hambriento para
aguantar más tiempo, entonces estás sucumbiendo a la presión social
de tu guardián o de tu mayordomo. Si comes el desayuno que alguien
te ha preparado, o preparas tu propio desayuno con comida que has
comprado, cuando preferirías dar una patada en el suelo y demandar
delicadezas de tierras lejanas, entonces estás sucumbiendo a la
presión social de tu tendero o de tu cocinero de desayunos. Durante
todo el día, todas las personas del mundo sucumben a la presión
social, tanto si es la presión de sus compañeros de cuarto curso
para jugar al balón prisionero durante el recreo, o la presión de
sus compañeros de circo para balancear pelotas de caucho en la
nariz, y si intentas evitar cada caso de presión social acabarás
sin ninguna sociedad que te rodee, y el truco es sucumbir a la
suficiente presión como para que no te abandonen tus semejantes,
pero no a tanta como para acabar en una situación en la que estés
muerto o incómodo de alguna manera. Es un truco difícil, y la
mayoría de la gente nunca lo llega a dominar, y acaba muerta o
incómoda al menos una vez en la vida.
Los huérfanos Baudelaire habían estado
incómodos más que suficiente en el curso de sus desventuras, y
encontrándose en una isla remota con sólo un tipo de sociedad que
elegir, sucumbieron a la presión de Ishmael, y de Viernes, y de la
señora Caliban, y de todos los otros isleños que vivían con los
niños en su nuevo hogar. Se sentaron en la carpa de Ishmael, y
bebieron un poco de cordial de coco mientras comían su almuerzo de
ceviche sin especias, aún cuando la bebida les hacía sentir un poco
mareados y la comida les dejaba poco saciados, en lugar de dejar la
colonia y buscar su propia comida y bebida. Llevaban sus batas
blancas, aún cuando eran un poco pesadas en un clima cálido, en vez
de probarse prendas modernas de su estilo. Y mantenían en silencio
los artículos desaconsejados que guardaban en sus bolsillos —el
lazo de Violet, el libro común de Klaus, y el batidor de Sunny— en
vez de echarlo todo a pique, tal y como el orientador de la isla
les había advertido, e incluso no se atrevían a preguntar a Viernes
por qué había dado a Sunny el utensilio de cocina en primer
lugar.
Pero a pesar del fuerte sabor del cordial,
del soso sabor de la comida, de las poco favorecedoras batas, y de
los artículos secretos, los Baudelaire se sentían más en casa de lo
que se habían sentido en bastante tiempo. Aunque los niños siempre
se las habían arreglado para encontrar la compañía de una o dos
personas en todos los sitios a los que habían llegado, los
Baudelaire no habían sido aceptados realmente en ninguna clase de
comunidad desde que el Conde Olaf había incriminado a los niños en
un asesinato, obligándolos a esconderse y disfrazarse incontables
veces.
Los Baudelaire se sentían a salvo viviendo
en la colonia, sabiendo que al Conde Olaf no se le permitía estar
cerca de ellos, y que sus asociados, si ellos también acababan
naufragando, serían bienvenidos a la carpa siempre y cuando ellos,
también, sucumbieran a la presión social de los isleños.
Comida sin especias, ropa poco favorecedora,
y bebidas sospechosas parecían un justo precio a pagar por un lugar
seguro al que llamar hogar, y por un grupo de gente que, si no
exactamente amigos, eran al menos compañía durante el tiempo que
desearan quedarse.
Los días pasaron, y la isla siguió siendo
para los hermanos un lugar seguro aunque soso. A Violet le hubiera
gustado pasar los días ayudando a los isleños en la construcción de
la enorme canoa, pero a sugerencia de Ishmael ayudaba a Viernes,
Robinson, y el profesor Fletcher con la lavandería de la colonia, y
pasaba la mayor parte de su tiempo en las cataratas de agua salada,
lavando las batas de todo el mundo y tendiéndolas en las rocas para
que se secasen al sol. Klaus hubiera disfrutado paseando alrededor
del montículo para catalogar todo el detrito que los colonos había
recogido en la recolección de la tormenta, pero todo el mundo había
estado de acuerdo con la idea del orientador de que el Baudelaire
mediano estuviera al lado de Ishmael todo el tiempo, así que pasaba
sus días apilando arcilla en los pies del hombre, y corriendo a
rellenar su concha con cordial. Sólo a Sunny le estaba permitido
hacer algo de su área de especialización, pero ayudar a la señora
Caliban con la cocina no era muy interesante, y las tres comidas de
la colonia eran muy fáciles de preparar. Cada mañana, la pequeña de
los Baudelaire retiraba las algas que Alonso y Ariel habían
recogido del mar, después de que hubieran sido enjuagadas por
Sherman y Robinson y tendidas para que se secaran por Erewhon y
Weyden, y simplemente las ponía en un cuenco para el desayuno. Por
la tarde, Ferdinand y Larsen traían una pila enorme de pescado que
habían capturado en las redes de la colonia, para que Sunny y la
señora Caliban lo convirtieran en ceviche con sus cucharas—
tenedores, y por la noche las dos cocineras encendían un fuego y
cocían a fuego lento una olla de cebollas salvajes que habían
recogido Omeros y Finn, acompañada de hierbas salvajes cortadas por
Brewster y Calypso que se utilizaban como la única especia de la
cena, y servían la sopa acompañada de conchas llenas de cordial de
coco que Byam y Willa habían fermentado de los cocos que el señor
Pitcairn y la señora Marlow habían recogido de los cocoteros de la
isla. Ninguna de esas recetas exigía mucho esfuerzo para ser
preparada, y Sunny acababa pasando mucha parte de su día
ociosamente, una palabra que aquí significa “holgazaneando con la
señora Caliban, sorbiendo cordial de coco y mirando fijamente al
mar”.
Después de tantos encuentros frenéticos y
trágicas experiencias, los niños no estaban acostumbrados a llevar
una vida tan tranquila, y durante los primeros días se sentían un
poco inquietos sin la maldad del Conde Olaf y sus siniestros
misterios, y sin la integridad de V.F.D. y sus nobles actos, pero
con cada sueño reparador en la comodidad despreocupada de una
tienda, y con el trabajo de cada día en tareas fáciles, y con cada
trago del dulce cordial de coco, las contiendas y la perfidia en la
vida de los niños parecían cada vez más y más lejanas. Después de
unos pocos días, llegó otra tormenta, tal y como Ishmael había
predicho, y el cielo se ennegreció y la isla se cubrió de viento y
lluvia, y los Baudelaire se acurrucaron con los otros isleños en la
carpa de Ishmael, y se sintieron agradecidos por su vida sin
incidentes en la colonia, en lugar de la tormentosa existencia que
habían afrontado desde que sus padres habían muerto.
—Janiceps —le dijo Sunny a sus hermanos la
mañana siguiente, mientras los Baudelaire paseaban a lo largo de la
plataforma costera. De acuerdo a la costumbre, todos los isleños
estaban haciendo recolección de la tormenta, aquí y allá en el
horizonte plano, seleccionando restos de la tormenta. Con
“Janiceps”, la pequeña Baudelaire quería decir “Tengo ideas
contradictorias sobre la vida aquí”, una expresión que aquí
significa que no podía decidir si le gustaba la colonia de la isla
o no.
—Sé lo que quieres decir —dijo Klaus, que
llevaba a Sunny en hombros—. La vida aquí no es muy emocionante,
pero al menos no corremos ningún peligro.
—Supongo que deberíamos estar agradecidos
por eso —dijo Violet—, aún cuando la vida en la colonia parece
bastante estricta.
—Ishmael sigue diciendo que no nos obliga a
hacer nada —dijo Klaus—, pero todo parece un poco obligatorio de
todas maneras.
—Al menos obligaron a Olaf a estar lejos
—apuntó Violet—, que es más de lo que V.F.D ha conseguido
jamás.
—Diaspora —dijo Sunny, que quería decir algo
como “Vivimos en un sitio tan remoto que la batalla entre V.F.D. y
sus enemigos parece muy lejana”.
—El único V.F.D. por aquí —dijo Klaus,
inclinándose hacia abajo para echar un vistazo en un charco de
agua—, son nuestras Viandas Flojas y Desabridas.
Violet sonrió.
—No hace mucho —dijo—, estábamos
desesperados por alcanzar el último lugar seguro aquel jueves.
Ahora, todo lo que alcanza la vista es seguro, y no tenemos ni idea
de qué día es.
—Sigo echando de menos casa —dijo
Sunny.
—Yo también —dijo Klaus—. Por alguna razón,
sigo echando de menos la biblioteca del Aserradero de la
Suerte.
—¿La biblioteca de Charles? —preguntó
Violet, con una sonrisa de sorpresa—. Era una habitación preciosa,
pero sólo tenía tres libros. ¿Por qué diantres echas de menos ese
sitio?
—Tres libros son mejores que ninguno —dijo
Klaus—. Lo único que he leído desde que llegamos aquí es mi propio
libro común. Sugerí a Ishamel que podía dictarme la historia de la
colonia, para poder anotarla y que los isleños conocieran cómo
empezó este lugar. Otros colonos anotarían sus propias historias, y
la isla acabaría por tener su propia biblioteca. Pero Ishamel me
dijo que no me iba a obligar, pero que no pensaba que fuera una
buena idea el escribir un libro que disgustaría a la gente con sus
descripciones de tormentas y naufragios. No quiero echarlo todo a
pique, pero echo de menos mis investigaciones.
—Sé lo que quieres decir —dijo Violet—. Sigo
echando de menos la carpa de adivinación de Madame Lulu.
—¿Con todos esos trucos de magia falsos?
—dijo Klaus.
—Sus inventos eran bastante ridículos
—admitió Violet—, pero si tuviera esos simples materiales
mecánicos, creo que podría hacer un sistema simple de filtración de
agua. Si pudiéramos fabricar agua dulce, los isleños no tendrían
que beber cordial de coco todo el día. Pero Viernes dice que el
consumo de cordial está muy arraigado.
—¿Nospina? —preguntó Sunny.
—Quiere decir que la gente lo ha bebido
durante tanto tiempo que no querrían dejar de hacerlo —dijo
Violet—. No quiero echarlo todo a pique, pero sigo echando de menos
el trabajar en invenciones. ¿Y tú qué, Sunny? ¿Qué echas de
menos?
—Fuente —dijo Sunny.
—¿La Fuente de las Aves, en la Villa de la
Fabulosa Desbandada? —preguntó Klaus.
—No —dijo Sunny, sacudiendo la cabeza—. En
la ciudad.
—¿La Fuente de las Fabulosas Finanzas?
—preguntó Violet—. ¿Por qué diantres la echarías de menos?
—Primer baño —dijo Sunny, y sus hermanos se
quedaron boquiabiertos.
—No puedes acordarte de eso —dijo
Klaus.
—Tenías sólo unas cuantas semanas —dijo
Violet.
—Lo recuerdo —dijo Sunny con firmeza, y los
Baudelaire sacudieron la cabeza dudosos. Sunny hablaba de una tarde
hacía mucho tiempo, durante un otoño inusualmente caluroso en la
ciudad. El matrimonio Baudelaire tenía algunos asuntos que atender,
y se llevaron a los niños, prometiendo parar en la tienda de
helados en el camino de vuelta a casa. La familia llegó al distrito
financiero, parándose a descansar en la Fuente de las Fabulosas
Finanzas, y la madre de los Baudelaire se había apresurado al
interior de un edificio con unas torres altas y torcidas que
apuntaban en todas direcciones, mientras el padre esperaba afuera
con los niños. El tiempo tan caluroso irritaba mucho a Sunny, y el
bebé empezó a protestar. Para calmarla, el padre de los Baudelaire
le metió los pies descalzos en el agua, y Sunny había sonreído con
tanto entusiasmo que el hombre empezó a mojar todo el cuerpo de
Sunny, con ropa y todo, en la fuente, hasta que la pequeña de los
Baudelaire estaba gritando de risa. Como debes saber, la risa de
los bebés es muy contagiosa, y en poco tiempo no sólo Klaus y
Violet habían saltado a la fuente, sino también el padre, todos
ellos riendo y riendo a medida que Sunny estaba más y más
encantada. Pronto la madre de los Baudelaire salió del edificio, y
por un momento miró con asombro a su empapada y risueña familia,
antes de dejar en el suelo su libro de bolsillo, sacarse los
zapatos y unirse a ellos en el agua refrescante. Rieron durante
todo el camino a casa, cada paso haciendo un sonido húmedo, y se sentaron en las escaleras
delanteras para secarse al sol. Fue un día maravilloso, pero
ocurrió hacía mucho tiempo... tanto que Klaus y Violet casi lo
habían olvidado. Pero cuando Sunny se lo recordó, casi podían
escuchar su risa recién nacida, y ver las caras de incredulidad de
los banqueros que pasaban por allí.
—Cuesta creer —dijo Violet—, que nuestros
padres pudieran reír de esa manera, cuando ya estaban involucrados
en V.F.D. y todos sus problemas.
—El cisma debió de parecer de otro mundo ese
día —dijo Klaus.
—Y ahora —dijo Sunny, y sus hermanos
asintieron. Con el sol de la mañana resplandeciendo sobre sus
cabezas, y el mar brillando en el borde de la plataforma costera,
sus alrededores parecían tan lejos de problemas y traiciones como
en esa tarde en la Fuente de las Fabulosas Finanzas. Pero los
problemas y la traición rara vez están tan lejos como uno cree que
están en el día más claro. En esa lejana tarde en el distrito
financiero, por ejemplo, los problemas podían encontrarse en los
pasillos del edificio de las torres, donde a la madre de los
Baudelaire le entregaron un informe climatológico y un mapa naval
que revelarían, cuando los estudiase a la luz de las velas esa
noche, muchos más problemas de lo que había imaginado, y la
traición podía ser encontrada justamente pasada la fuente, donde
una mujer disfrazada de vendedor de pretzels tomó una foto de la
risueña familia y deslizó su cámara en el bolsillo del abrigo de un
experto financiero, que se apresuró en dirección a un restaurante,
donde el chico del guardarropa recogió la cámara y la escondió en
un enorme vaso de parfait de fruta que cierto dramaturgo encargaría
de postre, sólo para conseguir que una camarera de mente rápida
fingiese que la crema de la salsa zabaglione se había puesto agria
y tirase el plato entero en un cubo de basura del corredor, donde
yo había estado sentado durante horas, fingiendo que buscaba a un
cachorro perdido que estaba en realidad entrando a toda prisa por
la entrada trasera del edificio de las torres, quitándose el
disfraz y guardándolo doblado en su bolso, y esa mañana en la
plataforma costera no era diferente. Los Baudelaire avanzaron unos
cuantos pasos más en silencio, entornando los ojos a causa del sol,
hasta que Sunny golpeó suavemente la cabeza de su hermano y apuntó
al horizonte. Los tres niños miraron detenidamente, y vieron un
objeto descansando de modo dispar en el borde de la plataforma, y
eso eran problemas, aunque no lo pareciera en ese momento. Era
difícil de decir lo que parecía, sólo que era grande, y cuadrado, y
desigual, y los niños se apresuraron a acercarse para verlo mejor.
Violet lideraba el camino, poniendo los pies con cuidado a lado de
unos cuantos cangrejos que chasqueaban las pinzas a lo largo de la
plataforma, y Klaus le seguía por detrás, con Sunny todavía en los
hombros, e incluso cuando alcanzaron el objeto lo encontraron
difícil de identificar.
A primera vista, el gran, cuadrado, y
desigual objeto parecía una combinación de todo lo que los
Baudelaire echaban de menos. Parecía una biblioteca, porque el
objeto parecía ser ni más ni menos que montones y montones de
libros, apilados con esmero uno encima de otro formando un enorme
cubo. Pero también parecía una invención, porque envolviendo el
cubo de libros, del mismo modo que una cuerda envuelve un paquete,
había gruesas correas que parecían estar hechas de caucho, en
varios tonos de verde, y en un lado del cubo había pegada una larga
solapa de madera abollada. Y también parecía una fuente, ya que el
agua se escurría por todos lados, filtrándose a través de las
páginas hinchadas de los libros y salpicando la arena de la
plataforma costera. Pero aunque ésta era una vista muy inusual, los
niños no se quedaron mirando al cubo, sino a algo en lo alto de
este extraño dispositivo. Era un pie descalzo, colgando de un lado
del cubo como si hubiera alguien durmiendo encima de todos esos
libros, y los Baudelaire pudieron ver, justo en el tobillo, el
tatuaje de un ojo.
—¿Olaf? —preguntó Sunny, pero sus hermanos
sacudieron la cabeza. Habían visto el pie de Olaf más veces de las
que les hubiera gustado contar, y este pie era mucho más estrecho y
limpio que el del villano.
—Súbete a mi espalda —le dijo Violet a su
hermano—. Quizás podamos subir a Sunny a la parte de arriba. Klaus
asintió con la cabeza, se subió con cuidado a la espalda de su
hermana, y entonces, muy lentamente, se puso de pie en los hombros
de Violet. Los tres Baudelaire formaron una torre temblorosa, y
Sunny sacó sus pequeñas manos y se dio impulso para subirse, al
igual que se había dado impulso para bajar el hueco del ascensor
del 667 de la Avenida Oscura no hacía mucho, y vio a la mujer que
estaba tendida inconsciente encima de la pila de libros. Llevaba
puesto un vestido de terciopelo rojo oscuro, que estaba rallado y
empapado de la tormenta, y su pelo estaba extendido detrás de ella
como un abanico amplio y enredado. El pie que colgaba a un lado del
cubo estaba torcido de un modo extraño e incorrecto, pero por lo
demás parecía ilesa. Sus ojos estaban cerrados, y sus labios
estaban fruncidos, pero su tripa, llena y redonda por su embarazo,
subía y bajaba con una respiración calmada y profunda, y sus manos,
cubiertas con unos guantes largos y blancos, reposaban suavemente
en su pecho, como si estuviera consolándose a sí misma, o a su
bebé.
—Kit Snicket —le dijo Sunny a sus hermanos,
con voz muy baja por el asombro.
—¿Sí? —replicó una voz que era chillona y
enojosa, una palabra que aquí significa “irritante” y tristemente
familiar.
Desde detrás del cubo de libros, una figura
apareció para saludar a los niños, y Sunny miró hacia abajo y
frunció el ceño cuando la torre de los Baudelaire mayores se volvió
a encarar a la persona que les hacía frente. Esta persona también
llevaba un vestido talar —una denominación que aquí significa
“justo hasta los tobillos”— que estaba rallado y empapado, aunque
el vestido no era sólo rojo sino también naranja y amarillo, con
los colores fundiéndose a medida que la persona se acercaba más y
más a los niños. Esta persona no llevaba guantes, pero se había
colocado una pila de algas para que pareciera pelo largo, que caía
horriblemente en cascada a lo largo de su espalda, y aunque la
tripa de esta persona también estaba llena y redonda, estaba llena
y redonda de un modo raro y poco convincente. Hubiera sido muy poco
común si la tripa fuera auténtica, ya que era obvio mirando a la
cara de la persona que la persona no era una mujer, y el embarazo
ocurre muy rara vez en el género masculino, aunque el caballito de
mar varón es una criatura que se queda embarazada de vez en cuando.
Pero esta persona, que se acercaba más y más a la torre de los
Baudelaire mayores y que miraba con enfado a la más pequeña, no era
un caballito de mar, por supuesto. Si el extraño cubo de libros era
problemas, este hombre era traición, y como pasa a menudo en casos
de traición, su nombre era Conde Olaf. Violet y Klaus miraron
fijamente al villano, y Sunny miró fijamente a Kit, y entonces los
tres niños miraron al horizonte, desde donde otros isleños que
habían visto el extraño objeto se estaban dirigiendo hacia ellos.
Por último, los huérfanos Baudelaire se miraron unos a otros, y se
preguntaron si el cisma estaba tan lejos después de todo, o si
habían viajado hacia otro mundo sólo para encontrar todos los
problemas y las traiciones del mundo mirándoles directamente a la
cara.
Llegados a este
punto, es probable que te encuentres reconociendo todos los tristes
sellos distintivos de la triste historia de los huérfanos
Baudelaire. La palabra “sello distintivo” se refiere a las
características típicas de algo, como la espuma suave y la ruidosa
efervescencia son el sello distintivo de la gaseosa con helado, o
las fotografías manchadas de lágrimas y la ruidosa efervescencia
son los sellos distintivos de un corazón roto. Ciertamente los
Baudelaire, que hasta donde yo sé no han leído su propia triste
historia, pero por supuesto son sus principales participantes,
tenían una sensación de nausea en el estómago a medida que los
isleños se les acercaban, llevando varios artículos que habían
encontrado mientras hacían recolección de la tormenta. Parecía que
una vez más, después de llegar a un extraño nuevo hogar, el Conde
Olaf engañaría a todo el mundo con su último disfraz, y los
Baudelaire estarían una vez más en grave peligro. De hecho, el
vestido del Conde Olaf ni siquiera cubría el ojo tatuado que
llevaba en el tobillo, ya que los isleños, viviendo tan lejos del
mundo, no sabrían nada sobre la célebre marca, y podrían ser
engañados incluso más fácilmente. Pero a medida que los colonos
estaban cada vez más cerca del cubo de libros donde Kit Snicket
yacía inconsciente, de repente la historia de los Baudelaire siguió
en contra de las expectativas, una frase que aquí significa “La
niña que se habían encontrado por primera vez en la plataforma
costera reconoció al Conde Olaf inmediatamente”.
—¡Ese es Olaf! —gritó Viernes, apuntando con
un dedo acusador al villano—. ¿Por qué está vestido como una mujer
embarazada?
—Estoy vestida como una mujer embarazada
porque soy una mujer embarazada —replicó el Conde Olaf, con una
fingida voz chillona—. Me llamo Kit Snicket, y he estado buscando a
estos niños por todo el mundo.
—¡Tú no eres Kit Snicket! —gritó la señora
Caliban.
—Kit Snicket está en lo alto de esta pila de
libros —dijo Violet con indignación, ayudando a Sunny a bajarse de
la cima del cubo—. Es amiga nuestra, y puede que esté herida, o
enferma. Pero este es el Conde Olaf, que no es amigo nuestro.
—Tampoco es amigo nuestro —dijo Viernes, y
hubo un murmullo de aprobación por parte de los isleños—.
Simplemente porque te hayas puesto algo dentro del vestido para
parecer embarazado, y te hayas puesto una mata de algas en el pelo
para hacer una peluca, no significa que no vayas a ser reconocido
—se volvió para mirar a los tres niños, que se dieron cuenta por
primera vez de que la isleña tenía también un bulto sospechoso bajo
la bata, como si ella, también, hubiera escondido algo bajo la
ropa—. Espero que no os haya estado molestando. Le dije
específicamente que se fuera.
El Conde Olaf miró con odio a Viernes, pero
entonces se volvió para probar su perfidia en los otros
isleños.
—Gente primitiva, vosotros no le diréis a
una mujer embarazada que se vaya, ¿verdad? —preguntó—. Estoy en un
estado muy delicado.
—No estás en un estado muy delicado —dijo
Larsen con firmeza—. Tienes un disfraz muy transparente. Si Viernes
dice que eres ese tal Olaf, entonces estoy seguro de que lo eres, y
no eres bienvenido aquí, debido a tus malas intenciones.
—No he tenido una mala intención en la vida
—dijo Olaf, pasando una mano huesuda por las algas—. Sólo soy una
doncella completamente inocente con mi barriga llena de bebé. Son
los Baudelaire los que han tenido malas intenciones, junto con esa
impostora durmiendo en lo alto de esta biblioteca mojada.
—¿Biblioteca? —dijo Fletcher sorprendido—.
Nunca hemos tenido una biblioteca en la isla.
—Ishmael dijo que una biblioteca estaba
destinada a traer problemas —dijo Brewster—, así que hemos tenido
suerte de que un libro nunca haya llegado a nuestras costas.
—¿Lo ves? —dijo Olaf, con el vestido naranja
y amarillo susurrando en la brisa de la mañana—. Esa pérfida mujer
de ahí arriba ha arrastrado estos libros hasta vuestra colonia de
pobre gente primitiva, sólo con malas intenciones. ¡Y los
Baudelaire son amigos de ella! Ellos son los que deberíais
abandonar aquí, y yo debería ser bienvenido a Olaflandia y ser
recompensado.
—¡Esta isla no se llama Olaflandia! —gritó
Viernes—. ¡Y tú eres al que abandonamos!
—¡Esto es confuso! —gritó Omeros—.
¡Necesitamos al orientador para resolverlo!
—Omeros tiene razón —dijo Calypso—. No
deberíamos decidir nada hasta hablar con Ishmael. Vamos, llevemos
todos estos detritos a la carpa de Ishmael.
Los colonos asintieron con la cabeza, y unos
cuantos aldeanos caminaron juntos al cubo de libros y empezaron a
empujarlo a lo largo de la plataforma. Era un trabajo difícil, y el
cubo temblaba mientras era arrastrado por la superficie llena de
baches. Los Baudelaires vieron el pie de Kit balancearse
violentamente arriba y abajo y temieron que su amiga se
cayera.
—Parad —dijo Klaus—. No es seguro mover a
alguien que puede estar gravemente herido, particularmente si está
embarazada.
—Klaus tiene razón —dijo el doctor Kurtz—.
Recuerdo eso de mis días en la escuela de veterinaria.
—Si Mahoma no viene a la montaña —dijo Rabbi
Bligh, usando una expresión que los isleños entendieron enseguida—,
la montaña irá a Mahoma.
—Pero, ¿cómo podrá Ishmael venir hasta aquí?
—preguntó Erewhon—. No puede caminar toda esta distancia con su pie
herido.
—Las ovejas lo pueden arrastrar hasta aquí
—dijo Sherman—. Podemos poner su silla en el trineo. Viernes, tú
vigila a Olaf y a los Baudelaire, mientras el resto de nosotros va
a por el orientador.
—Y a por un poco más de cordial de coco
—dijo Madame Nordoff—. Estoy sedienta y mi concha está casi
vacía.
Hubo un murmullo de aprobación por parte de
los isleños, quienes empezaron a hacer su camino de vuelta hacia la
isla, llevando consigo todos los artículos que habían recolectado.
En unos minutos, los colonos no fueron más que formas tenues en el
horizonte brumoso, y los Baudelaire se quedaron a solas con el
Conde Olaf y con Viernes, que tomó un gran trago de su concha y
sonrió a los niños.
—No os preocupéis, Baudelaires —dijo la
chica, manteniendo una mano en el bulto que sobresalía de su bata—.
Lo resolveremos. Os prometo que este hombre terrible será
abandonado de una vez por todas.
—No soy un hombre —insistió Olaf con su voz
fingida—. Soy una dama con un bebé dentro.
—Mal disfraz —dijo Sunny.
—Mi hermana tiene razón —dijo Violet—. Tu
disfraz no funciona.
—Oh, no creo que queráis que deje de fingir
—dijo el villano. Seguía hablando con la ridícula voz chillona,
pero sus ojos brillaron con fuerza detrás de las tiras de algas. Se
llevó la mano a la espalda y sacó la pistola de arpones, con su
gatillo rojo brillante y un último arpón listo para ser disparado—.
Si fuera a decir que soy el Conde Olaf en vez de Kit Snicket,
debería empezar a comportarme como un villano, no como una persona
noble.
—Tú nunca te has comportado como una persona
noble —dijo Klaus—, no importa el nombre que hayas estado usando. Y
esa arma no nos da miedo. Sólo tienes un arpón, y esta isla está
llena de gente que sabe lo malvado y mal intencionado que
eres.
—Klaus tiene razón —dijo Viernes—. También
deberías dejar esa arma en el suelo. Es inútil en un sitio como
éste.
El Conde Olaf miró primero a Viernes, y
después a los tres Baudelaire, y abrió la boca como para decir otra
cosa pérfida con la voz fingida. Pero entonces cerró la boca de
nuevo, y bajó la vista hasta los charcos de la plataforma
costera.
—Estoy cansado de dar vueltas por aquí
—murmuró—. No hay nada que comer excepto algas y pescado crudo, y
todo lo valioso se lo han llevado esos tontos de las batas.
—Si no te comportaras tan horriblemente
—dijo Viernes—, podrías vivir en la isla.
Los Baudelaire se miraron unos a otros con
nerviosismo. Aunque parecía un poco cruel abandonar a Olaf en la
plataforma, no les gustaba la idea de que pudiera ser bienvenido en
la colonia. Viernes, por supuesto, no sabía la historia completa
del Conde Olaf, y sólo había experimentado su falta de amabilidad
una vez, el día que se encontró con él por primera vez, pero los
Baudelaire no le podían contar a Viernes la historia completa de
Olaf sin contarle la suya propia, y no sabían lo que Viernes
pensaría de su propia falta de amabilidad y de su perfidia.
El Conde Olaf miró a Viernes como si
estuviera reflexionando. Entonces, con una sonrisa sospechosa, se
volvió hacia los Baudelaire y les tendió la pistola de
arpones.
—Supongo que tenéis razón —dijo—. Esta
pistola de arpones es inútil en un sitio como éste —seguía hablando
con la voz fingida, y su mano acariciaba su falso embarazo como si
hubiese de verdad un bebé creciendo dentro de él.
Los Baudelaire miraron a Olaf y después al
arma. La última vez que los niños habían tocado la pistola de
arpones, el penúltimo arpón se había disparado y un hombre noble
llamado Dewey había resultado muerto. Violet, Klaus, y Sunny nunca
olvidarían la visión de Dewey hundiéndose en las aguas del estanque
mientras moría, y mirar al villano ofreciéndoles el arma sólo les
recordaba lo peligrosa y terrible que era el arma.
—No la queremos —dijo Violet.
—Obviamente este es uno de tus trucos —dijo
Klaus.
—No es ningún truco —dijo Olaf con su voz
chillona—. Estoy dejando mi vida villana, y quiero vivir con
vosotros en la isla. Lamento escuchar que no me creéis. Su cara
estaba seria, como si lamentara de verdad
escucharlo, pero sus ojos estaban brillantes y vivaces, como cuando
alguien cuenta un chiste.
—Trolero —dijo Sunny.
—Me insulta, señora —dijo Olaf—. Soy tan
honesto como largo es el día.
El villano estaba usando una expresión que
mucha gente utiliza a pesar de que apenas significa nada en
absoluto. Algunos días son largos, como en pleno verano, cuando el
sol brilla durante mucho tiempo, o el día de Halloween, que siempre
parece durar eternamente hasta que llega el momento de ponerse el
disfraz y pedirle caramelos a los desconocidos, y algunos días son
cortos, especialmente durante el invierno o cuando uno está
haciendo algo divertido, como leer un buen libro o seguir gente al
azar por la calle para ver a dónde van, y por eso si alguien es tan
honesto como largo es el día, puede que no sea honesto en absoluto.
A los niños les alivió el ver qué Viernes no era engañada por el
uso de Olaf de una expresión vaga, y le frunció el ceño al villano
con dureza.
—Los Baudelaire me dijeron que no eras de
fiar —dijo la niña—, y puedo comprobar que dijeron la verdad.
Quédate justo ahí, Olaf, hasta que los otros lleguen y decidamos
qué hacer contigo.
—No soy el Conde Olaf —dijo el Conde Olaf—,
pero mientras tanto, ¿podría tomar un trago del cordial de coco que
he oído mencionar?
—No —dijo Viernes, y le volvió la espalda al
vilano para mirar con nostalgia al cubo de libros—. Nunca había
visto un libro —confesó a los Baudelaire—. Espero que Ishmael
piense que es correcto mantenerlos aquí.
—¿Nunca has visto un libro? —dijo Violet
sorprendida—. ¿Sabes leer?
Viernes echó un rápido vistazo a la
plataforma costera, y asistió rápidamente con la cabeza.
—Sí —dijo—. Ishmael no cree que sea una
buena idea el enseñarnos, pero el profesor Fletcher no está de
acuerdo, y da clases secretas en la plataforma costera para
aquellos que hayamos nacido en la isla. De cuando en cuando,
practico dibujando el alfabeto en la arena con un palo, pero sin
una biblioteca no hay mucho que pueda hacer. Espero que Ishmael no
sugiera que dejemos a las ovejas arrastrar todos esos libros al
arboreto.
—Incluso si lo hace, no tenéis que tirarlos
—le recordó Klaus—. No os va a obligar.
—Lo sé —dijo Viernes con un suspiro—. Pero
cuando Ishmael sugiere algo, todo el mundo está de acuerdo, y es
difícil no sucumbir a ese tipo de presión social.
—Batidor —le recordó Sunny, y sacó la
herramienta de cocina de su bolsillo.
Viernes sonrió a la Baudelaire pequeña, pero
volvió a poner el artículo rápidamente en el bolsillo de
Sunny.
—Te dí ese batidor porque dijiste que
estabas interesada en la cocina —dijo—. Me parece una lástima el
negarte tu interés sólo porque Ishmael pueda pensar que un útil de
cocina no es apropiado. Me guardaréis el secreto, ¿verdad?
—Por supuesto —dijo Violet—, pero también es
una lástima el negar tu interés en la lectura.
—Quizás Ishmael no se oponga —dijo
Viernes.
—Quizás —dijo Klaus—, o quizás deberíamos
intentar hacer un poco de presión por nuestra parte.
—No quiero echarlo todo a pique —dijo
Viernes frunciendo el ceño—. Desde la muerte de mi padre, mi madre
ha querido que esté a salvo, que es por lo que dejó el mundo tan
atrás y decidió quedarse aquí en la isla. Pero a medida que me voy
haciendo mayor, parece que tengo cada vez más secretos. El profesor
Fletcher me enseñó en secreto a leer. Omeros me enseñó en secreto a
botar piedras en el mar, aún cuando Ishmael dice que es peligroso.
Le di a Sunny en secreto un batidor —metió la mano dentro de su
bata, y sonrió—. Y ahora tengo otro secreto, sólo para mí. Mirad lo
que encontré enroscado en un cajón de madera.
El Conde Olaf había estado mirando en
silencio a los niños, pero cuando Viernes reveló su secreto dejó
escapar un chillido incluso más alto que su voz fingida. Pero los
huérfanos Baudelaire no chillaron, aún cuando Viernes estaba
sujetando una cosa de aspecto espantoso, tan oscura como el carbón
mineral y tan gruesa como una tubería de alcantarilla, que se
desenroscó y se dirigió como una flecha hacia los tres niños. Aún
cuando la criatura abrió la boca, con el sol de la mañana
destellando en los afilados dientes, los Baudelaire no chillaron,
sino que se maravillaron una vez más de que su historia fuera en
contra de las expectativas.
—¡Increi! —gritó Sunny, y esto era cierto,
porque la enorme serpiente que estaba envolviendo a los Baudelaire
era, increíblemente, una criatura a la que no había visto durante
bastante tiempo y que pensaron que no volverían a ver en la
vida.
—¡Es la Víbora Increíblemente Mortal! —dijo
Klaus sorprendido—. ¿Cómo diantres ha acabado aquí?
—Ishmael dice que todo acaba por llegar a
las costas de esta isla alguna vez —dijo Violet—, pero nunca pensé
que volvería a ver a este reptil.
—¿Mortal? —preguntó nerviosamente Viernes—.
¿Es venenoso? A mí me parecía amistoso.
—Es amistoso —le
tranquilizó Klaus—. Es una de las criaturas menos mortales y más
amistosas del reino animal. Su nombre es un término
equivocado.
—¿Cómo puedes estar seguro? —preguntó
Viernes.
—Conocíamos al hombre que la descubrió —dijo
Violet—. Se llamaba doctor Montgomery Montgomery, y era un
herpetólogo brillante.
—Era un hombre maravilloso —dijo Klaus—. Lo
echamos mucho de menos.
Los Baudelaire abrazaron a la serpiente,
especialmente Sunny, quien le tenía un cariño especial al juguetón
reptil, y pensaron por un momento en el buen Tío Monty y en los
días que los niños habían pasado con él. Entonces, lentamente,
recordaron cómo habían acabado esos días, y se volvieron para mirar
al Conde Olaf, que había masacrado a Monty como parte de su pérfido
complot. El Conde Olaf frunció el ceño, y les devolvió la mirada.
Era extraño ver al villano simplemente allí de pie, temblando por
una serpiente, después de su plan criminal para tener a los
huérfanos en sus garras. Ahora, tan lejos el mundo, era como si
Olaf no tuviera garras, y sus planes criminales fueran tan inútiles
como la pistola de arpones que descansaba en sus manos.
—Siempre he querido conocer a un herpetólogo
—dijo Viernes, quien por supuesto no sabía toda la historia de
Monty y su asesinato—. La isla no tiene ningún experto en
serpientes. Hay tanto del mundo que me estoy perdiendo por vivir
aquí...
—El mundo es un lugar malvado —dijo el Conde
Olaf en voz baja, y ahora fueron los Baudelaire los que temblaron.
Incluso con el caluroso sol pegándoles fuerte, y el peso de la
Víbora Increíblemente Mortal en el regazo, los niños notaron frío
tras las palabras del villano, y todo el mundo se quedó en
silencio, mirando a los isleños aproximarse con las ovejas, que
tenían a Ishmael a remolque, una frase que aquí significa “a
cuestas en el trineo de detrás, sentado en su silla blanca como si
fuera un rey, con sus pies aún cubiertos con pedazos de arcilla y
su barba lanosa ondeando en el viento”. A medida que los colonos y
las ovejas se acercaban más y más, los niños pudieron ver que las
ovejas llevaban algo más a remolque, colocado en el trineo detrás
de la silla del orientador. Era la larga y vistosa jaula de pájaros
que había sido encontrada en la tormenta anterior, brillando con la
luz del sol como un pequeño fuego.
—Conde Olaf —dijo Ishmael con una voz
retumbante, tan pronto como llegó su silla. Miró fijamente al
villano con desprecio pero también con cuidado, como si estuviera
memorizando su cara.
—Ishmael —dijo el Conde Olaf, con el tono
falso.
—Llámame Ish —dijo Ishmael.
—Llámame Kit Snicket —dijo Olaf.
—No voy a llamarte nada —gruñó Ishmael—. Tu
reinado de perfidia se ha acabado, Olaf —con un movimiento rápido,
el orientador se inclinó hacia abajo y arrancó la peluca de algas
de la cabeza de Olaf—. Me han hablado de tus estratagemas y tus
disfraces, y no lo vamos a permitir. Serás encerrado
inmediatamente.
Jonah y Sadie bajaron la jaula de pájaros
del trineo, la dejaron en el suelo, y le abrieron la puerta,
mirando de modo significativo a Olaf. Tras un gesto de Ishmael,
Weyden y la señora Marlow dieron un paso hacia el villano, le
arrancaron la pistola de arpones de las manos, y lo arrastraron
hasta la jaula del pájaro, mientras los huérfanos Baudelaire se
miraban unos a otros, inseguros de cómo sentirse exactamente. Por
un lado, parecía como si los niños hubieran estadio esperando toda
la vida a que alguien pronunciase exactamente las palabras que
Ishmael había pronunciado, y estaban ansiosos de que Olaf fuera al
fin castigado por sus horribles actos, desde su reciente secuestro
de Justicia Strauss hasta la vez, hacía mucho, en la que había
encerrado a Sunny en una jaula de pájaros y la había dejado
colgando de la ventana de su torre. Pero no estaban convencidos de
que el Conde Olaf debiera ser encerrado también en una jaula, aún
en una jaula tan grande como la que había llegado hasta las costas.
No estaba claro para los niños si lo que estaba ocurriendo en ese
momento, en la plataforma costera, era la llegada de la justicia al
fin, o sólo otra catastrófica desdicha. A través de su historia,
los Baudelaire siempre habían tenido la esperanza de que el Conde
Olaf acabara en manos de las autoridades, y que fuera castigado por
el Tribunal Supremo después de un juicio. Pero los miembros del
Tribunal Supremo habían resultado ser tan corruptos y siniestros
como el mismo Olaf, y las autoridades estaban muy, muy lejos de la
isla, buscando a los Baudelaire para acusarlos de incendio
provocado y asesinato. Era difícil de decir, a tanta distancia del
mundo, cómo se sentían los tres niños con respecto al Conde Olaf
siendo arrastrado al interior de una jaula de pájaros, pero como a
menudo es el caso, no importaba cómo se sintieran los niños, porque
iba a suceder de todos modos.
Weyden y la señora Marlow arrastraron al
villano que luchaba hasta la puerta de la jaula de pájaros y lo
obligaron a hundirse dentro. Él gruñó, y puso los brazos alrededor
de su falso embarazo, y dejó descansar la cabeza sobre las
rodillas, y encorvó la espalda, y los hermanos Bellamy cerraron la
puerta de la jaula y le echaron el pestillo. El villano cabía en la
jaula, pero con dificultad, y tenías que mirar de cerca para ver
que el lío de miembros y pelo y ropa amarilla y naranja era una
persona.
—Esto no es justo —dijo Olaf. Su voz salió
apagada del interior de la jaula, aunque los niños se dieron cuenta
de que seguía usando un tono chillón, como si no pudiera evitar el
fingir ser Kit Snicket.
—Soy una inocente mujer embarazada, y estos
niños son los verdaderos villanos. No habéis oído toda la
historia.
—Depende de cómo se mire —dijo Ishmael con
firmeza—. Viernes me dijo que no eras amable, y es todo lo que
necesitamos oír. ¡Y esta peluca de algas es todo lo que necesitamos
ver!
—Ishmael tiene razón —dijo la señora Caliban
con firmeza—. ¡No has sido otra cosa que una pérfida persona, Olaf,
y los Baudelaire no han sido otra cosa que unas buenas
personas!
—Unas buenas personas —repitió Olaf—. ¡Ja!
¿Por qué no miráis en el interior de los bolsillos del bebé si
pensáis que es tan buena? ¡Está escondiendo un instrumento de
cocina que una de tus queridas colonas le dio!