Capítulo 11

QUIZÁS una noche, cuando eras muy pequeño, alguien se metió en tu cama y te leyó una historia llamada La Pequeña Locomotora Que Sí Pudo y si es así tienes mis más profundas simpatías, ya que es una de las historias más aburridas de la Tierra. La historia probablemente te durmiera inmediatamente, que es la razón por la que se lee a los niños, así que te recordaré que la historia va de la locomotora de un tren que por alguna razón tiene la habilidad de pensar y de hablar. Alguien le pide a la Pequeña Locomotora Que Sí Pudo que haga una difícil tarea que es demasiado aburrida para que te la describa, y la locomotora no está segura de que pueda lograrlo, pero empieza a murmurar para sí misma —Creo que puedo, creo que puedo, creo que puedo— y en poco tiempo había murmurado su camino hacia el éxito. La moraleja de la historia es que si te dices a ti mismo que puedes hacer algo, entonces puedes realmente hacerlo, una moraleja que se puede refutar fácilmente si te dices a ti mismo que puedes comer cinco litros de helado de una sola sentada, o que puedes hacerte naufragar a ti mismo en una isla lejana simplemente partiendo de una canoa alquilada con agujeros serrados en el fondo.
Sólo menciono la historia de la Pequeña Locomotora Que Sí Pudo para que cuando digo que los huérfanos Baudelaire, cuando dejaban el arboreto con Ishmael y se dirigían de vuelta a la colonia de la isla, estaban a bordo de la Pequeña Locomotora Que No Pudo, entiendas lo que quiero decir. Por un lado, los niños estaban siendo arrastrados de vuelta a la carpa de Ishmael en el largo trineo de madera, conducido por Ishamel desde su enorme silla de barro y arrastrado por las ovejas salvajes de la isla, y si alguna vez te has preguntado por qué los coches de caballo y los trineos tirados por perros son maneras mucho más habituales de viajar que los trineos arrastrados por ovejas, es porque las ovejas no son apropiadas para ser empleadas en la industria del transporte. Las ovejas serpenteaban y se desviaban, merodeaban y deambulaban, y de vez en cuando se paraban a mordisquear hierba salvaje o simplemente a aspirar el aire de la mañana, e Ishmael intentaba convencer a las ovejas de que fueran más rápido utilizando sus habilidades de orientador, en vez de procedimientos estándar de pastoreo.
—No quiero obligaros —decía una y otra vez—, pero quizás podríais un poco más rápido, ovejas —y las ovejas se limitaban a mirar inexpresivamente al anciano y a seguir caminado lentamente.
Pero los huérfanos Baudelaire estaban a bordo de la Pequeña Locomotora Que No Pudo no sólo por la languidez —una palabra que aquí significa “incapacidad para empujar una largo trineo de madera a un ritmo razonable”— de las ovejas, sino porque sus propios pensamientos no les incitaban a la acción. Al contrario que la locomotora de la aburrida historia, no importaba lo que Violet, Klaus y Sunny se dijeran a sí mismos: no podían imaginar una solución exitosa para sus dificultades. Los niños intentaban decirse a sí mismos que harían lo que Ishmael había sugerido, y llevarían una vida a salvo en la colonia, pero no podían imaginarse abandonando a Kit Snicket en la plataforma costera, o dejarla volver al mundo para ver que se hacía justicia sin acompañarla en su noble misión. Los hermanos intentaron decirse a sí mismos que obedecerían los deseos de sus padres, y permanecerían protegidos de su desdichada historia, pero no creían que pudieran mantenerse alejados del arboreto, o de leer lo que sus padres habían escrito en el enorme libro. Los Baudelaire trataron de decirse a sí mismos que se unirían a Erewhon y Finn en el motín durante el desayuno, pero no podían imaginarse amenazando al orientador y a sus partidarios con armas, en especial porque no habían traído ninguna del arboreto. Intentaron decirse a sí mismos que al menos deberían estar contentos de que el Conde Olaf no fuera una amenaza, pero no podían terminar de aprobar que estuviera encerrado en una jaula de pájaros, y se estremecían al pensar en el hongo escondido en su vestido y en el plan escondido en su cabeza. Y, durante todo el viaje a lo largo del montículo y de vuelta a la playa, los niños intentaron decirse a sí mismos que todo estaba bien, pero por supuesto no todo estaba bien. Todo estaba mal, y Violet, Klaus y Sunny no sabían cómo un lugar a salvo, lejos de la perfidia del mundo, se había vuelto tan peligroso y complicado en el mismo momento en el que habían llegado. Los huérfanos Baudelaire se sentaron en el trineo, mirando fijamente a los pies cubiertos de arcilla de Ishmael, y no importaba cuántas veces pensaron que podían, pensaron que podían, pensaron que podían pensar en un final para todos sus problemas, sabían que simplemente no era el caso.
Sea como sea, las ovejas arrastraron finalmente el trineo a lo largo de las arenas blancas de la playa y a través de la entrada de la enorme carpa. Una vez más, el lugar estaba a rebosar, pero los isleños reunidos estaban en medio de un rifirrafe, una palabra para “discusión” que es mucho menos bonita de lo que suena. A pesar de la presencia de un opiáceo en las conchas que colgaban de la cintura de cada colono, los isleños no estaban en absoluto somnolientos e inactivos. Alonso estaba agarrando del brazo a Willa, quien chillaba con disgusto mientras pisaba el pie del Doctor Kurtz. La cara de Sherman estaba incluso más roja de lo normal cuando lanzaba arena a la cara del señor Pitcairn, quien parecía estar intentando morder el dedo de Brewster.
El profesor Fletcher estaba gritando a Ariel, y la señorita Marlow estaba pisoteando a Calypso, y Madame Nordoff y Rabbi Bligh parecían listos para empezar a luchar en la arena. Byam retorcía su bigote mientras miraba a Ferdinand, mientras Robinson tiraba de su barba mirando a Larsen y Weyden parecía arrancarse su pelo rojo sin motivo en absoluto. Jonah y Sadie Bellamy estaban discutiendo cara a cara, mientras Viernes y la señora Caliban estaban dándose la espalda como si no fueran a volver a hablarse nunca más, y durante todo ese tiempo Omeros permaneció cerca de la silla de Ishmael con las manos sospechosamente escondidas tras la espalda. Mientras Ishmael miraba boquiabierto a los isleños, los tres niños se bajaron del trineo y caminaron rápidamente hacia Erewhon y Finn, quienes les miraban expectantes.
—¿Dónde estabais? —dijo Finn—. Esperamos tanto como pudimos a que volvierais, pero tuvimos que dejar atrás a vuestra amiga y empezar el motín.
—¿Habéis dejado sola a Kit ahí fuera? —dijo Violet—. Prometisteis que os quedaríais con ella.
—Y vosotros nos prometisteis armas —dijo Erewhon—. ¿Dónde están, Baudelaires?
—No tenemos ninguna —admitió Klaus—. Ishmael estaba en el arboreto.
—El Conde Olaf tenía razón —dijo Erewhon—. Nos habéis fallado, Baudelaires.
—¿Qué quieres decir, “el Conde Olaf tenía razón”? —demandó Violet.
—¿Qué quieres decir, “Ishmael estaba en el arboreto”? —demandó Finn.
—¿Qué quieres decir, qué quiero decir? —demandó Erewhon.
—¿Qué quieres decir qué quieres decir qué quiero decir? —demandó Sunny.
—¡Por favor, todo el mundo! —gritó Ishmael desde su silla de arcilla—. ¡Sugiero que todos tomemos unos tragos de cordial y discutamos esto cordialmente!
—Estoy cansado de beber cordial —dijo el profesor Fletcher—, y estoy cansado de tus sugerencias, Ishmael!
—Llámame Ish —dijo el orientador.
—¡Te estoy llamando un mal orientador! —replicó Calypso.
—¡Por favor, todo el mundo! —gritó Ishmael de nuevo, con un nervioso tirón de su barba—. ¿De qué va todo este rifirrafe?
—Te diré de qué va —dijo Alonso—. Llegué a estas costas hace muchos años, después de soportar una terrible tormenta y un horrible escándalo político.
—¿Y qué? —preguntó Rabbi Bligh—. Todo el mundo acaba por llegar a estas costas alguna vez.
—Quería dejar atrás mi desdichada historia —dijo Alonso—, y vivir una vida pacífica lejos de problemas. Pero ahora hay algunos colonos hablando de amotinarse. ¡Si no tenemos cuidado, esta isla se volverá tan pérfida como el resto del mundo!
—¿Amotinarse? —dijo Ishmael con horror—. ¿Quién se atreve a hablar de amotinarse?
—Yo me atrevo —dijo Erewhon—. Estoy cansada de tu orientación, Ishmael. Llegué a esta isla después de vivir en otra isla incluso más alejada. Estaba cansada de una vida pacífica, y lista para la aventura. ¡Pero siempre que llega algo excitante a esta isla, inmediatamente haces que lo tiren en el arboreto!
—Depende de cómo se mire —protestó Ishmael—. No obligo a nadie a tirar nada.
—¡Ishmael tiene razón! —gritó Ariel—. ¡Algunos de nosotros hemos tenido suficiente aventura para el resto de nuestras vidas! ¡Llegué a estas costas después de escapar de prisión, donde me disfracé de jovencito durante años! ¡He permanecido aquí por mi propia seguridad, no para participar en más planes peligrosos!
—¡Entonces deberías unirte a nuestro motín! —gritó Sherman—. ¡No se puede confiar en Ishmael! ¡Abandonamos a los Baudelaires en la plataforma costera, y ahora los trae de vuelta!
—¡Los Baudelaire nunca deberían haber sido abandonados, para empezar! —dijo la señorita Marlow—. ¡Lo único que querían era ayudar a su amiga!
—Su amiga es sospechosa —demandó el señor Pitcairn—. Llegó en una balsa de libros.
—¿Y qué? —dijo Weyden—. Yo misma llegué en una balsa de libros.
—Pero los abandonaste —apuntó el profesor Fletcher.
—¡Ella no hizo nada de eso! —gritó Larsen—. ¡La ayudaste a esconderlos, para que tú pudieras obligar a esos niños a leer!
—¡Queríamos aprender a leer! —insistió Viernes.
—¿Tú lees? —preguntó la señora Caliban con asombro.
—¡No deberías leer! —gritó Madame Nordoff.
—¡Bueno, tú no deberías cantar a la tirolesa! —gritó el doctor Kurtz.
—¿Cantas a la tirolesa? —preguntó Rabbi Bligh con sorpresa—. ¡Quizás debamos tener un motín después de todo!
—¡Cantar a la tirolesa es mejor que llevar una linterna! —gritó Jonah, apuntando a Finn acusatoriamente.
—¡Llevar una linterna es mejor que esconder una cesta de picnic! —gritó Sadie, apuntando a Erewhon.
—¡Esconder una cesta de picnic es mejor que guardarse un batidor en el bolsillo! —dijo Erewhon, apuntando a Sunny.
—¡Estos secretos nos destruirán! —dijo Ariel—. ¡Se supone que la vida aquí es simple!
—No hay nada malo en una vida complicada —dijo Byam—. Viví una vida simple como marinero durante muchos años, y me aburría hasta las lágrimas antes de naufragar.
—¿Aburrirte hasta las lágrimas? —preguntó Viernes con asombro—. Lo único que quiero es la vida simple que mi madre y mi padre tenían juntos, sin discutir o mantener secretos.
—Es suficiente —dijo Ishmael con rapidez—. Sugiero que dejemos de discutir.
—¡Sugiero que sigamos discutiendo! —gritó Erewhon.
—¡Sugiero que abandonemos a Ishmael y a sus partidarios! —gritó el profesor Fletcher.
—¡Sugiero que abandonemos a los amotinados! —gritó Calypso.
—¡Sugiero mejor comida! —gritó otro isleño.
—¡Sugiero más cordial! —gritó otro.
—¡Sugiero una bata más atractiva!
—¡Sugiero una verdadera casa en vez de una tienda!
—¡Sugiero agua dulce!
—¡Sugiero comer manzanas amargas!
—¡Sugiero que talemos el manzano!
—¡Sugiero que quememos la canoa!
—¡Sugiero un espectáculo de talentos!
—¡Sugiero leer un libro!
—¡Sugiero que quememos todos los libros!
—¡Sugiero cantar a la tirolesa!
—¡Sugiero prohibir el canto a la tirolesa!
—¡Sugiero un lugar seguro!
—¡Sugiero una vida complicada!
—¡Sugiero que depende de cómo se mire!
—¡Sugiero justicia!
—¡Sugiero desayunar!
—¡Sugiero que nos quedemos y vosotros os marchéis!
—¡Sugiero que os quedéis y nosotros nos marchemos!
—¡Sugiero que volvamos a Winnipeg!
Los Baudelaire se miraron unos a otros con desesperación a medida que el motín cismático se abría paso a través de la colonia. Las conchas colgaban abiertas de las cinturas de los isleños, pero no había una evidente cordialidad cuando los isleños se volvieron unos contra otros con furia, aún cuando eran amigos, o miembros de la misma familia, o compartían una historia o una organización secreta. Los hermanos habían visto muchedumbres furiosas antes, desde luego, desde la psicología de masas de los ciudadanos de la Villa de la Fabulosa Desbandada hasta la justicia ciega del juicio en el Hotel Denouement, pero nunca habían visto a una comunidad dividirse tan de repente y tan completamente. Violet, Klaus, y Sunny observaron el cisma desplegarse y pudieron imaginarse cómo debían haber sido los otros cismas, desde el cisma que dividió a V.F.D., hasta el cisma que condujo a sus padres a irse de esta misma isla, y hasta todos los otros cismas en la triste historia del mundo, con cada persona sugiriendo algo diferente, cada historia como una capa de cebolla, y cada catastrófica desdicha como un capítulo en un libro enorme. Los Baudelaire observaron el terrible rifirrafe y se preguntaron cómo habían podido esperar que la isla fuera un lugar seguro, lejos de la perfidia del mundo, cuando toda traición acababa por llegar a sus costas alguna vez, como náufragos arrojados por una tormenta en el mar, y dividía a la gente que vivía allí. Las voces de los isleños crecieron más y más, con cada uno sugiriendo algo pero nadie escuchando las sugerencias del otro, hasta que el cisma era un rugido ensordecedor que fue roto finalmente por la voz más fuerte de todas.
—¡SILENCIO! —bramó una figura que entró en la carpa, y los isleños dejaron de hablar inmediatamente, y se quedaron mirando con sorpresa a la persona que les miraba enfurecida y que llevaba un vestido largo que tenía un bulto en la tripa.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó boquiabierto alguien desde el fondo de la tienda—. ¡Te abandonamos en la plataforma costera!
La figura dio una zancada hasta el centro de la carpa, y lamento decirte que no era Kit Snicket, quien llevaba todavía un vestido largo que tenía un bulto en la tripa en lo alto de la balsa de libros, sino el Conde Olaf, cuya tripa sobresaliente, por supuesto, era el casco de buceo que contenía el Medusoid Mycelium, y cuyo vestido naranja y amarillo fue reconocido de repente por los Baudelaire como el que llevaba Esmé Miseria en lo alto de las Montañas Mortmain, una cosa espantosa hecha para parecer un fuego enorme, y que de alguna forma había acabado en las costas de la isla como todo lo demás. Mientras Olaf hacía una pausa para dirigir a los hermanos una sonrisa especialmente malvada, los niños intentaron imaginarse la historia secreta del vestido de Esmé, y cómo, al igual que el anillo que Violet todavía llevaba en la mano, había vuelto a la historia de los Baudelaire después de todo ese tiempo.
—No podéis abandonarme —gruñó el villano a los isleños—. Soy el rey de Olaflandia.
—Esto no es Olaflandia —dijo Ishmael, con un tirón severo de su barba—, y tú no eres un rey, Olaf.
El Conde Olaf echó la cabeza hacia atrás y se rió, su vestido a jirones temblando de júbilo, una frase que aquí significa “haciendo unos desagradables y crujientes sonidos”. Con una sonrisa despectiva, apuntó a Ishmael, quien seguía sentado en la silla.
—Oh, Ish —dijo, con los ojos brillando con viveza—. Te dije hace muchos años que triunfaría sobre ti algún día, y al fin ese día ha llegado. Mi asociado con nombre de día de la semana me dijo que todavía te estabas escondiendo en esta isla, y...
—Jueves —dijo la señora Caliban.
Olaf frunció el ceño, y parpadeó a la pecosa mujer.
—No —dijo—. Lunes. Estaba intentando chantajear a un anciano que estaba envuelto en un escándalo político.
—Gonzalo —dijo Alonso.
Olaf frunció el ceño de nuevo.
—No —dijo—. Habíamos ido a observar pájaros, este anciano y yo, cuando decidimos robar una goleta que pertenecía a...
—Humphrey —dijo Weyden.
—No —dijo Olaf frunciendo el ceño de nuevo—. Había una discusión sobre su nombre, en realidad, ya que un bebé adoptado por sus hijos huérfanos llevaba el mismo nombre.
—Bertrand —dijo Omeros.
—No —dijo Olaf, frunciendo el ceño incluso una vez más—. Los papeles de adopción estaban escondidos en el sombrero de un banquero que había sido promovido a Vicepresidente para Asuntos de Orfandad.
—¿El señor Poe? —preguntó Sadie.
—Sí —dijo Olaf frunciendo el ceño—, aunque en esa época era más conocido por su nombre artístico. Pero no estoy aquí para discutir el pasado. Estoy aquí para discutir el futuro. ¡Tus isleños amotinados me dejaron salir de esta jaula, Ishmael, para obligarte a salir de la isla y para coronarme como rey!
—¿Rey? —dijo Erewhon—. Ese no era el plan, Olaf.
—Si quieres vivir, vieja —dijo Olaf rudamente—, te sugiero que hagas lo que yo diga.
—¿Ya nos estás dando sugerencias? —dijo Brewster con incredulidad—. Eres como Ishmael, aunque tu vestimenta es más bonita.
—Gracias —dijo el Conde Olaf, con una sonrisa malvada—, pero hay otra diferencia importante entre yo y este estúpido orientador.
—¿Tu tatuaje? —conjeturó Viernes.
—No —dijo el Conde Olaf, frunciendo el ceño—. Si lavarais el barro de los pies de Ishmael, veríais que tiene el mismo tatuaje que yo.
—¿El lápiz de ojos? —conjeturó Madame Nordoff.
—No —dijo el Conde Olaf con dureza—. La diferencia es que Ishmael no está armado. Abandonó sus armas hace mucho tiempo, durante el cisma del V.F.D., rechazando el uso de la violencia de cualquier clase. Pero hoy, todos veréis lo tonto que es —hizo una pausa, y pasó sus sucias manos por la sobresaliente tripa antes de volverse hacia el orientador, quien estaba tomando algo de las manos de Omeros—. Tengo la única arma que puede amenazaros a tí y a tus partidarios —presumió—. Soy el rey de Olaflandia, y no hay nada que ni tú ni tus ovejas podáis hacer al respecto.
—No estés tan seguro de eso —dijo Ishmael, y alzó un objeto en el aire para que todo el mundo pudiera verlo. Era la pistola de arpones que había llegado a la costa con Olaf y los Baudelaires, después de ser usada para disparar a los cuervos en el Hotel Denouement, y a la casa móvil autosuficiente en la Villa de la Fabulosa Desbandada, y en una máquina de algodón de azúcar en una feria del condado cuando los padres de los Baudelaire eran muy, muy jóvenes. Ahora el arma estaba añadiendo otro capítulo de su historia secreta, y estaba apuntando directamente al Conde Olaf—. Tenía a Omeros guardando esta arma a la mano —dijo Ishmael—, en vez de arrojarla al arboreto, porque pensé que podrías escaparte de la jaula, Conde Olaf, tal y como yo escapé de la jaula en la que tú me pusiste cuando prendiste fuego a mi casa.
—Yo no prendí ese fuego —dijo el Conde Olaf, con los ojos brillando con viveza.
—He tenido suficiente de tus mentiras —dijo Ishmael, y se levantó de su silla. Dándose cuenta de que los pies del orientador no estaban dañados después de todo, los isleños ahogaron un grito de sorpresa, lo que requiere una gran inspiración de aire, algo peligroso de hacer si las esporas de un hongo mortal están en el aire—. Voy a hacer lo que debería haber hecho hace años, Olaf, y te voy a matar. ¡Voy a disparar esta pistola de arpones directamente en esa tripa sobresaliente tuya!
—¡No! —gritaron los Baudelaire al unísono, pero incluso las voces combinadas de los tres niños no fueron tan fuertes como la risa villana del Conde Olaf, y el orientador no llegó a oír el grito de los niños cuando apretó el gatillo rojo de su terrible arma. Los niños oyeron un ¡clic! y después un ¡buuush! cuando la pistola de arpones fue disparada, y entonces, cuando alcanzó al Conde Olaf justo donde Ismael había prometido, oyeron el ruido del cristal rompiéndose, y el Medusoid Mycelium, con su propia historia secreta de traición y violencia, era libre al fin de circular en el aire, aún en este lugar seguro tan lejos del mundo. Todo el mundo en la carpa se quedó boquiabierto... isleños y colonos, hombres y mujeres, niños y huérfanos, voluntarios y villanos y todo el mundo en medio. Todo el mundo respiró las esporas del hongo mortal mientras el Conde Olaf se venía abajo en la arena, todavía riendo aún cuando él también estaba boquiabierto, y en un instante el cisma de la isla se había terminado, porque todo el mundo en ese sitio —incluyendo, por supuesto, a los huérfanos Baudelaire— era de repente parte de la misma catastrófica desdicha.