Capítulo 12
ES algo curioso, pero a medida que uno
viaja por el mundo haciéndose cada vez más mayor, parece que es más
fácil acostumbrarse a la felicidad que a la desesperación. La
segunda vez que tomas gaseosa con helado, por ejemplo, la felicidad
que experimentas mientras saboreas el delicioso brebaje puede que
no sea tan grande como la que tuviste la
primera vez que probaste la gaseosa con
helado, y la décimo segunda vez tu felicidad puede ser todavía
menos grande, hasta que la gaseosa con helado empieza a dejar de
ofrecerte algo de felicidad en absoluto, porque te has acostumbrado
al sabor del helado de vainilla y de la gaseosa mezclados. Sin
embargo, la segunda vez que encuentras una chincheta en tu gaseosa
con helado, tu desesperación es mucho más grande que la primera
vez, cuando identificaste la chincheta como un raro accidente en
vez de como parte del plan del imbécil de la soda, una frase que
aquí significa “el empleado de la tienda de helado que está
intentando dañar tu lengua”, y la décimo segunda vez que encuentras
una chincheta tu desesperación es todavía mayor, hasta que apenas
puedes pronunciar la frase “gaseosa con helado” sin romper a
llorar. Es casi como si la felicidad fuese un gusto adquirido, como
el cordial de coco o como el ceviche, a los que puedes acabar
acostumbrándote, pero la desesperación es algo sorprendente cada
vez que te la encuentras. Cuando el cristal se rompió en la carpa,
los huérfanos Baudelaire se quedaron quietos y miraron fijamente a
la figura en pie de Ishmael, pero aún cuando sintieron al Medusoid
Mycelium fluir dentro de sus cuerpos, cada diminuta espora como la
pisada de una hormiga bajando por sus gargantas, no podían creer
que su propia historia contuviera tanta desesperación una vez más,
o que algo tan terrible hubiera pasado.
—¿Qué ha pasado? —gritó Viernes—. ¡He oído
cristal rompiéndose!
—No importa el cristal roto —dijo Erewhon—.
¡He sentido algo en la garganta, como una semilla diminuta!
—No importa tu garganta llena de semillas
—dijo Finn—. ¡Veo a Ishmael levantado sobre sus propios pies!
El Conde Olaf cacareó desde la blanca arena
donde yacía. Con un gesto dramático se arrancó el arpón de la
mezcla de casco de buceo roto y jirones de vestido de su estómago,
y lo lanzó a los pies de barro de Ishmael—. El sonido que habéis
oído era un casco de buceo haciéndose añicos —se burló—. ¡Las
semillas que habéis notado en la garganta son las esporas del
Medusoid Mycelium, y el hombre que está levantado sobre sus propios
pies es el que os ha matado a todos!
—¿El Medusoid Mycelium? —repitió Ishmael con
incredulidad, y los isleños sofocaron un grito de nuevo—. ¿En estas
costas? ¡No puede ser! ¡Me he pasado toda la vida intentando
mantener la isla a salvo para siempre de ese terrible hongo!
—Nada está a salvo para siempre, gracias al
cielo —dijo el Conde Olaf—, y tú de todas las personas deberías
saber que todo acaba por llegar a estas costas alguna vez. La
familia Baudelaire ha vuelto finalmente a esta isla después de que
los echaras años atrás, y ellos han traído el Medusoid Mycelium con
ellos.
Los ojos de Ishmael se abrieron de par en
par, y el hombre saltó desde el borde del trineo para enfrentarse a
los huérfanos Baudelaire. Cuando sus pies aterrizaron en el suelo,
la arcilla se quebró y se desprendió, y los niños pudieron ver que
el orientador tenía el tatuaje de un ojo en el tobillo izquierdo,
tal y como el Conde Olaf había dicho.
—¿Vosotros habéis
traído el Medusoid Mycelium? —preguntó—. ¿Teníais un hongo mortal
todo este tiempo, y lo mantuvisteis en secreto?
—¡Tú eres el más adecuado para hablar de
mantener secretos! —dijo Alonso.
—¡Mira tus pies sanos, Ishmael! ¡Tú
deshonestidad es la raíz del problema!
—¡Los amotinados son la raíz del problema!
—gritó Ariel—. ¡Si no hubieran dejado salir al Conde Olaf de la
jaula, esto no habría pasado!
—Depende de cómo se mire —dijo el profesor
Fletcher—. En mi opinión, todos nosotros somos la raíz del
problema. ¡Si no hubiéramos encerrado al Conde Olaf en la jaula,
nunca nos hubiera amenazado!
—Somos la raíz del problema porque fallamos
en encontrar el casco de buceo —dijo Ferdinand—. ¡Si la hubiéramos
recuperado durante la recolección de la tormenta, las ovejas la
hubieran arrastrado hasta el arboreto y hubiéramos estado a
salvo!
—Omeros es la raíz del problema —dijo el
doctor Kurtz, apuntando al chico—. ¡Él es el que le dio a Ishmael
la pistola de arpones en vez de tirarla al arboreto!
—¡Es el Conde Olaf el que es la raíz del
problema! —gritó Larsen—. ¡Él es el que trajo el hongo a la
carpa!
—Yo no soy la raíz del problema —gruñó el
Conde Olaf, e hizo una pausa para toser con fuerza antes de
continuar—. ¡Soy el rey de la isla!
—No importa si eres rey o no —dijo Violet—.
Has respirado el hongo al igual que el resto.
—Violet tiene razón —dijo Klaus—. No tenemos
tiempo de quedarnos aquí discutiendo —aún sin su libro común, Klaus
pudo recitar un poema sobre el hongo que Fiona le había recitado
por primera vez poco antes de romperle el corazón—. “Tal poder sombrío tiene una sola espora / Que puedes
morir en el plazo de una hora.” —dijo—. Si no dejamos de
pelearnos y trabajamos juntos, acabaremos todos muertos.
La carpa se llenó de aullidos, una frase que
aquí significa “el sonido de isleños en pánico”.
—¿Muertos? —chilló Madame Nordoff—. ¡Nadie
dijo que el hongo fuera mortal! ¡Pensé que estábamos siendo
meramente amenazados con comida prohibida!
—¡No me quedé en esta isla para morir!
—gritó la señorita Marlow—. ¡Podría haber muerto en casa!
—Nadie va a morir —anunció Ishmael a la
muchedumbre.
—Depende de cómo se mire —dijo Rabbi Bligh—.
Todos vamos a acabar muriendo.
—No si seguís mis sugerencias —insistió
Ishmael—. Ahora, para empezar, sugiero que todo el mundo tome un
buen gran trago de sus conchas. El cordial acabará con el hongo en
vuestras gargantas.
—¡No, no lo hará! —gritó Violet—. ¡La leche
de coco fermentada no tiene ningún efecto sobre el Medusoid
Mycelium!
—Puede ser —dijo Ishmael—, pero al menos nos
sentiremos un poco más calmados.
—Quieres decir somnolientos e inactivos
—corrigió Klaus—. El cordial es un opiáceo.
—No hay nada malo en la cordialidad —dijo
Ishmael—. Sugiero que pasemos unos cuantos minutos discutiendo
nuestra situación de manera cordial. Podemos decidir cuál es la
raíz del problema, y llegar a una solución que nos convenga.
—Eso suena razonable —admitió Calypso.
—¡Trahison des clercs! —gritó Sunny, lo que
significaba “¡Os estáis olvidando de la rápida acción del
hongo!”.
—Sunny tiene razón —dijo Klaus—.
¡Necesitamos encontrar una solución ahora, no quedarnos sentados
hablando de bebidas!
—La solución está en el arboreto —dijo
Violet—, y en el espacio secreto debajo de las raíces del
manzanero.
—¿Espacio secreto? —dijo Sherman—. ¿Qué
espacio secreto?
—Hay una biblioteca ahí abajo —dijo Klaus, y
la muchedumbre empezó a murmurar con asombro—, que tiene
catalogados todos los objetos que han sido arrojados a estas costas
y todas las historias que contaban esos objetos.
—Y cocina —añadió Sunny—. Quizás rábano
picante.
—El rábano picante es una forma de diluir el
veneno —explicó Violet, y recitó el resto del poema que los niños
había oído a bordo del Queequeg—.
“¿Es simple la disolución? Por supuesto / Sólo
una pequeña dosis de raíz picante.” —miró a su alrededor a las
caras asustadas de los isleños—. La cocina bajo el manzano puede
que tenga rábano picante —dijo—. Podemos salvarnos si nos damos
prisa.
—Están mintiendo —dijo Ishmael—. No hay nada
en el arboreto aparte de basura, y no hay nada bajo el manzano
aparte de suciedad. Los Baudelaire están intentando
engañaros.
—No estamos intentando engañar a nadie —dijo
Klaus—. Intentamos salvar a todo el mundo.
—Los Baudelaire sabían que el Medusoid
Mycelium estaba aquí —apuntó Ishmael—, y no nos lo dijeron. No
podéis confiar en ellos, pero podéis confiar en mí, y yo sugiero
que nos sentemos y bebamos nuestro cordial.
—Razoo —dijo Sunny, lo que significaba “Tú
eres en el que no se debe confiar”, pero en vez de traducir, sus
hermanos se acercaron a Ishmael para poder hablar con él
relativamente en privado.
—¿Por qué estás haciendo esto? —preguntó
Violet—. Si te quedas aquí sentado bebiendo cordial, estás
perdido.
—Todos hemos inhalado el veneno —dijo
Klaus—. Estamos todos en el mismo barco.
Ishmael alzó las cejas, y dirigió a los
niños una sombría sonrisa.
—Ya lo veremos —dijo—. Ahora salid de mi
tienda.
—Pirémonos —dijo Sunny, lo que significaba
“Más vale que nos demos prisa”, y sus hermanos asintieron. Los
huérfanos Baudelaire dejaron la carpa rápidamente, mirando hacia
atrás para echar un último vistazo a los preocupados isleños, al
orientador ceñudo, y al Conde Olaf, que seguía echado en la arena
agarrándose la barriga, como si el arpón no hubiera sólo destruido
el casco de buceo, sino que también lo hubiera herido.
Violet, Klaus, y Sunny no viajaron de vuelta
al lado más alejado de la isla en el trineo arrastrado por las
ovejas, pero incluso mientras se apresuraban hacia el montículo, se
sintieron como si estuvieran a bordo de la Pequeña Locomotora Que No Pudo, no solo por la
naturaleza desesperada de su misión, sino también por el veneno que
sentían abriéndose su malvado paso a través de los sistemas de los
Baudelaire. Violet y Klaus aprendieron lo que su hermana había
pasado bajo la superficie del océano, cuando Sunny casi había
perecido a causa del veneno mortal del hongo, y Sunny recibió un
curso de actualización, una frase que aquí significa “otra
oportunidad para sentir los pies y sombreros del Medusoid Mycelium
empezando a brotar en su pequeña garganta”. Los niños tuvieron que
parar varias veces para toser, ya que el crecimiento del hongo
hacía difícil la respiración, y para cuando estuvieron bajo las
ramas del manzano, los huérfanos Baudelaire estaban resollando
pesadamente bajo el sol de la tarde.
—No tenemos mucho tiempo —dijo Violet, entre
inspiraciones de aire.
—Iremos directamente a la cocina —dijo
Klaus, caminado a través del hueco en las raíces del árbol que la
Víbora Increíblemente Mortal les había enseñado.
—Espero rábano —dijo Sunny, siguiendo a su
hermano, pero cuando los Baudelaire alcanzaron la cocina sufrieron
una decepción. Violet accionó el interruptor que iluminaba la
cocina, y los tres niños se apresuraron hasta es estante de las
especias, leyendo las etiquetas de los botes y botellas una a una,
pero a medida que buscaban sus esperanzas empezaron a desvanecerse.
Los niños encontraron muchas de sus especias favoritas, incluyendo
salvia, orégano, y pimentón, del que había un gran surtido
organizado de acuerdo a su nivel de ahumado. Encontraron algunas de
sus especias menos favoritas, incluyendo perejil seco, que apenas
sabe a nada, y sal de ajo, que obliga a irse al sabor de cualquier
cosa. Encontraron especias que asociaban con platos determinados,
como la cúrcuma, que su padre usaba para hacer sopa de cacahuetes
con curry, y la nuez moscada, que su madre usaba para preparar pan
de jengibre, y encontraron especias que no asociaban con nada, como
la mejorana, que todo el mundo tiene pero nadie la usa apenas, y
polvo de piel de limón, que sólo debería ser usado en emergencias,
como que los limones frescos se hubieran extinguido. Encontraron
especias usadas prácticamente en cualquier sitio, como la sal y la
pimienta, y especias usadas en regiones concretas, como el jalapeño
y el curry vindaloo, pero ninguna de las etiquetas ponía RÁBANO
PICANTE, y cuando abrieron los botes y botellas, ninguno de los
polvos, hojas, y semillas de dentro olían como la fábrica de rábano
picante que una vez estuvo en el Camino Piojoso.
—No tiene que ser rábano picante —dijo
Violet rápidamente, dejando con frustración un bote de estragón—.
El wasabi era un sustituto adecuado cuando Sunny se infectó.
—O el Eutrema —resolló Sunny.
—Tampoco hay wasabi aquí —dijo Klaus,
olisqueando un bote de maza y frunciendo el ceño—. Quizás está
escondido en algún sitio.
—¿Quién escondería rábano picante? —preguntó
Violet, después de una larga tos.
—Nuestros padres —dijo Sunny.
—Sunny tiene razón —dijo Klaus—. Si conocían
el Acuático Anwhistle, habrían sabido los peligros del Medusoid
Mycelium. Cualquier rábano picante que llegara a la isla debía
haber sido muy muy valioso.
—No tenemos tiempo de buscar en todo el
arboreto para encontrar rábano picante —dijo Violet. Metió la mano
en su bolsillo, rozando el anillo que Ishmael le había dado, y
encontró el lazo que el orientador había estado utilizando como un
marca páginas, y lo usó para recogerse el pelo y poder pensar
mejor—. Eso sería más duro que intentar encontrar el Azucarero en
todo el Hotel Denouement.
Ante la mención del Azucarero, Klaus le dio
a sus gafas una rápida limpieza y empezó a pasar las páginas de su
libro común, mientras Sunny cogía su batidor y lo mordía
pensativamente.
—Quizás esté escondido en otro bote de
especias —dijo el Baudelaire mediano.
—Los hemos olido todos —dijo Violet, entre
resuellos—. Ninguno de ellos olía a rábano picante.
—Quizás la esencia estaba camuflada con otra
especia
—dijo Klaus—. Algo que fuera incluso más
amargo que el rábano picante cubriría el olor. Sunny, ¿cuáles son
las especias más amargas?
—Clavos —dijo Sunny, y resolló—. Cardamomo,
arrurruz, ajenjo.
—Ajenjo —dijo pensativo Klaus, y pasó las
páginas de su cuaderno—. Kit mencionó el ajenjo una vez —dijo,
pensando en la pobre Kit en la plataforma costera—. Dijo que el té
debe ser tan amargo como un ajenjo y tan punzante como una espada
de doble filo. Nos dijeron lo mismo cuando nos sirvieron el té
justo antes de nuestro juicio.
—Aquí no ajenjo —dijo Sunny.
—Ishmael también dijo algo sobre el té
amargo —dijo Violet—. ¿Recordáis? Esa estudiante suya tenía miedo
de ser envenenada.
—Tal y como nosotros —dijo Klaus, sintiendo
crecer los hongos dentro de él—. Ojalá hubiéramos escuchado el
final de esa historia.
—Ojalá hubiéramos escuchado cada historia
—dijo Violet, con la voz sonando ronca y áspera por el veneno—.
Ojalá nuestros padres nos hubieran contado todo, en vez de
protegernos de la perfidia del mundo.
—Quizás lo hicieron —dijo Klaus, con la voz
tan áspera como la de su hermana, y el Baudelaire mediano caminó
hasta la butaca en medio de la habitación y cogió Una Serie de Catastróficas Desdichas—. Escribieron
todos sus secretos aquí. Si escondieron el rábano, lo encontraremos
en este libro.
—No tenemos tiempo de leer todo el libro
—dijo Violet—, no más del que tenemos para buscar en todo el
arboreto.
—Si fallamos —dijo Sunny, con la voz pesada
por el hongo—, al menos morimos leyendo juntos.
Los huérfanos Baudelaire asintieron
sombríamente, y se abrazaron unos a otros. Como la mayoría de la
gente, los niños habían estado de vez en cuando con el ánimo
curioso y un tanto morboso, y habían pasado unos cuantos momentos
preguntándose por las circunstancias de su propia muerte, aunque
desde ese infeliz día en Playa Salada cuando el señor Poe les había
informado por primera vez del terrible incendio, los niños habían
pasado tanto tiempo intentando evitar su propia muerte que
preferían no pensar sobre ella en su tiempo libre. La mayoría de la
gente no elige sus circunstancias finales, por supuesto, y si a los
Baudelaire se le hubiera dado la oportunidad de elegir hubieran
preferido vivir hasta una edad muy avanzada, lo cual por lo que yo
sé deben estar haciendo. Pero si los tres niños tenían que perecer
mientras eran todavía tres niños, entonces perecer en la compañía
del otro mientras leían las palabras escritas tiempo atrás por su
madre y por su padre era mucho mejor que muchas otras cosas que
podían imaginar, y así los tres Baudelaire se sentaron juntos en
una de las butacas, prefiriendo estar cerca uno de otro en vez de
tener más espacio para sentarse, y juntos abrieron el enorme libro
y pasaron hacia atrás las páginas hasta que alcanzaron el momento
de la historia en la que sus padres llegaron a la isla y empezaron
a tomar notas. Las entradas en el libro alternaban la escritura del
padre y de la madre de los Baudelaire, y los niños pudieron
imaginar a sus padres sentados en esas mismas butacas, leyendo en
voz alta lo que habían escrito y sugiriendo cosas para añadir al
registro de crímenes, locuras y desgracias de la humanidad que
componían Una Serie de Catastróficas
Desdichas. A los niños, por supuesto, les hubiera gustado
saborear cada palabra que sus padres habían escrito —la palabra
“saborear”, como probablemente sepas, aquí significa “leer
lentamente, como si cada frase con la letra de sus padres fuera
como un regalo desde sus tumbas”— pero a medida que el veneno del
Medusoid Mycelium avanzaba más y más lejos, los hermanos tenían que
leer por encima, buscando en cada páginas las palabras “rábano
picante” o “wasabi”.
Como sabrás si alguna vez has leído por
encima un libro, acabas teniendo una visión extraña de la historia,
con solo vistazos aquí y allá de lo que está pasando, y algunos
autores insertan frases confusas a mitad del libro sólo para
confundir a alguien que pudiera estar leyendo por encima. Tres
hombres muy bajos transportaban una plancha de madera larga y
pintada, que representaba una sala de estar. A medida que los
huérfanos Baudelaire buscaron el secreto que esperaban encontrar,
vislumbraron fugazmente otros secretos que sus padres habían
guardado, y cuando Violet, Klaus, y Sunny vieron nombres de
personas que el matrimonio Baudelaire había conocido, cosas que
habían susurrado a esas personas, los códigos escondidos en esos
susurros, y muchos otros detalles intrigantes, los niños esperaron
que pudieran tener la oportunidad de releer Una Serie de Catastróficas Desdichas en una ocasión
menos desesperada. Esa tarde, sin embargo, leyeron más y más
rápido, buscando desesperadamente ese secreto que podría salvarlos
mientras la hora empezaba a consumirse y el Medusoid Mycelium
crecía más y más rápidamente en su interior, como si el hongo
mortal tampoco tuviera tiempo de saborear su pérfido camino. A
medida que leían más y más, a los Baudelaire se les fue haciendo
cada vez más y más difícil el respirar, y cuando finalmente Klaus
reconoció uno de los términos que había estado buscando, pensó por
un momento que era sólo un espejismo ocasionado por todos los pies
y sombreros creciendo dentro de él.
—¡Rábano picante! —dijo, con la voz áspera y
resollante—. Mirad: “El alarmismo de Ishmael ha hecho que pare el
trabajo del pasadizo, aún cuando tenemos una plétora de rábano
picante en caso de emergencia”.
Violet empezó a hablar, pero se atragantó
con el hongo y tosió durante un rato largo.
—¿Qué significa “alarmismo”? —dijo
finalmente.
—¿”Plétora”? —la voz de Sunny era poco más
que un susurro ahogado por el hongo.
—“Alarmismo” significa “hacer que la gente
tenga miedo” —dijo Klaus, cuyo vocabulario no estaba afectado por
el veneno—, y “plétora” significa “más que suficiente”
—emitió un resuello largo y tembloroso, y
continuó leyendo—. “Estamos intentando hacer un híbrido botánico a
través del techo tuberoso, que debe hacer que la seguridad sea
fructífera a pesar de los peligros para nuestros asociados en el
útero. Por supuesto, en caso de que seamos desterrados, Beatrice
está escondiendo una pequeña cantidad en una vasi...”.
El Baudelaire mediano se interrumpió con una
tos que era tan violenta que el niño dejó caer el libro al suelo.
Sus hermanas le sostuvieron con firmeza mientras su cuerpo temblaba
por el veneno y una mano pálida señalaba el techo.
—“Techo tuberoso” —resolló finalmente—.
Nuestro padre quería decir las raíces por encima de nuestras
cabezas. Un híbrido botánico es una planta hecha de la combinación
de otras dos plantas —se estremeció, y sus ojos, tras las gafas, se
llenaron de lágrimas—. No sé de qué está hablando —dijo
finalmente.
Violet miró a las raíces sobre sus cabezas,
donde el periscopio desaparecía hacia la red del árbol. Para su
horror se dio cuenta de que su visión se había vuelto borrosa, como
si el hongo estuviera creciendo sobre sus ojos.
—Suena como que pusieron el rábano picante
en las raíces del árbol, para poner a todo el mundo a salvo —dijo—.
Eso es lo que debe ser “hacer que la seguridad sea más fructífera”,
del mismo modo que fructífera la cosecha de un árbol.
—¡Manzanas! —gritó Sunny con la voz
estrangulada—. ¡Manzanas amargas!
—¡Por supuesto! —dijo Klaus—. ¡El árbol es
un híbrido, y sus manzanas son amargas porque contienen rábano
picante!
—Si comemos una manzana —dijo Violet—, el
hongo se diluirá.
—Géntrescinco —asintió Sunny con la voz muy
ronca, y se bajó del regazo de sus hermanos, resollando
desesperadamente mientras intentaba llegar al hueco entre las
raíces. Klaus intentó seguirla, pero cuando se puso de pie el
veneno le mareó tanto que se tuvo que sentar de nuevo y agarrarse
la palpitante cabeza. Violet tosió dolorosamente, y apretó el brazo
de su hermano.
—Vamos —dijo, con un resuello
desesperado.
Klaus sacudió la cabeza.
—No estoy seguro de que podamos lograrlo
—dijo.
Sunny llegó hasta el hueco en las raíces y
se enroscó de dolor en el suelo.
—¿Kikbucit? —preguntó, con la voz débil y
desmayada.
—No podemos morir aquí —dijo Violet, con la
voz tan floja que sus hermanos no podían oírla apenas—. Nuestros
padres salvaron nuestras vidas en esta misma habitación, hace
muchos años, sin saberlo siquiera.
—Quizás no —dijo Klaus—. Quizás éste sea el
fin de nuestra historia.
—Tumurchap —dijo Sunny, pero antes de que
alguien le pudiera preguntar qué quería decir, los niños oyeron
otro sonido, débil y extraño, en el espacio secreto bajo el manzano
que sus padres habían hibridado con rábano picante años atrás. El
sonido era sibilante, una palabra que puede parecer que tiene algo
que ver con las sibilas, pero que en realidad se refiere a una
especie de silbido o siseo, como el de una máquina de vapor cuando
se para, o el que puede hacer el público después de ver una de las
obras de teatro de Al Funcoot. Los Baudelaire estaban tan
desesperados y asustados que por un momento pensaron que podía ser
el sonido del Medusoid Mycelium, celebrando su venenoso triunfo
sobre los tres niños, o quizás el sonido de su esperanza
evaporándose. Pero el silbido no era el sonido de la esperanza
evaporándose ni del hongo celebrando, y gracias al cielo no era el
sonido de una máquina de vapor ni de una audiencia teatral
disgustada, ya que los Baudelaire no estaban lo suficientemente
fuertes como para enfrentarse a tales cosa. El sonido seseante
venía de uno de los pocos habitantes de la isla cuya historia
contenía no uno sino dos naufragios, y quizás a causa de su propia
triste historia, este habitante tenía simpatía por la triste
historia de los Baudelaire, aunque es difícil de decir cuánta
simpatía puede sentir un animal, sin importar lo amistoso que sea.
No tengo el valor de investigar mucho sobre esta materia, y la
historia de mi único camarada herpetólogo terminó hace algún
tiempo, así que lo que este reptil estaba pensando mientras se
deslizaba hacia los niños es un detalle de la historia de los
Baudelaire que puede que no sea revelado nunca. Pero incluso con la
falta de este detalle, está bastante claro lo que ocurrió. La
serpiente se deslizó a través del hueco en las raíces del árbol, y
fuera lo que fuera lo que la serpiente estaba pensando, estaba
bastante claro por el sonido sibilante que salía de sus dientes
apretados que la Víbora Increíblemente Mortal estaba ofreciéndoles
a los Baudelaire una manzana.