Capítulo 12

ES algo curioso, pero a medida que uno viaja por el mundo haciéndose cada vez más mayor, parece que es más fácil acostumbrarse a la felicidad que a la desesperación. La segunda vez que tomas gaseosa con helado, por ejemplo, la felicidad que experimentas mientras saboreas el delicioso brebaje puede que no sea tan grande como la que tuviste la
primera vez que probaste la gaseosa con helado, y la décimo segunda vez tu felicidad puede ser todavía menos grande, hasta que la gaseosa con helado empieza a dejar de ofrecerte algo de felicidad en absoluto, porque te has acostumbrado al sabor del helado de vainilla y de la gaseosa mezclados. Sin embargo, la segunda vez que encuentras una chincheta en tu gaseosa con helado, tu desesperación es mucho más grande que la primera vez, cuando identificaste la chincheta como un raro accidente en vez de como parte del plan del imbécil de la soda, una frase que aquí significa “el empleado de la tienda de helado que está intentando dañar tu lengua”, y la décimo segunda vez que encuentras una chincheta tu desesperación es todavía mayor, hasta que apenas puedes pronunciar la frase “gaseosa con helado” sin romper a llorar. Es casi como si la felicidad fuese un gusto adquirido, como el cordial de coco o como el ceviche, a los que puedes acabar acostumbrándote, pero la desesperación es algo sorprendente cada vez que te la encuentras. Cuando el cristal se rompió en la carpa, los huérfanos Baudelaire se quedaron quietos y miraron fijamente a la figura en pie de Ishmael, pero aún cuando sintieron al Medusoid Mycelium fluir dentro de sus cuerpos, cada diminuta espora como la pisada de una hormiga bajando por sus gargantas, no podían creer que su propia historia contuviera tanta desesperación una vez más, o que algo tan terrible hubiera pasado.
—¿Qué ha pasado? —gritó Viernes—. ¡He oído cristal rompiéndose!
—No importa el cristal roto —dijo Erewhon—. ¡He sentido algo en la garganta, como una semilla diminuta!
—No importa tu garganta llena de semillas —dijo Finn—. ¡Veo a Ishmael levantado sobre sus propios pies!
El Conde Olaf cacareó desde la blanca arena donde yacía. Con un gesto dramático se arrancó el arpón de la mezcla de casco de buceo roto y jirones de vestido de su estómago, y lo lanzó a los pies de barro de Ishmael—. El sonido que habéis oído era un casco de buceo haciéndose añicos —se burló—. ¡Las semillas que habéis notado en la garganta son las esporas del Medusoid Mycelium, y el hombre que está levantado sobre sus propios pies es el que os ha matado a todos!
—¿El Medusoid Mycelium? —repitió Ishmael con incredulidad, y los isleños sofocaron un grito de nuevo—. ¿En estas costas? ¡No puede ser! ¡Me he pasado toda la vida intentando mantener la isla a salvo para siempre de ese terrible hongo!
—Nada está a salvo para siempre, gracias al cielo —dijo el Conde Olaf—, y tú de todas las personas deberías saber que todo acaba por llegar a estas costas alguna vez. La familia Baudelaire ha vuelto finalmente a esta isla después de que los echaras años atrás, y ellos han traído el Medusoid Mycelium con ellos.
Los ojos de Ishmael se abrieron de par en par, y el hombre saltó desde el borde del trineo para enfrentarse a los huérfanos Baudelaire. Cuando sus pies aterrizaron en el suelo, la arcilla se quebró y se desprendió, y los niños pudieron ver que el orientador tenía el tatuaje de un ojo en el tobillo izquierdo, tal y como el Conde Olaf había dicho.
—¿Vosotros habéis traído el Medusoid Mycelium? —preguntó—. ¿Teníais un hongo mortal todo este tiempo, y lo mantuvisteis en secreto?
—¡Tú eres el más adecuado para hablar de mantener secretos! —dijo Alonso.
—¡Mira tus pies sanos, Ishmael! ¡Tú deshonestidad es la raíz del problema!
—¡Los amotinados son la raíz del problema! —gritó Ariel—. ¡Si no hubieran dejado salir al Conde Olaf de la jaula, esto no habría pasado!
—Depende de cómo se mire —dijo el profesor Fletcher—. En mi opinión, todos nosotros somos la raíz del problema. ¡Si no hubiéramos encerrado al Conde Olaf en la jaula, nunca nos hubiera amenazado!
—Somos la raíz del problema porque fallamos en encontrar el casco de buceo —dijo Ferdinand—. ¡Si la hubiéramos recuperado durante la recolección de la tormenta, las ovejas la hubieran arrastrado hasta el arboreto y hubiéramos estado a salvo!
—Omeros es la raíz del problema —dijo el doctor Kurtz, apuntando al chico—. ¡Él es el que le dio a Ishmael la pistola de arpones en vez de tirarla al arboreto!
—¡Es el Conde Olaf el que es la raíz del problema! —gritó Larsen—. ¡Él es el que trajo el hongo a la carpa!
—Yo no soy la raíz del problema —gruñó el Conde Olaf, e hizo una pausa para toser con fuerza antes de continuar—. ¡Soy el rey de la isla!
—No importa si eres rey o no —dijo Violet—. Has respirado el hongo al igual que el resto.
—Violet tiene razón —dijo Klaus—. No tenemos tiempo de quedarnos aquí discutiendo —aún sin su libro común, Klaus pudo recitar un poema sobre el hongo que Fiona le había recitado por primera vez poco antes de romperle el corazón—. “Tal poder sombrío tiene una sola espora / Que puedes morir en el plazo de una hora.” —dijo—. Si no dejamos de pelearnos y trabajamos juntos, acabaremos todos muertos.
La carpa se llenó de aullidos, una frase que aquí significa “el sonido de isleños en pánico”.
—¿Muertos? —chilló Madame Nordoff—. ¡Nadie dijo que el hongo fuera mortal! ¡Pensé que estábamos siendo meramente amenazados con comida prohibida!
—¡No me quedé en esta isla para morir! —gritó la señorita Marlow—. ¡Podría haber muerto en casa!
—Nadie va a morir —anunció Ishmael a la muchedumbre.
—Depende de cómo se mire —dijo Rabbi Bligh—. Todos vamos a acabar muriendo.
—No si seguís mis sugerencias —insistió Ishmael—. Ahora, para empezar, sugiero que todo el mundo tome un buen gran trago de sus conchas. El cordial acabará con el hongo en vuestras gargantas.
—¡No, no lo hará! —gritó Violet—. ¡La leche de coco fermentada no tiene ningún efecto sobre el Medusoid Mycelium!
—Puede ser —dijo Ishmael—, pero al menos nos sentiremos un poco más calmados.
—Quieres decir somnolientos e inactivos —corrigió Klaus—. El cordial es un opiáceo.
—No hay nada malo en la cordialidad —dijo Ishmael—. Sugiero que pasemos unos cuantos minutos discutiendo nuestra situación de manera cordial. Podemos decidir cuál es la raíz del problema, y llegar a una solución que nos convenga.
—Eso suena razonable —admitió Calypso.
—¡Trahison des clercs! —gritó Sunny, lo que significaba “¡Os estáis olvidando de la rápida acción del hongo!”.
—Sunny tiene razón —dijo Klaus—. ¡Necesitamos encontrar una solución ahora, no quedarnos sentados hablando de bebidas!
—La solución está en el arboreto —dijo Violet—, y en el espacio secreto debajo de las raíces del manzanero.
—¿Espacio secreto? —dijo Sherman—. ¿Qué espacio secreto?
—Hay una biblioteca ahí abajo —dijo Klaus, y la muchedumbre empezó a murmurar con asombro—, que tiene catalogados todos los objetos que han sido arrojados a estas costas y todas las historias que contaban esos objetos.
—Y cocina —añadió Sunny—. Quizás rábano picante.
—El rábano picante es una forma de diluir el veneno —explicó Violet, y recitó el resto del poema que los niños había oído a bordo del Queequeg—. “¿Es simple la disolución? Por supuesto / Sólo una pequeña dosis de raíz picante.” —miró a su alrededor a las caras asustadas de los isleños—. La cocina bajo el manzano puede que tenga rábano picante —dijo—. Podemos salvarnos si nos damos prisa.
—Están mintiendo —dijo Ishmael—. No hay nada en el arboreto aparte de basura, y no hay nada bajo el manzano aparte de suciedad. Los Baudelaire están intentando engañaros.
—No estamos intentando engañar a nadie —dijo Klaus—. Intentamos salvar a todo el mundo.
—Los Baudelaire sabían que el Medusoid Mycelium estaba aquí —apuntó Ishmael—, y no nos lo dijeron. No podéis confiar en ellos, pero podéis confiar en mí, y yo sugiero que nos sentemos y bebamos nuestro cordial.
—Razoo —dijo Sunny, lo que significaba “Tú eres en el que no se debe confiar”, pero en vez de traducir, sus hermanos se acercaron a Ishmael para poder hablar con él relativamente en privado.
—¿Por qué estás haciendo esto? —preguntó Violet—. Si te quedas aquí sentado bebiendo cordial, estás perdido.
—Todos hemos inhalado el veneno —dijo Klaus—. Estamos todos en el mismo barco.
Ishmael alzó las cejas, y dirigió a los niños una sombría sonrisa.
—Ya lo veremos —dijo—. Ahora salid de mi tienda.
—Pirémonos —dijo Sunny, lo que significaba “Más vale que nos demos prisa”, y sus hermanos asintieron. Los huérfanos Baudelaire dejaron la carpa rápidamente, mirando hacia atrás para echar un último vistazo a los preocupados isleños, al orientador ceñudo, y al Conde Olaf, que seguía echado en la arena agarrándose la barriga, como si el arpón no hubiera sólo destruido el casco de buceo, sino que también lo hubiera herido.
Violet, Klaus, y Sunny no viajaron de vuelta al lado más alejado de la isla en el trineo arrastrado por las ovejas, pero incluso mientras se apresuraban hacia el montículo, se sintieron como si estuvieran a bordo de la Pequeña Locomotora Que No Pudo, no solo por la naturaleza desesperada de su misión, sino también por el veneno que sentían abriéndose su malvado paso a través de los sistemas de los Baudelaire. Violet y Klaus aprendieron lo que su hermana había pasado bajo la superficie del océano, cuando Sunny casi había perecido a causa del veneno mortal del hongo, y Sunny recibió un curso de actualización, una frase que aquí significa “otra oportunidad para sentir los pies y sombreros del Medusoid Mycelium empezando a brotar en su pequeña garganta”. Los niños tuvieron que parar varias veces para toser, ya que el crecimiento del hongo hacía difícil la respiración, y para cuando estuvieron bajo las ramas del manzano, los huérfanos Baudelaire estaban resollando pesadamente bajo el sol de la tarde.
—No tenemos mucho tiempo —dijo Violet, entre inspiraciones de aire.
—Iremos directamente a la cocina —dijo Klaus, caminado a través del hueco en las raíces del árbol que la Víbora Increíblemente Mortal les había enseñado.
—Espero rábano —dijo Sunny, siguiendo a su hermano, pero cuando los Baudelaire alcanzaron la cocina sufrieron una decepción. Violet accionó el interruptor que iluminaba la cocina, y los tres niños se apresuraron hasta es estante de las especias, leyendo las etiquetas de los botes y botellas una a una, pero a medida que buscaban sus esperanzas empezaron a desvanecerse. Los niños encontraron muchas de sus especias favoritas, incluyendo salvia, orégano, y pimentón, del que había un gran surtido organizado de acuerdo a su nivel de ahumado. Encontraron algunas de sus especias menos favoritas, incluyendo perejil seco, que apenas sabe a nada, y sal de ajo, que obliga a irse al sabor de cualquier cosa. Encontraron especias que asociaban con platos determinados, como la cúrcuma, que su padre usaba para hacer sopa de cacahuetes con curry, y la nuez moscada, que su madre usaba para preparar pan de jengibre, y encontraron especias que no asociaban con nada, como la mejorana, que todo el mundo tiene pero nadie la usa apenas, y polvo de piel de limón, que sólo debería ser usado en emergencias, como que los limones frescos se hubieran extinguido. Encontraron especias usadas prácticamente en cualquier sitio, como la sal y la pimienta, y especias usadas en regiones concretas, como el jalapeño y el curry vindaloo, pero ninguna de las etiquetas ponía RÁBANO PICANTE, y cuando abrieron los botes y botellas, ninguno de los polvos, hojas, y semillas de dentro olían como la fábrica de rábano picante que una vez estuvo en el Camino Piojoso.
—No tiene que ser rábano picante —dijo Violet rápidamente, dejando con frustración un bote de estragón—. El wasabi era un sustituto adecuado cuando Sunny se infectó.
—O el Eutrema —resolló Sunny.
—Tampoco hay wasabi aquí —dijo Klaus, olisqueando un bote de maza y frunciendo el ceño—. Quizás está escondido en algún sitio.
—¿Quién escondería rábano picante? —preguntó Violet, después de una larga tos.
—Nuestros padres —dijo Sunny.
—Sunny tiene razón —dijo Klaus—. Si conocían el Acuático Anwhistle, habrían sabido los peligros del Medusoid Mycelium. Cualquier rábano picante que llegara a la isla debía haber sido muy muy valioso.
—No tenemos tiempo de buscar en todo el arboreto para encontrar rábano picante —dijo Violet. Metió la mano en su bolsillo, rozando el anillo que Ishmael le había dado, y encontró el lazo que el orientador había estado utilizando como un marca páginas, y lo usó para recogerse el pelo y poder pensar mejor—. Eso sería más duro que intentar encontrar el Azucarero en todo el Hotel Denouement.
Ante la mención del Azucarero, Klaus le dio a sus gafas una rápida limpieza y empezó a pasar las páginas de su libro común, mientras Sunny cogía su batidor y lo mordía pensativamente.
—Quizás esté escondido en otro bote de especias —dijo el Baudelaire mediano.
—Los hemos olido todos —dijo Violet, entre resuellos—. Ninguno de ellos olía a rábano picante.
—Quizás la esencia estaba camuflada con otra especia
—dijo Klaus—. Algo que fuera incluso más amargo que el rábano picante cubriría el olor. Sunny, ¿cuáles son las especias más amargas?
—Clavos —dijo Sunny, y resolló—. Cardamomo, arrurruz, ajenjo.
—Ajenjo —dijo pensativo Klaus, y pasó las páginas de su cuaderno—. Kit mencionó el ajenjo una vez —dijo, pensando en la pobre Kit en la plataforma costera—. Dijo que el té debe ser tan amargo como un ajenjo y tan punzante como una espada de doble filo. Nos dijeron lo mismo cuando nos sirvieron el té justo antes de nuestro juicio.
—Aquí no ajenjo —dijo Sunny.
—Ishmael también dijo algo sobre el té amargo —dijo Violet—. ¿Recordáis? Esa estudiante suya tenía miedo de ser envenenada.
—Tal y como nosotros —dijo Klaus, sintiendo crecer los hongos dentro de él—. Ojalá hubiéramos escuchado el final de esa historia.
—Ojalá hubiéramos escuchado cada historia —dijo Violet, con la voz sonando ronca y áspera por el veneno—. Ojalá nuestros padres nos hubieran contado todo, en vez de protegernos de la perfidia del mundo.
—Quizás lo hicieron —dijo Klaus, con la voz tan áspera como la de su hermana, y el Baudelaire mediano caminó hasta la butaca en medio de la habitación y cogió Una Serie de Catastróficas Desdichas—. Escribieron todos sus secretos aquí. Si escondieron el rábano, lo encontraremos en este libro.
—No tenemos tiempo de leer todo el libro —dijo Violet—, no más del que tenemos para buscar en todo el arboreto.
—Si fallamos —dijo Sunny, con la voz pesada por el hongo—, al menos morimos leyendo juntos.
Los huérfanos Baudelaire asintieron sombríamente, y se abrazaron unos a otros. Como la mayoría de la gente, los niños habían estado de vez en cuando con el ánimo curioso y un tanto morboso, y habían pasado unos cuantos momentos preguntándose por las circunstancias de su propia muerte, aunque desde ese infeliz día en Playa Salada cuando el señor Poe les había informado por primera vez del terrible incendio, los niños habían pasado tanto tiempo intentando evitar su propia muerte que preferían no pensar sobre ella en su tiempo libre. La mayoría de la gente no elige sus circunstancias finales, por supuesto, y si a los Baudelaire se le hubiera dado la oportunidad de elegir hubieran preferido vivir hasta una edad muy avanzada, lo cual por lo que yo sé deben estar haciendo. Pero si los tres niños tenían que perecer mientras eran todavía tres niños, entonces perecer en la compañía del otro mientras leían las palabras escritas tiempo atrás por su madre y por su padre era mucho mejor que muchas otras cosas que podían imaginar, y así los tres Baudelaire se sentaron juntos en una de las butacas, prefiriendo estar cerca uno de otro en vez de tener más espacio para sentarse, y juntos abrieron el enorme libro y pasaron hacia atrás las páginas hasta que alcanzaron el momento de la historia en la que sus padres llegaron a la isla y empezaron a tomar notas. Las entradas en el libro alternaban la escritura del padre y de la madre de los Baudelaire, y los niños pudieron imaginar a sus padres sentados en esas mismas butacas, leyendo en voz alta lo que habían escrito y sugiriendo cosas para añadir al registro de crímenes, locuras y desgracias de la humanidad que componían Una Serie de Catastróficas Desdichas. A los niños, por supuesto, les hubiera gustado saborear cada palabra que sus padres habían escrito —la palabra “saborear”, como probablemente sepas, aquí significa “leer lentamente, como si cada frase con la letra de sus padres fuera como un regalo desde sus tumbas”— pero a medida que el veneno del Medusoid Mycelium avanzaba más y más lejos, los hermanos tenían que leer por encima, buscando en cada páginas las palabras “rábano picante” o “wasabi”.
Como sabrás si alguna vez has leído por encima un libro, acabas teniendo una visión extraña de la historia, con solo vistazos aquí y allá de lo que está pasando, y algunos autores insertan frases confusas a mitad del libro sólo para confundir a alguien que pudiera estar leyendo por encima. Tres hombres muy bajos transportaban una plancha de madera larga y pintada, que representaba una sala de estar. A medida que los huérfanos Baudelaire buscaron el secreto que esperaban encontrar, vislumbraron fugazmente otros secretos que sus padres habían guardado, y cuando Violet, Klaus, y Sunny vieron nombres de personas que el matrimonio Baudelaire había conocido, cosas que habían susurrado a esas personas, los códigos escondidos en esos susurros, y muchos otros detalles intrigantes, los niños esperaron que pudieran tener la oportunidad de releer Una Serie de Catastróficas Desdichas en una ocasión menos desesperada. Esa tarde, sin embargo, leyeron más y más rápido, buscando desesperadamente ese secreto que podría salvarlos mientras la hora empezaba a consumirse y el Medusoid Mycelium crecía más y más rápidamente en su interior, como si el hongo mortal tampoco tuviera tiempo de saborear su pérfido camino. A medida que leían más y más, a los Baudelaire se les fue haciendo cada vez más y más difícil el respirar, y cuando finalmente Klaus reconoció uno de los términos que había estado buscando, pensó por un momento que era sólo un espejismo ocasionado por todos los pies y sombreros creciendo dentro de él.
—¡Rábano picante! —dijo, con la voz áspera y resollante—. Mirad: “El alarmismo de Ishmael ha hecho que pare el trabajo del pasadizo, aún cuando tenemos una plétora de rábano picante en caso de emergencia”.
Violet empezó a hablar, pero se atragantó con el hongo y tosió durante un rato largo.
—¿Qué significa “alarmismo”? —dijo finalmente.
—¿”Plétora”? —la voz de Sunny era poco más que un susurro ahogado por el hongo.
—“Alarmismo” significa “hacer que la gente tenga miedo” —dijo Klaus, cuyo vocabulario no estaba afectado por el veneno—, y “plétora” significa “más que suficiente”
—emitió un resuello largo y tembloroso, y continuó leyendo—. “Estamos intentando hacer un híbrido botánico a través del techo tuberoso, que debe hacer que la seguridad sea fructífera a pesar de los peligros para nuestros asociados en el útero. Por supuesto, en caso de que seamos desterrados, Beatrice está escondiendo una pequeña cantidad en una vasi...”.
El Baudelaire mediano se interrumpió con una tos que era tan violenta que el niño dejó caer el libro al suelo. Sus hermanas le sostuvieron con firmeza mientras su cuerpo temblaba por el veneno y una mano pálida señalaba el techo.
—“Techo tuberoso” —resolló finalmente—. Nuestro padre quería decir las raíces por encima de nuestras cabezas. Un híbrido botánico es una planta hecha de la combinación de otras dos plantas —se estremeció, y sus ojos, tras las gafas, se llenaron de lágrimas—. No sé de qué está hablando —dijo finalmente.
Violet miró a las raíces sobre sus cabezas, donde el periscopio desaparecía hacia la red del árbol. Para su horror se dio cuenta de que su visión se había vuelto borrosa, como si el hongo estuviera creciendo sobre sus ojos.
—Suena como que pusieron el rábano picante en las raíces del árbol, para poner a todo el mundo a salvo —dijo—. Eso es lo que debe ser “hacer que la seguridad sea más fructífera”, del mismo modo que fructífera la cosecha de un árbol.
—¡Manzanas! —gritó Sunny con la voz estrangulada—. ¡Manzanas amargas!
—¡Por supuesto! —dijo Klaus—. ¡El árbol es un híbrido, y sus manzanas son amargas porque contienen rábano picante!
—Si comemos una manzana —dijo Violet—, el hongo se diluirá.
—Géntrescinco —asintió Sunny con la voz muy ronca, y se bajó del regazo de sus hermanos, resollando desesperadamente mientras intentaba llegar al hueco entre las raíces. Klaus intentó seguirla, pero cuando se puso de pie el veneno le mareó tanto que se tuvo que sentar de nuevo y agarrarse la palpitante cabeza. Violet tosió dolorosamente, y apretó el brazo de su hermano.
—Vamos —dijo, con un resuello desesperado.
Klaus sacudió la cabeza.
—No estoy seguro de que podamos lograrlo —dijo.
Sunny llegó hasta el hueco en las raíces y se enroscó de dolor en el suelo.
—¿Kikbucit? —preguntó, con la voz débil y desmayada.
—No podemos morir aquí —dijo Violet, con la voz tan floja que sus hermanos no podían oírla apenas—. Nuestros padres salvaron nuestras vidas en esta misma habitación, hace muchos años, sin saberlo siquiera.
—Quizás no —dijo Klaus—. Quizás éste sea el fin de nuestra historia.
—Tumurchap —dijo Sunny, pero antes de que alguien le pudiera preguntar qué quería decir, los niños oyeron otro sonido, débil y extraño, en el espacio secreto bajo el manzano que sus padres habían hibridado con rábano picante años atrás. El sonido era sibilante, una palabra que puede parecer que tiene algo que ver con las sibilas, pero que en realidad se refiere a una especie de silbido o siseo, como el de una máquina de vapor cuando se para, o el que puede hacer el público después de ver una de las obras de teatro de Al Funcoot. Los Baudelaire estaban tan desesperados y asustados que por un momento pensaron que podía ser el sonido del Medusoid Mycelium, celebrando su venenoso triunfo sobre los tres niños, o quizás el sonido de su esperanza evaporándose. Pero el silbido no era el sonido de la esperanza evaporándose ni del hongo celebrando, y gracias al cielo no era el sonido de una máquina de vapor ni de una audiencia teatral disgustada, ya que los Baudelaire no estaban lo suficientemente fuertes como para enfrentarse a tales cosa. El sonido seseante venía de uno de los pocos habitantes de la isla cuya historia contenía no uno sino dos naufragios, y quizás a causa de su propia triste historia, este habitante tenía simpatía por la triste historia de los Baudelaire, aunque es difícil de decir cuánta simpatía puede sentir un animal, sin importar lo amistoso que sea. No tengo el valor de investigar mucho sobre esta materia, y la historia de mi único camarada herpetólogo terminó hace algún tiempo, así que lo que este reptil estaba pensando mientras se deslizaba hacia los niños es un detalle de la historia de los Baudelaire que puede que no sea revelado nunca. Pero incluso con la falta de este detalle, está bastante claro lo que ocurrió. La serpiente se deslizó a través del hueco en las raíces del árbol, y fuera lo que fuera lo que la serpiente estaba pensando, estaba bastante claro por el sonido sibilante que salía de sus dientes apretados que la Víbora Increíblemente Mortal estaba ofreciéndoles a los Baudelaire una manzana.