Capítulo 8
PENSAR en algo es como coger una piedra
mientras das un paseo, ya sea para lanzar piedras en la playa, o
para buscar la manera de romper las puertas de cristal de un museo.
Cuando piensas en algo, añades un poco de peso a tu caminar, y a
medida que piensas en más y más cosas es probable que te sientas
más y más pesado, hasta que estás tan cargado que no puedes dar ni
un paso más, y lo único que puedes hacer es sentarte y quedarte
mirando los suaves movimientos de las olas del océano o de los
guardias de seguridad, pensando tan detenidamente sobre tantas
cosas como para hacer nada más. Cuando el sol se puso, proyectando
largas sombras en la plataforma costera, los huérfanos Baudelaire
se sentían tan pesados por sus pensamientos que apenas se podían
mover. Pensaron en la isla, y en la terrible tormenta que les había
traído hasta allí, y en la barca que les había llevado a través de
la tormenta, y en sus propios actos traicioneros en el Hotel
Denouement que les habían llevado a escapar en la barca con el
Conde Olaf, quien había dejado de llamar a los Baudelaire y que
ahora estaba roncando ruidosamente en la jaula de pájaros.
Pensaron en la colonia, y en la desconfianza
que habían despertado, y en la presión social que había llevado a
los isleños a decidir abandonarlos, y en el orientador que había
empezado la presión, y en el secreto corazón de manzana del
orientador que no parecía muy diferente a los artículos secretos
que habían metido a los Baudelaire en problemas en primer lugar.
Pensaron en Kit Snicket, y en la tormenta que la había dejado
inconsciente en lo alto de la extraña balsa de libros, y en sus
amigos los trillizos Quagmire, que podían haber sido alcanzados por
la misma tormenta, y en el submarino del Capitán Widdershins que
permanecía bajo el agua, y en el cisma misterioso que estaba por
debajo de todo como un enorme signo de interrogación. Y los
Baudelaire pensaron, como hacían siempre que veían el cielo
oscurecerse, en sus padres. Si alguna vez has perdido a alguien,
entonces sabrás que a veces cuando piensas en ellos tratas de
imaginarte dónde estarán, y los Baudelaire pensaron en lo lejos que
su padre y su madre parecían estar, mientras toda la maldad del
mundo se sentía tan cerca, encerrada en una jaula a unos pocos
metros de donde los niños estaban sentados. Violet siguió pensando,
y Klaus siguió pensando, y Sunny siguió pensando, y a medida que la
tarde se convertía en noche se sintieron tan cargados por sus
pensamientos que sentían que apenas podrían retener otro más,
aunque en el momento en el que los últimos rayos de sol
desaparecían en el horizonte encontraron otra cosa en la que
pensar, ya que en la oscuridad escucharon una voz familiar, y
tenían que pensar en qué hacer.
—¿Dónde estoy? —preguntó Kit Snicket, y los
niños oyeron su cuerpo moverse en la capa más alta de libros por
encima de los ronquidos.
—¡Kit! —dijo Violet, poniéndose en pie
rápidamente—. ¡Estás despierta!
—Somos los Baudelaire —dijo Klaus.
—¿Baudelaires? —repitió Kit débilmente—,
¿Sois realmente vosotros?
—Anais —dijo Sunny, lo que significaba “En
persona”.
—¿Dónde estamos? —dijo Kit. Los Baudelaire
se mantuvieron en silencio por un momento, y se dieron cuenta por
primera vez de que ni siquiera sabían el nombre del lugar en el que
estaban—. Estamos en una plataforma costera —dijo Violet
finalmente, aunque decidió no añadir que habían sido abandonados
allí.
—Hay una isla cerca —dijo Klaus. El
Baudelaire mediano no explicó que no estaban invitados a poner el
pie allí.
—A salvo —dijo Sunny, pero no mencionó que
el Día de Decisión se estaba acercando, y que pronto el área entera
estaría inundada de agua salada. Sin discutir el asunto, los
Baudelaire decidieron no contarle a Kit toda la historia, no
todavía.
—Por supuesto —murmuró Kit—. Debería haber
sabido que estaría aquí. En algún momento, todo acaba por llegar a
estas costas.
—¿Has estado aquí antes? —preguntó
Violet.
—No —dijo Kit—, pero he oído hablar de este
lugar. Mis asociados me han contado historias sobre sus maravillas
mecánicas, su gran biblioteca, y las comidas de gourmet que
preparan los isleños. Vaya, el día antes de conoceros, Baudelaires,
compartí un café turco con un asociado que me estaba diciendo que
nunca había probado mejores ostras al estilo Rockefeller que
durante su estancia en la isla. Debéis estároslo pasando
maravillosamente aquí.
—Janiceps —dijo Sunny, repitiendo una
opinión anterior.
—Creo que este lugar ha cambiado desde que
tu asociado estuvo aquí —dijo Klaus.
—Probablemente sea cierto —dijo Kit
pensativamente—. Jueves dijo que la colonia había sufrido un cisma,
al igual que le pasó a V.F.D.
—¿Otro cisma? —preguntó Violet.
—Incontables cismas han dividido el mundo a
lo largo de los años —replicó Kit en la oscuridad—. ¿Creéis que la
historia de V.F.D. es la única historia en el mundo? Pero no
hablemos del pasado, Baudelaires. Contadme como hicisteis vuestro
camino hasta estas costas.
—De la misma manera que tú —dijo Violet—.
Somos náufragos. La única manera de poder dejar el Hotel Denouement
era en barca.
—Sabía que estabais en peligro allí —dijo
Kit—. Estábamos observando el cielo. Vimos el humo y supimos que
nos estabais indicando que no era prudente el unirnos a vosotros.
Gracias, Baudelaires. Sabía que no nos fallaríais. Decidme, ¿está
Dewey con vosotros?
Las palabras de Kit eran casi más de los que
los Baudelaire podían soportar. El humo que había visto, por
supuesto, venía del fuego que los niños habían prendido en la
lavandería del hotel, y que se había propagado rápidamente por todo
el edificio, interrumpiendo el juicio del Conde Olaf y poniendo en
peligro las vidas de toda la gente que estaba dentro, tanto
villanos como voluntarios. Y Dewey, me entristece recordártelo, no
estaba con los Baudelaire, sino yaciendo muerto en el fondo de un
estanque, todavía agarrando el arpón que los tres niños le habían
disparado en el corazón. Pero Violet, Klaus, y Sunny no tenían
fuerzas para contarle a Kit toda la historia, no ahora. No podían
soportar el tener que contarle lo que había pasado a Dewey, y a
toda la gente noble que se habían encontrado, no todavía. No ahora,
no todavía, y quizás nunca.
—No —dijo Violet—. Dewey no está aquí.
—El Conde Olaf está con nosotros —dijo
Klaus—, pero está encerrado.
—Víbora —añadió Sunny.
—Oh, me alegro de que Ink esté a salvo —dijo
Kit, y los Baudelaire pensaron que casi podían oírla sonreír—. Ese
es mi apodo especial para la Víbora Increíblemente Mortal. Ink fue
una buena compañía en esta balsa después de que nos separáramos de
los otros.
—¿Los Quagmire? —preguntó Klaus—. ¿Los
encontraste?
—Sí —dijo Kit, y tosió un poco—. Pero no
están aquí.
—Quizás acaben llegando hasta aquí, también
—dijo Violet.
—Quizás —dijo Kit vacilante—. Y quizás Dewey
se una a nosotros, también. Necesitamos tantos asociados como sea
posible si vamos a volver al mundo a asegurarnos de que se hace
justicia. Pero primero, vamos a encontrar la colonia de la que he
oído tanto hablar. Necesito un ducha y comida caliente, y después
quiero escuchar el relato completo de lo que os ha pasado —empezó a
bajarse de la balsa, pero se paró con un grito de dolor.
—No deberías moverte —dijo Violet
rápidamente, contenta de encontrar una excusa para mantener a Kit
en la plataforma costera—. Tu pie está dañado.
—Mis dos pies están dañados —corrigió Kit
con pesar, volviendo a acostarse en la balsa—. El telégrafo se me
cayó en las piernas cuando el submarino fue atacado. Necesito
vuestra ayuda, Baudelaires. Necesito estar en un lugar
seguro.
—Haremos todo lo que podamos —dijo
Klaus.
—Quizás la ayuda esté en camino —dijo Kit—.
Puedo ver a alguien viniendo.
Los Baudelaire se volvieron para mirar, y en
la oscuridad vieron una luz muy pequeña y muy brillante,
balanceándose con rapidez es su dirección desde el oeste. Al
principio la luz no parecía otra cosa que una luciérnaga,
revoloteando aquí y allá en la plataforma costera, pero
gradualmente los niños pudieron ver que era una linterna, junto con
varias figuras vestidas con batas blancas muy juntas, caminando
cuidadosamente entre los charcos y los escombros. El resplandor de
la linterna le recordó a Klaus todas las noches que había pasado
leyendo bajo la colcha en la mansión Baudelaire, mientras afuera la
noche hacía extraños sonidos que sus padres insistían siempre en
que no eran otra cosa que el viento, incluso en noches sin viento.
Algunas mañanas, su padre entraba en la habitación de Klaus para
despertarlo y los encontraba dormido, todavía agarrando su linterna
con una mano y su libro con la otra, y a medida que la linterna se
acercaba más y más, el Baudelaire mediano no pudo evitar pensar que
era su padre, caminado a través de la plataforma costera para venir
en ayuda de sus hijos después de todo este tiempo. Pero por
supuesto no era el padre de los Baudelaire. Las figuras llegaron al
cubo de libros, y los niños pudieron ver las caras de dos isleños:
Finn, que sujetaba la linterna, y Erewhon, que llevaba una gran
cesta cubierta.
—Buenas noches, Baudelaires —dijo Finn. Bajo
la tenue luz de la linterna parecía incluso más joven de lo que
era.
—Os hemos traído un poco de cena —dijo
Erewhon, y mostró la cesta a los niños.
—Estábamos preocupados de que estuvierais
bastante hambrientos aquí.
—Lo estamos —admitió Violet. Los Baudelaire,
por supuesto, desearon que los isleños hubieran expresado su
preocupación enfrente de Ishamel y del resto, cuando la colonia
estaba decidiendo abandonar a los niños en la plataforma costera,
pero cuando Finn abrió la cesta y los niños olieron la acostumbrada
sopa de cebolla de la isla, los niños no quisieron mirarle el
diente a caballo regalado, una frase que aquí significa “rechazar
la oferta de una comida caliente, sin importar lo decepcionados que
estaban con la persona que se la estaba ofreciendo”.
—¿Hay suficiente para nuestra amiga?
—preguntó Klaus—. Ha recuperado la consciencia.
—Me alegra oírlo —dijo Finn—. Hay suficiente
comida para todo el mundo.
—Siempre y cuando guardéis el secreto de que
hemos venido aquí —dijo Erewhon—. Ishmael puede pensar que no era
apropiado.
—Estoy sorprendida de que no haya prohibido
el uso de linternas —dijo Violet, mientras Finn le acercaba una
cáscara de coco llena de sopa humeante.
—Ishmael no prohíbe nada —dijo Finn—. Nunca
me obligó a tirar esta linterna. De todos modos, sí que sugirió que
dejara a las ovejas llevarlo hasta el arboreto. En vez de eso, la
deslicé dentro de mi bata, en secreto, y Madame Nordoff me ha
estado suministrando en secreto de pilas a cambio de enseñarle
secretamente a cantar a la tirolesa, que Ishmael dice que puede
asustar a los otros isleños.
—Y la señora Caliban me dio disimuladamente
esta cesta de picnic —dijo Erewhon—, a cambio de enseñarle en
secreto a nadar de espalda, que Ishamel dice que no es la forma de
nadar acostumbrada.
—¿La señora Caliban? —dijo Kit, en la
oscuridad—. ¿Miranda Caliban está aquí?
—Sí —dijo Finn—. ¿La conoce?
—Conozco a su marido —dijo Kit—. Él y yo nos
mantuvimos unidos en un periodo de gran lucha, y somos todavía muy
buenos amigos.
—Vuestra amiga debe estar un poco confundida
tras su difícil viaje —dijo Erewhon a los Baudelaires, poniéndose
de puntillas para alcanzarle a Kit un poco de sopa—. El marido de
la señora Caliban pereció hace muchos años en la tormenta que la
llevó hasta aquí.
—Eso es imposible —dijo Kit, alargando la
mano para coger el cuenco de la jovencita—. Acabo de tomar un café
turco con él.
—La señora Caliban no es de la clase de
guardar secretos —dijo Finn—. Eso es por lo que vive en la isla. Es
un lugar seguro, lejos de la perfidia del mundo.
—Enigmorama —dijo Sunny, poniendo su cáscara
de coco llena de sopa en el suelo para poder compartirla con la
Víbora Increíblemente Mortal.
—Mi hermana quiere decir que parece que la
isla tiene muchos secretos —dijo Klaus, pensando con nostalgia en
su libro común y en todos los secretos que contenían sus
páginas.
—Me temo que tenemos un secreto más que
discutir —dijo Erewhon—, apaga la linterna, Finn. No queremos ser
vistos desde la isla.
Finn asintió con la cabeza, y apagó la
linterna. Los Baudelaire tuvieron un último vistazo de cada uno
antes de que la oscuridad los engullera, y por un momento todo el
mundo permaneció en silencio, como si temieran hablar. Hace mucho,
muchos años, cuando incluso los tátara— tátara-tatarabuelos de la
persona más mayor que conozcas no tenían ni siquiera un día de
edad, y cuando la ciudad en la que nacieron los Baudelaire no era
más que un puñado de sucias cabañas, y el Hotel Denouement nada más
que un boceto arquitectónico, y la isla lejana tenía un nombre, y
no era considerada lejana en absoluto, había un grupo de gente
conocido como los Cimerios. Eran gente nómada, lo que significa que
viajaban constantemente, y a menudo viajaban de noche, cuando el
sol no les quemaba y cuando las plataformas costeras del área en la
que vivían no estaban inundadas de agua. Al viajar en sombras, poca
gente pudo ver bien a los Cimerios, y eran considerados gente
furtiva y misteriosa, y hasta estos días las cosas hechas en la
oscuridad tienden a tener una reputación un tanto siniestra. Un
hombre cavando un hoyo en su patio trasero durante la tarde, por
ejemplo, parece un jardinero, pero un hombre cavando un hoyo por la
noche parece que esté enterrando algún terrible secreto, y una
mujer que mira al exterior desde una ventana durante el día parece
que esté disfrutando de la vista, pero parece más una espía si
espera a que caiga la noche. El cavador nocturno puede estar en
realidad plantando un árbol para sorprender a su sobrina mientras
la sobrina se ríe tontamente mirándole desde la ventana, y la
observadora diurna puede estar en realidad planeando hacer chantaje
al presunto jardinero mientras este entierra las pruebas de sus
viciosos crímenes, pero gracias a los Cimerios, la oscuridad hace
que incluso las actividades más inocentes parezcan sospechosas, y
por eso en la oscuridad de la plataforma costera los Baudelaire
sospecharon que la pregunta que les hizo Finn era siniestra, aún
cuando podría haber sido algo que uno de sus profesores le hubiera
preguntado en clase.
—¿Sabéis lo que significa la palabra
“motín”? —preguntó, con voz baja y calmada.
Violet y Sunny sabían que Klaus respondería,
aunque estaban bastante seguras por si mismas de lo que significaba
la palabra.
—Un motín es cuando un grupo de gente actúa
en contra de un líder.
—Sí —dijo Finn—, el profesor Fletcher me
enseñó la palabra.
—Estamos aquí para deciros que tendrá lugar
un motín en el desayuno —dijo Erewhon—. Más y más colonos se están
hartando y aburriendo de la manera en la que las cosas van en la
isla, e Ishmael es la raíz del problema.
—¿Pobema? —preguntó Sunny.
—“La raíz del problema” significa “la causa
de los problemas de los isleños” —explicó Klaus.
—Exacto —dijo Erewhon—, y cuando llegue el
Día de la Decisión tendremos por fin la oportunidad de deshacernos
de él.
—¿Deshaceros de él? —repitió Violet, la
frase sonó siniestra en la oscuridad.
—Vamos a obligarlo a que se suba a bordo de
la canoa después del desayuno —dijo Erewhon—, y lo vamos a empujar
hasta el mar a medida que la plataforma costera se inunde.
—Un hombre viajando solo por el océano es
poco probable que sobreviva —dijo Klaus.
—No estará solo —dijo Finn—. Unos cuantos
isleños apoyan a Ishmael. Si es necesario, también los obligaremos
a dejar la isla.
—¿Cuántos? —preguntó Sunny.
—Es difícil saber quién apoya a Ishmael y
quién no —dijo Erewhon, y los niños oyeron a la anciana beber de su
concha—. Habéis visto cómo actúa. Dice que no obliga a nadie, pero
todo el mundo acaba estando de acuerdo con él de todos modos. Pero
no por mucho tiempo. Durante el desayuno averiguaremos quién lo
apoya y quién no.
—Erewhon dice que lucharemos durante todo el
día y toda la noche si tenemos que hacerlo —dijo Finn—. Todo el
mundo tendrá que elegir bando.
Los niños oyeron un enorme y triste suspiro
venir de la cima de la balsa de libros.
—Un cisma —dijo Kit en voz baja.
—Salud —dijo Erewhon—. Esa es la razón por
la que hemos venido hasta vosotros, Baudelaires. Necesitamos toda
la ayuda que podamos conseguir.
—Después del modo en el que Ishmael os
abandonó, nos imaginamos que estaríais de nuestro lado —dijo Finn—.
¿No estáis de acuerdo con que él es la raíz del problema?
Los Baudelaire permanecieron juntos en
silencio, pensando en Ishmael y en todo lo que sabían de él.
Pensaron en el modo en el que los había acogido tan amablemente
desde su llegada a la isla, pero también en lo rápido que los había
abandonado en la plataforma costera. Pensaron en lo ansioso que
había estado por mantener a los Baudelaire a salvo, pero también en
lo ansioso que había estado por encerrar al Conde Olaf en la jaula
de pájaros. Pensaron en su falta de sinceridad sobre sus pies
dañados, y sobre el comer manzanas en secreto, pero mientras los
niños pensaban en todo lo que sabían sobre el orientador, también
pensaron en lo mucho que no sabían, y después de oír tanto al Conde
Olaf como a Kit Snicket hablar sobre la historia de la isla, los
huérfanos Baudelaire se dieron cuenta de que no sabían toda la
historia. Los niños podían estar de acuerdo con que Ishmael era la
raíz del problema, pero no podían estar seguros.
—No lo sé —dijo Violet.
—¿No lo sabes? —repitió Erewhon con
incredulidad—, ¿Os hemos traído la cena, mientras Ishmael os dejó
aquí para que os murierais de hambre, y no sabéis de qué lado
estáis?
—Confiamos en vosotros cuando dijisteis que
el Conde Olaf era una persona horrible —dijo Finn—. ¿Por qué no
podéis confiar en nosotros, Baudelaires?
—Obligar a Ishmael a dejar la isla parece un
poco drástico —dijo Klaus.
—Es un poco drástico encerrar a un hombre en
una jaula
—apuntó Erewhon—, pero no os oí quejaros
entonces.
—¿Quid pro quo? —preguntó Sunny.
—Si os ayudamos —tradujo Violet—, ¿Ayudaréis
a Kit?
—Nuestra amiga está herida —dijo Klaus—.
Herida y embarazada.
—Y angustiada —añadió Kit débilmente, desde
lo alto de la balsa.
—Si nos ayudáis con nuestro plan para
derrotar a Ishmael —prometió Finn—, la llevaremos a un lugar
seguro.
—¿Y si no? —preguntó Sunny.
—No os vamos a obligar, Baudelaires —dijo
Erewhon, sonando como el orientador al que quería derrotar—, pero
el Día de la Decisión la plataforma costera se inundará. Necesitáis
hacer una elección.
Los Baudelaire no dijeron nada, y por un
momento todo el mundo permaneció en silencio, roto solamente por
los ronquidos del Conde Olaf. Violet, Klaus, y Sunny no estaban
interesados en ser parte de un cisma, después de ser testigos de
toda la miseria que siguió al cisma de V.F.D., pero no veían la
manera de evitarlo. Finn había dicho que necesitaban hacer una
elección, pero elegir entre vivir solos en una plataforma costera,
poniéndose en peligro ellos mismos y su amiga herida, o participar
en el plan de motín de la isla, no parecía mucho una elección en
absoluto, y se preguntaron cuántas personas se habían sentido de
este modo, durante los incontables cismas que habían dividido el
mundo a lo largo de los años.
—Os ayudaremos —dijo Violet dijo
finalmente—. ¿Qué queréis que hagamos?
—Necesitamos que entréis a escondidas en el
arboreto —dijo Finn—. Tú mencionaste tus habilidades mecánicas,
Violet, y Klaus parece muy culto. Todos los artículos prohibidos
que hemos recolectado a lo largo de los años puede que se vuelvan
realmente útiles.
—Incluso el bebé puede ser capaz de cocinar
algo —dijo Erewhon.
—Pero, ¿Qué quieres decir? —preguntó Klaus—.
¿Qué debemos hacer con todo el detrito?
—Necesitamos armas, por supuesto —dijo
Erewhon en la oscuridad.
—Esperamos obligar a Ishmael a salir de la
isla de forma pacífica —dijo Finn con rapidez—, pero Erewhon dice
que necesitaremos armas, por si acaso. Ishmael se dará cuenta si
vamos al lado más lejano de la isla, pero vosotros tres podréis
entrar a escondidas en lo alto del montículo, encontrar o construir
algunas armas en el arboreto, y traérnoslas antes del desayuno para
que podamos empezar el motín.
—¡Por supuesto que no! —gritó Kit, desde lo
alto de la embarcación—. Que no escuche yo que estáis utilizando
vuestros talentos para un uso tan vil, Baudelaires. Estoy segura de
que la isla puede resolver sus dificultades sin recurrir a la
violencia.
—¿Tú sobreviviste a tus dificultades sin
recurrir a la violencia? —preguntó Erewhon agudamente—. ¿Así es
como sobreviviste a la gran lucha que has mencionado, y acabaste
naufragando en una balsa de libros?
—Mi historia no es importante —replicó Kit—.
Me preocupo por los Baudelaire.
—Y nosotros nos preocupamos por ti, Kit
—dijo Violet—. Necesitamos tantos asociados como podamos si vamos a
volver al mundo a asegurarnos de que se hace justicia.
—Necesitas estar en un lugar seguro para
recuperarte de tus heridas —dijo Klaus.
—Y bebé —dijo Sunny.
—Esa no es razón para meterse en traiciones
—dijo Kit, pero no sonaba tan segura. Su voz estaba débil y
apagada, y los niños oyeron los libros crujir cuando movió con
incomodidad sus pies dañados.
—Por favor, ayudadnos —dijo Finn—, y
nosotros ayudaremos a tu amiga.
—Debe de haber un arma que pueda amenazar a
Ishmael y a sus seguidores —dijo Erewhon, y ahora no sonaba como
Ishmael. Los Baudelaire habían oído casi las mismas palabras salir
de la boca aprisionada del Conde Olaf, y se estremecieron al pensar
en el arma que el hombre escondía en la jaula de pájaros.
Violet dejó en el suelo su cuenco vacío, y
cogió a su hermana, mientras Klaus tomó la linterna de la
anciana.
—Estaremos de vuelta tan pronto como
podamos, Kit —prometió la mayor de los Baudelaire—. Deséanos
suerte. La balsa tembló cuando Kit dejó escapar un largo y triste
suspiro.
—Buena suerte —dijo al fin—. Desearía que
las cosas fueran diferentes, Baudelaires.
—Nosotros también —replicó Klaus, y los tres
niños siguieron el estrecho resplandor de la linterna de vuelta a
la colonia que los había abandonado. Sus pies chapoteaban en la
plataforma costera, y los Baudelaire oyeron el suave deslizamiento
de la Víbora Increíblemente Mortal, siguiéndoles fielmente en su
misión. No había signo de la luna, y las estrellas estaban
cubiertas por las nubes que habían quedado de la tormenta pasada, o
quizás estuvieran anunciando una nueva, así que el mundo entero
parecía desvanecerse fuera de la luz secreta de la linterna
prohibida. Con cada paso húmedo y vacilante, los niños se sentían
más pesados, como si sus pensamientos fuesen piedras que tuvieran
que llevar hasta el arboreto, donde todos los artículos prohibidos
yacían esperándoles. Pensaron en los isleños, y en el motín
cismático que pronto dividiría la colonia en dos. Pensaron en
Ishmael, y se preguntaron si sus secretos y decepciones le hacían
merecedor de acabar en el mar. Y pensaron en el Medusoid Mycelium,
fermentando en el casco de buceo en las garras de Olaf, y se
preguntaron si los isleños descubrirían esa arma antes de que los
Baudelaire construyeran otra. Los niños viajaron a oscuras, de la
misma manera que otra gente lo había hecho antes que ellos, desde
los viajes nómadas de los Cimerios hasta los viajes desesperados de
los trillizos Quagmire, quienes en ese mismo momento estaban en
circunstancias tan oscuras, aunque bastantes más húmedas, que las
de los Baudelaire, y a medida que los niños se acercaban más y más
a la isla que los había abandonado, sus pensamientos les hacían
cada vez más y más pesados, y los huérfanos Baudelaire desearon que
las cosas fueran realmente diferentes.