Capítulo 8

PENSAR en algo es como coger una piedra mientras das un paseo, ya sea para lanzar piedras en la playa, o para buscar la manera de romper las puertas de cristal de un museo. Cuando piensas en algo, añades un poco de peso a tu caminar, y a medida que piensas en más y más cosas es probable que te sientas más y más pesado, hasta que estás tan cargado que no puedes dar ni un paso más, y lo único que puedes hacer es sentarte y quedarte mirando los suaves movimientos de las olas del océano o de los guardias de seguridad, pensando tan detenidamente sobre tantas cosas como para hacer nada más. Cuando el sol se puso, proyectando largas sombras en la plataforma costera, los huérfanos Baudelaire se sentían tan pesados por sus pensamientos que apenas se podían mover. Pensaron en la isla, y en la terrible tormenta que les había traído hasta allí, y en la barca que les había llevado a través de la tormenta, y en sus propios actos traicioneros en el Hotel Denouement que les habían llevado a escapar en la barca con el Conde Olaf, quien había dejado de llamar a los Baudelaire y que ahora estaba roncando ruidosamente en la jaula de pájaros.
Pensaron en la colonia, y en la desconfianza que habían despertado, y en la presión social que había llevado a los isleños a decidir abandonarlos, y en el orientador que había empezado la presión, y en el secreto corazón de manzana del orientador que no parecía muy diferente a los artículos secretos que habían metido a los Baudelaire en problemas en primer lugar. Pensaron en Kit Snicket, y en la tormenta que la había dejado inconsciente en lo alto de la extraña balsa de libros, y en sus amigos los trillizos Quagmire, que podían haber sido alcanzados por la misma tormenta, y en el submarino del Capitán Widdershins que permanecía bajo el agua, y en el cisma misterioso que estaba por debajo de todo como un enorme signo de interrogación. Y los Baudelaire pensaron, como hacían siempre que veían el cielo oscurecerse, en sus padres. Si alguna vez has perdido a alguien, entonces sabrás que a veces cuando piensas en ellos tratas de imaginarte dónde estarán, y los Baudelaire pensaron en lo lejos que su padre y su madre parecían estar, mientras toda la maldad del mundo se sentía tan cerca, encerrada en una jaula a unos pocos metros de donde los niños estaban sentados. Violet siguió pensando, y Klaus siguió pensando, y Sunny siguió pensando, y a medida que la tarde se convertía en noche se sintieron tan cargados por sus pensamientos que sentían que apenas podrían retener otro más, aunque en el momento en el que los últimos rayos de sol desaparecían en el horizonte encontraron otra cosa en la que pensar, ya que en la oscuridad escucharon una voz familiar, y tenían que pensar en qué hacer.
—¿Dónde estoy? —preguntó Kit Snicket, y los niños oyeron su cuerpo moverse en la capa más alta de libros por encima de los ronquidos.
—¡Kit! —dijo Violet, poniéndose en pie rápidamente—. ¡Estás despierta!
—Somos los Baudelaire —dijo Klaus.
—¿Baudelaires? —repitió Kit débilmente—, ¿Sois realmente vosotros?
—Anais —dijo Sunny, lo que significaba “En persona”.
—¿Dónde estamos? —dijo Kit. Los Baudelaire se mantuvieron en silencio por un momento, y se dieron cuenta por primera vez de que ni siquiera sabían el nombre del lugar en el que estaban—. Estamos en una plataforma costera —dijo Violet finalmente, aunque decidió no añadir que habían sido abandonados allí.
—Hay una isla cerca —dijo Klaus. El Baudelaire mediano no explicó que no estaban invitados a poner el pie allí.
—A salvo —dijo Sunny, pero no mencionó que el Día de Decisión se estaba acercando, y que pronto el área entera estaría inundada de agua salada. Sin discutir el asunto, los Baudelaire decidieron no contarle a Kit toda la historia, no todavía.
—Por supuesto —murmuró Kit—. Debería haber sabido que estaría aquí. En algún momento, todo acaba por llegar a estas costas.
—¿Has estado aquí antes? —preguntó Violet.
—No —dijo Kit—, pero he oído hablar de este lugar. Mis asociados me han contado historias sobre sus maravillas mecánicas, su gran biblioteca, y las comidas de gourmet que preparan los isleños. Vaya, el día antes de conoceros, Baudelaires, compartí un café turco con un asociado que me estaba diciendo que nunca había probado mejores ostras al estilo Rockefeller que durante su estancia en la isla. Debéis estároslo pasando maravillosamente aquí.
—Janiceps —dijo Sunny, repitiendo una opinión anterior.
—Creo que este lugar ha cambiado desde que tu asociado estuvo aquí —dijo Klaus.
—Probablemente sea cierto —dijo Kit pensativamente—. Jueves dijo que la colonia había sufrido un cisma, al igual que le pasó a V.F.D.
—¿Otro cisma? —preguntó Violet.
—Incontables cismas han dividido el mundo a lo largo de los años —replicó Kit en la oscuridad—. ¿Creéis que la historia de V.F.D. es la única historia en el mundo? Pero no hablemos del pasado, Baudelaires. Contadme como hicisteis vuestro camino hasta estas costas.
—De la misma manera que tú —dijo Violet—. Somos náufragos. La única manera de poder dejar el Hotel Denouement era en barca.
—Sabía que estabais en peligro allí —dijo Kit—. Estábamos observando el cielo. Vimos el humo y supimos que nos estabais indicando que no era prudente el unirnos a vosotros. Gracias, Baudelaires. Sabía que no nos fallaríais. Decidme, ¿está Dewey con vosotros?
Las palabras de Kit eran casi más de los que los Baudelaire podían soportar. El humo que había visto, por supuesto, venía del fuego que los niños habían prendido en la lavandería del hotel, y que se había propagado rápidamente por todo el edificio, interrumpiendo el juicio del Conde Olaf y poniendo en peligro las vidas de toda la gente que estaba dentro, tanto villanos como voluntarios. Y Dewey, me entristece recordártelo, no estaba con los Baudelaire, sino yaciendo muerto en el fondo de un estanque, todavía agarrando el arpón que los tres niños le habían disparado en el corazón. Pero Violet, Klaus, y Sunny no tenían fuerzas para contarle a Kit toda la historia, no ahora. No podían soportar el tener que contarle lo que había pasado a Dewey, y a toda la gente noble que se habían encontrado, no todavía. No ahora, no todavía, y quizás nunca.
—No —dijo Violet—. Dewey no está aquí.
—El Conde Olaf está con nosotros —dijo Klaus—, pero está encerrado.
—Víbora —añadió Sunny.
—Oh, me alegro de que Ink esté a salvo —dijo Kit, y los Baudelaire pensaron que casi podían oírla sonreír—. Ese es mi apodo especial para la Víbora Increíblemente Mortal. Ink fue una buena compañía en esta balsa después de que nos separáramos de los otros.
—¿Los Quagmire? —preguntó Klaus—. ¿Los encontraste?
—Sí —dijo Kit, y tosió un poco—. Pero no están aquí.
—Quizás acaben llegando hasta aquí, también —dijo Violet.
—Quizás —dijo Kit vacilante—. Y quizás Dewey se una a nosotros, también. Necesitamos tantos asociados como sea posible si vamos a volver al mundo a asegurarnos de que se hace justicia. Pero primero, vamos a encontrar la colonia de la que he oído tanto hablar. Necesito un ducha y comida caliente, y después quiero escuchar el relato completo de lo que os ha pasado —empezó a bajarse de la balsa, pero se paró con un grito de dolor.
—No deberías moverte —dijo Violet rápidamente, contenta de encontrar una excusa para mantener a Kit en la plataforma costera—. Tu pie está dañado.
—Mis dos pies están dañados —corrigió Kit con pesar, volviendo a acostarse en la balsa—. El telégrafo se me cayó en las piernas cuando el submarino fue atacado. Necesito vuestra ayuda, Baudelaires. Necesito estar en un lugar seguro.
—Haremos todo lo que podamos —dijo Klaus.
—Quizás la ayuda esté en camino —dijo Kit—. Puedo ver a alguien viniendo.
Los Baudelaire se volvieron para mirar, y en la oscuridad vieron una luz muy pequeña y muy brillante, balanceándose con rapidez es su dirección desde el oeste. Al principio la luz no parecía otra cosa que una luciérnaga, revoloteando aquí y allá en la plataforma costera, pero gradualmente los niños pudieron ver que era una linterna, junto con varias figuras vestidas con batas blancas muy juntas, caminando cuidadosamente entre los charcos y los escombros. El resplandor de la linterna le recordó a Klaus todas las noches que había pasado leyendo bajo la colcha en la mansión Baudelaire, mientras afuera la noche hacía extraños sonidos que sus padres insistían siempre en que no eran otra cosa que el viento, incluso en noches sin viento. Algunas mañanas, su padre entraba en la habitación de Klaus para despertarlo y los encontraba dormido, todavía agarrando su linterna con una mano y su libro con la otra, y a medida que la linterna se acercaba más y más, el Baudelaire mediano no pudo evitar pensar que era su padre, caminado a través de la plataforma costera para venir en ayuda de sus hijos después de todo este tiempo. Pero por supuesto no era el padre de los Baudelaire. Las figuras llegaron al cubo de libros, y los niños pudieron ver las caras de dos isleños: Finn, que sujetaba la linterna, y Erewhon, que llevaba una gran cesta cubierta.
—Buenas noches, Baudelaires —dijo Finn. Bajo la tenue luz de la linterna parecía incluso más joven de lo que era.
—Os hemos traído un poco de cena —dijo Erewhon, y mostró la cesta a los niños.
—Estábamos preocupados de que estuvierais bastante hambrientos aquí.
—Lo estamos —admitió Violet. Los Baudelaire, por supuesto, desearon que los isleños hubieran expresado su preocupación enfrente de Ishamel y del resto, cuando la colonia estaba decidiendo abandonar a los niños en la plataforma costera, pero cuando Finn abrió la cesta y los niños olieron la acostumbrada sopa de cebolla de la isla, los niños no quisieron mirarle el diente a caballo regalado, una frase que aquí significa “rechazar la oferta de una comida caliente, sin importar lo decepcionados que estaban con la persona que se la estaba ofreciendo”.
—¿Hay suficiente para nuestra amiga? —preguntó Klaus—. Ha recuperado la consciencia.
—Me alegra oírlo —dijo Finn—. Hay suficiente comida para todo el mundo.
—Siempre y cuando guardéis el secreto de que hemos venido aquí —dijo Erewhon—. Ishmael puede pensar que no era apropiado.
—Estoy sorprendida de que no haya prohibido el uso de linternas —dijo Violet, mientras Finn le acercaba una cáscara de coco llena de sopa humeante.
—Ishmael no prohíbe nada —dijo Finn—. Nunca me obligó a tirar esta linterna. De todos modos, sí que sugirió que dejara a las ovejas llevarlo hasta el arboreto. En vez de eso, la deslicé dentro de mi bata, en secreto, y Madame Nordoff me ha estado suministrando en secreto de pilas a cambio de enseñarle secretamente a cantar a la tirolesa, que Ishmael dice que puede asustar a los otros isleños.
—Y la señora Caliban me dio disimuladamente esta cesta de picnic —dijo Erewhon—, a cambio de enseñarle en secreto a nadar de espalda, que Ishamel dice que no es la forma de nadar acostumbrada.
—¿La señora Caliban? —dijo Kit, en la oscuridad—. ¿Miranda Caliban está aquí?
—Sí —dijo Finn—. ¿La conoce?
—Conozco a su marido —dijo Kit—. Él y yo nos mantuvimos unidos en un periodo de gran lucha, y somos todavía muy buenos amigos.
—Vuestra amiga debe estar un poco confundida tras su difícil viaje —dijo Erewhon a los Baudelaires, poniéndose de puntillas para alcanzarle a Kit un poco de sopa—. El marido de la señora Caliban pereció hace muchos años en la tormenta que la llevó hasta aquí.
—Eso es imposible —dijo Kit, alargando la mano para coger el cuenco de la jovencita—. Acabo de tomar un café turco con él.
—La señora Caliban no es de la clase de guardar secretos —dijo Finn—. Eso es por lo que vive en la isla. Es un lugar seguro, lejos de la perfidia del mundo.
—Enigmorama —dijo Sunny, poniendo su cáscara de coco llena de sopa en el suelo para poder compartirla con la Víbora Increíblemente Mortal.
—Mi hermana quiere decir que parece que la isla tiene muchos secretos —dijo Klaus, pensando con nostalgia en su libro común y en todos los secretos que contenían sus páginas.
—Me temo que tenemos un secreto más que discutir —dijo Erewhon—, apaga la linterna, Finn. No queremos ser vistos desde la isla.
Finn asintió con la cabeza, y apagó la linterna. Los Baudelaire tuvieron un último vistazo de cada uno antes de que la oscuridad los engullera, y por un momento todo el mundo permaneció en silencio, como si temieran hablar. Hace mucho, muchos años, cuando incluso los tátara— tátara-tatarabuelos de la persona más mayor que conozcas no tenían ni siquiera un día de edad, y cuando la ciudad en la que nacieron los Baudelaire no era más que un puñado de sucias cabañas, y el Hotel Denouement nada más que un boceto arquitectónico, y la isla lejana tenía un nombre, y no era considerada lejana en absoluto, había un grupo de gente conocido como los Cimerios. Eran gente nómada, lo que significa que viajaban constantemente, y a menudo viajaban de noche, cuando el sol no les quemaba y cuando las plataformas costeras del área en la que vivían no estaban inundadas de agua. Al viajar en sombras, poca gente pudo ver bien a los Cimerios, y eran considerados gente furtiva y misteriosa, y hasta estos días las cosas hechas en la oscuridad tienden a tener una reputación un tanto siniestra. Un hombre cavando un hoyo en su patio trasero durante la tarde, por ejemplo, parece un jardinero, pero un hombre cavando un hoyo por la noche parece que esté enterrando algún terrible secreto, y una mujer que mira al exterior desde una ventana durante el día parece que esté disfrutando de la vista, pero parece más una espía si espera a que caiga la noche. El cavador nocturno puede estar en realidad plantando un árbol para sorprender a su sobrina mientras la sobrina se ríe tontamente mirándole desde la ventana, y la observadora diurna puede estar en realidad planeando hacer chantaje al presunto jardinero mientras este entierra las pruebas de sus viciosos crímenes, pero gracias a los Cimerios, la oscuridad hace que incluso las actividades más inocentes parezcan sospechosas, y por eso en la oscuridad de la plataforma costera los Baudelaire sospecharon que la pregunta que les hizo Finn era siniestra, aún cuando podría haber sido algo que uno de sus profesores le hubiera preguntado en clase.
—¿Sabéis lo que significa la palabra “motín”? —preguntó, con voz baja y calmada.
Violet y Sunny sabían que Klaus respondería, aunque estaban bastante seguras por si mismas de lo que significaba la palabra.
—Un motín es cuando un grupo de gente actúa en contra de un líder.
—Sí —dijo Finn—, el profesor Fletcher me enseñó la palabra.
—Estamos aquí para deciros que tendrá lugar un motín en el desayuno —dijo Erewhon—. Más y más colonos se están hartando y aburriendo de la manera en la que las cosas van en la isla, e Ishmael es la raíz del problema.
—¿Pobema? —preguntó Sunny.
—“La raíz del problema” significa “la causa de los problemas de los isleños” —explicó Klaus.
—Exacto —dijo Erewhon—, y cuando llegue el Día de la Decisión tendremos por fin la oportunidad de deshacernos de él.
—¿Deshaceros de él? —repitió Violet, la frase sonó siniestra en la oscuridad.
—Vamos a obligarlo a que se suba a bordo de la canoa después del desayuno —dijo Erewhon—, y lo vamos a empujar hasta el mar a medida que la plataforma costera se inunde.
—Un hombre viajando solo por el océano es poco probable que sobreviva —dijo Klaus.
—No estará solo —dijo Finn—. Unos cuantos isleños apoyan a Ishmael. Si es necesario, también los obligaremos a dejar la isla.
—¿Cuántos? —preguntó Sunny.
—Es difícil saber quién apoya a Ishmael y quién no —dijo Erewhon, y los niños oyeron a la anciana beber de su concha—. Habéis visto cómo actúa. Dice que no obliga a nadie, pero todo el mundo acaba estando de acuerdo con él de todos modos. Pero no por mucho tiempo. Durante el desayuno averiguaremos quién lo apoya y quién no.
—Erewhon dice que lucharemos durante todo el día y toda la noche si tenemos que hacerlo —dijo Finn—. Todo el mundo tendrá que elegir bando.
Los niños oyeron un enorme y triste suspiro venir de la cima de la balsa de libros.
—Un cisma —dijo Kit en voz baja.
—Salud —dijo Erewhon—. Esa es la razón por la que hemos venido hasta vosotros, Baudelaires. Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir.
—Después del modo en el que Ishmael os abandonó, nos imaginamos que estaríais de nuestro lado —dijo Finn—. ¿No estáis de acuerdo con que él es la raíz del problema?
Los Baudelaire permanecieron juntos en silencio, pensando en Ishmael y en todo lo que sabían de él. Pensaron en el modo en el que los había acogido tan amablemente desde su llegada a la isla, pero también en lo rápido que los había abandonado en la plataforma costera. Pensaron en lo ansioso que había estado por mantener a los Baudelaire a salvo, pero también en lo ansioso que había estado por encerrar al Conde Olaf en la jaula de pájaros. Pensaron en su falta de sinceridad sobre sus pies dañados, y sobre el comer manzanas en secreto, pero mientras los niños pensaban en todo lo que sabían sobre el orientador, también pensaron en lo mucho que no sabían, y después de oír tanto al Conde Olaf como a Kit Snicket hablar sobre la historia de la isla, los huérfanos Baudelaire se dieron cuenta de que no sabían toda la historia. Los niños podían estar de acuerdo con que Ishmael era la raíz del problema, pero no podían estar seguros.
—No lo sé —dijo Violet.
—¿No lo sabes? —repitió Erewhon con incredulidad—, ¿Os hemos traído la cena, mientras Ishmael os dejó aquí para que os murierais de hambre, y no sabéis de qué lado estáis?
—Confiamos en vosotros cuando dijisteis que el Conde Olaf era una persona horrible —dijo Finn—. ¿Por qué no podéis confiar en nosotros, Baudelaires?
—Obligar a Ishmael a dejar la isla parece un poco drástico —dijo Klaus.
—Es un poco drástico encerrar a un hombre en una jaula
—apuntó Erewhon—, pero no os oí quejaros entonces.
—¿Quid pro quo? —preguntó Sunny.
—Si os ayudamos —tradujo Violet—, ¿Ayudaréis a Kit?
—Nuestra amiga está herida —dijo Klaus—. Herida y embarazada.
—Y angustiada —añadió Kit débilmente, desde lo alto de la balsa.
—Si nos ayudáis con nuestro plan para derrotar a Ishmael —prometió Finn—, la llevaremos a un lugar seguro.
—¿Y si no? —preguntó Sunny.
—No os vamos a obligar, Baudelaires —dijo Erewhon, sonando como el orientador al que quería derrotar—, pero el Día de la Decisión la plataforma costera se inundará. Necesitáis hacer una elección.
Los Baudelaire no dijeron nada, y por un momento todo el mundo permaneció en silencio, roto solamente por los ronquidos del Conde Olaf. Violet, Klaus, y Sunny no estaban interesados en ser parte de un cisma, después de ser testigos de toda la miseria que siguió al cisma de V.F.D., pero no veían la manera de evitarlo. Finn había dicho que necesitaban hacer una elección, pero elegir entre vivir solos en una plataforma costera, poniéndose en peligro ellos mismos y su amiga herida, o participar en el plan de motín de la isla, no parecía mucho una elección en absoluto, y se preguntaron cuántas personas se habían sentido de este modo, durante los incontables cismas que habían dividido el mundo a lo largo de los años.
—Os ayudaremos —dijo Violet dijo finalmente—. ¿Qué queréis que hagamos?
—Necesitamos que entréis a escondidas en el arboreto —dijo Finn—. Tú mencionaste tus habilidades mecánicas, Violet, y Klaus parece muy culto. Todos los artículos prohibidos que hemos recolectado a lo largo de los años puede que se vuelvan realmente útiles.
—Incluso el bebé puede ser capaz de cocinar algo —dijo Erewhon.
—Pero, ¿Qué quieres decir? —preguntó Klaus—. ¿Qué debemos hacer con todo el detrito?
—Necesitamos armas, por supuesto —dijo Erewhon en la oscuridad.
—Esperamos obligar a Ishmael a salir de la isla de forma pacífica —dijo Finn con rapidez—, pero Erewhon dice que necesitaremos armas, por si acaso. Ishmael se dará cuenta si vamos al lado más lejano de la isla, pero vosotros tres podréis entrar a escondidas en lo alto del montículo, encontrar o construir algunas armas en el arboreto, y traérnoslas antes del desayuno para que podamos empezar el motín.
—¡Por supuesto que no! —gritó Kit, desde lo alto de la embarcación—. Que no escuche yo que estáis utilizando vuestros talentos para un uso tan vil, Baudelaires. Estoy segura de que la isla puede resolver sus dificultades sin recurrir a la violencia.
—¿Tú sobreviviste a tus dificultades sin recurrir a la violencia? —preguntó Erewhon agudamente—. ¿Así es como sobreviviste a la gran lucha que has mencionado, y acabaste naufragando en una balsa de libros?
—Mi historia no es importante —replicó Kit—. Me preocupo por los Baudelaire.
—Y nosotros nos preocupamos por ti, Kit —dijo Violet—. Necesitamos tantos asociados como podamos si vamos a volver al mundo a asegurarnos de que se hace justicia.
—Necesitas estar en un lugar seguro para recuperarte de tus heridas —dijo Klaus.
—Y bebé —dijo Sunny.
—Esa no es razón para meterse en traiciones —dijo Kit, pero no sonaba tan segura. Su voz estaba débil y apagada, y los niños oyeron los libros crujir cuando movió con incomodidad sus pies dañados.
—Por favor, ayudadnos —dijo Finn—, y nosotros ayudaremos a tu amiga.
—Debe de haber un arma que pueda amenazar a Ishmael y a sus seguidores —dijo Erewhon, y ahora no sonaba como Ishmael. Los Baudelaire habían oído casi las mismas palabras salir de la boca aprisionada del Conde Olaf, y se estremecieron al pensar en el arma que el hombre escondía en la jaula de pájaros.
Violet dejó en el suelo su cuenco vacío, y cogió a su hermana, mientras Klaus tomó la linterna de la anciana.
—Estaremos de vuelta tan pronto como podamos, Kit —prometió la mayor de los Baudelaire—. Deséanos suerte. La balsa tembló cuando Kit dejó escapar un largo y triste suspiro.
—Buena suerte —dijo al fin—. Desearía que las cosas fueran diferentes, Baudelaires.
—Nosotros también —replicó Klaus, y los tres niños siguieron el estrecho resplandor de la linterna de vuelta a la colonia que los había abandonado. Sus pies chapoteaban en la plataforma costera, y los Baudelaire oyeron el suave deslizamiento de la Víbora Increíblemente Mortal, siguiéndoles fielmente en su misión. No había signo de la luna, y las estrellas estaban cubiertas por las nubes que habían quedado de la tormenta pasada, o quizás estuvieran anunciando una nueva, así que el mundo entero parecía desvanecerse fuera de la luz secreta de la linterna prohibida. Con cada paso húmedo y vacilante, los niños se sentían más pesados, como si sus pensamientos fuesen piedras que tuvieran que llevar hasta el arboreto, donde todos los artículos prohibidos yacían esperándoles. Pensaron en los isleños, y en el motín cismático que pronto dividiría la colonia en dos. Pensaron en Ishmael, y se preguntaron si sus secretos y decepciones le hacían merecedor de acabar en el mar. Y pensaron en el Medusoid Mycelium, fermentando en el casco de buceo en las garras de Olaf, y se preguntaron si los isleños descubrirían esa arma antes de que los Baudelaire construyeran otra. Los niños viajaron a oscuras, de la misma manera que otra gente lo había hecho antes que ellos, desde los viajes nómadas de los Cimerios hasta los viajes desesperados de los trillizos Quagmire, quienes en ese mismo momento estaban en circunstancias tan oscuras, aunque bastantes más húmedas, que las de los Baudelaire, y a medida que los niños se acercaban más y más a la isla que los había abandonado, sus pensamientos les hacían cada vez más y más pesados, y los huérfanos Baudelaire desearon que las cosas fueran realmente diferentes.