24

Lisa Yyland: el entrenamiento de rosa

Podemos atraparlos,

podemos zarandearlos,

podemos acabar con ellos.

 

SONS OF KALAL, canción:

How Low They Are (feat. APESHIT)

A esto lo llaman «spa». Una estancia rectangular y sin ventanas ubicada en el sótano de la mansión de piedra de Viebury Grove. Unas paredes de bloques de hormigón, pintadas con varias capas desconchadas de un lóbrego tono marfil. Estoy sentada en un sillón de pedicura, y a mi lado tengo a Rosa sentada en otro. Ambas tenemos delante los útiles de pedicura, solo que no hay ninguno, excepto una caja de limas para las uñas. En un rincón hay una camilla de masajes, plegada, junto con dos sillas plegables. El extremo de esta estancia rectangular está oculto por una cortina de color azul, detrás de la cual se almacenan varios paquetes de toallas de papel.

Por lo demás, parece ser que se han llevado todos los objetos que yo hubiera podido emplear como recursos.

Después de que los Perdedores me trajeron de vuelta a Viebury, fui encerrada con llave en una estancia en la que no había nada más que un saco de dormir. Me quedé ahí dentro durante esa primera noche, todo el día de ayer y la noche pasada. Cuando me metieron dentro me dieron un cubo, un paquete de pan de molde y una botella de agua, y me dijeron que me quedaba sola.

Esta mañana me han ido a buscar y me han bajado a este cuarto del sótano con los sillones de pedicura. Y luego han traído a Rosa. Hoy es el día D.

Se supone que debo «estrechar lazos» con Rosa, quizá pintándonos las uñas la una a la otra. Sin embargo, lo único que he hecho ha sido entrenarla.

Rosa tiene un nombre, Rosa es una fugitiva. Rosa es la chica que daba gritos en la cabina de aquel camión de gallinas. Rosa tiene el cabello negro y rizado y unos ojos castaños con motitas doradas. Está sentada en su sillón de pedicura con la respiración agitada, descansando de nuestra última tanda de ejercicios. Llevamos cuatro horas practicando.

Rosa podría ser Christine, Amy, Masie o Molly. Podría ser Dorothy. Dorothy M. Salucci. Podría ser Melanie, Candy o Cubo. No importa el motivo por el que Rosa se ha convertido en una fugitiva, como tampoco importan los motivos de las otras chicas. Rosa podría ser negra, hispana, blanca, asiática, de la Europa del Este, griega. Podría ser de todas las razas, mezcladas en un amasijo de ADN. Rosa podría ser alta. Podría ser baja, o mediana, o rara. Rosa podría ser una drogadicta, una estafadora, una inocente, una enferma o todo eso junto. Rosa tiene casi siempre entre trece y diecisiete años, está huyendo de una infancia que no ha sido infancia, sufre por algún motivo y desde luego padece un trauma emocional. A Rosa su madre no le inyectó autoestima en grandes dosis, como hizo la mía conmigo. Rosa podría ser una adolescente normal, con un lóbulo frontal todavía en desarrollo, que ha cometido un tonto error.

Cuando la secuestren, recién salida de las calles, Rosa se creerá todo lo que le diga su secuestrador, siempre que le proporcione un techo, cama y comida. Rosa quiere pelear, pero no puede, le faltan recursos, apoyo y otra cosa que debería haber tenido: una infancia que le ofreciese la oportunidad de buscar otras alternativas. En ocasiones nuestra Rosa, que podría ser cualquier chica, cualquiera, es secuestrada e inmovilizada, drogada y apaleada, retenida contra su voluntad y amenazada. De modo que se queda enganchada en la vida de los bajos fondos, condenada a exhibirse en minifalda en las esquinas y en moteles baratos, para satisfacer al tipo que la mantiene, a su chulo armado con una pistola, que le recuerda que la quiere, después de darle una paliza, y que una vez al mes la lleva a cenar después de haberla obligado a que le coma la polla para demostrar que no le gustan más las pollas de sus clientes.

Mientras me preparaba para este día, he entrevistado a varias decenas de víctimas del tráfico de seres humanos en casas de acogida de todo el país. Y la historia es siempre distinta en los detalles, pero la narrativa es la misma. El argumento es el mismo. Con los mismos ciclos de malévola bondad tras la agresión física.

Generalmente, el chulo mantiene a Rosa enganchada a las drogas, y de ese modo la tiene controlada. El público podría decir que es una puta. Todo el mundo ha visto a Rosa, la puta. Rosa está por todas partes. Hasta en los encantadores centros comerciales de las afueras. Está allí, paseando entre las furgonetas de los repartidores o junto a los cubos de basura de la cervecería de la esquina. Rosa no se acerca a la mamá de labios pintados de rosa que va en su Volvo vestida con su sudadera de marca color pastel, pero a lo mejor le gustaría. A lo mejor le gustaría sentarse en el asiento de atrás, al lado de los rollizos hijos de esa mujer, como si fuera uno de ellos, y pedir que la llevasen a un centro de planificación familiar para curarse una enfermedad de transmisión sexual. Seguramente el público la despreciaría por ser una prostituta rastrera, un ser asqueroso. Seguramente las esposas la acusarían de destrozar matrimonios. De transmitir enfermedades. De constituir una plaga para la ciudad. Algunas dirán que la propia Rosa ha escogido esa vida, que ofrece su sexo a cambio de dinero y de drogas. Pero se equivocan. Ella es Rosa. Es una niña.

Da igual el motivo por el que Rosa ha huido. Rosa podría ser rica, pobre, inmigrante, documentada, indocumentada, norteamericana, guapa, fea, o pasearse oculta bajo una máscara de perfección. No importa. No importa. Rosa es un ser humano. Y ese ser humano podría haber sido educado para el bien de la sociedad, o por lo menos para su propio bien, para su propia trayectoria personal. Y como a mí no me gusta malgastar recursos, y dado que sufro la enfermedad de ser leal a mi querida Dorothy, y que he sido programada por Melanie para salvar a estas otras chicas, para otorgar un valor a su muerte violenta, tengo amplios motivos para ayudar a todas las Rosas, a vengar a todas las Rosas. Dorothy es Rosa. Melanie es Rosa. Sin embargo, yo no soy Rosa; yo soy simplemente un arma en la guerra que se está librando por ellas.

Esta exacta Rosa que tengo delante, esta Rosa de cabello negro y rizado y ojos marrones, fue secuestrada hace tres días, había huido solo tres días antes y pensaba que la estaban invitando a formar parte de una troupe de modelos que iba a viajar a Los Ángeles, un plan que le ofreció un individuo que se le acercó en un centro comercial. Zas. Así, sin más. Una forma de actuar de lo más habitual. La madre de Rosa, madre soltera, le prohibió que se fuera porque lo consideró una insensatez, y, naturalmente, Rosa la desafió: se escapó pasadas las doce de la noche después de que su madre, agotada de tanto trabajar, se hubiera quedado dormida en el sofá con un cenicero lleno de colillas en el suelo, debajo de la mano, y una botella de ron tirada en la alfombra.

Rosa fue ingenua y la engañaron. Tiene dieciséis años. Es virgen. Ha sido elegida para que desempeñe el papel de víctima de una violación perpetrada por Eminencia en el espectáculo de la Pecera de las Langostas. Después de eso, tienen la intención de engancharla a la heroína y vender su cuerpo una y otra vez, si es que sobrevive.

El esfuerzo realizado hoy, si el plan tiene éxito, apenas hará una ligera mella en el tráfico de personas que se desarrolla en el mundo entero, pero es un principio, y eso ya vale mucho. Hay que ir poniendo un ladrillo detrás de otro. Un rompecabezas se va montando pieza a pieza. Las mafias de traficantes se desbaratan de una en una. Hay que seguir adelante. Y nunca, nunca, nunca rendirse. Nunca.

En este preciso instante, un ser humano verdadero llamado Rosa, que verdaderamente se llama Rosa, está sentada a mi lado en un sillón de pedicura, en un spa ubicado en el sótano de la mansión de piedra de Viebury Grove. Ayer la tuvieron escondida en un desván por aquí cerca, no sabe dónde, pero cree que posiblemente fuera en un campo de golf. Antes de eso la tuvieron retenida en otro sótano del estado de Maine durante una noche, después de secuestrarla en la estación de tren de Braintree, que fue donde le dijeron que iba a recogerla su contacto para la troupe de modelos. Rosa quiere irse a su casa.

Lo único positivo en este momento es que Rosa tiene energía combativa en la mirada y posee un cuerpo fuerte y compacto y unos muslos muy tonificados gracias a que corre los cien y doscientos metros lisos con su equipo de atletismo. Puedo aprovechar esos recursos. Si es que consigo que confíe en mí. Tengo que darle a escoger. A ninguna de las dos nos servirá de nada esto si ella no se compromete plenamente. Si las cosas se tuercen, una de las dos morirá, o moriremos las dos, o morirá una y la otra se quemará en un baño de lejía.

Voy a darle a Rosa la opción de echarse atrás. Pero le prometeré, y tengo la plena seguridad, que si confía en mí será ella la que atrape a estos cabrones. Será ella la que tenga en su mano el poder de hacerlo, y los aplastará.

—¿Lista para intentarlo otra vez? —le pregunto.

Ya llevamos nueve horas encerradas juntas en este cuarto, pero no estamos maniatadas. Perdedor 2 monta guardia al otro lado de la puerta, en el pasillo. He tranquilizado a Rosa, le he dado charlas y explicaciones. Le he explicado varios movimientos y una maniobra clave, y la he obligado a ensayarla conmigo varias veces. Ahora está concentrada, controla su cuerpo y ya no llora.

—Sí, vamos a probar otra vez —contesta.

Ya no llora ni tiembla como durante las dos primeras horas, dos horas que pasó llorando y contándome su historia, igual que Melanie.

—Sabes que eres muy capaz de hacer esto, ¿verdad, Rosa?

No me responde, se limita a mirarme de reojo y afirmar con la cabeza. Frunce los labios en un gesto que indica tristeza.

—No debería haberles hecho caso. Soy una idiota, una idiota. Mi madre tenía razón —dice—. Oh, Dios mío, voy a morir. —Se le quiebra la voz.

No tenemos tiempo para nuevas agitaciones emocionales.

—Rosa, ponte de pie. Tenemos que seguir ensayando.

Se sorbe la nariz y afirma con más ímpetu.

—Vale, vale. Vamos allá —dice, y se levanta.

Le ato las manos a la espalda empleando el cinturón de uno de los dos albornoces de amplias mangas que nos han dado.

—¿Te fías de mí? —le pregunto.

Hace un gesto afirmativo.

Un mechón de pelo negro no me deja ver el brillo que reflejan las motitas doradas de su ojo derecho; sin embargo, el izquierdo brilla sin estorbos, en contraste con el ambiente frío y húmedo de esta guarida, como si fuera un baño de luz, revelando una fuente de inteligencia natural y un feroz desafío. Inteligencia y desafío son los dos principales recursos que posee Rosa, y vamos a aprovecharlos.

«Recursos. Recursos por todas partes, en abundancia, en los seres humanos, en los objetos, en los sentidos, en la luz, la vista, el oído, el gusto, el tacto. En la gravedad. En el espacio. Bajo tierra. En el suelo. Dentro del viento. Generados por el movimiento mecánico. Hay recursos en todas partes, literalmente en todas partes, en cada centímetro cuadrado del planeta y más allá, todo está sembrado de recursos».

Qué universo tan desordenado y caótico. Hermoso. Ruidoso. Callado. Vidente y ciego. Útil.

Rosa y yo ensayamos durante otra hora entera. Ella quiere continuar, pero se le nota que ya está dolorida, así que le desato las manos.

—Necesitas descansar otra vez. Lo estás haciendo muy bien.

Ambas regresamos a nuestros sillones de pedicura.

—Es la hora de decir qué queréis comer —dice una voz áspera al otro lado de la puerta. Al oírla, Rosa y yo damos un respingo; esto quiere decir que ha empezado el juego.

Entra Perdedor 2 en el cuarto.

—Eminencia dice que podéis pedir lo que se os antoje y que es necesario que comáis. Así que ya sabéis, podéis pedir lo que queráis. ¿Tú? —dice dirigiéndose a mí.

—Un plato de mandarinas —contesto—. Sin pelar. Quiero pelarlas yo. Si están peladas, no me las comeré.

—Vale, como quieras. ¿Y tú? —le pregunta a Rosa.

—Lo mismo —responde ella.