7
Lecciones de historia

Después de la regañina de Matt por haber faltado a los ensayos, Kellan procuró no faltar a ninguno más. Por desgracia, a mí me fue imposible asistir a ningún otro más, así que en esa última semana no pude ver tanto a Kellan como en las anteriores. Nos las apañamos para encontrarnos por las noches, esquivamos a los amigos y nos libramos de las obligaciones menos importantes para revolcarnos en la cama de Kellan durante unas horas. Realmente era imperdonable, ya que sus ensayos y las clases que me salté eran muy importantes, pero necesitábamos estar todo ese tiempo juntos, pues cada día que amanecía nos acercaba más a nuestra separación.

Me costó un poco aceptar que Kellan de repente se centrase de nuevo y acabase con ese ciclo de irresponsabilidad, aunque conseguí adaptarme concentrándome en el trabajo, las clases y los amigos. Y él hacía un poco más interesante el tiempo que pasábamos separados probando su nuevo teléfono móvil. Me había interrumpido varias veces durante las clases con mensajes de contenido altamente inapropiado. La mayoría de ellos hacían que me sonrojara. Era todo seductor, incluso a través de la tecnología.

Finalmente llegó el viernes.

Cuando me desperté en mi nueva cama grande flotaba una sensación en el aire, una sensación de despedida. Lo hice con los brazos de Kellan a mi alrededor y con la mejilla recostada sobre el pecho. Me di cuenta de que estaba despierto porque acariciaba mi pelo una y otra vez con delicadeza, y me pasaba algunos mechones tras las orejas suavemente.

Me estiré, levanté la cabeza y lo miré. Esos ojos de color azul de la medianoche, más profundos y hermosos que cualquier océano. Sonrió y acarició mi mejilla con el dorso de su mano.

—Buenos días —susurró.

Sonreí y toqué con delicadeza sus labios con los míos.

—Buenos días.

No dijimos nada más, apoyé la cabeza sobre su piel y lo abracé durante al menos otra hora más. Me abrazaba tan fuerte como yo lo abrazaba a él y, de vez en cuando, me besaba el pelo. Fue una de las experiencias más reconfortantes que había tenido nunca, y sabía que una parte de mí recordaría esa mañana para siempre, y me aferraría a ella un día después, cuando lo echara tanto de menos que me doliera físicamente.

Tras una rápida eternidad de felicidad, llegó la hora de prepararme para ir a clase. A regañadientes me aparté de Kellan, pero él vino conmigo, con una sonrisa juguetona. Me acompañó hasta el baño, y hasta la ducha. Traté de no distraerme con el agua que caía por sus tensos músculos, y dejé que me mimara y me acariciara. Me cubrió de jabón y cariño todo el cuerpo, pero sin convertir el momento en algo sexual. Sólo nos lavamos el uno al otro, lo que también fue muy reconfortante.

Cuando acabamos, cuando el agua ya caía helada sobre nuestros cuerpos, se envolvió en una toalla y fue a preparar un café. Sonreí al ver la toalla que colgaba sobre su trasero, y me vestí rápidamente para poder reunirme con ese cuerpo semidesnudo.

Me puse unos pantalones vaqueros y unas camisetas superpuestas, y abrí la puerta a la vez que mi hermana. Parpadeó adormilada, aunque ya eran más de las once de la mañana, y se rascó su salvajemente atractiva melena de recién levantada.

—Eh, hermanita, ¿vas a clase?

Asentí con la esperanza de que mi hermana no decidiera ir a la cocina por algún motivo, ya que Kellan estaba aún cubierto sólo con una toalla alrededor de la cintura, y me puse en su línea de visión.

—Sí, dentro de poco. Kellan me va a llevar, así que puedes usar hoy el coche.

Anna asintió y bostezó. Ella tenía el coche la mayoría de los días, así que no le resultó nada nuevo. Se estiró de tal forma que la estrecha camiseta con la que había dormido se alzó sobre sus caderas cubiertas por el bikini, asintió y se dirigió hacia la cocina.

—¿Está él allí? Debería desearle suerte para esta noche.

Al oír a Kellan canturrear, traté de bloquear la visión de mi hermana un poco más. Puede que a ella no le importara que yo viera a su novio en toda su gloria, pero yo no necesitaba que ella le echara miraditas a Kellan. Ése era mi trabajo.

—Sí, está haciendo café. —Cuando ella sonrió y se acercó a mí, la agarré del hombro. Miré su cuerpo escasamente vestido y enarqué una ceja—. ¿Te importaría ponerte algo encima antes de pasearte por allí?

Bostezó y sacudió la cabeza.

—A Kellan no le importa, Kiera. Soy como una hermana para él.

Suspiré ante la belleza imposible de la chica sexy que tenía delante de mí y sacudí la cabeza.

—¿Por mí?

Quizá fue al ver mi expresión mientras miraba con tristeza sus curvas por lo que finalmente accedió.

—Está bien.

Cuando regresó a su habitación, yo fui a la mía y cogí la ropa de Kellan. Sujeté el bulto de ropa apretado contra mi pecho y corrí por el pequeño pasillo hasta la cocina. Kellan estaba apoyado sobre la encimera con las manos detrás de él, con el pecho al descubierto. Me detuve un momento sólo para mirarlo embelesada.

Tenía el cabello empapado, despeinado, con algunas gotas de agua que caían sobre su hombro de vez en cuando. Una gota resbaló por la clavícula y siguió cayendo por las elegantes letras de mi nombre por encima de su corazón. Desde allí, la juguetona gota de agua rodó por los pectorales, las costillas, y bajó directamente hacia la profunda V de la parte inferior de su abdomen. Siguió esa línea hasta que finalmente tropezó con la toalla absorbente que colgaba alrededor de sus caderas. Era la maldita gota de agua más afortunada de la Tierra.

—¿Kiera?

La alegre voz de Kellan hizo que mis ojos volvieran hacia partes sumamente divertidas. Sonrió con malicia y levantó una ceja.

—¿Ves algo que te guste?

Me sonrojé y le tiré la ropa. Se sobresaltó ante el movimiento repentino, pero consiguió cogerla.

—Anna se ha despertado y está a punto de venir aquí. ¿Puedes vestirte, por favor?

Dije esa última parte con tristeza mientras trataba de no volver a mirar su cuerpo. Se echó a reír ligeramente, dejó la ropa sobre la encimera y miró cómo lo observaba. Me mordí el labio al ver otra gota caer por su ancha espalda.

—¿Estás segura? —preguntó, aún burlón.

Suspiré y miré con rapidez hacia la habitación de Anna. Afortunadamente la puerta seguía todavía cerrada.

—Sí.

Cuando lo volví a mirar se encogió de hombros y desenrolló la toalla de su cintura. Dejó caer la tela al suelo de mi diminuta cocina. Mis ojos se abrieron de par en par al verlo completamente desnudo. Kellan no necesitaba… hum… ensalzar su miembro viril con accesorios como hacía Griffin. Era absolutamente perfecto en su estado natural. Me sonrojé al verlo sacudir ligeramente la cabeza hacia mí y coger su ropa interior del montón muy lentamente. Quería gritarle para que se diese prisa y, al mismo tiempo, que lo hiciese aún más despacio. Sonreí, sabía que también recordaría esa fotografía mental cuando lo echara de menos.

Cuando se acabó de poner la última prenda sobre el cuerpo, suspiré con tristeza y me acerqué a él para rodearle el cuello con los brazos.

—Voy a echarte de menos —susurré, y sacudí la cabeza.

Sonrió y rodeó mi cintura con los brazos.

—Yo también te voy a echar de menos.

Nos besábamos tiernamente cuando mi hermana entró en la habitación.

—Maldita sea, ¿es que sólo llevaba una toalla?

Miré a mi hermana, fruncí el ceño juguetonamente y señalé a la prueba apilada en el suelo. Sonreí y apoyé la cabeza en su pecho.

—Sí, lo siento, te perdiste el espectáculo erótico.

Suspiró dramáticamente, se acercó al mueble que había frente a nosotros y cogió unas cuantas tazas.

—Como siempre —murmuró, y me dio una a mí y otra a Kellan.

Kellan sonrió, sacudió la cabeza y me soltó para poder servirnos café de la cafetera en la se acabada de terminar de hacer. Cuando le dio el suyo a Anna, ésta se lo agradeció educadamente.

Tomó un pequeño sorbo y levantó las cejas hacia él.

—Oye, Kellan, buena suerte con la actuación. Voy a salir un poco antes de trabajar para poder ver el final.

Kellan asintió, sonrió y me dio una taza medio llena para añadirle crema de leche; no podía soportar el café solo como mi hermana y él.

—Gracias, Anna. Me alegro de que puedas venir. —Me sonrió y se sirvió una taza—. Estaría bien.

Se encogió de hombros con indiferencia, como si fuera sólo otro concierto más y no su concierto de despedida.

Me mordí el labio para detener la sensación de escozor que crecía en mis ojos mientras me servía una buena ración de sabrosa crema en mi taza. No quería ponerme nerviosa por eso todavía. Ya habría tiempo para las lágrimas más tarde, de eso estaba segura. Anna suspiró, un sonido adecuado para mi estado de ánimo.

—No me lo perdería por nada, Kellan.

Le dio una palmadita de apoyo en el hombro y luego nos dejó solos para que pudiéramos pasar una última mañana tranquila juntos con nuestras tazas de café. Y eso era lo más reconfortante de todo.

Después de llevarme a la universidad, Kellan me echó el brazo sobre el hombro y me acompañó hasta clase. La gente al final se había acostumbrado a verlo caminar por los pasillos, ya que me acompañaba casi todos los días, pero las chicas aún miraban con admiración. Había pensado saltarme las clases de ese día, para que pudiéramos pasar juntos todo el tiempo del mundo, pero Kellan me dijo firmemente que no. Las clases eran importantes, insistió, y yo ya había perdido demasiadas. Acepté de mala gana porque sabía que él tenía razón.

Me sorprendió al acompañarme todo el camino hasta mi clase. Cuando llegamos a una fila con un par de asientos vacíos, lo miré con escepticismo.

—De esta parte ya me encargo yo. Puedes irte a echar una siesta… O a lo que quieras.

Sonrió adorablemente, sacudió la cabeza, me cogió de la mano y caminó hacia atrás por el pasillo conmigo.

—No te estoy acompañando a tu asiento. —Pasó junto a dos chicas que lo miraron con los ojos muy abiertos, se sentó y me hizo una señal para que me sentara a su lado—. Me quedo aquí contigo —me explicó, y sonrió de oreja a oreja mientras cruzaba los brazos sobre el pecho.

Me quedé mirándolo boquiabierta. Él había bromeado antes con asistir a una clase, pero nunca pensé que llegara a hacerlo. Kellan no era tonto ni mucho menos, pero no era exactamente del tipo académico. Se aburriría de estar allí sentado conmigo mientras el profesor hablaba y hablaba sobre moralidad y acuerdos contractuales. Asentí y me senté a su lado.

—Está bien.

Sonrió y echó un brazo por encima de mi hombro. Lo miré y alcé una ceja.

—No te quedes dormido, —se rió un poco y me acarició el brazo con el pulgar. Sonreí—. Y nada de bromas. De verdad necesito aprender esta mierda —añadí.

Kellan levantó la mirada al techo, se puso la mano en el corazón y prometió:

—Seré el estudiante perfecto. —Miró hacia adelante y murmuró—: Y si no lo soy, luego podrás castigarme.

Su sonrisa fue tan endiabladamente atractiva que tuve que mirar hacia otro lado. Por desgracia, miré justo hacia donde estaba Candy.

Se encontraba sentada con sus amigas, con la cabeza girada para mirar a la estrella del rock sentada en su clase. Su expresión de sorpresa casi era igual que la mía. Me acerqué a él y apoyé la cabeza en su hombro, su expresión se relajó y se hizo indiferente. Puso los ojos en blanco y murmuró la palabra, «Bah», que distinguí claramente, se echó hacia atrás y se giró hacia la parte delantera de la clase.

Sonreí y esperé a que mi novio recibiese su primera clase de universidad. Esperaba que le gustase.

De un modo que me sorprendió, Kellan fue el estudiante perfecto. Escuchó embelesado, incluso se inclinó un poco hacia adelante. Y durante el tiempo de debate, hizo un par de preguntas bien razonadas. Sonreí cuando entró en discusión con un chico de unas cuantas filas más abajo. El argumento de Kellan era mucho más convincente, y el estudiante de la clase le dio la razón al final. El profesor lo elogió por sus reflexiones, luego inclinó la cabeza como si estuviese tratando de averiguar quién era Kellan… y si era un estudiante de verdad. Finalmente dejó de tratar de averiguarlo y dio por terminada la clase del día.

Estaba muy orgullosa de mi novio cuando nos marchamos de la clase. En otra vida, probablemente le habría ido bastante bien allí.

Kellan tenía una sonrisa de oreja a oreja, le apreté la mano, me encantaba que le hubiera gustado tanto. Todo estaba saliendo genial, hasta que pasamos al lado de un grupo de chicas que reían. Con valentía, se colocaron delante de nosotros y nos cortaron el paso. Todavía en el séptimo cielo, Kellan les sonrió.

—¿Señoritas? —inclinó la cabeza y preguntó educadamente.

Ellas se rieron todavía más cuando las saludó. Yo tuve ganas de suspirar y poner los ojos en blanco. Había algo en él que convertía a chicas maduras, educadas y liberales en colegialas de quince años. Había visto cómo sucedía demasiado a menudo.

La más atrevida del grupo dio un paso adelante.

—Eres Kellan, ¿verdad? Nos encanta tu grupo.

Kellan asintió educadamente, aunque mientras estudiaba al conjunto de mujeres reunidas frente a él, puso una cara extraña. Fue algo de lo que las chicas probablemente no se percataron, pero yo sí. Era casi como si estuviera intentando poner un nombre a cada cara. Esbozó una sonrisa relajada y contestó con tranquilidad.

—Me alegra oír que os gusta el grupo. Nuestro último concierto es esta noche en el local de Pete. —Se inclinó y enarcó una ceja—. Espero que podáis ir.

Su tono era tan sugerente que, de hecho, yo también levanté las cejas. Estaba acostumbrada a verlo coquetear un poco con ellas, pero algunas veces llegaba demasiado lejos.

Ellas, por supuesto, lo devoraban con la mirada. Kellan sonrió mientras miraba al grupo de chicas. Observaba a una de ellas en particular, así que también me interesé por ella. La chica se mordía el labio y lo miraba de una forma muy íntima, lo que indicaba que había tenido una relación más estrecha con él que el resto de las aduladoras fans. Era una mirada que ya había visto antes en algunas mujeres que se acercaron a él, o que algunas veces incluso habían aparecido en su propia casa. Era la mirada de una mujer que había compartido la cama con él antes, y a la que probablemente no le importaría volver a compartirla de nuevo.

Mientras sus ojos continuaban fijos en los de ella, finalmente conseguí identificar la mirada que veía en su cara. Era una expresión de «Te conozco…, pero ¿de qué?»

Irritada por toda la situación, comencé a retirarme de su lado sutilmente. Quizás aprovechó la indirecta y se excusó con las curiosas.

—Encantado de conoceros… Os veré en el concierto.

Me quejé un poco por lo que dijo al final. Ahora ellas probablemente darían por sentado que pasaría algún tiempo con ellas en el concierto de esa noche. Y una chica con la que parecía haberse acostado seguramente esperaría una enorme cantidad de atención personal.

Tenía el ceño fruncido para cuando salimos. Kellan inmediatamente se dio cuenta.

—Eh, ¿qué pasa?

Lo miré fijamente antes de levantar la vista al cielo.

—¿Espero que podáis ir? ¿Os veré en el concierto?

Se detuvo en seco y me miró.

—Kiera, sólo era amable con unas admiradoras. No significa lo que tú crees que significa.

Yo también me detuve en seco y me puse las manos en las caderas. No me importaban las admiradoras, de verdad que no, pero esa chica me había irritado mucho. Era muy raro que tanta gente supiera cómo era estar con él… en ese sentido. Y aparecían chicas así por todas partes. Esa fan, Candy, Rita, y estaba segura que la mecánica también…, y eso sólo en el pequeño círculo que yo veía a menudo. Sabía que su lista era mucho, mucho más larga. Señalé al edificio.

—¡Te has acostado con esa chica!

Parpadeó sorprendido por mi tono de voz, y su rostro se encendió.

—¿Y?

Me quedé perpleja. Ni siquiera había intentado negarlo.

—Y… Y… —No tenía ningún argumento sólido con el que responderle, así que suspiré, y agaché la cabeza—. Y estoy cansada de encontrarme con chicas que saben cómo es hacer el amor contigo.

Suspiró y se me acercó para tomarme el rostro con las manos. Me miró y me habló con más dulzura mientras negaba con la cabeza.

—Nadie más que tú sabe cómo es hacer el amor conmigo. —Apoyó su cabeza en la mía—. Ni siquiera yo sabía qué era hacer el amor hasta que lo hice contigo.

Se apartó y señaló el edificio con un gesto de la cabeza.

—Lo que ocurrió con esa chica… fue sólo sexo. Un acto físico sin emoción, sin sentimientos y que no significó nada. Sólo fue placer… y ni siquiera me acuerdo. —Se agachó un poco y me miró directamente a los ojos—. En cambio, recuerdo todas y cada una de las veces que tú y yo lo hemos hecho. Soñaba contigo incluso antes de que empezáramos a estar juntos. No podía olvidarte, aunque lo intenté… —Me acarició las mejillas con los pulgares al mismo tiempo que sentía cómo bajaban las lágrimas por ellas—. Me… marcaste. Eso es hacer el amor. Eso es algo que tú tienes y que ninguna de ellas logrará jamás. Tú eres… inolvidable… y a ti te amo.

Sorbí por la nariz y tragué saliva un par de veces antes de poder contestarle.

—Yo también te quiero.

Me besó, y sentí la pasión y la verdad de sus palabras. Le habían tenido, pero no como lo tenía yo. Por alguna razón, yo era diferente para él, y me sentí eternamente agradecida por ello. Sin embargo, no pude dejar de pensar en todas sus conquistas mientras íbamos de camino a su casa. Me sentía un poco melancólica, así que me senté en su sofá en cuanto entramos. Se puso a mi lado, con gesto cauteloso.

—Kiera… ¿estás enfadada?

Negué con la cabeza mientras me volvía hacia él.

—No, no estoy enfadada. Es que…

Suspiré y me mordí los labios. Se encogió de hombros con expresión nerviosa.

—¿Es qué…?

Sabía que deberíamos tener esa conversación más tarde o temprano, así que apreté los dientes e inspiré profundamente. Exhalé, y comencé a hablar.

—Siento curiosidad… por todas esas mujeres.

Kellan apartó la mirada y también suspiró, como si supiera que aquello acabaría llegando.

—Kiera… ya sabes por qué solía…

Se quedó callado y bajó la mirada al suelo. Le tomé de la mejilla y le hice mirarme.

—Lo sé, Kellan. Conozco el motivo, es que… no sé cuántas fueron.

Se apartó y frunció el entrecejo.

—¿Cuántas? ¿Por qué quieres…? ¿Y qué importa…? —Sacudió la cabeza y volvió a encogerse de hombros—. ¿Y para qué serviría, Kiera?

Fue mi turno de bajar la mirada al suelo y suspirar, además de encogerme de hombros.

—No sé por qué, Kellan. Supongo que sólo quiero saber con cuántas otras… puedo acabar encontrándome. —Volví a mirarle. Seguía con el ceño fruncido—. ¿Sabes cuántas han sido?

Tragó saliva y evitó mirarme.

—Kiera, no me gusta… —Suspiró de nuevo y volvió a mirarme—. ¿Podemos dejarlo, por favor? Hoy no… Mañana me voy.

Respiré hondo lentamente. Deseaba dejarlo pasar por alto de nuevo, pero ya me había ocurrido demasiadas veces, y era el momento perfecto para hablarlo.

—Debemos tener esta conversación, Kellan. Ya deberíamos haberla tenido, pero a ti y a mí nos… afectaron problemas distintos a la hora de estar juntos, así que lo dejamos apartado, pero es algo importante… Hay que hablarlo.

Dijo que no con un bufido.

—¿Por qué? Eso forma parte del pasado. Ya no soy así, Kiera. No voy a volver a ser así. ¿No podemos simplemente olvidarlo?

Lo tomé de las mejillas con las manos y dije que no con la cabeza.

—No podemos dejar esas cosas así y tener una relación firme. Y no es… el pasado, Kellan. Esa chica de hoy demuestra que todavía es importante. Vamos a encontrarnos con chicas como ésa todos los días, y necesito… —Yo también solté un bufido—. Necesito saber a lo que me enfrento, Kellan.

Agachó la cabeza.

—No te enfrentas a nada —murmuró. No le contesté, y me miró con una mirada de esperanza en los ojos y creyendo que lo había dejado. Al ver que no era así, cuando vio que sólo me quedaba callada y a la espera de que me contestara, con el corazón en un puño, suspiró y asintió—. No sé con cuántas, Kiera… Lo siento.

Miró a su alrededor, y luego se inclinó hacia delante para apoyar los codos en las rodillas.

—Supongo que si hacemos cuentas… —Se miró las manos—. Llevo acostándome con mujeres desde hace casi diez años, con dos o tres chicas a la semana. —Me miró con expresión de culpabilidad—. De media. —Volvió a mirarse las manos—. Eso son…

Contuve el aliento, porque yo ya lo había calculado. Me miró y parpadeó después de hacer las cuentas.

—Mierda… Eso son más de mil quinientas chicas. —Se miró de nuevo las manos—. No puede ser…

Suspiré, porque sabía que lo era. Aunque sólo se hubiera acostado dos veces a la semana con una chica diferente en cada ocasión, eso suponía más de cien chicas al año. Puesto que había empezado tan joven, y tenía casi diez años de experiencia en esa clase de comportamiento… Bueno, eso suponía casi mil chicas. Y eso con una media semanal baja. Tenía la sensación de que algunos años había sido más de dos o tres a la semana. A veces lo había hecho dos o tres veces al día.

No tenía buen aspecto cuando se sentó en el sofá mientras pensaba en ello. Estaba claro que nunca lo había hecho hasta ese momento.

—Joder. Sí que soy un salido —murmuró.

Me sentí mal por él, y le puse una mano en la rodilla.

—Bueno, entiendo por qué no las recuerdas a todas.

Me miró horrorizado.

—Lo siento mucho, Kiera. No me di cuenta.

Negó con la cabeza, y yo hice lo mismo.

—Kellan, no intentaba que te sintieras culpable. Sólo que… deberíamos hablar abiertamente de esto.

Dejó escapar un suspiro y se recostó en el sofá. Asintió y abrió las manos de par en par.

—¿Qué quieres saber?

—Sé que no recuerdas todos los nombres, pero al menos, ¿recuerdas las caras? ¿Las reconocerías si nos tropezáramos con ellas?

Me encogí un poco al recordar lo ocurrido esa misma tarde.

Se mordió el labio con gesto pensativo.

—Quizá las chicas de estos últimos años, pero antes de eso… No, lo siento. Sus rostros son un borrón, y sabes que no siempre preguntaba… los nombres.

Le apreté la rodilla con la mano, y le hice la pregunta que más necesitaba que me contestara, la que me parecía más importante… y la que más me preocupaba.

—¿Fuiste seguro… con todas?

El corazón me palpitó con más fuerza. Era cierto que me preocupaban las enfermedades venéreas, pero lo que más me inquietaba era la posibilidad de que alguna mujer por ahí hubiera tenido un niño después de una noche de sexo. Pasaba a menudo. Era muy posible. Me aterraba horriblemente la idea de que apareciera una mujer a las puertas de su casa… con un bebé en brazos que tuviera los ojos de color azul medianoche.

Me miró de inmediato.

—Sí —me susurró con una voz que rezumaba certidumbre absoluta.

En ese momento fui yo la que se dejó caer con un suspiro en el sofá.

—Kellan, no tienes por qué mentirme para hacerme sentir mejor… Sé sincero.

Me tomó de las mejillas.

—Lo soy. Desde la primera vez utilicé condones. Siempre llevé unos cuantos encima desde ese día. No quería… —Suspiró y meneó la cabeza—. No quería que le pasara… lo que me ocurrió a mí a otra chica.

Lo miré sin gesto alguno, sorprendida de que las circunstancias de su propia concepción lo hubieran afectado tanto como para ser tan responsable, por así decirlo, a la temprana edad de doce años.

—¿Cómo puedes estar tan seguro… si no las recuerdas a todas? —murmuré sin pensarlo.

Sacudió la cabeza.

—Porque era mi condición, y nunca la incumplí. Era… era lo único que hacía bien.

Fruncí el entrecejo y le quité la mano de mi cara.

—No la cumpliste conmigo. Nunca pensaste en eso cuando estabas conmigo.

Mi tono de voz sonó un poco acusatoria cuando pensé en todos nuestros momentos íntimos. Bajó la vista y miró de un lado a otro.

—Eso es porque… —Me volvió a mirar—. Porque eras tú. —Fruncí el entrecejo sin entenderle. Suspiró y me volvió a tomar la mejilla en la mano—. Te quería tanto… tanto… Y de un modo como no había querido a ninguna otra chica. —Apoyó la frente en la mía—. Te amé… incluso esa primera vez. No quería que nada se interpusiera entre nosotros. Quería…

Se apartó y miró hacia otro lado. Lo agarré de la mejilla y le obligué a mirarme.

—¿Qué es lo que querías?

Se encogió con aspecto de sentirse culpable otra vez.

—Quería… poseerte. Quería una parte de mí en ti. —Se encogió un poco—. Quería marcarte, hacerte mía. —Volvió a suspirar y a menear la cabeza—. Porque sabía que no lo eras, pero eso me hacía sentirme más cerca de ti, hacerlo de ese modo.

Bajó la vista mientras mis ojos se llenaban de lágrimas.

—Lo siento… No debería haberlo hecho.

Tragué saliva y pegué la boca a la suya.

—Yo también te quiero —le murmuré con la boca pegada a la suya.

Le agarré de la cabeza y tiré de él para tumbarlo en el sofá. Se dejó y se acomodó sobre mí mientras nuestras bocas se movían en una sincronización perfecta. Nuestra respiración se aceleró, y los besos se volvieron más apasionados mientras mi cuerpo se derretía debajo del suyo, que ya estaba preparado para reclamarme como suya. Pero cuando entrelacé los dedos en sus cabellos y le arañé un poco el cuero cabelludo, se apartó de mí.

Me miró fijamente e hizo un movimiento negativo con la cabeza.

—No quiero que me malinterpretes, pero ¿podríamos no tener sexo ahora? ¿Podemos sólo… abrazarnos… hasta que tengas que ir al trabajo? Sólo quiero estar cerca de ti un rato.

Cambié las manos de lugar y me puse a apartarle los mechones sueltos de la frente. Lo miré fijamente a los ojos.

—Claro que sí.

Sonrió levemente y me besó una última vez en los labios antes de moverse para quedar tendido a mi lado. Me colocó la cabeza en el hombro y entrelazó las piernas y las manos con las mías. Luego me besó los nudillos y suspiró con suavidad.

—Kiera, te amo —susurró.

Lo besé en la frente y apoyé la mejilla en su cabeza para interiorizar la sensación de su cuerpo tumbado al lado del mío. Me había equivocado antes. Aquello sí que era la sensación más maravillosa del mundo.

Nos quedamos así, reconfortándonos el uno al otro abrazados y en silencio, hasta que llegó el momento de marcharme para ir a trabajar. Nada más entrar en el bar, Sam le dio un vaso de chupito a Kellan. El enorme portero le sonrió de oreja a oreja y le dio una palmada en el hombro.

—¡Toma, hombre! ¡Es tu noche, bebe!

Kellan se lo bebió inmediatamente de un solo trago.

—Gracias, Sam. —Le sonrió, e incluso se rió un poco mientras le devolvía el vaso—. Nunca pensé que precisamente tú me darías una copa.

Kellan volvió a reírse, pero Sam puso los ojos en blanco y dejó de sonreír.

—Bueno, como esta noche no acabarás tirado en mi puerta, lo permitiré.

Miré a Kellan con el ceño fruncido al recordar su confesión de que había acabado completamente borracho en la puerta de Sam por mi culpa. Había tenido que encargarse del muy idiota, cuando no tenía ni idea de por qué había terminado así. Me resultó un poco sorprendente que pudiera bromear sobre esa noche, pero así era Kellan. Había desarrollado la capacidad de recuperarse. Supuse que, debido a su vida, no había tenido más remedio.

Sam meneó la cabeza y luego se rió antes de darle otra palmada en el hombro a Kellan.

—Vamos a echarte de menos, Kell.

Se alejó, y me pareció oírle murmurar «borracho idiota».

Kellan hizo caso omiso y le contestó con alegría.

—¡Gracias!

Intenté acompañar a Kellan hasta su mesa, pero pareció que, cada tres pasos que daba, alguien lo detenía para felicitarlo y en la mayoría de los casos, darle una copa. Aceptó todas las bebidas y se las tomó de un trago para después dar las gracias a la persona que se la había ofrecido. Tras la cuarta parada, dejé de intentar acompañarlo y lo besé en la mejilla antes de decirle que me ponía a trabajar. Asintió mientras tomaba otro trago. Meneé la cabeza, con la esperanza de que no se pasara con la bebida y que pudiera dar su último concierto esa noche. Sería toda una decepción para sus admiradores que tuviera que llevarme a un idiota borracho a su casa al cabo de una hora.

Para cuando comencé oficialmente mi turno, estaba rodeado por un grupo bullicioso de admiradores de ambos sexos. Todos parecían querer pasar un rato con él antes de que se marchara al día siguiente. Me sentí agradecida por haber disfrutado ya de mis momentos de ternura con él ese día, pero me entristecía que no dispusiéramos de más tiempo para estar juntos. Tendría que compartirlo a partir de ese momento.

El resto del grupo apareció más o menos una hora después de que comenzara mi turno. El local estalló en vítores cuando se reunió todo el grupo. La ovación fue al menos diez veces más sonora de la que recibieron en Bumbershoot. Todo el mundo estaba orgulloso de sus chicos y quería desearles suerte. El bar estaba abarrotado, y todavía faltaban un par de horas para que comenzara el espectáculo.

Al oír el ruido, Pete asomó desde el fondo. Suspiró desanimado por la marcha de su motivo de distracción, sacudió la cabeza y levantó las manos al aire. Todo el mundo se giró para mirarlo y el local se quedó en silencio. Kellan fue abriéndose paso entre la multitud para colocarse junto a sus compañeros del grupo y cruzó su mirada con la de Pete, que sonrió al cantante.

—Kellan… Muchachos… Nunca olvidaré las cosas tan maravillosas que habéis hecho por mi humilde bar. Sabéis que cuando volváis tendréis aquí vuestro sitio.

Kellan sonrió y desvió los ojos al suelo. El resto de los D-Bags se intercambiaron miradas sonrientes. Pete, visiblemente emocionado, se sorbió la nariz y sacudió la cabeza.

—Bueno, una ronda para todos. ¡Invita la casa!

El bar estalló en un rugido y yo me quedé con los ojos abiertos de par en par. Allí había un montón de gente. Mientras Pete acudía a hablar con el grupo, Jenny, Kate y yo nos pusimos a trabajar para satisfacer con cervezas gratis a las masas. Tardamos una eternidad en servir a todo el mundo, pero, al final, con ayuda de Rita y de Troy, el camarero extra de ese día, lo conseguimos. Cuando se fue extendiendo un murmullo de contento por el local, me apoyé en la barra y suspiré, agotada.

Kate y Jenny se apoyaron junto a mí, una a cada lado. Kate se sopló un mechón suelto de pelo para apartárselo de los ojos; era el primer mechón suelto que le había visto nunca.

—Los echaré de menos, pero, joder, esta noche sí que va a ser larga.

Rita asomó por detrás de nosotras y nos sirvió unos chupitos.

—¡Una ronda para las chicas!

Troy se le puso al lado y Rita le lanzó una sonrisa sugerente antes de servirle uno a él.

—Y para ti también, claro.

Sonreí sin dejar que Rita me viera y sin molestarme en decirle que estaba bastante segura de que Troy nunca se interesaría en ella del modo que insinuaba su sonrisa. De hecho, estaba bastante segura de que los intereses de Troy iban de otro lado… del lado de mi novio, por ejemplo.

Brindamos y nos bebimos los chupitos. Noté una quemazón cuando el líquido me bajó por la garganta, pero después me pareció cálido y calmante, lo suficiente como para ayudarme a soportar el caos de esa noche. Rita y Troy se fueron para empezar a preparar la siguiente ronda para la gente; entonces Jenny suspiró y apoyó la cabeza en mi hombro.

—Voy a echar de menos a Evan… y a los demás. El bar de Pete no será lo mismo sin ellos.

Asentí y apoyé mi cabeza sobre la suya.

—Lo sé… en realidad nada será ya lo mismo.

Kate suspiró y las dos la miramos.

—Sí, esos chicos me traen buenos recuerdos, muy buenos. —Soltó una risita y se puso a dar vueltas con el dedo a un rizo—. Hace un par de veranos me secuestraron por mi cumpleaños. —Sonrió a Jenny—. Evan me obligó a llevar aquel gorrito de cumpleaños tan ridículo, ¿te acuerdas?

Jenny le devolvió la sonrisa a Kate y sacudió la cabeza.

—Sí, nos lo pasamos genial. —Lanzó una mirada melancólica a los chicos—. Recuerdo la vez que dieron un concierto en la mitad este del estado de Washington. Unos cuantos decidimos ir con ellos y cruzamos juntos el puerto de montaña. La furgoneta de Griffin se rompió y nos quedamos tirados a mitad de camino. Tuvimos que acampar en un área de descanso. —Jenny se echó a reír, y Kate y yo con ella—. Después de eso Matt no cerró ni un concierto más al otro lado de las montañas.

Jenny se secó los ojos mientras la inundaban los recuerdos de aquel viaje. Yo suspiré y deseé haber estado allí en esos momentos tan felices. Kate estiró el brazo y le dio unas palmaditas a Jenny en el hombro.

—¿Te acuerdas de la que se montó en los toboganes acuáticos?

Jenny asintió.

—Claro. Griffin todavía tiene vetada la entrada allí.

Las dos empezaron a reírse a carcajadas. Yo fruncí el ceño, preguntándome qué habría hecho el muy imbécil. Jenny, con lágrimas en las mejillas, siguió contando:

—¿Y tú te acuerdas de la fiesta en la azotea? A Matt le daba un montón de miedo las alturas y en toda la noche no se movió del centro de aquel tejado. —Jenny se enjugó los ojos y soltó una carcajada—. Kellan tuvo que echárselo al hombro para sacarlo de allí.

Me reí con ellas al pensar en aquella imagen, y luego suspiré. Me había perdido tantos recuerdos… Kate, con una risita permanente, añadió otra anécdota.

—¿Y recuerdas cuando me pillaste con Kellan aquella Nochevieja?

Dejé de reírme de inmediato y giré la cabeza hacia Kate. Ella paró de reírse en ese momento también, al recordar quién era yo.

—¿Tú con Kellan? —La miré de arriba abajo con los ojos entrecerrados, como si aquello acabara de ocurrir—. ¿Tú con Kellan? Acaba la frase.

Usé un tono un poco cortante y Jenny me puso una mano en el hombro. Kate se quedó lívida y sacudió la cabeza.

—Bueno, no hubo ni sexo ni nada… No llegamos a tanto. —Señaló a Jenny con el dedo—. Ella…

Kate se mordió el labio y se encogió de hombros, con pose de arrepentimiento.

Entrecerré aún más los ojos y me llevé las manos a las caderas.

—¿Y puede saberse por qué nunca me habías dicho nada?

Kate se quedó un poco avergonzada.

—¿Y qué iba a decirte? «Hola, mira, casi me acuesto con el tío con el que sales». Eso te habría jodido. —Volvió a encogerse de hombros—. Además, fue hace ya mucho tiempo, y estábamos muy borrachos, mucho. Ni siquiera creo que él se… —Miró avergonzada a su alrededor y se encogió de hombros otra vez—. Tengo que seguir trabajando.

Sentí que las mejillas me ardían, pero no dije nada; ella se dio rápidamente la vuelta y se largó. ¡Tremendo! Se había tirado a Rita, le había pedido salir a Jenny y me acababa de enterar de que casi llegó hasta el final con Kate. ¡Por lo visto toda la que pasaba por el bar de Pete había tenido algún rollo con Kellan!

Al verme tan cabreada, Jenny se colocó delante de mí y me cogió por los hombros.

—Ha cambiado, Kiera. —Miró al lugar por donde había desaparecido Kate y sacudió la cabeza—. Y no la odies por haber caído con él. —Volvió la mirada hacia mí y levantó una ceja con gesto intencionado—. Sabes muy bien lo persuasivo que puede ser.

Me puse colorada, aunque no fue de rabia, y me desplomé ligeramente contra la barra.

—Ya lo sé… Pero preferiría que el hombre del que estoy enamorada no se hubiera enrollado con todo el mundo.

Jenny rió con ternura y se agachó para cruzar su mirada con la mía.

—Kiera, con un motón seguro que sí, pero no con todo el mundo. —Sacudió la cabeza y sonrió alegre—. Yo no me he enrollado con él. Ni nos hemos besado siquiera. —De inmediato frunció el ceño y se apartó, con los ojos de repente muy pensativos—. Bueno…

Me quedé con la boca abierta cuando la vi sacudir la cabeza y arrugar el ceño cada vez más. Le di con la mano en el hombro.

—Sí que os habéis besado ¿verdad?

Me miró de nuevo con una mueca en la cara y se encogió de hombros.

—Pasó una vez, un día que terminé mi turno y me llevó a casa en coche.

Abrí la boca aún más e hice un ruido muy poco propio de una señorita. Jenny retorció los labios y sacudió la cabeza.

—Perdona, se me había olvidado. Fue al poco de empezar a trabajar aquí. Parecía tan triste y tan solo… Se ofreció a llevarme, yo me dejé convencer y le dije que sí. Después estábamos en la entrada de mi casa, hablando en el coche, se echó hacia delante y me besó. —Jenny sacudió su preciosa melena de pelo rubio—. Yo lo aparté y me negué. —Puso los ojos en blanco y añadió—: Creo que por eso empezó a agobiarme tanto para que quedase con él, hasta que al final me puse bien firme.

Se encogió de hombros y se me quedó mirando, como si la cosa no fuese para tanto. Cerré los ojos, sacudí la cabeza y me largué cabreada al almacén de la parte trasera. Necesitaba ir a algún sitio donde no me encontrase a ninguna mujer con la que Kellan hubiera intimado. Y en ese momento, eso significaba que tenía que estar sola.