25
Sin dudas
Tal vez fue porque las dudas sobre nuestra relación habían desaparecido, pero las siguientes semanas pasaron volando. Antes de que pudiera darme cuenta, estábamos a finales de mayo y la gira de Kellan se había acabado. Todos los chicos volvieron a Seattle para un fin de semana de celebración antes de poner rumbo a Los Ángeles, para grabar su álbum. Me quedé bastante sorprendida cuando Kellan llamó para decirme que iba a venir. La primera vez que me había hablado del álbum, me había parecido entender que iría directamente allí. Todavía me sorprendió más, y también me mortificó, que me dijera que Justin y su grupo venían con ellos. Al parecer los dos grupos se habían hecho bastante colegas en la carretera. Supongo que no era sorprendente, porque era fácil llevarse bien con Kellan, fueras un chico o una chica.
Llegaron un jueves por la noche. Estaba hablando con Jenny y Kate en el mostrador cuando di un respingo al oír que las puertas delanteras se abrían. Miré de inmediato hacia allí absolutamente emocionada.
Griffin acababa de abrirlas de golpe las puertas, como acostumbraba a hacer cuando los D-Bags eran habituales allí. Verlo con una pose de rey ante su corte no fue lo que hizo que me diera un vuelco el corazón, sino saber quién entraría un poco después de aquel ególatra.
Cuando el bar se quedó completamente en silencio, Griffin gritó,
—Vuestro señor ha regresado… ahora podéis honrarme.
Un coro de risas se extendió por la estancia y volvió a oírse un murmullo mientras los presentes se levantaban para dar la bienvenida a los roqueros que regresaban. Matt empujó a Griffin hacia delante sin miramientos. Mirando con el ceño fruncido a su primo, levantó la mano para saludar cuando de un sitio o de otro de la sala gritaban su nombre. Después inmediatamente se dirigió a su antigua mesa, en un intento obvio de evitar ser el foco de atención.
Griffin miró molesto a Matt, hasta que encontró una mesa de jovencitas a las que molestar. Evan entró por las puertas delanteras con Kellan, los dos sonreían casi riéndose. La multitud allí congregada gritó para saludar a los cuatro miembros de la banda que estaban de vuelta. Kellan miró a su alrededor por la sala, para saludar a todo el mundo con la mano y asintió con la cabeza. Evan sacudía la suya como si todavía no pudiera creerse todo aquello. Entonces, el chico dulce localizó a su chica.
El roquero cubierto de tatuajes, con dilatadores en los lóbulos de las orejas y un nuevo piercing en la ceja, se derritió cuando Jenny saltó a sus brazos. En cuanto los dos se reunieron, hubo gritos y risitas, y muchas carcajadas.
Yo también me reía cuando dejé a Kate junto a la barra para abrirme paso hasta mi hombre, para adelantarme a las otras chicas que rondaban por allí. Él también venía hacia mí, con una sonrisa tan amplia como la mía. Cuando nos encontramos, me cogió de las mejillas y me acercó la boca a la suya. Su aroma llegó a mí un segundo antes de que lo hicieran sus cálidos labios. Me mantenía agarrada a él mientras movía los labios en sincronía con los míos, mientras me rozaba la lengua con la suya. Extendí el brazo para sentir entre los dedos su melena enmarañada, retorciéndole los largos y gruesos mechones marrones.
Cuando él también empezó a revolverme el pelo, y se movió lentamente para acercarse más a mí, recordé que estábamos en un lugar público. No obstante, no dejé de besarlo. Incluso conseguí ignorar las pitadas y los silbidos de las personas que nos miraban. Realmente sólo decidí parar cuando Kellan empezó a bajar las manos por mi cuerpo.
Cuando me apretó el culo con los dedos, lo aparté. Sonriendo, pero sin aliento, levanté una ceja a modo de aviso. También sin aliento, él se encogió de hombros, como si no pudiera contenerse. Riéndome, le di un beso dulce, apto para todos los públicos.
—Estás aquí —dije con un jadeo.
Me devolvió el beso.
No hay ningún otro sitio en el que prefiriera estar.
Como sabía todo lo que tenía que hacer en las siguientes semanas para preparar el primer álbum de su banda, sacudí la cabeza y sonreí. Tal vez, al ver que nuestro momento de intimidad se había acabado, los habituales del bar empezaron a acercarse a Kellan, para felicitarlo por el éxito del grupo. Estrechaba manos a diestro y siniestro, sonriendo y conversando como si nunca se hubiera ido.
Sonriendo para mis adentros, lo dejé a lo suyo. Kellan estaba en ese momento recibiendo un abrazo de oso de Sam, cuando las puertas delanteras volvieron a abrirse. Me había colocado justo delante cuando empezó e entrar gente, pero retrocedí apresuradamente para que no me golpearan. Pero al ver quién acababa de llegar, quise quedarme allí congelada, o correr y esconderme. Mi reacción era excesiva, esas personas eran sólo personas, hicieran lo que hicieran.
—Hola Justin. Me alegra volver a verte. —Miré a los veinticinco chicos que estaban de pie delante de mí, y les sonreí mientras ellos se dedicaban a mirar a su alrededor. Entonces, les pregunté—: ¿Os traigo algo para beber, chicos?
Los ojos claros de Justin se cruzaron con los míos, y asintió.
—Sí, tomaremos una jarra de la cerveza que tengas de barril. Gracias, Kiera.
Me dio una palmadita en el hombro cuando pasó a mi lado.
Inmensamente orgullosa de mí misma por comportarme más como una adulta y menos como una colegiala, observé a los dos grupos reunirse. Kellan y Justin se estrecharon la mano y se sentaron uno junto al otro en la mesa favorita de los chicos. Los demás se colocaron cerca de la mesa, mientras hablaban con los fans o entre sí. A pesar de que la banda de Justin se había unido a ellos, resultaba natural ver a los D-Bags allí, pero también era extraño por todo el tiempo que habían estado fuera. Estaba encantada de que hubieran vuelto.
Pasé la orden a Rita, que miraba fijamente a Kellan y Justin como si estuvieran sentados a la mesa completamente desnudos. Algunas cosas nunca cambiaban. Mientras esperaba que preparara las bebidas de los chicos, ya que no apartaba la mirada del grupo, sentí que alguien se acercaba a mí.
Agarrándome del brazo, Kate me acercó hacia ella.
—¿Conoces al que está con Kellan, Kiera?
Sonreí ante su cara de admiración.
—Sí, hemos coincidido unas cuantas veces… Es majo.
Los ojos color topacio se le abrieron tanto como podían. Mientras miraba la jarra que Rita colocaba con cuidado en la bandeja, tartamudeó.
—Tienes que presentármelo… de verdad.
Señalé la bandeja, para indicarle que la cogiera.
—Ningún problema, sígueme.
Cogí la botella de cerveza de Kellan, porque prefería la cerveza embotellada, mientras Kate me seguía con la jarra y los vasos. Con una confianza que me sorprendió incluso a mí misma, llevé a Kate junto a las estrellas del rock y la presenté a la banda visitante. Estaba tan nerviosa y balbuceante como el día que yo los conocí por primera vez. No pude contener una sonrisa cuando me senté en el regazo de Kellan, a mis anchas.
Una hora o dos después, en el bar reinaba la armonía, y las risas y las carcajadas fluían tan libremente como las bebidas. Alguien puso canciones animadas en la gramola y un grupo de chicas sacaron a Justin y a sus compañeros de grupo a bailar. Rita no tardó mucho en dejar sus obligaciones en la barra y se unió a ellos durante una canción o dos. El comportamiento de aquella mujer casada, excesivamente bronceada, con el pelo rubio teñido, de mediana edad, con esa estrella del rock me avergonzaban terriblemente. Kellan tenía razón: algunas mujeres eran capaces de cualquier cosa por llamar la atención.
Kellan y yo nos tomamos un momento para dar unas piruetas un poco apartados de la multitud, cuando sentí una palmadita en el hombro. Al ver a Griffin allí de pie, inmediatamente noté un nudo en el estómago. ¿No estaría intentando interponerse, verdad?
Resoplando, un Griffin contrariado miró a su alrededor.
—Oye, ¿dónde está tu hermana?
Sin soltar a Kellan de la mano, me mordí el labio. Cuando Anna se enteró de que los chicos volvían a casa unos cuantos días antes de marcharse a Los Ángeles, alucinó. Ahora ya se le notaba el embarazo, y no podría escondérselo a Griffin. Y como todavía no se lo había dicho, no quería verlo, así que había tomado un vuelo a casa. Sí, prefería decírselo a nuestros padres que a su novio.
Kellan me miró con una ceja enarcada. Sabía que quería que Griffin lo supiera, pero los dos estuvimos de acuerdo en que era Anna quien tenía que decírselo. Así que me limité a encogerme de hombros ante Griffin y decirle:
—Lo siento, tenía que volver a la costa este unos días, a ver a nuestros padres.
Griffin torció el gesto, después se pasó el pelo que le llegaba por el mentón por detrás de las orejas.
—¿De verdad? ¿Hoy? —Sacudió la cabeza confuso—. Le dije que íbamos a venir este fin de semana. ¿No podía esperar?
Solté un suspiro. Odiaba no poder decirle nada.
—Lo siento, cosas de familia.
Griffin puso los ojos en blanco, decepcionado porque su amiga con derecho a roce, como se refería a Anna, no estuviera disponible. Asqueada de que usara a mi hermana de esa manera, aunque ella lo aceptara gustosa, murmuré:
—Bueno, seguro que puedes encontrar a alguien con quien… pasar el fin de semana.
Griffin se encorvó, aún con cara de disgusto.
—Sí, claro… pero Anna es la mejor. Sabe exactamente lo que quiero. —Con un gesto huraño, miró a los grupitos de chicas que había en el bar—. Estas chicas son todas demasiado… atolondradas.
Me sorprendió que esas palabras salieran de la boca de Griffin, tanto que acto seguido pronuncié otras que jamás habría pensado que pronunciaría.
—Podrías salir con Kellan y conmigo.
De inmediato quise retirarlas. Kellan volvió bruscamente la cabeza hacia mí, también sorprendido por mi invitación. Frunció el ceño, y sacudió la cabeza. Claramente oí la pregunta implícita: «¿Por qué demonios había invitado a Griffin a nuestro fin de semana? ¿Estás loca?»
Me mordí el labio, pensando que quizá lo estaba. Griffin, no obstante, miró con cara de desgana a Kellan.
—Eh, no, gracias. —Dando una palmadita a Kellan en el pecho, murmuró—: Prefiero estar solo que salir con este pajillero.
Kellan parpadeó, el gesto de su cara parecía de absoluta perplejidad.
—¿Y yo qué te he hecho?
Griffin entrecerró los ojos, y tensó sus finos labios.
—Jersey… ¿No te acuerdas de esas dos tías buenas?
Enarqué una ceja, pero no me permití tener una reacción exagerada ante esa afirmación. Todo lo que Griffin decía había que tomarlo con pinzas. Además, Kellan no haría nada que me hiciera daño. Por fin estaba convencida.
Kellan se mordió el labio, como si luchara por no reírse en la cara de Griffin.
—Uf, Griff… Te hice un favor.
—Ahórratelo. —Griffin le dio un golpecito en el pecho—. Simplemente estabas celoso porque ahora te va el rollo monógamo. O lo que sea. ¡Pero no tenías que dejarme a dos velas! ¡Y justo cuando las cosas se ponían interesantes!
A Kellan se le escapó una risita.
—Griffin… —Sacudió la cabeza, éste se dio media vuelta y se alejó. A sus espaldas, Kellan soltó una carcajada.
—Intenté decírtelo… Ni siquiera eran chicas, colega. —Griffin levantó el dedo corazón en el aire y Kellan aún se rió más fuerte. Moviendo la cabeza, se giró a mirarme—. Tal vez debería de haber dejado que lo descubriera por sí mismo.
Riéndome del idiota que estaba a punto de tener un niño con la idiota de mi hermana, sacudí la cabeza. Kellan me dedicó una sonrisa cariñosa, y me rodeó con los brazos por la cintura.
—¿El rollo monógamo? —le pregunté, ladeando la cabeza.
Su sonrisa se hizo más amplia, y apoyó la cabeza contra la mía.
—Sí, ¿ves? Ya te dije que estaba siendo bueno.
Con una risita, lo besé con dulzura.
—Ya lo sé. —Suspirando, sacudí la cabeza—. ¿Quién me iba a decir que una conversación con Griffin me reconfortaría?
Me obsequió con una sonrisa pícara que me hizo desear que mi turno se hubiera acabado, Kellan murmuró:
—Pequeños misterios de la vida.
Le pasé la mano por su pelo perfectamente despeinado, un estilo que sólo Kellan podía lucir, y suspiré. Lo miré a los ojos y él me devolvió la mirada. El extraño tono de sus ojos azul oscuro, el perfecto arco de su frente, la inclinación de la nariz, la seductora curva de los labios, el fuerte ángulo de su mandíbula, su altura, la esbelta figura de su cuerpo, físicamente, era el epítome de cómo debería ser el hombre ideal. Pero lo que me hacía anhelarlo era su corazón, su alma, su dolor, su humor, su música…
Quería dárselo todo. Quería entregarle el mundo. Sin embargo, no podía. No tenía ese tipo de poder, pero había una cosa que podía hacer… una cosa que podía darle. Y sabía que era algo que deseaba, aunque luchara contra ello.
Había hecho algo esa mañana. Algo que sabía que no iba a gustarle. Pero debía hacerlo. Y también tenía que decirle lo que había hecho, aunque se enfadara mucho.
Me aclaré la garganta, miré a mi alrededor, el bar estaba lleno de testigos. Bueno, al menos no podría matarme cuando se lo dijera.
—Eh, Kellan, ya que estamos con una política de honestidad a cualquier precio, tengo algo que confesar.
Me sonrió, y me abrazó con más fuerza la cintura.
—¿Has robado un banco mientras estaba fuera?
Sonreí segura de que no lo adivinaría y sacudí la cabeza.
—No.
Se acercó, enarcando una ceja.
—¿Un sex shop?
Me sonrojé y desvié la mirada.
—No, no he robado a nadie.
Riéndome, lo miré; seguía con un gesto pícaro en la cara, porque probablemente continuaba imaginándome en un sex shop. Me ardían las mejillas, le di una palmada en el pecho y le solté:
—Deja de imaginarme… donde me estás imaginando.
Riéndose, me besó en la mejilla.
—De acuerdo, ¿qué ocurre?
Sentí que debía ponerme seria, me mordí el labio.
—De acuerdo, seguro que te enfadas, pero procura escucharme antes de ponerte a gritar.
La sonrisa inmediatamente desapareció de su cara y entrecerró los ojos.
—¿Qué has hecho? —preguntó con cautela.
Tragué saliva, y empecé a trazar las letras de mi nombre en su camiseta. Siguiendo las líneas tatuadas debajo de la tela, le recordé sutilmente que me amaba… por si se olvidaba dentro de tres segundos.
—He invitado a tu padre y a su familia a la fiesta de graduación del bar de Pete.
Kellan inmediatamente se alejó de mí con el ceño fruncido.
—¿Cómo? Kiera, te dije que no quería ningún contacto con él. ¿Por qué lo has hecho?
Con un suspiro, di un paso atrás.
—Porque los necesitas, Kellan. —Inmediatamente empezó a negar con la cabeza, pero interrumpí su objeción—: No, aunque ahora pienses que no los necesitas… es tu familia, Kellan. —Volví a ponerle la mano en el pecho, sacudí la cabeza—. Te he oído hablar sobre tu hermana. Te importa. ¿Y tu hermano? Nunca lo has visto… ¿No quieres conocerlo? —Levanté las cejas y esperé durante un segundo. De forma casi imperceptible, Kellan asintió y, con un sentimiento de victoria, continué—: Y tu padre… ¿cómo sabrás cuáles son tus sentimientos hacia él de verdad si no le das una oportunidad? —Puse la otra mano sobre su mejilla, le acaricié con el pulgar la piel suave—. Podrías estar perdiéndote una experiencia realmente positiva… por miedo.
Agachó la cabeza.
—Kiera…
Le hice levantar la cabeza para que me mirara.
—Te vi la mañana de Navidad, Kellan. Querías tener esa unión, esos lazos familiares… y puedes tenerlos. Sólo tienes que ser valiente. —Sonreí al darme cuenta de que yo, un manojo de nervios, lo estaba tranquilizando, la misma que raramente creía en sí misma o era valiente. Con una sonrisa más amplia, añadí—: Eres guapísimo, una estrella del rock, tienes una novia que te adora. No debes tener miedo… nunca.
Sonrió cuando me oyó repetir variaciones de sus propias palabras. Mirándome con adoración, sacudió la cabeza.
—¿Cuándo te has vuelto tan lista?
Sonriendo segura de mí misma, me encogí de hombros.
—Soy una licenciada universitaria, ¿aún no lo sabes?
Kellan replicó inmediatamente.
—Todavía no.
Riéndome y aliviada porque no estaba demasiado enfadado, le pasé los brazos por el cuello.
—Prácticamente.
Juntó las cejas y me miró dubitativo.
—¿Cómo conseguiste el número de mi padre, por cierto?
Lo miré con ironía.
—¿Bromeas, no? Tengo ese número grabado a fuego en mi cerebro desde diciembre.
Dócilmente, puso una mueca de dolor y bajó la mirada.
—Sí, lo siento.
Me incliné hacia delante y lo besé.
—No pasa nada… Ahora lo entiendo.
Al darme cuenta de que los jefes empezaban a mirar los vasos vacíos, supuse que ya era hora de acabar mi descanso y que debía volver al trabajo. Agarré a Kellan de la mano y lo llevé conmigo a la barra. Como Rita seguía bailando sensualmente con Justin, se me ocurrió que Kellan podría ser quien atendiera la barra.
Medio en broma, le pregunté si le importaría reemplazar a Rita. Con los ojos brillantes, saltó sobre la barra y corrió rápidamente al otro lado. Parecía que le hubiera dado las llaves del Reino cuando miró todos los suministros del bar. Me preguntaba si sabría cómo hacer algo. Bueno, me había ayudado a conseguir el trabajo, así que tuvo que quedarse con una o dos cosas.
La imagen de Kellan atándose el delantal doblado por la mitad a la cintura me pareció adorable. Iba a conseguir muchísimas propinas. Estaría bien cuando las juntáramos al final de la noche. Mientras atendía a mis clientes sedientos, Pete salió de su oficina, que estaba justo detrás de la cocina.
El anciano cansado y mayor echó un vistazo al caos que reinaba en el bar una noche que normalmente no solía ser ajetreada y sonrió. Al ver a su camarera en el suelo con las estrellas del rock, torció el gesto, y después volvió la cabeza, cubierta ya de canas, a la barra. Sabía que a Pete le caía bien Kellan, pues habían trabajado juntos durante años, pero no estaba segura de si a él se le daría bien servir a sus clientes. Kellan, no obstante, ya había atraído la atención en su nueva posición. Se formó una cola en la barra mientras sonreía y se las arreglaba para flirtear entre pedido y pedido.
Sonreí y sacudí la cabeza al verlo. En realidad, no había gran cosa que Kellan no pudiera hacer bien, y servir copas no era una excepción. No me costaba imaginar una vida alternativa para él, una en la que no estuviera a punto de saltar a la fama como estrella del rock. Me lo imaginaba allí, trabajando conmigo, sirviendo copas cada noche. Era una idea atractiva, pero sabía que el corazón de Kellan estaba ligado a la música. Estaba siguiendo el camino que le correspondía.
Lo vi lanzar una botella al aire al estilo «Cocktail», y también vi que estuvo a punto de escapársele. Cuando dominó la botella y evitó que se estrellara contra el suelo, las chicas gritaron y aplaudieron. Siempre pensando en el espectáculo, hizo una reverencia con gran teatralidad.
Pete sacudió la cabeza, pero intuí una sonrisa en su cara cuando vio los billetes que metíamos en la caja registradora. Supuse que le parecía bien que Kellan hiciera lo que quisiera después de eso.
Entonces me miró a los ojos, riéndose un poco por las atenciones que recibía. Me reí con él, y le lancé un beso. Yo haría mi pedido después… en su piso… nuestro piso, puesto que había trasladado allí todas mis cosas el fin de semana anterior.
Mientras recordaba a Jenny, Kate y Cheyenne ayudándome a llevar cajas a la casa de Kellan, mi hermana sólo supervisaba porque de repente había aceptado su condición, afirmando que estaba creando una vida, así que no podía levantar ni una sola caja, una cara familiar entró en el bar.
Al ver a Denny lo recibí con una gran sonrisa. Estaba acostumbrada a verlo por allí porque normalmente pasaba un par de veces a la semana a cenar. Esa semana, sin embargo, había estado misteriosamente ausente; ni siquiera había recibido una llamada de teléfono. Entonces me di cuenta de que llevaba a alguien de la mano, que entró en el bar un paso por detrás de él. De repente comprendí por qué había desaparecido de la faz de la Tierra.
Saludé a Denny y a su novia, Abby, que finalmente debía de haber podido marcharse de Australia. Denny le pasó el brazo por la cintura y sonreía con orgullo. Feliz por él más allá de lo imaginable, fui hacia una mesa libre que había en mi sección. Me sonrió y me siguió.
Me volví hacia un trío de universitarias sentadas a una de mis mesas, y les serví una segunda ronda de margaritas. Poniéndome derecha, rápidamente les dije:
—Aquí tenéis. Disfrutad y ya me diréis si necesitáis algo más.
Una de las chicas no apartaba los ojos de Kellan mientras bebía de su pajita.
—¿Nos lo pedimos para llevar? —susurró mientras las demás chicas de la mesa se reían.
Miré de reojo a Kellan, que seguía detrás de la barra. Tampoco le había pasado desapercibida la entrada de Denny y no le quitaba el ojo de encima mientras llenaba una jarra de cerveza. No supe leer su expresión, así que no tenía ni idea de si le parecía bien que mi ex y yo siguiéramos siendo amigos. No obstante, Kellan también podía ver con quién estaba Denny y, si aún albergaba alguna duda sobre el asunto, ver a la rubia que llevaba de su brazo debería habérsela disipado.
Me volví a mirar a mis clientes y negando con la cabeza les dije:
—Lo siento, no puede ser… está conmigo.
Todas se quedaron mirándome, sorprendidas, mientras yo notaba mariposas en el estómago por haber confesado algo tan personal a unas completas desconocidas. Solía evitar llamar la atención, y ahora toda se centraba en mí. Sentí el calor del rubor mientras me miraba, pero un repentino arrebato de amor me calmó.
Con una sonrisa, levanté el anillo de compromiso y lo señalé con el pulgar.
—Está fuera del mercado.
Todas miraron a Kellan y, finalmente, la borracha dijo arrastrando las palabras:
—Oh, maldita sea… —Alzó la mirada hacia mí y sonrió—. Has pillado a uno bueno.
Poniendo los ojos en blanco, me reí y sacudí la cabeza. Sí, había pillado a uno bueno, aunque no siempre fuera fácil estar con él, valía la pena. Tenía mucha suerte. Me disculpé y me dirigí a verlo. Apartó los ojos de Denny mientras me acercaba a él.
A propósito, di la espalda a Denny, para que Kellan supiera lo que debía saber: que yo era suya y sólo suya. Me incliné sobre la barra. Con una media sonrisa, él se inclinó sobre el costado. Mis ojos se entretuvieron en su camiseta rojo oscuro, cuyo tejido no podía disimular su pecho glorioso. Indolente, lo miré directamente a los ojos y lo devoré con la misma ansiedad con la que las universitarias se habían bebido sus margaritas.
Cuando nuestras miradas se cruzaron, en la suya vi cariño y paz. Tras hacer un gesto por encima de mi hombro, me dijo:
—Debería ir a saludar. La última vez que nos vimos, no fui exactamente agradable.
Él hizo una mueca y yo también. Sí, no había sido el mejor reencuentro después de tanto tiempo separados. Aunque podría haber sido mucho peor, si Kellan se hubiera enfadado un poco más. Y si Denny hubiera hecho algo más para provocarlo, podría haber acabado con un brazo roto.
Me volví a mirar a Denny que estaba sentado a la mesa con Abby, y asentí.
—Sí, yo también debería ir a hablar con él. Aún no he podido conocer a Abby.
Denny miró hacia la barra y frunció el ceño. Después de decirle algo a su novia, empezó a levantarse, como si quisiera venir a hablar con nosotros también. Supuse que teníamos que decirnos unas cuantas cosas. Abby me miró y sonrió brevemente, después le puso la mano en el brazo a Denny. Él se giró para mirarla y volvió a sentarse.
Me volví de nuevo hacia Kellan, justo cuando alguien le pellizcó el culo. Como estaba mirando a Denny y a Abby, no se había fijado en que Rita se había deslizado detrás de él. Su reacción ante el contacto inesperado fue de evidente sorpresa y dio un paso para alejarse de ella. Ésta, aturdida por su baile desinhibido con Justin, le rodeó la cintura con los brazos.
—Sabía que volvería a pillarte detrás de esta barra, cariño —susurró, con la voz ronca de tanto fumar.
Me sonrojé por la referencia a su noche juntos, después, sorprendentemente, me reí. Kellan intentaba librarse de ella, pero cada vez que le quitaba una mano, ella ponía la otra. La molesta frustración que reflejaba su cara me hizo reír, y él me miró frunciendo los ojos con fastidio por disfrutar con su apuro. Cuando Rita apoyó la cabeza sobre su pecho y satisfecha cerró los ojos, Kellan soltó un suspiro de cansancio. Sacudí la cabeza ante él y lo miré con una expresión en la que se podía leer: «Querido, recoges lo que siembras».
Al verme la cara, sonrió. Hubo un tiempo en el que si otra mujer lo estuviera abrazando me habría puesto muy celosa. Supongo que, por fin, confiaba en mí misma.
Recomponiéndose, Kellan agarró a Rita con firmeza la empujó por los hombros.
Ella se quedó perpleja por el movimiento inesperado y lo miró enfadada, sin poder cerrar la boca. Agachándose para mirarla a los ojos, le dijo en voz baja:
—Sé que en otra época tuvimos algo, pero eso fue hace años, y yo he seguido adelante con mi vida, ambos lo hemos hecho. —Miró el anillo de boda que ella llevaba en el dedo—. Pero ahora estoy con Kiera, y este flirteo no es apropiado. Como tampoco que vayas contando por ahí cosas que hicimos juntos. Te agradecería que, en el futuro, dejaras de hacer estas cosas, por favor.
Rita parpadeó cuando él le soltó los hombros. Yo estaba sorprendida, porque Kellan nunca había apartado a alguien así. Al menos, yo no lo había oído. Ella no dijo ni una palabra más mientras él corría alrededor de la barra para reunirse conmigo. Se desató el delantal y se lo entregó a una todavía sorprendida Rita.
—Gracias, Rita, ha sido divertido.
No tenía ni idea de si Kellan se refería a ocupar su lugar en el bar, o por el tiempo que habían compartido, pero su tono claramente implicaba que ambas cosas se habían acabado. Rita tomó la prenda con cara taciturna. Me sentía un poco mal al verla, pero suponía que aquello venía de bastante atrás. Rita siempre había albergado el deseo de acostarse con él otra vez, pero eso nunca iba a pasar. No mientras estuviera conmigo. Y yo planeaba estar con él mucho, pero mucho, mucho tiempo.
Agradecida porque hubiera defendido nuestra relación, le tomé la mano y empecé a llevarlo hasta Denny. Y casi nos tropezamos, porque finalmente había decidido venir a hablar con nosotros. Él llevaba a Abby de la mano, de forma muy parecida a como yo sujetaba la de Kellan. Me reí cuando Denny y yo casi nos tropezamos, intentando evitar darnos de bruces. Él también se rió.
Mientras se recuperaba, Denny sonrió y pasó el brazo por la cintura de Abby.
—Kiera, Kellan, ésta es mi novia, Abby.
Mientras Abby me tendía la mano, la miré de soslayo. Era adorable y mona, con labios carnosos y, al sonreír, se le formaban unos hoyuelos. Físicamente, por su melena larga y rubia y los ojos de un gris pálido, era lo opuesto a mí; aunque éramos de la misma altura y constitución, así que me sentí en igualdad de condiciones.
—Hola, Kiera. Es un placer conocerte.
Su acento era tan encantador como el de Denny. Inmediatamente me pregunté si Denny y Abby también notaban sus respectivos acentos y si también les parecían adorables; o bien, si sonaban igual, tal vez ni siquiera los percibían. Si era así, me parecía una pena que no notaran esa maravillosa entonación.
Me di cuenta de que ella estaba observándome con gran detalle, igual que había hecho yo con ella. Me miró los pantalones vaqueros de corte normal y la camiseta roja del bar de Pete, igual que yo examiné su bonita falda gris con una chaqueta entallada a juego.
Me dio la impresión de que no se fiaba del todo de mí. Pensé en que, si invertíamos los papeles y yo estuviera en su lugar, tal vez me mostraría suspicaz. Al margen de lo mucho que amara a Denny o de cuánto confiara en él, Abby podría preocuparse porque Denny había estado a solas con su ex novia durante meses, una chica con la que en otra época había tenido incluso planes de boda. Eso tenía que suponer una mayor presión incluso para la pareja más fuerte. Por eso, no había dicho a Kellan que Denny estaba en casa. No obstante, Abby sólo me dedicó una sonrisa cálida y despreocupada. Confiaba completamente en Denny. Eso mismo me llevó a confiar en ella. Si tenía una fe total en que él no la engañaría, ella debía de tener también una fe absoluta en sí misma respecto a que nunca caería en la tentación de engañarlo.
—Igualmente, Abby. Denny habla mucho de ti.
Denny se sonrojó un poco por mis palabras, y yo le sonreí.
Podía ser un poco bobo y, después de recuperarse de la conmoción por el retraso de la llegada de Abby, había empezado a hablar de ella siempre que estábamos juntos. Y cuando lo hacía, siempre era con entusiasmo. Denny tenía cierta razón cuando había dicho que nuestra desastrosa ruptura al final había sido beneficiosa: él estaba locamente enamorado de la mujer que tenía a su lado, y yo, inmensamente feliz por él.
Cuando Abby y yo nos separamos, Kellan le tendió la mano.
—Me alegra conocerte, Abby.
Sorprendentemente no miraba a Kellan con el interés descarado con el que la mayoría de las mujeres lo hacían. Por supuesto, su rostro le llamó la atención, pero ésa fue toda la atención que prestó a su apariencia. Y con ella, tuve el sentimiento de que no ignoraba el aspecto de Kellan por mí o por Denny, sino que, según me dio la impresión, porque simplemente no estaba interesada.
Mientras daba la mano a Kellan de forma algo vacilante, se volvió a mirar a Denny. Debía de ser un momento incómodo para ella. Al fin y al cabo, estaba estrechando la mano del hombre que se había interpuesto entre su actual novio y la antigua pareja de éste. Era incapaz de imaginar qué podía sentir, excepto quizá gratitud porque ella nunca había herido a Denny como lo había hecho yo. También estaba agradecida por eso.
Denny asintió ligeramente y Abby volvió a mirar a Kellan.
—Me alegro de conocerte también, Kellan. Denny cuenta… cosas buenas de ti.
Kellan se quedó boquiabierto por la sorpresa al mismo tiempo que separaba las manos. Con el ceño fruncido, miró a Denny, extrañado:
—¿Ah sí? ¿Por qué? Fui un capullo contigo…
Kellan parecía verdaderamente desconcertado por el simple hecho de que Denny se dignara a saludarlo, así que ni se le pasaba por la cabeza que hablara bien de él. Pero Denny miró al suelo durante un segundo, antes de volver a mirar a la persona con quien una vez había mantenido una estrecha amistad.
—Y yo casi te mato —suspiró Denny, pasándose una mano por el pelo—. Al final, ¿quién cometió el peor crimen?
Kellan sacudió la cabeza y miró a lo lejos. Sentía cómo iba creciendo la tensión, así que puse la mano en el estómago de Kellan, que me miró, antes de volver a centrar su atención en Denny.
—De todos modos, me llevé algo que no me pertenecía. Aunque te sientas culpable por la pelea, ni siquiera deberías volver a hablarme.
Kellan clavó la mirada en sus botas, incapaz de seguir mirando a Denny a los ojos. La culpa mutua me inundó y bajé también la cabeza. Con final feliz o no, Kellan y yo fuimos unos cabrones.
Para nuestra sorpresa, Denny se echó a reír. Kellan y yo levantamos la mirada hacia él. Sonriendo, abrazó con fuerza a Abby y nos miró a los dos.
—Deberíais ver la cara que tenéis ahora mismo.
Pronunció esas palabras con un acento muy marcado, mientras nos miraba a los dos con una sonrisa honesta.
Kellan y yo cruzamos una mirada, igualmente perplejos, y Denny se rió de nuevo. Dio una palmada a Kellan en el hombro y sacudió la cabeza.
—Mira, sé que tu vida fue dura, y me doy cuenta de que Kiera debió de ser… un salvavidas para ti. —Levantó las cejas—. Lo pillo, no me gustó, pero lo pillo. —Kellan le sonrió levemente, y Denny volvió a centrarse en mí—. Y tú… —se mordió el labio y suspiré—, sé que puse mi trabajo por delante de todo. —Negué con la cabeza, pero él me detuvo—. No, Kiera, sé lo que hice. —Señaló al suelo—. Iba a venir a Seattle contigo o sin ti. Pensaba irme a Tucson contigo o sin ti. Y tal vez me entró el pánico y volví a Seattle cuando pensé que te había perdido, pero seguía teniendo la cabeza en mi trabajo, no en ti. —Tragó saliva y sacudió la cabeza—: Lo siento mucho. Y ya no te culpo por enamorarte de alguien que podía darte la atención que querías, la que merecías.
Tragué y asentí con algunas lágrimas. Los cuatro nos quedamos en silencio. Finalmente, Abby lo rompió.
—Oh Dios mío, ¿por qué no os dais un abrazo de una vez?
Todos la miramos y sonreímos. Secándome las lágrimas de los ojos, me acerqué a Denny, y le di un abrazo cariñoso y amistoso. Me envolvió con los brazos, y ambos murmuramos sendas disculpas. Kellan suspiró y nos rodeó a ambos con los brazos.
Acurrucada en la seguridad de los dos hombres que casi me destrozan por separado, sentí que una parte de mí se curaba. Noté que la culpa me abandonaba. Todos estábamos bien. Todos habíamos sobrevivido. Y, sorprendentemente, seguíamos siendo amigos.
Cuando los tres nos separamos, Kellan y yo volvimos a juntarnos. Sonriendo, me besó en la cabeza. Abby abrazó a Denny y sonreí al verla, contenta de que éste hubiera encontrado a alguien tan cariñoso, atento y fiable como ella parecía ser.
Kellan señaló la mesa de Denny y de Abby, pues la había ocupado un grupo de chicos que apenas parecían tener la edad legal para estar allí.
—Alguien os ha quitado el sitio. —Pasándose la mano por el pelo, se encogió de hombros—. En la mesa del grupo hay un par de sitios libres, ¿queréis uniros a nosotros?
Denny y Abby se miraron el uno al otro durante un segundo, después Denny asintió.
—Sí, suena bien… amigo.
Kellan sonrió, me dio un último beso en la cabeza y, después, a Denny, una palmadita en la espalda. Mientras se dirigían hacia donde estaban Matt y Evan hablando, que eran todo sonrisas por estar en casa, oí a Kellan murmurar:
—Oye, siento haberme comportado como un idiota hace unas semanas. Fue… un malentendido.
Con una sonrisa, Denny le dio otra palmada en la espalda.
—No te preocupes, estoy acostumbrado a que seas un capullo.
Abby se rió y tomó a Denny de la mano. Kellan sacudió la cabeza, pero finalmente se rió también. Verlos unidos de nuevo hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas. Nunca pensé que recuperarían su amistad. Había que ser una gran persona para dejar atrás el dolor y la traición. Pero Denny… tenía un corazón de oro.
Denny y Abby se fueron más o menos una hora después. Abrazados el uno al otro, eran la viva imagen de la alegría. Sonreí y les despedí cuando salían por las puertas de vuelta a la casa que yo misma había ayudado a Denny a preparar para ella. Me pregunté si habría acabado lo que me había dicho que pensaba hacer, y había llenado la casa de flores el día de su llegada. Con lo romántico que era, supuse que lo habría hecho.
El grupo de Justin y el de Kellan se quedaron hasta que el bar cerró. De hecho, Jenny y yo tuvimos que obligar a la mayoría de los chicos a que se fueran. Justin en particular parecía encantado de seguir la fiesta hasta la mañana siguiente. Era tan habitual de un tipo de su edad que de inmediato me sentí incluso más relajada con él. Era sólo otro chico borracho más, como los demás que había conocido. Y mientras Matt y Griffin lo ayudaban a subir a la furgoneta de éste último, me pregunté por qué solía ponerme tan nerviosa en el pasado.
Mi D-Bag particular fue el último en marcharse. Sentado en la punta de la barra, Kellan charlaba con el agotado propietario del bar, mientras yo limpiaba el lío que la gente había montado. Con una palmadita en el hombro, Pete volvió a agradecer a Kellan que hubiera buscado una nueva banda. Pete odiaba buscar nuevos talentos, pero le gustaba la atracción que suponía tener actuaciones en vivo. Y la banda de Rain estaba empezando a tener muchos seguidores, tanto entre chicos, como entre chicas. Desde que Cheyenne me confesara sus sentimientos aquella tarde, su interés amoroso había pasado a ser la batería del Poetic Bliss, Meadow. Me alivió no sólo que ya no albergara esa atracción por mí, sino que no se hubiera enamorado de Tuesday. Nunca habría sido capaz de mantener la compostura durante ninguna conversación al respecto.
Cuando acabé de limpiar salpicaduras y rellenar saleros, di una palmadita a Kellan y las buenas noches a Pete. Éste se despidió de nosotros y murmuró algo sobre no dejar que Kellan atendiera la barra más, puesto que técnicamente no trabajaba allí. Por como lo dijo, sin embargo, resultaba evidente que lo contrataría allí mismo, si él quisiera.
Kellan se despidió de Pete, e ignoró su comentario y cualquier forma implícita de oferta de empleo. Ya tenía un trabajo, uno que estaba a punto de llevarlo al éxito. Con mis dedos entrelazados con los suyos, tarareaba una canción mientras caminábamos hacia su coche.
Encantada con la paz de su voz y el júbilo de sus ojos me apoyé a su lado. Le brillaron los ojos cuando vio su coche. Como le había prometido, lo había cuidado bien. Sólo había usado el mejor combustible para llenar el tanque e, incluso, lo había encerado y preparado unos días antes para que estuviera listo cuando él volviera. Las luces naranja del aparcamiento lanzaban un resplandor sobre la carrocería, y el coche brillaba bajo ellas.
Pasando la mano sobre el metal blanco pulido, Kellan me sonrió como cualquier muchacho.
—Gracias por no estrellarlo.
Le besé la mandíbula y murmuré:
—Sé cuánto significa para ti… He sido buena. —Solté a Kellan, y caminé hacia el otro lado—. Sólo pasé de los cien una vez.
Kellan se quedó boquiabierto mientras se acercaba para inspeccionar al Chevelle más minuciosamente. Sacudiendo la cabeza, me senté en el lado del pasajero. Me miraba con el ceño fruncido cuando se sentó en su lugar preferido: detrás del volante.
—No tiene gracia —masculló.
Sonreí y me incliné para besarlo, pero se echó hacia atrás. Lo miré extrañada y él sonrió:
—Feliz cumpleaños, Kiera.
Empecé a decirle que todavía no era mi cumpleaños, cuando me di cuenta de que sí lo era. Desde hacía sólo unas horas, pero técnicamente, ya era mi cumpleaños.
—Gracias, eres el primero en felicitarme.
Sonriendo con suficiencia, se inclinó hacia mí.
—Lo sé, lo había planeado así.
Sus labios estaban ya sobre los míos, y se movían sobre mí, suaves y tentadores. Me acarició el labio con la lengua y me estremecí, deleitada por la sensación. Me puso la mano en la mejilla, y colocó la boca para poder besarme cómodamente. Se me aceleró la respiración, abrí los labios para dejarlo entrar. Gemí cuando rozó mi lengua con la suya. Habían pasado semanas desde nuestro último encuentro físico. Mi cuerpo ardía de deseo por que me tocara.
Inspirando su maravilloso olor, me aparté de su boca. Él separó los labios, sus ojos echaban chispas, me miraba intensamente, como si quisiera devorarme. Dios mío… Y yo quería que lo hiciera.
—Llévame a casa, Kellan. —Le puse la mano en el muslo, y me incliné sobre él para susurrarle al oído—. Llévame a nuestra casa.
A él se le escapó un gemido. Mordiéndose el labio, cerró los ojos durante un segundo y dejó de moverse, dejó de respirar. Me aparté y lo miré inclinando la cabeza.
—¿Kellan? ¿Estás… estás bien?
Me miró de reojo y sonrió mientras seguía mordiéndose el labio; su gesto era atractivo más allá de lo imposible. Asintió y dijo:
—Sí, sólo necesitaba un minuto.
Con una risita, me incliné hacia atrás para besarlo. Condujo hasta su casa más rápido de lo que jamás había hecho antes. Empezó a besarme cuando entramos por la puerta, se quitó la chaqueta y a ciegas la lanzó al gancho. Oí que aterrizaba en el suelo. Cerró la puerta de una patada con la bota, y me agarró, de inmediato, por detrás de los muslos y me levantó. Mientras movía los labios por mi cuello, murmuró:
—Hum… ¿Qué habitación bautizamos primero?
Me reí, y dejé caer la cabeza a un lado para que pudiera explorar mi piel sensible tanto como quisiera.
—Nunca hemos hecho gran cosa en el lavadero…
Inmediatamente recorrió el pasillo que pasaba por la cocina y que llevaba al pequeño espacio donde estaban su lavadora y secadora. Me retorcí y me reí, frotándome contra él mientras tanto.
—¡Era una broma! A la cama, Kellan… —Lo tomé por las mejillas y lo besé con dulzura—. Quiero explorarte en una cama.
Mirándome con amor y asombro, dio media vuelta y se dirigió hacia las escaleras. Le besé el cuello mientras caminábamos, mientras él dibujaba círculos en mis muslos con los pulgares. Me dejó en el suelo cuando llegamos delante de las tres puertas del segundo piso de su casa: dos dormitorios y un baño. Las tres puertas estaban abiertas, cosa extraña porque la habitación que había compartido con Denny solía estar cerrada a cal y canto. No obstante, había aprovechado la ausencia de Kellan para limpiarla.
Le tiré del brazo y decidí tomarme un segundo para enseñársela. Me miró extrañado y después me siguió. Mientras caminábamos hacia el umbral, me quedé detrás y le dejé que viera mi trabajo. Sonrió cuando lo hizo. Me había librado de los muebles de Joey, de la cama, la cómoda y la mesita de noche, de todo. Imaginé que si su ex compañera/ex ligue no había vuelto en casi dos años a recogerlo, no volvería a hacerlo. Y, además, esos muebles nos traían muchos malos recuerdos. Quería librarme de ello, limpiar la casa.
Ahora bien, no había montado un segundo dormitorio como cabría esperar. No había ni una cama, ni un armario donde guardar la ropa de invierno, ni televisor. En lugar de todo eso, había colocado una estantería, llena hasta arriba con todos los cuadernos de Kellan que había encontrado. Había trasladado mi viejo futón, doblado como sofá, y su primera guitarra, la que había tenido de niño, y que ahora estaba colgada en la pared, como una obra de arte nostálgica. Había añadido un escritorio bajo la ventana y la había resaltado con unas cortinas cálidas. Encima de una mesita de café, había puesto un reproductor de CD, y alrededor había dejado algunos de los discos favoritos de Kellan. En conjunto, era el lugar perfecto para que pudiera relajarse y pensar en nuevas obras maestras para su banda.
Moviendo la cabeza, murmuró:
—¿Esto es para mí?
Con las manos en el pecho, asentí.
—Sí, como no necesitas a otro compañero de piso, pensé que podíamos dar un mejor uso a esta habitación vacía. —Le planté un beso en su fuerte mandíbula, y añadí—: Es toda para ti, para tu arte.
Me sonrió tranquilamente, y yo arrugué la nariz y señalé con el pulgar a mi espalda.
—Excepto el armario. Necesitaba algún sitio donde poner mis cosas.
Y también esperaba poder poner algún día un parque infantil. Si Anna decidía quedarse con su bebé, quería estar lista.
Riéndose, Kellan me abrazó con fuerza.
—Es perfecto, gracias.
Apartándose me miró preocupado.
—Espera, es tu cumpleaños. ¿No debería hacer algo por ti?
Sonreí por su mohín.
—Bueno, como no pudimos celebrar tu cumpleaños el mes pasado, puedes considerar esto un regalo de cumpleaños retrasado. —Mordiéndome el labio, señalé la puerta del dormitorio—. Pero hay algo que puedes hacer por mí.
Empecé a tirar de él por el pasillo.
Sonriendo con picardía, repasó mi cuerpo de arriba abajo, lo que me produjo un hormigueo generalizado.
—¿Sí? ¿El qué?
Cuando estuvimos dentro de nuestra habitación, cerré la puerta y lo apreté contra ella. Abrió la boca mientras fundía mis sutiles curvas en su cuerpo. Con las caderas a la misma altura, noté la respuesta de su cuerpo. Pensando en cómo me tentaría, recorrí con la nariz su mandíbula. Él tragó saliva y me apretó las caderas con las manos, empujándome contra su erección.
Dejó caer la cabeza hacia atrás al llegar a la barbilla, se le escapó un jadeo cuando rápidamente me puse de puntillas y le acaricié el labio superior con la lengua. Respirando más fuerte, dijo mi nombre entre gemidos.
—Kiera…
Me retorcí contra él y seguí recorriéndole la piel con la boca hasta la mandíbula. Tenía que estar de puntillas para llegar a su oreja. Sin darle un respiro, jugueteé con ella, lamiéndola, mientras él respiraba cada vez con más intensidad. Me sentía invencible entre sus brazos, como si pudiera hacer cualquier cosa envuelta en la calidez de su amor. Kellan siempre había sabido levantarme, me había animado a sentirme como la persona que él veía cuando me miraba. Y resguardada entre sus brazos, empezaba a sentirme así.
Lo que le susurré a continuación normalmente habría hecho que me acurrucara en una esquina, avergonzada, pero, ahora, por fin, tenía la suficiente confianza para decírselo. Era una prueba de lo mucho que confiaba en él, de lo segura que me sentía con él y, aunque pareciera sucio, no lo era. Era algo bello y honesto.
—He dejado unas esposas bajo tu almohada… por si quieres ponérmelas.
Me separé de él y me fijé en su mirada de asombro. Había bromeado con ello, me había provocado, pero no creo que hubiera llegado a pensar que un día cedería. Lo cierto es que yo misma estaba sorprendida. Pero… confiaba en él. Lo amaba. Sabía que nunca me haría daño, ni me denigraría; sólo me haría sentir amada, cómoda… y satisfecha. Además, era otra cosa que podía tachar de mi lista de deseos.
Y entonces, me di cuenta de lo mucho que había madurado desde que había conocido a Kellan.
Él me miró con dulzura cuando comprendió qué le ofrecía en realidad. Besándome cuidadosamente, murmuró:
—Te quiero, Kiera. Feliz cumpleaños.
Asentí con el único anhelo de notar de nuevo sus labios.