3
Distracciones
Cuando abrí los ojos, la habitación de Kellan seguía a oscuras. La luz de la luna entraba por la ventana y resaltaba las siluetas de los objetos que había reunido a lo largo de su vida. No eran muchos: unos cuantos libros en la estantería, unos cuantos discos de música encima de la misma, el póster de los Ramones que había visto el verano anterior mientras iba de compras con Jenny. Aparte de unas cuantas monedas y un par de cuadernos bastante usados, lo único que había en su cómoda era una botella de un producto para el cabello. Kellan me contó que una mujer del instituto le había enseñado eso y lo utilizaba desde entonces para tener el cabello «bajo control». Tuve la certeza por el modo en el que sonrió al decírmelo que literalmente quería decir «mujer» y que le había «enseñado eso». Sus años de instituto me daban un poco de miedo.
Aparte de nuestra ropa, que habíamos dejado esparcida por el suelo la noche anterior, lo único que destacaba en la estancia eran sus guitarras. Su guitarra más importante, la que todavía estaba en la funda negra, se encontraba apoyada de pie en la pared al lado de otra de aspecto más antiguo y claramente desgastado. Puesto que Kellan nunca la utilizaba en los conciertos, supuse que la conservaba por motivos sentimentales. Era sencilla, y no parecía cara. Me había contado que era la primera guitarra que había tenido, y que era lo único que se había llevado a Los Ángeles cuando se había fugado. Probablemente era el único recuerdo feliz de su niñez. Y puesto que sus padres habían tirado, literalmente, todas sus cosas cuando se mudaron a una casa que habían heredado, también era el único recuerdo de su juventud. Su niñez era otra cosa que me daba un poco de miedo, pero por un motivo completamente distinto.
Jugueteé con la pequeña guitarra de plata que llevaba colgada del cuello, el recuerdo simbólico que me regaló cuando rompimos nuestra relación, un recuerdo que nunca se había separado de mí. Giré la cabeza para mirar qué era lo que me había despertado.
Kellan se removía inquieto a mi lado, con las sábanas enroscadas alrededor de su cuerpo y su pecho de un color plateado bajo la tenue luz que entraba por la ventana. Tenía el entrecejo fruncido y el rostro contraído. Movía la cabeza de un lado a otro y murmuraba algo que no entendía. Me volví para acariciarle la mejilla, pero se apartó de golpe, como si le hubiera hecho daño.
—Kellan… —le susurré—. Estás soñando… Despierta.
Cerró una de las manos y agarró parte de las sábanas a la altura de la cadera. Se le aceleró la respiración y movió otra vez la cabeza de un lado a otro entre gemidos. Me coloqué a su lado con cuidado en una posición tranquilizadora y me incliné sobre él para murmurarle un siseo relajante. Le puse un brazo sobre el pecho y noté la rapidez con la que le latía el corazón. Se le saltaron las lágrimas, y me pregunté qué estaría soñando. Teniendo en cuenta la vida de Kellan, podía ser cualquier clase de experiencia terrible.
Apoyé la cabeza en su hombro y se lo besé.
—Despierta, cariño. Sólo es un sueño.
Se sobresaltó y empezó a hablar.
—No. Por favor —exclamó.
Se apartó de mí con gesto atemorizado y dobló las piernas de un modo reflejo para encogerse formando una bola. Le besé de nuevo el hombro, y le sacudí ligeramente.
—Kellan, despierta.
Respiró de forma rápida y entrecortada, y su cuerpo tembló bajo mis dedos. Pensé en encender la lámpara para despertarlo, pero en ese mismo momento jadeó con fuerza y abrió los ojos de par en par. Se incorporó de inmediato sobre los codos y se apartó de mi brazo. Miró a su alrededor con los ojos muy abiertos y expresión perdida. Tragó saliva una y otra vez sin dejar de respirar con rapidez y con el cuerpo todavía tembloroso.
Alargué una mano y lo agarré de la barbilla para obligarlo a mirarme. Entrecerró los ojos, llenos de confusión.
—¿Kiera?
Hice un gesto de asentimiento y me acerqué un poco más.
—Sí, soy yo. Estás bien. Sólo ha sido un sueño, Kellan.
Se dejó caer de nuevo en la cama con el cuerpo rígido, cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia un lado.
—Sólo un sueño —murmuró.
Se me partió un poco el corazón al verle la cara. Las pesadillas de Kellan no eran simples sueños. Eran más bien recuerdos. No estaba segura de qué recuerdo estaba reviviendo Kellan, pero sabía que lo aterrorizaba.
Inspiró lenta y profundamente un par de veces. Me miró cuando ya estuvo más tranquilo. Se pasó una mano temblorosa por los labios y negó con la cabeza.
—Perdona si te he despertado.
Me tragué la tristeza que me agarrotaba la garganta y lo abracé para pegar mi cuerpo desnudo contra el suyo. Él me abrazó sin estrecharme demasiado, y noté que todavía le palpitaba el corazón con fuerza debido a la adrenalina que inundaba su cuerpo.
—No importa —le dije. Le besé y le di un momento más para que se recuperara. Me apoyé en su pecho cuando se acomodó de nuevo sobre la almohada mientras se frotaba el puente de la nariz con los dedos, como solía hacer cuando le dolía la cabeza—. ¿Quieres hablar de ello?
Le puse la mano en las sienes y le apreté los pulgares en los puntos blandos para ayudarle con su masaje para el dolor de cabeza. Cerró los ojos y se relajó bajo mis atenciones.
—Estaba otra vez en casa, y mi padre… —Se quedó callado y tragó saliva—. No importa… Sólo era un sueño.
Me mordí el labio para que no se me escapara un suspiro. Su pasado era una de las cosas de las que no le gustaba hablar. De hecho, estaba bastante segura de que era la única persona a la que le había confesado la verdad. Aunque Evan sabía que le habían dado palizas, porque Kellan lo había contado una vez que estaba borracho, y Denny sabía lo de los abusos, porque lo había visto en persona, él jamás les había contado que su padre no era su padre. Nadie más sabía que su madre había tenido una aventura estando casada y que se había quedado embarazada de otro hombre. Esa terrible mujer había declarado que la habían violado y, debido a esa mentira, o quizá por la verdad, el hombre que había criado a Kellan le había tratado de una forma brutal… y su madre no había hecho nada para impedirlo.
Odié a ambos desde que lo supe.
—¿Estás seguro de que no quieres hablar de ello? —le susurré antes de besarle en la mandíbula.
Se removió e inspiró profundamente. Abrió los ojos y me quitó con suavidad de encima de él para dejarme a un lado. Se apretó contra mí, ya sin temblar, me puso la mano en la mejilla y me levantó la cara. Me besó en el cuello.
—Sí, ya no tengo ganas de hablar —murmuró.
El corazón se me aceleró cuando su mano se separó de la mejilla y comenzó a recorrerme el costado. Sabía que estaba distrayendo su mente con mi cuerpo. Lo sabía, pero fui incapaz de impedírselo. Me tumbó de espaldas, se puso sobre mí, y empezó a besarme desde el cuello hacia abajo. Mis dedos le agarraron de inmediato de ese maravilloso cabello mientras cada parte de mi cuerpo que tocaba se ponía al rojo vivo.
Empecé a jadear de un modo vergonzoso cuando comenzó a acariciarme en círculos la cadera. Evitó a propósito todos los puntos que ansiaba que me tocara, y eso me volvió loca, y me cegó. Le bajé la cabeza un poco cuando me besó por encima del pecho. Se echó a reír antes de aceptarlo. Todo recuerdo de la angustia que lo había embargado desapareció de nuestras mentes cuando su boca me rodeó el pezón y su lengua lo rodeó una y otra vez. Grité llena de ansia y moví las caderas hacia él.
Kellan dejó escapar un profundo gemido, y parecía tan satisfecho de ser él quien me daba placer como yo de recibirlo. Sus dientes me mordisquearon con suavidad la piel blanda, y le recorrí la entrepierna con un dedo también con suavidad. Ya estaba preparada para él. De hecho, a su lado, tenía la impresión de estar casi excitada simplemente por estar a su lado. Arqueé la espalda y me pasé las manos por la cara y el cabello.
—Dios —murmuré cuando el dedo que tenía debajo imitó el movimiento de su lengua.
Esos dos puntos calientes hicieron que todas las demás partes de mi cuerpo se derritieran. Probablemente ni siquiera hubiera sido capaz de recordar mi nombre si alguien me lo hubiera preguntado.
Kellan se echó a reír otra vez y levantó la vista para mirarme con expresión traviesa.
—No, sólo soy yo —me susurró.
Esa parte de mí que todavía se podía avergonzar deseó golpearle, pero en ese momento pasó a mi otro pecho y dejé caer la cabeza hacia atrás a la vez que cerraba los ojos.
—Dios, sí…
Gimió un poco y dejó el pecho para subir por la garganta. También movió el dedo y lo metió donde yo quería que lo metiera. Subió hasta mi oreja y jadeó allí varias veces.
—Me encanta que digas eso —me susurró con voz ronca.
Jadeé y le busqué la boca sin importarme si se había lavado los dientes o no. A él tampoco le importó y me devolvió el beso con la misma pasión. Al dedo que se movía se le unió otro. Gemí y le agarré del cabello. Luego se unió el pulgar y acarició la parte sensible del exterior. Grité de nuevo y le puse las manos en los hombros para obligarle a subirse encima de mí.
Se resistió riéndose y gimiendo casi al mismo tiempo.
—Me encanta lo mucho que me deseas —musitó moviendo la boca a lo largo de la mandíbula.
Moví el cuerpo al compás de su mano, me retorcí y gemí. Odiaba la facilidad con la que me reducía a una masa estremecida y suplicante de hormonas… a la vez que me encantaba.
—Sí, te quiero… ahora… por favor.
Noté que sonreía mientras me besaba la piel. Le encantaba que se lo pidiera. Cuando apretó su cuerpo contra el mío, noté lo mucho que también me quería él. Protesté cuando sacó la mano, pero luego se colocó entre mis piernas, y mi queja se convirtió en un gemido. Entonces… no hizo nada. Nada, aparte de seguir besándome.
Fue una tortura. Una pura tortura maravillosa. Tenerlo tan cerca me hizo perder el control de mi cuerpo. Casi le arañé la espalda por las ansias, me retorcí debajo de él, haciendo todo lo posible para que se pusiera en posición. Pero no lo conseguí. Se mantuvo pegado a mí, pero completamente fuera de mi alcance, volviéndome loca.
Y mi reacción le volvió loco a él. Jadeó con más intensidad, y sus labios se movieron con frenesí. Gimió mientras exploraba mi cuerpo con los dedos. Musitó mi nombre mientras bajaba la cabeza hacia el hueco de mi cuello. Apenas era capaz de aguantarlo ni un segundo más, así que bajé una mano por su pecho, por su abdomen, por la tensa ladera que llevaba directamente hacia donde yo quería llegar, hacia lo que yo necesitaba. Le rodeé con la mano, duro, preparado, palpitante bajo mis dedos. Una leve humedad me cubrió el pulgar cuando le acaricié la punta, y se agarró de nuevo a las sábanas, pero esta vez por algo agradable.
—Dios, cómo te necesito —me susurró al oído.
Empecé a pensar que se refería a algo más que una simple liberación física, pero movió las caderas para ajustar la posición y entró de golpe en mí. Después de eso, no pensé más en el asunto.
Aparté la mano cuando profundizó más todavía. Los dos soltamos al mismo tiempo un gemido de alivio, y luego comenzamos a movernos al unísono. Nuestros labios se buscaron mutuamente entre los suaves gemidos de placer y los jadeos. No tardó en llevarme al mismo borde, y mis gritos se volvieron más intensos con cada embestida. Entonces, cuando ya estaba a punto de tener un orgasmo, detuvo el movimiento de caderas y se quedó quieto. Fue una tortura que hizo que le clavase los dedos en la espalda en un intento de que siguiera moviéndose.
—Espera, Kiera —me dijo en voz baja y tensa.
No creí que pudiera hacerlo. Tenía la sensación de que iba a estallar. Quise gimotear, quise gritar, y, de repente, empezó a moverse de nuevo.
Dios, la ola de fuego que me recorrió el cuerpo… Nunca había sentido algo tan bueno.
Lo hizo otras dos veces: se detuvo, y luego comenzó de nuevo. Incluso le supliqué que lo hiciera la última vez. Después, ya no volvió a pararse. Tampoco creo que hubiera podido, aunque se lo hubiera pedido. Volvió a meter la cabeza al lado de mi hombro y gimió de un modo tan erótico que me apreté a su alrededor de inmediato, y por fin conseguí el éxtasis que me había negado durante tanto rato. Fue… glorioso.
Grité mientras me apretaba a su alrededor y noté cómo se derramaba dentro de mí. Después de unas cuantas embestidas más, dejó de moverse y se quedó jadeante sobre mi pecho. Me sentí sorprendida al notar que los dos sudábamos un poco por el esfuerzo. Nadie pensaría que el sexo podría ser un ejercicio, pero si se hacía bien…
Me noté un poco mareada, así que cerré los ojos y le rodeé la cabeza con los brazos. Cuando recuperamos el aliento y dejamos de sudar, lo miré, todavía encima de mí. No se había movido en absoluto. Todavía seguía siendo… parte de mí.
Le di unos golpecitos en el hombro, con la esperanza de que no se hubiera quedado dormido.
—¿Vas a… moverte?
Gruñó mientras se desperezaba un poco, pero sin salir todavía.
—No, estoy cómodo.
Me eché a reír y entrelacé los dedos en su cabello.
—Sabes que no puedes quedarte ahí.
Noté que me ruborizaba muchísimo, y me alegré de inmediato de que la habitación todavía estuviera a oscuras.
Levantó la mirada hacia mí, y la luz de la luna centelleó en sus ojos de expresión traviesa.
—Sólo nos estaba ahorrando tiempo y esfuerzo. —Sonrió con picardía a la vez que movía un poco las caderas. Todavía estaba lo bastante excitada como para hacer que ese movimiento me provocara un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. Parpadeé unas cuantas veces antes de poder concentrar la mirada de nuevo en su petulante rostro atractivo—. Ya sabes, para cuando estés preparada para el segundo asalto.
Puse los ojos en blanco, aunque una parte de mí se lo pensó, y le empujé por los hombros. Kellan se rió, pero por fin se apartó y se dejó caer a mi lado.
—Sólo estaba siendo práctico —murmuró acomodándose junto a mí para besarme en el hombro.
Cerró los ojos y todo su rostro quedó inundado por una sensación de paz. Suspiré y le besé en la frente, lo que hizo que se le ensanchara la sonrisa. Me acurruqué a su lado, y pensé en la expresión de su rostro durante la pesadilla. Lo que había hecho para bloquear ese recuerdo había sido espectacular, pero después de que terminara, pensé de nuevo en ello. Deseé que él no estuviera pensando en eso también. No quería sacar el tema, pero sí que quería asegurarme de que estuviera bien.
—¿Te encuentras bien? —le pregunté paseando las manos por su pecho.
—De maravilla —murmuró con una sonrisa encantadoramente juguetona. Le di una palmada en el hombro, y abrió uno de los ojos. Al ver que le hablaba completamente en serio, su sonrisa se desvaneció. Me colocó un mechón de cabello húmedo detrás de la oreja—. Estoy bien, Kiera —me aseguró en voz más baja.
Hice un gesto de asentimiento y pegué la cabeza a su hombro mientras me rodeaba con uno de sus brazos.
Lo observé con atención durante las noches siguientes, pero por lo que pude ver, durmió profundamente. Sólo se movió lo habitual en una noche de sueño, nada que ver con las convulsiones agitadas propias de una pesadilla. No pasé con él todas las noches, pero a menudo me quedaba dormida a su lado.
A mí me resultó tranquilizador poder tocar su cuerpo mientras me dormía, pero creo que a él todavía más. Apareció en mi apartamento las noches en las que no se iba a dormir hasta tarde, hasta muy tarde, tocando en otros clubes y bares de la zona de Seattle. Me dijo que no le gustaba dormir en una cama fría. Bueno, lo que dijo en realidad: fue «Si voy a meterme en una cama de madrugada, quiero que esté calentita por tu cuerpecito desnudo y jugoso».
No dormía desnuda. No a menos que él me metiera así en la cama. Siempre intentaba que perdiera la costumbre de llevar puesto un pijama. Me decía: «¿Para qué te pones ropa que te voy a quitar a tirones?» Pero lo importante de sus comentarios era que quería estar a mi lado, reconfortado por mi presencia, no frío y a solas en su casa.
Después de varias semanas de observarlo acurrucado a mi lado, dejé de preocuparme por las pesadillas que sufría a veces. En vez de eso, comencé a preocuparme por mi vuelta a la universidad. El plan de estudios de ese año era más exigente, y sabía que iba a tener que estudiar casi todos los ratos que tuviera libres. Aunque era una de esas personas raras que disfrutaba con el desafío intelectual que representaba la universidad, tampoco ansiaba que me ocupara todo el tiempo libre. Kellan, sin embargo, era paciente, y un buen compañero de estudios, al menos, cuando no intentaba distraerme con sexo, y sin ocupación la mayor parte del día, porque «trabajaba» por las noches, así que sabía que a pesar de todo podría pasar bastante tiempo con él.
No obstante, le había dicho muy en serio que me sentía mejor, más yo misma, viviendo con mi hermana, y también procuraba ver a otras personas aparte de a mi novio. De hecho, Jenny había decidido que quería probar suerte con el arte, y nos había convencido a Kate y a mí para que fuéramos a clase con ella. Íbamos todos los lunes y los miércoles por la mañana, y después solíamos tomarnos unos espressos.
El lunes anterior al comienzo de la facultad fui a la que iba a ser mi última clase. Si me hubieran puesto nota en ese curso… bueno, habría recibido el primer suspenso de toda mi vida.
—Bueno, miss Allen, es un uso muy agradable del… color.
La amable anciana que daba clases en su casa era una antigua profesora de arte de uno de los institutos locales. Me dio unas palmaditas en la espalda y se esforzó por sonreírme mientras me felicitaba por lo único positivo que se podía decir de mi cuenco de frutas tropicales de nivel de educación elemental. Aunque había trabajado en el cuadro durante tres semanas, parecía algo que un niño de seis años hubiera dibujado y coloreado en una sola tarde. Estaba claro que no era una artista.
La profesora se acercó a Kate para felicitarla por sus manzanas de proporciones perfectas, y me pregunté si a pesar de llevar años jubilada, todavía estaría dando clase cuando Kellan iba al instituto. Luego me pregunté si él habría ido a su instituto. Después me pregunté si le habría dado clase. Quizás había sido su profesora, y le había felicitado por su estudio sobre la forma femenina. De inmediato comencé a pensar que quizás había «enseñado» a Kellan en más de un sentido, y torcí el gesto.
Una risa alegre interrumpió esa secuencia de pensamientos y levanté la mirada para ver que Jenny me estaba observando.
—No está tan mal, Kiera.
Señaló con la punta del lápiz mi patético intento de cuadro realista.
—Es algo así como… picassiano.
Fruncí el entrecejo, pero luego me eché a reír. No había intentado que me quedara al estilo de Picasso, pero lo cierto es que el arte es subjetivo. La basura de un individuo era el Monet de otro. Quizá tenía futuro después de todo. Miré lo que había pintado Jenny, y tuve que pensarlo dos veces. No, de todas nosotras, la única que tenía futuro artístico era ella. Había dejado atrás el cuenco de frutas hacía siglos, y ya estaba retratando a personas. Lo que había creado con un simple lápiz me dejó completamente asombrada.
Había dibujado al grupo… a nuestro grupo. Era un primer plano de todos en el escenario: Griffin y Matt con las guitarras tocando al compás, a Evan disfrutando en la batería y a Kellan cantando con el micrófono en la mano. Incluso había conseguido captar la media sonrisa traviesa que ponía Kellan cuando cantaba. Era algo impresionante, y dejaba por los suelos mi triste racimo de uvas.
Suspiré y señalé su dibujo.
—Es increíble, Jenny. De verdad, tienes mano para esto.
Una enorme sonrisa le apareció en el rostro, y se volvió hacia su dibujo.
—Gracias. —Borró una diminuta línea en la guitarra de Matt y luego se giró hacia mí—. Pensaba pedirle a Pete que lo colgara en el bar cuando estuviera terminado. —Se encogió de hombros—. Ya sabes, como un homenaje a los chicos.
Se echó a reír, pero yo hice un gesto de asentimiento.
—A mí me parece buena idea. —Me quedé mirando mientras remataba una sombra sobre la mandíbula de Kellan. La nueva línea hizo que el lado derecho tan masculino destacara todavía más. Meneé la cabeza—. Creo que son realmente así, Jenny. —Ella asintió mientras volvía a trabajar en el dibujo, y al ver al bajista en el que estaba centrándose en ese momento, no pude evitar soltar un pequeño bufido—. Deberías dibujar a un exhibicionista por algún lado, en honor a Griffin.
Se rió.
—Sí, está claro. —Frunció el entrecejo, y luego meneó la cabeza—. Oye, ¿qué hay entre él y tu hermana? ¿Están juntos o no?
Suspiré mientras me volvía una vez más hacia mi fruta deforme y me encogí de hombros.
—Ni idea. No actúan como si estuvieran saliendo, y si lo están haciendo, está claro que no se reservan el uno para el otro. —La miré y meneé la cabeza—. Pero lo cierto es que… se ven unas cuantas veces al mes.
Jenny asintió, y sus rizos rubios se balancearon alrededor de los hombros.
—Lo sé. Griffin habla de ello cada vez que lo hacen. —Se encogió de un solo hombro—. Una vez le pregunté qué eran y me dijo que…
Se mordió el labio y no acabó la frase. No estaba segura de querer saber nada de lo que Griffin dijera de mi hermana, pero alcé una ceja.
—¿Qué es lo que dijo? —le pregunté con voz cautelosa.
Suspiró levemente y miró a su alrededor para no mirarme a los ojos. No me pareció buena señal. Aunque no había nadie cerca que pudiera oírla, se inclinó hacia mí de todas maneras.
—La llamó… su follamiga.
Torció la boca con una mueca de disgusto y puso los ojos en blanco.
Las mejillas se me encendieron al rojo vivo y lo único que logré articular fue un gruñido de asco. Al ver la expresión de mi cara, Jenny volvió a menear la cabeza antes de ponerse de nuevo a retocar el dibujo de este tipo tan despreciable.
—Sí, lo sé. —Le dio un par de golpecitos con el lápiz—. Es un capullo. —Luego colocó la goma de borrar sobre la cintura del dibujo y me sonrió con malicia—. Quizá debería eliminarlo.
Solté una carcajada. Toda la gente de la estancia trabajaba en silencio, y los futuros posibles artistas se giraron para mirarme. Las mejillas se me pusieron todavía más coloradas, así que me tapé la cara con las manos y dejé que las risas se apoderaran de mí. Ojalá fuera tan fácil someter a Griffin.
Kellan y yo teníamos la noche libre, así que después de la clase de pintura me fui a su casa. Mientras íbamos en coche hacia allí, me paré a pensar en lo raro que era que coincidiéramos en una noche libre. A menos que yo pidiera una alguna de las pocas noches que no tocaba, no solía ocurrir. La facultad empezaba al día siguiente, y yo estaba hecha un manojo de nervios, así que empecé a preguntarme si Kellan no le habría pedido a Matt que no organizara nada para esa noche cuando planeó las actuaciones de ese mes. No me habría sorprendido nada que fuera así.
Jenny me dejó en casa de Kellan, y Kate y ella me dijeron adiós con la mano. Yo tenía coche, el pequeño Honda bastante baqueteado de Denny, pero mi hermana prácticamente se había apoderado de él. Siempre me lo pedía antes de llevárselo, pero la verdad es que me sentía un poco aliviada de que lo utilizara tanto. Parecía más suyo que de mi antiguo novio. Además, siempre he sido mala con el cambio de marchas.
Kellan no estaba en casa cuando llegué. La puerta tenía la llave echada. Como su coche se encontraba aparcado enfrente, supuse que había querido aprovechar la tarde soleada para salir a correr. Saqué las llaves del bolsillo y busqué hasta encontrar la de su puerta. Hacía relativamente poco que habíamos intercambiado llaves. Kellan lo había llamado «el siguiente paso». Al cruzar el umbral, la frescura de la entrada de su casa me sorprendió. Dejé la pesada bolsa en el suelo con una oleada de alivio. Sabía que probablemente me quedaría a dormir con él, así que había metido todo lo que necesitaría a la mañana siguiente: ropa, libros, papel, bolígrafos y lápices.
Entrecerré los ojos mientras examinaba la mochila de los libros, y realicé el inventario mentalmente por centésima vez. Justo cuando me estaba preguntando si había metido el libro de literatura que necesitaba, Kellan abrió la puerta de la entrada. Lo miré, volví a mirar la mochila, y me giré de repente hacia él. Se había puesto a sudar al correr, y llevaba la camiseta al hombro. Su cuerpo fibroso y definido brilló cuando cruzó la puerta, y se enjugó la cara con el borde de la camiseta. Su respiración era un poco más agitada debido al ejercicio, y sus abdominales se tensaban y relajaban de un modo tan atractivo que no pude dejar de mirarlo.
Por fin dejé de hacerlo cuando se echó a reír.
—Eres una obsesa, ¿lo sabías? —dijo entre carcajadas mientras se secaba el borde del cabello con la camiseta. Me sonrojé de inmediato al pensar que se refería al modo en que no apartaba la mirada de su cuerpo, pero alzó una ceja y señaló la mochila—. Todo va a ir bien.
Me relajé y noté que me desaparecía un poco la vergüenza. Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza.
—Lo sé. Te prometo que no tengo ni idea de por qué siento estremecimientos en el estómago.
Sonrió y se dio la vuelta para cerrar la puerta. Le recorrí la espalda desnuda con la mirada para bajar hasta los pantalones cortos y anchos que llevaba puestos, pero logré subirla de nuevo hasta la altura de su cara cuando se giró de nuevo.
—Sé cómo hacer que te olvides de eso.
Me encantó la expresión juguetona de su mirada. Incliné la cabeza hacia un lado mientras se me acercaba para rodearme la cintura con los brazos.
—¿Ah, sí? —le pregunté a la vez que ponía con suavidad los dedos sobre su pecho húmedo. Su piel estaba deliciosamente suave al tacto.
Sonrió con malicia, alzó una ceja y bajó la mirada a mi cuerpo.
—Sí —me respondió y torcí el gesto al ver su cara de diversión. Se rió y me soltó antes de darme un beso en la mejilla—. Déjame que me lave antes.
Asentí, y me rodeó para subir a la otra planta. Fruncí los labios al pensar en qué se le habría ocurrido para mantenerme distraída. Me dio una palmada en el trasero mientras seguía riéndose por la expresión de mi cara, y luego subió los peldaños de dos en dos.
Moví la cabeza sin dejar de sonreír y entré en la sala de estar para quitarme de la cabeza la imagen de su cuerpo en la ducha. Me resultó un poco más difícil cuando empecé a oír correr el agua. Tuve que encender el televisor y sentirme fascinada de forma repentina por la vida vegetal marina.
Bajó a la sala cuando realmente ya empezaba a sentirme interesada por los ecosistemas de los estuarios, hasta el punto de apoyar los codos y la cabeza en las rodillas para concentrarme en la gran pantalla de Kellan. Jugueteaba con un rizo de cabello al lado del oído en ese momento, así que no le oí llegar. No estaba acostumbrado a que no le hiciesen caso, así que gruñó y se inclinó sobre mí para besarme en el cuello. Me sobresalté cuando me rozó la piel con los labios, pero luego sonreí y cerré los ojos antes de inclinar la cabeza hacia un lado para ayudarlo en sus intenciones.
—¿Así es como me vas a distraer? —le pregunté en voz baja. Empecé a pensar que si él quisiera, me podría distraer así toda la tarde.
Se rió con su voz profunda, me agarró de la cintura y me levantó del sofá con un solo movimiento rápido y juguetón.
—No. —Me sonrió al mismo tiempo que me daba unos golpecitos en la nariz con el dedo—. Tengo una idea mejor.
Fruncí los labios al verle vestido con su camisa de color azul oscuro, mi favorita, porque era un color que hacía que sus ojos fueran hermosos hasta lo imposible.
—¿No te apetece… jugar conmigo?
Hasta ese momento había estado convencida de que ése era su plan.
Sus labios formaron una sonrisa que gritaba «sexo» a los cuatro vientos, pero negó con la cabeza.
—Vaya, claro que quiero jugar contigo. —Soltó una risa y me tomó de la mano para llevarme a la cocina. Siguió hablando por encima del hombro—. Pero no del modo que tú piensas. —Me sentó en una silla de su mesa de la cocina. Luego se inclinó sobre mi espalda y me besó la mejilla—. Al menos, no de momento.
Meneé la cabeza y fruncí el entrecejo una vez más. Me pregunté qué demonios estaría planeando Kellan mientras rebuscaba en los cajones de la cocina. Tarareaba en voz baja con una leve sonrisa en la cara, y el cabello despeinado y todavía húmedo en las puntas de un modo atractivo. Abrió y cerró todos los cajones de cacharros que tenía.
Estaba a punto de preguntarle qué estaba buscando cuando lanzó una pequeña exclamación de alegría y sacó algo que estaba metido en el fondo de uno de los cajones abarrotados. Me miró con una sonrisa cargada de malicia y levantó la mano para enseñarme lo que había encontrado.
—¿Una baraja? —Sonreí meneando la cabeza—. ¿Vamos a jugar al bridge toda la tarde?
Arrugó la frente y alzó una ceja.
—¿Al bridge? ¿Es que tenemos sesenta años? —Sonrió de nuevo, abrió la caja de cartas y luego la lanzó para meterla otra vez en el cajón. Empezó a barajar las cartas y se sentó frente a mí—. No. Vamos a jugar al póquer.
Negué con la cabeza.
—No soy muy buena jugando al póquer —murmuré.
Su sonrisa se ensanchó enormemente.
—Bueno, la verdad es que eso me parece genial, porque vamos a jugar al strip póquer.
Me sonrojé de inmediato y me puse en pie. Me agarró de la mano a la vez que se reía con más fuerza.
—Venga, será divertido. —Alzó las dos cejas en un gesto sugerente—. Te lo prometo.
Me senté de nuevo, aunque sabía que tenía la cara roja como un tomate.
—Kellan… No sé…
Kellan se recostó en la silla y me miró de arriba abajo muy lentamente.
—¿Has jugado alguna vez? —me preguntó cuando llegó a la altura de mi cara.
Suspiré y me encogí de hombros.
—No.
Asintió sin dejar de sonreír y de barajar las cartas.
—Bien. Será una nueva experiencia para ti. —Inclinó la cabeza hacia un lado, y curvó los labios en una mueca perfecta—. Y me encanta proporcionarte nuevas experiencias.
El calor de las mejillas me bajó al cuerpo cuando no dejó de mirarme con pasión. De repente, jugar era lo que más deseaba en el mundo. Ni siquiera fui capaz de recordar de lo que me estaba distrayendo, y supongo que de eso se trataba.
Me puse los mechones de cabello detrás de las orejas y señalé con el pulgar las ventanas de la cocina, que lo dejaban ver todo.
—¿Y qué hay de… tus vecinos?
Se encogió de hombros.
—¿Qué pasa con ellos?
Aparté la mirada del fuego de sus ojos y tragué saliva.
—No quiero que… me vean.
Se rió en voz baja y se puso en pie para bajar las persianas. Una vez cerradas, se sentó de nuevo y alzó de nuevo una ceja.
—¿Contenta?
Asentí sin creerme todavía que fuera a hacerlo. Me sonrió, y soltó otra risa.
—¿Te haría sentir mejor que te dijera que yo tampoco soy muy bueno en esto? —Se rió más y meneó la cabeza—. Yo suelo ser el primero que acaba desnudo.
Abrí los ojos de par en par a la vez que le miraba el cuerpo.
—¿Ya has jugado a esto? —le pregunté.
Vaya estupidez. Era Kellan, el hombre que solía hacer tríos como si fuera algo corriente. Por supuesto que había jugado al strip póquer. Probablemente había participado en juegos mucho más intensos, juegos en los que no quería ni pensar.
Se limitó a sonreír y a asentir con una expresión divertida en la cara. Luego comenzó a repartir las cartas y a explicarme las reglas. Suspiré mientras las escuchaba, y di las gracias para mis adentros por llevar varias capas de ropa ligera.
Perdí a lo largo de la tarde los zapatos, los calcetines, los vaqueros y todas las camisetas menos una, la de manga corta. A Kellan no le fue mucho mejor. Perdió la camisa ya en la primera mano, y los vaqueros en un farol muy malo. Gracias a Dios, las chicas solemos llevar más ropa que ellos. Me sentí más relajada que al comienzo de la partida, y me reí mientras miraba cómo se quitaba el calcetín después de que yo pusiera con gesto triunfal mi pareja de reinas en la mesa. Meneó la cabeza en gesto de incredulidad.
—Derrotado por la reina… La historia de mi vida.
Le lancé un beso con los labios antes de que comenzara a repartir de nuevo. Tomé las cartas de la mesa y las abrí en abanico delante de la cara para estudiarlas. Kellan había preferido jugar al estilo de póker tradicional, no al que se ha puesto de moda en la televisión. Como ocurría con su coche, le gustaban los clásicos. Mantuvo el rostro imperturbable mientras se recostaba en el respaldo de la silla. Tampoco es que me estuviera fijando mucho en su cara. Su pecho desnudo resultaba demasiado atractivo. Parecía encontrarse muy cómodo casi desnudo al lado de la nevera.
Me esforcé por imitar su actitud despreocupada, puesto que yo estaba mucho más vestida que él, pero me resultaba extraño estar sentada a la mesa de la cocina sólo con la ropa interior puesta. Jugueteé con el collar que llevaba al cuello mientras estudiaba con atención las cartas que tenía en la mano. No estaba mal, una pareja de puntuación baja, pero tampoco era una mano maravillosa. Tenía que cambiar tres y mantener la esperanza. Levanté la mirada y vi a Kellan observándome con una leve sonrisa. Enarcó una ceja.
—¿Nerviosa?
Miró el collar, y dejé de juguetear al momento. Toda una revelación, aunque lo que me ponía más nerviosa no eran mis malas cartas, sino la idea de tener que quitarme mi última camiseta. Por supuesto, si ganaba esa mano, lo siguiente que tendría que quitarse Kellan eran esos maravillosos calzoncillos cortos negros que le gustaba ponerse, y estaba segura de que esa noche no llevaba puestos dos, uno encima del otro.
Sonreí sin mayor esfuerzo y negué con la cabeza.
—¿No?
Le miré de arriba abajo antes de contestarle.
—¿Y tú?
Negó con la cabeza mordiéndose el labio.
—No. De hecho, ni siquiera necesito más cartas. ¿Y tú?
Contuve un gesto de preocupación. La verdad es que no tenía la mejor de las manos, sólo una pareja de treses. Kellan lo sabría si pedía más cartas. No quería darle esa satisfacción, y menos después de que empezara a curvar los labios en una sonrisa satisfecha y seductora. Alcé la barbilla y me recordé a mí misma que él era muy malo jugando al póker, y que probablemente no tendría nada. Sonreí levemente y también negué con la cabeza.
—No, estoy bien.
Se pasó la lengua por el labio inferior, y luego se lo mordisqueó. Me pareció tremendamente sensual, y noté que se me abría un poco la boca.
—Sí, lo sé —susurró al mismo tiempo que ponía las cartas sobre la mesa.
Puse las mías sin mirar siquiera.
No había dejado de fijarme en su boca, así que ni siquiera vi qué cartas tenía. Cuando se echó a reír, me sonrojé una vez más y bajé la mirada.
—Mierda.
Meneé la cabeza al ver su escasa pareja de… cuatros. Me había hecho creer que faroleaba, y, por desgracia, yo había picado. Suspiré y le miré con ojos tristes.
—¿De verdad?
Se echó hacia atrás sin dejar de reírse y se cruzó de brazos.
—Un trato es un trato, Kiera.
Me miró descaradamente el pecho y siguió riéndose.
Suspiré otra vez y tiré del borde de la camiseta. Ya me había visto en muchas ocasiones, y llevaba puesto un sujetador, pero había algo en quitarme la ropa a plena luz del día que me ponía de los nervios, y más con Kellan atravesándome con la mirada sin estar a mi lado. Se me aceleró la respiración.
—¿Cómo has conseguido convencerme para que haga esto? —murmuré mientras me quitaba la camiseta.
La mirada de Kellan comenzó a incendiarse cuando quedó a la vista mi sencillo sujetador de algodón blanco. Me pasé las manos por los brazos y contuve el impulso de taparme con ellos. Me ayudó que él me observara como si llevara puesta la mejor lencería del mundo, como si mis leves curvas fueran las más voluptuosas que jamás hubiera visto. Me miró por fin a la cara, y su sonrisa se volvió endiablada.
—Me encanta este juego.
Me reí un poco y le arrojé la camiseta. Justo cuando empezaba a olisquearla con una sonrisa boba en la cara, sonó la puerta. Intenté de inmediato recuperar la camiseta, pero se puso en pie y se alejó un paso. Se le iluminó la cara mientras la dejaba sobre la encimera.
—Por fin. Ha llegado la comida.
Crucé los brazos sobre el pecho y una pierna sobre la otra porque era muy consciente de lo poco que llevaba puesto. Entonces se irguió con las manos en las caderas y no pareció importarle que lo único que le separaba de la desnudez absoluta era un trozo de tejido negro.
—¿Qué comida? ¿De qué estás hablando?
Inclinó la cabeza hacia mí sonriendo de oreja a oreja.
—Pensé que te entraría hambre, así que pedí una pizza mientras estabas en el cuarto de baño.
Me quedé mirándole con la boca abierta, y se dio la vuelta para salir de la cocina.
—¡Kellan!
Se volvió y le señalé con la mano su cuerpo glorioso pero casi desnudo.
Se palmeó el pecho y luego las caderas.
—Oh, es verdad.
Se acercó sin dejar de sonreír a su montón de ropa, que estaba al lado de la mesa. Supuse que buscaría los vaqueros para ponérselos, pero lo único que hizo fue cogerlos y rebuscar en los pantalones hasta encontrar un bolsillo. Pocos segundos después, sacó su cartera.
—Será mejor que pague, ¿no?
Balbuceé algo ininteligible, y se inclinó hacia mí para darme un beso rápido. Mi mano se quedó señalando su piel suave y musculosa cuando se dio media vuelta y se apresuró a abrir la puerta para recoger la comida… sólo en calzoncillos cortos.
Meneé la cabeza y recogí su camisa, que tenía a los pies, para taparme el pecho. No se me podía ver desde la entrada, pero si lo veían a él así, bueno, podrían suponer que no estaba medio desnudo a solas. Enrojecí un poco más y me tapé la cara con las manos. Bueno, eso me pasaba por estar con un hombre que no conocía el pudor. Sabía que tenía un aspecto atractivo, y no le importaba quién más lo supiera. Había días que yo daría cualquier cosa por tener esa clase de confianza en mí misma. Sí, eso también estaba en mi lista de tareas pendientes.
Le oí abrir la puerta y saludar a alguien. Después oí unas risitas… unas risitas de mujer. Suspiré y sacudí de nuevo la cabeza. Cómo no. Tenía que ser una chica quien repartiera las pizzas el día que Kellan decidía abrir la puerta en calzoncillos. Me lo imaginé apoyado en el quicio de la puerta, con cada músculo maravilloso perfectamente definido mientras la chica del reparto babeaba sobre el pepperoni. Al menos, también vería con claridad mi nombre tatuado sobre su pecho.
«Lo siento, chica, pero el tío buenorro que te da el billete de veinte dólares me pertenece. ¿Ves? Lo dice justo encima de uno de sus pectorales». Sonreí y me exasperé conmigo misma por pensar aquello.
Las risitas no pararon en ningún momento, y me pareció que duraban una eternidad mientras esperaba. Cuando por fin se cerró la puerta y Kellan volvió a la cocina con una caja de pizza en la mano, tenía una sonrisa realmente hermosa. Se borró un poco cuando vio que me había tapado con su camisa. Me señaló con la otra mano, en la que sostenía una caja más pequeña.
—No, no. Eso es hacer trampa. Tenías que estar tan desnuda como cuando salí de aquí.
Miré al techo y dejé caer la camisa.
—¿Aunque estuvieras tonteando con la repartidora?
Dejó la caja grande en la encimera y torció los labios en una mueca.
—No estaba tonteando.
Decidí probar a tener esa confianza en mí misma que parecía fluir con tanta facilidad de su cuerpo y me puse en pie. Me recorrió de arriba abajo con la mirada, y su sonrisa se ensanchó de nuevo.
—¿No estabas tonteando? —Me puse delante de él, eché la espalda hacia atrás y me llevé una mano a la cadera para imitar la pose que utilizaban todas las modelos de ropa interior sexy. Le señalé con la otra mano la caja pequeña—. ¿Qué tienes ahí?
Se mordió el labio y se encogió de hombros.
—Tenía unos aros de cebolla que le sobraban. Me dijo que nos los podíamos quedar si queríamos.
Hice un movimiento negativo con la cabeza y él se echó a reír. Dejó a un lado la caja y me tomó de la cintura para apretarme contra su cuerpo. Le rodeé el cuello con los brazos mientras sus labios subían por mi cuello hasta la oreja.
—No puedo evitar que las mujeres me encuentren atractivo. —Paseó la boca por encima de la mía con un contacto suave, ligero como una pluma, al mismo tiempo que metía una mano bajo las bragas para agarrarme por el trasero—. Pero yo sólo te veo atractiva a ti —me murmuró.
Comencé a jadear y pegué la boca a la suya. En ese momento, por mí podría haberle hecho un baile sensual a la repartidora para conseguir esos aros de cebolla, y no me hubiera importado. Bueno, sí me hubiera importado, pero lo habría pasado por alto. Puede que fuera el objeto de deseo de mucha gente, pero yo era su único objeto de deseo.
Cuando ya pensaba en quitarme la poca ropa que me quedaba, se separó de mí un paso. Me tomó de la mano y me hizo girar alejándome de él para luego atraerme de nuevo. Reí, y le puse la otra mano en el pecho un momento antes de que me apartara con otro giro. Él se puso a reír también, y bailamos en la cocina durante unos segundos con el único acompañamiento musical de nuestra alegría… y en ropa interior.
No volvimos a la partida, y nos comimos las porciones pegajosas entre giros y pasos de baile. Kellan me entretuvo por completo con la comida y las risas e hizo desaparecer todos los posibles nervios que pudiera albergar respecto a la mañana siguiente. También hizo desaparecer cualquier posible vergüenza que sintiera. Pocas porciones después de la pizza y de los aros de cebolla que tanto le había costado conseguir, ya estaba meneando mi cuerpo apenas cubierto de ropa delante de Kellan. Casi me caí de la risa cuando él decidió imitar mis movimientos, y por fin disfruté de un poco de confianza en mí misma.
Y él era la razón por la que sentía esa confianza. Su mirada, su contacto, su sonrisa, su risa… Nadie era capaz de hacerme sentir tan… adorada. Mientras bailaba en la cocina con él sentí que podía lograr cualquier cosa y supe sin ninguna duda que el día siguiente sería perfecto.