2
Paz

Veinte minutos después, llegamos al aparcamiento del apartamento que compartía con Anna. Kellan todavía tenía esa maravillosa sonrisa en los labios mientras apagaba el coche. Comprendí que todavía estaba bajos los efectos de la adrenalina de subir al escenario. Aunque a mí no se me ocurría mayor tortura que ser el centro de atención de cientos de desconocidos, por no hablar de cantar delante de esos mismos desconocidos, a él todo eso le daba vida.

Sonreía de oreja a oreja cuando se sentó a mi lado delante del coche, y tarareaba una de sus canciones. Le devolví la sonrisa y pasé mi brazo por debajo del suyo. No tenía ganas de vivir según su estilo de vida, pero me encantaba disfrutar del efecto que producía en él. Habíamos sufrido mucho a lo largo de la vida antes de encontrarnos. Su felicidad actual también me hacía feliz a mí. Prefería ver esa sonrisa de alegría que lágrimas en sus ojos.

Abrió la puerta de un modo teatral y entró el primero en mi pequeño apartamento de dos dormitorios. Aunque era tan pequeño como la cabeza de un alfiler, tenía una vista espectacular del lago Union. Crucé la puerta y suspiré de cansancio mientras encendía la luz. Me quité el bolso y lo dejé en una mesita mientras Kellan cerraba la puerta. Apenas en unos segundos, tiró de mí y me puso de golpe de espaldas contra la puerta.

Me dio tiempo a jadear un momento, pero eso fue todo. Kellan apretó su cuerpo contra cada centímetro del mío, y sus labios se abalanzaron hambrientos sobre los míos. Levanté las manos sin pensarlo y enredé los dedos entre sus largos mechones de cabello. Noté que el corazón se me aceleraba tanto que por un momento pensé que me desmayaría y me desplomaría en el suelo. Sin embargo, la forma en la que me agarraba con firmeza lo hubiera impedido. Apretaba todo el cuerpo desde su pecho, su abdomen cincelado hasta sus sensuales caderas contra mí, con tanta fuerza que parecía desear estar todavía más cerca de mí.

El calor que sentía por todo el cuerpo se hizo más intenso, y el deseo que sentía por él arrasó cualquier otro pensamiento. Mis jadeos se hicieron más rápidos. Su respiración también se aceleró entre los besos hambrientos que nos dábamos mientras nuestras lenguas se movían ágiles de un lado a otro. Luego bajó una mano por mi trasero, la deslizó por el muslo y se detuvo en la parte posterior de la rodilla. Nos movió un poco a los dos, tiró de mi pierna y me la ajustó a la altura de su cadera. Una vez alineados a la perfección, su cuerpo excitado se apretó de nuevo contra el mío, justo donde necesitaba que estuviera.

Gemí y le tiré con fuerza del cabello para pegarle los labios a los suyos. De su garganta surgió un gruñido sensual que le recorrió todo el cuerpo mientras nuestras bocas se fundían con pasión. Eso avivó todavía más el fuego que me abrasaba hasta llevarme a un punto de ebullición. Lo necesitaba. Por completo. Ya.

Arqueé la espalda contra la puerta y me aparté de su maravillosa boca.

—Kellan… —logré gemir. Me alegré inmediatamente de que mi hermana no estuviera en casa—. El dormitorio…

Bajó los labios por mi garganta y paseó la lengua por todas las zonas erógenas en el camino. Gemí una vez más, y froté el cuerpo contra el suyo en un intento por disminuir de algún modo la ansiedad. Soltó una breve risa mientras me recorría la clavícula con la punta de la lengua. Estaba disfrutando del momento, disfrutaba de hacerme sufrir de ese modo. Le puse las manos en los hombros y lo empujé hacia atrás para mirarle con el entrecejo fruncido. Me miró y alzó una ceja, y la comisura del labio de ese lado de la cara también se elevó en un movimiento paralelo. Era increíblemente atractivo, y más aún con el deseo que le ardía en la mirada. Nadie ponía ojos de alcoba como Kellan.

De repente, su actitud cambió por completo. Sonrió con gesto de travesura y me soltó la pierna que me había subido hasta la cadera. Inclinó la cabeza hacia un lado y dio un paso atrás para contemplar mis esfuerzos por volver a respirar con normalidad.

—¿Vas a venir por fin a vivir conmigo? —me preguntó mientras volvía a trazar con el dedo la línea que había recorrido con la lengua.

Parpadeé ante aquel repentino cambio de tema. Me costó pensar mientras me esforzaba por contener el impulso de llevarlo a empujones hasta la sala de estar y tirármelo en el espantoso sofá de color naranja. Estaba casi segura de que él se dejaría. Me pregunté si de verdad me había pedido que viviéramos juntos otra vez, y di un paso lateral para apartarme un poco. También era un paso hacia el comedor, y hacia el dormitorio, y el deseo volvió a brillar un poco en su mirada.

Sonrió con malicia y señaló con un gesto del mentón en esa dirección.

—Porque la verdad es que odio hacerlo en un futón. —Me guiñó un ojo—. Aunque no por eso dejaría de hacerlo, eh.

Le devolví la sonrisa y le tomé de la mano.

—Fuiste tú el que me echó —le contesté, y logré decirlo con voz tranquila, a pesar de que se trataba de un recuerdo doloroso.

Caminé hacia la sala de estar y vi que en su cara también aparecía un breve gesto de dolor, aunque desapareció casi enseguida. Se encogió de hombros y se echó a reír.

—Bueno, es que en ese momento me pareció buena idea.

Mi pasillo era muy corto, y mi dormitorio estaba en el extremo más cercano a la puerta de entrada. La habitación de Anna, la de mayor tamaño, estaba en el otro extremo del pasillo, con el diminuto cuarto de baño entre las dos. La casa de Kellan no era mucho mayor, pero en comparación parecía una espaciosa mansión.

Me detuve delante de la puerta cerrada de mi dormitorio y le puse la otra mano en el pecho.

—Lo fue. —Subí la mano por su garganta hasta ponerla sobre su mejilla. Kellan apoyó la cara en la palma—. Tú y yo necesitábamos un poco de espacio. Teníamos que centrarnos un poco.

Sonrió levemente, y luego suspiró.

—Bueno, ahora que lo estamos… ¿Por qué no vuelves? —Bajó la voz, se me acercó y me rodeó la cintura con los brazos—. Sé que dijimos que nos los tomaríamos con tranquilidad, pero quiero seguir adelante… contigo.

La calidez de su voz y el amor de sus ojos me invadieron por completo. Yo también lo quería, lo quería mucho, pero me estaba esforzando por ser una persona más fuerte, por llegar a encontrar mi propio yo, y sabía que si volvía a vivir con él, se convertiría de nuevo en todo mi mundo. Me ahogaría en él.

Sonreí para animarle y le pasé otra vez los dedos por el cabello. La mirada seria de sus ojos se ablandó un poco con las caricias. Le respondí con el tono de voz más tranquilizador que pude.

—Creo que es mejor que esperemos un poco más. —Bajé la mano para pasarle el pulgar por la mejilla—. En cierto modo, he vuelto a ser yo misma viviendo con mi hermana. No quiero volver a caer en la necesidad de estar con un hombre para sentirme… completa.

Me mordí el labio deseando que no se sintiera ofendido. Me recorrió la cara con la mirada de sus ojos de color azul enloquecedor, y se fijó en todos y cada uno de mis rasgos. Inspiró profundamente y me apretó con un poco más de fuerza.

—¿Y qué pasa si soy yo el que te necesita? —me dijo con un gesto muy serio y terriblemente triste. Luego sonrió un poco y se encogió de hombros—. Odio dormir solo.

Aunque se había referido a dormir, sabía que había mucho más. Kellan odiaba estar solo. Curiosamente, era algo que teníamos en común, sin embargo, yo sabía que necesitábamos seguir viviendo separados un tiempo más, así que le sonreí y negué con la cabeza.

—Estarás bien. —Su pequeña sonrisa se transformó en una mueca, y me eché a reír mientras le rodeaba el cuello con los brazos—. Además, de todas maneras, casi siempre acabamos durmiendo juntos.

Me puse roja después de decir eso, ya que me di cuenta inmediatamente de lo sugerente que había sonado aquello. Me sonrió de un modo adorable y alargó una mano detrás de mí para abrir la puerta de mi dormitorio. Se echó a reír por mi comentario y meneó la cabeza.

—Exacto. —Abrió del todo la puerta de un empujón y me volvió a mirar, pero con expresión juguetona—. Piensa en todo el dinero que ahorraríamos en gasolina. —Inclinó la cabeza hacia un lado y me hizo entrar de espaldas en mi dormitorio—. Y en alquiler. No tendrías que pagarlo si vives conmigo. Podrías trabajar menos y concentrarte más en la facultad.

Me sonrió y se encogió de hombros, como si su intención fuera proporcionarme la solución más coherente. Y, de hecho, tenía lógica. Sin embargo, yo estaba convencida de que emocionalmente estábamos en el lugar en que debíamos estar, y que tal vez no deberíamos cambiarlo. Solté una mano para encender la luz, y suspiré.

—Kellan, me gusta la vida que llevo. Por fin siento que tengo una vida… redonda.

Cerró la puerta con el pie y bajó las manos para agarrarme el trasero. Sonrió de nuevo con gesto travieso.

—Sí, una redondez estupenda —musitó. Le di una palmada en el hombro cuando se echó a reír. Luego suspiró una vez más y apretó mi cuerpo contra el suyo para besarme con suavidad—. Vale.

Me derretí bajo sus labios y disfruté de su sabor, que iba envuelto en su olor. Se apartó y se quitó los zapatos con la punta de los dedos antes de señalar con una inclinación de cabeza el futón lleno de bultos.

—Pero de verdad que esto me toca las narices. ¿Puedo comprarte una cama en condiciones al menos?

Le sonreí mientras me quitaba las sandalias. Luego le tomé otra vez de la mano y tiré de él hacia la cama que tanto le disgustaba. Tenía razón: estaba llena de bultos y tenía una barra muy dura en el centro que se te clavaba en la espalda, pero era una cama muy ancha y había espacio de sobra para… rodar. Retrocedí hasta el borde del futón y agarré la parte inferior de la camiseta de Kellan.

—Claro. Y hasta me puedes ayudar a romperla.

Me ayudó a quitarle la ropa sin dejar de sonreírme de un modo seductor.

—Mmm… Vaya, con esa idea sí que me has convencido.

Me reí y pasé las manos por los bordes maravillosamente definidos de sus pectorales. Contuvo un instante el aliento cuando recorrí con los dedos la tinta negra de mi nombre tatuado sobre su corazón. No había nada en el mundo tan hermoso como ese tatuaje, a excepción del hombre que lo llevaba sobre la piel.

—Todo lo que acabe en sexo te convence —le dije entre risas.

Kellan me empujó en el hombro de un modo juguetón y me senté en la cama, que se hundió en la zona que técnicamente era el área de asiento cuando estaba doblado. Me deslicé hasta el centro de la cama, y noté la dura barra de soporte bajo el cuerpo. También noté el calor que me invadió cuando Kellan se inclinó sobre el borde del colchón. Me miró fijamente antes de susurrarme con voz ronca.

—Es cierto.

Respiré de forma entrecortada cuando vi que se acercaba gateando. Se puso sobre mí, y me avergoncé al sentir que respiraba con más rapidez. Sus ojos me miraron de arriba abajo. Tragué saliva cuando noté el atractivo sexual puro que irradiaba su cuerpo. A veces me asombraba y me maravillaba que ese hombre fuera mío, y prácticamente en cualquier momento que lo quisiera. Todavía me parecía algo un tanto milagroso que, de todas las personas con las que podía estar, me hubiera escogido a mí. Seguía sin saber el motivo.

Sonreí mientras sus labios se acercaban a los míos y mis manos subían por su pecho perfecto y suave.

—Puta —susurré.

Se rió en mi boca al mismo tiempo que se colocaba a mi lado.

—Provocadora —musitó, y me pasó los dedos por el cabello.

Me eché a reír por las palabras que usábamos en el pasado para hacernos daño, y que se habían convertido en términos cariñosos. Así funcionaban las cosas con Kellan. Un momento eran frías, y al siguiente, estaban al rojo vivo. Nuestro avance paso a paso era el modo con el que lográbamos que nuestra relación se mantuviera constante y firme. Kellan no parecía en absoluto preocupado por la posibilidad de que acabáramos hartos el uno del otro, pero a mí sí que me preocupaba eso. Después de todo, él podía conseguir a quien quisiera. Aunque estuviera experimentando conmigo algo que jamás había tenido antes, un amor auténtico y verdadero, una parte oscura de mí sabía que si por fin se había abierto al amor, podría encontrarlo de nuevo con cualquier otra persona si él quisiera.

Dios, cómo odiaba esa idea.

Dejé a un lado las dudas y me concentré en lo que tenía muy claro. En ese momento, Kellan me quería. En ese momento, Kellan me amaba a mí, y sólo a mí. En ese momento, mi hermana tardaría varias horas en volver a casa.

Se quedó sólo con los vaqueros desgastados que se le ajustaban de un modo perfecto y, cuando se inclinó sobre mi cuerpo, tuve su pecho encima de mí. Posó los labios sobre los míos mientras los dedos de su mano libre se enredaban en uno de los mechones de mi cabello oscuro.

Yo también tenía ocupados los dedos. Los había subido hasta su maravillosa mata de cabello. Me encantaba agarrárselo y no pude resistirme a tirar con suavidad. Kellan sonrió sin dejar de besarme los labios. Luego bajé los dedos por el cuello y disfruté del tacto de sus músculos fibrosos y del leve palpitar de sus venas bajo la piel. Después me apeteció subir las manos hasta sus omóplatos y dejarlas ahí para notar cómo se tensaban y relajaban los músculos mientras jugaba con mi cabello. El siguiente movimiento lógico y natural era que bajaran por la espalda. Mis afortunados dedos se deleitaron con esa franja de piel suave y tensa que le llegaba hasta la cintura. Por supuesto, a mitad de camino, las manos decidieron subir de nuevo hasta los omóplatos, y luego bajar una vez más hacia la cintura. Sin embargo, en esta ocasión, en vez de recorrerle la piel con la yema de los dedos, le arañe un poco con las uñas.

—No me provoques… —murmuró mientras me chupaba el labio inferior.

Me eché a reír cuando recordé la otra ocasión en la que había arañado con fuerza esa piel perfecta… Nada menos que en un quiosco de café. Noté que se me encendía la cara cuando la sangre se me agolpó en las mejillas. Fue un momento un tanto vergonzoso para mí. Kellan interrumpió el beso para mirarme a la cara, probablemente porque notó que me sonrojaba, y comprendió mi expresión. Pasó los dedos por una mejilla antes de bajar hasta los labios.

—¿Sabes que conseguiste con eso, con arañarme así?

Torció la boca en un gesto travieso al recordarlo, y tuve la certeza de que me había sonrojado todavía más. No fui capaz de hablar, así que negué con la cabeza. Sonrió todavía más y se me acercó al oído.

—Creo que eso fue lo que hizo que me corriera.

Cerré los ojos un momento al oírle decir aquello, y no pude evitar reírme.

—No sabía que te fuera el sado —le susurré.

También se rió antes de contestarme.

—Fuiste tú la que me arañó.

Seguí riéndome al mismo tiempo que notaba cómo mi sensación de vergüenza desaparecía.

—Fue a ti a quien le gustó.

Me besó la barbilla con suavidad antes de levantar los ojos con una ceja alzada.

—¿Es que a ti no te gustó hacerlo?

Me mordí el labio y aparté la mirada de la expresión un tanto arrogante de autoconfianza de su cara. Por supuesto que me había gustado. Me estaba haciendo cosas increíbles en el cuerpo cuando le arañé de ese modo. Me recorrió una pequeña sensación de culpabilidad. Me sentía mal por haberle hecho daño, por hacerle sangre. Quizá me había pasado.

Le sorprendí empujándole por los hombros, y gruñó.

—Eh —me dijo mientras intentaba ponerse otra vez encima de mí.

Me reí mientras le mantenía a raya con una mano al mismo tiempo que desenredaba mis piernas de las suyas. Antes de que pudiera quejarse o volverme a colocar en la misma postura, me subí a sus caderas.

Como estaba tumbado de lado, empezó a dejarse caer de espaldas, con una sonrisa enorme en su cara ante mi empeño de ponerme encima de él. Me reí con más fuerza todavía cuando le empujé un hombro y le obligué a mantener el pecho pegado al colchón.

Giró la cabeza para mirarme en cuanto me quedé sentada sobre su cintura.

—¿Qué haces?

Pasé las manos por la zona de piel perfecta que tenía ante mí, y le contesté con una voz un tanto seductora.

—Bueno, es que me siento culpable de haberte herido…

Giró un poco más la cabeza con una sonrisa burlona en los labios.

—Creo que ya te he dicho que me corrí, ¿verdad?

Noté que me sonrojaba otra vez al oírle decir otra vez esa palabra. Correrse. Tampoco se trataba de una palabra muy grosera, pero oír cómo la decía me recordaba esos momentos de éxtasis que me hacían doblar los dedos de los pies de placer, que me hacían hervir la sangre, que me alteraban la vida. Oírle decir esa palabra hacía que me apeteciera todavía más hacerlo mío. Sonreí y dejé a un lado esa sensación… por el momento.

—Quiero asegurarme de que no has sufrido… daños.

Paseé las manos por su espalda. Me acerqué, y los mechones de cabello le acariciaron la espalda. Me encantó ver cómo se estremecía al notar el cosquilleo de mis largos rizos. Me miró directamente a la cara y bajó la voz.

—Sólo tengo una cicatriz que sea obra tuya.

Me miró fijamente a los ojos y me quedé un momento sin respiración al ver el amor que había en esa mirada. No creí que jamás fuera capaz de acostumbrarme a ver lo mucho que me adoraba. Algo así hacía que todos los tonteos que había visto antes no tuvieran la más mínima importancia. Ninguna de esas chicas recibiría una mirada como ésa. Ninguna de esas admiradoras podía lograr ese grado de intimidad con él. Ya no. Evan tenía razón: tonteaba con ellas, pero era yo quien tenía su corazón.

Hice un gesto de asentimiento, y me quedé sorprendida al ver que se me nublaba la vista. Recordé el momento al que se refería y me mordí el labio. Había pasado mucho tiempo desde que había sufrido una cuchillada por defender mi honor. Era una de las cosas más asombrosas y terribles que alguien había hecho por mí. Era asombroso que me hubiera defendido así, y era terrible que le hubiesen herido. Recorrí las costillas con los dedos y los apreté contra el colchón cuando le rodeé el costado con ellos. Me incliné y besé el borde de la cicatriz, donde noté la rugosidad que le estropeaba la suavidad original de la piel. Respiré por la boca, y su vientre se contrajo cuando moví los labios a lo largo de la vieja herida.

Sonreí y le besé a lo largo de la espalda mientras pensaba en la otra herida importante que había sufrido por mi causa. Ésa no tenía una cicatriz externa, ya que la fractura se había curado sin necesidad de cirugía, pero sabía que bajo la superficie estaba dañado. Recorrí sus brazos con las manos, y le apreté el izquierdo, en el punto donde se había partido cuando se peleó con Denny, hacía ya tantos meses.

Me incliné de nuevo y le besé ese brazo. Su mirada se dulcificó. Supe que había entendido mi gesto.

—Te quiero mucho por todas tus cicatrices —le susurré antes de besarle en los labios.

Me agarró de la cabeza con una mano y me mantuvo atrapada en la suavidad cariñosa de su beso. Luego intensificó la pasión del beso, y el ardor de la impaciencia me recorrió todo el cuerpo cuando su lengua rozó la mía. Se me aceleró la respiración y me entregué al beso durante unos momentos antes de detenerme de repente.

Le quité hábilmente la mano que me tenía atrapada contra su boca y le propiné un golpecito en el hombro.

—Para. No he terminado con mi inspección.

Kellan suspiró y puso los ojos en blanco.

—Vale, pero ¿puedes darte prisa? Así podré hacerte el amor a ti, y no a este colchón desagradable. —Apretó las caderas contra el colchón para dar más énfasis a sus palabras, y volví a reír. Él también se echó a reír—. Podríamos cambiar de posición cuando acabes, ¿no?

No le hice caso y me senté de nuevo sobre la base de la columna vertebral y me concentré por completo en su magnífica espalda. Parecía estar bien, y no había la más mínima señal de piel desigual por cicatrices de arañazos profundos. Me incliné para besarle la piel, y fue entonces cuando lo vi. Me quedé quieta, y miré con más atención. Era un rastro muy leve, tan leve que había que estar literalmente a menos de dos centímetros para verlo, como yo estaba en ese momento. Pero ahí estaba. Unas líneas claras, casi blancas, que le bajaban por la piel, en la parte que yo le había arañado con fuerza. Sonreí en mi fuero interno al ver que una parte de esa noche loca e intensa seguía con él, y quizá para siempre. Por mucho que doliera haberle hecho daño, me hacía feliz que tuviera un recordatorio mío allá donde fuera.

—Ah, las encontré —murmuré.

Empezó a preguntarme a qué me refería, pero le interrumpí colocando la punta de la lengua en una de las líneas blancas difusas. Dejó en el aire lo que estaba diciendo y se estremeció. Me sentí envalentonada y subí con la lengua a través de los omóplatos hasta llegar a la base del cuello. Kellan se removió y dejó caer la frente en la almohada. La respiración se le aceleró. Me vino a la mente otro recuerdo, y le mordí en la nuca. Gruñó.

Antes de que me diera cuenta y, sin duda, antes de que pudiera reaccionar, se revolvió debajo de mi cuerpo y subió los brazos para tirar de mí hacia la cama. Se me escapó todo el aire de los pulmones por la fuerza que utilizó para quitarme de encima de él. Se me escapó una risita cuando se me puso encima. Se abalanzó sobre mis labios, y me introdujo la lengua prácticamente hasta las amígdalas.

Lo aparté de mí. Me gruñó con un deseo más que evidente en su mirada oscura.

—Te dije que no jugaras a provocarme.

Hice una mueca y le pasé un dedo por los labios separados.

—Te la debía —le contesté alzando una ceja—. Al menos, no lo he hecho en un bar lleno de gente.

Vi que se sobresaltaba. Me pareció que se había olvidado de aquel intenso momento en el que me lamió en mitad de una pista de baile llena de gente. Denny y Anna estaban en otra parte del bar en ese momento. Frunció el entrecejo y su mirada se volvió un tanto culpable.

—No fue muy amable por mi parte, ¿verdad?

Le abracé a la altura del cuello y negué con la cabeza.

—No, no lo fuiste… pero me gustó.

Su mirada de arrepentimiento se volvió pícara cuando recordó por completo aquella noche.

—No me pude resistir. —Subió los dedos por mis brazos y luego me los colocó por encima de la cabeza. Eso me provocó una oleada de estremecimientos de placer—. Tenías los brazos así. —Me dobló uno sobre la propia cabeza y el otro lo puso encima del primero. Me agarró las dos muñecas con una sola mano, y paseó el índice de la otra por la nariz hasta llegar a la boca—. Te mordías los labios mientras bailabas.

Me los mordí de nuevo al ver cómo su mirada devoradora recreaba la misma escena que le había hecho comportarse de un modo tan impulsivo. El dedo se quedó unos instantes sobre mis labios antes de bajar por el cuerpo entre los pechos. Cerré los ojos, pero no se detuvo ahí, y llevó el dedo hasta el ombligo, que estaba al aire, y siguió bajando hasta los pantalones cortos. Jugueteó con la cinturilla antes de meter una mano en la zona de la cadera.

—Y estas… estas caderas. —Se me acercó para olerme un poco, y nuestros labios se rozaron—. Estas caderas me volvieron loco del todo.

Me pegó los labios a los míos y me soltó las manos. Le rodeé la cabeza con los brazos y le mantuve pegado a mí. Cuando se paró para tomar aire, le murmuré una pregunta.

—¿Me estabas mirando?

Me recorrió la mandíbula con la punta de la nariz, y sacó la lengua de vez en cuando para probarme la piel.

—No podía apartar los ojos de ti. —Me acarició la mandíbula de un lado a otro con los labios—. Tengo muchas cosas por las que compensarte, y odio lo que nos pasó después, pero jamás me arrepentiré de haber saboreado tu piel esa noche.

Se me escapó un jadeo y me pegué a él levantando la cabeza para que pudiera volverme a pasar por el cuello.

Accedió de inmediato y noté las leves caricias como plumas que me bajaron por la piel. Empezó a tirar del nudo de la camisa, pero sin apartar los labios del cuello. Me quitó la prenda por la cabeza con un único y rápido movimiento. Paseó la mirada por mi cuerpo durante un segundo antes de desabrocharme el sujetador con movimientos bruscos y arrojarlo a un lado. Todo el cuerpo me palpitó cuando la mirada ardiente de sus ojos me acarició visualmente.

Dejó caer la cabeza en mi estómago con un suspiro.

—Necesito este cuerpo —musitó antes de empezar a recorrerlo otra vez con la lengua.

Me encendí por completo ante aquel contacto, y me retorcí debajo de él.

—Yo también te necesito, Kellan.

Me pasó la lengua entre los pechos.

—Tengo que verte la cara cuando hago esto. —Jugueteó con la punta de la lengua por mi piel hasta llegar al cuello. Cerré los ojos y gemí como única respuesta—. Necesito oírte cuando hago esto.

Y bajó los labios y esa lengua maravillosa hasta el pecho para lamerme el pezón.

Arqueé la espalda y le agarré con fuerza del cabello.

—Dios, sí…

Luego acercó jadeante la boca a mi oído.

—Necesito estar dentro de ti… todo lo profundamente que pueda.

El cuerpo se me quedó rígido al oírle decir aquello. De repente, los pantalones cortos de tela fina me resultaron tremendamente incómodos, porque el cosquilleo que notaba entre los muslos se convirtió en una palpitación muy intensa. Gemí con fuerza e intenté besarle, pero se apartó.

Se quedó apartado sobre mí, y abrí los ojos para contemplar al hombre divino que tenía a mi alcance. Kellan tragó saliva con cierta dificultad sin dejar de mirarme con una expresión llena de deseo.

—Y tengo que oír que me lo pides. —Su expresión pedía mucho más que sus palabras—. ¿Me quieres?

Hasta ese momento no había creído que la palpitación pudiera aumentar, pero sí que se intensificó, y me abalancé contra su boca.

—Dios, Kellan… Por favor, sí, Dios… Por favor. Te quiero… te quiero tanto.

También quería decir algo más con esas simples palabras. Lo que Kellan me había preguntado era si quería estar con él, si era la persona con la que de verdad quería estar. Le había respondido con las palabras más sencillas posibles que así era.

Lo murmuré unas cuantas veces más mientras nuestras bocas hacían lo que ansiábamos. Nos quitamos el resto de la ropa entre jadeos y con movimientos frenéticos, y luego hicimos exactamente lo que habíamos dicho que necesitábamos hacer.

Me desperté sonriendo a la mañana siguiente. Bostecé y me desperecé. Ninguna de mis extremidades tropezó con otro cuerpo cálido en la cama fría, pero no me sorprendió. Kellan casi siempre se levantaba antes que yo. No estaba segura del motivo, pero era madrugador. Se despertaba al amanecer casi todos los días. También era un noctámbulo, y se solía quedar hasta tan tarde como yo, incluso las noches en las que yo me encargaba de cerrar el bar. Sus hábitos de sueño eran milagrosos. Aunque terminaba venciéndolo, era capaz de pasar varios días apenas sin dormir. Después acababa durmiendo un día doce horas seguidas, como si le hubieran golpeado en la cabeza con una piedra.

Meneé la cabeza e inspiré profundamente al mismo tiempo que se me ensanchaba la sonrisa. Por toda la casa se notaba mi olor favorito, aparte del olor natural de Kellan. Olía a café. Estaba preparando una cafetera llena en la cocina. Sin duda, era una de las ventajas de despertarse con él.

Abrí un ojo y vi que había dejado entreabierta la puerta del dormitorio. Me llegó el sonido del borboteo de la cafetera y de las tazas que también estaba preparando. Kellan canturreaba. Me tumbé de nuevo sobre la almohada y disfruté de aquellos sonidos durante un minuto. Me lo imaginé en la cocina, cantando en voz baja, sólo con los calzoncillos cortos puestos.

El sonido de una llave en la cerradura interrumpió la tranquilidad de la mañana. Le siguió el ruido de la puerta de la entrada al abrirse. Me incorporé sobre los codos y fruncí el entrecejo. ¿Acaso era Anna, que volvía a casa? Sabía que la noche anterior le tocaba trabajar hasta tarde, y me había dicho que luego saldría con algunas compañeras de trabajo, pero esas horas de la mañana eran algo tarde, incluso para ella. A menos, por supuesto, que ya hubiera dormido… en otro sitio.

Quizás había quedado con Griffin para felicitarle por el concierto, pero también era muy posible que hubiera dormido con alguien que hubiera conocido esa misma noche. Anna y Griffin mantenían una relación un tanto rara. Cuando estaban juntos, eran inseparables, se tocaban, se besaban, se… argh, se sobaban sin parar. Pero cuando no estaban juntos… Bueno, uno nunca se imaginaría que estaban saliendo. Eran muy abiertos respecto a sus relaciones con otros. A mí me resultaba extraño, pero a ellos parecía funcionarles, así que prefería no meterme.

Al oír la alegre voz de Anna saludar al entrar, deseé de inmediato que Kellan no estuviese en calzoncillos. Incluso miré a mi alrededor para comprobar si su ropa seguía en el suelo. Por suerte, no era así. Aunque Anna y Kellan sólo se comportaban de un modo amistoso, no me apetecía que mi hermana lo mirara más de lo que era necesario. Se había mantenido apartada de él en el sentido físico desde que se enteró de que manteníamos una relación, pero igual que haría con cualquier obra de arte, observaba con atención a Kellan, y valoraba la obra maestra que tenía delante de ella. Yo lo hacía todos los días.

—Hola, Kellan. Buenos días.

—Buenos días, Anna. Llegas muy tarde… o muy temprano.

Kellan se echó a reír cuando Anna suspiró. Oí que dejaba una bolsa pesada en el suelo.

—Sí, fuimos al bar de Pete. Me encontré con los chicos.

Oí a Kellan reírse en voz baja. Probablemente había llegado a la misma conclusión que yo, que había estado con Griffin hasta entrada la madrugada. Me revolvió un poco el estómago imaginarme lo que probablemente habrían estado haciendo. Procuré no pensar en ello, sacudirme la pereza y obligar a mi cuerpo a moverse.

Anna se rió con voz ronca mientras yo sacaba unos pantalones de pijama del armario, y me los puse con rapidez para taparme las piernas desnudas.

—Me han contado que ayer estuvisteis geniales en el concierto —comentó Anna, y suspiró con tristeza—. Perdona que me lo perdiera.

Kellan contestó como si la ocasión no hubiera tenido demasiada importancia.

—No ha sido más que otro concierto, nada que no hayas visto ya. No te preocupes.

Dije que no con la cabeza mientras me ponía una camiseta fina y cómoda. ¿Nada más que otro concierto? Parecía relativizar la importancia de su logro, pero yo sabía que para él había sido algo importante. Se había emocionado, se había sentido lleno de vigor. Lo noté cuando me empujó contra la puerta la noche anterior. Me mordí el labio al recordarlo, y me pasé los dedos por el cabello despeinado unas cuantas veces, impaciente por ver de nuevo a ese hombre apasionado.

Salí en silencio del dormitorio, y vi de inmediato a Kellan y a Anna en la cocina. Él estaba apoyado de espaldas en la encimera, de cara hacia mí, con los brazos cruzados sobre el pecho mientras hablaba tranquilamente con mi hermana. Ella estaba de espaldas a mí, y su larga melena de cabellos brillantes asquerosamente perfecta a esa hora tan temprana de la mañana.

Incliné la cabeza a un lado mientras los miraba. Si mi hermana se hubiera salido con la suya el año anterior, los dos habrían acabado juntos y yo estaría a punto de reunirme con una pareja de novios y no con una pareja de amigos. Kellan esbozó una pequeña sonrisa mientras hablaba en voz baja, con su cabello enmarañado de un modo adorable que distraía, y no me costó imaginármelos como la pareja preciosa que habrían formado.

Alcé la barbilla y respiré profundamente. Él jamás la había tocado. Mi hermana no tenía ni idea de qué sensación provocaban esos labios, a qué sabían, qué sensación provocaban sus dedos, cómo sonaba cuando hacía el amor. Nunca le había oído decir «Te quiero». Pero yo sí… y muchas veces.

Esa confianza expulsó todas las inseguridades que me atormentaban, y caminé hacia la cocina. Los dos se giraron para mirarme cuando entré en la pequeña estancia. La leve sonrisa de Kellan se transformó en una sonrisa de oreja a oreja, y su mirada se encendió. Me sonrió mientras le rodeaba la cintura con los brazos.

—Buenos días, dormilona —me susurró al mismo tiempo que me daba un beso en la cabeza.

Exhalé satisfecha y enterré la cara en su cuello.

—Buenos días.

Mi hermana dejó escapar un suspiro.

—Dios, sois adorables. —Me dio un golpecito en el brazo y puso los ojos en blanco—. Es irritante.

Le sonreí y me reí un poco.

—Buenos días, Anna. ¿Una noche larga?

Mi hermana sonrió con gesto de diablesa, se mordió los labios rojos y perfectos y alzó una ceja de un modo tan experto como Kellan.

—Desde luego. —Movió el índice para señalarnos por turnos—. Y estoy segura de que no fue tan empalagosa como la vuestra.

Me sonrojé y aparté la mirada. Anna se rió a carcajadas con una voz ronca y seductora que yo jamás podría poner. Kellan se rió con ella, y me abrazó con más fuerza.

—Anna, yo no diría que nuestra noche fuera empalagosa.

Miré rápidamente a Kellan y le di una palmada en el pecho. Me sonrojé todavía más. Aunque nuestra vida amorosa quizás era algo más comedida de la que podía haber llevado Kellan, o a la que estaba acostumbrada mi propia hermana, no hacía falta que él hablara de ello. Me sonrió de oreja a oreja, pero no dijo nada más, y me relajé. Kellan no era precisamente un libro abierto, y normalmente no hablaba mucho de su vida. Afortunadamente, eso incluía nuestra vida sexual.

Anna soltó un bufido y me giré hacia ella. Vi su sonrisa juguetona antes de que hablara.

—Ya lo sé. —Me dio un empujoncito en el hombro—. Sé lo cachondos que os podéis poner. —Me puse pálida y me quedé con la boca abierta. Soltó una carcajada y señaló al pasillo con el pulgar—. Kiera, sólo hay un cuarto entre tu dormitorio y el mío. —Alzó las cejas y se inclinó hacia mí para murmurarme al oído—. Quizá sería mejor que lo recordarais para la próxima vez.

Me tapé la cara con la mano y me refugié en el cuerpo de Kellan. Dios, a veces sí que me olvidaba. Estar con Kellan podía ser algo tan… absorbente. Él comenzó a reírse en voz baja y me abrazó para acariciarme la espalda antes de contestar:

—Intentaremos recordarlo, Anna. Gracias.

Anna me acarició el hombro entre carcajadas.

—Sólo me burlaba un poco, Kiera. No pasa nada si gritas como una loca. No me importa. —La miré entre los dedos, y me di cuenta de que estaba repasando con la vista el cuerpo de Kellan—. Te aseguro que yo no me cortaría —murmuró.

Kellan volvió a reírse, y meneó la cabeza antes de besarme otra vez. Anna le guiñó el ojo y me dio más palmaditas en el brazo.

—Bueno, me voy a la cama. Estoy reventada.

Se apartó de nosotros y comenzó a caminar pavoneándose hacia su habitación. Los pantalones ceñidos que llevaba puestos realzaban la curva de sus caderas. Anna era tremendamente guapa y provocativa. A veces era difícil convivir con su inacabable perfección, pero era mi hermana, y había reaparecido en mi vida justo cuando más la necesitaba. Me había ayudado a recuperarme cuando los dos hombres más importantes de mi vida me abandonaron. Me había ayudado a encontrar un sitio donde vivir cuando no tenía adónde ir. Me había ayudado a curarme un corazón roto cuando yo estaba segura de que no existía cura alguna. Incluso había ayudado a que Kellan y yo volviéramos a estar juntos. No me importaban sus excentricidades. La quería.

Estaba sonriendo y meneando la cabeza cuando se giró.

—Me largaré de inmediato si queréis volver a empezar.

Suspiré, pero Kellan soltó otra carcajada. Lo miré y le di otra palmada en el pecho.

—¿Quieres dejar de animarla?

Kellan me sonrió, y suspiré una vez más.

—Ojalá tuvierais algo mejor que hacer que procurar avergonzarme.

Me giró para darme un beso suave en la frente.

—Bueno, no tendrías que preocuparte de esto en mi casa. —Me movió las caderas hacia delante y atrás, lo que hizo que nuestros cuerpos se tocaran rítmicamente de un modo tentador—. Quizá logre que vuelvas a mi casa si te avergüenzo lo suficiente.

Alzó una ceja y me sonrió a medias. Tuve ganas de golpearle otra vez, pero tenía un aspecto demasiado atractivo con ese gesto. En vez de eso, le besé, lo que, por supuesto, hizo que se riera.

Kellan se quedó conmigo toda la tarde y me ayudó con todas las tareas que tenían que ver con la facultad. Iba a comenzar mi último año de carrera. Ya lo tenía todo preparado, con todas las clases elegidas y organizadas y todos los libros comprados, pero repasarlo me ayudó a no sentirme tan nerviosa.

¿Por qué me sentía tan nerviosa el primer día de clase? Cabría pensar que después de tantos cursos de estudio, ya debería estar acostumbrada, pero no era así. Esa fobia al primer día de clase llegó incluso a hacerme retrasar el comienzo de la universidad después de terminar el instituto.

Mis padres se enfadaron por eso, pero estaba demasiado nerviosa. En esa época temimos que mi madre tuviera cáncer, por un pequeño tumor que hubo que extirpar. Aunque los dos protestaron, aproveché la oportunidad para quedarme en casa con ella a lo largo del tratamiento. A ella le pareció horrible que me perdiera la universidad, pero a mí me sirvió. La cuidé y, de paso, retrasé algo que me aterrorizaba a los dieciocho años.

Mi madre se recuperó por completo mucho antes de que se acabara el curso, y me suplicó que dejara de perder el tiempo con ella y que al menos empezara tarde. Ya lo había retrasado durante un año, así que aproveché lo que pude.

Por mí me hubiera retrasado otro año, pero Anna no me lo permitió y casi me arrastró hasta la oficina después de mi descanso de un año, donde me obligó a matricularme en la universidad que ya me había admitido, la de Ohio. Por supuesto, en cuanto estuve allí, todo fue bien. Lo que me costaba era atravesar la puerta. También me esforzaba por cambiarlo.

Sin embargo, supongo que el retraso acabó siendo bueno para mí. Probablemente no habría conocido a Denny si no me hubiera pasado ese año en casa de mis padres, y si no hubiera conocido a Denny, no habría conocido a Kellan. Aunque odiaba el modo en el que habíamos iniciado nuestra relación, y lo mucho que habíamos herido a Denny, que era una persona increíblemente buena y que no se merecía nada de aquello por lo que le habíamos hecho pasar, seguía sintiéndome agradecida al destino por haberme llevado hasta Seattle, y hasta Kellan.

A Kellan le parecía que mi nerviosismo era gracioso. Él no parecía ponerse nervioso por casi nada. Probablemente podría entrar en la primera clase del curso con treinta minutos de retraso y completamente desnudo, y se quedaría tan tranquilo. Sonreí en mi fuero interno al pensar en aquello. No. Quizá las personas y los lugares no le afectaban, pero los sentimientos sí. Seguro que sintió miedo la primera vez que me dijo que me quería, y que fue peor que todos mis temblores por entrar el primer día juntos.

Bueno, me aliviaba saber que no era inmune al nerviosismo.

Ese año me había matriculado en Lengua Inglesa, y Kellan se burlaba mucho de mí por eso. A él le parecía que me hubiera ido mejor en Psicología. Yo creo que era porque quería que asistiera a clases como las de Sexualidad Humana del año anterior. Era incorregible en lo que se refería a los bajos instintos. Tampoco tenía mucha oportunidad de hablar, al menos, no cuando lo tenía delante. Siempre tenía ganas de lanzarme sobre él cuando estaba cerca.

Después de pasar todo el día ayudándome a planificarlo todo, hasta el recorrido que tendría que seguir a través del patio central, llegó la hora de irme a trabajar.

Crucé sonriente a su lado el aparcamiento, y alargué la mano hacia él para quitarle las llaves.

—¿Puedo conducir? —le pregunté con voz alegre mientras caminaba de espaldas e intentaba quitarle las llaves que tenía agarradas de un modo implacable.

Frunció el entrecejo de un modo precioso y negó con la cabeza al mismo tiempo que apartaba la mano.

—No, no puedes.

Me paré y me puse con los brazos en jarras mientras pasaba de largo a mi lado. Saqué el labio inferior y puse morritos.

—¿Por qué no?

Dio dos pasos más, y luego se detuvo para inmediatamente volver a mi lado. Entonces me mordió el labio inferior y dejé de poner morritos. Me pegó la boca a la piel para murmurarme:

—Porque… es mi nena, y no la comparto.

Me lo dijo con un gruñido, y la respiración se me aceleró.

—Creí que yo era tu nena —logré decir con voz aguda.

Me sonrió y me agarró por las caderas para pegarme a él.

—Y lo eres.

Volvió a besarme con fuerza, de un modo casi posesivo. Cuando ya sentía que ese fuego habitual empezaba a encenderse, cuando ya estaba a punto de quitarle esa camiseta que estorbaba, dispuesta a saborear su cuerpo con mi lengua, se apartó para añadir algo:

—Y a ti tampoco te comparto —musitó.

Mi cuerpo se había convertido en una pasta blanda y cálida llena de sensualidad, y podría haberse derretido allí mismo. Volvió a reírse y acabó de empujarme hacia el coche. Me metí, bastante contenta, en el asiento del acompañante.

No dejé de sonreír por su declaración de posesión, y no tardamos en llegar a mi segundo hogar en Seattle. Bueno, en realidad, mi tercer hogar. La casa de Kellan siempre me había parecido un hogar, incluso a pesar de todos los malos recuerdos que albergaba.

Aparcó en el recuadro que su Chevelle ocupaba tantas veces y al que llamaban de forma jocosa «el sitio de Kellan». Cuando apagó el motor, pensé que ojalá pudiera apagarme a mí con tanta facilidad. Todavía me sentía un poco excitada. No era el mejor modo de comenzar mi turno de trabajo, y probablemente por eso lo había hecho Kellan. Me llamaba provocadora, pero a él sí que le gustaba tentarme.

Salí del coche mientras él daba la vuelta para abrirme la puerta. Frunció el entrecejo al ver que no le había esperado, y luego me ofreció la mano. La tomé, como siempre hacía, y nos dirigimos agarrados de la mano hacia el gran edificio rectangular donde él encontró la paz.

Para mí, el local de Pete era un lugar familiar y acogedor, y, para Kellan, algo parecido a un refugio. Acudía allí para tocar, para escapar, para relacionarse, para, en el pasado, ligarse a chicas, y creo que también para no pensar durante un rato. Había interrumpido esa paz de la que disfrutaba mientras trabajé en el bar durante el periodo en el que intentamos resolver cómo enfrentarnos a nuestra relación, pero la serenidad había vuelto, y la sonrisa tranquila que vi en sus labios cuando cruzamos la puerta lo demostró a las claras.

Mantuvo abierta una de las puertas dobles con un gesto galante y me dejó pasar besándome la mano mientras me alejaba. Solía hacer algo de ese estilo cuando entrábamos. A veces era un rápido beso en la mejilla, o me agarraba por la cintura, pero siempre hacía algo, alguna clase de declaración al bar: yo era suya.

Había querido hacer eso durante el tiempo en el que nuestra relación era secreta, y cuando ya no lo fue, dejó que todo el mundo lo supiera, incluso la camarera de aspecto enfurruñado que nos miraba.

Rita llevaba en el bar desde que Kellan llegó, cuando regresó de Los Ángeles. Se fijó en él de inmediato, y sin importarle su marido, se lo había llevado a la cama en algún momento de los años anteriores. Eso me repugnaba un poco. Prácticamente le doblaba la edad, tenía una piel de aspecto curtido por el intenso bronceado, y un cabello rubio demasiado teñido. Además, su estilo de vestir no dejaba nada a la imaginación. Jamás le pregunté a Kellan por su encuentro, y sinceramente, no quería saberlo… jamás.

Torció los labios cuando Kellan giró la cabeza para saludarla. Lo único que hizo fue un gesto de asentimiento a modo de saludo, pero por el modo en que ella reaccionó, pareció que se le había acercado y le había dado un lametón. Le sonrió de un modo voluptuoso, al mismo tiempo que lo miraba con unos ojos entornados, que sin duda lo estaban desnudando, y se inclinó por encima de la barra desgastada que ocupaba toda la pared que estaba al lado de la puerta de entrada.

—Hola, Kellan… —murmuró con un tono de voz que casi era un ronroneo—. Kiera —dijo a continuación, como si se hubiera acordado de repente de mí.

Le sonreí con cierto gesto de superioridad y me giré para mirar a Kellan.

—Tengo que dejar mis cosas dentro. ¿Te pongo lo de siempre?

Incliné la cabeza hacia un lado, y Kellan me pasó un dedo por el cabello. Me puso un mechón detrás de la oreja mientras se mordía el labio. Era encantadoramente atractivo.

—Sí. Gracias, Kiera.

Le sonreí y alargué el cuello para darle un beso. No se conformó con un simple beso en la mejilla, y se giró para buscarme los labios. Se me encendieron las mejillas porque sabía que Rita y buena parte del resto del bar estaban mirándonos, pero me dejé llevar por aquella muestra de cariño. Le paré de inmediato cuando noté que me buscaba el trasero con la mano libre. Kellan no siempre era sutil con sus muestras de cariño.

Le empujé el hombro y le señalé con un dedo a modo de advertencia. Se rió al mismo tiempo que se encogía de hombros y me miraba con cara de «Soy inocente». Era completamente mentira, por supuesto, no era en absoluto alguien inocente, pero sí que era adorable, así que puse los ojos en blanco y me reí mientras me marchaba.

Ya en el pasillo, me di cuenta de que las ocupantes de cinco mesas tenían la mirada clavada en mí. Las mujeres de esas mesas pasearon la mirada entre él y yo mientras Kellan se dirigía hacia la esquina más alejada del bar, cerca del escenario, donde se solían sentar los miembros del grupo. Noté que me evaluaban con cada paso que daba. Mantuve la cabeza agachada, muy consciente de la situación, y apreté el paso. Una cosa era que a él lo admirara tanta gente, y otra muy distinta que te juzgaran para saber si te merecías o no a alguien como él. Por las muecas burlonas y las miradas malintencionadas, estaba claro que para ellas no daba la talla. Una vez más intenté que eso no me afectara, pero mi ego era frágil.

Dejé escapar un suspiro de alivio cuando pasé por delante de la última de las admiradoras de Kellan y entré en el cuarto trasero donde los empleados guardábamos nuestras cosas. Jenny y Kate salieron justo cuando yo iba a entrar. Kate era una chica alta y elegante con la coleta más perfecta y saltarina del mundo, y me miró sonriente. La había visto hacer un turno doble dos noches seguidas, y logró que el cabello tuviera siempre aspecto de habérselo cepillado cinco minutos antes. No sé qué utilizaba, pero debería promocionarlo más.

—¡Hola, Kiera! ¡Me han dicho que el concierto de ayer estuvo genial!

Un largo mechón de cabello castaño le rodeó el cuello mientras hablaba. Era un cuello tan esbelto y elegante que prácticamente pedía a gritos que lo adornaran con un collar de diamantes.

Asentí con fuerza mientras pasaba a su lado por la puerta.

—Lo fue. ¡Estuvieron increíbles!

Suspiré al recordar el aspecto tan perfecto que tenía Kellan en el escenario. Dicen que hay gente que ha nacido para eso, y Kellan era uno de ellos. Me pregunté qué significaría eso para nosotros… a la larga.

Jenny inclinó la cabeza hacia un lado y me miró con gesto de curiosidad. Su camiseta roja de Pete le realzaba todas y cada una de las curvas por las que suspiraban los hombres, pero era una persona tremendamente dulce, absolutamente fiel a Evan.

—Kiera, ¿estás bien? —me preguntó.

Meneé la cabeza.

—Sí. Es que estoy nerviosa por el comienzo de las clases.

Por eso y porque Kellan se estaba convirtiendo en toda una estrella del rock. Era raro desear al mismo tiempo que alguien tuviera éxito, y que no lo tuviera. Deseaba que lo lograra, pero con la condición de que no tuviera que compartirlo con nadie. Otra cosa a la que debía enfrentarme y solucionar. Menos mal que la universidad ayuda a descubrirse a uno mismo.

Jenny me sonrió y me dio unas cuantas palmaditas en el brazo.

—No te preocupes. Eres superinteligente. Lo harás genial.

Asentí, pero me sentí otra vez tonta por preocuparme de las clases. Jenny tenía razón. Kellan tenía razón. Conocía el terreno. Conocía a muchos alumnos. Conocía a muchos profesores, y tenía una beca que prácticamente me lo pagaba todo. No tenía nada de lo que preocuparme. No tenía nada que temer más que al propio temor, ¿verdad?

Kate hizo un gesto de asentimiento para mostrar que estaba de acuerdo con Jenny. Sus ojos de color castaño claro, de un tono casi topacio, mostraron una expresión de añoranza.

—Sí, eres mucho más lista que yo. Yo lo dejé después de un semestre. —Fruncí los labios en un gesto de comprensión, pero ella giró la cabeza hacia el otro lado del pasillo—. Oye, ¿ha venido Kellan? Quiero preguntarle por el concierto.

Sonreí al ver a Kellan recostado en su silla, y a la gente observándolo mientras él esperaba que le llevara «lo de siempre». Asentí.

—Sí, está aquí.

No pude evitar que se me pusiera cara de tonta, y las dos se echaron a reír antes de marcharse juntas. ¿Qué? Mi novio era un músico tremendamente atractivo con un cabello precioso, un cuerpo duro como una roca y tenía mi nombre tatuado en el pecho. ¿Quién no sonreiría así?

Dejé mis cosas en la taquilla y me apresuré a hacerme una coleta que no era ni de lejos tan perfecta como la de Kate. Las noches de domingo no solía acudir mucha gente, porque el grupo no tocaba, pero a pesar de eso había bastante ajetreo, y no me ayudaría que el cabello me cayera constantemente sobre la cara.

Vi cuando entré en la sala principal del bar que mi chico ya no estaba solo. Sí que estaba recostado sobre la silla, con un pie apoyado en la otra rodilla, pero ahora charlaba amistosamente con Sam, el portero del bar.

Sam era un tipo grande, musculoso y corpulento. Completaba el gesto amenazador de su cara con el cráneo completamente afeitado. Eso hacía que intimidara más todavía. Era amigo de Denny desde que éste pasó un año en el mismo instituto. Lo acogió en su casa cuando rompimos, cuando Denny ya no podía vivir con Kellan, algo comprensible, dadas las circunstancias. Por lo que me habían contado, Sam y Denny todavía quedaban de vez en cuando.

Kellan también iba al mismo instituto que Sam y Denny. Fue así como se conocieron. Aunque Kellan tenía un par de años menos que ellos, formó una amistad muy estrecha con Sam y mi antiguo novio. Además, seguía hablándose con Denny, algo que no dejaba de asombrarme.

Los dos estaban hablando de cosas más agradables que el drama que vivimos el año anterior. Kellan sonreía de oreja a oreja mientras hablaba con Sam, y movía de vez en cuando las manos en el aire con grandes gestos. Éste le escuchaba con una tenue sonrisa en la cara, aunque normalmente su expresión era más imponente. Supuse que estarían hablando del concierto.

Meneé la cabeza mientras servía la cerveza de Kellan. Todavía no era capaz de aceptar que mi novio había tocado en un acontecimiento tan importante. Aunque el grupo ya no llegara más lejos, sería algo que les podría contar a mis nietos. Sonreí todavía más mientras me acercaba a Rita. Kellan con niños… Sólo pensarlo me ponía la carne de gallina.

Un par de horas después llegó el resto del grupo. Kellan estaba en la barra cuando entraron casi en tromba. Kate había conseguido acorralarlo por fin para que le contara todos los detalles del concierto. Oí cómo Kellan se esforzaba por quitarle importancia, pero Kate no estaba dispuesta a dejarlo pasar sin más, y le hizo una pregunta tras otra del tipo: «Pero ¿no estabas nervioso? ¿No te pareció que estabas a punto de mearte encima?» Kellan se rió con todas esas preguntas y le dijo que no, pero ella no pareció creerle.

Tras ser acosado durante todo ese rato por Kate, casi pareció aliviado cuando se volvió para saludar a sus compañeros de grupo que entraban. Cuando los cuatro se pusieron juntos, todo el bar estalló en aplausos y agudos silbidos de admiración.

Me uní a la alegría. Estaba tan orgullosa de ellos como los demás clientes. Evan sonrió mientras miraba a su alrededor, con los ojos llenos de gratitud y de aprecio. Matt parecía terriblemente avergonzado. Tenía el rostro colorado y miró de soslayo a la puerta, como si quisiera atravesarla a la carrera. Kellan se rió y meneó la cabeza al mismo tiempo que levantaba una mano para agradecer el gesto. Todos parecían un poco sorprendidos y abrumados por aquella atención.

Excepto Griffin, por supuesto. No paró de mandar besos con las manos y de hacer grandes reverencias exageradas. Si Kellan no llega a darle una palmada en la espalda para hacer que parara, creo que hubiera acabado dando un discurso como cuando en los Óscar dejan de aplaudir.

Kellan siguió meneando la cabeza cuando les dio las gracias a los que aplaudían sus atenciones cuando el clamor disminuyó lo suficiente como para que se le oyera. Matt se dirigió de inmediato a su mesa, agradecido por poder desaparecer por fin. Evan se rió ante la reacción del guitarrista y fue a buscar a Jenny para levantarla con un abrazo de oso. Kellan le propinó un empujón a Griffin, pero no antes de que el escandaloso bajista dijera en voz bien alta.

—Mi tercera pierna acepta encantada toda clase de alabanzas… por si alguien quiere felicitarme en privado.

Puse los ojos en blanco mientras Kellan le daba una colleja en la nuca. Seguro que mi hermana tuvo que perder un tornillo para empezar a salir con ese tipo, si se podía considerar que la relación que mantenían era estar saliendo.

Pocos minutos después de que el grupo se sentara, Pete, el agotado propietario del bar, salió para felicitarles. Les estrechó la mano con una pequeña sonrisa a todos los miembros del grupo. Aunque Pete no parecía descontento, tampoco parecía especialmente emocionado. Kellan me contó una vez que Pete no tenía habilidad suficiente como para encontrar grupos que tocaran en su bar. Era uno de los motivos principales por el que los D-Bags tocaban tanto allí. Pete y su socio, Sal, habían hecho un trato con Kellan y los demás poco después de que llegaran al lugar. Los dos aceptaron que tocarían en exclusiva todos los fines de semana si así lo querían. Así los chicos tenían un lugar donde ensayar y guardar con seguridad sus instrumentos. A Pete y Sal les ahorró tener que buscar grupos para entretener a los clientes. Todo el mundo ganaba, porque el grupo lograba que acudieran muchos clientes.

Por el entrecejo levemente fruncido de Pete cuando le estrechó la mano a Kellan, supuse que comenzaba a pensar que el grupo iba a tener demasiado éxito… y que tendría que comenzar a buscar nuevos grupos otra vez.

Entonces dejó a los chicos con sus bebidas y le dio una palmada en la espalda a Evan mientras se marchaba. El bar recuperó el nivel de ruido habitual. La mayoría de la gente se centró en sus propias conversaciones, y sólo unos cuantos se acercaron al grupo para felicitar a los chicos en persona. Por suerte, ninguna de esas pocas personas fue una chica dispuesta a felicitar a Griffin del modo que él quería.

Unas cuantas admiradoras sí que miraron a Kellan, pero no fue nada más que las típicas miradas de «deseo» a las que ya estaba acostumbrada, aunque ninguna parecía lo bastante valiente, o lo bastante borracha, como para acercarse a su mesa, lo cual me parecía bien.

Los miembros del grupo fueron saliendo del bar a lo largo de la noche. Matt se marchó una hora o dos después de llegar. Sonrió con timidez cuando dijo que tenía planes con Rachel. Griffin puso los ojos en blanco cuando se marchó su primo, y luego hizo un gesto obsceno en el aire sobre su entrepierna. Gracias a Dios se marchó más o menos una hora después, con una rubia descerebrada del brazo. La chica lo miró con expresión seductora y voluptuosa mientras se marchaban, y estuve bastante segura de que ya le había alabado como él quería. Moví la cabeza con un gesto de desaprobación, y volví la cabeza para no ver cómo se iba con otra mujer. Ocurría casi siempre. Una vez pregunté a Anna qué pensaba sobre eso, pero ella se limitó a encogerse de hombros y me dijo que no le importaba. Griffin era libre de hacer lo que quisiera. Y ella también.

Evan se quedó hasta que cerró el bar y acompañó a Jenny cuando acabó sus tareas. Kellan también se quedó. Me contempló con los pies apoyados en una silla y con una sonrisa deliciosamente provocativa mientras yo limpiaba unas mesas cerca de él, y Rita lo miraba con una sonrisa igualmente provocativa.

Sí, todo había vuelto a la normalidad.

Kellan no quiso dormir otra vez en mi cama, así que me llevó a la suya. Tenía una leve sonrisa llena de paz en los labios cuando entramos en su calle. No estaba segura de si se debía a que volvía a casa después de estar fuera de ella un par de días, o si simplemente disfrutaba de volver allí junto a mí. Supuse que era un poco de ambas cosas.

Su pequeña casa de dos pisos estaba a oscuras. Cuando todos vivíamos allí, Kellan, Denny y yo, la casa parecía un lugar cálido y acogedor, llena de actividad. Sin embargo, ahora que Kellan vivía solo, parecía demasiado tranquila. Cuando abrió la puerta, pensé que quizás ése era el verdadero motivo de su sonrisa. Kellan prefería una casa bulliciosa. Lo averigüé cuando le pregunté si iba a alquilar otra vez la habitación.

—Lo he pensado —me contestó con un leve fruncimiento del entrecejo—. Pero no sé… Siento que ya es tuya, y no quiero dársela a nadie más. —Me invadió una gran calidez cuando oí esas palabras y, al preguntarle por el dinero, se encogió de hombros—. No, no alquilaba la habitación por el dinero. —Suspiró antes de seguir hablando—. Es que no me gusta estar solo.

Dios, a veces me partía el corazón.

Entramos en el vestíbulo y recorrí con la mirada aquel lugar tan familiar. Para mí representaba un arma de doble filo. Me encantaba estar allí con Kellan. Me encantaba el recuerdo de acurrucarme con él en el sofá y de las veces que hacíamos el amor en su dormitorio, pero… Denny también estaba allí.

Su espíritu parecía aferrarse a los espacios que había ocupado. Cuando se apoyaba en la encimera de la cocina mientras se tomaba una taza de té, cuando estaba acostado en el sofá viendo algún partido en la televisión, cuando se duchaba, a veces conmigo. Y nuestra habitación, la primera habitación que habíamos compartido como pareja, la habitación que Kellan se negaba a alquilar. La sensación fantasmal era más intensa allí, tan intensa, que me negaba a entrar. Ni siquiera era capaz de mirar a la puerta. Estaba cerrada cuando pasamos por delante camino del dormitorio de Kellan, así que pensé que probablemente él tampoco entraba. Como ya he dicho, un arma de doble filo.

Dejó la funda de la guitarra en una esquina de su habitación. La había sacado por fin del coche después de tocar en Bumbershoot. Entonces me observó mientras me sentaba en el borde de su cama. Su mirada se dulcificó en cuanto se giró hacia la puerta cerrada que había al otro lado del pasillo.

—¿Estás bien?

Me tumbé de espaldas apoyada en los codos y le sonreí con toda la alegría que pude. A él también se le alegró bastante la cara.

—Claro que estoy bien.

Era bastante cierto. Estaba bien. Había dejado atrás a Denny, y empezaba poco a poco a perdonarme a mí misma por haberlo engañado, pero a veces me costaba un poco estar en la casa, y Kellan lo sabía. Creo que ése era el verdadero motivo por el que no insistía en que me mudara con él. No estaba preparada para enfrentarme todos los días a esos fantasmas.

Se sentó a mi lado y me puso una mano sobre el muslo. Eso me excitó de inmediato.

—Me alegro de que estés aquí —me susurró.

Me incorporé y le abracé a la altura del cuello.

—No me quedó más remedio. No me has dejado conducir tu coche, ¿o no te acuerdas?

Soltó una breve risa y se inclinó sobre mí para besarme. También me reí, y enredé los dedos en su cabello para tirar de él y arrastrarlo a que se tumbara conmigo.

Se entregó de inmediato y me recorrió el cuerpo con las manos mientras colocaba el suyo al lado del mío. Pensé en todas las mujeres que le habían deseado a lo largo del fin de semana, las mujeres con las que había tonteado un breve instante, o con las que simplemente había hablado, o que en algunos casos había hecho caso omiso por completo, y sentí que se me henchía el corazón. No las quería a ellas. Me quería a mí. Me amaba a mí. Y Dios, yo lo amaba con todas mis fuerzas.