12
Amor a distancia
Esa mañana abrí los ojos desganada. Desde que Kellan y los chicos se habían ido de la ciudad, dormía menos de lo normal. Parecía que un montón de cosas se conjuraban para hacerme trasnochar: turnos de cierre en el trabajo, los estudios, Anna con ganas de hablar de los mensajes que le mandaba Griffin, o Kellan que me llamaba a la hora de acostarme, y me arropaba con su voz…
Con los ojos llorosos de sueño, me pregunté si él también estaría sintiendo los efectos de sus largas noches, en el escenario o en la carretera. Entonces me pregunté si seguiría conservando su rutina habitual de levantarse temprano. Probablemente, a sus compañeros de gira no les hiciera mucha gracia que se mantuviera fiel a su costumbre. Había tenido que hacerme mi propio café tantas mañanas seguidas… Ya no recordaba cuántas.
Suspirando, eché los pies hacia atrás para tocar el lado vacío de la cama. Curiosamente, no estaba vacío. De inmediato giré la cabeza. Kellan estaba ahí acostado, boca abajo y con la cara vuelta hacia mí. Me acomodé sobre el codo y lo miré con una enorme sonrisa. Claro, cómo había podido olvidarlo, ya era el momento… Había vuelto a casa.
No recordaba cómo había pasado el tiempo, lo cual era extraño, pues había pasado volando, pero de alguna manera sabía que así era. Habían pasado seis meses y Kellan estaba en casa…, en su cama. Miré alrededor y mis pensamientos se confirmaron. No estábamos en mi cuarto, estábamos en el suyo. Su póster de los Ramones seguía perfectamente colgado en su lugar, con el póster de Bumbershoot al lado.
Era raro. Había llegado a pensar que el tiempo iba a detenerse. Sin preocuparme de cómo había sucedido ese salto temporal, me incliné y le acaricié la cara con los nudillos. Él movió un poco la cabeza, pero siguió durmiendo con los ojos cerrados. Recorrí con el dedo su cuello y su omóplato, suspirando de felicidad. En algún momento de la noche, me había apoderado de todo el cobertor, y Kellan se había quedado sólo con la sábana. A veces tenía un sueño inquieto, y retorcía la tela hasta que únicamente quedaba un borde sobre su trasero desnudo.
Le pasé el nudillo por las costillas, y la larga cicatriz del costado era el único defecto de su piel, por lo demás suave y lisa. Me mordí el labio al tocarla y disfrutar de un detalle personal de Kellan que muy poca gente conocía.
Él respiró de forma parecida a un suspiro, pero al mirarlo bien parecía exhausto. La gira debía de haber sido agotadora. Era raro que yo me despertara antes que él. Era casi inaudito que pudiera tocarlo sin que se despertara. A no ser que estuviera en mitad de una pesadilla, la más leve caricia hacía que abriera los ojos. Tenía un sueño muy ligero.
Giré la mano con curiosidad para apoyar la palma sobre la parte baja de su espalda. Seguía sin haber respuesta. Empecé a bajar la mano, con todo mi cuerpo alerta. Al deslizar la mano bajo la escasa sábana que separaba su piel del aire primaveral, bajé los dedos para tocarle el hueso de la cadera. Mordiéndome el labio con tanta fuerza que creí cortarme, apreté la palma de mi mano contra su cadera. Aquel era un movimiento terriblemente erótico. Cuando llegué al muslo, mi respiración empezó a acelerarse. Disfrutando de la sensación que me había producido ese gesto tan leve, volví a apoyar la mano sobre su cadera. Entonces aparté la sábana para poder ver lo que había debajo, y lo que vi me encendió aún más. Volví a mirarle la cara, pero él seguía sumido en un sueño profundo. Fruncí el ceño, irritada por no estar en la misma onda. Yo me estaba excitando, y él dormía con la cabeza sobre el brazo, inconsciente y feliz. Tenía la rodilla casi perpendicular al cuerpo, de manera que formaba un pequeño e incitante hueco bajo las caderas. Metí los dedos en ese hueco y sofoqué un gemido. ¿Quizá podría despertarlo de otra forma? Podía dormir mientras le acariciaba el cuerpo, pero si le tocaba esa parte, seguro que iba a recibir… alguna respuesta.
Al mismo tiempo que le rodeaba su cadera con mis dedos, susurró con voz ronca:
—Cuidado… Estás a punto de hacerme muy feliz.
Lo miré con una sonrisa. Él me miró con sus increíbles ojos azul oscuro. Con una sonrisa endiablada, susurró:
—¿Necesitas algo?
Apreté el cuerpo contra el suyo y asentí.
—Sí, eso creo.
Su sonrisa se hizo más ancha, respiró hondo y se puso de espaldas. La exigua cobertura que llevaba puesta no sobrevivió al proceso, y se cayó a la mitad. Con la cabeza sobre la otra mano, levantó la barbilla y cerró los ojos.
—Pues adelante, sírvete.
Entonces fue cuando abrí los ojos a la realidad.
Supe que estaba despierta de verdad porque mi cama estaba completamente vacía. Mi cama estaba dolorosamente vacía, y recordaba cada largo segundo que había pasado desde la partida de Kellan, un mes y medio antes. Mi cerebro había registrado cada momento, y por eso los recordaba todos. No se pueden olvidar seis meses de repente. Por desgracia.
Me senté en la cama mientras maldecía el sueño erótico que había tenido. No era justo haberme despertado en el preciso instante en que Kellan se desnudaba para mí. No había podido echar ni una miradita.
Aparté las sábanas con un suspiro. El sueño me había creado un estado de ánimo que exigía las atenciones de Kellan. Decidí prepararme para ir a clase, irritada. Por lo menos, el estudio me ayudaría a sofocar el fuego que sentía en el cuerpo.
Al meterme en la ducha, abrí el agua fría hasta que salió helada. No me quitó todo el calor del sueño, pero el temblor y los escalofríos me ayudaron en parte. Cuando acabé, tuve que ponerme a saltar para reactivar la circulación.
Mientras me cepillaba el pelo y rechinaba los dientes, sonreí al ver la nota que había en el espejo. La encontré a la mañana siguiente de que Kellan se fuera, cuando estaba adormilada y un poco triste, escondida en mi tocador con espejo, detrás del desodorante. En su pulcra letra decía: «Recuerda que eres preciosa, y que pienso en ti». Luego la pegué en el espejo, y mi hermana añadió otra nota adhesiva junto a ella. La suya decía: «Te odio y me das envidia… pero eres preciosa».
Sacudí la cabeza ante ambos mensajes. Seguía alucinando por las muchas molestias que se había tomado Kellan antes de partir. Había encontrado más notas escondidas por la casa. En una que estaba en la cafetera, me decía cuántas cucharadas poner para hacer el café perfecto. En el coche, otra me recordaba que condujera despacio. En la taquilla del trabajo, me preguntaba si lo echaba de menos. La de su casa me decía que podía utilizar su cama si quería. Incluso insinuaba claramente que podía disfrutar en ella si me apetecía, y que le mandara fotos de ello.
Después de encontrar la mayoría durante las dos primeras semanas, pensé que ya no habría más notas, pero con el tiempo seguí hallando otras mejor escondidas, como en un juego continuo. A veces, cuando tenía un momento libre, me dedicaba a buscarlas. Así encontré mi posesión más preciada.
Kellan la había escondido bien, como si quisiera que no la viera en varios meses. Y la descubrí por pura casualidad. Como él pasaba tantas noches en mi casa, le había dejado un cajón de mi armario para que pudiera poner sus cosas. Y como lo amaba tanto, le había dado el de arriba. Me puse a mirar entre sus vaqueros y camisetas, intentando adivinar dónde habría escondido una nota en mi casa un hombre tan listo. Después de mirar en todos los bolsillos de sus pantalones, me dediqué a buscar en mi cajón debajo del suyo. Me sorprendió encontrarlo vacío, ya que esperaba que me hubiera dejado algo picante entre mi ropa interior. Pero entonces oí un extraño sonido al cerrarlo, como de papel deslizándose contra la madera.
Saqué el cajón, le di la vuelta y encontré la sorpresa pegada en el fondo. La miré durante unos cinco minutos, casi sin respirar. No había dejado una nota, sino una foto. Era en blanco y negro y muy artística, pero no era eso lo que me había dejado sin aliento. Era lo que había decidido fotografiar.
Era su cuerpo… recién salido de la ducha.
No estaba segura de cómo habría capturado la imagen, pero comenzaba por encima de su mandíbula y acababa a unos centímetros de sus… partes íntimas. Todo lo demás estaba cubierto de pequeñas gotitas de humedad, ríos de ellas que recorrían las rectas y curvas de su cuerpo bien torneado. Era lo más erótico que había visto en mi vida, y me sonrojaba cada vez que la miraba. Ese día me sonrojé muchas veces.
Me metí la foto en el bolso y la llevaba a todas partes. De vez en cuando la sacaba y leía la dedicatoria de la parte de atrás. Había escrito con tinta roja: «Sé que te gusta mirarme y no quiero privarte de nada que te haga feliz». Normalmente tenía que abanicarme con ella después.
Siempre que Kellan y yo hablábamos por teléfono, le decía lo que había encontrado ese día. Él se reía, feliz de poder entretenerme, incluso en la distancia. Sospeché que ésa era una de las razones por las que lo había hecho. Primero como un juego, y, segundo, para que siguiera pensando en él. Como si fuera a dejar de hacerlo. La noche que le dije que había encontrado su foto desnudo, respiró hondo y preguntó:
—¿Cuál de ellas?
Yo no pude ni responder, y él se rió un buen rato a mi costa. No tenía ni idea de si había más fotos suyas desnudo, pero estaba decidida a descubrirlo.
Volví a suspirar y agité la cabeza para desterrar a Kellan de mi mente. Ese día tenía que pensar en otra cosa que no fuera echarlo de menos, en cómo estaría y en lo que estaría haciendo. Tenía que dejar de preguntarme por qué había una chica riéndose de fondo cada vez que me llamaba. No, eso podía esperar. Ese día necesitaba concentrarme en mi última clase antes de las vacaciones de invierno. Y en mi último examen.
Después… podría pensar en Kellan, y en que volvería a verlo al cabo de una semana, cuando nos reuniéramos en casa de mis padres por Navidad. Intenté no ilusionarme demasiado, pero ya era tarde. Ya lo había hecho. Mis padres… no estaban tan ilusionados. Me costó bastante trabajo convencerlos de que Kellan nos acompañara durante las fiestas. No es que lo odiaran, es que aún no lo conocían. Lo único que sabían era a qué se dedicaba, y a mi padre le bastaba con eso. Aunque no lo dijera abiertamente, creo que esperaba encontrarse con un gamberro deslenguado, fumador de crack, y portador de enfermedades de transmisión sexual. Siempre había sido demasiado protector.
Después de ponerme unos vaqueros cómodos y el jersey más grueso que tenía, me envolví en un buen abrigo cálido y agarré el bolso. Entonces me dirigí hacia el segundo amor de Kellan. Había empezado a llamarlo su «nena». Kellan se preocupaba por su bienestar casi tanto como por el mío. Arranqué el deportivo y disfruté del sonido que me recordaba a su sonrisa. Me moría de ganas de volver a verlo.
Al llegar a clase, corrí a sentarme y saqué mis apuntes. Tenía un poco de tiempo libre, así que me preparé para estudiar un rato antes del examen de ética. Saludé con la mano a algunas de las personas a las que había conocido durante los debates en grupo. Desde que Kellan había conseguido que pareciera tan sencillo y natural, había empezado a hablar más en clase. Sorprendentemente, la gente me escuchaba. Y aún me extrañaba más que muchos me dieran la razón. Resultaba estimulante, y poco a poco me fui abriendo cada vez más. Gracias a ello, las chicas que antes miraban a mi novio con ojos codiciosos y a mí con recelo, ahora me saludaban con sonrisas afectuosas. Algunas incluso me preguntaron por él. Como la chica que ahora estaba sentada a mi lado, Cheyenne. No sólo era el tipo de chica en el que se fijaban los hombres, rubia y vivaz, sino que además tenía una forma de hablar que hacía que te cayera bien, a pesar de lo atractiva que era. Era amiga de casi todas las chicas de la clase, pero siempre intentaba sentarse a mi lado. Decía que sus notas mejoraban sólo con sentarse junto a mí.
—Hola, Kiera. ¿Vas a sacar una nota muy alta? —Cheyenne tenía un suave acento sureño que la hacía incluso más adorable.
Me encogí de hombros, sonriendo de la misma manera confiada que Kellan.
—Sí, por supuesto. —Luego hice una mueca—. Espero.
Ella sonrió mientras sacaba sus propios apuntes.
—Seguro que lo haces mucho mejor que yo. —Vio los garabatos entre mis papeles, y preguntó—: ¿Has sabido algo de Kellan últimamente? ¿Cómo está?
Suspiré, intentando no pensar demasiado en aquellos profundos ojos azules que tanto extrañaba, ni en su alborotado y sexy cabello.
—Sí, llamó anoche. Les va bien; están recorriendo la costa este. Creo que está en Pensilvania.
—¿Pensilvania? —Abrió mucho los ojos mientras asentía con la cabeza—. Siempre he querido ir allí y ver todos esos lugares históricos. —Se reclinó sobre su asiento con ojos soñadores—. Qué suerte tiene; está viendo mundo.
Mientras daba golpecitos en la libreta con el bolígrafo asentí:
—Sí, así es… —Con una risita, apostillé—: Por lo menos está viendo este país.
A nuestro alrededor, los demás estudiantes dejaron de existir mientras Cheyenne y yo repasábamos lo que podía aparecer o no en el examen. Candy llegó con sus amigas y se sentó todo lo lejos que pudo de mí. Aún no sabía qué era lo que les había dicho Kellan, pero desde luego no se me había vuelto a acercar desde entonces. Sabía que él podía tener mucho genio en ocasiones, yo misma lo había sufrido una o dos veces. Tal vez nadie había cantado las cuarenta a Candy antes.
Mientras pensaba en ello, Candy se giró sobre la silla. Al verme, me lanzó una mirada funesta y puso los ojos en blanco. Se volvió hacia Tina y dijo algo que las hizo reír a todas, y luego volvió a mirarme. Me puse roja como un tomate, pensando en la serie de insultos que me habría dedicado. Supongo que no se mantenía tan lejos de mí como pensaba. Quizás había recuperado la confianza, después de que Kellan hubiera pasado tanto tiempo fuera. Bueno, no tenía importancia. El hecho de caer bien a Candy o que me odiara no cambiaba la relación que yo tenía con Kellan.
Al ver su mirada, Cheyenne comentó:
—Candy te mira con muy malos ojos. Pero ¿qué le has hecho? —Se acercó a mí, sonriente—. Eres demasiado simpática para caerle mal a nadie.
Yo también le sonreí con afecto. Sin embargo, debería haberme visto el año pasado… Entonces no era nada simpática, cuando traicionaba a Denny continuamente, y rompí el corazón a Kellan varias veces. Me estremecí y sacudí la cabeza para deshacerme de esos recuerdos.
—Ella quería ser la novia de la estrella del rock. —Volví a mirar a Candy y mi sonrisa se hizo más amplia—. Pero la estrella del rock quería ser mi novio.
Suspiré, deseando que el sueño que había tenido por la mañana hubiera sido real. Cheyenne rió y musitó algo acerca de que Candy tenía que aprender a superarlo. Un tipo corpulento pasó por el pasillo que había delante de nosotras. Se sentó justo delante de mí, haciendo que la silla chirriara. Mientras se acomodaba, vi algo debajo. Era un trozo de papel, embutido de forma curiosa en el lateral de la silla, casi invisible.
Sonreí de felicidad, preguntándome si Kellan me habría dejado ahí una última nota imposible de encontrar. En un impulso, me agaché y saqué el papel de donde estaba. Me llevó un segundo. Cheyenne me miró con curiosidad. Cuando por fin lo tuve entre mis manos, lo señaló con el dedo:
—¿Qué es eso?
Sacudí la cabeza y volví a suspirar.
—Supongo que nada.
Probablemente, no era más que mi imaginación desbocada.
Me eché a reír al abrir el papel arrugado. Tuve que taparme la boca con la mano para no montar una escena en la cada vez más silenciosa aula. Era de Kellan. En el diminuto pedazo de papel, había escrito: «Deja de imaginarme desnudo en clase. No es nada ético».
Sacudí la cabeza, todavía riendo. ¿Cómo podía saber que tenía sueños eróticos con él? Me quité la mano de la boca y recorrí sus palabras con el dedo. Suspiré, preguntándome si él también los tendría conmigo de protagonista. Esperaba que sí.
—¿Es de Kellan? —Cheyenne soltó una risita a mi lado—. Es muy divertido. —Hizo un gesto con la cabeza—. Guapísimo y divertido… No me extraña que Candy te odie.
Me reí de su comentario y desvié la mirada hacia las demás sillas. ¿Cómo había sabido que escogería ese preciso asiento? Había tenido muchísima suerte al encontrar esta nota. Empecé a reconsiderarlo cuando vi diminutos trocitos de papel asomando de otras sillas. No había tenido suerte… Kellan había dejado las notas por todas partes. Dios mío, debía de haber tardado siglos en hacerlo. ¿Cuándo demonios había hecho eso? ¿Y qué ponía en ellas? No pude empezar a sacarlas todavía, porque el profesor ya había empezado la clase. Tendría que esperar hasta después. Sonreí de oreja a oreja durante todo el examen… Estaba segura de que era la persona más feliz de todas las que estaban allí.
Cheyenne me dijo adiós con la mano después de la clase y me deseó suerte con las notas. Yo fingí que tardaba mucho en recoger mis cosas, con una sonrisa en la cara. Cuando el aula se quedó casi vacía, empecé a buscar los mensajes. Me llevó un rato, pero al final encontré todas las notas que Kellan había escondido. Al terminar con todas las sillas, tenía casi un centenar de pequeños mensajes. Me fui directa a casa, para disfrutar de ellos en la intimidad de mi dormitorio. Algunos eran picantes, otros eran dulces, pero cada uno de ellos era una alegre sorpresa. Había hecho tantas cosas para que no lo olvidara, que casi parecía temer que llegara a hacerlo. Dije que no con la cabeza, mientras me agarraba el collar que me rodeaba el cuello. Los ojos se me humedecieron. Como si fuera capaz de olvidarle alguna vez.
Me metí en el bolsillo una nota que sólo decía «Te quiero», y empecé a prepararme para ir a trabajar. Como había sido el último día de clase para todos los estudiantes, suponíamos que el bar estaría a rebosar, especialmente porque la nueva banda había empezado a reunir a unos cuantos fans.
No me hacía mucha gracia que otros se subieran al escenario de Kellan, pero tuve que admitir que eran buenos. Evan y Kellan los habían buscado antes de marcharse. La escena musical de Seattle estaba formada por un pequeño círculo social, y todo el mundo se conocía. Kellan pensó que ese grupo de chicos sería perfecto para el bar.
En realidad, cuando digo chicos, debería rectificar… Eran chicas. Sí, Kellan había buscado una banda de chicas. No me malinterpretéis, eran tan buenas como cualquier otra banda masculina del mundo, pero la primera vez que las vi no pude evitar sonreír con socarronería. Tenía la clara impresión de que había escogido a un grupo de chicas a propósito. No quería que me pusiera a hacerle la pelota a otro artista temperamental.
Una hora más tarde, mientras metía mis cosas en la trastienda, se me echó encima mi mejor amiga con su alegría habitual. Jenny me dio un beso en la mejilla mientras me abrazaba.
—Hola, Kiera. ¿Cómo te ha ido la última clase?
Sonreí como una auténtica boba, pensando en el montón de notas que surcaban ahora mi cama.
—Fenomenal… —Solté el aire con expresión soñadora, y Jenny me miró como si estuviera loca. Supongo que mi romántico suspiro era una reacción demasiado intensa ante un examen final. Me encogí de hombros—: Qué quieres que te diga, me encanta la universidad.
Ella esbozó una media sonrisa y agitó su rubia cabellera.
—Eres muy rara.
Salimos para comenzar nuestro turno mientras le daba un golpe cariñoso en el brazo. En el pasillo nos encontramos con alguien que salía del baño.
—Hola, Kiera. Hola, Jenny.
Contuve un suspiro al mirar por encima hacia las puertas. Una de las chicas que iban a tocar después me miraba sonriente. Se hacían llamar las Poetic Bliss, y a quien tenía delante era la vocalista. Se llamaba Rain, pero estaba bastante segura de que ése no era el nombre que aparecía en su certificado de nacimiento. Por supuesto, los nombres de las demás integrantes de la banda eran Blessing, Meadow, Sunshine y…Tuesday.
Me costó un gran esfuerzo decir el último nombre con rostro impasible. No sabía si todas se habrían cambiado de nombre al unirse a la banda, o si varias chicas de nombre peculiar se habían conocido por casualidad. Yo apostaba por la primera opción del cambio de nombre. De lo único de lo que estaba segura era de que Rain conocía a mi novio como la mayoría de las mujeres de por aquí. De forma íntima. Por eso siempre se me escapaba un suspiro cada vez que hablaba conmigo. Salir con un antiguo adicto al sexo tenía sus inconvenientes.
Se me acercó con garbo, mientras yo trataba de no pensar en ella enganchada a Kellan, pero era un poco difícil. Ella era atrevida, enérgica, la clase de persona que estaba en constante movimiento. Me imaginaba que sería un poco… salvaje en la intimidad. Ya que yo no me consideraba ninguna fiera en la cama, enseguida me sentí en desventaja. Pero el amor y el deseo son cosas distintas, y Kellan no se había enamorado de ella ni de sus alegres cabriolas, así que algo estaría haciendo bien. Además, Kellan nunca se había quejado de nuestra vida sexual.
Rain se acercó y me dio un rápido abrazo.
—Oye, da las gracias a Kellan otra vez por conseguirnos este concierto. Me encanta este sitio. ¡Lo adoro!
Era menuda, unos ocho o diez centímetros más baja que yo, pero lo compensaba con unas enormes botas de quince centímetros. Tenía el típico aspecto de roquera dura, con los ojos oscuros pintados de gris y rosa fuerte, y el pelo azabache muy corto y desgreñado. Completaba su atuendo con una camisa holgada de amplio escote y una cortísima minifalda de tablas. Bueno, con eso y con el collar de pinchos que llevaba en el cuello.
—Sí, se lo diré —dije en voz baja, desando retroceder en el tiempo para explicar a un Kellan más joven que podía decir no a los flirteos, que el sexo no era lo mismo sin amor, pero estaba segura de que el joven Kellan no me habría hecho ni caso. Eso era algo que tenía que descubrir por sí mismo. Metí la mano en el bolsillo para tocar su nota y añadí—: Mucha suerte esta noche, chicas. Sois muy buenas.
Ella inclinó la cabeza hacia mí, y se puso un poco de puntillas.
—¡Gracias! Estaba impaciente por llegar. Tengo muchas ganas de tocar aquí. —Miró el pasillo casi desierto y preguntó—: ¿Cuándo llegan los chicos guapos?
Contuve una sonrisa. Ellos también solían llegar varias horas antes de tocar. Me encogí de hombros y sólo dije:
—El local se empezará a llenar dentro de una hora.
Asintió con una risita.
—Entonces voy a jugar un rato al billar. ¡Nos vemos luego!
Acto seguido, dio media vuelta y se fue trotando por el pasillo, enseñando las piernas bajo la falda mucho más de lo que yo me habría atrevido a enseñar en público.
Jenny enlazó mi brazo con el suyo.
—Déjalo ahora mismo.
La miré con el ceño fruncido.
—¿Que deje qué?
—De compararte. —Señaló el lugar por donde se había ido la vital Rain—. Sé que la oíste hablar con Rita sobre su encuentro sexual con Kellan. Vi tu cara mientras describían los detalles. —Arrugó la frente—. Justo antes de que salieras disparada… y no te culpo por ello.
Me estremecí ante el recuerdo de aquella conversación que preferiría no haber escuchado nunca. Por lo visto, el lío entre Rita y Kellan se había producido allí mismo, en el bar, una noche después de cerrar. Y cuando digo «en el bar», es literal. La hizo suya junto a la máquina de refrescos. Yo me alejé de la conversación cuando Rain contó que el coche se había movido tanto que creyó que iba a volcar. No me hacía mucha ilusión recordarlo cada vez que conducía el querido coche de Kellan.
Suspiré y eché a andar por el pasillo.
—No importa. Es parte de su pasado. —Esbocé una tenue sonrisa—, y yo soy su futuro.
Por lo menos, esperaba que así fuera.
Jenny me dio unas palmaditas en la espalda, con una sonrisa alegre.
—Así me gusta. Pero la próxima vez, dilo sin poner esa cara de cordero degollado.
Me reí de su comentario, sintiéndome mucho mejor, pero agarré la nota de Kellan con fuerza durante todo mi turno, especialmente cuando las Poetic Bliss salieron al escenario.
Esa noche, al llegar a casa, contemplé todas las muestras de cariño de Kellan que llenaban mi habitación —notas, letras de canciones, fotos—, saqué la maleta del armario y empecé a hacer el equipaje. El lunes volvía a casa con mi hermana por las vacaciones. Dentro de una semana, Kellan y yo volveríamos a estar juntos. El mero hecho de pensarlo me hizo ponerme nerviosa. No podía dormir, necesitaba hacer algo, y la maleta me pareció un entretenimiento tan bueno como cualquier otro.
Saqué los jerséis más gruesos del armario, mientras tarareaba una canción de las Poetic Bliss. Me obligué a incluir el horrible jersey verde que me hacía parecer una madura ama de casa. Me lo habían regalado mis padres el año anterior, y sabía que mi madre preguntaría por él si no lo veía. Ya que había invitado a Kellan a unirse a la fiesta, quería que estuvieran del mejor humor posible.
El sonido del teléfono me sobresaltó mientras metía unos calcetines a presión en el lateral de la maleta. Al ver quién era, me alegré aún más.
—Hola —suspiré—, llevo todo el día echándote de menos.
Un escalofrío me recorrió la espalda al escuchar su risa al oído.
—Yo también te he echado de menos. ¿Ha pasado algo notable hoy?
Recalcó la palabra «nota» y me eché a reír, sentándome sobre el montón que tenía encima de la cama.
—Pues sí. Los encargados de la limpieza se han vuelto muy descuidados últimamente. He encontrado por lo menos cien trozos de papel que se les habían escapado.
—Hum, ¿sólo cien? Supongo que tus compañeros encontraron algunos. Espero que fueran los más depravados.
Me puse colorada y me pregunté a qué se refería con lo de «depravados». Me mordí el labio, sonreí y me pasé la mano por el pelo.
—Ahora mismo estaba haciendo la maleta… Estoy deseando verte la semana que viene. —Miré por la ventana hacia el este, donde él estaba a miles y miles de kilómetros de distancia, y pregunté—: ¿Necesitas algo de tu casa? Puedo pasarme.
—Yo también estoy deseando verte. De hecho, te compré un modelo de lencería antes de irme y lo guardé para cuando volviera… Tal vez podrías llevarlo.
Me puse muy tiesa y aún más roja, sin saber si estaba de broma o no.
—Ah, pues… Hum…
Él se volvió a reír mientras yo tartamudeaba. Pensar en ponerme algo picante y que sus ojos recorrieran mi cuerpo de forma lasciva… me produjo un cosquilleo.
—Es broma, Kiera. No hace falta que te pongas ropa sexy para mí… Tú ya eres sexy.
Miré la sencilla camiseta sin mangas y los pantalones de estar por casa que llevaba puestos. Sonreí. Sí, así soy yo. Sexy hasta decir basta. Él me oyó suspirar y preguntó:
—¿Estás bien?
Sin pensar, le espeté:
—Rain quiere darte las gracias… otra vez.
—Ah. —Su voz tenía un tono de sorpresa. Seguramente esperaba que hubiera dicho algo muy distinto—. Bueno, dile que no es necesario. Son muy buenas y se merecen una oportunidad.
—Sí —susurré—, y ella no es de las que desaprovechan las oportunidades.
Me mordí el labio y me encogí, enfadada por haberlo dicho. Odiaba parecer celosa y mezquina.
Por supuesto, Kellan había entendido perfectamente el significado de mi voz.
—Te lo ha dicho, ¿no? —preguntó despacio, con la voz tensa.
Resoplé con fuerzas, sin querer hablar del tema, pero consciente de que había abierto la caja de los truenos, y de que Kellan no pararía hasta que hubieran salido todos.
—No. La oí comparar experiencias con Rita.
Tras decir el nombre de Rita con aspereza, cerró la boca. Por Dios, me estaba comportando como una auténtica arpía. Él suspiró.
—Ah… ¿ya sabías lo de Rita? —susurró casi sin voz.
—Sí. —Emití la palabra de forma rápida y seca. Me obligué a relajarme. Pasado… Futuro… Necesitaba recordar ese mantra.
Kellan se quedó un segundo callado y yo casi me disculpé por haber sacado el tema. Pero, antes de que pudiera hablar, dijo:
—Lo siento, Kiera. Nunca tuve la intención de que te enteraras de… eso. Sabes que acabaría con todos los cotilleos si pudiera.
Suspiré y me acosté en la cama, con los pies en alto.
—No hace falta que te disculpes, Kellan. Es… agua pasada. —Meneé la cabeza e intenté cambiar de tema—. ¿Y tú, qué tal? ¿Qué has hecho?
Guardó silencio un momento y después musitó:
—Nada más que tocar y viajar. Siento no haber podido volver a casa ya. Con todos los desplazamientos entre conciertos, no he tenido la ocasión de subir a un avión para ir a verte.
Solté un suspiro de alegría al oírlo.
—Lo sé. Te echo mucho de menos… —Cerré los ojos.
—Y yo a ti —dijo con la voz ronca, después de una risita—. Sueño contigo las cosas más sucias. Ni te imaginas las erecciones con las que me despierto.
Abrí mucho los ojos mientras él se aguantaba la risa al otro lado del teléfono. Sus palabras me excitaron. Imaginé la reacción de cada uno ante sus propios sueños. Me alegró saber que ambos nos levantábamos de la cama… insatisfechos.
—Yo también —susurré, con la cara más acalorada que el cuerpo. Él se rió un poco más, y yo me tapé los ojos con la mano—. Bueno, yo no tengo erecciones, pero…
Gemí, detestando las palabras que escapaban a veces de mi boca.
En voz grave, me dijo con aire seductor:
—Sí, lo sé. Desearía poder estar ahí para tocarte cuando te despiertas así. Desearía sentir cuánto me echas de menos.
Me mordí el labio y me pasé los dedos por la boca. En apenas en un murmullo, dije:
—Yo también lo deseo…
Él inspiró entre dientes y gimió:
—Dios, tu voz… Te deseo ahora, Kiera. Ojalá pudieras tocarme.
Mi respiración se aceleró y casi no me di cuenta de lo que decía:
—Quiero.
No sabía si lo que quería era tocarlo, o seguir hacia donde pensaba que podía llevarnos esa conversación.
Él se calló un segundo. Cuando volvió a hablar, su voz cargada de pasión hizo que me retorciera de deseo.
—Ay, Kiera…, te deseo tanto… ¿Qué quieres que te haga?
Me mordí el labio, tapándome los ojos. ¡Ay, Dios mío! No podía hacerlo. Me sentí como una estúpida al susurrar:
—Tócate y haz como si fuera yo.
Uf, quería meterme en un agujero y no salir nunca. Supuse que Kellan se reiría, pero no lo hizo. Lo que oí fue algo de movimiento y lo que juraría que era una cremallera abriéndose. Mierda…
Siseó al tomar aire, y soltó un jadeo:
—Estoy muy cachondo… y me encanta. ¿Ahora, qué?
Tragué saliva, sin poder creerme lo que estaba pasando.
—Acaríciate.
No acababa de decir eso, ¿verdad?
Lo oí gemir a través del teléfono, respirando entrecortadamente:
—Dios, Kiera, qué gusto… Pero preferiría estar húmedo, como cuando te penetro.
Gemí, mordiéndome los nudillos. Señor, ¿de verdad estaba…? Dando gracias porque mi hermana estuviera durmiendo, dije en voz baja:
—¿No tienes nada para…?
—Sí, espera —jadeó con voz tensa y la respiración agitada.
Escuché el sonido inconfundible de algo viscoso y me pregunté qué clase de lubricante tendría Kellan a mano… y por qué. Cuando habló de nuevo, dejó de importarme.
—Oh… Dios…, sí, está caliente… como tú. Me encanta estar entre tus piernas…
Dejé escapar un pequeño gemido, muerta ahora de deseo. Pensé que quizá debía imitarlo y simular que estábamos juntos.
—¿Quieres tocarme, Kellan?
—¡Sí, por favor! Necesito tocar tu piel cálida y húmeda… Necesito penetrarte…
Santo cielo. Me pasé la mano por el estómago, pero no me atreví a llegar más lejos. Me daba mucha vergüenza, incluso estando sola. Pero Kellan no lo sabía.
—¿Te gusta? —preguntó con un gemido.
—Sí —susurré. Sentía un agradable cosquilleo por todo el cuerpo, de modo que no era mentira.
Se le aceleró la respiración.
—Dios, quiero hacértelo más fuerte… Más rápido…
—Sí —volví a susurrar—. Hazlo. Házmelo más fuerte.
A pesar de que no podía dejar de mover las piernas de la excitación, aún no estaba decidida a llegar al clímax así.
Kellan, por el contrario, estaba totalmente decidido.
—Dios, sí… No pares. Me encanta. No pares, por favor…
Volví a gemir y a morderme los nudillos tan fuerte que creí que me había hecho sangre. Él soltó un profundo gemido, resollando.
—Quiero correrme, Kiera, córrete conmigo.
Me pasé la mano por el pelo. Madre mía, de verdad iba a…
—Como quieras —murmuré con la voz ronca—. Más rápido, Kellan, necesito más de ti. —Otra vez me llevé la mano al estómago.
Eso fue demasiado para él.
—Sí, Kiera, eres tan sexy, tan deliciosa. Ahora estoy dentro de ti. ¿Lo sientes? ¿Sientes lo dentro que estoy?
Gemí más fuerte que antes, y acaricié el borde de mi ropa interior.
—Kellan, eres increíble, increíble. —Mi voz fue ganando fuerza a medida que perdía las inhibiciones. Lo deseaba. Quería hacer esto. Quería que termináramos esto… juntos—. Sí, sí, tómame.
—Kiera, estoy a punto. Córrete conmigo.
—Sí, hazlo, Kellan. Córrete por mí.
Terminé metiéndome un dedo por debajo de la ropa interior, sin creer lo que había dicho.
Entonces cayó un jarro de agua fría sobre mi momento ardiente. Kellan dejó de respirar entrecortadamente y el teléfono se quedó mudo. Mucho más bajo que antes, pero todavía audible, le oí decir:
—Una tortilla francesa, por favor.
Me incorporé sobre la cama, cubriéndome con las manos como si alguien acabara de entrar. Antes de que él dijera nada, exclamé:
—¡Kellan Kyle! ¿Estás en un restaurante?
—Bueno, yo no lo llamaría restaurante…, es más bien una tasca.
Seguía teniendo la respiración agitada, pero su voz sonaba mucho más calmada.
Cerré los ojos y me pasé la mano por la cara.
—Por favor, dime que no te van a detener por exhibicionista.
—No, no. —Soltó una risilla.
Dejé caer la mano sobre la rodilla, desolada.
—¿Lo has fingido todo? ¿Por qué me haces esto?
Me senté con las rodillas flexionadas sobre el pecho, sintiéndome un poco rara. La vez anterior que fingió una relación sexual delante de mí me había dicho que no era la primera, pero, maldita sea…
Él suspiró y dijo:
—No esperaba que siguieras adelante, pero cuando lo hiciste, bueno, no iba a privarte de tu momento de placer. —En un murmullo, añadió—: Aunque yo no pueda correrme ahora…, quiero que tú sí lo hagas.
Me mordí el labio y me sentí un poco mal. Yo también había estado fingiendo.
—Es posible que haya exagerado un poco mi actuación, pero estaba pensando en hacerlo…
Kellan soltó una carcajada.
—Pues entonces lo declaramos como una ronda de prueba. La próxima vez… yo estaré en mi habitación, y tú te tocarás de verdad. ¿Trato hecho?
Me ruboricé, recuperando poco a poco la vergüenza.
—Vale —farfullé.
De fondo oí una voz que me pareció un poco familiar. Me puse tiesa como una vara y mascullé:
—Por favor, dime que estás solo.
Kellan hizo una pausa. Casi pude oír cómo se debatía entre si responderme o no.
—Bueno, pues no…, estoy con los chicos… y con Justin. Por cierto, dice hola.
—¡Por Dios! —grité, apagando el teléfono, sofocada. No sólo había estado fingiendo, sino que lo había hecho delante de sus amigos y del famoso al que no iba a poder mirar a la cara nunca más. ¡Hombres!