EL DUELO

No había luna ni estrellas. Ni un rizo en el agua. Bud se apoyó en el pasamanos y esperó. Las luces submarinas del Magnate iluminaron el casco y la zona circundante. En aquel instante llegaron los cuchicheos, con un hormigueo en el oído.

«Bud… ¿dónde estás?».

—¿Maggie? ¿Maggie, dónde estás tú? —Bud se inclinó sobre la borda y buscó en el negro mar. «Estoy perdiendo el juicio», pensó.

«Bud, amor mío, por favor, ayúdame».

—¡Oh, Dios! ¿Maggie, dónde…? —Unas gruesas lágrimas se deslizaron por sus mejillas y vio caer una gota al océano.

Bud esperó. Notó ascender el aura del animal. Luego vio el fulgor mortecino, seguido del hocico, que todavía acechaba bajo la superficie. Las mandíbulas se abrieron y las palabras se clavaron en el corazón de Bud…

«Bud, por favor, no quiero…».

—¡Maggie!

El auxiliar sanitario de a bordo llegó enseguida y lo agarró del brazo.

—¡Maggie! ¡Maggie, no…!

El monstruo se volvió y desapareció en la negrura. Bud lanzó un aullido capaz de helar la sangre de cualquier ser humano. El sanitario le clavó la hipodérmica, que liberó su suero en el brazo de Bud.

—Ya está, señor Harris —dijo el hombre, tranquilizador—. Ya está.

El auxiliar lo tumbó en la cubierta y lo ató por las muñecas y por los tobillos. Bud se quedó allí tendido y contempló el cielo, impotente, mientras se aproximaba la bruma gris del amanecer.

Jonás se durmió cuando salía el sol y los pájaros, con sus trinos, le dieron permiso para sumirse en el sueño.

El mar estaba gris y las olas mecían el AG-I arriba y abajo entre la espuma. Vio al nadador de cabellos negros y ojos almendrados. Era D. J.

El sumergible estaba del revés, sin energía. Jonás colgaba boca abajo a la espera de que D. J. lo sacara del apuro. Miró hacia la bruma. Aparecieron el resplandor apagado, la boca, los dientes… Se alzaba despacio y Jonás no podía moverse, paralizado por el miedo. Y vio a… a Terry. No era D. J., D. J. estaba muerto.

—¡Terry, márchate! —gritó.

Ella sonrió. El monstruo abrió la boca.

—¡Terry! ¡Nooo…!

La llamada a la puerta lo hizo incorporarse como impulsado por un resorte.

—¿Terry? Tres golpes más.

Jonás se levantó del sofá y derramó la copa de Jack Daniels en la alfombra. Tambaleándose, abrió la puerta. La brillante luz del día lo cegó momentáneamente.

—Masao… —dijo por fin.

—Jonás, tienes un aspecto horrible. Déjame entrar. —Jonás se hizo a un lado. Masao se dirigió a la cocina—. ¿Tienes café?

—¿Eh? Sí, supongo. En uno de los estantes de arriba, creo.

Masao preparó café y le puso una taza delante a Jonás.

—Toma, bébete esto, amigo mío. Son las tres de la madrugada. El duelo ha terminado.

Jonás movió la cabeza en gesto de negativa desde su silla, tras la mesa de la cocina.

—No puedo. Lo siento, Masao, ya no puedo.

—¿No puedes? —Masao Tanaka acercó el rostro al de su amigo y lo miró a los ojos—. ¿Qué es lo que no puedes?

Jonás bajó la vista.

—Ha habido demasiados muertos. Ya no puedo seguir con esto.

—Tenemos una responsabilidad. Yo me doy cuenta de ello y sé que tú también.

—He perdido las ganas de seguir persiguiendo a ese monstruo. —Jonás alzó de nuevo la mirada.

—Hum… —Masao guardó silencio unos instantes—. ¿Jonás?

—Sí, Masao.

—¿Has oído hablar de Sun Tzu?

—No.

—Sun Tzu escribió El arte de la guerra hace más de dos mil quinientos años. Decía que si no conoces ni al enemigo ni a ti mismo, sucumbirás en cada batalla. Si te conoces a ti mismo pero no al enemigo, por cada victoria conseguida sufrirás también una derrota. Pero si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no debes temer por el resultado de cien batallas. ¿Lo comprendes?

—No sé, Masao. Ahora mismo soy incapaz de pensar con claridad.

Masao puso la mano en el hombro de Jonás.

—¿Y quién conoce a ese animal mejor que tú?

—Esto es distinto.

Masao negó con la cabeza.

—El enemigo es el enemigo. Pero si tú no te enfrentas al nuestro —se puso en pie—, lo hará mi hija.

Jonás se levantó de un salto.

—No, Masao. ¡Terry, no!

—Terry sabe pilotar el AG-I. Mi hija conoce su responsabilidad. Y no tiene miedo.

—Olvídalo. ¡Iré yo!

—No, amigo mío. Como tú has dicho, esto es distinto. La muerte de D. J. no puede quedar como un suceso absurdo. El clan Tanaka pondrá fin a este asunto por sí solo.

—Dame cinco minutos para vestirme.

Jonás corrió al dormitorio. La televisión todavía conectada, emitía las imágenes de un noticiario de Action 9 concretamente la filmación submarina, la que había tomado Maggie desde el cilindro.

(…) filmación asombrosa, tomada momentos antes de morir ella misma en las fauces de ese animal. Maggie Taylor entregó su vida a su profesión y ha dejado estas escenas increíbles como legado perdurable. Ayer se celebró un servicio fúnebre público y el Canal 9 presentará esta noche, a las ocho, un especial de dos horas en honor a la señora Taylor.

En una noticia relacionada con la anterior, un juez federal ha sentenciado hoy que el Megalodon debe ser considerado oficialmente como una especie protegida de la reserva de la bahía de Monterrey. Conectamos en directo con la escalinata del edificio del Tribunal Federal.

Jonás se sentó en el borde de la cama y subió el volumen.

(…) esperamos hablar con él. Aquí viene el Señor Dupont, ¿le ha sorprendido la rapidez con la que el juez ha dictado sentencia en favor de la protección del Megalodon, sobre todo en vista de los recientes ataques?

André Dupont, de la Sociedad Cousteau, aparecía junto a sus abogados, con varios micrófonos delante de la cara.

—No, no nos ha sorprendido. La reserva de Monterrey es un parque marino bajo protección federal y está concebida para proteger a todas las especies, desde la nutria más pequeña a la ballena de mayor tamaño. En la reserva hay otros depredadores, orcas y grandes tiburones blancos. Cada año se producen ataques aislados de grandes tiburones blancos a submarinistas o a surfistas, pero solo son eso, ataques aislados. Los estudios han demostrado que, a veces, el gran tiburón blanco confunde a un surfista con una foca. Los humanos no son la base de la dieta del tiburón y, desde luego, no son la comida predilecta de un Megalodon de veinte metros. Ahora, nuestros esfuerzos principales se dirigirán a incorporar inmediatamente al Carcharodon Megalodon en la lista de especies en peligro de extinción para que quede protegido, también, en aguas internacionales.

—Señor Dupont, ¿qué opina la Sociedad Cousteau del plan del Instituto Tanaka de capturar al Megalodon?

—La sociedad Cousteau considera que todas las criaturas tienen derecho a sobrevivir en su hábitat natural. Sin embargo, en este caso tratamos con una especie que, en principio, no debería haber interactuado nunca con el hombre. Desde luego, el Acuario Tanaka tiene el tamaño suficiente como para dar cabida a un animal de esas medidas, de modo que estamos de acuerdo en que su captura sería lo mejor para todas las partes.

El conductor del programa del Canal 9 apareció de nuevo en pantalla.

Hemos enviado a nuestro reportero, David Adashek, a realizar una encuesta improvisada en la calle para conocer la opinión del público. ¿David?

—¿Adashek? —Jonás se puso en pie y notó que palidecía—. ¿Qué ese tipo trabaja para la cadena de Maggie? ¡Oh, Maggie…!

(…) opiniones parecen favorables a la captura del monstruo que ha acabado con la vida de tantas personas valiosas, incluida mi buena amiga, Maggie Taylor. Personalmente, creo que la criatura es una amenaza y he hablado con varios biólogos que opinan que el monstruo ha desarrollado una predilección por los seres humanos, lo cual significa que podemos esperar más muertes espantosas, sobre todo después de la sentencia de hoy del Tribunal Federal. Aquí, David Adashek, para las noticias del Canal 9.

Jonás pulsó el botón de apagado del mando a distancia y la imagen desapareció. Se quedó sentado en el borde de la cama, inmóvil, mientras intentaba encajar todo lo que acababa de oír.

«Dios mío, qué he hecho para que te sientas tan furioso y tan airado», pensó para sí. Pero, en lo más hondo de su ser, él ya lo sabía: las largas horas, los viajes, las muchas noches a solas en el estudio, enfrascado en escribir sus libros… Unas lágrimas rodaron por sus mejillas. «Lo siento, Maggie, lo siento de veras». En aquel instante, Jonás sentía por su esposa más amor del que le había inspirado en los dos últimos años.

El sonido del claxon lo obligó a ponerse en movimiento. Se enjugó las lágrimas, cogió el macuto y metió en él mudas de ropa para varios días. También sacó la bolsa del equipo, en la que llevaba el traje isotérmico. Rebuscó en el interior para asegurarse de que su amuleto de la suerte estaba allí. Dedicó un instante a examinar el fósil ennegrecido, largo y ancho como la palma de su mano y de forma triangular. Cuando pasó los dedos por el diente, notó en sus yemas el borde aserrado.

«Quince millones de años y todavía está afilado como un cuchillo», reflexionó. Lo guardó de nuevo en la bolsa de cuero y esta en la bolsa del equipo y cargó al hombro los dos bultos. Finalmente, se miró en el espejo. «Bien, doctor Taylor, el duelo ha concluido. Es hora de continuar tu vida».

Cuando abrió la puerta principal, Masao Tanaka le esperaba.