EL MAGNATE

Maggie estaba tendida sobre la cubierta del yate, de madera de teca. El sol acariciaba su cuerpo embadurnado de aceite y cubierto solo con la pieza inferior del bikini.

—Siempre has dicho que el bronceado queda bien ante las cámaras. —Bud estaba de pie ante ella, en traje de baño, con el rostro invisible a contraluz. Maggie se colocó la mano a modo de visera y levantó la mirada hacia él con los ojos entrecerrados—. Esto es para ti, encanto —murmuró con una sonrisa—. Pero no ahora. —Ella se dio la vuelta y miró la pequeña pantalla de televisión—. Puedes traerme otra copa.

—Por supuesto. Maggie —dijo él dirigiendo su mirada hacia la espalda de ella—. Lo que quieras.

Él dio media vuelta y entró en el camarote para prepararle un vodka con tónica.

Un minuto más tarde, Maggie lo llamaba a gritos. Bud salió a cubierta a toda prisa y la encontró sentada, con los pechos cubiertos con una toalla y boquiabierta ante el televisor.

—¡No me lo puedo creer!

—¿Qué?

Bud se acercó corriendo y prestó atención al televisor. La cabeza y las mandíbulas llenas de dientes del Megalodon, colgadas de la grúa del Kiku, llenaban el monitor.

(…) podría ser el tiburón gigante prehistórico conocido por Megalodon, el antepasado del gran tiburón blanco. Según parece, nadie sabe explicar cómo puede haber sobrevivido tal animal pero quizás el doctor Jonás Taylor, que resultó herido en la captura, pueda aportar alguna respuesta. En estos momentos, el profesor Taylor se recupera en el hospital Naval de Guam.

En China, hoy, las negociaciones para un acuerdo (…).

Maggie corrió al puente de mando. Bud fue tras ella.

—¿Adónde vas?

—Tengo que llamar a mi despacho. —Maggie entró en el puente mientras se envolvía en una toalla—. ¡Un teléfono! —pidió a gritos al capitán.

Este señaló un aparato situado detrás de ella y detuvo la mirada unos segundos más de lo necesario mientras ella se giraba de espaldas.

Maggie, furiosa, marcó el número de la oficina. Su secretaria le dijo que un tal David Adashek llevaba toda la mañana intentando localizarla. Anotó el número y marcó el de la telefonista que la conectaría con Guam. Unos minutos más tarde, oyó la señal de llamada.

—Adashek.

—David, ¿qué coño está pasando?

—¿Maggie? Llevo toda la mañana tratando de localizarte. ¿Dónde demonios has…?

—Olvida eso. ¿Qué sucede? ¿De dónde ha salido ese tiburón? ¿Dónde está Jonás? ¿Alguien ha hablado ya con él?

—¡Eh, poco a poco! Jonás se recupera en el hospital Naval de Guam, con un centinela apostado en la puerta para que nadie hable con él. En cuanto al tiburón, es real y parece que te equivocabas con tu marido.

Maggie se sintió enferma.

—¿Maggie? ¿Sigues ahí?

—¡Mierda! Este podía ser el reportaje de la década, Jonás es uno de los protagonistas principales y yo me lo he perdido todo.

—Es cierto, pero eres la mujer de Jonás, ¿no? Quizá te cuente lo del otro tiburón.

A Maggie le dio un vuelco el corazón.

—¿Qué otro tiburón?

—El que devoró al monstruo que mató a ese chico, Tanaka. Todo el mundo habla de ello pero los del Instituto Tanaka lo niegan. Quizá Jonás hable contigo.

—Está bien, está bien. —La mente de Maggie funcionaba a toda velocidad—. Voy para allá, pero quiero que tú sigas la historia e intentes descubrir qué van a hacer las autoridades para localizar al otro animal.

—Ni siquiera saben si ha subido a la superficie. La tripulación del Kiku jura que no salió de la fosa y está segura de que el monstruo sigue atrapado allá abajo.

—Tú haz lo que te digo. Hay mil dólares extra para ti si me consigues alguna información interna de alguna fuente fiable sobre ese segundo tiburón. Te llamaré tan pronto aterrice en Guam.

—Tú mandas.

Cuando Maggie colgó, Bud estaba a su lado.

—¿Qué sucede, Maggie?

—Bud, necesito que me ayudes. ¿A quién conoces en Guam?