Linz: 10 de abril de 1994

Jack Darrow miró nervioso el reloj de la suite. Ya pasaban unos minutos de las once. En menos de una hora debía comenzar el Cónclave, y no había señal alguna de Alexander Vargoss. El príncipe había dejado la habitación hacía casi tres horas, prometiendo regresar en breve. A medida que pasaba cada segundo el Brujah se ponía más nervioso. Tenía que testificar sobre la Muerte Roja frente a los antiguos de la Camarilla. Sin el apoyo de Vargoss, el guardaespaldas estaba seguro de que nadie le creería, y el precio de mentir ante el Gran Consejo de la Camarilla era la Muerte Definitiva.

Jack Darrow no era un cobarde. Había comenzado su vida como marinero en la Armada del Rey y había sido un luchador incansable en la vida y en la muerte. Sin embargo, los Justicar eran conocidos por su gusto por las ejecuciones largas y tortuosas. A Darrow no le importaba morir de forma fría y rápida. Lo que no soportaba era la idea de ser sumergido durante una década en un estanque de ácido.

Con un susurro, los goznes de la entrada se abrieron y Alexander Vargoss entró con sorprendente velocidad. Sus mejillas blancas tenían un toque rojizo y en sus ojos ardía una luz fantasmal.

—Están aquí —anunció—. No esperaba menos. Esta noche se producirá la venganza definitiva.

—Cojonudo —respondió Darrow, tensándose preocupado—. ¿Quién está aquí?

—Ese renegado, Dire McCann, por supuesto, junto al Ángel Oscuro y a Madeleine Giovanni. Llegaron al castillo hace poco. Lo más probable es que también piensen acudir al Cónclave.

—No pasa nada, que yo sepa —dijo Darrow—. ¿Qué importa eso? Ya sé que dijiste que McCann es un traidor, y desde que Flavia se unió a él tampoco te cae muy bien, pero ninguno de ellos ha dado problemas desde que los mandaste a buscar a la Muerte Roja. La dama Giovanni no tiene nada contra ti. Considerando su reputación, lo mejor sería dejarla en paz.

La cara de Vargoss se torció furiosa. Echó hacia atrás los labios, revelando sus colmillos. Darrow dio un paso atrás, sorprendido por la reacción del príncipe.

—Esos tres son la escoria molesta que ha estado frustrando mis planes desde el principio —rugió, abandonado los últimos vestigios de caballerosidad y donaire normales en el príncipe Ventrue—. La hora de mi triunfo está a punto de llegar y no puedo tolerar ninguna intromisión. Esos intrusos deben ser destruidos antes de que vuelvan a interponerse. Esta vez los aplastaré como a insectos bajo mi bota. —La mirada asesina de Vargoss se clavó en Darrow—. ¿Recuerdas la conversación que tuvimos en San Luis sobre servir a dos maestros? ¿Cómo te dije que dividir la lealtad era el camino más seguro hacia la destrucción? —La voz de Vargoss era ahora más suave, pero no menos siniestra—. ¿Lo recuerdas?

El Brujah asintió.

—Sí, lo recuerdo.

—Aquella misma noche puse fin a ese Nosferatu traidor que había estado conspirando en secreto contra mí. ¿Cómo se llamaba?

—Carafea —dijo Darrow tensando los músculos horrorizado. El príncipe le había convertido los huesos en pulpa con solo tocarlo. El recuerdo de llevar a aquella grotesca medusa vampírica a la calle para que fuera abrasada por el sol aún le aterraba—. Se llamaba Carafea.

—Era mucho más feo cuando acabé con él, Darrow —dijo Vargoss—. Sí, y fui piadoso. Imagina que hubiera decidido dejarle en el local, como una alfombra viviente. ¿No hubiera sido todo un espectáculo?

El príncipe rió demente mientras alzaba las manos. Un brillo rojizo surgía de sus dedos. Darrow se quedó congelado. Sabía que una palabra, un movimiento equivocado podían marcar su fin.

—La elección es tuya, Darrow —dijo el príncipe con los dedos de la mano derecha formando un puño escarlata—. ¿Me sirves a mí o a Don Caravelli? Decide rápidamente. Hay mucho que hacer, por lo que necesito tu respuesta inmediata. ¿Qué será? ¿La no-vida o la Muerte Definitiva?

—T-te sirvo solo a ti, príncipe —tartamudeó Darrow—. Puedes confiar en mí. Lo demostré la noche en la que prendí fuego al club en San Luis.

El príncipe asintió, torciendo la boca para formar una sonrisa diabólica.

—Estaba seguro de que tomarías la decisión correcta, Darrow. Siempre me has sorprendido con tu habilidad para ajustarte rápidamente a cualquier circunstancia.

—Eso intento, príncipe —respondió el Brujah—. Con todas mis fuerzas.

—Esta noche quiero que uses esa habilidad en mi favor —dijo Vargoss—. Poco después del comienzo del Cónclave, Madeleine Giovanni se enfrentará con toda seguridad a Don Caravelli. A pesar de la hostilidad de la Camarilla hacia el clan Giovanni, entre los antiguos del culto no hay muchas simpatías hacia el mafioso, por lo que admitirán que se celebre el duelo. Uno de los dos será destruido.

Darrow asintió.

—Difícil apuesta. Ninguno es un blandengue.

El príncipe rió.

—No me importa quién gane, solo el tiempo que dure el duelo. Durante la lucha quiero que hables con Flavia. Dile que le ordeno, como es mi derecho por contrato, que elimine al vencedor del duelo. Después de un enfrentamiento así, ninguno de los dos podrá defenderse contra su ataque.

—Al Ángel Oscuro no le va a gustar —dijo Darrow—. No le va gustar nada de nada.

—No me importa lo que piense —respondió Vargoss—. La Assamita me tiene que obedecer por mi acuerdo con su clan. Sus deseos no son de mi incumbencia. Si se niega a seguir mis órdenes, caerá para siempre en desgracia.

—El honor lo es todo para un Assamita, especialmente para uno como ella.

—Estoy de acuerdo —dijo el príncipe—. Por eso precisamente espero que cumpla mis órdenes. —Vargoss volvió a reír, pero no de forma demente como antes. Era un sonido suave, grave y mucho más terrorífico—. Después, cuando haya terminado y esté por un momento con la guardia baja, quiero que termines el trabajo, Darrow. Destrúyela. Destruye al Ángel Oscuro.

—Como ordenes, príncipe —declaró Darrow con un gesto de los hombros. No esperaba otra cosa—. Cuando este puto duelo termine, el lugar va a parecer un osario.

—Más de lo que te imaginas, Darrow —dijo Vargoss ominoso—. Mucho, mucho más.