París: 5 de abril de 1994
Se sentaron en la hierba frente a la estatua de Carlomagno, cerca de Notre Dame y del Punto Cero, la marca desde la que se medían todas las distancias en Francia. Parecía un lugar adecuado para hablar de sus mutuas preocupaciones. A aquella hora de la noche no había nadie en la zona, y podían hablar con libertad... y franqueza.
Phantomas, que se sentía algo incómodo sin una roca sobre la cabeza, estaba sentado con la espalda apoyada contra la estatua. Su ordenador portátil descansaba sobre su regazo. Más tarde, si descubría lo que necesitaba saber, lo encendería para completar el acertijo de la Muerte Roja. No veía motivo en agotar las baterías hasta estar seguro de que sus dos compañeros podían llenar los huecos en blanco.
Alicia Varney era aún más bonita al natural de lo que había visto en el monitor de su ordenador. Su cabello oscuro, los rasgos fuertes y el cuerpo perfecto le recordaban a las bellezas intemporales capturadas en los lienzos del Louvre. No había duda de que era una de las mujeres más atractivas del mundo, y ya sabía que era una de las más letales.
Dire McCann no parecía menos peculiar. Su rostro tenía una expresión sardónica y oscura que Phantomas encontraba vagamente desconcertante. Observando al detective, el Nosferatu no podía discernir nada extraño que impidiera a las cámaras transmitir su imagen. Sin embargo, aquello era exactamente lo que había sucedido en las catacumbas. Mil años estudiando a los Vástagos le habían enseñado a cuidarse de las situaciones aparentemente inexplicables. Estaba bastante seguro de que en McCann había mucho más de lo aparente.
—Creo que se imponen las presentaciones —dijo Phantomas—. Gran parte de lo que tengo que deciros está basado en meras especulaciones por mi parte. Cuanto más sepa acerca de vosotros, mejor. Por favor, sed sinceros. Sin vuestra cooperación no puedo garantizar la veracidad de mis conclusiones.
—No tengo nada que ocultar —dijo Alicia con ojos brillantes—. Pregunta lo que quieras.
—Responderé lo mejor que pueda —dijo por su parte McCann. No explicó lo que quería decir, y Phantomas creyó que era mejor no indagar.
—Mi verdadero nombre es Vatro Dominus —dijo el Nosferatu—. Llegué a esta región como escriba de Julio César, hace veinte siglos. Estando en esta isla fui Abrazado por un miembro del clan Nosferatu. No deseaba regresar a Roma en mi estado transformado, así que decidí quedarme aquí. A lo largo de los años, la ciudad de París creció a mi alrededor. —Se detuvo un instante—. En vida fui educado como erudito e historiador. Sentía pasión por el conocimiento. Como vampiro, mis intereses no cambiaron. Hace mil años concebí mi gran proyecto, y desde entonces he estado trabajando en él. Dista mucho de estar completo, pero sospecho que es el motivo por el que la Muerte Roja quiere destruirme. Estoy recopilando una enciclopedia sobre la raza Cainita. Mi obra es el trabajo más amplio y preciso que ha existido jamás sobre nuestra raza. Incluye, hasta donde he podido descubrir, a los principales vampiros que han existido nunca, con toda la información que he podido reunir sobre ellos. —Miró a Alicia—. Eres Alicia Varney, una de las mujeres más ricas del mundo. Según mis informes, también eres ghoul de Justine Bern, arzobispo del Sabbat de Nueva York. Eso lo dudo. Sospecho que eres una Máscara al servicio de Anis, Reina de la Noche. ¿Es correcto?
Los ojos de Alicia se fueron abriendo a medida que el Nosferatu hablaba, terminando en una risa.
—¿Una Máscara? Hacía más de cien años que no oía ese término absurdo. —Asintió, aún sonriendo—. Se me ha llamado así, aunque me parece un nombre ridículo. Personalmente, prefiero que me llamen debutante, o compañera de viaje.
—¿Admites entonces estar vinculada mentalmente a Anis? —preguntó Phantomas. Hablar con sus ratas era mucho más fácil. Sus respuestas siempre eran directas y en absoluto confusas. Y no hablaban tanto.
—Soy ghoul de la Reina de la Noche —respondió Alicia, como si sintiera la incomodidad del vampiro—. En un modo que no podría describir, Anis comparte mi mente mientras ella descansa en letargo. Por tanto, experimenta la vida en forma humana mientras yo obtengo una pequeña parte de sus poderes y de su memoria. Es un trato justo que nos satisface a ambas. Nuestra relación ya tiene varios siglos de antigüedad.
Phantomas asintió, algo más confiado. Se volvió hacia el detective.
—Tu nombre es Dire McCann. Entre los Vástagos se te cree un mago renegado de la Tradición Eutánatos que trabaja como detective privado. Recientemente has servido a Alexander Vargoss, Príncipe de San Luis. Sospecho que tus poderes mágicos son un engaño, y creo que, como la señorita Varney, eres una Máscara al servicio de Lameth, el Mesías Oscuro.
McCann sacudió la cabeza.
—Me temo que estás confundido. —Hizo una pausa, tratando de elegir adecuadamente las palabras—. Soy la voz de Lameth. El Mesías Oscuro me habla en mis sueños. A veces, en circunstancias extremas, dirige mis acciones. De un modo desconocido comparte ciertos poderes conmigo, y en ocasiones llega a hablar con mi voz. Sin embargo, no soy un ghoul, ni una marioneta. Soy el aliado de Lameth, no su sirviente.
—¿Cuánto tiempo dura este acuerdo? —preguntó Phantomas, cuidando de no expresar la duda que sentía.
McCann frunció el ceño.
—No estoy seguro. Años, aunque no puedo señalar el momento preciso en el que comenzó todo. —Parecía confundido—. Como Alicia, a veces siento que los recuerdos del Matusalén se vierten sobre mis pensamientos. Recuerdo acontecimientos que tuvieron lugar hace miles de años. Es muy desconcertante. Estoy convencido de que no soy el primer mortal con el que Lameth ha trabajado de este modo, pero no sé mucho más aparte de eso.
—En cualquier caso —dijo Phantomas sabiendo que no conseguiría una respuesta mejor—, baste decir que los dos servís como avatares para vampiros extremadamente poderosos de la Cuarta Generación. Como tales sois jugadores principales de la Yihad, el conflicto eterno por el dominio de la raza Cainita. No me sorprende que la Muerte Roja quiera acabar con vosotros. Comprende que su gobierno nunca será seguro hasta que todos sus enemigos potenciales hayan sido neutralizados. A mí quiere eliminarme porque cree que sé la verdad sobre su herencia, y que por tanto conozco su debilidad.
—¿Y es así? —preguntó McCann.
—No estoy seguro —respondió Phantomas con franqueza—. Podría ser. Sin embargo, antes de sacar ninguna conclusión, creo que es vital que compartamos lo poco que sabemos sobre el monstruo. Los dos os habéis enfrentado a la Muerte Roja. ¿Qué podéis decirme de nuestro enemigo común?
—La primera vez que me encontré con el monstruo fue en la cámara secreta de un local llamado El Jardín del Diablo, en Nueva York —dijo Alicia. En términos claros y concisos describió sus dos encuentros con la Muerte Roja. También mencionó los problemas con Melinda Galbraith y sus sospechas de que la regente del Sabbat estuviera relacionada de algún modo con el monstruo. Phantomas no tenía motivo alguno para dudar de la veracidad de aquellas afirmaciones. También estaba seguro de que no había revelado todo lo que había sucedido, pero no esperaba menos.
—Como Alicia —dijo Dire McCann—, solo me he encontrado dos veces con la Muerte Roja. La primera fue en el cuartel general del Príncipe Vargoss en San Luis. La segunda fue cuando Alicia y yo nos enfrentamos a los cuatro monstruos en el Depósito de la Armada de Washington. Dudo que ninguna de las dos experiencias aporte nada a tu conocimiento, pero puedo decirte cuanto desees. Sin embargo, es mucho más importante la verdad sobre los Sheddim y sobre el acuerdo impío que han sellado con la Muerte Roja.
McCann procedió a describir las dos peleas, así como la información proporcionada por Rambam en Israel. Phantomas volvió a tener la sensación de estar oyendo una versión editada de los acontecimientos, pero tenía lo que necesitaba. Las aventuras de Alicia Varney y Dire McCann confirmaban lo que él ya sospechaba. No habían hecho más que aportar detalles para corroborarlo.
—Mi único enfrentamiento con la Muerte Roja tuvo lugar no lejos de aquí —dijo el Nosferatu. Describió su encuentro con el monstruo en el Louvre—. Al contrario que vosotros dos, yo decidí correr, no luchar. Soy un erudito, no un guerrero.
—Esperar nuestra llegada con Gorgo tan cerca fue toda una demostración de coraje —señaló Dire McCann—. Creo que aún conservas el espíritu de un soldado romano, Phantomas.
—Tengo mis momentos —respondió, recordando su encuentro con Le Clair, el líder de los Tres Impíos—. Sin embargo, la Muerte Roja teme mi cerebro, no mis músculos.
Alicia sonrió y contempló la enorme estatua de Carlomagno.
—Conocí a Carlos —dijo cambiando repentinamente de tema—. Nos encontramos poco antes de su muerte. Para ser tan grande, tenía una voz aguda y chillona. No era un orador especialmente notable.
—Murió en extrañas circunstancias —dijo Dire McCann—. Ahogado cruzando un río, si no recuerdo mal. Un extraño fin para un jinete tan hábil.
Alicia se encogió de hombros.
—El rey tenía la mala costumbre de hacer preguntas sobre temas que era mejor dejar a un lado —dijo soñadora—. Como solía ser costumbre en aquellos días turbulentos, pagó el precio definitivo por su curiosidad.
McCann rió.
—Eres una mujer bella, amor mío, y un enemigo mortal. Solo un idiota o un loco se atrevería a retar a la Reina de la Noche.
El detective miró a Phantomas.
—La furia de Anis es legendaria —dijo—, así como la ira del Mesías Oscuro. Ambos Matusalenes poseen poderes vampíricos increíbles. Sin embargo, la Muerte Roja nos buscó y trató de destruirnos. En el Depósito de la Armada llegó a admitirnos que, como avalares de Anis y Lameth, Alicia y yo éramos sus únicos rivales en la Yihad. No comprendo el motivo. ¿Qué vínculo común nos une a los tres en este conflicto mortal? Hay otros Matusalenes poderosos repartidos por el mundo, y algunos de ellos participan activamente en la guerra, y también controlan vastos poderes. ¿Qué nos hace a nosotros dos tan especiales, tan únicos como para que la Muerte Roja haya pasado tanto tiempo conspirando contra nosotros? No entiendo por qué nos teme más que a los otros, y ni siquiera estoy seguro de que su lógica, si es que existe, tenga sentido. Por lo que sabemos, el monstruo podría estar loco y no tener ningún motivo especial para atacarnos.
—Lo dudo —dijo Alicia—. A mí me parece obsesionado por el control. Sabe exactamente lo que está haciendo. Recuerda que presumió de haber estudiado nuestros esfuerzos durante siglos antes de decidirse por fin a actuar. Está convencido de que somos los dos vampiros especiales que pueden poner en peligro sus planes. Como dijo Phantomas, el monstruo trató sabiamente de eliminar a sus enemigos más poderosos en el juego antes de empezar a jugar. Lo que no comprendimos es que sus primeros intentos por destruirnos no hicieron más que atraernos hacia un escenario mucho más peligroso. Estuvo a punto de acabar con nosotros en Washington. Fuimos un poquito más listos, o más afortunados, de lo que esperaba. Nada más.
—Eso no responde a mi idea básica —dijo McCann—. ¿Por qué nosotros, y no Helena? ¿O Selene Oscura?
El tono de la voz de los dos mortales indicó al Nosferatu que ya habían tenido discusiones similares en el pasado. Él no era tan paciente.
—El amanecer se acerca —dijo, levantando la voz lo suficiente como para interrumpir la conversación—. Dentro de poco tendré que buscar refugio en uno de mis almacenes.
—Yo estoy exhausto —dijo McCann, cansino—. Ha sido una noche muy larga, y cocer rémoras es agotador. No me vendría mal descansar. Además, quiero saber qué tal le ha ido a nuestros amigos contra la Mafia. Podemos seguir mañana con esta conversación.
—Estoy de acuerdo —dijo Alicia—. Aunque tengo una confianza absoluta en las habilidades de Jackson, quiero asegurarme de que sigue en buena forma.
—¿Nos reunimos aquí mañana a medianoche? —preguntó McCann.
—Estaría mejor otro lugar menos expuesto al tráfico —dijo Alicia—. ¿El Musée Rodin? Dentro hay sitio de sobra para sentarse y hablar. El edificio cierra al anochecer, pero eso no significa nada para nosotros. El Beso siempre ha sido una de mis esculturas favoritas. Me gustaría verla otra vez.
—Una buena elección —dijo Phantomas, interrumpiendo. Aprendía rápido, y veía que a los dos mortales les gustaba hablar. El único modo de hacer algún comentario era interrumpir su cháchara—. Sin embargo, antes de separarnos debo haceros una última pregunta.
»Gran parte de mi teoría sobre el plan de la Muerte Roja está basada en la historia antigua de los Vástagos, y hay dos cosas que necesito saber. Entre los numerosos mitos y leyendas que existen sobre Anis y Lameth, no hay mención alguna a sus sires. Son Cainitas de la Cuarta Generación sin antecedentes. Os aseguro que esta información es vital para la Mascarada de la Muerte Roja, la pieza final de un complejo rompecabezas. ¿Cuál de los trece Antediluvianos Abrazó a Anis, Reina de la Noche? ¿Quién fue el sire de Lameth?
Alicia torció el gesto.
—¿Es absolutamente necesario? No me gusta nada hablar de mi pasado, especialmente con un vampiro historiador.
—Absolutamente imprescindible —declaró Phantomas—. Tenéis mi palabra de que nunca revelaré vuestro secreto. Para ser franco, la obra en la que trabajo es para mi propia satisfacción. Nunca pienso publicarla. Considerando los miles de secretos que contiene, jamás me atrevería.
—Soy chiquilla de Brujah —dijo Alicia—, como lo fue Troile. Hace miles de años, en la Segunda Ciudad, Troile diabolizó a nuestro sire y asumió su lugar como Antediluviano. Fue él el verdadero fundador del clan que ahora se conoce como Brujah. Sin embargo, aún existen unos pocos vampiros que pueden trazar su linaje hasta el Antediluviano original. Yo soy uno de ellos. Soy una auténtica Brujah.
Phantomas asintió con un fuego rojo en la mirada.
—Perfecto. Como sospechaba. ¿Qué hay de Lameth, señor McCann?
—El Mesías Oscuro fue el primer chiquillo de Ashur —dijo el detective—, el vampiro de la Tercera Generación también conocido como Lucian o Capadocio. Augustus Giovanni lo destruyó en el siglo XII para formar el clan Giovanni. Casi todos los chiquillos de Ashur fueron exterminados por esta familia. Los pocos supervivientes, como Lameth, se ocultaron.
Phantomas aplaudió entusiasmado. Su ordenador portátil, olvidado por un instante, cayó al suelo. No le preocupaba. La cubierta de la máquina era capaz de soportar la explosión de una gran bomba sin sufrir daño.
—Lo sabía —dijo—. Lo sabía. El misterio final está aclarado. Ya sé con certeza el vínculo que os une con la Muerte Roja. Ahora todo está perfectamente claro.
—¿Y bien? —dijo Alicia Varney.
—¿Y? —preguntó McCann.
El tono de los dos mortales dejó claro a Phantomas que no podía ni soñar con marcharse del parque sin darles alguna información. Decidió que la palabra adecuada satisfaría su curiosidad hasta la noche siguiente.
—Hay varios vampiros de la Cuarta y la Quinta Generación capaces de ganar la Yihad y lograr el dominio de la raza Cainita —declaró melodramático—. Sin embargo, solo un grupo muy selecto es capaz de conservar su poder si los Antediluvianos se levantan. Como sus sires ya no existen, no hay lazo mental alguno que los vincule a la Tercera Generación. Son la Muerte Roja, Lameth y Anis. Los tres sois los Liberados.